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Diarío íntimo de mi prima Marucha

En aquellos de los años cincuenta, vivimos un poco hacinados en mi casa, mientras los papás de mi prima encontraban alojamiento en Madrid; ya que su papá, hermano del mío, se vino del pueblo destinado a Madrid. Ambos eran militares.

Este pasaje de “mis cuentos” acaeció en el año 1958, unos cuatro años después de mi veraneo en el Real de San Vicente. Por lo tanto ella tendría “veinticuatro primaveras de” ¡Pero qué primaveras, madre mía! ¡Qué hembra más hermosa!

Yo tenía 18 años y empezaba a despertar a las disquisiciones del sexo. He de decir, que en aquella época, los niños íbamos más atrasados que las niñas en picardías; me di cuenta después, cuando leí el diario de mi prima, y cuando rememoraba aquellas escenas en que las niñas me lo ponían en bandeja y yo sin enterarme. ¡Es que yo era un niño muy mono! ¿Saben ustedes?

Pero era tan cándido, que estaba convencido que las niñas no sentían como los niños en materia de sexo. Que ellas sólo habían nacido para ser mamás, cuidar a sus hijos y quererles mucho. ¡Ah! y para ser alcahuetas, lo que le llamaba mi tío a mi tía. No sabía lo que significaba entonces, pero nada bueno, ya que se lo decía cuando se cabreaba.

Yo espiaba a mi prima Marucha, y lo que más me gustaba era buscar entre la ropa sucia sus braguitas y olerlas; ya que como he contado en el “cuento de la otra Carmencia” el aroma de “un coño en flor” me sublima, y porque producen en mi mente muchas fantasías que me ayudaban a “cascármela” con más ilusión.

Revolvía en sus cosas buscando cosas íntimas de ella. Deseaba alimentar mis quimeras, porque como todos sabéis, “una paja” sin fantasía no sabe a nada. Y buscaba todo aquello de mi prima que ayudara a mi tarea.

Mi tía le decía a mi mamá.

-María, alguien me revuelve en la maleta y el armario.

-¡Pero Felisa, mujer! Quien te va a andar en la ropa.

-¡Ay no sé! Pero no me la encuentro como la dejo.

-¿Te falta algo?

-¡Mira, eso no! Nada me falta.

-Entonces cuñada no te preocupes, igual es Marucha.

-No, no creo.

Las oía y me partía de risa. Estaba considerado como el “lila” de la casa, incapaz de hacer lo que hacia, ¡Sí, sí! Me tenían como a un niño tipo “Ginesito” que no se entera de que va la misa, y que sólo se dedicaba a estudiar y a jugar con los soldaditos de plomo.

Un día no sé porqué se me ocurrió mirar debajo de la cama que dormía ella, y vi una caja de lata pegada a la pared, y como medio escondida entre una de las patas. Me dió un vuelco el corazón, intuía algo terrible para mi morbo. Ese día estaba solo en casa con la tripita mala; mi mamá y mi tía habían ido a comprar los garbanzos y las patatas, y mis hermanos y Marucha en el cole. Antes de tomar aquel tesoro para mis ansias, me fijé muy bien en la posición que estaba, para dejarla exactamente igual. Estaba mi tía y mi prima mosqueadas con que alguien tocaba sus cosas, y no quería dejar más pistas.

Miré al reloj y eran las once y cuarto de la mañana. Tenía 45 minutos por delante, hasta las doce no venía mi prima. El corazón me latía cada vez con más fuerza.

Tomé aquella cajita de lata, pero me parecía de nácar por lo que esperaba encontrar en ella. La emoción era tan intensa que sólo el contacto de mi mano para abrirla, se me puso tan gorda (la mano no, lo otro) que al igual que el corazón, hacía contra la tripita: ¡pom… pom… pom…! ¡Qué momento! ¡Qué momento!

Una libreta de tapas de hule rosa, tomé con mis manos, y leí en la tapa que ponía: MI DIARIO.

