“Alguno va para el lado de la casa de Maia, que hay que mandarle unos sobres?”, preguntó mi jefe. Gracías a dios nunca tuve problemas con alcohol, pero me sentí como aquellos que después de un largo y doloroso tratamiento se toparan por primera vez con una copa de vino.
Maia y yo habíamos trabajado juntos en esa oficina correspondiente a un Ministerio de la Provincia de Buenos Aires (no quiero dar más datos), durante 4 años, en la que yo la amé día tras día, informe tras informe, fotocopia tras fotocopia hasta que me dolieron huesos. Soñaba con ella, dormido y despierto, llegó a quitarme el sueño y el hambre. Enamorarse y no ser correspondido duele, pero se pasa, pero cuando uno está obligado a ver a esa persona cada día, oler su perfume, escuchar sus penas y sus triunfos, esa pasión se alimenta cada día.
Entramos a trabajar el mismo día, no por casualidad, porque nuestro ingreso se dio tras una convocatoria del Ministerio en la que los pasantes fuimos muchos, algunos de los cuales son hoy todavía mis compañeros, pero a los que nunca me animé a contarles sobre esa brasa encendida en mi estómago. En aquel entonces los dos teníamos 23 años habíamos terminado los estudios y queríamos empezar a despegar de nuestros viejos. Yo no tenía en mis planes de ninguna manera enamorarme, la estaba pasando bárbaro. Entraba en un trabajo piola, iba a ganar mis primeros mangos, un grupo de amigos aceitado y algunas modestas conquistas casi aseguradas por fin de semana.
Ella tampoco lo tenía en los planes, más bien ya estaba enamorada, de novia hacía un par de años con un chico un poco más grande, del que nos hablaba todo el tiempo, Gastón se llamaba, era abogado y empezaba a juntar monedas en grande. Pero mis planes de vivir la vida loca se esfumaron en cuanto la vi por primera vez. No muy alta, estatura mediana dirían en TV si la estuvieran buscando, pelo oscuro y ensortijado, ojos celeste intenso. La parte que más le interesa a los lectores del género masculino tiene una sola manera de describirse: buenas tetas y buena cola, pero en proporciones justas, nada de más, nada de menos y bastante gym para reforzar. Yo, un chico normal.
En los años en que trabajamos juntos nuestra relación se fue afianzando y ella terminó por ser mi mejor “amiga” dentro de la oficina. El encomillado indica que no creo el la amistad MH y mucho menos con una mujer de semejante porte. Nos convertimos en compinches y hasta confidentes en los momentos difíciles y también jugadores de ese juego peligroso de los dobles sentidos y los roces no tan casuales. Si hubiera sido una chica que solo me gustaba me hubiera ido a mi casa todos los días con dolor de huevos, pero con ella era diferente, los roces ni siquiera me despertaban erecciones, más bien dolor de panza. Amor creo que le dicen.
Durante estos años de relación mantuve mi gimnasia semanal de enganchar alguna cachorrita y hasta entablé alguna relación más o menos seria, que hoy, visto con el cristal de las cosas que nos pasaron, creo que lo hacía más para tener algo que contarle a ella y ver, infantilmente, si le provocaba alguna clase de celos.
Yo notaba que a través del tiempo su relación con su novio se iba desgastando, al tiempo que nuestros chistes y cargadas iban tomando forma de realidad. Cada día me sentía un poco más cerca de ella y me iba a mi casa con un poco menos de dolor y un poco más de esperanza.
Hace 5 meses me di cuenta que su noviazgo con Gastón estaba estaba estancado, habían empezado de muy jóvenes y la notaba a ella tenía ganas de divertirse y de a ratos me parecía que tenía ganas de mí. Un día entre los días la charla se hizo más intensa y ella terminó soltando algunas lágrimas. El horario de trabajo estaba llegando a su fin y por primera vez después de tres años y medio de “vivir juntos” me animé a dar un paso más.
