Escribo esto muy poco después de haber sucedido, cuando empiezo a recuperarme física y mentalmente de todas las emociones y sorpresas que acabo de vivir de forma inesperada aunque tal vez presentida, deseada o temida en lo más recóndito de mis ensueños.
Me llamo Ruth, y estudio la Secundaria en un instituto de la comarca del Maresme en Barcelona.
Soy buena estudiante, y dedico todo el tiempo al trabajo de clase y a hacer de canguro cuidando por las tardes unos niños de unos vecinos, con lo que me gano unos euros que vienen muy bien en casa, porque así yo me pago mis gastos.
Hasta ahora me había resistido a ir a las discotecas con mis amigas del instituto, no tengo tiempo y llego al fin de semana bastante cansada y las he acompañado muy pocas veces. Pero esta vez me he dejado convencer, es final de curso y mis dos mejores amigas, Irene y Laia querían celebrarlo, de forma que conseguí que mis padres me dejasen salir con ellas la pasada noche del viernes 17 de Junio.
Me dijeron que iríamos a la zona llamada Can Ribó, que tiene bares musicales y muchas discotecas, una de ellas de la más antigua, la llamada Carpa Titus, situada en las afueras de la ciudad de Badalona, cerca de la de Montgat. Fuimos en el tren, son sólo tres estaciones desde la que hay cerca de mi casa, bajamos en la de Montgat-Sur, que nos queda más cerca de las discotecas que la de Badalona. Para volver, Laia dijo que no nos preocupásemos, que si ya no había tren llamaría a su mami y vendría a buscarnos con su auto.
Me sorprendió que el tren iba muy lleno de chicos y chicas, y cuando bajamos casi todos en Montgat-Sur, parecía que éramos una manifestación, porque llenábamos el camino que va de la estación del tren a la zona de las discotecas. La distancia es poco más de un kilómetro, y enseguida empezamos a ver el lado que da a la vía del tren que separa de la playa y el mar, lleno de coches de los que bajaban también decenas de chicos y chicas como nosotras.
Mis amigas me dijeron que iba muy guapa, siempre me han dicho que soy la que estoy del grupo y tal vez me tienen un poco de envidia, los chicos siempre me miran primero a mi cuando vamos juntas, pero nos queremos mucho. Íbamos las tres muy sexis, de hecho nos habíamos vestido en casa de Laia, porque mis padres no me habrían dejado salir de casa vestida así. Yo llevaba unos pantaloncitos muy cortos, de ropa tejana blanca, con todos los muslos al aire, a la moda de este año, un cinturón negro con hebillas doradas, una camiseta gris ceñida abierta por la espalda y caída por un hombro hasta casi cerca de una de las tetas, unas sandalias negras de aquellas de tiras al estilo de las antiguas romanas, y el pelo largo cayéndome sobre los hombros.
Ya cerca de Titus, cuando se veían todas las luces de los bares y discotecas, nos asombramos de que cada vez había más gente, parecía que todos los chicos y chicas de la comarca habían venido al mismo lugar a celebrar el final de curso y los primeros días de calor de verano. En la parte de mar, junto a los coches estacionados –no cabía ninguno más-, había sentados en el pequeño muro grupos de chicos y chicas, que habían abierto botellas de cerveza y vino y bolsas de comida, y estaban haciendo ya su fiesta allí, renunciando a llegar a la zona de las discotecas por la gran aglomeración que se veía. Además, aquí, cuando quisieran, podían atravesar las vías del tren por los pasos subterráneos existentes y bajar a la playa. De hecho se adivinaban grupos de chicos y chicas en la arena, en bañador o tal vez desnudos, corriendo hacia el mar para bañarse y refrescarse. La noche era muy tranquila, el mar estaba llano como un espejo, sin ninguna ola, y sólo hacía dos noches de la luna llena, precisamente la noche aquella del eclipse total, el miércoles, que no pudimos ver porque unas pequeñas nubes nos tapaban el cielo.
Finalmente llegamos delante de la carpa de la discoteca Titus y vimos que era imposible entrar, había una densa cola de espera por toda la explanada, hasta las instalaciones de una empresa de cambio de vidrios rotos de autos que hay cerca. Era impresionante, y por el otro lado, el de Badalona, no dejaban de llegar también muchísimos chicos y chicas a pie y en autos. Los coches no cabían, se aglomeraban, y varias patrullas de la policía municipal intentaban ordenar el tránsito para poder mantener la carretera abierta.
En fin , que vimos que era imposible entrar, renunciamos y nos dimos cuanta de que los otros locales de la zona, más pequeños, estaban también a rebosar. Desilusionadas, empezamos a rehacer el camino hacia la estación de Montgat caminando al lado de las verjas del tren, cuando, ya después de la gasolinera, al pasar junto a un auto que había tenido la suerte de encontrar un hueco y estacionar, oímos la voz de un chico que gritaba hacia nosotras:
-¡Eh, rubias! ¿Vosotras por aquí también? ¡Eh ! ¿Dónde vais? –bueno, de hecho yo no soy rubia, tengo el pelo castaño claro, como Irene, aunque Laia sí que lo es.
Vi que Laia se giraba como si reconociese la voz. Las puertas del coche se abrieron y salieron tres chicos, que se dirigieron hacia nosotras, uno de ellos empezó a darse besitos en la mejilla con Laia.
