You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

El regalo de la Diosa del amor

-¡Mmmmh, sí….! ¡¿Quién la tiene siempre caliente…?

-¡Oooooooh, usted, Presidente! ¡Usted, Presidente…!

Sí, de acuerdo, como rima es horrorosa, pestilente, y despreciable… pero todo el mundo tiene sus pequeñas manías de cama, y a Rino Ceros, Presidente de la compañía de vuelos interestelares TransGalaxtelania , el hacer y oír rimitas de ese estilo le pone burrísimo… claro que su secretaria sabe de sobra que la primera cosa en el mundo que él necesita para ponerse así, es simple y llanamente ELLA. Mientras Ceros oía el rechinar del sillón de su despacho y disfrutaba del delicioso calor que le producía el frotamiento de su secretaria, montada a caballito sobre él, aún ambos con la ropa puesta, no pudo evitar evocar el día en que se conocieron…

Ceros es un humano… de los pocos que quedan en la Galaxia tras el gran cataclismo, apenas unos centenares de miles. Después de la destrucción completa de la vieja Tierra, los supervivientes se refugiaron en planetas cercanos y bases conocidas, o huyeron a colonizar nuevos mundos. La mayoría prosperaron, y, precedidos por su reputación de seres codiciosos y sin escrúpulos, les fueron confiadas las direcciones de muchas grandes empresas o la creación de ambiciosos proyectos… El abuelo de Ceros fue uno de aquéllos. Pasó la dirección de la compañía a su hijo, y éste a su hijo… quien, al parecer, tendría que pasársela al ficus de su despacho, pues era el único ser vivo con el que había entablado una relación más o menos afectuosa. Nunca había tenido novias, ni se había casado, ni había tenido hijos, ni amoríos, ni líos de una noche, ni… ni nada.

"Hasta ahora" Se recordó a sí mismo, mientras Índiga, su secretaria, sin dejar de frotarse sobre su abultada entrepierna, empezaba a tirar lentamente de la cremallera que le cerraba el pantalón. "¡Ahora, me estoy tomando el desquitee…!"

Ceros siempre había tenido un miedo cerval a volar, lo que en el Presidente de la primera compañía de vuelos interestelares, era un severo problema… Si se corría la voz de que él, el número uno de la compañía del Gobierno del Imperio Estelar, prefería usar el teletransporte aún en los casos en que era severamente más arriesgado, la publicidad sería ciertamente desfavorable. De modo y manera que desde las altas esferas del Imperio le habían "pedido" que estrenara el vuelo inaugural desde Oligópolis (la capital del Imperio, sede de la compañía) hasta Lilium-Arcadia, una de las colonias más lejanas, prácticamente inexplorada, en la que iban a surgir nuevos asentamientos… aquello no le hizo ninguna gracia a Ceros, pero tuvo que obedecer, muy a su pesar.

"¡Y qué idiota era…!" logró pensar el Presidente, con cierta dificultad, porque tenía la cabeza entre las tetas de Índiga y su atención primaria era sobarlas y dedicarles todo tipo de atenciones secundarias. "Si hubiera sabido lo que me esperaba allí, hubiera hecho el viaje aunque fuese andando y me volvería a estrellar mil veces".





Y, sí, la nave espacial, la maravilla de la técnica, el novamás de la tecnología, la baza más fuerte de la primera compañía que llevaba casi treinta años sin tener ni una pequeña avería… encontró un inesperado campo de fuerza en la atmósfera de Lilium, la nave perdió el control, y se dirigió en picado hacia un suelo no demasiado amigable. Naturalmente, la nave iba preparada para ésta contingencia, y todo el mundo se precipitó hacia las cápsulas de salvamento. En su miedo, Ceros se encerró en la suya sin abrocharse el cinturón de seguridad, y cuando ésta llegó al terreno, el Presidente salió despedido y se pegó un buen cabezazo contra el cristal delantero primero y contra el santo suelo después. Perdió el conocimiento, y las provisiones que había en la cápsula, por efecto del mismo campo de fuerza que afectó a la nave, se echaron a perder (de hecho, el agua hizo reventar las cantimploras y la comida liofilizada echó raíces en la tierra y formó un pequeño bosque alrededor de la cápsula siniestrada). Cuando el conocimiento encontró el camino de regreso a su dueño, éste estaba sin agua ni comida en un punto desconocido de un planeta semisalvaje por colonizar, en donde el punto habitado más cercano podía a estar a meses o a años de camino, en vaya uno a saber qué dirección… en definitiva, como para vender a la Disney los derechos de "Robinson en el Espacio", sino fuera porque era él quién pagaba la fiesta.

