- Mastúrbame, sí, tócame la polla…
Su manita delicada entró en contacto con el palote fino. Lo tenía duro y húmedo por el capullo. La palma de la mano izquierda la pasó por encima del vello que rodeaba el pene, a modo de caricia, y se la empezó a machacar despacio, relajadamente, tirándole del pellejo hacia abajo, con la vista fija en la pantalla. Sabía que su marido la estaba mirando unos asientos a su derecha. Gus ya se había metido la mano dentro del pantalón y se tocaba al ver cómo su mujer masturbaba a otro hombre. Realmente, las sensaciones eran distintas a los clubes que habían visitado.
- Ahhh… Ahhh… Qué manos tienes… Ummm… Dame más deprisa… - apremiaba mediante susurros jadeantes.
- Sí, sí…
Aceleró las sacudidas empuñándola por el capullo. La manita izquierda la resbaló hacia los huevos, estrujándoselos suavemente con la palma.
- ¿Te gusta así? – le preguntó ella esmerándose en menearle bien la verga y sobarle bien los cojones.
- Lo haces muy bien…. Ummm… Sigue… Sigue… Bésame por el cuello…
Sobándole los cojones y meneándole la verga a un ritmo constante, comenzó a besuquearle por el cuello mientras el chico permanecía atento a la pantalla. Gus la miraba desde su asiento. El chico la mantenía acurrucada contra él, veía cómo su esposa le besaba por el cuello y observaba el incesante movimiento del brazo derecho, aunque no lograba ver la masturbación en sí.
Los huevos se los agarraba y se los meneaba en círculos, empuñando fuerte la polla, dándole tirones con ganas, sin parar ni un segundo, estampándole besitos por el cuello.
- ¿Te gusta? – insistía ella.
Pero ya no obtuvo respuesta. Apartó la cara de su cuello y vio que lanzaba continuos resoplidos, frunciendo y desfrunciendo el entrecejo. Notó los salpicones por sus manos, notó cómo derramaba hacia los lados. Fue desacelerando hasta parar, manteniéndole la verga empuñada, notando el esperma por los nudillos de las manos. Aún le acariciaba los huevos.
- Te has corrido, ¿no?
- Sí, ¿tienes un pañuelo para limpiarme?
- Sí, espera.
Depositó la verga sobre su vientre y el chico le retiró el brazo de los hombros. Nazaret se irguió y pudo mirar hacia su marido al rebuscar en el bolso. Sacó un clínex y se ladeó hacia él para secarle la verga golpeándola despacio con el pañuelo, luego se limpió las manchas de la mano. El chico se subió el calzoncillo y se colocó el pantalón.
- Gracias, tía, tengo que irme.
- ¿Ya te vas?
- Ya se me ha pasado el calentón. Bueno, adiós.
Se levantó y se marchó hasta salir de la sala. Volvieron a quedarse solos en la fila, separados por un par de asientos. Su esposa acababa de hacerle una paja a un desconocido. Se había retirado la mano del pene para no correrse, porque estaba muy excitado. Nazaret también estaba muy excitada, por primera vez había vivido una experiencia morbosa y hechizante, por primera vez habían traspasado los límites de la fantasía. Aquel sitio era para cosas así, un rápido toqueteo, unos magreos, una paja y hasta la próxima, nada de compromisos y ataduras. Sí se corría el riesgo de contraer algún tipo de contagio por transmisión sexual, pero a veces la lujuria resultaba mucho más poderosa que la prudencia y resultaban impulsos indomables. Todavía tenía la sensación en la mano de tener la polla agarrada. Se metió la mano bajo el jersey y se tocó las bragas, las tenía húmedas de haberse corrido.
Su marido y ella se sonrieron, se dieron a entender mediante gestos que todo había sido muy excitante. Otro hombre entró en la fila por el lado de Gus. Se reproducía una escena al aire libre y la iluminación de la pantalla les permitió ver su físico. Tendría unos cuarenta y cinco años o más, era bajito y regordete, con la cabeza picuda y el pelo corto, con bigote, parecía un paleto con la camisa a cuadros desabrochada hasta la mitad, mostrando los pelos del pecho, y unos pantalones azul marino de tela muy tupidos, con zapatos negros y calcetines blancos. Tenía toda la pinta de ser un putero.
