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Cortando con el Ex

Los descubrí al llegar antes del trabajo, como en los chistes. No dije “amor, ya llegué” pero igual se dieron cuenta y trataron de vestirse rápido. Estaban en la habitación a medio vestir, él con la camisa puesta y buscando su bóxer, con el pijón aun parado y bamboleante. Ella en tanguita negra enterradísima en la cola y apurando una remera por el cuello.
Aunque no hubo gritos de mi parte, ni escenas ni nada, me sentí destruido. Martinita calló cuando vio mi rostro. En cambio Franco, el ex novio de ella, un verdadero hijo de puta, sonreía mientras terminaba de juntar su ropa con tranquilidad. Antes de irse palmeó a mi novia en la redonda cola y le dijo:
-Supongo que esto va suspender el próximo encuentro. -Y salió de la habitación, agregando al pasar junto a mí: -Te envidio, cornudo. No sabés la mujer que tenés.
Me sentí tan humillado que no pude decir siquiera una palabra. Ni palabra ni reacción, porque el hijo de puta no enfiló para la puerta de calle sino hacia el baño. Entró, cerró con la traba y un instante después abrió la ducha.
-Se está bañando… -le dije a mi novia completamente absorto.
Martinita se encogió de hombros.
-Estaba todo transpirado.
Había algo de irreal en la escena. Y era yo, porque ellos se comportaban como si lo que estaba sucediendo fuera poco importante.
-¿No me vas a decir nada? -le pregunté. -¿Ninguna explicación?
Recién ahí Martinita dudó y tuvo una expresión cercana a la culpa por haber estado metiéndome los cuernos en mi propia cama.
-No lo voy a hacer más. Disculpame.
¿Solo eso? No podía creer lo que me estaba sucediendo. Respiré, conté hasta diez para no acogotarla ahí mismo… Fueron diez segundos donde el jabón cayendo a chorros en la ducha y el silbido cantarín de Franco me mortificaron.
-¿Cuánto hace de esto…?
-Esta fue la primera vez… La única vez… No sé por qué lo hice… Vino a traerme unos CDs míos viejos y… no sé… No sé qué decirte…
No le creía. No le creía un carajo. Era el problema de salir con alguien tan chico. En general no se hacían responsables de sus actos. Martinita era una pendeja muy delgada y muy bonita, pero con terribles curvas. Su cola y sus tetas no coincidían con lo delgada que era. Sin embargo, lo que más me gustaba de ella era su frescura y su rostro angelical.
-¿Me vas a abandonar? -me hizo pucherito con la trompa.
-Sí -dije.
Estaba sentado al borde de la cama, mi cerebro a mil revoluciones por minuto. Ella se me acercó y me abrazó. Me besó con la ternura de siempre, o aun con más. Se quitó la remera y quedó en bombachita negra y tetas.
-Perdoname… -me dijo. Me daba la sensación que ella no tomaba dimensión de lo que había hecho.
-¿Cuánto te cogió…?
Sus tetas en mi rostro me excitaron rápido. Se las chupé como sin ganas, pero mi pija me delató. Ella me buscó abajo y comprobó mi erección con una sonrisa.
-Uy, me parece que te sigo gustando…
-¿Cómo te cogió? ¿Qué te hizo? ¡Quiero saber todo!
-¿Para qué?
No sabía para qué. Solo sabía que el silbido despreocupado de su amante y el ruido del agua en el baño me provocaban contra ella. Busqué insultarla.
-¿Cuánto te cogió, puta?
-Mucho. Me cogió mucho. -respondió desafiante. Y a mí me agarró un ataque de furia y machismo aturdido de celos. La tomé de la cola y la levanté. No sé cómo hice para sacarme el pantalón sin soltarla a ella; la tiré contra la cama, boca arriba, reteniéndola con mis brazos y piernas y me la empecé a coger como si fuera un animal, casi violándola.
Le entraba con furia, con violencia. La sacudía con todo.
