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calentando la pava

Mi nombre es Ana, tengo veintinueve años, estoy bien proporcionada y con una cara bastante agraciada en la que destacan unos labios sensuales y unos ojos grandes y azules. Mi marido se llama Alberto y no voy a describirlo por no ser relevante su físico para esta historia. Mi jefe se llama Juan es un hombre mayor, de cincuenta y ocho años, alto, un poco grueso pero no desagradable.

Como introducción, diré que somos un matrimonio bastante morboso en el sentido de decirnos palabras fuertes o picantes, inventarnos situaciones subidas de tono, cosa que nos gusta sobremanera a ambos y nos calienta hasta extremos muy altos, siendo luego el sexo en esa situación magnífico.

Pero cuando mi hija tuvo más de dos años tuvimos que cortar esa afición nuestra, pues ella siempre estaba pendiente de nuestras conversaciones.
Así por este motivo dejamos nuestra afinidad, lo que unido a que ya no podíamos disfrutar del sexo de la misma forma, primero por lo agotadoras que eran las noches sin dormir al principio y luego por despertarnos cada dos por tres, el cansancio hace mella y nuestra vida sexual ya no era la misma. Por decirlo con un símil culinario antes nos gustaba la comida bien hecha con su tiempo y al horno, y ahora era como el microondas tres minutos, calentar y listo.

Esta situación me tenía bastante frustrada, y supongo que también a mi marido, lo disimulábamos como podíamos, pero ahí estaba la frustración. Por otro lado mi jefe me hacia bastantes insinuaciones, aunque debo decir que con simpatía y ante mis reiteradas negativas no se molestaba ni intentaba ir más allá.

Un día estaba en la oficina trabajando, tenía el mensajero conectado en la computadora, debo decir que en horarios de trabajo no suelo utilizarlo, pero lo prendo por si mi marido necesita comunicarse por alguna urgencia. En ese momento me surgió el mensaje, era Alberto: ¿Cómo está mi perra caliente?

Como ya he dicho, hace tiempo nos gustaba mucho este tipo de lenguaje, pero hacía tanto que no lo habíamos utilizado, que en mí provocó un efecto como cuando agitas una botella de champagne, toda esa frustración y deseo aletargado saltó como el tapón, y rápidamente le conteste: Morbosamente caliente, perdida, esperando un buen nabo.

Eso fue lo más suave, el tono de nuestra conversación subió de forma paralela a mi excitación. En un momento dado me pidió que me desabrochase el pantalón y me masturbase, yo pese a mi calentura le recordé que estaba en la oficina con mi jefe en el otro despacho, Alberto por toda respuesta me ordenó:
Hacelo.

La orden fue tajante y en mi surtió un efecto como el cuchillo que corta las últimas ataduras, así que obedecí, no sin mirar antes la puerta del despacho de mi jefe que está a mis espaldas; estaba cerrada. Yo ese día iba vestida con un pantalón vaquero de cintura baja, una remera, el consabido corpiño y una tanga. Me desabroché el pantalón e introduje mi mano, pero al estar sentada la posición no era muy cómoda.

Alberto me pidió en un momento dado que le hablase al micrófono para así escuchar mis jadeos, este está sujeto encima del monitor, y como no quería hablar a distancia para que no se oyera nada, me levanté y acerqué mi boca al micro, en esta posición estaba de pie ligeramente inclinada sobre la mesa, con la mano izquierda apoyada en ella y la derecha introducida en mi pantalón acariciándome. Huelga decir lo caliente que estaba y los gemidos que le susurraba en el micro.

No me di cuenta de como, pero de pronto una mano me sujetó la cintura, otra se introdujo en mi pantalón, junto con mi mano y apretó su pelvis contra mi culo aprisionándome contra la mesa, yo di un grito y un susurro al oído me dijo: que no entere tu marido. Mi marido pensó que el grito formaba parte de mis gemidos, y en mi cabeza se formó un torbellino de pensamientos y sentimientos.

Por un lado la soberana excitación en la que estaba, por otro la profunda vergüenza de que mi jefe me hubiese sorprendido haciéndome una paja, además del miedo de que hubiese pasado a la acción en vez de decirme algo, y un miedo aún mayor de que mi marido se enterase de lo que realmente pasaba en ése momento. No sé, si por la excitación, la vergüenza o el miedo, mi decisión fue que mi marido no se enterase, así que permanecí quieta, elevando bastante el tono de mis gemidos para así ahogar cualquier ruido que pudiese hacer mi jefe, Alberto seguía igual: Acaríciate las tetas.

Pero ahora era Juan, mi jefe, el que introduciéndome la mano por debajo de mi camisa y subiéndome el corpiño sin desabrocharlo lo hacía. Mi posición ahora era totalmente inclinada en la mesa apoyada con los dos brazos y mi boca literalmente pegada al micrófono jadeando y gimiendo fuertemente para ahogar la posibilidad de que Alberto escuchase a Juan. Esto excitaba mucho a los dos y mentiría si dijese que no producía un efecto morboso en mí. Alberto seguía con sus órdenes de cibersexo, mientras mi jefe me había subido la remera hasta el cuello junto con el corpiño, y había bajado mis pantalones junto con la tanga hasta los tobillos.

Por un momento dejó de acariciarme, con una de sus manos me sujetó el pelo como el jinete sujeta la brida de la yegua, y con la otra desbrochó y bajó su propio pantalón, enseguida noté como con su pija buscaba la entrada de mi concha lo que no le costó mucho, de dos embestidas me la metió por completo, lo que yo acompañé con un profundo alarido que ahogó el gemido que Juan profirió al notar como se abría mi rajadura (debo decir que yo aunque suelo suspirar y gemir lo hago en un tono normal, pero esa vez para ahogar cualquier ruido que pudiese producir mi tono era realmente alto). Eso sin duda excitaba aún más a Juan que empezó a entrar y salir de forma violenta, al tiempo que tiraba fuerte de mi pelo hacia él y me estrujaba las tetas sin compasión.

En medio de ese torbellino, se abrió paso en mi mente que esos días eran peligrosos, pues estaba ovulando, y traté de pensar como parar aquello. Si le decía que no me diese su leche, mi marido se enteraría de todo, así que como a Alberto le gusta darme por atrás, dije en voz alta: por el culo, esperando que mi jefe no desaprovechase la ocasión de sodomizarme, pues se que es algo que les gusta mucho a los hombres.

Pero los jadeos de Juan se hacían más profundos y no parecía que fuese a cambiar de orificio, así que sin dejar de gemir y gritar muy alto, intenté empujarle con mis manos hacia atrás para sacársela, pero me dio un fuerte tirón de pelo hacia él lo que arrancó un grito real que ahogó el hondo suspiro que emitió, al enterrarse por completo dentro de mí y empezar a soltar toda su leche.

Esa noche hice el amor como loca con mi marido, que nunca se ha enterado de lo que pasó.

fuente:revista relaciones ardientes

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