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Mi fantasía.

Cada una de esas insignificantes motitas de polvo podría ser un universo oculto más allá de la realidad que perciben nuestros ojos. Eran cientos de ellas, flotando perezosas a lo largo del haz de luz que se colaba por las ventanas del salón O—2 del segundo piso en el edificio "A". El haz acudía desde la estrella más cercana para golpear el suelo frío de aquella aula en la que Luis, el profesor de Física, impartía sus clases, los miércoles y viernes, con la pasión intensa de quien ama su trabajo y adora compartir sus conocimientos con los demás. Las clases de Luis siempre eran muy interesantes por cómo explicaba los fenómenos en la naturaleza que uno nunca ve porque no parecen muy interesantes, después de todo, han estado allí toda la vida y el conocerlos no los cambiará demasiado. Luis, una mota de polvo más en el haz de esta realidad, quería marcar una diferencia notoria en la vida de sus alumnos, no sólo enseñarles lo que sabía, sino generar en ellos el gusto de entregarse por completo al hacer cualquier cosa que hicieran, aunque fuera algo mínimo e insignificante, como una mota de polvo surfeando un haz de luz vespertino.

La clase ya había terminado y todos se habían marchado a su casa luego de haber entregado su examen. Luis borraba las líneas blancas del gis, que habían marcado en el pizarrón los aspectos importantes para el examen. El movimiento de su brazo generaba más de esos microscópicos universos que caerían al frío del olvido; el suelo del aula, que era un universo aparte del que existía en los pasillos del edificio.

No obstante, Luis no estaba sólo en aquel salón. Sentada en su pupitre en la segunda fila, en silencio e intentando pensar en las respuestas que había escrito en su examen, estaba Antonela. No era la mejor de las alumnas, pero sí una que intentaba dar lo mejor de sí en cada prueba. Sentía que era su responsabilidad hacerlo y la única obligación que su madre le había impuesto.

Antonela no se había ido junto con sus compañeros porque sabía que los viernes ellos iban a algún bar, billar o antro en el que bebían alcohol como si fuera agua hasta quedar perdidos en la oscuridad de su propia estupidez. A ella no le gustaba el sabor amargo del alcohol y prefería volver a casa después de clases. No obstante, día a día llegaba a una casa vacía y fría, mamá trabajaba y papá había muerto hacía tres años, en la cual su única distracción estaba en la pantalla de su computadora. A Antonela le gustaba leer relatos eróticos y su escritor favorito era Hipólito Salazar, un tipo que, en opinión de ella, sabía muy bien cómo calentar a sus lectores. El tipo escribía tan bien que ella no podía evitar que sus manos temblorosas se metieran por debajo de la tela de sus ropas para imaginar que era ella la protagonista de esas historias tan excitantes. Lo leía a diario y a diario su rostro se encendía y sus manos terminaban mojadas de su propia calentura. Llegó un momento en el que no podía concentrarse en sus clases por estar recordando alguna parte de algún relato que había leído y se consumía en su lugar, mirando el reloj constantemente, contando los infinitos minutos que faltaban para que el día terminase y ella pudiese ir a casa y quitarse la ropa frente al espejo o frente a la pantalla de su computadora y estimularse con las palabras placenteras de su escritor favorito. Su punto de quiebre fue aquella ocasión en la que no soportó más las ansias y salió de la clase de literatura para ir al baño a calmar su deseo con los dedos. Sabía que masturbarse no era malo y lo disfrutaba siempre. Sin embargo, la actividad estaba afectando su concentración y no quería que sus calificaciones bajaran por estar con la mano entre las piernas. Era esa la razón por la que se quedaba en la escuela después de clases, haciendo tarea o ayudándole a alguno de sus maestros. Pretextos, simples pretextos. Los días que más le gustaba quedarse eran los viernes, cuando su última clase del día era física y Luis le hablaba del principio de inercia, de fricción, de la entalpía o de cualquier otra cosa que no hubiera entendido durante la clase. A veces no podía reprimirse y las imágenes de su maestro poseyéndola, como si su vida fuera una novela de Hipólito Salazar, asaltaban su mente y la hacían enrojecer. En varias ocasiones había tenido el impulso de arrojarse sobre él y arrancarle la ropa delante de sus compañeros, en todas esas ocasiones una sonrisa había curvado sus labios al pensar que su escritor favorito podría hacer maravillas con una idea como esa. Quizá algún día se animaría y le escribiría una carta, diciéndole cuánto le agradaban sus relatos y las cosas que le hacía pensar.

