Asi sigue la historia, a los que no le llegaron las fotos, por favor manden de nuevo su mail por MP, asi se las envio, lo hago asi porque cuando me las saque era -18... ahora si, el relato...
Al otro día era lunes y tenía colegio. No tenía ganas de ir, me dolía todo el cuerpo, en especial esas zonas en donde Pablo había puesto toda su atención. Me levanté como pude y casi sonámbula fui. En clase tuve que sentarme de costado, me dolía terriblemente el culo, si me sentaba en forma normal enseguida empezaban a darme punzadas, así que tenía que estar disimulando para que nadie se diera cuenta. Por suerte con el correr de los días el dolor fue cediendo y todo volvió a la normalidad… o casi. Todas las noches miraba mis partes íntimas con un espejito y podía darme cuenta que nunca volverían a ser las de antes, Pablo había hecho un desastre en esa zona, aunque, claro, él no había sido el único culpable.
Durante los días posteriores a aquel domingo en el que mi vida cambió para siempre, traté de evitar cualquier encuentro con él. Deje de ir a la casa de Majo, tal como acostumbraba hasta entonces, ella me insistía para que fuera, pero yo le decía que no, que no podía o que mis viejos no me dejaban. Preocupada me preguntaba si me había pasado algo, si me había sentido mal de alguna forma, pero yo le decía que no, que era otra cosa… me daba pena no poder decirle la verdad. Pero no podía decírselo, nadie tenía que saber lo que había sucedido aquel día. Quizás si lo ignoraba, podría olvidarme de alguna forma y hacer como que nunca había pasado, pero… sí pasó, y la verdad es que no podía olvidarlo. Cada noche, en la soledad de mi cama, rememoraba esos momentos, y me mojaba, me humedecía toda, tenía que masturbarme para calmar esas ansías que me desquiciaban por completo. Sentía algo por Pablo, eso era evidente, pero si no era amor, ¿que era?
Un día me decidí, tenía que averiguar que era lo que sentía por ese hombre, comprobar si lo que me había hecho sentir era únicamente exclusividad suya, porque si bien me había roto todo lo que había que romper, también era cierto que me había hecho sentir cosas… sensaciones… emociones que ni imaginaba podían existir. ¿Acaso el sexo sería siempre así? ¿O solo el sexo con Pablo? Conocía algunas chicas que habían debutado con sus novios y para nada me contaron algo tan impresionante. Ese era el más grande interrogante que se me presentaba. De una forma u otra debía averiguar si todo eso que había sentido con Pablo podía llegar a sentirlo con otra persona o solo con él. Y la única forma de saberlo sería estando con alguien más… o sea, cogiendo con alguien más. Debía ser alguien de una edad aproximada a la de Pablo. Alguien que no conociera, preferentemente. Alguien con quién estar solo una vez… para comparar y así sacar mis propias conclusiones. Pero, ¿quién podría ser esa persona?
Esa misma semana, ya calmados los dolores de mis partes íntimas, comencé mi búsqueda. Me acuerdo que un día no fui al colegio, me hice la rata y anduve toda la mañana en la calle. Imagínense la situación, una adolescente, más bien una colegiala de… (bueno, ustedes saben bien la edad que tenía en ese momento), con uniforme de colegio privado buscando sexo en la calle.
Bien temprano me tomé un colectivo que iba repleto hacia no sé donde, pero más allá de alguna apoyada circunstancial no paso nada. Me baje cuándo comenzó a vaciarse y la oportunidad de encontrar lo que buscaba se iba diluyendo. Me puse a caminar por un barrio desconocido, algún portero de edificio que me miraba con ganas, uno que otro transeúnte, aislados bocinazos, pero tampoco nada de nada, no me animaba a ser yo la que avanzara, y me imagino que ellos tampoco querían pasar vergüenza frente a una chica que podría ser hija suya, aunque esa chica estuviera buscando, precisamente, que se la cojieran.