Desesperado (y además sin guitarra para cantar estilo Banderas…), Ceros, que en su calidad de presidente no estaba capacitado para tomar decisiones en torno a asuntos relacionados con su propio sustento, decidió que al menos, podía continuar desesperándose y lamentándose de su perra suerte y hasta llorando a moco tendido bajo techado, y, caminando en una dirección cualquiera (tampoco tenía brújula, ni mapa… y aún podía tener suerte de llevar puestos los pantalones, porque el cataclismo lo pescó en el baño), se puso a buscar algún sitio que le pudiera servir de refugio… es cierto que él estaba acostumbrado a que la palabra "refugio" llevase asociadas otras palabras, como "servicio de habitaciones, jacuzzi, televisión por cable, hilo musical y aire acondicionado", pero mucho se temía que tendría que conformarse con algo más modesto…

-Oh, sí… sííííííííí…. Mmmmh….

- Decid, Presidente, ¿os gusta si os acaricio….?

- ¡Joder, es un puto vicio!

- Haaaaaaaaaah… saber amar, es un arte… ¡permitidme, Presidente, que vuestro tolón me ensarte!

-¡Te lo doy, entero y parte!

En el despacho, Índiga ya cabalgaba sobre la entrepierna de Ceros en la postura favorita de éste. Le encantaba que ella botase sobre él sentado en su gran sillón… en primera, porque estaba muy cómodo y apenas tenía que hacer nada más que pasárselo en grande; en segunda, porque tenía a su disposición las tetas de su secretaria para sobarlas a su capricho; la boca de ésta para besarla y recibir sus besos y sobre todo su cara para ver cómo gozaba… y en tercera, porque era la misma que habían usado la primera vez.

Los lilius, habitantes de Lilium, son (de acuerdo con la Guía del Autoestopista Galáctico) una extraña pero muy hospitalaria y amistosa raza del universo. Son de apariencia humanoide, salvo por el color de la piel, que varía entre el azul celeste y el morado, y las antenas retráctiles de su cabeza, que les sirven tanto para captar los sentimientos y emociones de los seres que les rodean, como para emitir ondas de diversas clases. Los lilius no son muy altos, raramente llegan al 1.90 de estatura los machos y las hembras suelen ser de 1.60; son proporcionados, armoniosos y de formas agradables, y de carácter son amables, bondadosos, y sobre todo, sensuales. Adoran a una Diosa sin nombre que predica el amor a todos los semejantes y a ella misma, y que sólo desea que sus sirvientes, a los que la Diosa llama como hijos suyos, sean felices y vivan juntos y en paz. Para un dios, es una idea bien extraña, pero los lilius lo cumplen al pie de la letra, y sabedores que el orgasmo es la mayor expresión de amor y felicidad, no dudan en darlo a sus prójimos con tanta frecuencia como ellos mismos deseen.

Índiga, en su planeta y su ciudad, era una joven sacerdotisa de la Diosa, y como tal, al cumplir los cincuenta años y alcanzar la mayoría de edad, era su deber salir de Misión; buscar a criaturas que precisasen de su amor y dárselo sin esperar nada a cambio, ofrecer paz, placer y orgasmo a todo aquél que lo precisase y promulgar el amor de la Diosa a todo aquél que estuviera interesado (desde la llegada de los primeros colonos, la religión de la Diosa había visto aumentado su culto una barbaridad… lo que llenaba de alegría a las sacerdotisas, pero por alguna razón, provocó discordias entre las hembras de los colonos, hasta que los sacerdotisas decidieron ordenar también sacerdotes masculinos que repartieran los regalos de la Diosa entre las nuevas pobladoras). Las compañeras de Índiga le ofrecieron una emotiva despedida….