Era Ricky, un primo de Laia, que había venido con dos amigos suyos, Manolito, un muchacho que conocemos del instituto, está en el último curso igual que Ricky, y otro chico, Ronald, amigo de Ricky, pero varios años mayor que ellos, que era quien tenía permiso de conducir y llevaba el auto, una furgoneta de su padre. Ricky es de aquí, como Laia, Manolito es un chaval gordito andaluz muy gracioso y alegre, y según nos dijeron al presentarnos, Ronald es, como sus padres, latino, de la República Dominicana. Me sorprendió ver el extraordinario parecido de Ronald con el presidente americano Obama, es, como él, delgado y mulato, pero muchísimo más joven y atractivo. Y, por lo que vi cuando empezó a hablar conmigo, muy simpático. Porque eso fue lo que pasó, no tengo otra explicación, fue una cosa automática, instintiva. Ronald se emparejó enseguida conmigo, supongo que por eso que os expliqué de que soy la más guapa del grupo, y, como Laia no iba a emparejarse con su primo, lo hizo con el otro chaval, Manolito, mientras Irene lo hacía con Ricky, al que ya conocía de haberse visto en casa de Laia y en el instituto. Ronald nos dijo que trabaja de mecánico de autos en el taller de su padre, que está muy cerca de donde vive Manolito.
Nos sentamos los seis en el muro que hay entre la carretera y las cercas de la vía del tren. De vez en cuando pasaba un tren de cercanías despacito para evitar accidentes si alguien pasaba por donde no debía. Abrieron la furgoneta y sacaron bebidas y cosas para picar, ya que como a ellos les había pasado lo mismo que a nosotras, estaban a punto de volverse a sus casas cuando pasamos nosotras y nos llamaron, bueno, nos haríamos compañía, hablaríamos y luego, cuando nos cansásemos, Ronald se ofreció a llevarnos a todas a nuestras casas en su furgoneta. Lo tenían bien montado, patatas fritas, aceitunas, almendras, cacahuetes, tacos de queso y una nevera con unos grandes botellones de cerveza que empezamos a pasarnos. Yo no quería beber mucho, no estoy acostumbrada, pero no quise parecer tonta, y además, la cerveza estaba muy fresquita y pasaba bien con las cosas de picar.
Estuvimos hablando de muchas cosas, y Manolito encendió la radio de la furgoneta, sintonizando una emisora que, según nos explicó, emitía música techno-étnica en directo del grupo sudafricano Shangaan Electro desde el village del festival Sónar de Barcelona, y, sin darnos cuenta, al poco rato estábamos bailando los seis en el camino entre la carretera y las vías del tren. Era normal, cerca de nosotros había muchos otros grupos de chicos y chicas que no habían podido entrar en las discotecas haciendo lo mismo.
Yo bailaba con Ronald, y cada vez le encontraba más sexy, especialmente por la forma en que me miraba cuando se movía rozando mi cuerpo al bailar. Y me excitaba, lo reconozco, el olor a sudor de su cuerpo cuando estaba muy cerca de mi. Una de las cosas que más me sorprendió de Ronald fue el extraño tatuaje que lleva en un brazo, una rosa roja y una serpiente cobra enlazadas. La serpiente da miedo, tiene la boca abierta y se le ven unos afilados colmillos. Pasé los dedos por el tatuaje, era muy morboso, al mismo tiempo sentías un escalofrío de miedo y una sensación agradable al tocar su piel con el horrible dibujo. Ronald, sonriendo al ver mi curiosidad, me dijo que le diese un besito a la serpiente, que sería amiga mía. Yo dudé, pero seguí la broma y rocé con mis labios su brazo. El chico me miró y me murmuró en la oreja:
-Muy bien, nena, ahora ya es tu amiga… Y tengo otra serpiente que se ha puesto contenta con tu besito a mi cobra… A ver si algún día le das un besito también a ella…
Entendí perfectamente lo que quería decir Ronald, me ruboricé y me sentí insegura, pero hice como si no le hubiese oído y seguí bailando con él. Después, más cerca de él, me volví alarmar, vi una pequeña araña en el cuello de Ronald, pero enseguida me di cuenta de que era otro de sus extraños tatuajes.
Manolito sacó de la furgoneta una botella de ron, otra de coca-cola de las de dos litros, y las mezcló mitad a mitad en otra grande que llevaba vacía. Llenó los vasos de plástico y nos los dio.
Yo dije que no quería beber más, y Manolito me contestó:
-Va, tía, no seas tonta, si hacemos botellón, lo hemos de hacer bien, luego nos daremos un baño en la playa y como nuevos. Venga: ¡Todos a una!
-Yo no, –le dijo Ronald sin dejar de mirarme- recuerda que llevo el coche, y os he de devolver enteros a casita…
-Bueno, vale, tío, tu tienes perdón, bebe solo un poquito, pero los demás no, los demás todo el vaso. Venga brindemos por algo –le contestó Manolito
-¡Por las bellas brujitas que se nos han aparecido esta noche! –dijo Ronald mirándome a los ojos sonriendo- ¡Por nuestras sirenas, las más lindas del mar!
-¡Por ellas! -dijeron Manolito y Ricky levantando los vasos.