Finalmente volví a casa. No había tenido suerte, pero igual seguía con esa ansiedad dentro mío, aunque me parecía una locura sabía que esa era la mejor forma de comprender lo que sentía por Pablo… no podía sacármelo de la cabeza, todavía sentía en mi cuerpo su aroma, su olor, sus dedos hurgando mi concha, su lengua acariciando mi cuerpo… si no hacía algo al respecto iba a terminar enloqueciendo.
Entonces se me ocurrió algo. Fui a la computadora y me metí en mi correo de Yahoo. Entre al chat. En esa época estaba la sala de adultos que después sacaron. Había entrado alguna vez solo por curiosidad, pero esta vez sería por necesidad. Me contactaron varios pero vivían lejos, México, España, Colombia, la posibilidad de un encuentro era prácticamente imposible, y el sexo virtual que me proponían no me entusiasmaba demasiado… lo que quería era sexo real, físico, concreto… entonces alguien me saluda:
“Hola, ¿Cómo estás? ¿De donde sos?”.
¡Un argentino!, estallé de júbilo. Le respondí de inmediato ignorando olímpicamente a todos los demás.
“Soy de Balvanera”.
“Yo de Villa Luro. ¿Qué edad tenés?”.
Cuándo le dije mi edad se produjo un largo silencio: “¿Estás?”, le pregunté.
“¿En serio tenés… años?”.
“Si… ¿Por qué?”
“Es que… sos una nena”
Me reí, física y virtualmente tecleando varios jajaja en la ventana del chat.
“¿Y que estás buscando?”, me preguntó.
Dudé un momento pero finalmente decidí ser directa, frontal, lo que no había podido ser en la mañana.
“Alguien que me coja”. De nuevo un prolongado silencio, aunque esta vez esperé impaciente y ansiosa su respuesta.
“Parece que lo encontraste” me dijo.
“¿Si?”
“Si querés puedo ser yo el que te coja”.
“Me parece bien”, asentí.
Nos pasamos fotos por mail. Me dijo que tenía 35 años y que era casado, pero no tenía problema en que nos encontráramos por la mañana. Le pregunté si podía ser mañana mismo.
“Parece que estás apurada”.
“Es que estoy con ganas”, le dije, y era cierto, pero además si seguía esperando iba a terminar arrepintiéndome y necesitaba comprobar de una vez por todas eso que sentía.
Una vez que arreglamos me propuso pasarme a buscar cerca de mi casa, pero le dije que sería mejor en un lugar más lejos. Entonces arreglamos vernos en una plaza que esta en Lope de Vega y Elpidio González. No conocía mucho la zona, pero me parecía bien, era lo suficientemente lejos de mi casa como para que nadie conocido me viera. Otra vez me hice la rata, así que fui a la cita con el uniforme del colegio y la mochila al hombro. Ya a la media cuadra lo vi esperándome en la esquina indicada. Alto, mucho más alto que yo, cabello entrecano, lo que delataba que tenía algunos años más de los 35 que me había declarado. Cuándo me acerque se me quedo mirándome de arriba abajo, como no pudiendo creer que fuera yo la que lo había citado por chat.
-Sos más pendeja de lo que creí- fue lo primero que me dijo.
Estuve a punto de decirle: “Y usted es mucho más viejo de lo que me dijo”, pero preferí conciliar.
-Si eso es problema me vuelvo y busco a otro, para mí es lo mismo- le dije.
-No, me encanta…- asintió con una mirada libidinosa que le desbordaba los ojos.
Me dijo hacia donde teníamos que ir y lo seguí. Por supuesto que no caminábamos demasiado juntos, para no despertar sospechas en la gente que nos veía, aunque me excitaba pensar que muchos de ellos al vernos pensaría que éramos un padre acompañando a su hija al colegio, siendo en realidad un hombre y una mujer prestos a tener sexo solo por placer. Tras un par de cuadras llegamos a una casa de dos plantas en cuya entrada un cartel anunciaba que se trataba de un estudio jurídico.