-Debes irte a repartir los goces del amor entre todos aquéllos seres que lo precisen… te echaremos de menos como a nuestra hermana que eres. Por ello, antes de tu partida, para que veas cuánto te amamos todas, deseamos darte cada una el mejor regalo que podemos ofrecerte: el goce del orgasmo. – dijo la Suma Sacerdotisa, e Índiga casi lloró de emoción… sus compañeras de inmediato la desnudaron y entre las veinte la cubrieron de besos, caricias y masajes…


-Mmmmmmmmmmmmmmmmmh…. Oh, síiiiiiiiiiiiiii…. Cuánto os amo, hermanaaaaaaaaaaaas…. Haaaaaaaah…. – entre jadeos de gozo entrecortados, Índiga notaba sus pechos acariciados, lamidos, besados y mordisqueados por varias de sus hermanas, y su clítoris succionado hasta la extenuación, al tiempo que varios dedos acariciaban su coñito, húmedo de placer y el agujero de su ano, rosado y tembloroso de excitación – máaaaaaaaas…. Dadme más amor, hermanas…. Aaaaaah.. ¡ah….! Mmmmmmmmmmmmmh…. Oooooh… os voy a … echar taaaaaaaaaaaaanto de menos….. mmmmmmmmmmmmmmh…. – los dedos se introdujeron lentamente en su rajita, palpando expertamente cada punto, y también en su culito, muy despacio, para que Índiga gozase plenamente de cada sensación. Los lilius, al contrario de los humanos, no tienen un límite para el placer; de modo que Índiga gozó durante casi una hora antes de tener su primer orgasmo, que la hizo estremecerse y abrazar en las contracciones los dedos de la sacerdotisa que la masturbaba en aquél momento, entre dulces gemidos. Alguna de sus hermanas lloró de emoción al ver cuánto gozaba la joven con el regalo que le ofrecían, y de inmediato, la penetración la hizo saborear de nuevo el placer… - ¡Oh, síiiiiiiiiiiiii… síiiiiiiiiiiiiiiiiiii…. Más……. Me…. Yo… otra vez….. me corrooooooo…! ¡Sí! ¡Sí! ¡Me corroooooooooo…..! – Una gran sonrisa de placer iluminó la cara de la joven, mientras sus hermanas se turnaban para besar su boca y darle aún más regalos en forma de placer…



Casi cuatro horas más tarde, Índiga, llevando en su corazón los más de 50 orgasmos proporcionados por sus hermanas, partió al fin hacia tierras extrañas, deseosa de encontrar a alguien que necesitase de ella. Pero pasaron días y semanas, y no encontró a nadie que precisase sus regalos o su consuelo, o su cariño… como sacerdotisa de la Diosa, hizo cuanto bien pudo, ocupándose de las plantas o los animales, atendiendo que las malas hierbas no ahogasen a las plantas fértiles, pero dejando vivir también a las primeras, que también eran obra de la Diosa; comiendo bien para disfrutar de los regalos de la Diosa, lo que era una forma de adorarla, agradecérselo, pero sin excederse, para no correr el riesgo de destruírlos; y en definitiva, cuidando del mundo como quien cuida de un jardín. Pero Índiga se sentía un poco triste, pues su misión principal seguía sin poder llevarse a cabo… echaba de menos a sus hermanas y hermanos con quienes se daba tanto cariño mutuo y le pesaba la soledad. Con frecuencia se regalaba a sí misma los placeres de la Diosa, frotando su clítoris hasta que el placer la hacía sonreír nuevamente y el orgasmo la complacía y también así adoraba a la Diosa… pero hubiera dado cualquier cosa por encontrar a alguien a quién poder darle ese regalo.



-¡Qué gusto…. Oooh…. Y qué busto!

-Oh, mi Presidente… si parase, ¡qué disgusto!

- ¿Dejarlo a medias….? Aah… qué injusto…

Ceros sonreía mientras el sudor le corría por la cara al sentir su polla, erecta y durísima, entrar y salir del cuerpo cálido y chorreante de Índiga, su coñito tan dulce y apretado, tan suave… y sus tetas, de pezones azules bailando tan cerca de su cara en que en ocasiones le rozaban el bigotito… era tan delicioso como la primera vez… o quizá más aún, era mejor cada vez que lo hacían… podía sentir el clítoris de su secretaria rozarse contra su tripita (así la llamaba él y la propia Índiga, para otros era barriga y punto) cada vez que subía y bajaba; los jugos vaginales de ella, calientes y espesos, le mojaban desde el ombligo hasta las pelotas, podía sentirlos deslizarse hasta el sillón, cosquilleándole la piel… aquello, no lo había sentido la primera vez… pero el modo en que los músculos de su coñito parecían abrazar y tirar suavemente de su miembro… eso sí… ¡y era estupendo!