-¿Cómo te cogió, puta? ¿Te cogió así? -la lluvia de la ducha nos hacía de fondo, como una música de ambiente que se me reía en la cara. Me la estaba cogiendo de pura bronca mientras el que me hacia cornudo todavía me usaba el champú.
-Sí… ¡Así me cogió!
Cuando me dijo “sí” no pude evitar imaginarla cabalgándose a su ex y tuve que frenarme. Pero no alcancé, y entonces me vino la leche y le acabé adentro sin remedio.
-Te voy a coger toda, hija de puta -le dije habiendo acabado en solo cuatro movimientos. Ya era tarde para bravuconadas.
Me hundí entre sus tetas mientras pensaba en cómo se la habrían estado cogiendo unos minutos antes, con aquella vergota que le había visto a Franco.
-Me tenés que prometer que no lo vas a ver más…
-Te lo prometo.
-No, no me digas así.
-¿Qué querés que te diga?
-Me lo decís como si nada. Quiero que te comprometas en serio a no cogértelo más.
Me miró. Se estaba dando cuenta que sus actos traían consecuencias. Me sentí un imbécil. Cualquiera en mi lugar la habría echado a patadas; en cambio yo estaba más pendiente de sus reacciones, que ella de mi enojo.
-Está bien -dijo de pronto, como si hubiese concluido que quizá lo que yo le pedía no era tan irracional. -No lo voy a ver más. Igual no es nada, lo de Franco era nada más que sexo, en serio, ya no siento nada por él.
Era sincera, aunque ella me seguía pareciendo volátil.
- Te creo -le mentí mirándome la pijita nuevamente flácida. -Pero necesito que me digas, de verdad, si hoy fue la primera vez que me metiste los cuernos…
Se congeló. Había un desconcierto de proporciones gigantescas en sus ojos. En ese momento se cerró la ducha y el crepitar del agua se cortó. Se hizo un silencio tan absurdo que se vio obligada a decir algo, y le salió peor.
-¿Te referís a Franco…? No. O sea, sí.
-¿Qué, hubo otros, además de Franco?
-¡No! Es que no te había entendido bien…
-Martina, esto no va. Dejá de comportante como una pendeja y decime la verdad o me voy a la mierda.
-Está bien -claudicó. -Pero te vas a enojar.
Estaba recostada sobre la cama, boca abajo, siempre con la tanguita negra enterrada entre sus nalgas, mirándome. No sé por qué al enojo que tenía se le sumó excitación. Verla así, tan hermosa y tan emputecida… ni siquiera la presencia de Franco en el baño de al lado me restó excitación.
-¿Cada cuánto, pendeja?
-Una vez por semana, todos los Martes. ¿Sos feliz?
No, no lo era. Ya tenía decretada la cédula de cornudo y eso no hace feliz a nadie, ¿no? Quién sabe por qué estaba al palo otra vez.
-¿Entendés que si seguís conmigo tenés que dejar de verlo?
-Sí. -Lo dijo con cierta tristeza y resignación, lo que me dio la esperanza de que estaba realmente entendiendo. -No lo voy a hacer más, te lo juro. Cuando salga le digo que no vuelva más…
-Está bien… -la miré. Los dos estábamos casi en bolas y me di cuenta que pidiéndoselo así, Franco se me iba a reír en la cara. -Pero vestite… Ponete decente, parecés una puta… -tenía muchas ganas de decirle puta, aunque ella no parecía ofenderse.

La puerta del baño se abrió y reapareció Franco con el cabello mojado, el torso en cueros y vistiendo un jean desabotonado. Y descalzo. Estaba como si tal cosa. Yo no esperaba que sintiese culpa por haberse cogido a mi novia, pero tampoco tal desparpajo. Miró a Martinita, quien no había llegado a vestirse. Y a mí, con mis pantalones por la rodilla.
-Bueno, parece que hubo acción en mi ausencia… -encima se lo tomaba para la risa.
-Cambiate, Martina -le dije a ella lo más firme que me salió.
-No hace falta, ya me voy.
