Clara está nerviosa. Ha quedado con uno de los chicos con los que ha tonteado por email. Sabe que se arriesga, que eso de quedar con un extraño, al cual sólo conoce de intercambiar cuatro fotografías y un par de relatos eróticos por correo electrónico puede ser peligroso, pero se la ha querido jugar.
Clara tiene cuarenta y dos años, casada desde hace quince, madre de un hijo de diez años. Siempre fue prudente, siempre fiel a su marido al cual amaba ciegamente. Hasta que las cosas cambiaron, hasta que descubrió que el le era infiel desde hacía años y ella decidió pagarle con la misma moneda.
Fue fácil empezar a “cazar” por Internet. Bueno, fácil no sería la palabra exacta, conseguir contactar con hombres fue coser y cantar, pero ahora llega el momento de la verdad, de consumar su venganza. Pero las ansias de hacerle pagar a su marido el mal que le ha hecho no impiden que sea consciente del riesgo que corre y de que quizás se está exponiendo demasiado.
La tarde de finales de septiembre es cálida y apacible. Él la ha citado en la casa de un tranquilo pueblo de los que rodean Barcelona. El taxista la lleva hasta donde ella le ha indicado, la deja delante de una bonita construcción de dos plantas.
Es una casa antigua pero muy bien cuidada. No hay más casas alrededor. A los dos lados hay solares sin edificar. Por un momento Clara piensa que si chilla nadie la oirá. Si chilla pidiendo auxilio o si chilla de placer... No lo sabe, la incertidumbre le pone un nudo en la boca del estómago mientras empuja la puerta metálica de la cancela y sube los cuatro escalones que la dejan delante de la puerta principal.
Puede ver reflejado en el cristal de la pequeña ventanita que ornamenta la puerta como a sus espaldas el cielo se tiñe de malva y rosa. Un par de deshilachadas y algodonosas nubes parecen incendiarse sobre los tejados de la lejana ciudad. Al encenderse las farolas de la desierta calle a Clara se le hace más evidente la soledad del lugar. Un leve aroma a flores de níspero y tierra húmeda flota en el aire vespertino.
No para de repetirse que está loca, piensa en su marido que está de viaje, en su hijo que se ha quedado al cuidado de los abuelos... Cuando ya está a punto de darse la vuelta para salir corriendo, la puerta se abre y no tiene más remedio que entrar.
Está oscuro, sus tacones resuenan sobre el parquet mientras la puerta se cierra a sus espaldas y se encienden las luces. Un gran comedor, lujosamente decorado, quizás algo decadente, muebles que ahora son antiguos pero fueron comprados como nuevos…
Ella emite un pequeño grito y los mira a los tres. No sólo está Fernando, también están Marcos y Eduardo. Los tres... Ella está sorprendida y avergonzada. Son los tres hombres con los que ha estado jugando últimamente por email. No se explica como los tres han podido conocerse y ponerse de acuerdo para encontrarse hoy delante de ella. Ellos la miran sonrientes, no parecen amenazadores, más bien divertidos y excitados... Ella comprende lo que le espera. Ha jugado con ellos y ahora jugaran con ella. Asombrada, percibe la calidez de su coño, su cuerpo ya reclama lo que el cerebro le está negando.
Una vez más intenta irse, llegar a la puerta de salida, pero entre los tres la detienen, la empiezan a besar, en la cara, en el cuello, en los labios. A ella se le escapa una lágrima que Eduardo recoge con su lengua para seguidamente murmurarle palabras tiernas al oído. Entre los tres la van desnudando, de pie, en medio del comedor, bajo una magnífica araña de bronce y cristal veneciano. Uno le coge el bolso de las manos, otro le desabrocha la camisa, otro le saca la falda. Ella se deja hacer, muerta de miedo, loca de deseo. Se da cuenta de que no ha dicho ni una sola palabra pero, ¿qué puede decir? Le parece que a ellos no les importa lo que ella diga en ese momento.
Marcos le desabrocha el sujetador de rosado encaje transparente y los pechos saltan impacientes como dos flanes coronados por pezones de suave caramelo oscuro. Fernando los empieza a lamer, los muerde con suavidad, como un roedor goloso que no quiere que su dulce se acabe nunca. Ella empieza a gemir bajito. Hace un último intento por apartarlos pero ellos la sujetan con fuerza. Eduardo le quita las braguitas parsimoniosamente, disfrutando de la visión del delicado encaje rosa deslizándose por los rotundos muslos de Clara. Están mojadas y ella se muere de vergüenza. Sólo tendría que decir NO y ellos la dejarían marchar, pero no lo dice...