Se detuvo al llegar a Gus.
- Déjame pasar – le dijo en tono despectivo.
Gus retiró las piernas para dejarle pasar. Emanaba una mezcla de olor a sudor y alcohol. Se sentó al lado de Nazaret, justo a su derecha. Sólo quedaba un asiento vacío entre el tipo y Gus. Nazaret, erguida en el asiento, le miró de reojo. Vio su piel blanca y los pelos del pecho que le salían por la camisa, unos pelos negros y densos, muy rizados. También percibió su apestosa fragancia masculina.
- Hola – le saludó ella -. ¿Le molesta el abrigo?
- No.
Se mantuvo pendiente a la pantalla, erguido en el asiento, hasta que cinco minutos más tarde, ante una sintonía inagotable de gemidos procedente de la película, se desabrochó el cinturón. Nazaret oyó la bajada de la bragueta y pocos instantes después le entraron por el oído los tirones y chasquidos. Gus vio que se estaba masturbando al lado de su mujer, atento a la pantalla. El tipo resultaba repelente en todos los sentidos, por su físico retaco, su apestoso olor y su rostro taciturno, pero Nazaret estaba muy caliente de que estuviera masturbándose a su lado y más que el físico le ponía la situación. Le oía respirar con cierta fatiga. Le miró de nuevo disimuladamente, pero el tipo volvió la cabeza hacia ella.
- ¿Qué coño miras, puta? – preguntó de mal tono, frenando los meneos.
- Nada, perdone.
- ¿Quieres tocármela? ¿eh?
- Discúlpeme, no quería molestarle.
El tipo alzó el brazo izquierdo y, rudamente, le puso la mano en la nuca, por encima del cabello, bajándole un poco la cabeza hacia sus piernas.
Su manita delicada entró en contacto con el palote fino. Lo tenía duro y húmedo por el capullo. La palma de la mano izquierda la pasó por encima del vello que rodeaba el pene, a modo de caricia, y se la empezó a machacar despacio, relajadamente, tirándole del pellejo hacia abajo, con la vista fija en la pantalla. Sabía que su marido la estaba mirando unos asientos a su derecha. Gus ya se había metido la mano dentro del pantalón y se tocaba al ver cómo su mujer masturbaba a otro hombre. Realmente, las sensaciones eran distintas a los clubes que habían visitado.
- Ahhh… Ahhh… Qué manos tienes… Ummm… Dame más deprisa… - apremiaba mediante susurros jadeantes.
- Sí, sí…
Aceleró las sacudidas empuñándola por el capullo. La manita izquierda la resbaló hacia los huevos, estrujándoselos suavemente con la palma.
- ¿Te gusta así? – le preguntó ella esmerándose en menearle bien la verga y sobarle bien los cojones.
- Lo haces muy bien…. Ummm… Sigue… Sigue… Bésame por el cuello…
Sobándole los cojones y meneándole la verga a un ritmo constante, comenzó a besuquearle por el cuello mientras el chico permanecía atento a la pantalla. Gus la miraba desde su asiento. El chico la mantenía acurrucada contra él, veía cómo su esposa le besaba por el cuello y observaba el incesante movimiento del brazo derecho, aunque no lograba ver la masturbación en sí.
Los huevos se los agarraba y se los meneaba en círculos, empuñando fuerte la polla, dándole tirones con ganas, sin parar ni un segundo, estampándole besitos por el cuello.
- ¿Te gusta? – insistía ella.
Pero ya no obtuvo respuesta. Apartó la cara de su cuello y vio que lanzaba continuos resoplidos, frunciendo y desfrunciendo el entrecejo. Notó los salpicones por sus manos, notó cómo derramaba hacia los lados. Fue desacelerando hasta parar, manteniéndole la verga empuñada, notando el esperma por los nudillos de las manos. Aún le acariciaba los huevos.