-¡Por los tíos más sexys de la costa, por los más pervertidos que nos quieren follar! –gritó Laia, ya bastante bebida, haciéndome enrojecer por lo que acaba de oír. Nos miramos todos sorprendidos, se nos escapó a Irene y a mi una especie de risa nerviosa, y nos quedamos paradas. Entonces Ronald gritó:
-¡Va, bueno, OK, por lo que acaba de decir Laia, para que se cumplan los deseos de todos, sean los que sean, bebamos! ¡Venga!
Y bueno, no sé porqué lo hice, pero, como todos se bebieron el vaso, yo también me atreví, aunque creo que Ronald casi ni lo probó, supongo que por aquello que dijo de tener que conducir después la furgoneta.
Me hizo un efecto rápido, como a todas, y a ellos también, pero yo no estoy acostumbrada a beber, aquello estaba realmente fuerte, y, además, ya había bebido antes bastante cerveza. Tuve que sentarme en el muro, bastante mareada, apoyada en Ronald, que me agarró por la cintura. Fue una sensación extraña notar su mano en mi piel. Irene y Laia se metieron con Manolito y Ricky en la parte de atrás de la furgoneta, después de recoger y guardar todo lo que teníamos en el muro. Oí que, suavemente, Ronald me musitaba en la oreja:
-Vamos, nena, ven a la furgo, siéntate a mi lado, iremos a la playita del fondo, nos bañaremos, el agua fresca te irá bien, te sentirás mejor.
Casi sin darme cuenta, ya estábamos circulando por la carretera en dirección al norte, pero enseguida Ronald se desvió, pasó debajo de un túnel y empezó a recorrer lentamente la playa hasta llegar al fondo, a una pequeña rotonda que marca el final del camino de coches al pie de las rocas del Turó del Mar de Montgat, más allá del lugar en el que hay un pequeño bar de verano en la arena.
Ronald me ayudó a bajar de la furgoneta, agarró una bolsa grande, me sujetó por la cintura y nos dirigimos a la orilla del mar. A nuestro lado iban Manolito con Laia y Ricky con Irene. Creo que ellas y ellos no iban mucho mejor que yo, Manolito y Ricky habían bebido bastante más que nosotras. El único que iba bastante sereno y sabía lo que hacía era Ronald, para suerte de todo el grupo, porque era el que manejaba el auto.
Llegamos enseguida al extremo de la playita llamada Platgeta de Montgat, al pie del Turó del Mar, una de las calas más bonitas de la zona. Una buena playa de arena gruesa que enseguida se hace profunda al entrar en el mar, limpia, con unas rocas cercanas que la delimitan formando un suave y bajo acantilado. Pasamos al otro lado de las rocas. Vimos muchas sombras en la playa relativamente cercanas, eran las siluetas de otros grupos de chicos y chicas bailando o bañándose desnudos. La luminosidad de la Luna permitía moverse perfectamente sin necesidad de otras luces que las de la cercana carretera, más allá de las vías del tren que por allí entra en un pequeño túnel.
Ronald abrió la bolsa, sacó unas toallas de playa y las extendió en la arena. Los tres chicos se giraron hacia nosotras, y como si hubieran puesto de acuerdo previamente, al mismo tiempo se sacaron las camisetas, se bajaron los pantalones cortos, se quitaron los zapatos deportivos y se bajaron Manolito y Ricky los slips y Ronald un calzón bóxer, quedando desnudos del todo delante de nosotras. Las tres chicas nos abrazamos, y volvimos a reír de una manera bastante histérica cuando nos dimos cuenta de que los penes de los tres estaban irguiéndose hacia arriba, se estaban excitando al mirarnos. El más pequeño era el de Ricky, el de Manolito sobresalía bastante de su barriga y el de Ronald era, con diferencia, el más grande, ancho y bastante largo. Además, era el único de los tres que llevaba el pubis depilado, los otros, sobretodo Manolito, lucían un bosque de pelos rizados alrededor del pene. También, con diferencia, los testículos de Ronald eran los que se veían más abultados, colgando a ambos lados del pene.
Ronald nos hizo un gesto de que íbamos al mar, que nos desnudásemos y, y dijo:
-Venga, nenas, ropitas fuera y vamos al agua, que os irá bien, y luego nos tumbaremos a la luz de la Luna a secarnos… ¡Venga, que ya hacemos tarde, no os lo penséis más, os pasará el mareo, ya veréis!
Laia se sacó las sandalias parecidas a las mías que llevaba y empezó a desnudarse. Irene y yo la imitamos enseguida.
Con los pies ya desnudos, me quité la camiseta, y quedé con las tetas al aire. Los chicos no dejaban de mirarnos como si fuesen a devorarnos con los ojos. Me bajé los pantaloncitos tejanos y me quedé solo con la minibraguita que llevaba, prácticamente un tanga. Ronald se acercó sonriendo mirándome mientras se pasaba la lengua por los labios.
-Va, vamos, nenas, todo fuera, va, venga –nos repitió
Ronald vio que yo me tambaleaba, mareada, a punto de caer, me sujetó por la cintura de nuevo mientras yo me bajé la braguita y la dejé caer en la toalla junto al resto de mi ropa.
-Va, ya está ¡¡¡Al agua todos!!! –grito Ronald tomándome con fuerza de la mano para que yo no cayese al suelo y Manolito y Ricky hacían lo mismo con Laia e Irene.
