La secretaria del dentista
Algunas cosas pasan por azar. Otras son forzadas. En esta historia, el azar y la voluntad se combinaron para que tenga una experiencia que seria inolvidable para mí y para mi acompañante.
No soy un tipo desagradable, para nada. Soy joven, instruido y me preocupo por mi imagen (demasiado según mis compañeros de trabajo). Tengo un par de kilos de más, lo admito, pero con el entrenamiento del gimnasio los disimulo como masa muscular, por lo que se podría decir que tendría todo para tener una vida sexual más que interesante.
Sin embargo, mi talón de Aquiles son las mujeres. Y no es que no me gusten las mujeres, todo lo contrario me encanta. Creo que no existen mujeres feas, solo mujeres haraganas. Mi problema es que me cuesta relacionarme con las mujeres, dar el primer paso. Me preocupa demasiado el quedar como un idiota frente a ellas. Tendría que ser un poco más “caradura”.
Debido a mí timidez (si se le quiere poner un adjetivo) es que llegué a esta página de encuentros. La idea es bastante simple: subir una foto, la otra persona elige si te desea conocer o no y si hay química se llega a un encuentro mas intimo. En esta pagina la había conocido a ella, su nombre (decía ser) Mariana.
Mariana era una mujer más grande que yo (no mucho, apenas 10 años) y que físicamente estaba muy bien para la edad que decía tener. Sabía que estaba soltera, que trabajaba solo por la tarde como secretaria en un consultorio odontológico en la zona de la vieja terminal y que a pesar de frecuentar bastante seguido esa pagina no le gustaba encontrarse con las personas con las que se relacionaba. Tenía su MSN, por lo que chateábamos bastante seguido. Sin embargo, nunca había podido tener un encuentro con ella.
Aquí es donde el azar entra en esta historia: Un compañero de trabajo había iniciado un tratamiento de ortodoncia y siempre nos hablaba de lo bien que estaban la dentista y su secretaria.
Un día, por esas cosas de la vida le pregunté a mi compañero por el lugar al que iba, ya que estaba interesado en hacerme un tratamiento para mejorar mi boca. Grande fue mi sorpresa cuando me respondió: “Queda en la zona de la vieja terminal, pero atienden solamente de tarde”. Una coincidencia, pensé. Cuando consulté por el nombre de la secretaria para poder pedir un turno la respuesta de mi amigo convirtió la coincidencia en certeza: “Se llama Mariana. Es una morocha muy bonita de cara y con un tremendo cuerpo”. Esas 3 palabras de mi amigo quedaron haciendo eco dentro de mi cabeza “Se llama Mariana”.
Sin dudarlo agarré el teléfono y pedí un turno. Medio haciéndome el zonzo, medio a propósito dije “Es la primera vez que voy, por quien tengo que preguntar”.
“Preguntá por Mariana, la secretaria” me respondió la voz del otro lado del teléfono.
Anoté el turno en la agenda de mi celular, y como alerta en lugar de dentista puse “Mariana”. Sabia que esa noche, sea como sea Mariana iba a terminar conmigo.
Tenía todo planeado. Llegué mas temprano de la hora del turno, ya que como era la primera vez tenían que hacerme la ficha correspondiente. Di todos mis datos reales, sabiendo que en el futuro iban a ser importantes.
Una vez terminado el trámite y abonada la consulta correspondiente, me senté a esperar mi turno. Tenían 2 personas adelante, más la que estaba adentro del consultorio. Tomé mi celular e inicie la aplicación de Messenger para ver si Mariana estaba conectada.
Al verla online inicie la conversación con un “Hola, ¿como estas?”.
“Bien, acá en el consultorio”.
“¿Tenes para mucho mas?” le pregunté.
“No, solamente 3 pacientes mas 1 que está adentro”. Respondió.
“Que suerte”, le dije.