-Acá trabajo- me dijo mientras sacaba la llave de su bolsillo y abría la puerta principal –El estudio abre en un par de horas así que tenemos bastante tiempo-
Entro él primero para desactivar la alarma y luego me hizo entrar a mí. Me tomó de la mano y apretándomela fuerte me acerco a él.
-¿Es cierto lo que me dijiste que buscás?- me preguntó.
-Lo de… ¿alguien que me coja?- replique.
-Ajá-
-Para eso estoy acá, para que me cojas- asentí y enseguida agregué en un tonito por demás incitante: -¿Me vas a coger?-
-¡Uf! Te voy a dar hasta que se me acalambre la pija- me aseguró.
Me hizo reír su comentario, por lo que aprovecho ese momento de distensión para besarme en la boca, pero aunque no me resultó tan desagradable yo no estaba ahí para acaramelarme, sino para comprobar en carne propia si alguien más podía hacerme sentir lo que Pablo. Mientras él seguía besándome, metiéndome su babosa lengua bien dentro de la boca, con una mano busqué su entrepierna, pudiendo sentir a través de la tela del pantalón el fuego que allí ya comenzaba a originarse. Aquello ya pintaba bastante bien.
-¿Me la vas a chupar?- me preguntó cuándo sintió mi tacto recorriéndole el bulto.
-Si- asentí, y ahí mismo, en la inmensa sala de la recepción, me agache, me postré de rodillas ante él y empecé a desabrocharle el pantalón.
Primero el cinturón, luego el botón, y por último el cierre, para bajárselo hasta las rodillas y descubrir un incipiente abultamiento que amenazaba con romper las costuras del slip. Cuándo le baje también el slip, la verga emergió ya bien parada, parece que el juego previo le había gustado. No estaba nada mal el sujeto aquel, enseguida se la agarré con las dos manos y empecé a chupársela tal como había aprendido con Pablo, metiéndomela bien adentro de la boca, saboreándola en toda su extensión. No era demasiado larga, pero sí dura y gorda, y por los suspiros que exhalaba el tipo parecía que se lo estaba haciendo bastante bien. Desde abajo lo miraba atentamente, sin perderme ninguno de sus gestos, la forma en que cerraba los ojos y echaba la cabeza hacia atrás, entregándose por completo a los designios de mi entusiasta boquita. Aunque se la chupaba con ganas, debo confesar que no lo disfrutaba tanto como lo había disfrutado con Pablo. No sé porque, le ponía ganas, todo mi empeño, pero aún así no le encontraba el gusto, el que sí había sentido cuándo Pablo me enterraba su verga hasta lo más profundo de mi garganta. Fue entonces que comprendí que aquello no sería lo mismo, que no podría conseguir con ese hombre lo que si había conseguido con Pablo. Pero, ¿Qué iba a hacer? No podía simplemente irme y dejarlo así, para empezar porque él no me dejaría, solo me quedaba hacer que ese momento pasara lo más rápido posible.