En medio de su desesperación, perdido y sin medios, Ceros tuvo un rayo de esperanza al divisar una cueva natural. En otra situación, el Presidente ni siquiera se hubiera acercado a un sitio así, incómodo, lleno de piedras y tierra, corrientes de aire, y quién sabe si animales salvajes… pero en esa ocasión, no estaba para dárselas de exquisito, de modo que enfiló hacia allí como si en lugar de una humilde hendidura en las rocas, hubiera dado con un hotel de la cadena Hilton. Lo que Ceros no sabía es que esa cueva tenía ya un inquilino, pero no era, como hubiera podido temer, algún tipo de bestia salvaje, sino Índiga, que se había refugiado allí también por esa noche. El presidente, harto de caminar y extenuado por el miedo y la fatiga, no se preocupó de hacer preguntas: llegó, encontró un jergón de paja colocado sobre un escalón de la roca, y allí se tumbó y se quedó dormido antes de poder darse cuenta.

Apenas media hora más tarde, llegó Índiga, con frutas y verduras que había recolectado para la cena, y se llevó la sorpresa más agradable de su vida… ¡un ser vivo inteligente, en su cueva! ¡Al fin, alguien a quien poder dar los regalos de la Diosa! Silenciosamente, la joven sacerdotisa dedicó una plegaria a la Diosa que le enviaba un ser necesitado… desplegó sus antenas y… por la Diosa, SÍ que estaba necesitado. Jamás había visto a nadie en el mundo que hubiera recibido menos regalos de la Diosa… en comparación, las plantas que se reproducían por esporas, habían tenido más orgasmos que éste visitante. Por un lado, la joven se sintió feliz de haber encontrado a alguien a quien poder ayudar, pero por otro se sintió triste de que alguien tuviera tan poco amor, y se le escapó involuntariamente un sollozo. Ceros, en estado de hiperalerta, despertó al instante, y casi saltó de su improvisada cama al ver a la lilius, de piel azul, cabello rosado y ojos lilas que lo miraba atentamente con profunda compasión.

-¿¡Q-quién eres tú, qué eres tú?! – chilló el Presidente sudando de miedo. La sacerdotisa no dio señales de miedo o nervios. Ella conocía las especies inteligentes de su planeta, y sabía que éste ser, no era una de ellas, por lo tanto, no la conocía de nada, no sabía si ella podía ser hostil, y era normal que estuviese asustado. De inmediato, ella le lanzó ondas tranquilizadoras con sus antenas, y Ceros se sintió rápidamente relajado. Mientras él respiraba hondo, ella analizó las frases que él había dicho para ir construyendo mentalmente la gramática, que le sería imprescindible para comunicarse con él a un nivel más complejo que un simple calmante, así como hacerse una idea más exacta de quién era…

"Ser de sexo masculino" – procesó internamente – "edad aproximada; 40 vueltas estelares, 40 años en escala Común, aproximadamente equivalente a 190 años en edad lilium; posible raza humana, casi extintos, pero aún sobreviven, algunos de ellos forman parte de la colonia del planeta… algo bajito para los estándares de su raza; algo de sobrepeso para los estándares de su raza; reacciones lentas, no muy despierto; quizá se deba a su estado de embotamiento producido por el miedo… a pesar de las ondas tranquilizantes, sigue nervioso y desconfía. Se siente perdido, desdichado y cree que está destinado a morir aquí… está muy triste y tiene mucho miedo…. Bueno, yo voy a arreglar eso".

Amablemente, Índiga sonrió y le ofreció una de las frutas que llevaba consigo, en concreto un pechodeDiosa, una fruta muy dulce de color rosa, parecido a un melocotón, pero más grande y sabrosa. Ceros pareció desconfiar… extendió la mano, pero sin atreverse a tocar la fruta. La sacerdotisa sonrió más, y la probó ella primero, para ofrecérsela nuevamente. En esta ocasión, el hombre sí tomó la fruta y la mordió. Tuvo que admitir que era dulcísima y muy rica.

-Parece que he tenido suerte, después de todo – manifestó, comiendo - ¿sabes dónde hay un puesto de la colonia….?

