Soy feliz… soy muy feliz, por fin la vida me sonríe, después de tantas pálidas, de tantos días nublados por fin salió el sol y mi corazón palpita lleno de vida y energía. Pero, ¿Por qué tanta alegría?, se preguntarán ustedes. Es que Raúl volvió a darme bola, ni más ni menos. Ya cuándo me estaba haciendo a la idea de que no volvería a haber nada entre los dos, cuándo había decidido extirparlo de una buena vez no solo de mi cabeza, sino también de mi corazón, cuándo sentía que la vida ya no podía ser más cruel e injusta, cuándo el mundo se derrumbaba inexorablemente ante mis ojos, justo en ese momento, Raúl volvió a mi vida. Es cierto que Dios aprieta pero no ahorca, lo afirmo y lo rubrico. Ya había perdido mis esperanzas al respecto, pero como bien dicen, la esperanza es lo último que se pierde. Por algo será, ¿no?
El día transcurría de lo más normal, sin mayores sobresaltos, los clientes del estudio entraban y salían, cuándo a eso de las cuatro de la tarde, Raúl acompaña hasta la puerta a uno de sus clientes más importantes, lo despide con un afectuoso apretón de manos y al pasar por mi escritorio, de regreso a su oficina, se detiene y me dice:
-Hoy necesitaría que me ayudes después de hora, ¿podrías?-
Me quede muda. Mire hacia ambos lados y hacia atrás para asegurarme de que era a mí a quién le hablaba, y sí, me hablaba a mí.
-Eh… si… si, puedo, no hay problema-
-Perfecto, gracias- y se fue, dejándome con el corazón galopando a mil por hora.
¿Qué se le dio por hablarme ahora?, pensaba. ¿Acaso querría terminar oficialmente?, o quizás… ¡tal vez quisiera seguir!, me entusiasmaba. Se me ocurría que el contador podía tener algo que ver en aquel repentino cambio de actitud. La cuestión es que hasta que se hizo la hora de salida y todos se empezaron a ir, yo estuve con una intriga que me comía las uñas, y para colmo de males, justo unos minutos antes de las seis le llegó un cliente, un pesado que siempre que viene no se va más. Ya eran casi las siete cuándo salieron de la oficina, y al igual que al anterior lo acompañó hasta la puerta del estudio. Una vez que el pesado e inoportuno se fue, se acercó a mi escritorio, miró el reloj y exclamó:
-¡Uf, se hizo tardísimo!-
Me quería morir, ahora me dice que mejor lo dejamos para mañana, pensaba, ya me imaginaba toda la noche sin pegar un ojo, pero no:
-Veni, acompañame a mi oficina- me dice.
Obediente y solícita, me levanto y lo acompaño. Entramos, cierra la puerta y… se me tira encima y empieza a chuponearme en una forma que denota las ganas contenidas que venía acumulando. ¿Acaso creían que me iba a hacer la difícil? ¡Para nada! Soy muy boluda en ese sentido, siempre me entrego sin miramientos, no soy rencorosa, por lo que abrí la boca y deje que su lengua se frotara contra la mía, mientras que una de mis manos resbalaba por su entrepierna acariciando ese paquete que ya estaba extrañando con locura. Sin decirnos ni reprocharnos nada, seguimos besándonos por un buen rato más, con avidez y locura, tras lo cuál me planté de rodillas ante él y le pelé la pija. Ya era tiempo de reconciliarme. Me la metí en la boca y se la chupé con desesperación, comiéndomela entera, haciéndole sentir en esa mamada todo lo que lo había extrañado.
-¡Si… si… si…!- musitaba él, mientras me acariciaba la cabeza, acomodándome los mechones de pelo sobre las orejas, típico gesto suyo que tanto me gustaba.
Pero no dejo que se la chupara mucho más, estaba tan caliente que parecía que iba a acabar en cualquier momento, y al parecer quería cogerme antes de que no pudiera aguantarse más, así que me ayudo a levantarme, me volvió a besar con esa pasión que demostraba que lo que sentía por mí no era nada pasajero, y dándome la vuelta me inclinó sobre su escritorio. Muy oportunamente ese día tenía puesta una pollera, por lo que me subió la falda hasta la cintura, me bajó de un tirón la tanga (¡me encanta cuándo me la arrancan a lo bestia!) y empezó a frotarme la pija por toda la canaleta de la concha. Desde que me había hablado casi tres horas antes que yo ya me estaba mojando, por lo que en ese momento estaba recontra empapada, así que me la metió de una, haciéndome soltar un más que complaciente suspiro. Mientras me la mandaba hasta el fondo, me rodeó con un brazo el cuello, me atrajo hacia él y volvió a besarme con esa avidez que delataba lo mucho que me deseaba. Entonces empezó a cogerme con todo, con un ritmo frenético e impetuoso, metiendo y sacando todo su caliente pijazo de mi concha, volviéndome a regalar esas sensaciones que tanto había echado de menos.
-¡Como te extrañé Gise… me moría de ganas de cogerte…!- me decía mientras me embestía una y otra vez, sin pausa, jadeando enloquecido.