-“No me gustaría que te vayas así a tu casa, toda llorosa. Vamos a algún bar, y nos tomamos unas birras hasta que se te pase”.
-“Dale, a mí tampoco me gustaría llegar y que mi mamá se de cuenta que estuve llorando, prefiero que piense que estuve tomando”, largó casi con una risita.
Fuimos a un bar cercano, donde por suerte no había nadie de la oficina, y se siguió despachando a gusto. Era tan obvio que nos sentíamos bien juntos que mi beso no la sorprendió. Duró poco, pero lo justo para no ser sólo un arrebato.
-“Te amo, Maia”, le dije temblando. Sabía que estaba ganando una larga batalla.
-“Sabés que me parece que yo también?”, me respondió llorando y riendo al mismo tiempo.
El diálogo que siguió es de la cursilería más barata, por lo que no voy a reproducirlo, pero los dos estábamos felices. La llevé a su casa, nos besamos apenas en mi 147, para que nadie de su barrio la viera y yo le di un tiempo, digamos una semana, para poner las cosas en claro con su novio y no dejar cabos sin atar. Estaba tan contento que ni se me pasó por la cabeza la idea de coger, ella no era solo eso para mí. Ella se bajó del auto casi feliz. En lo que a mí concernía, ella era legalmente mi novia, la mujer que amaba y con la que iba a vivir mi vida.
La semana fue pasando entre la ansiedad y la alegría, los guiños cómplices en la oficina y algún roce cada vez menos casual. Cerca de la fecha que habíamos puesto como límite su ánimo se empezó a hacer más sombrío hasta terminar esquivándome el día que tenía que darme el sí. El horario de oficina terminó y tuve que agarrala de un brazo para que no huyera escaleras abajo.
-“Maia, no me vas a decir nada”, le dije y me detuve. En sus ojos celeste profundo estallaron lágrimas como de tormenta.
-“Estoy embarazada, me caso en un mes, así que mejor no te me acerques”, alcanzó a decir antes de soltarse de mi brazo y está vez si echarse escaleras abajo.
Esa fue la última vez que la vi, hasta el día de su casamiento, exactamente un mes después. Su renuncia la envió al día siguiente por un familiar, quien fue también el encargado de distribuir las invitaciones entre los compañeros.
Es obvio que no debería haber ido, pero fui. Estaba hermosa en la iglesia y yo me sentí como un boludo. Ella me había visto, así que si no iba a la fiesta, además de cómo boludo iba a quedar como cobarde. Me las arreglé para no llevar a nadie desde la iglesia hasta el salón, trayecto que hice llorando como un nene. En la fiesta procuré “mamarme” rápido para que la noche transcurriera lo más pronto posible. Para la hora del vals tenía tal “pedo” que hasta me animé a bailarlo, apretandola más de lo usual y hasta terminé dando unos pasos de baile con el propio Gastón.
El tiempo fue pasando y el hecho de no tener que verla todos los días hizo que la herida cicatrizara medianamente pronto. Ella ya estaría panzona, pensando en su bebé y en su marido, las ecografías, la cuna, cosas que no me resultaban en absoluto estimulantes. Con un poco de suerte, la vida no me la pondría nunca más en el camino.
Por eso, cuando el jefe dijo: “alguno va para el lado de la casa de Maia, que hay que mandarle unos sobres?” hasta mi me llamó la atención escuchar mi propia vos que dijo “Yo, yo voy para ese lado”.
Si me preguntan para qué me ofrecí a ir a la casa de Maía, simplemente no lo sé. No tenía nada para ganar. Embarazada de 5 meses, recién casada, no había nada que yo pudiera sacar de bueno de esa excursión, como no fuera revolver un poco el cuchillo en una herida que se estaba cerrando. De más está decir que yo no tenía que ir en absoluto para el lado de su casa, más bien lo contrario, pero un instinto autodestructivo me llevó a ofrecerme como mandadero.