Enseguida, agarrados de la mano por parejas, completamente desnudos los seis, nos dirigimos al agua. El mar, como dije antes, estaba absolutamente llano, como un espejo que reflejaba la intensa luz de la Luna.
El agua todavía estaba fría, Junio es muy pronto para bañarse de noche en la costa de Barcelona. Pero se trataba de refrescarnos un poco después del alcohol que habíamos tomado, para poder volver a casa sin estar borracha –ahora lo estaba mucho, creo- antes de que fuese muy tarde y mis padres, intranquilos por mi tardanza, me riñesen .
El baño duró menos de cinco minutos. Ronald se puso a jugar conmigo, me sujetaba para que no me cayese y noté claramente como aprovechaba para tocarme el culo y las tetas, pero a mi me daba por reír e intentar apartarme de él sin acabar de conseguirlo. Al final, hizo lo que pretendía, me sujetó, me abrazó apretándome contra su cuerpo desnudo y me besó en los labios. Yo también le besé, y él empezó a jugar a introducir su lengua en mi boca para jugar con la mía. Pero entonces me di cuenta de que su pene estaba pegado a mi vientre, y que en un momento dado parecía estar buscando la entrada de mi vagina. Me asusté, di un grito, me aparté de él, me caí quedando completamente sumergida en el agua, él, riendo, me volvió a poner en pie y caminé de la mano de Ronald hasta la orilla con mi peinado arruinado dejando ir una cascada de agua de mar.
Vi que, a nuestro lado, mis amigas también estaban saliendo del agua con Ricky y Manolito. Al volver a la arena, llegamos a las toallas que los tres muchachos habían extendido antes en la playa. Las chicas, completamente bajo los efectos de las bebidas a pesar del baño en el mar, nos reíamos como locas al ver el tamaño desmesurado que tenían ahora los penes de los chicos, se habían excitado al máximo al vernos desnudas y bañarse con nosotras. Ni la fresquísima agua del mar había conseguido aflojar su incontenible ardor.
Cayeron de pronto sobre nosotras casi con una cierta violencia, sorprendiéndonos aunque tal vez nosotras ya lo esperábamos y deseábamos o temíamos inconscientemente tal como estábamos de alegres y enloquecidas. En todo caso, no hicimos nada por evitarlo. Nuestros cuerpos mojados de agua de mar ardieron y se unieron, y los penes de los chicos nos buscaron y, orientados por sus manos, penetraron rápida y profundamente en nuestros vientres.
Y yo grité. Sí, sentí dolor, era virgen hasta aquel momento de locura en el que el pene enorme de Ronald se introdujo velozmente en mi vagina. Laia e Irene me han dicho que ellas también gritaron, también eran vírgenes como yo, pero no recuerdo haberlas oído, ni ellas recuerdan haberme oído gritar a mi. Estábamos tan fuera de nosotras, tan bebidas, que el mundo no existía fuera de lo que nos pasaba directamente a cada una.
Ronald apretó los puños de placer en mi cuerpo hasta hacerme daño cuando sintió su pene bien colocado en el interior de mi vientre. Parecía que se había vuelto loco, tan tranquilo y pacífico como me había parecido que era. Tuve un peculiar pensamiento lúcido dentro de mi confusión, le vi por primera vez comportarse como un animal macho copulando con una hembra, como presencié hace años a un enorme perro pastor hacérselo a una perrita de unos vecinos en unas vacaciones en el campo, escena que me impresionó mucho, yo era todavía una niña, y me quedó grabada para siempre. Ahora yo era la perrita.
Mi cuerpo, mi piel mojada y salada de agua del mar, mis carnes, mis muslos, mis tetas, ahora duras y desafiantes, mis labios, húmedos y anhelantes, mi lengua, tierna y suave, todo parecía enloquecerle y aumentar su furia follándome…
Mi húmeda vagina me dolía cuando se ensanchaba y ajustaba a su pene y lo envolvía como un guante a la mano… Cuando me besaba apretaba y apretaba… Aplastaba mis labios, no con la suavidad del amor, sino con la furia de la bestia… Me mordía la lengua, oír mis gritos cada vez le excitaba más al tiempo que los contenía con la mano o besándome más fuerte…
Y yo gemía, cada sacudida, cada empujón violento del pene de Ronald hacia las profundidades de mi vientre sacudía mi cuerpo, me arqueaba en unos espasmos violentos, me quejaba, lloraba de maltrato y placer, y el chico se excitaba cada vez más con mis gemidos, rugía como una fiera en celo, apretaba mis tetas con sus manos, transformadas en garras, mordía mis hombros, mi cuello, con la fuerza del vampiro hasta casi hacerme sangrar, y cuando yo gritaba de terror al sentir que sus dientes casi se clavaban en mi piel, me tapaba la boca con la mano y lamía mi cara para tranquilizarme, me besaba más suavemente, pero enseguida volvía al ataque, la bestia que ahora era Ronald mugía fuera de sí, yo instintivamente entrelacé mis piernas en su cadera y apreté mis muslos contra él…