En la paleta de su banca, Antonela dibujaba figuras invisibles con la punta de su uña. Sus ojos no dejaban de mirar la curva en el pantalón de su profesor debajo de la camisa, más allá del haz de luz que servía de ola para las motitas de polvo. Su mirada se movía de un lado a otro junto con el movimiento pendular de la cadera de Luis, mientras él quitaba el gis de la superficie verde de su herramienta de trabajo. Cómo le gustaría apretarle las nalgas a su profesor. Se imaginó haciéndolo y, sin que se diera cuenta, su uña hizo un surco en la madera de la paleta. Su mente, aglomerada por esos relatos, le hacía pensar que él le correspondería de la misma forma. Su mente influenciada por el mundo de perfectas posibilidades que Hipólito había creado, le hacía ver deseo en las miradas de su profesor durante las clases.

En ese momento Luis se dio la vuelta y la miró a los ojos. El contacto visual duró muy poco en opinión de Antonela, el roce fue apenas fugaz, lo que dura la vida de un meteoro. Con esa mirada, Luis le dijo a Antonela que no tenía interés alguno en enredarse con una de sus alumnas. Ella debió de haberlo sabido, era imposible que un hombre como él se interesara en alguien como ella. Aunque por otro lado, esas miradas fugaces podrían estarle diciendo: "No te miro porque me caliento."

Claaaaaro, pensó Antonela y apartó la mirada a cualquier otra parte mientras lanzaba un suspiro con el que intentó alejar esos pensamientos de su mente. Necesitaba tranquilizarse y bajar su temperatura.

Ese gesto llamó la atención de Luis, quien levantó la mirada del escritorio y la posó, sin darse cuenta, o tal vez sí, en el cuello de su alumna, en la piel clara y sedosa y juvenil que la sombra del cabello castaño ocultaba bajo su manto protector. Luis recordó que hacía poco los compañeros de Antonela la habían felicitado por cumplir 17 años. Sus ojos seguían clavados en el cuello de su alumna y sintió una ola de calor recorriéndole el cuerpo. En un intento por apartar la mirada de la piel de su alumna, sus ojos cayeron sobre las piernas de su alumna, en el borde de su falda tableada. Ella no era de esas a las que les gusta mostrarle las piernas a todo el mundo, por lo que su falda no era corta y no le permitía a Luis ver ni las rodillas, pero pudo adivinar las curvas de unos muslos. El que estuvieran tan ocultos sólo hizo que su curiosidad se asomara y le preguntara si serían tan suaves y firmes como los estaba imaginando.

Antonela, sintiendo la mirada de su profesor, levantó el rostro y el brillo en los ojos oscuros del hombre al otro lado del escritorio la asustó un poco.

— ¿Se siente bien? —le preguntó con tono inocente, en ese momento notó que de ese modo comenzaban los pasionales encuentros en los relatos de Hipólito Salazar.

Luis sintió una punzada en la base de su columna provocada por el tono con el que su alumna le había hablado, nunca antes lo había hecho así y pensó que… no, no, no. Estaba imaginando cosas. No era la primera vez que Antonela se quedaba con él y la chica no tenía motivo alguno para intentar seducirlo.

— Claro que estoy bien —replicó componiéndose un poco y clavó la mirada de vuelta en los aburridos exámenes sobre el escritorio—. Es sólo que con este calor no se me ocurre ni cómo explicar el principio de inercia.

— Ah, por un momento pensé que sería algo muy grave.

Replicó Antonela devolviendo sus ojos a donde se encontraban antes; la grieta aburrida en la pared. Sus mejillas estaban sonrosadas un poco y sentía cómo los latidos de su corazón comenzaban a normalizarse.

Los dos volvieron a quedar en silencio y Luis continuó calificando los exámenes mientras Antonela siguió dibujando en la paleta de su banca con la uña. Cuando Luis llegó al examen de su alumna presente, notó una extraña marca en una de las esquinas inferiores de la hoja. Era una pequeña "H" roja con una "S" negra en forma de rayo dentro de ella, Luis conocía esa marca. Al principio no pudo creerlo y levantó la mirada hacia Antonela.

— ¿Conoces a Hipólito Salazar? —cuestionó con desconcierto en su voz.

Antonela levantó la mirada hacia su maestro, el asombro estaba impregnado por todo su rostro.

— Sí —dijo recordando el dibujo que había hecho en la esquina de su examen, cuando lo había hecho no se había imaginado que su profesor lo reconocería—. Es mi escritor favorito —agregó y uno de los tantos relatos de Hipólito se le vino a la cabeza—. ¿Usted lo conoce?

— ¡Claro! —dijo Luis con demasiado entusiasmo en su voz. Carraspeó para ponerse serio y agregó—: Sí, lo conozco. Me gusta más que otros escritores. Mi relato favorito de él es Fantasía.