Todo el trayecto lo hice temblando, descompuesto y casi inconciente. Quería llegar inmediatamente, darle los sobres y esperar que ella me echara, era lo que correspondía.
Me costó tocar el portero eléctrico, mi mano temblorosa no acertaba a dar con el 3ro C. Lo logré a duras penas.
-“Quien es?”, sonó la vos metálica pero inconfundible.
-“Del ministerio, por unos sobres”, me las arreglé para decir.
-“Ahí bajo”, dijo sin sospechar la incómoda situación que la esperaba.
Ese minuto fue uno de los más largos de mi vida, hasta que por fin vi aparecer su silueta saliendo del ascensor. Cuando me vio noté la sorpresa en sus ojos, y lejos de desagradarle me pareció ver (o quise que me pareciera) algún gesto parecido al de aquella tarde en que nos besamos por única vez.
-“Pero que mensajero más guapo me mandaron de la oficina”, dijo con entusiasmo.
-“Buscaron al más lindo para la más linda”, dije como para salir del paso
Tomó los sobres de mi mano y cuando yo esperaba que me despidiera a lo sumo con el beso de rigor en la mejilla, corrió su cuerpo como haciendo lugar para que yo pasara y no me equivoqué.
-“Recién preparo el mate, pasás?”
No me hice rogar. En el ascensor, pude mirarla con un poco más de detenimiento. Estaba hermosa como siempre, más que siempre. Un poco más tetota y culona y con la panza lógica de un embarazo de 5 meses, pero muy bien llevada enfundada todita en un jogging Adidas. Su perfume en el tan cercano revivió en mí todo aquello que yo creía enterrado. Supongo qu estaría temblando y mi cara no tenía el color habitual.
Llegamos al dpto y ella estaba de muy buen ánimo, contenta con mi visita. Era la Maia que había sido mi compinche durante casi 4 años.
Nos sentamos en el sofá a tomar mate y me sorprendió que eligió un lugar junto a mí en el sillón grande, en lugar de irse a un sillón individual. Conversamos generalides durante un rato, la oficina, los muchachos, el jefe, la vida de casada, el embarazo. Mientras tanto yo veía que ella se pegaba cada vez más a mi, yo estaba nervioso e inquieto. En un momento, casi ya encima de mí me dijo.
-“Ah, cerrá los ojos que tengo algo para vos, un regalo que te debo”, dijo y en verdad me desconcertó, pero le hice caso.
Ni bien cerré los ojos, empezó a besarme tiernamente, con sus labios carnosos, y al mismo tiempo llevó su mano a mi pija, que debido a los nervios ni siquiera había amagado con pararse. Me bajó la bragueta y sacó mi fláxido miembro afuera y rápidamente su boca, esa con la que yo había soñado durante 4 años, se fue de mi boca para comerse entera mi verga, todavía dormida, superada por la situación. Nunca, que yo me acordara, me habían chupado la pija en estado blando, siempre llega a ese momento en estado rocoso, con el tamaño que siempre me enorgulleció. Pero con Maia era distinto, ella nunca había sido sinónimo de sexo para mí, además de los nervios que poco a poco iban cediendo. Mi miembro comenzó a crecer dentro de su boca hasta alcanzar rápido su máximo tamaño, momento en que ella se destapó como experta petera. Lo hacía realmente bien, con ganas, disfrutando. Literalmente, se la comía entera. En un momento creí que era un sueño, Maia, embarazada de 5 meses, con una panza inocultable, vestida de buzo Adidas me estaba chupando la pija como una puta de barrio. Juro que me pellizqué, pero ella siguió chupando, al tiempo que me masajeaba los huevos. Se interrumpió solo para sacarme el pantalón y poder cumplir mejor con la tarea que tan absorta la tenía. Ahora ya podía chuparme las bolas y ese sensible camino que se dirige al culo. Así pasaron 10 minutos, sin hablar, entregados los dos a ese momento que se había hecho esperar años y que pintaba una situación cuanto menos, extraña.
