Desde hacía mucho tiempo, mis relaciones matrimoniales con Sandra habían entrado en una rutina que inevitablemente nos llevaría a la separación. La actividad sexual iba decayendo, y lo que había sido en un comienzo muy placentero, se fue transformando casi en una obligación.
Conseguí una beca en EEUU, y nos trasladamos, muy a pesar suyo, tratando de iniciar una nueva vida alejándonos de los afectos y las amistades, pero con el objeto de rescatar nuestro matrimonio. Ella es sicóloga y con su precario inglés le resultó difícil insertarse en una comunidad desconocida y con profundas diferencias culturales, así que casi por obligación, se transformó en un ama de casa casi perfecta. Yo retornaba del trabajo cerca de las cuatro de la tarde, pero me daba cuenta que no era lo que deseaba. Estaba frustrada y deprimida.
Traté de conectarla con otras parejas de nuestra edad, sin que demostrase mucho interés, hasta que, luego de varios meses conocimos a Ronda y Charles, un matrimonio divertido y desprejuiciado con el que intimamos enseguida. Los dos eran expresivos y abordaban todos los temas con una amplitud de criterios que al principio nos chocaron pero Sandra, como buena sicóloga, lo interpretó como propio de una sociedad diferente sin la pacateria que predominaba en Latinoamérica.
Los temas sexuales eran abordados sin prejuicios y nos enteramos que practicaban el intercambio de parejas y lo disfrutaban, lo que contribuía, según ellos, a consolidar el amor y la pasión, fortaleciendo sus vínculos.
Mi curiosidad me llevó a preguntarle con quienes lo practicaban y si elegían u optaban por alguna pareja en especial, y Charles explícito, me aseguró que lo hacían siempre y cuando hubiese empatía y cierta atracción física pues debían disfrutar participando y observando el goce del otro, y agregó, "ustedes encajan perfectamente en esa descripción, y en alguna oportunidad lo comentamos con Ronda", quedé estupefacto y no hice ningún comentario.
Al regresar a casa, lo comenté con Sandra y noté que se ruborizaba pero no dijo nada. Al acostarnos la noté excitada y tuvimos una relación sexual como hacía mucho tiempo no teníamos.
Ronda, era una rubia de pelo largo muy alta y un cuerpo escultural. Poseía dos senos voluminosos, piernas torneadas y una cintura estrecha. Una hembra envidiable para cualquier hombre. A partir de la insinuación de Charles la idea de compartirla ocupó mis pensamientos.
Sandra era más baja pero tenía lo suyo. De pelo color caoba ojos pardos y un físico armonioso, poseía un par de senos firmes de pezones oscuros, que eran mi debilidad. ¿Se prestaría al intercambio? De lo que estaba seguro era que Charles la deseaba. Yo no podía saber la reacción de Sandra y la mía llegada la ocasión, pero estaba dispuesto a arriesgarme. ¿Disfrutaría al ver a Sandra penetrada por otro hombre? ¿Cuál sería mi reacción?, ¿Y la de Sandra?, eran preguntas que bullían en mi mente, pero el deseo de experimentar algo que jamás había pensado antes, era mayor y exacerbaban mi morbosidad.
Del tema no se habló, hasta que recibimos la invitación para compartir una cena con Ronda y Charles en su casa. Sandra dudó, cuando nos dijeron que iba a ser una velada íntima que podría depararnos una sorpresa y seguramente disfrutaríamos de una experiencia nueva.
Discutimos pero finalmente acordamos sumarnos al convite. "¿No nos arrepentiremos?", fue la última defensa que expresó Sandra, desviando la mirada. Sabía sin duda, lo que podían significar las palabras de esa invitación tan especial.
"No podemos desairarlos", respondí. "Pondremos nuestra mejor predisposición y seguramente gozaremos de la velada".
Llegó el día y llegamos puntualmente a la cita. Sandra estaba hermosa con un conjunto de color habano que hacía juego con sus ojos pardos y su pelo color caoba. Su maquillaje prolijo enmarcaba su rostro delicado y su sonrisa franca y sugerente insinuaba la seducción que tanto me había atraído en su tiempo. Estaba radiante y la admiré.
Ronda, alta, vestida de rojo, con la pollera corta por encima de la rodilla, dejaba ver sus magníficas piernas. Su pelo rubio suelto resaltaba su rostro sensual con hoyuelos en sus mejillas. Estaba impecable como siempre, y fue la primera en acercarse y besarme dándonos la bienvenida.
Charles, observé como la saludaba a Sandra con un beso sutil casi en la boca y ella sorprendida, le tendió la mano separándose un tanto mientras me miraba de soslayo. Le sonreí asintiendo lo que veía y estimulando el acercamiento, no me había afectado, al contrario me excitó verla besada por otro hombre.
La cena transcurrió en un clima agradable y distendido y donde la bebida comenzó a liberar nuestras inhibiciones sobre todo las de mi esposa que más locuaz que de costumbre hizo una interpretación de los tabúes a los que nos someten las religiones en desmedro del goce sexual.
Me sorprendió, y aún más a los postres cuando Charles se levantó y brindó por nuestra pareja. Sandra se acercó, lo abrazó y le estampó un beso sonoro en la boca.
"Bienvenidos a la comunidad swingers", expresó Ronda mientras me abrazaba y nos besábamos apasionadamente.
De allí en más, todo fue sensualidad y desborde. Charles desnudó a Sandra y yo la ayudé a Ronda hasta quedar sin otro atuendo que los zapatos.
Nuestras bocas se fundieron y sentí la humedad de su lengua intercambiando saliva. La coloque sobre la mesa abierta de piernas y le introduje la verga casi con desesperación. Ronda gemía de placer, y me arañaba la espalda pidiéndome más.
Sentí una queja, desde el diván y Ronda al oído me sugirió que desviase la mirada para observar lo que sucedía. Sandra inclinada sobre el respaldo con sus senos bamboleantes recibía el tributo de Charles que la cogía desde atrás. La cara de Sandra entrecerrando los ojos y gimiendo de placer despertó en mí un sentimiento profundo de generosidad al compartir a esas hembras que se deleitaban con el sexo, y nos proporcionaban un inmenso placer sin ningún egoísmo. No había celos de mi parte.
Fue una noche increíble plena de lujuria y amor compartido. Ronda conseguía con habilidad ponerme en trance una y otra vez chupando y acariciando con sabiduría mi miembro. Me excitaba y se ofrecía generosa para compartir a Sandra, con quien terminó en una relación homosexual luego de que ambas fueran enculadas por nosotros en forma alternativa.
"Querido estás celoso", me preguntó en un momento.
"Al contrario admiro tu generosidad y tu entrega", fue mi respuesta, "desde hoy nos haremos socios de la comunidad que nos ha acogido con tanto placer".
A partir de esa primera vez hemos recompuesto nuestra relación e intercambiamos parejas y gozamos de un sexo pleno que nos une aún más.
3 comentarios - Adaptándonos a una experiencia maravillosa