Heme aquí, atacada por dos borrachos pestilentes que me arrastraron desde mi auto hacia unos arbustos; las ropas rasgadas, algunos puñetazos en el rostro, con la cara lamiendo el suelo y lo más sorprendente: con toda esta desgracia que atropella mi vida. Me refugio en estos desgarrantes momentos, sacando la camiseta de mi amado para olerla, recordándolo a él, al Yorugua; ni el coñito rasgado me importa.
Yo estaba casada con un holandés, a quién había apartado de los puteros de Ámsterdam. Ya me tenía cansada, pero era el único hombre que me podía seguir a cualquier parte del mundo donde una española como yo, y, con sangre gitana, gustaba de recorrer el mundo como secretaria de un cónsul. El Yorugua jugaba futbol en el mismo equipo que Johann, mi esposo. Pero a diferencia del apático holandés errante, el Yorugua era todo ocurrencias, diversión, pasión y entrega. Hacía una fiesta y se le ocurrían cosas nuevas, como aquella fiesta de cócteles en donde combinó nuestras bebidas nacionales con diferentes licores y nos regaló exquisitos tragos. Fue muy divertido. La noche que lo invité a mi despedida por que partía hacia la India, el Yorugua alzó la copa y brindó no por un adiós, sino por un próximo encuentro en Nueva Delhi. Públicamente, Johann y yo le ofrecimos nuestra casa, a sabiendas de que nunca iría, que poco conocía la osadía de este uruguayo.
Hice mis maletas y partí dejando a Johann para que vendiera la casa, yo iría a instalarme en la capital hindú. Pasaron 6 meses y llegó el más caluroso de los veranos que he vivido, 50 grados en la sombra y lluvias torrenciales del monzón. De no creerse. Johann no podía vender la casa y esto ya llevaba mucho tiempo. Por ahí me enteré que Holanda estaba clasificada a los cuartos de final del mundial de Japón y que Uruguay, había perdido contra Argentina. Pobre Yorugua, pensé, no se merecía esto.
Ese mismo día recibí una sorpresiva llamada: "¿Sabes qué? el mundial para mí ya terminó y estar en Korea o Japón es un verdadero martirio", me dijo el Yorugua. Pues… ¡vente a la India!, le dije emocionada. Y me arreglé y arreglé toda la casa y me fui directo al aeropuerto a recogerlo. Cuando bajó del avión le di dos besos, uno en cada mejilla, y nuestro abrazo duró más de lo que los amigos suelen darse.
Esa noche lo acomodé en el cuarto de invitados. Cenamos y reímos como nunca. El Yorugua sabía hacerme sentir cómoda, me envolvía en sus relatos, en sus aventuras. Cuando hablaba en italiano hablaba como un romano vulgar, en alemán parecía un tartamudo prusiano, su inglés era broken, su francés era muy sentimental, elegimos el español para decirnos tantas cosas que ni Cervantes se hubiera imaginado.
Al otro día, los sirvientes trajeron el desayuno y ya el Yorugua, se había leído los 6 periódicos que circulan en inglés en este país, me tenía un resumen de lo que había pasado en el mundo. ¡Increíble! Al llegar a la oficina, el embajador se quedó sorprendido de que yo estuviera más enterada que su agregado de prensa, y me felicitó. Ese Yorugua estaba cambiando mi vida.
Cuando regresé del trabajo, encontré al Yorugua escuchando ópera, ¡mi colección de ópera! Le pregunté por su favorita: "La Boheme", la misma que a mí me gusta, juntos la escuchamos y lloramos en la escena donde mueren los enamorados de dolor y enfermedad. Tomé un trago de vino y por primera vez en mis ojos surgió algo; pero el Yorugua era un caballero.
Veo entre lágrimas parar al patrullero, intentan recogerme pero yo sigo aferrada a su ropa, a su olor, a su alegría y los dos borrachos ya se habían ido hace rato, cuando me meten al coche con mi coñito rasgado, la sirena sonando y yo aferrada, sigo recordando…
Aquella segunda noche, el calor era insoportable, me acosté desnuda y dejé la puerta entreabierta por si el Yorugua quería agua o cualquier cosa. Sonó el teléfono, era la sirvienta dominicana que me avisaba que se iba de la casa pues mi marido había metido una mujer a vivir con él. No podía creerlo, inmediatamente llamé a la vecina y ella me confirmó todo, Johann había metido otra mujer a la casa desde hace tres meses. ¡Maldito!
Entonces le hablé a Johan y le grité en sus oídos la traición, nos hablábamos en alemán y cuando alguien se enoja en ese idioma parece como que ladra. Entonces rompí en llanto y, poco a poco, los sollozos se fueron apagando en un mar de impotencia.