La tuve que detener para no llenarle la boca de leche, terminé de desvestirme, la ayudé a ella a hacer lo mismo. Era realmente una escultura, las tetas duras, grandes, el culo duro y grande y una panza que hoy me avergüenza decir que me calentó como nada hasta ese momento lo había hecho.
-“Sabés una cosa, te amo, no te puedo sacar de mi cabeza,”, me dijo. Nunca creí que fuera a ser protagonista de un guión tan morboso, pero no era cuestión de renunciar. Se sentó en el sillón y abrió las piernas. La concha de una embarazada es un poco más gordita que la de una chica en estado normal, sus labios se inflaman un poco, como pude comprobar ese día. Esto no me impidió sumergirme en ese mar de jugos que me reclamaba a los gritos. Le chupé la concha, el culo, me sonroja decir que tambíen la panza y las tetas que de a poco se preparaban para amamantar al hijo de Gastón. Gozamos ambos como locos, ella gemía y me tiraba de los pelos”.
-“Cogeme, por favor seguí!”.
No hacía falta que me lo pidiera, seguí chupandó todo con fruición, hasta llegar nuevamente a su boca, no besamos con todo el remantente de sus jugos en una batalla de lenguas desesperada. Parecía que en ese rato quisieramos calmar la sed de cuatro años, imposible, pero gozamos mucho del intento.
Finalmente, se la clavé en la concha, y la cogí un largo rato. El sudor y los gemidos me decían que ese estaba siendo el mejor polvo de nuestras vidas.
-“Ya que va a ser nuestra única vez”, me dijo declarando principios, “quiero ser toda tuya”.
Se puso en cuatro patas sobre la alfombra, imaginen la panza y las tetas colgando, que cada uno se caliente o se espante de acuerdo a sus gustos. Yo ya no pensaba, actuaba de manera animal, estaba por entrar mi pija en ese culo que había contemplado con desesperación durante años. Primero un dedo, después dos, sus gritos y finalmente mi verga erecta toda dentro de ella. Mi leche no iba a tardar en brotar y ella lo advirtió.
-“Dámela toda el la panza y en las tetas, pajeate arriba mío”, de dijo y se puso boca arriba en la alfombra. Cumplí al pie de la letra, masturbé desesperadamente sobre su cuerpo hinchado hasta descargar una cantidad de semen que por lo menos triplicó mi promedio, la bañé en leche. Ella, con sus propias manos, se encargó de desparramarla es su panza y sus tetas, juntaba semen y se masajeaba la punta de sus pezones. Como último regalo, se tragó mi pija entera para que no quedaran restos de leche.
Luego, se paró en silencio, se limpio con el repasador del mate y nos vestimos los dos sin decir palabra, creo que avergonzados de nosotros mismos.
-“Si llegan más sobres para mi, por favor que me lo alcance alguna de las chicas, no te quiero ver más, no aparezcas más en mi vida”, me dijo al tiempo que otra vez sus ojos celeste profundo se encapotaban como para llover. “No hace falta que baje a abrirte, de adentro tenés picaporte”.
Yo tampoco quería que me acompañara, necesitaba estar solo. Estar solo por el resto de mi vida…
Maia y yo habíamos trabajado juntos en esa oficina correspondiente a un Ministerio de la Provincia de Buenos Aires (no quiero dar más datos), durante 4 años, en la que yo la amé día tras día, informe tras informe, fotocopia tras fotocopia hasta que me dolieron huesos. Soñaba con ella, dormido y despierto, llegó a quitarme el sueño y el hambre. Enamorarse y no ser correspondido duele, pero se pasa, pero cuando uno está obligado a ver a esa persona cada día, oler su perfume, escuchar sus penas y sus triunfos, esa pasión se alimenta cada día.