Sí, los dos sudábamos ya copiosamente a pesar de la brisa fresca marina de la noche de Junio, jadeábamos, gemíamos, gritábamos, y nuestros sonidos se debían confundir con los que emitían la otras parejas, Irene y Ricky, Laia y Manolito, que también follaban desesperadamente a nuestro lado…
Entonces, Ronald apretó con fuerza mis tetas, agarró los pezones, los pellizcó, los sorbió con los labios, los mordió, los lamió con la lengua, los volvió a chupar, los apretó de nuevo por la punta, mientras yo dejaba ir unos grititos, unos gemidos más altos, casi unos aullidos que fueron creciendo de tono hasta que él me volvió a tapar la boca. Me mordió de nuevo los pezones de las tetas, y ya no pude aguantar más, estallé, exploté, sentí que oleadas de placer me asaltaban y me impelían a moverme frenéticamente, a abandonarme, a morder ahora yo a Ronald, a besarlo, arañarlo, amarlo, insultarlo… Me estremecía temblando de placer, daba saltos controlados por el peso del cuerpo de él, y empecé a gemir con más fuerza, a dar gritos, a jadear ahogándome, a clavar mis uñas en su espalda…
Sí, yo estaba disfrutando, estaba gozando como nunca antes cuando me tocaba en la cama en mis fantasías nocturnas… Tenía un orgasmo intenso, inesperado, prolongado mientras el pene del chico seguía moviéndose violentamente dentro de mi vientre…
Y Ronald ya no pudo contenerse más…
Se dejó ir, y rugió de forma aún más inhumana y bestial, e inició un tremendo movimiento sobre mi, me cabalgaba como un potro salvaje a una yegua, me levantaba, me dejaba caer, me penetraba hasta casi reventarme, sacaba el pene hasta el exterior, me lo volvía a introducir ayudándose con la mano para hacer puntería, me volvía a penetrar hasta el fondo de mi vagina, una y otra vez, adentro y afuera, arriba y abajo, me movía como a una muñeca de peluche, y su pene, desencadenó un tsunami, me lanzó unos rayos de esperma, una fuente inagotable de semen me inundó el interior y el exterior del vientre con aquel líquido viscoso y muy caliente que noté cuando ya me bajaba hasta los muslos…
Ronald continuaba eyaculando en mi vagina con el pene introducido hasta el fondo, pero sus gritos desesperados y agónicos, que debían haber habían espantado hasta a los peces que nadaban curiosos cerca de la playa, empezaron a decrecer…
Yo jadeaba, intentaba ganar aire, mis pulmones estaban a mil por hora, el cuerpo del chico dominicano me aplastaba al reposar a peso encima del mío y me impedía recuperar el aliento, sentía el líquido, muy caliente, mojar mi vientre y mis muslos…
Los dos sudores se habían unido, nuestros cuerpos estaban enganchados, él, también sin oxígeno, sin respiración después del titánico y salvaje esfuerzo de un orgasmo y una eyaculación tan terribles y prolongados, se había dejado caer sobre mi, cuerpo contra cuerpo, me asfixiaba con su peso sin dejarme recuperar, besaba mi cuello, apretaba todavía con pasión mis tetas, mientras yo le abrazaba e intentaba ganar un poco de espacio para respirar… A su lado, las otras dos parejas también gemían y gritaban de placer… .
Sí, me ahogaba, no podía respirar… Había sido terrible, nunca había disfrutado tanto como en aquellos instantes, pero nunca había pasado tampoco tanto miedo y angustia al mismo tiempo que el placer… Él parecía haberse vuelto como loco, una fiera, no me follaba el chico amable y tranquilo que Ronald parece ser, al contrario, había sido como una fiera rugiente y terrible que me había violado de forma brutal…
Nunca había experimentado nada igual, me he sentido morir, ahogándome en medio de unas sensaciones que no puedo describir, me ha faltado aire, la bestia me ha maltratado, aplastado, me ha hecho mucho daño cuando me la ha metido tan rápidamente y hasta tan adentro, pero al mismo tiempo, nunca he sentido un placer como éste, nunca había pensado que te puedes morir gozando…
Ahora intentaba recuperarme, estaba todavía encima de mí, noté como su pene salía de mi vientre pero él seguía oprimiéndome con su peso, estábamos mojados de sudor, aún me sentía mareada, la cabeza me daba vueltas… Sí, estábamos desnudos, juntos… Aún respirábamos mal, especialmente yo, él se recuperaba más rápidamente, es muy fuerte… Y estaba mojada, me sentía húmeda, muy húmeda… Sudor, agua de mar, y ese líquido caliente que hay dentro de mi cuerpo y se escurre por mis muslos… Me ha entrado todo dentro, no se ha puesto una goma… Tendré que pensar en eso… Debe de ser muy tarde, no quiero llegar a casa más allá de las tres… Pero aún hay tiempo para evitar que me riñan, si consigo levantarme, ponerme en marcha sin caer al suelo mareada y les convenzo de volver enseguida a casa…
Completamente agotada, desorientada y angustiada, utilicé las pocas fuerzas que me quedaban y me liberé del cuerpo de Ronald, que se quedó estirado en la arena a mi lado medio dormido.
