La Masajista

LA MASAJISTA

Como es común en mí tener dolores de espalda y cintura acudía regularmente a un masajista cerca de donde vivía. Por cuestiones de necesidad y comodidad me mude cerca de mi trabajo. Por este motivo tuve que ocuparme de conseguir un nuevo masajista… Y así comienza esta pequeña historia.


Entre averiguaciones y averiguaciones una compañera de trabajo me recomendó a Marcela, según ella muy buena masajista… En fin me habló maravillas de ella.
En principio no me entusiasmó la idea, ya que siempre había asistido de un masajista hombre y creía que eran mejores por la fuerza y esas pavadas que uno suele pensar.
Después de un tiempo me decidí y fui. Mis cotidianos dolores ya me lo pedían a gritos
Marcela es una mujer muy elegante, de unos 35 años. Pelo castaño claro, ojos marrones y una boca que me llamó la atención apenas la vi. El resto de su figura era muy armoniosa. No demasiado pecho y una cintura bien marcada.
Fue muy atenta al recibirme por primera vez, me hizo pasar y dijo que me desvistiera y me cubriera las partes íntimas con una toalla que tenía sobre la camilla. Me indicó esto y se fue de la habitación para regresar una vez que yo le dijera que estaba listo.
Me hizo poner boca abajo y comenzó masajeándome desde la planta de los pies hasta culminar en la nuca. Cuando pasó por mi cola me pidió permiso para quitar un momento la toalla y masajear toda la zona con la crema que usaba. Inmediatamente que lo hizo me volvió a cubrir y siguió con sus masajes por mi espalda.
A pesar de ser mujer tenía mucha fuerza en sus brazos y cuando me descontraturaba la espalda puedo asegurarles que sentía perfectamente cómo se introducían sus dedos en mi cuerpo. La verdad que lo hacía muy bien y me gustaba.
Después de haber estado un buen rato me hizo girar y procedió a masajearme boca arriba.
Comenzó nuevamente por los pies, tomando dedo por dedo y luego siguió por las piernas hasta los muslos. Me los acariciaba del lado interior y empecé a sentir esa sensación inconfundible propia del roce en esa zona. Enseguida traté de poner mi mente en algo que contuviera mi erección. Generalmente utilizo el futbol en esos casos.
Era incontenible, sus dedos pasaban muy cerca de mis huevos y de mi miembro y mi mente expulsó los pensamientos futboleros para dar lugar a aquellos más lujuriosos.
Realmente no se si ella notó algo. Unos segundos después ella pasó rápidamente hacia mi panza para continuar subiendo y culminar, previo masajearme también los brazos, en mi cabeza.
Me sentí muy bien realmente y el ambiente en el que me encontraba favoreció la situación. Había música puesta muy suavemente y la luz era tenue. También había velas aromáticas con un agradable aroma.
Cuando me retiré parecía que flotaba. Marcela había hecho un muy buen trabo conmigo Realmente me había dejado muy bien. Esa noche llame a mi compañera para agradecerle su recomendación.

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La próxima sesión fue la semana siguiente. Al llegar al lugar fui recibido por otra mujer, más joven que Marcela. Me desilusionó un poco aquella mujer ya que quería que me atendiera otra vez la misma mujer. Mi desilusión duró apenas unos segundos cuando aquella “nueva” mujer me dijo que me sentara en una especie de sala de espera que Marcela ya me atendería. Ahí supuse que aquella mujer sería una asistente o algo parecido.
Cuando ingresé se repitió la misma situación de la semana anterior. Me desnudé y luego de acostarme en la camilla tapado con la toalla llamé a Marcela para que comenzara.
Marcela es una mujer muy simpática y amable. Además tiene una voz muy sensual. Todos estos ingredientes y los que ya conté del lugar hacen que uno se sienta muy bien y pueda relajarse.
Una vez comenzado el trabajo, repitió la misma secuencia que la primera vez. Al llegar a la parte interior de mis muslos, noté que pasaba sus manos más cerca que la vez anterior. Y como no puede ser de otra manera mi cabeza comenzó a trabajar no pudiendo contener mi erección.
Acto seguido, dijo:
- Permiso. Es para poder trabajar mejor. Necesito hacer presión sobre algunos puntos.- Y retiró la toalla.
Instintivamente trate de cubrirme con mis manos para disimular la indisimulable erección. Me avergonzaba mucho la situación y solo atiné a pedirle disculpas.
- No te preocupes. Relájate, Esto suele ocurrir y todo tiene solución. – Dijo sonriendo.
Empezó a acariciarme la pija de una manera espectacular. Mientras una de sus manos tomaba mis huevos la otra subía y bajaba por el tronco deslizándome suavemente la piel que cubre mi glande haciéndome sentir en el paraíso.
Lo hacía con tal habilidad que no lo podía creer. Nunca nadie me había masturbado de esa manera.
Insinué decir unas palabras pero ella no me dejó.
- Shhhh! No digas nada y quedate quieto. Si no te gusta o no estás de acuerdo, te vestís y te vas sin problemas. – Dijo.
Como imaginarán me quedé quietito y en silencio y solo me limité a observar ese espectáculo.
Sus manos seguían masturbándome y en determinado momento posó esos hermosos y prominentes labios muy lentamente sobre la cabeza de mi pija y creí que me moría. Estaba muy caliente y pensaba que podía acabar en cualquier momento.
Mientras me la chupaba con delicadeza, comenzó a jugar con uno de sus dedos en la entrada de mi culo. Hacía suaves movimientos circulares y ejercía una presión muy dúctil pero cada vez con más fuerza a medida que aumentaba el ritmo con su boca. La sensación era indescriptible y sentía que explotaba.
Abandonó esa tarea y mi pija volvió al cuidado de sus delicadas manos. Aceleró el ritmo de tal manera que le dije que no podía aguantar más. Ella pareció no escucharme y continuó con su tarea hasta que lancé un impresionante chorro de leche que se desparramó sobre mi cuerpo y en la camilla.
Siguió así hasta que logró sacar hasta la última gota. Literalmente me ordeñó. Luego me limpió todo con la toalla que en algún momento me cubría. Mi pija se puso fláccida, le dio un nuevo beso y me indicó que me podía vestir para retirarme.
La pasé muy bien con Marcela y esperé ansioso nuestro próximo encuentro. Antes de irme me aclaró que lo que había pasado no implicaba que hubiera nada entre nosotros, que la cosa no pasaría de lo sucedido hoy. Que era una gentileza que ofrecía aparte de sus masajes. Me dio un beso en la mejilla y nos despedimos.
De más está decir que la semana siguiente estaba en el consultorio un rato antes de que me tocara el turno. Estaba ansioso y deseoso de pasarla bien, porque además es muy buena masajista.
Estaré agradecido eternamente a mi compañera que me la recomendó… A quien nunca le conté lo que hacía sus masajista preferida. 😉