Clara es una mujer no muy alta, no muy delgada, no muy joven. Bajo la luz de la lámpara parece una diosa antigua, con los abundantes pechos brillando sobre su vientre ligeramente prominente y la mata oscura de su vello púbico enmarcando unos labios internos prominentes y húmedos.
Siente como tres pares de manos, tres pares de labios, tres lenguas, la acarician por todos los rincones, uno con ternura, otro más violento, el otro tan caliente que hasta su saliva quema. Le gustan los tres.
Mientras uno le come las tetas, otro le pasa la lengua arriba y abajo por el coño hinchado de deseo y excitación y el tercero se sitúa a su espalda, le muerde los muslos, le pasa la lengua por el culo, le abre las nalgas y la lame hasta volverla loca de impaciencia.
El que le está chupando el coño se está concentrando en el clítoris. Ella separa más las piernas, las tetas le cuelgan hacia delante, abre más el culo. Sabe que el orgasmo ya está en camino, sabe que en cuanto se corra los tres se la van a follar sin miramientos, y lo desea, sí, sí, sííííííí... Chilla mientras intenta mantener el equilibrio para no caer. Es un orgasmo largo, las contracciones fuertes, ellos le meten los dedos en la vagina, en el culo, la arañan, la pellizcan...
Con la mirada aún turbia por la intensidad del orgasmo, Clara ve como los tres hombres empiezan a desnudarse. Hombres normales, ni guapos ni feos, más jóvenes que ella los tres, entre 35 y 40 años. Tienen unas erecciones impresionantes, gotitas transparentes coronan sus pollas oscurecidas por el deseo.
Uno de ellos se tumba en el suelo, sobre la alfombra y le pide a ella que lo monte. Clara, obediente, excitada de nuevo, se sienta despacito sobre el miembro duro. Entra suave en su vagina hasta que ella deja caer todo el peso de su cuerpo sobre él. La polla se le clava bien adentro, siento un poco de dolor, pero empieza a moverse bajo la atenta mirada de los tres. Eso aún la excita más, se acaricia las tetas, se pellizca los pezones mientras no para de cabalgar y pasea su mirada de uno a otro.
Uno de los que están de pie se sitúa a su espalda y la hace inclinarse hacia delante, sobre el hombre que la penetra, cuidando de que la polla no se le salga del coño, le lame el orificio del culo, le mete un dedo, dos... y sin esperar mucho más tiempo le mete la polla de una embestida. A ella se le escapa un grito de dolor pero piensa que se lo merece, por haber jugado con ellos. Y ese pensamiento hace que el coño se le moje aún más y sus agujeros se dilaten para acoger con facilidad las dos vergas que tiene dentro. Ahora ella no se mueve, deja que sean ellos dos los que coordinen los movimientos. Nunca antes la habían penetrado dos hombres a la vez. Se acaricia el clítoris con el dedo índice. Siente la piel tensa en el perineo y un calor abrasador en la vagina y el culo.
Pero aún queda uno de ellos. Clara lo mira y sonríe. Lo desea en su boca y él no la hace esperar más, de golpe, hasta la campanilla, está a punto de tener una arcada pero se domina y empieza a mamar, acompasando los movimientos con los de los otros dos.
La mujer percibe como se aproxima un nuevo orgasmo, las oleadas de placer suben y bajan por su cuerpo, el vello de la piel erizado, los pezones a punto de reventar, siente la humedad que se le desliza por los muslos, pero no chilla, mantiene la polla en su boca, continua chupando hasta que la leche caliente choca con su paladar y se la traga con glotonería. Los otros dos también están eyaculando, gimen y gritan mientras le inundan de semen todos sus agujeros...
Después la postura se deshace, se desacoplan los cuerpos y los cuatro quedan tumbados sobre la gruesa alfombra. Cuerpos sudorosos, leves sonrisas, respiraciones que intentan volver a su ritmo normal.
Por fin uno de ellos consigue hablar: “No te irás de aquí hasta que cada uno de los tres haya probado tus tres agujeros”.
Ella, por un momento, está a punto de desmayarse, pero sonríe. “Soy vuestra” les dice, mientras una gotita de semen se le desliza por la comisura de los labios.