"Estás bien?" Oí una voz y me asusté !Ah…! era el Yorugua, me había olvidado de él.
Pasá, le dije y no me acordé que estaba desnuda por el calor. El Yorugua titubeo, pero a sabiendas que mi pena era mayor que mi vergüenza, pasó y un abrazo unísono se produjo. Caray, justo lo que necesitaba, sentí su olor fresco, su fuerza, su cariño extremo, su preocupación por mí y entonces obligué a sus labios a morder los míos, obligué a sus besos a apoderarse de mi sexo y a que se adentrara con su deseo en mi hasta hacerme pensar en lo bueno que era estar con él y en verdad lo era, El Yorugua supo como aliviar mi pesar, como hacerme sentir deseada, amada, sintetizada en mil caricias de ensueño, cierren los ojos y tendrán a mi yorugua entre sus brazos, ese era mi Yorugua.
Los siguientes días fueron de película, lo llevé a los mejores, lo paseé por los mejores lugares y sin darme cuenta me enamoré perdidamente de él. Una noche sin luna lo llevé al parque de las fosforescencias, y en medio de la noche iluminada me pidió que fuera su prometida y me entregó un anillo de oro que decía "sin luna" en alemán. Yo acepté envolviéndolo en con un collar de azahares. La tradición hindú dice que quien se ata con ellos es para siempre. Lo envolví y respiramos el embrujo del azahar. "hueles a sirvienta" me dijo y casi me desmayo de la emoción porque nunca supe si eso era bueno o malo, pero se me quedo la frase como lo que jamás nadie me había dicho y yo sentí que atraía hacia mi a la luna y las estrellas de por sí ausentes esa noche.
Cómo deseamos con vehemencia que no terminara, con qué fuerza nos amamos hasta la madrugada, todo lo que era mi pasado desaparecía de mi mente, en tres noches y sus días el Yorugua me había transformado. Cuando partió dormí sobre su ropa sin lavar por varias noches, las traía hasta en mi bolso pues su penetrante olor me extasiaba.
Por eso, mas que calmar el dolor en esta enfermería donde me están atendiendo luego de que me sometieran por la fuerza, es el magnífico aliento que se desprende de la ropa del Yorugua lo que me mantiene con vida, vivir para él, porque si yo olía a sirvienta o a mujer violada , ¡qué importaba!, él igual me amaba.
Yo estaba casada con un holandés, a quién había apartado de los puteros de Ámsterdam. Ya me tenía cansada, pero era el único hombre que me podía seguir a cualquier parte del mundo donde una española como yo, y, con sangre gitana, gustaba de recorrer el mundo como secretaria de un cónsul. El Yorugua jugaba futbol en el mismo equipo que Johann, mi esposo. Pero a diferencia del apático holandés errante, el Yorugua era todo ocurrencias, diversión, pasión y entrega. Hacía una fiesta y se le ocurrían cosas nuevas, como aquella fiesta de cócteles en donde combinó nuestras bebidas nacionales con diferentes licores y nos regaló exquisitos tragos. Fue muy divertido. La noche que lo invité a mi despedida por que partía hacia la India, el Yorugua alzó la copa y brindó no por un adiós, sino por un próximo encuentro en Nueva Delhi. Públicamente, Johann y yo le ofrecimos nuestra casa, a sabiendas de que nunca iría, que poco conocía la osadía de este uruguayo.
Hice mis maletas y partí dejando a Johann para que vendiera la casa, yo iría a instalarme en la capital hindú. Pasaron 6 meses y llegó el más caluroso de los veranos que he vivido, 50 grados en la sombra y lluvias torrenciales del monzón. De no creerse. Johann no podía vender la casa y esto ya llevaba mucho tiempo. Por ahí me enteré que Holanda estaba clasificada a los cuartos de final del mundial de Japón y que Uruguay, había perdido contra Argentina. Pobre Yorugua, pensé, no se merecía esto.
Ese mismo día recibí una sorpresiva llamada: "¿Sabes qué? el mundial para mí ya terminó y estar en Korea o Japón es un verdadero martirio", me dijo el Yorugua. Pues… ¡vente a la India!, le dije emocionada. Y me arreglé y arreglé toda la casa y me fui directo al aeropuerto a recogerlo. Cuando bajó del avión le di dos besos, uno en cada mejilla, y nuestro abrazo duró más de lo que los amigos suelen darse.
