Muy buenas Poringueras y Poringueros!!
Espero que hayan disfrutado del comienzo de mi anterior relato (http://www.poringa.net/posts/relatos/2230796/De-Prima_-de-amigas_-y-de-cunadas-Parte-1.html).
Acá sigo con el folletín. Espero que les guste, que comenten, y que se pongan bien excitados!!
Esto es sólo el comienzo!
Ezequiel estaba separado de su antigua mujer, a quien encontró (luego de volver de un viaje por cuestiones laborales) en la cama (en su cama) junto a otro hombre. Cosas que suceden. ¿Quién no fue cornudo alguna vez? La estafa amorosa es dolorosa. Padre de dos hijos que vivían con su madre, a Silvia la conoció por una cuestión de trabajo, que no comentaré. Poco tiempo pasó hasta que Silvia se fue a vivir con Ezequiel. Pero a veces se peleaban, discutían, ella dejaba su casa (dejaba la casa de Ezequiel) y, como no tenía dónde ir, Delfina la invitaba a nuestro departamento, donde siempre había una cama disponible.
En esas noches en las que Silvia no estaba con Ezequiel pasábamos largos ratos junto con Delfina hablando de sus cosas en otra ciudad, a la luz de un ténue velador y un siempre embriagador cigarro de maconha. Invariablemente la charla de los tres terminaba discurriendo sobre el sexo. Una de esas charlas (una de esas noches) frecuentó las fantasías sexuales. Aunque Silvia tenía por entonces sólo 23 años decía que había cumplido muchas de ellas con Ezequiel. Él, que era adicto al dinero, con alguna frecuencia organizaba fiestas no exactamente íntimas, pero sí con amigos y amigas a quienes agasajaba contratando putas para hacer algún tipo de show. También nos contó Silvia que era habitual en su relación amorosa con Ezequiel que se dsfrazaran: algunos de esos actings no eran complicados, ya que al ser médico podía actuar con Silvia como si fuera su paciente y asi descubrir (ella) nuevas potencialidades sexuales; en realidad, nada nuevo que él ya no hubiera hecho con sus pacientes mujeres reales. No le era dificultoso, era fachero, tenía buena labia, y, sobre todo, se dedicaba a la cirugía estética de pechos femeninos. No era un secreto para Silvia que Ezequiel hacía uso y abuso de su profesión.
En un momento en que Silvia se había levantado para ir al baño, Delfina me contó una de las fantasías que Silvia (quizás por pudor hacia mí) no me había comentado: sentía unos terribles deseos de ver cómo su hermana hacía el amor. Yo, mis queridos lectores, no les voy a mentir: nunca había tenido sexo ni con dos mujeres al mismo tiempo ni, mucho menos, me había mostrado en el acto de amor con otra persona que no fuera mi pareja. Sí por supuesto había fantaseado con lo primero, y me imaginaba muchas situaciones en las que ello ocurría: o bien cuando me masturbaba pensando en alguna mujer interesante de mi trabajo que me acompañaba en el sexo con otra mujer, o bien, teniendo sexo con Delfina me imaginaba algún trío con alguna mujer conocida mía o imaginaria.
La confesión de Delfina me excitó.
Cuando Silvia volvió del baño acerqué a nuestra tertulia una botella de ese exquisito licor sudafricano de Amarula. No fue una elección al azar: como en las películas (en las buenas películas) ciertas imágenes son motivo de prefiguración de lo que puede llegar a pasar en el desarrollo de la misma, el licor de Amarula, con su color lechoso y su consistencia medio densa, invitaba a la imaginación. Apuramos otro porro, mientras nos aventurábamos con el licor. Nuestras cabezas, nuestros ojos y nuestros sentidos estaban ya muy sensibilizados. Le pedí a Silvia que llevara de vuelta la botella de Amarula al aparador de los licores; medio sobria (medio borracha) a los tumbos se levantó, y cuando hubo dejado la botella sobre la mesa respectiva, se dejó caer en una pequeña poltrona con apoya pies que suelo utilizar para leer. Delfina y yo estábamos sentados sobre un sofá de tres cuerpos, y Silvia a unos metros de nosotros. A veces la casualidad (ese barbarismo por causalidad) prepara la mise en scéne: todo estaba listo, todo estaba en orden, incluso la canción que sonaba desde el equipo de música: por la radio estaban pasando Satisfaction, de los Stones. Silvia había subido los pies sobre la banqueta, y nos miraba como esperando algo. No hablaba. No deciamos nada. Sólo escuchábamos los acordes de la voz de Mick Jagger. Supposed to fire my imagination. Sus manos estaban apoyadas sobre el apoyabrazos. Sólo había un velador encendido, que nos salpicaba a Delfina y a mí, arrebolabando nuestros sentidos. Silvia quedaba en el cono de sombra; sus ojos, aunque rojos por el efecto del cannabis, brillaban. Sólo se veía una mitad de su cuerpo: la otra mitad se adivinaba en la sombra. Sus pequeños pechos se dibujaban en la remera ajustada, dejando entrever una pequeña dureza, unos pequeños botones en el centro de ellos. Su pantalón corto, blanco, amplio y cómodo como para dormir, dejaban disfrutar unas piernas bien contorneadas.