Entramos a trabajar el mismo día, no por casualidad, porque nuestro ingreso se dio tras una convocatoria del Ministerio en la que los pasantes fuimos muchos, algunos de los cuales son hoy todavía mis compañeros, pero a los que nunca me animé a contarles sobre esa brasa encendida en mi estómago. En aquel entonces los dos teníamos 23 años habíamos terminado los estudios y queríamos empezar a despegar de nuestros viejos. Yo no tenía en mis planes de ninguna manera enamorarme, la estaba pasando bárbaro. Entraba en un trabajo piola, iba a ganar mis primeros mangos, un grupo de amigos aceitado y algunas modestas conquistas casi aseguradas por fin de semana.
Ella tampoco lo tenía en los planes, más bien ya estaba enamorada, de novia hacía un par de años con un chico un poco más grande, del que nos hablaba todo el tiempo, Gastón se llamaba, era abogado y empezaba a juntar monedas en grande. Pero mis planes de vivir la vida loca se esfumaron en cuanto la vi por primera vez. No muy alta, estatura mediana dirían en TV si la estuvieran buscando, pelo oscuro y ensortijado, ojos celeste intenso. La parte que más le interesa a los lectores del género masculino tiene una sola manera de describirse: buenas tetas y buena cola, pero en proporciones justas, nada de más, nada de menos y bastante gym para reforzar. Yo, un chico normal.
En los años en que trabajamos juntos nuestra relación se fue afianzando y ella terminó por ser mi mejor “amiga” dentro de la oficina. El encomillado indica que no creo el la amistad MH y mucho menos con una mujer de semejante porte. Nos convertimos en compinches y hasta confidentes en los momentos difíciles y también jugadores de ese juego peligroso de los dobles sentidos y los roces no tan casuales. Si hubiera sido una chica que solo me gustaba me hubiera ido a mi casa todos los días con dolor de huevos, pero con ella era diferente, los roces ni siquiera me despertaban erecciones, más bien dolor de panza. Amor creo que le dicen.
Durante estos años de relación mantuve mi gimnasia semanal de enganchar alguna cachorrita y hasta entablé alguna relación más o menos seria, que hoy, visto con el cristal de las cosas que nos pasaron, creo que lo hacía más para tener algo que contarle a ella y ver, infantilmente, si le provocaba alguna clase de celos.
Yo notaba que a través del tiempo su relación con su novio se iba desgastando, al tiempo que nuestros chistes y cargadas iban tomando forma de realidad. Cada día me sentía un poco más cerca de ella y me iba a mi casa con un poco menos de dolor y un poco más de esperanza.
Hace 5 meses me di cuenta que su noviazgo con Gastón estaba estaba estancado, habían empezado de muy jóvenes y la notaba a ella tenía ganas de divertirse y de a ratos me parecía que tenía ganas de mí. Un día entre los días la charla se hizo más intensa y ella terminó soltando algunas lágrimas. El horario de trabajo estaba llegando a su fin y por primera vez después de tres años y medio de “vivir juntos” me animé a dar un paso más.
-“No me gustaría que te vayas así a tu casa, toda llorosa. Vamos a algún bar, y nos tomamos unas birras hasta que se te pase”.
-“Dale, a mí tampoco me gustaría llegar y que mi mamá se de cuenta que estuve llorando, prefiero que piense que estuve tomando”, largó casi con una risita.
Fuimos a un bar cercano, donde por suerte no había nadie de la oficina, y se siguió despachando a gusto. Era tan obvio que nos sentíamos bien juntos que mi beso no la sorprendió. Duró poco, pero lo justo para no ser sólo un arrebato.
-“Te amo, Maia”, le dije temblando. Sabía que estaba ganando una larga batalla.
-“Sabés que me parece que yo también?”, me respondió llorando y riendo al mismo tiempo.
