Hola, me llamo Romina, tengo 20 años, la proxima les cuento algo mas de mi, pero ahora les dejo un relato de algo que me paso hace poco, y que me sirvió de estímulo para empezar a escribir y compartir con ustedes. Espero que les guste, Besos y nos estamos viendo...
Estaba charlando con unas amigas en la puerta de la facu, cuándo lo vi llegar. Bronceado caribeño, el pelo entrecano, ropa de marca, a bordo de un auto último modelo. A su lado iba su hija, la insufrible Luciana. La odiaba. No la soportaba. ¿Cómo podía ser que una pelotuda como ella tuviera un papito así de churro? No lo podía creer.
El auto se detuvo frente a la puerta de entrada y tras saludarlo, ella descendió del mismo en su rol de princesita sin corona.
-¿Y, que te parece el viudo?- me pregunto Adela, una amiga, re-trola, acercándoseme sigilosamente.
-¡Está fuertísimo!- exclamé sin poder dejar de mirarlo.
-Te echarías uno con él, ¿no?- repuso divertida.
-¿Uno? ¡Unos cuántos!- le aseguré.
Y aunque para ella se trato de un comentario del momento, para mí fue la afirmación de algo que realmente anhelaba más que cualquier otra cosa en el mundo. De solo verlo se me antojaba encamarme con él. Siempre me gustaron los hombres mucho más grandes que yo. Mi debut sexual fue a los … con un chico de 25 y la verdad es que la pase bárbaro. Desde entonces los hombres maduros se convirtieron en mi gran debilidad. Y aunque actualmente salgo con un chico contemporáneo a mí, cuándo se presenta una oportunidad de disfrutar de la vasta experiencia de un hombre que supere la barrera de los 40, suelo aprovecharla sin detenerme a pensar en las consecuencias ni en el que dirán. Por eso, desde el mismo momento en que el auto en donde iba ese rico papucho se alejo de la facultad, me puse a pensar en la forma en que podía acercarme a él.
Con Luciana, su hija, definitivamente no éramos amigas, es más, nos detestábamos, por lo que si lo intentaba por ese lado, iba muerta. Así que si quería hacerlo, debía buscar otra forma. Y eso hice.
Luego de darle vueltas y vueltas al asunto, decidí que lo mejor sería ir de frente, sin tanto rebusque. Y así fue como aquella tarde estuve parada frente a su casa, vestida muy provocativamente, con una mini de lycra y una blusa bien ajustada al cuerpo, encima me había puesto una campera para no parecer tan puta en la calle, y que lo sería solo para él. Pacientemente espere en la vereda a que ella saliera. Cuándo por fin lo hizo, cruce a toda prisa la calle y oprimí en el portero eléctrico el botón correspondiente a su departamento.
-Hola, soy Romina, compañera de Luciana- le dije cuándo me atendió su padre.
-No está, ya se fue para la facultad- me dijo.
-Sí, ya sé, me la crucé en la calle, me dijo que podía venir a buscar un libro que el preste. Que usted me lo daría- le mentí.
-¿Un libro?- se sorprendió.
-Sí, me dijo que esta en su habitación, en la biblioteca- le volví a mentir.
-Bueno, pasa- acepto finalmente, abriéndome la puerta de abajo con la chicharra.
Dándole las gracias, entre y subí hasta su departamento. Allí me abrió, me saludo y me hizo pasar muy solícitamente.
Aunque vestía ropa informal, estaba churrísimo. Como sería que cuándo me dio un beso, ni bien apoyo sus labios en mi mejilla, me estremecí toda y hasta me pareció que me mojaba.
Tras los saludos de rigor, me llevo hacia la habitación de Luciana, permitiéndome buscar el fabulado libro a mis anchas, obvio que antes me saque la campera, quedándome vestida en esa forma que era solo para sus ojos.
Mientras él se quedaba parado en el umbral de la puerta, dándome charla sobre la facultad y la carrera que cursábamos, yo hacía como que buscaba, revolviendo la biblioteca. A propósito me ponía en poses que dejaban entrever aquello que tenía reservado solo para él. Me agachaba, me inclinaba, hacía de todo para mostrarme en la forma que quería que me viera.