Lunes: 1 de Septiembre de 1958

Hoy ha sido un día muy triste para mi, a mi novio Jorge se lo ha llevado el ejército para hacer la mili; y nada menos que a África ¡Qué mala pata! Estoy muy afligida y no hago nada más que llorar; sólo me consuela la foto que tengo en mi mesilla y el recuerdo de sus besos.

Ayer hicimos el amor, si, eso que los niños llaman hacer guarrerías; no pude negarme, llevamos casi tres años gustándonos, desde que tenía 20, y nadie puede saber las terribles ansias que tengo. Sólo la castidad que me debo guardar, me retiene los impulsos de tocarme, me dice mi confesor que no lo haga, que es pecado mortal

Es terrible para una chica que ha sido mujer a los 12 años. Las de veces que me he tenido que confesar este pecado. El cura señor Tobías que es muy bueno me dice cuando le confieso mis terribles sensaciones:

-Marucha hija mía, esa flor que tienes nunca dejes que se deshoje y marchite; guárdala como guardas tu alma: limpia y pura…

-Padre, limpia si que la guardo, me la lavo todos los días.

-No me refiero a esa clase de limpieza hija, me refiero a la limpieza espiritual de tu rosa. Debe ir limpia de contacto de varón hasta el matrimonio. Que el hombre que Dios te tiene reservado para ti, recoja esa flor en su máximo esplendor. No le defraudes.

Martes: 2 de Septiembre de 1958

Tengo unas terribles dudas espirituales. No he tenido valor para confesar lo que he hecho con Jorge y me siento muy mal. Pero no puedo evitar el emocionarme al recordar a Jorge y como me hizo el amor. ¡Juro que yo me resistí! Pero su voz cálida empañó mi mente y me dejé hacer.

Cariño… Me dijo con los ojos húmedos. Te juro, dijo sacando de la cartera una estampa de la Virgen del Pilar, (es que Jorge es maño) por mi Virgencita, que es lo que más quiero después de ti, que cuando acabe la mili, nos casamos. Dame tu cosita, deja que su recuerdo me de luz y fuerza para sobrellevar estos años lejos de ti.

Fueron tan sinceras sus palabras, que unidas a mis deseos no puede negarme a tan sublime decisión.

Todavía siento escozor en mis ingles; Jorge fue todo delicadeza, como sabía que era virgen, me puso vaselina. Yo le pedí por favor que no me la metiera toda, que sólo la puntita, pero cuando sentí esa cosa gorda y sin pellejo en la entrada de mi rosa, fui yo la que tirando de su culo, me la metí hasta dentro. ¡Y más que hubiera tenido! Una vez que eso apunta, el tiro hasta los ovarios es irremisible.

Supe lo que es el placer que da el hacer eso (antes no se llamaba orgasmos) y lloré de felicidad en los brazos de Jorge. ¡Me sentí la mujer más feliz del universo!

Miércoles: 3 de Septiembre de 1954

Hoy me siento más equilibrada de mente. Lo que hice con mi novio fue amor, estoy segura, y aunque dice la canción esa de: “niña Isabel ten cuidado, que donde hay amor hay pecado”, no es cierto, donde hay amor, hay amor. Por eso acabo de tocarme, lo he hecho pensando en Jorge y he tenido también mucho placer ¡más que nuca! El recuerdo de él encima de mi me ha excitado de tal manera, que ha liberado mis represiones… Me siento una mujer plena y llena de amor.

Mañana confesaré y le diré al padre Tobías lo mucho que ama mi corazón a Jorge, seguro que lo comprenderá…

Miércoles: 3 de Septiembre de 1958

El Padre Tobías me ha regañado y me ha puesto una penitencia terrible: diez credos, diez Padre Nuestros con sus correspondientes Aves María, diez Salves y diez Yo confieso. He cumplido la penitencia a “rajatabla”, sin trampas.

-Ya te dije Marucha que la mujer debe conservar sus flor limpia y sin mácula para entregarla íntegra al varón que Dios le designe como marido.