Silvia nos miraba sin pestañear. When I'm watchin' my tv and a man comes on and tell meHow white my shirts can be. Yo seguía el ritmo de la guitarra con mi mano derecha. Delfina había recostado su cabeza sobre mis muslos, mirando el techo. Silvia nos miraba, y yo no dejaba de mirarla. Apoyé mi mano izquierda sobre la panza de Delfina y comencé a jugar con ella por encima de su ropa. Luego, levanté parte de su remera y apoyé delicadamente la palma de mi mano sobre su piel. Su cuerpo se estremeció; seguí jugando alrededor de su ombligo, poniendo, de vez en cuando, un dedo dentro de él. La piel de Delfina iba tomando esa tensión que define los prolegómenos de la excitación. Subía y bajaba mi mano por sobre su cuerpo, desde el borde de su pollera hasta la naciente de su corpiño, pero sin aventurar nada aún. En ese juego cariñoso, mi mirada se cruzaba con la de Silvia. Delfina tenía los ojos entrecerrados. Apoyé mis labios sobre los de mi amada y nos besamos suave, pero con labios húmedos. Alcé mis ojos, y ví cómo los manos de Silvia se aferraban con fuerza a los apoyabrazos de la poltrona. Delfina ya estaba totalmente entregada. Ahora sin sutilezas, metí mi mano por debajo de su remera y acaricié sus senos por sobre el corpiño; en un momento, con un ademán tan rápido como sólo las muejeres pueden hacerlo, Delfina se desabrochó el sostén, de forma tal que sus pechos quedaron libres al libre juego de mi oferta de caricia. Mientras que mi mano derecha rondaba sus labios, mi mano izquierda se aventuraba en sus pechos de miel. Silvia miraba con la boca medio abierta. Le quité a Delfina la remera y mi cabeza bajó a la naciente de sus pechos. De a poco fui marcando surcos con mi lengua cuando mis dientes arrebataron, desde un borde, su corpiño. El roce de mi barba candado por sobre su pezón provocó que éste, inmediatamente, se pusiera erecto. Con desesperación busqué su teta, como un bebé busca la de su madre. Succioné su pezón hasta sensibilizar su aureola. Mi mano izquierda se posaba, ya descaradamente, sobre su pollera, a la altura de la entrepierna. Mientras me entretenía con los pechos de Delfina, por el rabillo del ojo miraba a Silvia. Sus piernas estaban flexionadas por sobre la poltrona, y por los movimientos de su mano era evidente que se estaba tocando la concha, metiéndola por un costado de su pantaloncito. Esa imagen me provocó una excitación de los mil demonios: yo también iba a acompañar los movimientos de Silvia, pero en la concha de Delfina. Imitaba cada cosa que ella hacía, dándole a entender que, en ese momento, Delfina era mi instrumento, pero mi objeto de deseo era ella, Silvia.
El sexo de Delfina estaba ya decididamente mojado, haciendo más sencilla su masturbación. Miraba a Silvia, pero metía y sacaba mis dedos de la concha de su hermana, jugaba con su clítoris erecto. Silvia apuraba su masturbación; cuando parecía que iba a acabar, disminuía la intensidad de las caricias. Yo seguía haciendo lo mismo con Delfina, y Delfina respondñia ugual que Silvia. Su pantaloncito y su tanga ya estaban a la altura de sus rodillas, dejándome adivinar un sexo carnoso y depilado. Abrió sus piernas y ofreció su tajo sin tapujos a mi mirada. Me provocaba mostrándome su clítoris. Aún sentado sobre el sofá, me desabroché el pantalón, e hice que Delfina quedara boca abajo, a la altura de mi pija. Ella no dudó, me la sacó y comenzó a masturbarme con una mano, mientras que con la boca me la lamía como quien lame un helado. La visión que Silvia tenía de mi miembro provocó que, aún yo desde mi posición, viera cómo su concha brillaba por el elixir que emanaba de ella. Eso, a su vez, potenció mi excitación. Metí mi pija dentro de la boca de Delfina, y, al tiempo que Silvia agitaba su cuerpo dándome a entender que tenía un orgasmo inconmensurable, descargué toda mi simiente dentro de la boca de Delfina.
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