-¡Yo también te extrañé… necesitaba que me cogieras… cogeme… dámela toda… ahhhhhhh… cuánto la extrañaba…!- le respondía yo entre excitados suspiros, moviéndome con él, sintiendo su verga repiquetear en lo más profundo de mis entrañas.
Con Raúl siempre me gustó coger así, al natural, sin forro de por medio. En su momento habíamos llegado a un acuerdo tácito al respecto, ni yo le reclamaba que se pusiera preservativo, ni él me preguntaba si me cuidaba. Nos dejábamos llevar, y aunque me hubiera gustado embarazarme de él, lo cierto es que desde que había vuelto a verme con mi novio volví a tomar anticonceptivos, por cualquier cosa que pudiera pasar (y que al final pasó) ya que a él tampoco le gusta ponerse forro. Pero, claro, para evitar cualquier posible riesgo, poco antes de acabar, me la sacó de la concha y me la metió en el culo, en donde, tras unas cuántas embestidas, me acabó en una forma por demás caudalosa. Entre exaltados suspiros, me la dejo ahí bien clavada, y la dejo fluir… ¡y vaya que fluyó!... los lechazos no paraban y hasta se me escurrían pos los muslos. Justo cuándo empezó a eyacular yo acabé también, fundiéndome con él en un polvo maravilloso y sublime, un polvo como nuestra reconciliación bien se merecía.
Cuándo su verga se desinfló y se salió por sí sola de mi interior, me di la vuelta y lo volví a besar con furor, agradeciéndole la cogida.
-Vestite que te llevo a tu casa- me dijo.
Fui corriendo al baño, me enjuagué rápido la concha y me arregle la ropa. Raúl ya estaba en la puerta del estudio, esperándome. Agarré mi cartera, él conectó la alarma, y salimos. Obviamente que caminábamos con una distancia bastante prudente el uno del otro, por si las moscas, ya que no queríamos levantar comentarios entre la gente de la zona. Subimos a su auto y nos pusimos en marcha. Antes de llegar a mi casa, se detuvo y me aclaró los tantos. No seríamos amantes, lo que había pasado en la oficina no era una reconciliación ni nada parecido.
-Me gustás mucho Gise, pero tengo mi familia y no quiero perderla- me dijo, mirándome a los ojos, sonando extremadamente sincero.
No quise ponérsela más difícil, así que hablé yo por él.
-Yo también tengo mi novio y no me gustaría perderlo- le dije –Pero la verdad es que también me gusta estar… coger con vos, así que… no sé… ¿que te parece si nos vemos de vez en cuándo para hacer lo que hicimos hace un rato?... sin reclamos ni obligaciones de nada… algo así como… amigos con derecho- le propuse entonces.
Estuvo plenamente de acuerdo. Nos besamos y me fui a casa. Esa misma noche llame a mi novio.
-Quiero que volvamos- le dije –Quiero que todo vuelva a ser como antes- aunque sabía muy bien que aquello que alguna vez tuvimos ya no lo podríamos tener.
El día transcurría de lo más normal, sin mayores sobresaltos, los clientes del estudio entraban y salían, cuándo a eso de las cuatro de la tarde, Raúl acompaña hasta la puerta a uno de sus clientes más importantes, lo despide con un afectuoso apretón de manos y al pasar por mi escritorio, de regreso a su oficina, se detiene y me dice:
-Hoy necesitaría que me ayudes después de hora, ¿podrías?-
Me quede muda. Mire hacia ambos lados y hacia atrás para asegurarme de que era a mí a quién le hablaba, y sí, me hablaba a mí.
-Eh… si… si, puedo, no hay problema-
-Perfecto, gracias- y se fue, dejándome con el corazón galopando a mil por hora.
¿Qué se le dio por hablarme ahora?, pensaba. ¿Acaso querría terminar oficialmente?, o quizás… ¡tal vez quisiera seguir!, me entusiasmaba. Se me ocurría que el contador podía tener algo que ver en aquel repentino cambio de actitud. La cuestión es que hasta que se hizo la hora de salida y todos se empezaron a ir, yo estuve con una intriga que me comía las uñas, y para colmo de males, justo unos minutos antes de las seis le llegó un cliente, un pesado que siempre que viene no se va más. Ya eran casi las siete cuándo salieron de la oficina, y al igual que al anterior lo acompañó hasta la puerta del estudio. Una vez que el pesado e inoportuno se fue, se acercó a mi escritorio, miró el reloj y exclamó:
-¡Uf, se hizo tardísimo!-
Me quería morir, ahora me dice que mejor lo dejamos para mañana, pensaba, ya me imaginaba toda la noche sin pegar un ojo, pero no:
-Veni, acompañame a mi oficina- me dice.
Obediente y solícita, me levanto y lo acompaño. Entramos, cierra la puerta y… se me tira encima y empieza a chuponearme en una forma que denota las ganas contenidas que venía acumulando. ¿Acaso creían que me iba a hacer la difícil? ¡Para nada! Soy muy boluda en ese sentido, siempre me entrego sin miramientos, no soy rencorosa, por lo que abrí la boca y deje que su lengua se frotara contra la mía, mientras que una de mis manos resbalaba por su entrepierna acariciando ese paquete que ya estaba extrañando con locura. Sin decirnos ni reprocharnos nada, seguimos besándonos por un buen rato más, con avidez y locura, tras lo cuál me planté de rodillas ante él y le pelé la pija. Ya era tiempo de reconciliarme. Me la metí en la boca y se la chupé con desesperación, comiéndomela entera, haciéndole sentir en esa mamada todo lo que lo había extrañado.