Por momentos era graciosa la situación. Verla chateando con su computadora sin que se imagine que yo estaba ahí, a escasos metros de ella. Ansioso, expectante, esperando el momento indicado para decirle que estaba ahí.
“Hace calor, ¿no?” le pregunté como para darle un indicio.
“Si, por suerte me vine con ropa livianita. Abajo del delantal tengo una musculosa blanca…”
“… Y un pantalón de vestir negro que te queda hermoso” la interrumpí antes de que termine de tipear.
Allí ella se asomó por detrás del monitor y me miró fijo. Yo le devolví la mirada con un guiño y seguí chateando con mi celular.
“Si, es lo que te imaginas. Estoy acá. Saludá” le escribí.
Ella se rió, un poco nerviosa por la situación y otro porque presagiaba lo que venia.
“Bueno, supongo que no tenes mas excusas. ¿Vamos a tomar algo a la salida’”. Ataqué, sabiendo que me tiraba a una pileta que no sabía si tenia agua o no.
La respuesta de ella: se desconectó.
Durante toda la espera lo único que hizo fue ojear una revista vieja de esas de chimentos, hasta que por fin me tocó pasar. La consulta fue bastante rápida, ya que yo iba con una idea de lo que quería (y no era precisamente lo que me podía ofrecer la dentista). Cuando salí, la dentista le dijo a Mariana que me diera un turno para la semana próxima así empezábamos con el tratamiento.
Mariana me ubicó un turno dentro de la agenda y me lo dio anotado en un papel. Coloqué el papel en el bolsillo de mi pantalón y me retiré entre amargado y avergonzado. Amargado porque no había podido obtener lo que había ido a buscar, y avergonzado porque me había expuesto por nada.
Llegué a mi departamento y busqué en mi bolsillo el papelito con el turno para agendarlo. La verdad es que ni si quiera estaba interesado en volver a ese lugar, ya que mi intención principal no era el tratamiento. Cuando miro el papel, decía lo siguiente:
“Sos un desubicado y un atrevido.
Te espero en mi depto. A las 22 hs.” Mariana
Del otro lado del papel, la dirección
Tenía tiempo, así que me preparé para lo que seria una noche intensa. Como era antes del tope horario para la venta de alcohol, salí hacia la vinoteca que estaba cerca de mi casa y compré un buen vino para que disfrutemos juntos.
De vuelta en mi departamento me afeité, me bañé, me perfumé y me puse a esperar que sea la hora.
21:50 salí para el departamento de Mariana. No quedaba tan lejos del mio, así que fui caminando. La caminata me ayudó a despejar la mente, ya que no quería maquinarme demasiado. En el mejor de los casos era su casa, pero ¿y si no? ¿Si llegaba y no había nadie? Peor aun, ¿Si llegaba y estaban esperándome para ser victima de algún delito?
“El que no arriesga, no gana” me dije. Y aceleré el paso.
Cuando llego, toqué el portero eléctrico.
“¿Si, quien es?” Me dijo una voz femenina.
“Soy yo” Le respondí.
“Adelante” Me dijeron. Y abrieron la puerta.
Subí por el ascensor y llegué al piso. Me dirigí hacia la puerta y toqué timbre.
“Pasa, esta abierto” me gritaron desde adentro.
Pasé y cerré la puerta. Le puse el seguro, ya que no veía las llaves.
“¿Dónde estas?” Pregunté desconcertado. Estaba todo iluminado con una luz tenue (buena señal).
“Acá al fondo en la habitación, pasó” Escuché
Dejé el vino sobre la mesa, mi campera sobre el perchero, los zapatos a un costado y me dirigí hacia la habitación. A esa altura mi corazón latía a 180 pulsaciones por minuto, la boca se me había secado y mis manos estaban sudorosas. La sola idea de encontrarme con semejante mujer me ponía mas nervioso de lo que de costumbre me ponía con cualquier mujer. Si bien ya la conocía, no la conocía.