-No hay tiempo para dormir ahora -le dije sacándole de su sopor como pude-. Debemos vestirnos, yo debo ir a casa, mis padres se enfadarán si llego muy tarde…
Ronald asintió, me dijo que tenía razón… Avisamos a los otros cuatro, que también estaban abrazados desnudos temblando de fatiga y placer… Notaba húmeda y mojada la zona de mi sexo y los muslos y me volví a bañar unos momentos en el mar con Irene y Laia para limpiarnos, mientras los chicos nos miraban sonrientes –Manolito parecía estar muy agotado- con los penes blandos colgándoles entre los muslos. El agua aún parecía estar más fría..…
Nos vestimos… Todo era como un sueño, sin decirnos nada. Me puse la braguita, los pantaloncitos, la camiseta, las sandalias… Nos sacudimos la arena, guardamos las toallas. El mar continuaba como un espejo reflejando la luz de la Luna… Caminamos por la arena abandonando la playita.
Volvimos a la furgoneta de Ronald, había un par más de automóviles al lado, justo en el límite del camino con la pequeña rotonda. No éramos las únicas parejas aquella noche en la Platgeta de Montgat…
Ronald condujo con cuidado hacia el norte por la carretera general. Por las noches la carretera está muy vigilada por las patrullas de policía, es zona de muchos bares y discotecas, con tránsito que va y viene toda la madrugada.
Dejamos primero a Laia y Ricky en la puerta de sus casas. Y después me llevaron a la mía. Ronald tuvo durante todo el trayecto la mano en mis muslos. No paramos junto a la puerta de casa, lo hicimos en la esquina, no fueran a ver mis padres con quien venía. Pero el coche se quedó, vigilante, muy cerca, hasta que entré en el edificio y subí hacia mi casa.
Ronald desapareció para dejar en sus casas a Manolito e Irene, que viven en poblaciones cercanas pero diferentes… Al despedirnos nos intercambiamos los números de teléfono y me dio un beso en la boca, me dijo que me llamaría para vernos y salir.
Entré en mi piso. Mis padres dormían intranquilos en el sofá delante de la televisión y despertaron aliviados cuando llegué. Les expliqué que habíamos venido en el coche del padre de una amiga que había ido a recogerla a Badalona. Me dijeron que llevaba mala cara, que estaba despeinada y con el pelo mojado, pero les dije que era de que al bailar en la discoteca, nos habían dado un baño de espuma con las mangueras. Conseguí disimular que todavía estaba bastante mareada y sentía dolor en el vientre aunque me costaba caminar sin tambalearme. Mi madre – que sospechó, creo, que estaba un poco bebida pero no me dijo nada-, me preparó un vaso de leche caliente y luego ella y mi padre se fueron a dormir. Mi hermana pequeña hacía horas que estaba durmiendo.
Entré en el cuarto de baño, fui al lavabo y me duché. Me alivió sentir el agua caliente resbalar sobre mi piel… El sudor de Ronald y el mío disueltos en el gusto salobre del mar… Todo escapaba arrastrado por la caricia del agua caliente…
Me apreté la vagina… Y… ¡Oh!, De ella se escurrió un hilillo de líquido blancuzco y viscoso, el semen de Ronald, mezclado con el color rojo oscuro de algunas gotas de sangre medio coaguladas. Me angustié, mi sexo continuaba inundado por los restos del torrente de esperma que el pene de Ronald abocó en el interior de mi cuerpo, a pesar de habernos bañado después en el mar… Me limpié la vagina lo máximo que pude con agua y jabón, pero yo sabía que no era suficiente…
Decidí ir al día siguiente, a primera hora ir a hablar con una doctora o enfermera del Centro Médico de mi población… Necesitaba la píldora del día siguiente, así la llama todo el mundo. Yo nunca había tenido que utilizarla, ahora había sido la primera vez que follaba, pero no tuve ninguna duda, el hecho de emborracharme y haber vivido una noche loca no quiere decir que sea tonta. Más bien soy todo lo contrario, creo… Algunas compañeras del instituto ya la han tomado alguna vez, y dicen que Julia, es la enfermera más simpática, muy discreta y buena gente, y no hace más preguntas que las indispensables para asegurar nuestra salud. Llamé por teléfono sin hacer ruido desde mi habitación a Irene y Laia, que estaban como yo despiertas, no podían dormir por todo lo que había pasado a pesar de estar tan bebidas como yo, y acordamos ir juntas a la mañana siguiente al Centro. Afortunadamente, tuvimos suerte, aunque era sábado, Julia trabajaba aquella mañana, nos escuchó con una leve sonrisa irónica y nos facilitó lo que le pedíamos, añadiendo tan sólo una serie de consejos sobre la inconveniencia de reiterar aquel medicamento y darnos información, que ya conocíamos, sobre otros sistemas.
¡Ay, Ronald, Ronald…! Te has pasado mucho conmigo, has sido un autentico bruto, me hiciste daño, pero al mismo tiempo lo he pasado tan bien… Y eres tan guapo…
Ya sueño con el momento en que podamos volver a hacerlo y me avergüenzo de mi imaginación, pero las cosas son así, qué le vamos a hacer… He leído el mensaje SMS que me has enviado, que si quiero salir contigo mañana por la tarde me vendrás a buscar con tu furgoneta… Y que me acuerde de que le debo un besito a tu otra serpiente… Y te he contestado con un OK, claro…
Me llamo Ruth, y estudio la Secundaria en un instituto de la comarca del Maresme en Barcelona.
Soy buena estudiante, y dedico todo el tiempo al trabajo de clase y a hacer de canguro cuidando por las tardes unos niños de unos vecinos, con lo que me gano unos euros que vienen muy bien en casa, porque así yo me pago mis gastos.