Clara tiene cuarenta y dos años, casada desde hace quince, madre de un hijo de diez años. Siempre fue prudente, siempre fiel a su marido al cual amaba ciegamente. Hasta que las cosas cambiaron, hasta que descubrió que el le era infiel desde hacía años y ella decidió pagarle con la misma moneda.
Fue fácil empezar a “cazar” por Internet. Bueno, fácil no sería la palabra exacta, conseguir contactar con hombres fue coser y cantar, pero ahora llega el momento de la verdad, de consumar su venganza. Pero las ansias de hacerle pagar a su marido el mal que le ha hecho no impiden que sea consciente del riesgo que corre y de que quizás se está exponiendo demasiado.
La tarde de finales de septiembre es cálida y apacible. Él la ha citado en la casa de un tranquilo pueblo de los que rodean Barcelona. El taxista la lleva hasta donde ella le ha indicado, la deja delante de una bonita construcción de dos plantas.
Es una casa antigua pero muy bien cuidada. No hay más casas alrededor. A los dos lados hay solares sin edificar. Por un momento Clara piensa que si chilla nadie la oirá. Si chilla pidiendo auxilio o si chilla de placer... No lo sabe, la incertidumbre le pone un nudo en la boca del estómago mientras empuja la puerta metálica de la cancela y sube los cuatro escalones que la dejan delante de la puerta principal.
Puede ver reflejado en el cristal de la pequeña ventanita que ornamenta la puerta como a sus espaldas el cielo se tiñe de malva y rosa. Un par de deshilachadas y algodonosas nubes parecen incendiarse sobre los tejados de la lejana ciudad. Al encenderse las farolas de la desierta calle a Clara se le hace más evidente la soledad del lugar. Un leve aroma a flores de níspero y tierra húmeda flota en el aire vespertino.
No para de repetirse que está loca, piensa en su marido que está de viaje, en su hijo que se ha quedado al cuidado de los abuelos... Cuando ya está a punto de darse la vuelta para salir corriendo, la puerta se abre y no tiene más remedio que entrar.
Está oscuro, sus tacones resuenan sobre el parquet mientras la puerta se cierra a sus espaldas y se encienden las luces. Un gran comedor, lujosamente decorado, quizás algo decadente, muebles que ahora son antiguos pero fueron comprados como nuevos…
Ella emite un pequeño grito y los mira a los tres. No sólo está Fernando, también están Marcos y Eduardo. Los tres... Ella está sorprendida y avergonzada. Son los tres hombres con los que ha estado jugando últimamente por email. No se explica como los tres han podido conocerse y ponerse de acuerdo para encontrarse hoy delante de ella. Ellos la miran sonrientes, no parecen amenazadores, más bien divertidos y excitados... Ella comprende lo que le espera. Ha jugado con ellos y ahora jugaran con ella. Asombrada, percibe la calidez de su coño, su cuerpo ya reclama lo que el cerebro le está negando.
Una vez más intenta irse, llegar a la puerta de salida, pero entre los tres la detienen, la empiezan a besar, en la cara, en el cuello, en los labios. A ella se le escapa una lágrima que Eduardo recoge con su lengua para seguidamente murmurarle palabras tiernas al oído. Entre los tres la van desnudando, de pie, en medio del comedor, bajo una magnífica araña de bronce y cristal veneciano. Uno le coge el bolso de las manos, otro le desabrocha la camisa, otro le saca la falda. Ella se deja hacer, muerta de miedo, loca de deseo. Se da cuenta de que no ha dicho ni una sola palabra pero, ¿qué puede decir? Le parece que a ellos no les importa lo que ella diga en ese momento.
Marcos le desabrocha el sujetador de rosado encaje transparente y los pechos saltan impacientes como dos flanes coronados por pezones de suave caramelo oscuro. Fernando los empieza a lamer, los muerde con suavidad, como un roedor goloso que no quiere que su dulce se acabe nunca. Ella empieza a gemir bajito. Hace un último intento por apartarlos pero ellos la sujetan con fuerza. Eduardo le quita las braguitas parsimoniosamente, disfrutando de la visión del delicado encaje rosa deslizándose por los rotundos muslos de Clara. Están mojadas y ella se muere de vergüenza. Sólo tendría que decir NO y ellos la dejarían marchar, pero no lo dice...