Cuando entré a la habitación encontré una escena sacada de mis sueños: Sobre la cama de 2 plazas estaba ella acostaba boca abajo y con sus piernas levantadas. Solo tenia puesta la musculosa blanca y una tanga muy pequeña de leopardo que se perdía dentro de su cola.
“Sos un desubicado y un atrevido” Me dijo, repitiendo lo que decía el papel que me había dado en el consultorio.
“Y eso me calienta un montón” Completó, mirándome fijamente y moviendo las piernas de un lado a otro.
Cuando terminé eso, yo solo atiné a sentarme en la punta de la cama. Mirándonos fijamente nos fuimos acercando hasta que nos dimos un beso muy largo y profundo. Nuestras lenguas estuvieron entrelazándose durante minutos.
A medida que nos besábamos, me fue desabrochando la camisa para luego quitármela y solo quedar con mi pantalón de jean puesto. Nos detuvimos un instante para recuperar la respiración. Cuando intenté besarla nuevamente, ella me empujó por el pecho y yo caí sobre la cabecera de la cama.
Se acercó hacia mí gateando sobre la cama y comenzó a besarme por el cuello. Bajó por mi pecho, mis abdominales y ahí se detuvo. Me desabrochó el cinturón, abrió mis pantalones, bajó mi bóxer y comenzó a besarme alrededor de mi pene. De vez en cuando se detenía y me miraba fijamente, como preguntándome si quería que me la chupe.
Confieso que fue una situación que nunca había vivido. Parecía que conocía todos los secretos para hacer gozar a un hombre. Me estaba haciendo todo y la vez nada, y lo peor es que parecía disfrutar de esa situación de tener ella el control.
Ella continúo con sus besos alrededor del pene, en las piernas y los abdominales. Hasta que finalmente sujeté su cabeza con mi mano derecha por su nuca, la incline hacia arriba para mirarla a los ojos y le dije “Quiero que me la chupes”.
Allí ella comenzó a hacerme un oral como no me habían echo nunca. Primero pasó su lengua a lo largo de mi pene, desde la cabeza hasta los testículos. Lugo comenzó a lamer mi escroto, para luego succionar cada uno de mis testículos. Juro que pensé que me los arrancaba, por la fuerza que hacia. En ese momento mi pene se puso completamente erecto y comenzó a hacer lo suyo.
La introducía hasta el fondo de su boca, la mantenía allí unos segundos y luego la sacaba. Le pasaba la lengua de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba. De vez en cuando utilizaba sus manos para pajearme
“¿Me vas a dar la lechita?” Preguntaba con voz de bebota
“Si, toda te la voy a dar. Pero ahora no” Le respondía yo.
“¿Ah, no?” Dijo ella y dejó de hacer lo que estaba haciendo
En ese instante, la tome por la cintura y la puse en la posición en la que estaba yo.
“Ahora me toca a mi” le dije, y comencé con lo mio.
La bese en el cuello, cerca de su oreja y fui bajando hasta su pecho. Ahí tome sus senos. Esos senos hermosos que tenía. Si bien no eran muy grandes, eran firmes y tenían el tamaño perfecto para entrar en mi boca. Mientras besaba uno, el otro lo masajeaba con mi otra mano. Los besaba, los chupaba y le daba pequeños mordiscos en los pezones. Esos pezones parecían dos cerezas, bien rosaditos y duritos.
Cuando termine con sus tetas, Mariana estaba tan excitada y gozando tanto que ni prestó atención a los chupones y las mordidas que le había dado. Sus senos estaban colorados en hinchados, y seguramente tardarían un par de días en desinflamarse. Lejos de disculparme por esa situación, seguí con el camino del placer por su cuerpo hasta finalizar en su vagina.
Baje dando pequeños besos, como si fueran saltos hasta llegar a su vagina. Esa vagina pequeña y rosada, mojada por la acción que estábamos teniendo. Tenían un dulce aroma que me hacia desearla mas todavía, como si lo único que quisiera hacer durante el resto de la noche era besarla ahí y no sacar mi cabeza para nada mas que eso.