El diálogo que siguió es de la cursilería más barata, por lo que no voy a reproducirlo, pero los dos estábamos felices. La llevé a su casa, nos besamos apenas en mi 147, para que nadie de su barrio la viera y yo le di un tiempo, digamos una semana, para poner las cosas en claro con su novio y no dejar cabos sin atar. Estaba tan contento que ni se me pasó por la cabeza la idea de coger, ella no era solo eso para mí. Ella se bajó del auto casi feliz. En lo que a mí concernía, ella era legalmente mi novia, la mujer que amaba y con la que iba a vivir mi vida.
La semana fue pasando entre la ansiedad y la alegría, los guiños cómplices en la oficina y algún roce cada vez menos casual. Cerca de la fecha que habíamos puesto como límite su ánimo se empezó a hacer más sombrío hasta terminar esquivándome el día que tenía que darme el sí. El horario de oficina terminó y tuve que agarrala de un brazo para que no huyera escaleras abajo.
-“Maia, no me vas a decir nada”, le dije y me detuve. En sus ojos celeste profundo estallaron lágrimas como de tormenta.
-“Estoy embarazada, me caso en un mes, así que mejor no te me acerques”, alcanzó a decir antes de soltarse de mi brazo y está vez si echarse escaleras abajo.
Esa fue la última vez que la vi, hasta el día de su casamiento, exactamente un mes después. Su renuncia la envió al día siguiente por un familiar, quien fue también el encargado de distribuir las invitaciones entre los compañeros.
Es obvio que no debería haber ido, pero fui. Estaba hermosa en la iglesia y yo me sentí como un boludo. Ella me había visto, así que si no iba a la fiesta, además de cómo boludo iba a quedar como cobarde. Me las arreglé para no llevar a nadie desde la iglesia hasta el salón, trayecto que hice llorando como un nene. En la fiesta procuré “mamarme” rápido para que la noche transcurriera lo más pronto posible. Para la hora del vals tenía tal “pedo” que hasta me animé a bailarlo, apretandola más de lo usual y hasta terminé dando unos pasos de baile con el propio Gastón.
El tiempo fue pasando y el hecho de no tener que verla todos los días hizo que la herida cicatrizara medianamente pronto. Ella ya estaría panzona, pensando en su bebé y en su marido, las ecografías, la cuna, cosas que no me resultaban en absoluto estimulantes. Con un poco de suerte, la vida no me la pondría nunca más en el camino.
Por eso, cuando el jefe dijo: “alguno va para el lado de la casa de Maia, que hay que mandarle unos sobres?” hasta mi me llamó la atención escuchar mi propia vos que dijo “Yo, yo voy para ese lado”.
Si me preguntan para qué me ofrecí a ir a la casa de Maía, simplemente no lo sé. No tenía nada para ganar. Embarazada de 5 meses, recién casada, no había nada que yo pudiera sacar de bueno de esa excursión, como no fuera revolver un poco el cuchillo en una herida que se estaba cerrando. De más está decir que yo no tenía que ir en absoluto para el lado de su casa, más bien lo contrario, pero un instinto autodestructivo me llevó a ofrecerme como mandadero.
Todo el trayecto lo hice temblando, descompuesto y casi inconciente. Quería llegar inmediatamente, darle los sobres y esperar que ella me echara, era lo que correspondía.
Me costó tocar el portero eléctrico, mi mano temblorosa no acertaba a dar con el 3ro C. Lo logré a duras penas.
-“Quien es?”, sonó la vos metálica pero inconfundible.
-“Del ministerio, por unos sobres”, me las arreglé para decir.
-“Ahí bajo”, dijo sin sospechar la incómoda situación que la esperaba.
Ese minuto fue uno de los más largos de mi vida, hasta que por fin vi aparecer su silueta saliendo del ascensor. Cuando me vio noté la sorpresa en sus ojos, y lejos de desagradarle me pareció ver (o quise que me pareciera) algún gesto parecido al de aquella tarde en que nos besamos por única vez.
-“Pero que mensajero más guapo me mandaron de la oficina”, dijo con entusiasmo.