-¡Si… si… si…!- musitaba él, mientras me acariciaba la cabeza, acomodándome los mechones de pelo sobre las orejas, típico gesto suyo que tanto me gustaba.
Pero no dejo que se la chupara mucho más, estaba tan caliente que parecía que iba a acabar en cualquier momento, y al parecer quería cogerme antes de que no pudiera aguantarse más, así que me ayudo a levantarme, me volvió a besar con esa pasión que demostraba que lo que sentía por mí no era nada pasajero, y dándome la vuelta me inclinó sobre su escritorio. Muy oportunamente ese día tenía puesta una pollera, por lo que me subió la falda hasta la cintura, me bajó de un tirón la tanga (¡me encanta cuándo me la arrancan a lo bestia!) y empezó a frotarme la pija por toda la canaleta de la concha. Desde que me había hablado casi tres horas antes que yo ya me estaba mojando, por lo que en ese momento estaba recontra empapada, así que me la metió de una, haciéndome soltar un más que complaciente suspiro. Mientras me la mandaba hasta el fondo, me rodeó con un brazo el cuello, me atrajo hacia él y volvió a besarme con esa avidez que delataba lo mucho que me deseaba. Entonces empezó a cogerme con todo, con un ritmo frenético e impetuoso, metiendo y sacando todo su caliente pijazo de mi concha, volviéndome a regalar esas sensaciones que tanto había echado de menos.
-¡Como te extrañé Gise… me moría de ganas de cogerte…!- me decía mientras me embestía una y otra vez, sin pausa, jadeando enloquecido.
-¡Yo también te extrañé… necesitaba que me cogieras… cogeme… dámela toda… ahhhhhhh… cuánto la extrañaba…!- le respondía yo entre excitados suspiros, moviéndome con él, sintiendo su verga repiquetear en lo más profundo de mis entrañas.
Con Raúl siempre me gustó coger así, al natural, sin forro de por medio. En su momento habíamos llegado a un acuerdo tácito al respecto, ni yo le reclamaba que se pusiera preservativo, ni él me preguntaba si me cuidaba. Nos dejábamos llevar, y aunque me hubiera gustado embarazarme de él, lo cierto es que desde que había vuelto a verme con mi novio volví a tomar anticonceptivos, por cualquier cosa que pudiera pasar (y que al final pasó) ya que a él tampoco le gusta ponerse forro. Pero, claro, para evitar cualquier posible riesgo, poco antes de acabar, me la sacó de la concha y me la metió en el culo, en donde, tras unas cuántas embestidas, me acabó en una forma por demás caudalosa. Entre exaltados suspiros, me la dejo ahí bien clavada, y la dejo fluir… ¡y vaya que fluyó!... los lechazos no paraban y hasta se me escurrían pos los muslos. Justo cuándo empezó a eyacular yo acabé también, fundiéndome con él en un polvo maravilloso y sublime, un polvo como nuestra reconciliación bien se merecía.
Cuándo su verga se desinfló y se salió por sí sola de mi interior, me di la vuelta y lo volví a besar con furor, agradeciéndole la cogida.
-Vestite que te llevo a tu casa- me dijo.
Fui corriendo al baño, me enjuagué rápido la concha y me arregle la ropa. Raúl ya estaba en la puerta del estudio, esperándome. Agarré mi cartera, él conectó la alarma, y salimos. Obviamente que caminábamos con una distancia bastante prudente el uno del otro, por si las moscas, ya que no queríamos levantar comentarios entre la gente de la zona. Subimos a su auto y nos pusimos en marcha. Antes de llegar a mi casa, se detuvo y me aclaró los tantos. No seríamos amantes, lo que había pasado en la oficina no era una reconciliación ni nada parecido.
-Me gustás mucho Gise, pero tengo mi familia y no quiero perderla- me dijo, mirándome a los ojos, sonando extremadamente sincero.
No quise ponérsela más difícil, así que hablé yo por él.
-Yo también tengo mi novio y no me gustaría perderlo- le dije –Pero la verdad es que también me gusta estar… coger con vos, así que… no sé… ¿que te parece si nos vemos de vez en cuándo para hacer lo que hicimos hace un rato?... sin reclamos ni obligaciones de nada… algo así como… amigos con derecho- le propuse entonces.
Estuvo plenamente de acuerdo. Nos besamos y me fui a casa. Esa misma noche llame a mi novio.
-Quiero que volvamos- le dije –Quiero que todo vuelva a ser como antes- aunque sabía muy bien que aquello que alguna vez tuvimos ya no lo podríamos tener.
12 comentarios - Otro polvo con Raul...
suerte, recomendadooo
sabes que te banco en todas
Ezequiel
me encantan tus relatos
quiero más ;-))