Entonces me pareció percibir cierto cambio en el tono de su voz. Algo leve aunque igualmente evidente. Obvio que tal provocación no le pasaba en absoluto desapercibida.
-¿Qué pasa? ¿No lo encontrás?- me pregunto al ver que la búsqueda resultaba infructuosa.
-No en dónde ella me dijo- repuse.
-Si queres la llamo al celular y le pregunto- me propuso.
-No, no la moleste, seguro que ya debe estar en clase- me apure a frenarlo.
Los ojos del papá de Luciana me recorrían de arriba abajo, de un modo que revelaba que mi improvisado plan estaba dando resultado. No soy de busto grande, pero les puedo asegurar que mis pezones, ya parados y endurecidos, se marcaban nítidamente a través de la tela de la blusa.
-No viniste a buscar un libro, ¿cierto?- inquirió entonces, adivinando de que iba mi juego.
Detuve entonces mi simulacro de búsqueda y mirándolo a los ojos, me confesé:
-No, en realidad jamás le preste nada-
-¿Y porque todo este teatro?- se intrigó.
-Bueno… es que… no podía decirle abiertamente que es lo que quiero- exprese.
-¿Y que es lo que queres?- se interesó.
-… estar… con usted…- me sinceré, diciéndoselo de una, sin rubores ni titubeos.
Avanzó entonces hacía mí y plantándoseme enfrente, me replico:
-¿Estar conmigo… y de que manera?-
-De esta manera- asentí llevando una mano hacia su pecho y acariciándolo.
Aunque lo acariciaba por sobre la camisa que tenía puesta, podía sentir lo fibroso de su tórax. Sin reparo alguno me devolvió la caricia.
-Mira que casualidad, porque yo también quería estar con vos… te vi el otro día parada en la puerta de la facultad y eras la más linda de todas…-
Me sonreí. Después de todas las vueltas que le había dado al asunto, resultaba tan fácil. Algo tan simple como decirnos lo que queríamos.
Nos sentamos entonces en el borde de la cama de Luciana, y mirándonos siempre con ganas, empezamos a acariciarnos, acercándonos cada vez más. El beso que nos dimos, largo, profundo y jugoso, fue apenas consecuencia directa de la intensidad de aquel momento.
Dejándome caer de espalda, nos entrelazamos con brazos y piernas en un arrebatado chuponazo que evidenciaba a las claras lo que sentíamos el uno por el otro.
Ni bien sentí una de sus manos apoyándose por entre mis piernas, las separé levemente, lo suficiente para que se metiera adentro y, franqueándome la tanguita, accediera a ese caldero en constante ebullición que era mi conchita.
Con un par de dedos me exploró íntimamente, haciéndome soltar unos suspiros por demás enternecedores. Me levanto entonces las piernas, y mientras me hacía a un lado la tanga, se lanzó de cabeza sobre mi concha y me la chupo con extrema avidez y entusiasmo. Me mordía los gajos, me los sorbía, a la vez que con la lengua me saboreaba toda por dentro, hurgándome profundamente, justo ahí en donde las sensaciones más intensas y emotivas confluyen en un solo y deleitable sentimiento.
Entonces, con la urgencia más arrebatada, se retiró de ahí y bajándose de prepo el pantalón y el calzoncillo, se me echó encima y me la clavo, haciéndome jadear y estremecer sin conmiseración alguna. Ni siquiera me saco la bombacha. Era tanto el apuro que me la metió así, todavía vestida, empujándomela hasta lo más profundo y alejado. Y ahí, sin pausa alguna, empezó a darme con un vigor feroz e implacable, haciendo crujir los resortes de la cama de su hija.
Con mis gemidos acompañaba sonoramente esa certera y fluida cadencia, moviéndome junto a él, agitando mis caderas en pos de ese maravilloso chotazo que me proporcionaba los mil y un placeres. Me aferraba a él, lo abrazaba con todas mis ansias, lo besaba, entrelazaba mi lengua con la suya, jugosa y efusivamente. Era absolutamente divino. El viejo de Luciana me garchaba en forma deliciosa, desplegando una habilidad que no reconocía similares.
A mis 20 años cogí con varios tipos, varios de ellos con una vasta experiencia en las lides del amor, pero ninguno era como él. En él se combinaba no solo toda la sapiencia de su veteranía, sino también la fuerza y el vigor de un verdadero semental.
