NOTA: Por desgracia esto es ficción. tome unicamente como base a mi imaginación y a una persona muy especial para mí. A la que va dedicado este corto relato. Espero que guste.
Esa tarde era mía. El silencio de una habitación que parecía estar vacía, se rompía levemente en mi cabeza con el suave y permanente rozar de nuestros labios. Esa fué la tarde en la que aprendí a vivir...
Abrazados, besándonos encima de la cama y sólo vistos por un dulce amanecer rojo que filtrado por una gran cristalera, nos iluminaba. Permanecimos lo que pareció sólo un pequeño instante de mi vida.
Los botones de mi camisa parecían desaparecer uno a uno a causa de tus suaves manos que lentamente bailaban a lo largo de mi cuerpo desprendiéndome de cada una de mis prendas. Instintivamente, comencé a hacer lo mismo mientras me seguías inocentemente con la mirada.
Como llevado por el viento, me llevé de tu pecho ese bonito sujetador blanco que con un simple pellizcar en su broche, dejaba a la vista esos grandes y dulces pechos que sólo vi en tí.
Tú fuiste la que con delicadeza hiciste desaparecer esa preciosa tanga blanca que cubría lo que parecía ser la parte más atrayente de tu cuerpo, esceptuando esos bonitos ojos marrones que mirandome, invitaban a hacer lo que uno quisiera.
Movido por el inmenso deseo de darte lo que nunca sentiste y sin dejar de mirarte, acariciaba primero lentamente esta parte tan íntima. A lo que tu me respondiste con una pequeña sonrisa malevola que sin duda daba a entender lo que tú querías. Momento en el que acerqué mi lengua rozándo suave en circulos una pequeña zona que sin duda te volvería loca. Al primer contacto reaccionaste en tensión al igual que hicistes algo más tarde cuando cambiando el movimineto de arriba hacia abajo rapidamente una y otra vez noté como inspirabas presa de la sorpresa.
Largo tiempo permanecí masajeandote, llegué a notar como casi se me agarrotaba la lengua, pero todo valia, tu lo valías...
Tocaste mi cara ordenandome con un gesto ponerme a tu altura. Cosa que hice sin dudarlo, me sentía tu esclavo. Saboreándote me besaste cuando con tu mano derecha me colocaste a las puertas de tu cuerpo. Sólo con un movimiento mío podrías haberme sentido dentro de ti. Lo sabía, y por eso seguía besandote, haciendote esperar. Sonreias, y fuiste tu la que moviendo rápidamente la cadera de abajo hacía arriba por fin me sentiste dentro.
Fué una sensación tan atrayente aquella que sin duda empecé lo que tú querias. Moviéndome de adentro hacia afuera, suave y lento, te miraba a la cara sin descanso. Ansiaba entenderte, darte lo que sólo tu quisieras. Cerrabas los ojos con una expresión de placer que me hacía sentirme sumamente excitado a cada espiración que dabas.
La tarde se convertía en noche; y así, al mismo tiempo, pasamos de la luz suave que nos daba aquel atardecer, a la visivilidad ardiende que nos proporcionaban unos candíles ya preparados para ello...
De repente, y poniendo las manos sobre mis apretados glúteos me ayudabas e incitabas a agilizar el ritmo. Poco aguanté en esa posición por lo que exploté vertiéndome encima de aquello que se ponia por delante. Te miré, te miré con cara de preocupación, pero por poco tiempo. Sabía exactamente lo que querías, y yo estaba ahi.
Después de limpiarme un poco me coloqué justo detrás tuyo, los dos permanecíamos tumbados en la cama, yo te abrazaba mientras que besándote el cuello palpaba rápidamente tus ahora durísimos pezoncitos. Así, intruduje de nuevo mi aún erecto pene en tu húmeda vajina que siempre me atraía. con movimientos fuertes y rápidos decidí ayudarme de mi mano que pasó del duro pezón al pequeño botón que tan alto placer te causaba.
Masajeándo mientras te penetraba, cada vez me costaba más mantenerme así. Tus pequeños gemidos rompían en la habitación dandome más y más ganas. No tardaste mucho en explotar de placer mientras respirabas fuertemente. Todavía exausto te besé tiernamente un momento, y pasé a acurrucarte bajo mi hombro. Permanecí besándote la frente hasta darme cuenta que te quedaste dormida.
En ese momento sentía muy dentro de mí que me pertenecías y satisfecho cerré los ojos para amanecer teniendote a mi lado.