Se la chupé entonces con más fuerza, ayudándome con mi mano para pajearlo y hacer que acabara, pero pronto me detuvo y ayudándome a levantarme, me llevó hacia uno de los tantos escritorios que había en el lugar. Me sentó sobre el mismo, y desnudándome rápidamente de la cintura para abajo, tirando mi falda tableada y mi bombachita en el suelo, me abrió las piernas y colocándose entre ellas me chupó la concha con una voracidad impactante. Eso provocó que me estremeciera, hay que ser de fierro para no sentir una chupada de esas, me mojé un poco debo reconocer, ya que el tipo usaba bastante bien los labios y la lengua. Y encima comenzó a meterme los dedos, lo cual provocó que casi de inmediato tuviera mi primer orgasmo, momento de confusión que él supo aprovechar para ponerse un preservativo y penetrarme. Pablo en ningún momento había hecho eso, digo, lo de ponerse forro, me cogió a pija pelada, lo que, en cierta forma, resultaba diferente. Mil veces prefería a como me había cogido Pablo, el tipo este se movía en una forma desincronizada, sin ritmo, casi sin gracia, definitivamente no me gustaba, no me proporcionaba placer alguno, más bien me resultaba incómodo, algún jadeo me arrancaba, pero eran jadeos de dolor, de malestar, y no de satisfacción. Pero ahí estaba, dejándome coger por un desconocido, por un hombre que me llevaba casi 20 años de diferencia. Pero entonces, pasó lo que tanto había anhelado en su momento: acabó… si, tras unas cuantas penetraciones, comenzó a resoplar cada vez más fuerte y dejándomela bien clavada adentro, acabó, no llegó a durar ni la ínfima parte de lo que había durado Pablo, ahora fui yo la que aprovechó su momento de debilidad, y apartándolo de mí, me bajé del escritorio, me puse la bombacha, la pollera, y mientras él se sentaba en una silla para seguir disfrutando de su orgasmo, enfilé hacia la puerta. Lo último que pude ver fue la punta del preservativo completamente llena de semen, cerré la puerta de la oficina y comencé a caminar prácticamente sin rumbo, me había hecho la rata del colegio, así que todavía no podía volver a casa, aunque me moría por ir y enjuagarme bien la concha y todo lo que aquel sujeto me había tocado, una sensación de asco, de repugnancia me invadió después de haber huido de aquel sujeto, algo que en ningún momento había sentido con Pablo… y entonces lo supe, eso que había sentido con él, quizás no volvería a sentirlo con nadie más. ¿Sería realmente así? ¿Estaba condenada a no volver a disfrutar de tales placeres? ¿Mi encuentro con Pablo había marcado mi techo en lo que al sexo se refiere? ¿O había sido así porque fue mi primera vez? Solo había una manera de resolver estos interrogantes y aclarar todas mis dudas, y era… volviendo a estar con Pablo.
Al otro día era lunes y tenía colegio. No tenía ganas de ir, me dolía todo el cuerpo, en especial esas zonas en donde Pablo había puesto toda su atención. Me levanté como pude y casi sonámbula fui. En clase tuve que sentarme de costado, me dolía terriblemente el culo, si me sentaba en forma normal enseguida empezaban a darme punzadas, así que tenía que estar disimulando para que nadie se diera cuenta. Por suerte con el correr de los días el dolor fue cediendo y todo volvió a la normalidad… o casi. Todas las noches miraba mis partes íntimas con un espejito y podía darme cuenta que nunca volverían a ser las de antes, Pablo había hecho un desastre en esa zona, aunque, claro, él no había sido el único culpable.
Durante los días posteriores a aquel domingo en el que mi vida cambió para siempre, traté de evitar cualquier encuentro con él. Deje de ir a la casa de Majo, tal como acostumbraba hasta entonces, ella me insistía para que fuera, pero yo le decía que no, que no podía o que mis viejos no me dejaban. Preocupada me preguntaba si me había pasado algo, si me había sentido mal de alguna forma, pero yo le decía que no, que era otra cosa… me daba pena no poder decirle la verdad. Pero no podía decírselo, nadie tenía que saber lo que había sucedido aquel día. Quizás si lo ignoraba, podría olvidarme de alguna forma y hacer como que nunca había pasado, pero… sí pasó, y la verdad es que no podía olvidarlo. Cada noche, en la soledad de mi cama, rememoraba esos momentos, y me mojaba, me humedecía toda, tenía que masturbarme para calmar esas ansías que me desquiciaban por completo. Sentía algo por Pablo, eso era evidente, pero si no era amor, ¿que era?