-“Buscaron al más lindo para la más linda”, dije como para salir del paso
Tomó los sobres de mi mano y cuando yo esperaba que me despidiera a lo sumo con el beso de rigor en la mejilla, corrió su cuerpo como haciendo lugar para que yo pasara y no me equivoqué.
-“Recién preparo el mate, pasás?”
No me hice rogar. En el ascensor, pude mirarla con un poco más de detenimiento. Estaba hermosa como siempre, más que siempre. Un poco más tetota y culona y con la panza lógica de un embarazo de 5 meses, pero muy bien llevada enfundada todita en un jogging Adidas. Su perfume en el tan cercano revivió en mí todo aquello que yo creía enterrado. Supongo qu estaría temblando y mi cara no tenía el color habitual.
Llegamos al dpto y ella estaba de muy buen ánimo, contenta con mi visita. Era la Maia que había sido mi compinche durante casi 4 años.
Nos sentamos en el sofá a tomar mate y me sorprendió que eligió un lugar junto a mí en el sillón grande, en lugar de irse a un sillón individual. Conversamos generalides durante un rato, la oficina, los muchachos, el jefe, la vida de casada, el embarazo. Mientras tanto yo veía que ella se pegaba cada vez más a mi, yo estaba nervioso e inquieto. En un momento, casi ya encima de mí me dijo.
-“Ah, cerrá los ojos que tengo algo para vos, un regalo que te debo”, dijo y en verdad me desconcertó, pero le hice caso.
Ni bien cerré los ojos, empezó a besarme tiernamente, con sus labios carnosos, y al mismo tiempo llevó su mano a mi pija, que debido a los nervios ni siquiera había amagado con pararse. Me bajó la bragueta y sacó mi fláxido miembro afuera y rápidamente su boca, esa con la que yo había soñado durante 4 años, se fue de mi boca para comerse entera mi verga, todavía dormida, superada por la situación. Nunca, que yo me acordara, me habían chupado la pija en estado blando, siempre llega a ese momento en estado rocoso, con el tamaño que siempre me enorgulleció. Pero con Maia era distinto, ella nunca había sido sinónimo de sexo para mí, además de los nervios que poco a poco iban cediendo. Mi miembro comenzó a crecer dentro de su boca hasta alcanzar rápido su máximo tamaño, momento en que ella se destapó como experta petera. Lo hacía realmente bien, con ganas, disfrutando. Literalmente, se la comía entera. En un momento creí que era un sueño, Maia, embarazada de 5 meses, con una panza inocultable, vestida de buzo Adidas me estaba chupando la pija como una puta de barrio. Juro que me pellizqué, pero ella siguió chupando, al tiempo que me masajeaba los huevos. Se interrumpió solo para sacarme el pantalón y poder cumplir mejor con la tarea que tan absorta la tenía. Ahora ya podía chuparme las bolas y ese sensible camino que se dirige al culo. Así pasaron 10 minutos, sin hablar, entregados los dos a ese momento que se había hecho esperar años y que pintaba una situación cuanto menos, extraña.
La tuve que detener para no llenarle la boca de leche, terminé de desvestirme, la ayudé a ella a hacer lo mismo. Era realmente una escultura, las tetas duras, grandes, el culo duro y grande y una panza que hoy me avergüenza decir que me calentó como nada hasta ese momento lo había hecho.
-“Sabés una cosa, te amo, no te puedo sacar de mi cabeza,”, me dijo. Nunca creí que fuera a ser protagonista de un guión tan morboso, pero no era cuestión de renunciar. Se sentó en el sillón y abrió las piernas. La concha de una embarazada es un poco más gordita que la de una chica en estado normal, sus labios se inflaman un poco, como pude comprobar ese día. Esto no me impidió sumergirme en ese mar de jugos que me reclamaba a los gritos. Le chupé la concha, el culo, me sonroja decir que tambíen la panza y las tetas que de a poco se preparaban para amamantar al hijo de Gastón. Gozamos ambos como locos, ella gemía y me tiraba de los pelos”.