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Esa tarde era mía. El silencio de una habitación que parecía estar vacía, se rompía levemente en mi cabeza con el suave y permanente rozar de nuestros labios. Esa fué la tarde en la que aprendí a vivir...
Abrazados, besándonos encima de la cama y sólo vistos por un dulce amanecer rojo que filtrado por una gran cristalera, nos iluminaba. Permanecimos lo que pareció sólo un pequeño instante de mi vida.
Los botones de mi camisa parecían desaparecer uno a uno a causa de tus suaves manos que lentamente bailaban a lo largo de mi cuerpo desprendiéndome de cada una de mis prendas. Instintivamente, comencé a hacer lo mismo mientras me seguías inocentemente con la mirada.
Como llevado por el viento, me llevé de tu pecho ese bonito sujetador blanco que con un simple pellizcar en su broche, dejaba a la vista esos grandes y dulces pechos que sólo vi en tí.
Tú fuiste la que con delicadeza hiciste desaparecer esa preciosa tanga blanca que cubría lo que parecía ser la parte más atrayente de tu cuerpo, esceptuando esos bonitos ojos marrones que mirandome, invitaban a hacer lo que uno quisiera.
Movido por el inmenso deseo de darte lo que nunca sentiste y sin dejar de mirarte, acariciaba primero lentamente esta parte tan íntima. A lo que tu me respondiste con una pequeña sonrisa malevola que sin duda daba a entender lo que tú querías. Momento en el que acerqué mi lengua rozándo suave en circulos una pequeña zona que sin duda te volvería loca. Al primer contacto reaccionaste en tensión al igual que hicistes algo más tarde cuando cambiando el movimineto de arriba hacia abajo rapidamente una y otra vez noté como inspirabas presa de la sorpresa.
Largo tiempo permanecí masajeandote, llegué a notar como casi se me agarrotaba la lengua, pero todo valia, tu lo valías...
Tocaste mi cara ordenandome con un gesto ponerme a tu altura. Cosa que hice sin dudarlo, me sentía tu esclavo. Saboreándote me besaste cuando con tu mano derecha me colocaste a las puertas de tu cuerpo. Sólo con un movimiento mío podrías haberme sentido dentro de ti. Lo sabía, y por eso seguía besandote, haciendote esperar. Sonreias, y fuiste tu la que moviendo rápidamente la cadera de abajo hacía arriba por fin me sentiste dentro.
Fué una sensación tan atrayente aquella que sin duda empecé lo que tú querias. Moviéndome de adentro hacia afuera, suave y lento, te miraba a la cara sin descanso. Ansiaba entenderte, darte lo que sólo tu quisieras. Cerrabas los ojos con una expresión de placer que me hacía sentirme sumamente excitado a cada espiración que dabas.
La tarde se convertía en noche; y así, al mismo tiempo, pasamos de la luz suave que nos daba aquel atardecer, a la visivilidad ardiende que nos proporcionaban unos candíles ya preparados para ello...
De repente, y poniendo las manos sobre mis apretados glúteos me ayudabas e incitabas a agilizar el ritmo. Poco aguanté en esa posición por lo que exploté vertiéndome encima de aquello que se ponia por delante. Te miré, te miré con cara de preocupación, pero por poco tiempo. Sabía exactamente lo que querías, y yo estaba ahi.
Después de limpiarme un poco me coloqué justo detrás tuyo, los dos permanecíamos tumbados en la cama, yo te abrazaba mientras que besándote el cuello palpaba rápidamente tus ahora durísimos pezoncitos. Así, intruduje de nuevo mi aún erecto pene en tu húmeda vajina que siempre me atraía. con movimientos fuertes y rápidos decidí ayudarme de mi mano que pasó del duro pezón al pequeño botón que tan alto placer te causaba.
Masajeándo mientras te penetraba, cada vez me costaba más mantenerme así. Tus pequeños gemidos rompían en la habitación dandome más y más ganas. No tardaste mucho en explotar de placer mientras respirabas fuertemente. Todavía exausto te besé tiernamente un momento, y pasé a acurrucarte bajo mi hombro. Permanecí besándote la frente hasta darme cuenta que te quedaste dormida.
En ese momento sentía muy dentro de mí que me pertenecías y satisfecho cerré los ojos para amanecer teniendote a mi lado.
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0 comentarios - Fantasia al atardecer