Un día me decidí, tenía que averiguar que era lo que sentía por ese hombre, comprobar si lo que me había hecho sentir era únicamente exclusividad suya, porque si bien me había roto todo lo que había que romper, también era cierto que me había hecho sentir cosas… sensaciones… emociones que ni imaginaba podían existir. ¿Acaso el sexo sería siempre así? ¿O solo el sexo con Pablo? Conocía algunas chicas que habían debutado con sus novios y para nada me contaron algo tan impresionante. Ese era el más grande interrogante que se me presentaba. De una forma u otra debía averiguar si todo eso que había sentido con Pablo podía llegar a sentirlo con otra persona o solo con él. Y la única forma de saberlo sería estando con alguien más… o sea, cogiendo con alguien más. Debía ser alguien de una edad aproximada a la de Pablo. Alguien que no conociera, preferentemente. Alguien con quién estar solo una vez… para comparar y así sacar mis propias conclusiones. Pero, ¿quién podría ser esa persona?
Esa misma semana, ya calmados los dolores de mis partes íntimas, comencé mi búsqueda. Me acuerdo que un día no fui al colegio, me hice la rata y anduve toda la mañana en la calle. Imagínense la situación, una adolescente, más bien una colegiala de… (bueno, ustedes saben bien la edad que tenía en ese momento), con uniforme de colegio privado buscando sexo en la calle.
Bien temprano me tomé un colectivo que iba repleto hacia no sé donde, pero más allá de alguna apoyada circunstancial no paso nada. Me baje cuándo comenzó a vaciarse y la oportunidad de encontrar lo que buscaba se iba diluyendo. Me puse a caminar por un barrio desconocido, algún portero de edificio que me miraba con ganas, uno que otro transeúnte, aislados bocinazos, pero tampoco nada de nada, no me animaba a ser yo la que avanzara, y me imagino que ellos tampoco querían pasar vergüenza frente a una chica que podría ser hija suya, aunque esa chica estuviera buscando, precisamente, que se la cojieran.
Finalmente volví a casa. No había tenido suerte, pero igual seguía con esa ansiedad dentro mío, aunque me parecía una locura sabía que esa era la mejor forma de comprender lo que sentía por Pablo… no podía sacármelo de la cabeza, todavía sentía en mi cuerpo su aroma, su olor, sus dedos hurgando mi concha, su lengua acariciando mi cuerpo… si no hacía algo al respecto iba a terminar enloqueciendo.
Entonces se me ocurrió algo. Fui a la computadora y me metí en mi correo de Yahoo. Entre al chat. En esa época estaba la sala de adultos que después sacaron. Había entrado alguna vez solo por curiosidad, pero esta vez sería por necesidad. Me contactaron varios pero vivían lejos, México, España, Colombia, la posibilidad de un encuentro era prácticamente imposible, y el sexo virtual que me proponían no me entusiasmaba demasiado… lo que quería era sexo real, físico, concreto… entonces alguien me saluda:
“Hola, ¿Cómo estás? ¿De donde sos?”.
¡Un argentino!, estallé de júbilo. Le respondí de inmediato ignorando olímpicamente a todos los demás.
“Soy de Balvanera”.
“Yo de Villa Luro. ¿Qué edad tenés?”.
Cuándo le dije mi edad se produjo un largo silencio: “¿Estás?”, le pregunté.
“¿En serio tenés… años?”.
“Si… ¿Por qué?”
“Es que… sos una nena”
Me reí, física y virtualmente tecleando varios jajaja en la ventana del chat.
“¿Y que estás buscando?”, me preguntó.
Dudé un momento pero finalmente decidí ser directa, frontal, lo que no había podido ser en la mañana.
“Alguien que me coja”. De nuevo un prolongado silencio, aunque esta vez esperé impaciente y ansiosa su respuesta.
“Parece que lo encontraste” me dijo.
“¿Si?”
“Si querés puedo ser yo el que te coja”.
“Me parece bien”, asentí.
Nos pasamos fotos por mail. Me dijo que tenía 35 años y que era casado, pero no tenía problema en que nos encontráramos por la mañana. Le pregunté si podía ser mañana mismo.