Rodando sobre su espalda, me agarro de las cachas y mediante un imprevisto movimiento, me situó encima suyo, con la pija bien clavada, de modo que ahora fui yo la que empezó a moverse, arriba y abajo, empalándome ansiosamente en esa impresionante verga que se me clavaba bien hasta los pelos.
Entonces me saque la blusa y desprendiéndome, con su ayuda, el corpiño, le ofrecí mis tetas para que me las chupara a discreción. Así lo hizo, devorándomelas, mordiéndome los pezones, retorciéndomelos entre sus dientes, chupando mi carne llena e inflamada.
El almíbar que me chorreaba por entre los gajos, se derramaba por sobre sus hinchadísimas pelotas, empapándoselas con esa agradable viscosidad que a la vez servía de lubricante natural. Dejándome avasallar por esa orgía de sensaciones, aceleré el ritmo de la cabalgata, envainándome hasta el último pedazo de verga. Y así el estallido no se hizo esperar. Quedándome con aquel vibrante trozo bien encajado adentro, recibí la estrepitosa descarga, el deleitable derrame, la fusión completa y absoluta de nuestros cuerpos. Un complaciente suspiro acompañó el polvo que nos echamos, pero claro que no me iba a quedar con eso nomás. Y es por eso que después de un breve descanso y del obligatorio recupero de energías. Lo volvimos a hacer. Varias veces más, hasta quedar agotados, casi sin fuerzas, aunque tremendamente satisfechos.
Esto paso hace unos pocos días, desde entonces no volví a tener contacto con el, aunque la verdad es que me gustaría reincidir… me gustó como me cogió así que si pinta alguna otra oportunidad estaría más que dispuesta a repetir, a espaldas de su hija, claro, ya que si se llega a enterar se muere de un síncope.
Aunque de verdad les digo que me gustaría mirarla a la cara y decirle: “¿Sabés qué, Lucianita? Lo siento flaca, pero me cogí a tu viejo”.
Para hacer más interesante el relato, les dejo algunas fotitos:
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ACLARACION IMPORTANTE: en el face tengo las miismas fotos pero sin cortar la cara, me pueden buscar con mi correo: romihot91@gmail.com
Besos
Estaba charlando con unas amigas en la puerta de la facu, cuándo lo vi llegar. Bronceado caribeño, el pelo entrecano, ropa de marca, a bordo de un auto último modelo. A su lado iba su hija, la insufrible Luciana. La odiaba. No la soportaba. ¿Cómo podía ser que una pelotuda como ella tuviera un papito así de churro? No lo podía creer.
El auto se detuvo frente a la puerta de entrada y tras saludarlo, ella descendió del mismo en su rol de princesita sin corona.
-¿Y, que te parece el viudo?- me pregunto Adela, una amiga, re-trola, acercándoseme sigilosamente.
-¡Está fuertísimo!- exclamé sin poder dejar de mirarlo.
-Te echarías uno con él, ¿no?- repuso divertida.
-¿Uno? ¡Unos cuántos!- le aseguré.
Y aunque para ella se trato de un comentario del momento, para mí fue la afirmación de algo que realmente anhelaba más que cualquier otra cosa en el mundo. De solo verlo se me antojaba encamarme con él. Siempre me gustaron los hombres mucho más grandes que yo. Mi debut sexual fue a los … con un chico de 25 y la verdad es que la pase bárbaro. Desde entonces los hombres maduros se convirtieron en mi gran debilidad. Y aunque actualmente salgo con un chico contemporáneo a mí, cuándo se presenta una oportunidad de disfrutar de la vasta experiencia de un hombre que supere la barrera de los 40, suelo aprovecharla sin detenerme a pensar en las consecuencias ni en el que dirán. Por eso, desde el mismo momento en que el auto en donde iba ese rico papucho se alejo de la facultad, me puse a pensar en la forma en que podía acercarme a él.
Con Luciana, su hija, definitivamente no éramos amigas, es más, nos detestábamos, por lo que si lo intentaba por ese lado, iba muerta. Así que si quería hacerlo, debía buscar otra forma. Y eso hice.