La joven no contestó, pero siguió procesando frases. Ceros llegó a la peregrina conclusión de que aquélla alienígena que tenía delante no sabía hablar su lengua, y siguió comiendo frutas, que le calmaron a la vez el hambre y la sed.

"El apetito de tu cuerpo está saciado" pensó Índiga cuando lo vio terminar las frutas y sonreír con gratitud "ahora, vamos a ocuparnos de saciar tu espíritu y calmar tus sentimientos".

A Ceros casi se le paró el corazón del susto cuando vio que la alienígena empezaba a quitarse las vestiduras que llevaba, hasta quedarse sólo con una ligerísima túnica corta transparente, que apenas cubría su feminidad y que dejaba translucir dos generosos pechos de pezones azulados, apenas más oscuros que el resto de su piel… y que se acercaba a él con una mirada tierna en sus ojos.

"So…co…rro…." Pensó entonces Ceros "¡esta criatura pretende…. Aparearse conmigo!"


- Aaaaaaaaaaaaaaaah….. qué imbécil… ¡pero qué tonto!

- ¿Oh…? Ohhhhhhhhhh… ¿quién le da disgustos, al tiempo que yo le monto…?

-¡Mmmmmmmmmh….! Cosas mías, no es nadaaaaaa, ¡oh, sigue, monada, no te pares vida mía!

-¡Oh, Presidente, qué alegríaaaaaaaaaahhhh….!

Índiga casi embutió la cabeza de su jefe entre sus tetas, dejándose caer con más fuerza sobre la polla de éste, loca de contento porque éste la pidiese más… mientras él notaba su miembro entrar y salir de la dulce rajita de su secretaria hasta tocar casi el útero de ésta, recordó de nuevo su timidez del primer encuentro.

La joven sacerdotisa se arrodilló en el escalón de piedra cubierto de paja, junto a él, y levantó ligeramente el pecho para que él lo observara, pero Ceros le echó apenas un vistazo de reojo y apartó la vista. Miró de reojo una y otra vez, y con cada mirada su cuerpo reaccionaba sin que él pudiese evitarlo, pero también una y otra vez apartó los ojos y permaneció rígido… con todo su cuerpo, no sólo con la parte obvia. Índiga notó el miedo de su invitado, y que éste no procedía sólo de su situación, que no era ya tan apurada como antes, sino de su timidez. Por las gentes de la colonia, ella sabía que en otras culturas, el placer sexual era objeto de secretismo y tratado como algo que debía ser siempre oculto, como algo que no era exactamente de "mal gusto", pero tampoco era correcto o educado… sin duda aquél humano, al no haber recibido más que un par de veces el regalo del orgasmo (y proporcionado por él mismo), era más tímido aún… ella tendría que ayudarlo.

Una nueva descarga de ondas tranquilizadoras ayudaron a calmar un poco a Ceros, y éste empezaba a encontrar la idea de un encuentro sexual con aquélla criatura no tan asqueroso como en un principio había imaginado… después de todo, él tenía casi cuarenta años y nunca NINGUNA mujer, ni humana, ni robótica, ni de ninguna raza le había mirado con tanta ternura y deseo como ella hacía… de hecho, de no haber sido por el robot aspirador que había usado una o dos veces por probar, se podría considerar que era completamente virgen… quién sabe, quizá incluso era agradable… eso sí, había que desear que ella no esperase demasiado de él, porque su experiencia era más bien escasa… está bien, admitámoslo: era NULA.

Índiga acercó lentamente su boca a la de él…. Si esperaba una reacción, ésta no se produjo. Sonrió y para darle una pista, entreabrió los labios y sacó levemente la lengua. Por lo que había visto en películas, Ceros creyó entender qué quería y sacó la suya, lleno de miedo y de modo que apenas sobresalía por los labios. La joven la tocó con la suya durante un instante y empezó a lamerla suavemente… un suave gemido de placer y sorpresa se escapó del pecho del Presidente, que de inmediato abrió los labios para obtener más de aquello que sentía por primera vez. Índiga sonrió: ¡aprendía rápido! Enseguida pegó su boca a la de su invitado y acarició con su lengua el interior de la misma, explorándola, haciendo cosquillas en el paladar y el interior de los carrillos y frotando la lengua de Ceros, a la vez que le abrazó y empezó a acariciarle el cuello, la nuca y las orejas… la sacerdotisa tenía los ojos cerrados, disfrutando plenamente del placentero y largo beso que humedecía su sexo y además de prepararla para el amor, ofrecía el primero de sus regalos a su invitado, pero Ceros tenía los ojos desorbitados de la sorpresa y el gusto, ¡jamás había sentido nada igual…! El primer beso de su vida lo estaba recibiendo con casi cuarenta años de edad, cuando pensaba que estaba destinado a morir tan virgen como había nacido, y dado por una alienígena de quién ni siquiera sabía su nombre, en una cueva inhóspita en un lugar en medio de ninguna parte, olvidado del Imperio… ¡y le estaba gustando!