Esa noche lo acomodé en el cuarto de invitados. Cenamos y reímos como nunca. El Yorugua sabía hacerme sentir cómoda, me envolvía en sus relatos, en sus aventuras. Cuando hablaba en italiano hablaba como un romano vulgar, en alemán parecía un tartamudo prusiano, su inglés era broken, su francés era muy sentimental, elegimos el español para decirnos tantas cosas que ni Cervantes se hubiera imaginado.
Al otro día, los sirvientes trajeron el desayuno y ya el Yorugua, se había leído los 6 periódicos que circulan en inglés en este país, me tenía un resumen de lo que había pasado en el mundo. ¡Increíble! Al llegar a la oficina, el embajador se quedó sorprendido de que yo estuviera más enterada que su agregado de prensa, y me felicitó. Ese Yorugua estaba cambiando mi vida.
Cuando regresé del trabajo, encontré al Yorugua escuchando ópera, ¡mi colección de ópera! Le pregunté por su favorita: "La Boheme", la misma que a mí me gusta, juntos la escuchamos y lloramos en la escena donde mueren los enamorados de dolor y enfermedad. Tomé un trago de vino y por primera vez en mis ojos surgió algo; pero el Yorugua era un caballero.
Veo entre lágrimas parar al patrullero, intentan recogerme pero yo sigo aferrada a su ropa, a su olor, a su alegría y los dos borrachos ya se habían ido hace rato, cuando me meten al coche con mi coñito rasgado, la sirena sonando y yo aferrada, sigo recordando…
Aquella segunda noche, el calor era insoportable, me acosté desnuda y dejé la puerta entreabierta por si el Yorugua quería agua o cualquier cosa. Sonó el teléfono, era la sirvienta dominicana que me avisaba que se iba de la casa pues mi marido había metido una mujer a vivir con él. No podía creerlo, inmediatamente llamé a la vecina y ella me confirmó todo, Johann había metido otra mujer a la casa desde hace tres meses. ¡Maldito!
Entonces le hablé a Johan y le grité en sus oídos la traición, nos hablábamos en alemán y cuando alguien se enoja en ese idioma parece como que ladra. Entonces rompí en llanto y, poco a poco, los sollozos se fueron apagando en un mar de impotencia.
"Estás bien?" Oí una voz y me asusté !Ah…! era el Yorugua, me había olvidado de él.
Pasá, le dije y no me acordé que estaba desnuda por el calor. El Yorugua titubeo, pero a sabiendas que mi pena era mayor que mi vergüenza, pasó y un abrazo unísono se produjo. Caray, justo lo que necesitaba, sentí su olor fresco, su fuerza, su cariño extremo, su preocupación por mí y entonces obligué a sus labios a morder los míos, obligué a sus besos a apoderarse de mi sexo y a que se adentrara con su deseo en mi hasta hacerme pensar en lo bueno que era estar con él y en verdad lo era, El Yorugua supo como aliviar mi pesar, como hacerme sentir deseada, amada, sintetizada en mil caricias de ensueño, cierren los ojos y tendrán a mi yorugua entre sus brazos, ese era mi Yorugua.
Los siguientes días fueron de película, lo llevé a los mejores, lo paseé por los mejores lugares y sin darme cuenta me enamoré perdidamente de él. Una noche sin luna lo llevé al parque de las fosforescencias, y en medio de la noche iluminada me pidió que fuera su prometida y me entregó un anillo de oro que decía "sin luna" en alemán. Yo acepté envolviéndolo en con un collar de azahares. La tradición hindú dice que quien se ata con ellos es para siempre. Lo envolví y respiramos el embrujo del azahar. "hueles a sirvienta" me dijo y casi me desmayo de la emoción porque nunca supe si eso era bueno o malo, pero se me quedo la frase como lo que jamás nadie me había dicho y yo sentí que atraía hacia mi a la luna y las estrellas de por sí ausentes esa noche.
Cómo deseamos con vehemencia que no terminara, con qué fuerza nos amamos hasta la madrugada, todo lo que era mi pasado desaparecía de mi mente, en tres noches y sus días el Yorugua me había transformado. Cuando partió dormí sobre su ropa sin lavar por varias noches, las traía hasta en mi bolso pues su penetrante olor me extasiaba.
Por eso, mas que calmar el dolor en esta enfermería donde me están atendiendo luego de que me sometieran por la fuerza, es el magnífico aliento que se desprende de la ropa del Yorugua lo que me mantiene con vida, vivir para él, porque si yo olía a sirvienta o a mujer violada , ¡qué importaba!, él igual me amaba.
1 comentarios - Heme aquí, violada. (Cuento nuevo)
Buena redaccion, me gustaa