Clara es una mujer no muy alta, no muy delgada, no muy joven. Bajo la luz de la lámpara parece una diosa antigua, con los abundantes pechos brillando sobre su vientre ligeramente prominente y la mata oscura de su vello púbico enmarcando unos labios internos prominentes y húmedos.
Siente como tres pares de manos, tres pares de labios, tres lenguas, la acarician por todos los rincones, uno con ternura, otro más violento, el otro tan caliente que hasta su saliva quema. Le gustan los tres.
Mientras uno le come las tetas, otro le pasa la lengua arriba y abajo por el coño hinchado de deseo y excitación y el tercero se sitúa a su espalda, le muerde los muslos, le pasa la lengua por el culo, le abre las nalgas y la lame hasta volverla loca de impaciencia.
El que le está chupando el coño se está concentrando en el clítoris. Ella separa más las piernas, las tetas le cuelgan hacia delante, abre más el culo. Sabe que el orgasmo ya está en camino, sabe que en cuanto se corra los tres se la van a follar sin miramientos, y lo desea, sí, sí, sííííííí... Chilla mientras intenta mantener el equilibrio para no caer. Es un orgasmo largo, las contracciones fuertes, ellos le meten los dedos en la vagina, en el culo, la arañan, la pellizcan...
Con la mirada aún turbia por la intensidad del orgasmo, Clara ve como los tres hombres empiezan a desnudarse. Hombres normales, ni guapos ni feos, más jóvenes que ella los tres, entre 35 y 40 años. Tienen unas erecciones impresionantes, gotitas transparentes coronan sus pollas oscurecidas por el deseo.
Uno de ellos se tumba en el suelo, sobre la alfombra y le pide a ella que lo monte. Clara, obediente, excitada de nuevo, se sienta despacito sobre el miembro duro. Entra suave en su vagina hasta que ella deja caer todo el peso de su cuerpo sobre él. La polla se le clava bien adentro, siento un poco de dolor, pero empieza a moverse bajo la atenta mirada de los tres. Eso aún la excita más, se acaricia las tetas, se pellizca los pezones mientras no para de cabalgar y pasea su mirada de uno a otro.
Uno de los que están de pie se sitúa a su espalda y la hace inclinarse hacia delante, sobre el hombre que la penetra, cuidando de que la polla no se le salga del coño, le lame el orificio del culo, le mete un dedo, dos... y sin esperar mucho más tiempo le mete la polla de una embestida. A ella se le escapa un grito de dolor pero piensa que se lo merece, por haber jugado con ellos. Y ese pensamiento hace que el coño se le moje aún más y sus agujeros se dilaten para acoger con facilidad las dos vergas que tiene dentro. Ahora ella no se mueve, deja que sean ellos dos los que coordinen los movimientos. Nunca antes la habían penetrado dos hombres a la vez. Se acaricia el clítoris con el dedo índice. Siente la piel tensa en el perineo y un calor abrasador en la vagina y el culo.
Pero aún queda uno de ellos. Clara lo mira y sonríe. Lo desea en su boca y él no la hace esperar más, de golpe, hasta la campanilla, está a punto de tener una arcada pero se domina y empieza a mamar, acompasando los movimientos con los de los otros dos.
La mujer percibe como se aproxima un nuevo orgasmo, las oleadas de placer suben y bajan por su cuerpo, el vello de la piel erizado, los pezones a punto de reventar, siente la humedad que se le desliza por los muslos, pero no chilla, mantiene la polla en su boca, continua chupando hasta que la leche caliente choca con su paladar y se la traga con glotonería. Los otros dos también están eyaculando, gimen y gritan mientras le inundan de semen todos sus agujeros...
Después la postura se deshace, se desacoplan los cuerpos y los cuatro quedan tumbados sobre la gruesa alfombra. Cuerpos sudorosos, leves sonrisas, respiraciones que intentan volver a su ritmo normal.
Por fin uno de ellos consigue hablar: “No te irás de aquí hasta que cada uno de los tres haya probado tus tres agujeros”.
Ella, por un momento, está a punto de desmayarse, pero sonríe. “Soy vuestra” les dice, mientras una gotita de semen se le desliza por la comisura de los labios.
5 comentarios - Clara Y sus Tres Ricos Orificios
Excelente relato!
Le fasina! 🤤 Ya me dieron ganas a mi xD
solo tengo 2 pero valen la pena