-¡No, esperá! -lo frenó Martina. Su tono se me antojó un poco desesperado, no supe si porque se iba o por la situación. -Tenemos que hablar…
Franco se sentó en el borde de la cama. Yo, de pié, le hacía señas a mi novia para que se cambiara. Ella seguía en el medio de la cama, en tanguita y remera.
-Martina me contó todo -empecé.
-No creo que todo -se me rió burlón. Mi novia le festejó el chiste y yo la amonesté con la mirada.
-Entendé, Franco… -volví. -Ella está ahora conmigo, vos ya tuviste tu oportunidad. Te pedimos por las buenas que esto se corte acá.
-¡Ey! Yo no obligué a nadie a hacer nada.
La miré a ella.
-Lo que dice tiene razón, Franquito… No podemos seguir haciéndolo tan pero tan cornudo…
¿Mi novia me estaba provocando? ¿Me estaba tomando para la joda o era solo falta de tacto de una chica muy joven y sin roce?
En ese momento sonó el timbre. Dudé. Ella seguía medio desnuda y si iba a atender la puerta y los dejaba solos… Era tonto de mi parte, ya habían hecho de todo y un segundo más o menos no hacía nada. Igual, no me gustaba la situación.
-Decile -le pedí a ella mientras iba a atender. -Decile lo que dijimos.
En la puerta me encontré con un problema. El borracho hijo de mi vecino había chocado mi auto -estacionado- la semana anterior, y ahora se habían apersonado dos peritos del seguro para revisar ambos coches.
-¿No pueden venir en otro momento? -les pregunté, sabiendo que no.
Entré un segundo y escuché una risita cómplice de Martina a algo que decía Franco. Fui hacia la habitación y les expliqué que me demoraría cinco minutos, nada más. Y que salieran de allí inmediatamente y fueran al living.
-¡Y por favor vestite de una vez!
Llevé a los del seguro al garaje. Empezaron a sacar fotos del auto y anotar cosas. Revisaron todo con una parsimonia exagerada. Yo miraba el reloj, esperaba que mi Martinita apareciera de un instante a otro para que no me alucine cosas; no sucedió. Al cabo de 20 minutos regresé al living con los del seguro. Tenían que hacerme más preguntas y anotar millones de cosas. Los senté en los sillones donde debería estar mi novia ahora explicándole a su ex que debían dejar de verse. Pero no estaban allí. ¿Ya se habría ido el otro hijo de puta?
A la segunda pregunta que me hicieron los peritos comenzaron a escucharse jadeos femeninos desde la habitación. Eran gemidos lentos y más bien ahogados, graves. Me ruboricé. Por suerte no eran fuertes y podían pasar por otra cosa, como alguien enfermo. Los del seguro se sorprendieron y, aunque simularon naturalidad, siguieron con sus inoportunas preguntas. Yo respondía lo más apurado posible así se iban cuanto antes, mientras los gemidos se hacían un poco más fuertes y más rítmicos cada vez.
En un momento me pidieron unos papeles. Recordé que los había dejado en un mueble de la habitación. A esa altura no sabía si quería ir allí o no. Es decir, por un lado me moría de ganas de descubrir a mi novia con su amante, recriminarla, gritarle que era una puta y echarla a patadas, aunque también cargaba un pudor extraordinario que me impedía hacer un escándalo delante de dos desconocidos.
En fin, los papeles estaban allí así que decidí entrar. “Que sea lo que dios quiera”, me dije. Moví el picaporte y empujé. La puerta estaba cerrada. Cerrada con llave desde adentro. Los jadeos, que a esa altura eran ya fuertes, cesaron de pronto. Golpeé.
-¡Martina!
Silencio total.
-Martina, necesito pasar para buscar unos papeles del auto.
-Me estoy cambiando. No puede entrar nadie.
-Necesito los pape…
Por debajo de la puerta me pasó lo que buscaba. Rojo de furia, los agarré. Vi que los dos peritos me miraban sin entender. O sin creer. Porque los jadeos recomenzaron, redoblados de excitación. No sé qué pensarían esos tipos, era evidente que se trataba de una mujer relacionada conmigo y que estaba haciendo algo sexual. Me miraron como si tuviera la palabra “cornudo” escrito en la frente y me puse más rojo aun.