Luego de darle vueltas y vueltas al asunto, decidí que lo mejor sería ir de frente, sin tanto rebusque. Y así fue como aquella tarde estuve parada frente a su casa, vestida muy provocativamente, con una mini de lycra y una blusa bien ajustada al cuerpo, encima me había puesto una campera para no parecer tan puta en la calle, y que lo sería solo para él. Pacientemente espere en la vereda a que ella saliera. Cuándo por fin lo hizo, cruce a toda prisa la calle y oprimí en el portero eléctrico el botón correspondiente a su departamento.
-Hola, soy Romina, compañera de Luciana- le dije cuándo me atendió su padre.
-No está, ya se fue para la facultad- me dijo.
-Sí, ya sé, me la crucé en la calle, me dijo que podía venir a buscar un libro que el preste. Que usted me lo daría- le mentí.
-¿Un libro?- se sorprendió.
-Sí, me dijo que esta en su habitación, en la biblioteca- le volví a mentir.
-Bueno, pasa- acepto finalmente, abriéndome la puerta de abajo con la chicharra.
Dándole las gracias, entre y subí hasta su departamento. Allí me abrió, me saludo y me hizo pasar muy solícitamente.
Aunque vestía ropa informal, estaba churrísimo. Como sería que cuándo me dio un beso, ni bien apoyo sus labios en mi mejilla, me estremecí toda y hasta me pareció que me mojaba.
Tras los saludos de rigor, me llevo hacia la habitación de Luciana, permitiéndome buscar el fabulado libro a mis anchas, obvio que antes me saque la campera, quedándome vestida en esa forma que era solo para sus ojos.
Mientras él se quedaba parado en el umbral de la puerta, dándome charla sobre la facultad y la carrera que cursábamos, yo hacía como que buscaba, revolviendo la biblioteca. A propósito me ponía en poses que dejaban entrever aquello que tenía reservado solo para él. Me agachaba, me inclinaba, hacía de todo para mostrarme en la forma que quería que me viera.
Entonces me pareció percibir cierto cambio en el tono de su voz. Algo leve aunque igualmente evidente. Obvio que tal provocación no le pasaba en absoluto desapercibida.
-¿Qué pasa? ¿No lo encontrás?- me pregunto al ver que la búsqueda resultaba infructuosa.
-No en dónde ella me dijo- repuse.
-Si queres la llamo al celular y le pregunto- me propuso.
-No, no la moleste, seguro que ya debe estar en clase- me apure a frenarlo.
Los ojos del papá de Luciana me recorrían de arriba abajo, de un modo que revelaba que mi improvisado plan estaba dando resultado. No soy de busto grande, pero les puedo asegurar que mis pezones, ya parados y endurecidos, se marcaban nítidamente a través de la tela de la blusa.
-No viniste a buscar un libro, ¿cierto?- inquirió entonces, adivinando de que iba mi juego.
Detuve entonces mi simulacro de búsqueda y mirándolo a los ojos, me confesé:
-No, en realidad jamás le preste nada-
-¿Y porque todo este teatro?- se intrigó.
-Bueno… es que… no podía decirle abiertamente que es lo que quiero- exprese.
-¿Y que es lo que queres?- se interesó.
-… estar… con usted…- me sinceré, diciéndoselo de una, sin rubores ni titubeos.
Avanzó entonces hacía mí y plantándoseme enfrente, me replico:
-¿Estar conmigo… y de que manera?-
-De esta manera- asentí llevando una mano hacia su pecho y acariciándolo.
Aunque lo acariciaba por sobre la camisa que tenía puesta, podía sentir lo fibroso de su tórax. Sin reparo alguno me devolvió la caricia.
-Mira que casualidad, porque yo también quería estar con vos… te vi el otro día parada en la puerta de la facultad y eras la más linda de todas…-
Me sonreí. Después de todas las vueltas que le había dado al asunto, resultaba tan fácil. Algo tan simple como decirnos lo que queríamos.
Nos sentamos entonces en el borde de la cama de Luciana, y mirándonos siempre con ganas, empezamos a acariciarnos, acercándonos cada vez más. El beso que nos dimos, largo, profundo y jugoso, fue apenas consecuencia directa de la intensidad de aquel momento.
Dejándome caer de espalda, nos entrelazamos con brazos y piernas en un arrebatado chuponazo que evidenciaba a las claras lo que sentíamos el uno por el otro.