“Parece que estás apurada”.
“Es que estoy con ganas”, le dije, y era cierto, pero además si seguía esperando iba a terminar arrepintiéndome y necesitaba comprobar de una vez por todas eso que sentía.
Una vez que arreglamos me propuso pasarme a buscar cerca de mi casa, pero le dije que sería mejor en un lugar más lejos. Entonces arreglamos vernos en una plaza que esta en Lope de Vega y Elpidio González. No conocía mucho la zona, pero me parecía bien, era lo suficientemente lejos de mi casa como para que nadie conocido me viera. Otra vez me hice la rata, así que fui a la cita con el uniforme del colegio y la mochila al hombro. Ya a la media cuadra lo vi esperándome en la esquina indicada. Alto, mucho más alto que yo, cabello entrecano, lo que delataba que tenía algunos años más de los 35 que me había declarado. Cuándo me acerque se me quedo mirándome de arriba abajo, como no pudiendo creer que fuera yo la que lo había citado por chat.
-Sos más pendeja de lo que creí- fue lo primero que me dijo.
Estuve a punto de decirle: “Y usted es mucho más viejo de lo que me dijo”, pero preferí conciliar.
-Si eso es problema me vuelvo y busco a otro, para mí es lo mismo- le dije.
-No, me encanta…- asintió con una mirada libidinosa que le desbordaba los ojos.
Me dijo hacia donde teníamos que ir y lo seguí. Por supuesto que no caminábamos demasiado juntos, para no despertar sospechas en la gente que nos veía, aunque me excitaba pensar que muchos de ellos al vernos pensaría que éramos un padre acompañando a su hija al colegio, siendo en realidad un hombre y una mujer prestos a tener sexo solo por placer. Tras un par de cuadras llegamos a una casa de dos plantas en cuya entrada un cartel anunciaba que se trataba de un estudio jurídico.
-Acá trabajo- me dijo mientras sacaba la llave de su bolsillo y abría la puerta principal –El estudio abre en un par de horas así que tenemos bastante tiempo-
Entro él primero para desactivar la alarma y luego me hizo entrar a mí. Me tomó de la mano y apretándomela fuerte me acerco a él.
-¿Es cierto lo que me dijiste que buscás?- me preguntó.
-Lo de… ¿alguien que me coja?- replique.
-Ajá-
-Para eso estoy acá, para que me cojas- asentí y enseguida agregué en un tonito por demás incitante: -¿Me vas a coger?-
-¡Uf! Te voy a dar hasta que se me acalambre la pija- me aseguró.
Me hizo reír su comentario, por lo que aprovecho ese momento de distensión para besarme en la boca, pero aunque no me resultó tan desagradable yo no estaba ahí para acaramelarme, sino para comprobar en carne propia si alguien más podía hacerme sentir lo que Pablo. Mientras él seguía besándome, metiéndome su babosa lengua bien dentro de la boca, con una mano busqué su entrepierna, pudiendo sentir a través de la tela del pantalón el fuego que allí ya comenzaba a originarse. Aquello ya pintaba bastante bien.
-¿Me la vas a chupar?- me preguntó cuándo sintió mi tacto recorriéndole el bulto.
-Si- asentí, y ahí mismo, en la inmensa sala de la recepción, me agache, me postré de rodillas ante él y empecé a desabrocharle el pantalón.