Hasta ahora me había resistido a ir a las discotecas con mis amigas del instituto, no tengo tiempo y llego al fin de semana bastante cansada y las he acompañado muy pocas veces. Pero esta vez me he dejado convencer, es final de curso y mis dos mejores amigas, Irene y Laia querían celebrarlo, de forma que conseguí que mis padres me dejasen salir con ellas la pasada noche del viernes 17 de Junio.
Me dijeron que iríamos a la zona llamada Can Ribó, que tiene bares musicales y muchas discotecas, una de ellas de la más antigua, la llamada Carpa Titus, situada en las afueras de la ciudad de Badalona, cerca de la de Montgat. Fuimos en el tren, son sólo tres estaciones desde la que hay cerca de mi casa, bajamos en la de Montgat-Sur, que nos queda más cerca de las discotecas que la de Badalona. Para volver, Laia dijo que no nos preocupásemos, que si ya no había tren llamaría a su mami y vendría a buscarnos con su auto.
Me sorprendió que el tren iba muy lleno de chicos y chicas, y cuando bajamos casi todos en Montgat-Sur, parecía que éramos una manifestación, porque llenábamos el camino que va de la estación del tren a la zona de las discotecas. La distancia es poco más de un kilómetro, y enseguida empezamos a ver el lado que da a la vía del tren que separa de la playa y el mar, lleno de coches de los que bajaban también decenas de chicos y chicas como nosotras.
Mis amigas me dijeron que iba muy guapa, siempre me han dicho que soy la que estoy del grupo y tal vez me tienen un poco de envidia, los chicos siempre me miran primero a mi cuando vamos juntas, pero nos queremos mucho. Íbamos las tres muy sexis, de hecho nos habíamos vestido en casa de Laia, porque mis padres no me habrían dejado salir de casa vestida así. Yo llevaba unos pantaloncitos muy cortos, de ropa tejana blanca, con todos los muslos al aire, a la moda de este año, un cinturón negro con hebillas doradas, una camiseta gris ceñida abierta por la espalda y caída por un hombro hasta casi cerca de una de las tetas, unas sandalias negras de aquellas de tiras al estilo de las antiguas romanas, y el pelo largo cayéndome sobre los hombros.
Ya cerca de Titus, cuando se veían todas las luces de los bares y discotecas, nos asombramos de que cada vez había más gente, parecía que todos los chicos y chicas de la comarca habían venido al mismo lugar a celebrar el final de curso y los primeros días de calor de verano. En la parte de mar, junto a los coches estacionados –no cabía ninguno más-, había sentados en el pequeño muro grupos de chicos y chicas, que habían abierto botellas de cerveza y vino y bolsas de comida, y estaban haciendo ya su fiesta allí, renunciando a llegar a la zona de las discotecas por la gran aglomeración que se veía. Además, aquí, cuando quisieran, podían atravesar las vías del tren por los pasos subterráneos existentes y bajar a la playa. De hecho se adivinaban grupos de chicos y chicas en la arena, en bañador o tal vez desnudos, corriendo hacia el mar para bañarse y refrescarse. La noche era muy tranquila, el mar estaba llano como un espejo, sin ninguna ola, y sólo hacía dos noches de la luna llena, precisamente la noche aquella del eclipse total, el miércoles, que no pudimos ver porque unas pequeñas nubes nos tapaban el cielo.
Finalmente llegamos delante de la carpa de la discoteca Titus y vimos que era imposible entrar, había una densa cola de espera por toda la explanada, hasta las instalaciones de una empresa de cambio de vidrios rotos de autos que hay cerca. Era impresionante, y por el otro lado, el de Badalona, no dejaban de llegar también muchísimos chicos y chicas a pie y en autos. Los coches no cabían, se aglomeraban, y varias patrullas de la policía municipal intentaban ordenar el tránsito para poder mantener la carretera abierta.
En fin , que vimos que era imposible entrar, renunciamos y nos dimos cuanta de que los otros locales de la zona, más pequeños, estaban también a rebosar. Desilusionadas, empezamos a rehacer el camino hacia la estación de Montgat caminando al lado de las verjas del tren, cuando, ya después de la gasolinera, al pasar junto a un auto que había tenido la suerte de encontrar un hueco y estacionar, oímos la voz de un chico que gritaba hacia nosotras:
-¡Eh, rubias! ¿Vosotras por aquí también? ¡Eh ! ¿Dónde vais? –bueno, de hecho yo no soy rubia, tengo el pelo castaño claro, como Irene, aunque Laia sí que lo es.
Vi que Laia se giraba como si reconociese la voz. Las puertas del coche se abrieron y salieron tres chicos, que se dirigieron hacia nosotras, uno de ellos empezó a darse besitos en la mejilla con Laia.