Comencé hacerle sexo oral. Primero fueron solo besos, que rápidamente se convirtieron en lengüetazos desesperados. Introduje 1, 2 y hasta 3 dedos ahí mientras Mariana se retorcía de placer. Solo me detenía unos instantes para ver como por detrás de sus senos giraba su cabeza para todos lados mientras con sus manos me empujaba hacia su cuerpo como intentando que la penetrase mas con mi lengua. Cuando Mariana ya había tenido un par de orgasmos y sus piernas estaban tan débiles que no podía moverlas fue cuando comencé a penetrarla.
Debo confesar que mi pene ya estaba duro como roca y ya hasta tenia liquido seminal, por lo que acabaría en cuanto nuestros órganos tuvieran el primer contacto. Para evitar ello no la penetre rápidamente, sino que me dediqué a jugar con ella.
Ella se encontraba acostada boca arriba en la mitad de la cama, con las piernas extendidas y tocando el suelo con ellas. Yo me paré y coloqué mi pene contra su vagina, suavemente sin penetrarla. Me frotaba contra ella, quien solo respondía con gemidos y secreciones que mojaban todo mi pene hasta llegar a mis testículos. Me quedé un rato haciendo ese juego, que parecía agradarle y por momentos la dejaba al borde del orgasmo. De vez en cuando me detenía para acercarme a su boca y darle profundos y largos besos de lengua, los cuales ella aprovechaba para aferrarse a mí y descansar un poco entre tanta pasión.
Luego de un rato así, y una vez que su vagina ya estaba bien lubricada por sus propios jugos y mis líquidos la penetré suavemente.
Lo hicimos de diferentes posiciones, y en una lo disfrutamos más que la otra. Comencé con un misionero, ya que por la posición en la que estaba era lo mas fácil y rápido para no cambiar el clímax que estábamos teniendo. La penetraba suave pero profundamente, al punto de que sus flujos llegaban directamente a mis estímulos. Mientras la besaba en su boca y cuello, mis manos extendidas apretaban sus muñecas contra la cabecera de la cama. Ahí tuvo un orgasmo más intenso y largo que los otros dos. Lo sé porque si bien no acabó mucho, sus piernas se cerraron como una trampa dejándome inmóvil, mientras con sus brazos me empujaba contra su cuerpo y rasguñaba mi espalda.
Nos tomamos un breve respiro los dos y continuamos con lo nuestro. Giré sobre su espalda y quedamos en posición de cucharita. Ahí tomé su mano y la dirigí hacia mi pene para que comience a estimularme. No tardó mucho, ya que estábamos muy excitados nos deseábamos demasiado.
Esta vez iba a ser mas intenso que la anterior. Con mi pene duro, me acerqué a Mariana y le dije al oído “Quiero algo distinto con vos”. Ella sabía a que me refería.
Me refería a su cola. Era perfecta. Si bien no era como la de las revistas, que sea pequeña y flaquita me hacia desearla mucho mas. “Bueno, pero tené cuidado. No me hagas doler”.
Tome mi pene con mi mano y como si fuera un pincel comencé a dirigir todos sus jugos hasta su ano así tenia una buena lubricación. Mariana se estiro sobre la mesa de luz y del cajón saco un potecito vaselina para que lo use. Con mucho cuidado la puse en posición de perrito y seguí con mi trabajo de preparación.
En esa posición era más fácil. Separé sus nalgas y le di un par lamidas alrededor de su ano procurando dejar la mayor cantidad de saliva posible. Luego de a poco fui introduciendo mis dedos para lograr una mayor dilatación y evitar que a Mariana le doliera. Unte mi mano derecha en vaselina y comencé a introducir los dedos. Primero mi dedo meñique, de a poquito y hasta el fondo para luego moverlo en círculos. Seguí con mi dedo índice, haciendo lo mismo. Con este me costó un poco más, y en la mitad tuve que detenerme porque Mariana sintió un dolor.