Índiga soltó suavemente la boca del hombre, pescándole los labios entre los suyos, mientras sus manos acariciaban el pecho y la suave curva que hacía su tripita. Ceros boqueó hacia ella, sacando la lengua, pidiendo ser besado de nuevo, lo que hizo reír a la sacerdotisa, que le satisfizo inmediatamente. Al Presidente le entraron ganas de tumbarse, y así lo hizo, con Índiga a su lado, que le cogió de la mano y le invitó a explorar sus pechos, cálidos y suaves… Ceros los apretó entre sus manos, pellizcó suavemente los pezones, los masajeó… su miembro, apresado en los pantalones, exigía ser liberado para tomar parte en la fiesta, pero de momento Ceros lo ignoró… estaba disfrutando de los gemidos que su compañera emitía cuando él tocaba sus tetas, y de sus interminables y profundos besos… no sólo se podía besar en la boca; ella sabía besarle en el cuello y apresarle la carne, succionando, de modo que todo su cuerpo temblaba de placer; sabía besarle las orejas, morder el lóbulo y lamer hasta el interior, provocando estremecimientos y escalofríos deliciosos; sabía besar los párpados con ternura; sabía besar el inicio del pecho y producir calor y dulzura… le parecía que podía seguir así por días y días, pero finalmente la sacerdotisa , ya desnuda por completo, se bajó del escalón para arrodillarse frente a él.

Por un momento, Ceros no quiso dejar que se separara de él, quería que siguiera besándole… pero cuando vio que ella iba a dirigir sus besos a otro sitio, la dejó seguir. Con deliberada lentitud, liberó la polla del Presidente, dejándole los pantalones en los tobillos y empezó a besarle las pantorrillas, acariciándole hasta la mitad de los muslos… con cada beso, subía un poco más… se detuvo en las corvas, besando y acariciando, mezclando el placer con las cosquillas, mientras el pene de Ceros goteaba de excitación, rojo y enorme. Al llegar a los muslos, los besos de la joven se hicieron más largos y húmedos; no parecía importarle el vello que cubría las piernas del hombre, sino sólo los gemidos de placer que éste emitía con cada chupetón que se acercaba más y más a la zona prohibida…

- ¿Vas a… vas a besarme "ahí"? No creo que pueda soportarlo…. – logró balbucear Ceros. La joven sonrió. Prácticamente, ya entendía lo que decía su invitado, y continuó su ascensión, hasta llegar a los testículos, que besó y lamió apasionadamente - ¡Ah! Aaaaaaaaaaaaaaah….. mmmmmmmmmmh…. Qué buenoooo…. Por…. Por favor… sigue…. Sigue en…. Bésame ahí……

Obediente, Índiga posó sus labios sobre el glande, húmedo y a punto de eyacular, y lo besó tiernamente. Sin separar los labios de la punta, la lamió con lentitud… y sin previo aviso, bajó de golpe y lo metió hasta su garganta. El grito de placer de Ceros atronó la noche, todos sus músculos se tensaron y se incorporó bruscamente, agarró la cabeza de su felatriz en acto reflejo con ambas manos para evitar que se apartara y notó cómo sus caderas se movían solas, como por sacudidas eléctricas, mientras el placer recorría su cuerpo desde los tobillos hasta el cuello y le parecía que se le iba el alma…