-“Cogeme, por favor seguí!”.
No hacía falta que me lo pidiera, seguí chupandó todo con fruición, hasta llegar nuevamente a su boca, no besamos con todo el remantente de sus jugos en una batalla de lenguas desesperada. Parecía que en ese rato quisieramos calmar la sed de cuatro años, imposible, pero gozamos mucho del intento.
Finalmente, se la clavé en la concha, y la cogí un largo rato. El sudor y los gemidos me decían que ese estaba siendo el mejor polvo de nuestras vidas.
-“Ya que va a ser nuestra única vez”, me dijo declarando principios, “quiero ser toda tuya”.
Se puso en cuatro patas sobre la alfombra, imaginen la panza y las tetas colgando, que cada uno se caliente o se espante de acuerdo a sus gustos. Yo ya no pensaba, actuaba de manera animal, estaba por entrar mi pija en ese culo que había contemplado con desesperación durante años. Primero un dedo, después dos, sus gritos y finalmente mi verga erecta toda dentro de ella. Mi leche no iba a tardar en brotar y ella lo advirtió.
-“Dámela toda el la panza y en las tetas, pajeate arriba mío”, de dijo y se puso boca arriba en la alfombra. Cumplí al pie de la letra, masturbé desesperadamente sobre su cuerpo hinchado hasta descargar una cantidad de semen que por lo menos triplicó mi promedio, la bañé en leche. Ella, con sus propias manos, se encargó de desparramarla es su panza y sus tetas, juntaba semen y se masajeaba la punta de sus pezones. Como último regalo, se tragó mi pija entera para que no quedaran restos de leche.
Luego, se paró en silencio, se limpio con el repasador del mate y nos vestimos los dos sin decir palabra, creo que avergonzados de nosotros mismos.
-“Si llegan más sobres para mi, por favor que me lo alcance alguna de las chicas, no te quiero ver más, no aparezcas más en mi vida”, me dijo al tiempo que otra vez sus ojos celeste profundo se encapotaban como para llover. “No hace falta que baje a abrirte, de adentro tenés picaporte”.
Yo tampoco quería que me acompañara, necesitaba estar solo. Estar solo por el resto de mi vida…
21 comentarios - Historia de amor y morbo - Completa
Felicitaciones !!!!
Gracias por compartir.
Angie te deja Besos y Lamiditas !!!
La mejor forma de agradecer la buena onda que se recibe es comentando, al menos al que te comenta. Yo comenté tu post, vos comentaste el mío?
Compartamos, comentemos, apoyemos, hagamos cada vez mejor esta maravillosa Comunidad !!!
Excelente relato amigo, un lujito, gracias por compartir 🙌
Pase por tu relato mas reciente y la verdad que es EXCELENTE!
Felicitaciones por el gran nivel de tus escritos man!
No puedo comentar, pero copia y pegame en comentarios asi estoy presente!
saludos capo y felicitaciones, en serio, el relato es de lo mejor!
Gracias a Easylover y a todos!!!
Me saco el sombrero ante un GRAN relato, que vale la pena recomendar!
Felicitaciones!
Su pluma es de las mejores!
🙌
Buenísimo relato, excelentemente escrito, muy buena historia, muy bien llevada... Conmovedor.
Van puntos y reco.
Muy buen post, gracias por compartir.
Sin mucho más por agregar, ya que son opiniones con mucha chapa para mi (autoridad) , asi que desde lo escritural hay poco que agregar, que personas como vos tendrían si no tienen ya , libros editados y que toda las personas (no solo de relatos eróticos) pueden leerte.
pd: ojalá hayas olvidado.
puntos mañana.
gracias x el aporte amigo
Casi una novela!
Sin palabras, +10 reco y a favoritos.... Gracias por compartir....