“¿Te duele? ¿Querés que pare?”. Le dije
“No, esta bien. Seguí” Me respondió con su vos entrecortada por el cansancio y los nervios.
Introduje el dedo hasta el fondo y volví a hacer los mismos movimientos que antes, pero esta vez un poco mas intensos. Ya su ano estaba mas relajado y estaba listo para ser penetrado, pero como no quería mostrarme muy apurado (estaba desesperado por hacerlo) volví a utilizar mi mano.
Esta vez use mis dedos índices y medio. Los volví a untar con vaselina y comencé a introducirlos lentamente. Primero introduce la yema del dedo medio e hice unos pequeños movimientos circulares. Luego fue el dedo medio y ahí los seguí introduciendo hasta el fondo. Los mantuve unos instantes en esa posición, mientras con la otra mano acariciaba la espalda y el pelo de Mariana. Sus muslos ya estaban más relajados, por lo que pude retirarlos con facilidad. Apoye mi pene sobre su vagina, estaba caliente y húmeda y mojé la cabeza con sus jugos. Luego le unte un poco de vaselina y comencé a penetrar esa cola que tantas veces había deseado.
Primero apoye la cabeza sobre su ano. Hice un par de movimientos circulares tal como había hecho con la lengua y comencé a penetrarla muy lentamente. A medida que lo iba a haciendo, Mariana se agarraba de las sabanas (que a esta altura estaban todas húmedas productos de los juegos, el semen, la transpiración y la vaselina) y lanzaba pequeños gemidos, mezcla de dolor y placer. Cuando por fin introduje mi pene completamente, acerque le susurre al oído si estaba bien. Entre exhalaciones me dijo que si, que estaba bien.
Ahí se relajo completamente y pude comenzar con las penetraciones. Primero fueron suaves, una y otra vez lentamente para que se relaje y ella también lo disfrute. Luego comencé a hacerlas mas frecuentes y profundas, y sus gemidos de placer comenzaron a hacerse cada vez más fuertes. Los líquidos de su vagina eran cada vez más y se deslizaban por sus muslos hasta llegar a las sabanas. Ella estaba teniendo un orgasmo como nunca antes y yo haciendo el mejor sexo anal de mi vida con una mujer que era una completa desconocida pero que a la vez sentía como si lo hubiéramos echo toda la vida.
Cuando por fin estaba por acabar, tome su cintura fuertemente y tuve 2, 3, 4 penetraciones muy profundas hasta que por fin lance todo mi semen dentro de su ano. En ese momento ella se desplomo sobre la cama y yo encima de ella. Mi pene permaneció introducido hasta que volvió a su tamaño normal y lo retiré. Cuando lo retiré, unas pequeñas gotas de semen salieron de su cola y desplazaron a través de sus nalgas para finalizar en su vagina.
Ahí estábamos los 2, exhaustos en la cama durmiendo luego de una noche de sexo que difícilmente olvidaríamos. Dormimos durante varias horas hasta la mañana siguiente. Alrededor de las 7 me levante, me dirigí al baño y me duche para irme a trabajar. Me acerqué a Mariana para despedirme de ella.
Estaba en la misma posición en la que nos habíamos dormidos, con su cuerpo lleno de semen y sus fluidos. La cubrí con una sabana que saqué de su placard para que no sienta frio y me despedí. Estaba dormida tan profundamente que sabia que no me había escuchado, pero no me importaba. Había logrado mi objetivo de estar con esa mujer que tanto había deseado.
A partir de ese día, cada seis meses sin excepción voy al dentista 😉
7 comentarios - La secretaria del dentista
Abrazo.
Muy buen relato campeón!!!!!!
Gracias por los puntos capo, esperemos que sean los primeros de muchos.