-Haaaaaaaaaaaaaaaah…. Haaaaaaaaaaah… qué… qué bueno ha sido….. mmmmmmmmmmh…. Qué bien estoy…. – jadeó el Presidente, con una gran sonrisa en los labios. La joven sacerdotisa le sonreía también, y llena de ternura, se arrodilló de nuevo a su lado, y le llevó una mano, como antes, pero ahora hacia su coñito. Era cálido, ardía… y estaba húmedo, goteaba un líquido caliente y viscoso, pero no era desagradable. Ceros lo acarició, el vello rosado del monte, y los labios lampiños y suaves… su miembro empezaba nuevamente a enderezarse, cuando ella le guió el dedo pulgar hasta su clítoris y el corazón hacia la abertura - ¿aquí…? ¿si te toco aquí, te gusta…? – preguntó el Presidente, y no le pareció raro cuando ella asintió con la cabeza. Se limitó a frotar donde ella le había indicado y a acariciar la entrada de la abertura. De inmediato la joven empezó a suspirar y sus mejillas se pusieron plateadas porque se sonrojaba de placer. Ceros aceleró ligeramente y ella gimió de gusto, moviendo las caderas al son de sus caricias.

"Le gusta…." Pensó el hombre "qué pasada, le estoy dando placer a esta mujer…. Es increíble… está gozando, y es gracias a mí….". Su dedo corazón empezó a introducirse levemente en la rajita cálida, y Ceros pudo notar como los músculos de la sacerdotisa hacían presión y parecían tirar suave, pero firmemente, de su dedo, lo que le hizo reír… y también pensar algo "si hace eso con mi dedo…. ¿lo hará también con mi cosita….? ¿Y cómo lo sentiría si ella me….?" Pero no pudo terminar la frase ni para sí mismo. Con un tierno gemido, ella le apartó suavemente la mano, y se puso a caballo sobre él. De nuevo su miembro estaba dispuesto, e Índiga decidió no hacerle esperar… ni esperar ella tampoco, que lo estaba deseando: se ensartó de golpe, y apretó con su cuerpo alrededor de su polla, para que Ceros supiera con exactitud qué se sentía penetrando un dulce coñito húmedo y estrecho y que éste presione y tire de tu polla. Al Presidente no le quedó ninguna duda: era una salvajada de gusto.

Índiga empezó a cabalgarle sin poder contenerse, gimiendo sonoramente, abrazada a él, mientras Ceros disfrutaba de la sensación de estar por primera vez dentro de una mujer y aprovechaba para masajearle y lamerle de nuevos los pechos a su anfitriona. La joven subía y bajaba, el sudor de ambos se mezclaba, y el placer aumentaba con cada embestida, el calor se hacía más intenso y a Ceros le parecía que le iba a estallar la cabeza, mientras sus piernas se elevaban del suelo sin que él se diera ni cuenta. Índiga sabía que su compañero no aguantaría mucho más, y aceleró el ritmo para dejarle a gusto sin agotarle demasiado; Ceros sintió que se le encogían los dedos de los pies y que el gran placer llegaba de nuevo… la explosión subió desde sus testículos, estalló en la punta de su polla haciéndole gritar de placer y abrazar con fuerza a la joven, y se extendió dulcemente por todo su cuerpo, haciendo dar sacudidas de gusto, mientras la sacerdotisa gritaba con él, y su rajita palpitaba por el orgasmo, exprimiendo a Ceros y cubriéndole la cara de besos….


Dos días después, Ceros había sido rescatado por un equipo de búsqueda, y se llevó a Índiga con él. Al estudiar las costumbres de los lilius, supo que ella había actuado con él de acuerdo a los preceptos de su religión, y le hizo saber que él era un hombre muy necesitado de consuelo espiritual, y para no perderse, ella debía quedarse con él, y prodigarle culto todos los días, pero solamente a él, para que no distrajese su espíritu. Naturalmente, también Índiga estudió las costumbres de los humanos y supo que eran posesivos y celosos… pero efectivamente, éste la necesitaba en gran medida, por lo que quedarse con él y hacerle lo que pedía, era una acción plenamente religiosa. De aquello hacía ya casi dos años, y durante todo ese tiempo, y lo que le quedaba, Ceros había resultado ser un devoto ferviente, pues todos los días, varias veces, se dedicaba a prestar culto a la Diosa con Índiga, con gran placer por parte de ambos y de la Diosa… y también de la Compañía, pues dentro de algunos meses, Ceros contaría al fin con un sucesor.

-¡Aaaaaaaaaaaaaaah, síiiiiiiiiiiiii….. en ti, suelto mi chorroooooooo….!

- ¡Mmmmmmmmmmmmh, sí, me corro, me corroooooooooo……!

0 comentarios - El regalo de la Diosa del amor