-Pero Padre, Si Dios ya me asignado a Jorge como el varón que será mi esposo.

-No hija, no. Jorge, tu novio, es una prueba que te ha enviado el Señor, porque en su bondad infinita, antes de designarte al esposo, desea que las novias sean las que al final elijan al que dar su virginidad. Por eso debes dejar a Jorge, no es el hombre designado para ti, ya que ha intentado “robar tu flor”.

-Pero si yo le amo, Padre Tobías.

-No es un amor casto ni puro, hija. Y como ese hombre te haya desflorado, vivirás eternamente en pecado, y Dios no te enviará a ningún varón puro y casto que se haga cargo de tu desgracia.

Salí compungida del confesionario; Jorge me había “robado la flor” y estaba en un mar de dudas. Pero lo terrible es que no podía consultar con nadie “mi desgracia” porque: ¿quién iba a rebatir la sentencia de un cura?

Dios mío, como Jorge no cumpliera y se casara conmigo, me veía en la calle, en el arroyo… y lo más horrendo; en el Infierno.

Jueves 4 de Septiembre de 1958

He decido hablar con doña Pura, una vecina de más de cincuenta años, y que durante sus años mozos fue la querida (según cuentan) de un alto cargo político del Régimen. No me atrevo a hacerlo, pero es tanta la angustia que tengo, que de no hacerlo puedo reventar, y va a ser peor. Me armo de valor y un día a la hora que sé está sola, llamo a su puerta.

-¡Hola Marucha! ¿Qué te trae por aquí? Pero pasa, pasa, no te quedes en la puerta.

-Verá doña Pura, es que no me atrevo a contarle lo que me pasa.

-Tranquila niña, tranquila. Que si lo que me quieres contar a mí, no se lo quieres contar a tu mamá, intuyo que debe ser algo relativo al Sexto Mandamiento. ¿A qué sí?

-Jolin, que lista es usted, ¿Cómo lo ha sabido?

-Porque a tu edad, querida niña, de los Diez Mandamientos de la Ley de Dios, es el que más nos preocupa a las mujeres. Alegra esa cara, que cuando me lo cuentes, verás como te vas a sentir más tranquila y segura.

No sabía como empezar mi relato, por lo que doña Pura al verme tan dubitativa me dijo.

-No hace falta que me lo cuentes porque sé de sobra lo que te pasa.

Otra vez quede alucinada cuando doña Pura supo exactamente de mis angustias.

-Te he visto varias veces con ese chico que sales, y que se ha marchado a la mili hace unos días. ¿voy bien?

-¡Jolín! derecha al asunto. Pensé sin hablar, pero mis ojos me delataron.

-Y ese chico te ha pedido que le des lo que a todas las mujeres nos piden los hombres, y se lo has dado. ¿Me equivoco?

-Así es, doña Pura. ¿Cómo ha podido adivinarlo?

-No hace falta ser adivina Marucha, sólo tener cincuenta años y haber pasado por lo que tú hace mucho tiempo. -A ver si sigo adivinando. Y tú desasosiego proviene porque tu confesor te ha dicho que estás en pecado mortal.

-Bueno, ya no, porque he cumplido mi penitencia y Dios me ha perdonado. Mi ansiedad es porque no sé que hacer ahora que ya no soy virgen.

-Mira niña: si ese chico te ama, te responderá, y si te olvida, ponle “un puente de plata”. Pero no creas que es porque Dios lo ha querido así, ha sido porque los hombres son así.

-¿Y qué hago si no me responde?

-Lo que te he dicho, olvidarle tú también.

-Pero me ha dicho mi confesor que desvirgada ya ningún hombre me querrá.

-Tu confesor es gilipollas. Yo, con el virgo más roto que el de “La Lirio” (la postituta más famosa de Madrid), he tenido decenas de hombres a mis pies pidiéndome matrimonio.