Se arrepintió un poco después de decirlo. El relato mencionado hablaba del encuentro candente entre un maestro y su alumna en el despacho que él tenía en la parte baja del edificio, podría decirse que era el sótano. Claro que al final, resultó ser que el encuentro no había sido real, sino que el profesor lo había imaginado todo y estaba masturbándose.

— Sí, es muy… realista, yo no me esperaba el final. —comentó Antonela con voz tímida y se mordió los labios, intentando ser disimulada. Aun así Luis notó el gesto y por debajo del escritorio, al pensar en ese relato y en las piernas ocultas de su alumna, la erección apareció.

— Yo tampoco —comentó—, me habría gustado más que terminaran juntos. Solos en ese lugar sin nadie que los molestara.

No se dio cuenta, o tal vez sí, de que estaba describiendo más el entorno en el que se encontraban ellos que el del relato.

— Bueno, creo que lo que lo hace particular son sus finales. A mí me dejan insatisfecha, pero me encantan a la vez. —se calló de repente al darse cuenta de que había hablado demasiado. Nunca se había imaginado que terminaría hablando de relatos eróticos con su profesor de física.

— ¿Cómo habrías preferido que terminara? —le preguntó él, olvidándose de los exámenes. Se recostó en el asiento y cruzó sus manos delante de él, estaba seguro de que ella no vería el movimiento, y se sobó la punta del pene.

— Hubiera preferido que fuera real —expresó de pronto, recordando el cómo había disfrutado de sus propias manos estimulando cada recóndito pliegue de su piel. La sangre le subió a la cara y se sintió un poco incómoda—. Creo que debería irme. —dijo poniéndose de pie y se echó la mochila al hombro.

— ¡No, espera! —la detuvo Luis, poniéndose de pie con las manos sobre el escritorio—. No te vayas, si te incomoda podemos dejar el tema, pero no te vayas.

A Antonela le sorprendió la repentina acción de su profesor y se preguntó por qué querría que se quedara con él, acompañándolo en un salón vacío en el que… ¡Silencio! Acalló sus pensamientos y olvidó la pregunta que tenía para su profesor. Dejó su mochila en el suelo y se sentó de nuevo.

— Acércate —le pidió Luis sentándose de nuevo. Su corazón latía con fuerza y las palabras en su mente, que pretendía decirle a su alumna, no deberían ser expresadas en voz alta, o eso pensaba él. Ese tipo de cosas deben dejarse para la intimidad solitaria de algún cuarto oscuro, cuando uno puede invitar a las fantasías para que se hagan realidad, al menos por un momento. No obstante, el autocensurarse lo provocaba más, la sensación de estar haciendo algo que no debería lo excitaba.

Antonela se levantó de su asiento y se acomodó la falda como siempre hacía al dar los primeros pasos. Luis se sorprendió al darse cuenta de que esperaba ese movimiento, lo conocía y lo disfrutó. Taciturna, Antonela se quedó de pie delante del escritorio con la mirada clavada en la hoja de su examen. El símbolo de su escritor favorito le hizo un guiño desde la punta de aquella hoja

«Pues ya vas, si te gusta y quieres, ¿por qué no?»

y se obligó a reprimir la sonrisa que amenazaba con aparecer en sus labios.

— ¿De verdad prefieres que sea real? —preguntó Luis y en su voz se notó un poco del nerviosismo que sentía.

— ¿Por qué me pregunta eso? —cuestionó Antonela con un temblor en la voz y retorciendo la tela al borde de su blusa escolar.

Luis no respondió, se puso de pie como cuando se preparaba para explicar algo con diagramas blancos dibujados en el pizarrón. Sólo que no caminó hacia la pared detrás de él, sino que rodeó el escritorio y se paró delante de Antonela, sin acercarse demasiado para no invadir su espacio personal.

— Nosotros podemos hacerlo real. —dijo, pensando que sería la línea perfecta del protagonista de esa nueva historia.

Mi fantasía.

Espero que les haya gustado. Es mi primer post en P! a pesar de que hace mucho la leo. Tengo la segunda parte pronta, si les gusta esta prometo subirla en unos días. Un besote, Rochi.

5 comentarios - Mi fantasía.

malonmestizo +1
excelente relato....me calentooo mall!!!
Floreeeeee
Ay noooooo! Por qué no lo seguiste? Yo hace unos días hice un relato contando mi experiencia con mi profesor de Física!
ventanales
Excelente relato. Buena prosa. Excelente puntuación. Muy bien, 10.
Y porque me hizo revivir una experiencia con una alumna... pero de 20 añitos...😉