Ni bien sentí una de sus manos apoyándose por entre mis piernas, las separé levemente, lo suficiente para que se metiera adentro y, franqueándome la tanguita, accediera a ese caldero en constante ebullición que era mi conchita.
Con un par de dedos me exploró íntimamente, haciéndome soltar unos suspiros por demás enternecedores. Me levanto entonces las piernas, y mientras me hacía a un lado la tanga, se lanzó de cabeza sobre mi concha y me la chupo con extrema avidez y entusiasmo. Me mordía los gajos, me los sorbía, a la vez que con la lengua me saboreaba toda por dentro, hurgándome profundamente, justo ahí en donde las sensaciones más intensas y emotivas confluyen en un solo y deleitable sentimiento.
Entonces, con la urgencia más arrebatada, se retiró de ahí y bajándose de prepo el pantalón y el calzoncillo, se me echó encima y me la clavo, haciéndome jadear y estremecer sin conmiseración alguna. Ni siquiera me saco la bombacha. Era tanto el apuro que me la metió así, todavía vestida, empujándomela hasta lo más profundo y alejado. Y ahí, sin pausa alguna, empezó a darme con un vigor feroz e implacable, haciendo crujir los resortes de la cama de su hija.
Con mis gemidos acompañaba sonoramente esa certera y fluida cadencia, moviéndome junto a él, agitando mis caderas en pos de ese maravilloso chotazo que me proporcionaba los mil y un placeres. Me aferraba a él, lo abrazaba con todas mis ansias, lo besaba, entrelazaba mi lengua con la suya, jugosa y efusivamente. Era absolutamente divino. El viejo de Luciana me garchaba en forma deliciosa, desplegando una habilidad que no reconocía similares.
A mis 20 años cogí con varios tipos, varios de ellos con una vasta experiencia en las lides del amor, pero ninguno era como él. En él se combinaba no solo toda la sapiencia de su veteranía, sino también la fuerza y el vigor de un verdadero semental.
Rodando sobre su espalda, me agarro de las cachas y mediante un imprevisto movimiento, me situó encima suyo, con la pija bien clavada, de modo que ahora fui yo la que empezó a moverse, arriba y abajo, empalándome ansiosamente en esa impresionante verga que se me clavaba bien hasta los pelos.
Entonces me saque la blusa y desprendiéndome, con su ayuda, el corpiño, le ofrecí mis tetas para que me las chupara a discreción. Así lo hizo, devorándomelas, mordiéndome los pezones, retorciéndomelos entre sus dientes, chupando mi carne llena e inflamada.
El almíbar que me chorreaba por entre los gajos, se derramaba por sobre sus hinchadísimas pelotas, empapándoselas con esa agradable viscosidad que a la vez servía de lubricante natural. Dejándome avasallar por esa orgía de sensaciones, aceleré el ritmo de la cabalgata, envainándome hasta el último pedazo de verga. Y así el estallido no se hizo esperar. Quedándome con aquel vibrante trozo bien encajado adentro, recibí la estrepitosa descarga, el deleitable derrame, la fusión completa y absoluta de nuestros cuerpos. Un complaciente suspiro acompañó el polvo que nos echamos, pero claro que no me iba a quedar con eso nomás. Y es por eso que después de un breve descanso y del obligatorio recupero de energías. Lo volvimos a hacer. Varias veces más, hasta quedar agotados, casi sin fuerzas, aunque tremendamente satisfechos.
Esto paso hace unos pocos días, desde entonces no volví a tener contacto con el, aunque la verdad es que me gustaría reincidir… me gustó como me cogió así que si pinta alguna otra oportunidad estaría más que dispuesta a repetir, a espaldas de su hija, claro, ya que si se llega a enterar se muere de un síncope.
Aunque de verdad les digo que me gustaría mirarla a la cara y decirle: “¿Sabés qué, Lucianita? Lo siento flaca, pero me cogí a tu viejo”.
Para hacer más interesante el relato, les dejo algunas fotitos:
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ACLARACION IMPORTANTE: en el face tengo las miismas fotos pero sin cortar la cara, me pueden buscar con mi correo: romihot91@gmail.com
Besos
10 comentarios - Lucianita, me cogi a tu viejo...
DIOSAAAAAAAAAAAAAAA