- Te has corrido, ¿no?
- Sí, ¿tienes un pañuelo para limpiarme?
- Sí, espera.
Depositó la verga sobre su vientre y el chico le retiró el brazo de los hombros. Nazaret se irguió y pudo mirar hacia su marido al rebuscar en el bolso. Sacó un clínex y se ladeó hacia él para secarle la verga golpeándola despacio con el pañuelo, luego se limpió las manchas de la mano. El chico se subió el calzoncillo y se colocó el pantalón.
- Gracias, tía, tengo que irme.
- ¿Ya te vas?
- Ya se me ha pasado el calentón. Bueno, adiós.
Se levantó y se marchó hasta salir de la sala. Volvieron a quedarse solos en la fila, separados por un par de asientos. Su esposa acababa de hacerle una paja a un desconocido. Se había retirado la mano del pene para no correrse, porque estaba muy excitado. Nazaret también estaba muy excitada, por primera vez había vivido una experiencia morbosa y hechizante, por primera vez habían traspasado los límites de la fantasía. Aquel sitio era para cosas así, un rápido toqueteo, unos magreos, una paja y hasta la próxima, nada de compromisos y ataduras. Sí se corría el riesgo de contraer algún tipo de contagio por transmisión sexual, pero a veces la lujuria resultaba mucho más poderosa que la prudencia y resultaban impulsos indomables. Todavía tenía la sensación en la mano de tener la polla agarrada. Se metió la mano bajo el jersey y se tocó las bragas, las tenía húmedas de haberse corrido.
Su marido y ella se sonrieron, se dieron a entender mediante gestos que todo había sido muy excitante. Otro hombre entró en la fila por el lado de Gus. Se reproducía una escena al aire libre y la iluminación de la pantalla les permitió ver su físico. Tendría unos cuarenta y cinco años o más, era bajito y regordete, con la cabeza picuda y el pelo corto, con bigote, parecía un paleto con la camisa a cuadros desabrochada hasta la mitad, mostrando los pelos del pecho, y unos pantalones azul marino de tela muy tupidos, con zapatos negros y calcetines blancos. Tenía toda la pinta de ser un putero.
Se detuvo al llegar a Gus.
- Déjame pasar – le dijo en tono despectivo.
Gus retiró las piernas para dejarle pasar. Emanaba una mezcla de olor a sudor y alcohol. Se sentó al lado de Nazaret, justo a su derecha. Sólo quedaba un asiento vacío entre el tipo y Gus. Nazaret, erguida en el asiento, le miró de reojo. Vio su piel blanca y los pelos del pecho que le salían por la camisa, unos pelos negros y densos, muy rizados. También percibió su apestosa fragancia masculina.
- Hola – le saludó ella -. ¿Le molesta el abrigo?
- No.
Se mantuvo pendiente a la pantalla, erguido en el asiento, hasta que cinco minutos más tarde, ante una sintonía inagotable de gemidos procedente de la película, se desabrochó el cinturón. Nazaret oyó la bajada de la bragueta y pocos instantes después le entraron por el oído los tirones y chasquidos. Gus vio que se estaba masturbando al lado de su mujer, atento a la pantalla. El tipo resultaba repelente en todos los sentidos, por su físico retaco, su apestoso olor y su rostro taciturno, pero Nazaret estaba muy caliente de que estuviera masturbándose a su lado y más que el físico le ponía la situación. Le oía respirar con cierta fatiga. Le miró de nuevo disimuladamente, pero el tipo volvió la cabeza hacia ella.
- ¿Qué coño miras, puta? – preguntó de mal tono, frenando los meneos.
- Nada, perdone.
- ¿Quieres tocármela? ¿eh?
- Discúlpeme, no quería molestarle.
El tipo alzó el brazo izquierdo y, rudamente, le puso la mano en la nuca, por encima del cabello, bajándole un poco la cabeza hacia sus piernas.
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