-Pero es que usted doña Pura, se ve que ha sido y sigue siendo una mujer muy hermosa.

-Esa es la clave niña: la belleza. Y tú eres más bella que yo lo fui a tu edad. Manda a ese cura a “tomar vientos a la farola”, y ve con la seguridad absoluta que cientos de hombres se pondrán a tus pies.

Viernes, 5 de Septiembre de 1958

Los consejos de doña Pura me han dado mucho valor y ánimo. Me miro al espejo desnuda y ¡es verdad! soy muy bella. Mis pechos son firmes como rocas pendientes de un abismo. Mis piernas como dos pedestales, y mi rostro es como la armonía de un valle de cerezos. ¡Sí soy una mujer muy hermosa! y si el imbécil de Jorge se olvida de mí, que también se vaya “a hacer vientos a la farola”.

Acabo de recibir una carta de Jorge. ¡Ay! qué emoción.

Mi amada Marucha, y cada vez más recordada:

No te puedes ni imaginar lo que te añoro; y el haber entrado en tu alma a través de tu cuerpo aquel maravilloso día, hace que no te despegues ni un momento de mi mente.

¡No sabes amor mío lo qué te extraño!

Tengo muy buenas noticias que darte; me ha asegurado el Teniente Coronel al mando del regimiento, que voy a ser destinado a Madrid, porque como ya sabes, mi padre tiene muchas influencias. ¡Por cierto! le he hablados a mis padres de ti, y en cuanto acabe este periodo de instrucción quieren conocerte. Y ya me han comprado un piso en Moratalaz, (famoso barrio de Madrid que empezó a construirse por aquellos años) para que sea “nuestro nidito” de amor. En cuanto termine la mili, nos casamos. ¿Verdad que tú también lo deseas, amor mío?

¡Qué feliz me sentía! Y aunque dudaba si mi confesor o doña Pura tenían razón en sus apreciaciones sobre el amor y el matrimonio, ya no me importaba. Pasara lo que pasara, ya estaba segura de mi futuro. Mi cuerpo (no mi alma) se impondría en la vida.

Las voces de mi madre y mi tía sentidas por la ventana de mi habitación, me despertaron de mi tremenda excitación. ¡Coño! Las doce ya.

Corriendo puse el diario de Marucha en cu caja de lata, y la caja de lata exactamente como me la había encontrado.

-Felisín,¿que haces? Dijo mi mamá nada más abrir la puerta de la casa.

-Nada mamá, estudiando como siempre en la cama.

-¿Tienes fiebre?

-No, no creo.

-Ahora voy y te pongo el termómetro.

-Vale mamá.

¡Jopé que si tenía fiebre! Como mi mamá me ponga el termómetro en las ingles, seguro que se sale el mercurio. Aquello me reventaba.

¡Jopelín con mi prima! ¡Vaya, vaya! Con que las niñas también se hacen “pajas”.

No lo creía. Mejor dicho, mi estupidez sobre el comportamiento de las niñas de mi edad ante el sexo, no me permitía ver que ellas en esa materia tienen las mismas fantasías y deseos que nosotros. Lo que pasa, que aun viéndolo, no lo asumí hasta bastante mayorcito.

Me las prometía muy felices leyendo el diario de Marucha, “Las gayolas” que me esperaban ansiosas iban a ser de competición.

Al día siguiente fue a por “mi tesoro” ‘¡Y oh Dios! no estaba, no estaba… no estaba…

Nunca supe como pudo desaparecer de allí el diario. Jamás vi en mi prima una mirada de reproche o de sospecha… Ya no podía seguir leyendo sus intimidades, pero si oliendo sus braguitas de algodón o de piqué, y con mucho disimulo, como jugando, le olía las yemas de los dedos de sus manos, como intentando encontrar en ellos mis ilusiones perdidas.

Al poco tiempo se fueron mis titos a un piso de la calle Ayala y dejé de espiar a mi prima.

Ya nunca más mis “pajas” de púber fueron como antes..

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