Les di los papeles mientras se escuchaba a mi Martina diciendo “ahhh… ahhh… sí… sí…” y ese tipo de cosas.
Fui a golpear nuevamente la puerta y esgrimí un poco convincente: “Martina, cortala que acá hay gente”. Pero los jadeos no disminuyeron ni un decibel. Al contrario. Fue como si mis palabras hubiesen subido la excitación ahí dentro.
Los del seguro ya estaban nerviosos y terminaron de golpe. Me pidieron que los lleve a lo del vecino, debían tomar unas fotos del otro auto y anotar más cosas. Los llevé de inmediato, no veía la hora de que se fueran.
En lo del vecino me entretuvieron otros cinco minutos, no más. Pero fueron cinco minutos fatales: cuando regresé a mi casa la puerta de la habitación estaba abierta, y mi novia terminaba de arreglarse. Estaba con una calza ultra ajustada y una remera que le dejaba el abdomen descubierto.
-¿Qué hicieron? ¡No puedo creer que te lo hayas cogido apenas me atendí la puerta!
-¿Estás loco?
-¿Dónde está Franco?
-Se fue hace un montón, al principio, apenas te fuiste con esos tipos al garaje.
La vi tan despreocupada, tan puta y tan cogible, con sus tetas paraditas, la pancita al aire y la cola que le explotaba. Estaba para garchársela ahí mismo. Fui hacia ella y le olí el pelo.
-¿Qué hacés? -me preguntó tirando su cuerpo hacia atrás.
-No te creo nada. Te lo estuviste cogiendo.
-¡Estás enfermo de celos!
-Sacate la ropa. Quiero olerte la ropa.
¿Me parecía o tenía la calza puesta al revés?
-¡Estás loco!
Decidí ir a fondo. La tomé de un brazo y la arrojé a la cama. Le saqué las calzas de un tirón, aunque ella se resistía. Le sujeté las piernas y mientras ella me pegaba y me agarraba de los pelos y me puteaba, le olí la bombacha, se la toqué y le olí la panza, la concha. No hizo falta mucho. El tufo fuerte y denso de semen, flujo y sudor mezclados me impregnó la nariz. Era claro que se la habían cogido hacía instantes.
-Me prometiste que no ibas a volver a cogértelo… ¿Te lo cogiste?
-No. -fue tajante, pero bajó la vista. Me estaba mintiendo otra vez.
-¿Seguro?
-Sí -volvió a mentir.
Que me mintiera en la cara era lo de menos, lo terrible fue saber que mi novia ya no tendría retorno y, peor aún, estaba dispuesta a sacrificar todo en función de su libertinaje.
-¿Puedo confiar en que nunca más me vas a cornear? -le pregunté. Ella asintió con la cabeza. Ya no le importaba nada, había decidido que me iba a hacer el rey de los cornudos. Luego fue mi turno de mentir: -Está bien, por esta vez te creo…
Ella me sonrió y abrió sus brazos. Estaba tan radiante y tan hermosa, y yo estaba tan al palo…
-Vení… -me dijo amigable. -Vamos a reconciliarnos.
-Sí, pero primero…-la senté sobre el borde de la cama y me arrodillé entre sus piernas. Le corrí la tanguita ya usada. -Voy a hacerte el amor como vos te merecés…
Y le comí la concha recién cogida con unas ganas como jamás había tenido

:autor: desconocido

10 comentarios - Cortando con el Ex

siembraelamor -4
Excelente relato!!! mañana paso con mis puntos!
ren6o -1
Tremendo relato!
Cortando con el Ex
swan28 -1
Muy buen relato!
EL_PROFE25 -1
Excelente!!
Gracias por compartir
josegroso +2
buenisimo pero se tomo la leche del otro ja ja
😉
TATI2479 +1
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kramalo
muy caliente.....!!! muy bueno..
gaymorboso
Excelentisimo relato, de mis favoritos de una.
kramalo
jaja..!! recornudo y facil.....o la pendeja debe estar muy, pero muy fuerte...!!