Primero el cinturón, luego el botón, y por último el cierre, para bajárselo hasta las rodillas y descubrir un incipiente abultamiento que amenazaba con romper las costuras del slip. Cuándo le baje también el slip, la verga emergió ya bien parada, parece que el juego previo le había gustado. No estaba nada mal el sujeto aquel, enseguida se la agarré con las dos manos y empecé a chupársela tal como había aprendido con Pablo, metiéndomela bien adentro de la boca, saboreándola en toda su extensión. No era demasiado larga, pero sí dura y gorda, y por los suspiros que exhalaba el tipo parecía que se lo estaba haciendo bastante bien. Desde abajo lo miraba atentamente, sin perderme ninguno de sus gestos, la forma en que cerraba los ojos y echaba la cabeza hacia atrás, entregándose por completo a los designios de mi entusiasta boquita. Aunque se la chupaba con ganas, debo confesar que no lo disfrutaba tanto como lo había disfrutado con Pablo. No sé porque, le ponía ganas, todo mi empeño, pero aún así no le encontraba el gusto, el que sí había sentido cuándo Pablo me enterraba su verga hasta lo más profundo de mi garganta. Fue entonces que comprendí que aquello no sería lo mismo, que no podría conseguir con ese hombre lo que si había conseguido con Pablo. Pero, ¿Qué iba a hacer? No podía simplemente irme y dejarlo así, para empezar porque él no me dejaría, solo me quedaba hacer que ese momento pasara lo más rápido posible.
Se la chupé entonces con más fuerza, ayudándome con mi mano para pajearlo y hacer que acabara, pero pronto me detuvo y ayudándome a levantarme, me llevó hacia uno de los tantos escritorios que había en el lugar. Me sentó sobre el mismo, y desnudándome rápidamente de la cintura para abajo, tirando mi falda tableada y mi bombachita en el suelo, me abrió las piernas y colocándose entre ellas me chupó la concha con una voracidad impactante. Eso provocó que me estremeciera, hay que ser de fierro para no sentir una chupada de esas, me mojé un poco debo reconocer, ya que el tipo usaba bastante bien los labios y la lengua. Y encima comenzó a meterme los dedos, lo cual provocó que casi de inmediato tuviera mi primer orgasmo, momento de confusión que él supo aprovechar para ponerse un preservativo y penetrarme. Pablo en ningún momento había hecho eso, digo, lo de ponerse forro, me cogió a pija pelada, lo que, en cierta forma, resultaba diferente. Mil veces prefería a como me había cogido Pablo, el tipo este se movía en una forma desincronizada, sin ritmo, casi sin gracia, definitivamente no me gustaba, no me proporcionaba placer alguno, más bien me resultaba incómodo, algún jadeo me arrancaba, pero eran jadeos de dolor, de malestar, y no de satisfacción. Pero ahí estaba, dejándome coger por un desconocido, por un hombre que me llevaba casi 20 años de diferencia. Pero entonces, pasó lo que tanto había anhelado en su momento: acabó… si, tras unas cuantas penetraciones, comenzó a resoplar cada vez más fuerte y dejándomela bien clavada adentro, acabó, no llegó a durar ni la ínfima parte de lo que había durado Pablo, ahora fui yo la que aprovechó su momento de debilidad, y apartándolo de mí, me bajé del escritorio, me puse la bombacha, la pollera, y mientras él se sentaba en una silla para seguir disfrutando de su orgasmo, enfilé hacia la puerta. Lo último que pude ver fue la punta del preservativo completamente llena de semen, cerré la puerta de la oficina y comencé a caminar prácticamente sin rumbo, me había hecho la rata del colegio, así que todavía no podía volver a casa, aunque me moría por ir y enjuagarme bien la concha y todo lo que aquel sujeto me había tocado, una sensación de asco, de repugnancia me invadió después de haber huido de aquel sujeto, algo que en ningún momento había sentido con Pablo… y entonces lo supe, eso que había sentido con él, quizás no volvería a sentirlo con nadie más. ¿Sería realmente así? ¿Estaba condenada a no volver a disfrutar de tales placeres? ¿Mi encuentro con Pablo había marcado mi techo en lo que al sexo se refiere? ¿O había sido así porque fue mi primera vez? Solo había una manera de resolver estos interrogantes y aclarar todas mis dudas, y era… volviendo a estar con Pablo.
10 comentarios - Esposa de uno, amante de otro ( 3 )
espero mas!
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Muy caliente!
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