Era Ricky, un primo de Laia, que había venido con dos amigos suyos, Manolito, un muchacho que conocemos del instituto, está en el último curso igual que Ricky, y otro chico, Ronald, amigo de Ricky, pero varios años mayor que ellos, que era quien tenía permiso de conducir y llevaba el auto, una furgoneta de su padre. Ricky es de aquí, como Laia, Manolito es un chaval gordito andaluz muy gracioso y alegre, y según nos dijeron al presentarnos, Ronald es, como sus padres, latino, de la República Dominicana. Me sorprendió ver el extraordinario parecido de Ronald con el presidente americano Obama, es, como él, delgado y mulato, pero muchísimo más joven y atractivo. Y, por lo que vi cuando empezó a hablar conmigo, muy simpático. Porque eso fue lo que pasó, no tengo otra explicación, fue una cosa automática, instintiva. Ronald se emparejó enseguida conmigo, supongo que por eso que os expliqué de que soy la más guapa del grupo, y, como Laia no iba a emparejarse con su primo, lo hizo con el otro chaval, Manolito, mientras Irene lo hacía con Ricky, al que ya conocía de haberse visto en casa de Laia y en el instituto. Ronald nos dijo que trabaja de mecánico de autos en el taller de su padre, que está muy cerca de donde vive Manolito.
Nos sentamos los seis en el muro que hay entre la carretera y las cercas de la vía del tren. De vez en cuando pasaba un tren de cercanías despacito para evitar accidentes si alguien pasaba por donde no debía. Abrieron la furgoneta y sacaron bebidas y cosas para picar, ya que como a ellos les había pasado lo mismo que a nosotras, estaban a punto de volverse a sus casas cuando pasamos nosotras y nos llamaron, bueno, nos haríamos compañía, hablaríamos y luego, cuando nos cansásemos, Ronald se ofreció a llevarnos a todas a nuestras casas en su furgoneta. Lo tenían bien montado, patatas fritas, aceitunas, almendras, cacahuetes, tacos de queso y una nevera con unos grandes botellones de cerveza que empezamos a pasarnos. Yo no quería beber mucho, no estoy acostumbrada, pero no quise parecer tonta, y además, la cerveza estaba muy fresquita y pasaba bien con las cosas de picar.
Estuvimos hablando de muchas cosas, y Manolito encendió la radio de la furgoneta, sintonizando una emisora que, según nos explicó, emitía música techno-étnica en directo del grupo sudafricano Shangaan Electro desde el village del festival Sónar de Barcelona, y, sin darnos cuenta, al poco rato estábamos bailando los seis en el camino entre la carretera y las vías del tren. Era normal, cerca de nosotros había muchos otros grupos de chicos y chicas que no habían podido entrar en las discotecas haciendo lo mismo.
Yo bailaba con Ronald, y cada vez le encontraba más sexy, especialmente por la forma en que me miraba cuando se movía rozando mi cuerpo al bailar. Y me excitaba, lo reconozco, el olor a sudor de su cuerpo cuando estaba muy cerca de mi. Una de las cosas que más me sorprendió de Ronald fue el extraño tatuaje que lleva en un brazo, una rosa roja y una serpiente cobra enlazadas. La serpiente da miedo, tiene la boca abierta y se le ven unos afilados colmillos. Pasé los dedos por el tatuaje, era muy morboso, al mismo tiempo sentías un escalofrío de miedo y una sensación agradable al tocar su piel con el horrible dibujo. Ronald, sonriendo al ver mi curiosidad, me dijo que le diese un besito a la serpiente, que sería amiga mía. Yo dudé, pero seguí la broma y rocé con mis labios su brazo. El chico me miró y me murmuró en la oreja:
-Muy bien, nena, ahora ya es tu amiga… Y tengo otra serpiente que se ha puesto contenta con tu besito a mi cobra… A ver si algún día le das un besito también a ella…
Entendí perfectamente lo que quería decir Ronald, me ruboricé y me sentí insegura, pero hice como si no le hubiese oído y seguí bailando con él. Después, más cerca de él, me volví alarmar, vi una pequeña araña en el cuello de Ronald, pero enseguida me di cuenta de que era otro de sus extraños tatuajes.
Manolito sacó de la furgoneta una botella de ron, otra de coca-cola de las de dos litros, y las mezcló mitad a mitad en otra grande que llevaba vacía. Llenó los vasos de plástico y nos los dio.
Yo dije que no quería beber más, y Manolito me contestó:
-Va, tía, no seas tonta, si hacemos botellón, lo hemos de hacer bien, luego nos daremos un baño en la playa y como nuevos. Venga: ¡Todos a una!
-Yo no, –le dijo Ronald sin dejar de mirarme- recuerda que llevo el coche, y os he de devolver enteros a casita…
-Bueno, vale, tío, tu tienes perdón, bebe solo un poquito, pero los demás no, los demás todo el vaso. Venga brindemos por algo –le contestó Manolito
-¡Por las bellas brujitas que se nos han aparecido esta noche! –dijo Ronald mirándome a los ojos sonriendo- ¡Por nuestras sirenas, las más lindas del mar!
-¡Por ellas! -dijeron Manolito y Ricky levantando los vasos.
-¡Por los tíos más sexys de la costa, por los más pervertidos que nos quieren follar! –gritó Laia, ya bastante bebida, haciéndome enrojecer por lo que acaba de oír. Nos miramos todos sorprendidos, se nos escapó a Irene y a mi una especie de risa nerviosa, y nos quedamos paradas. Entonces Ronald gritó:
-¡Va, bueno, OK, por lo que acaba de decir Laia, para que se cumplan los deseos de todos, sean los que sean, bebamos! ¡Venga!
Y bueno, no sé porqué lo hice, pero, como todos se bebieron el vaso, yo también me atreví, aunque creo que Ronald casi ni lo probó, supongo que por aquello que dijo de tener que conducir después la furgoneta.
Me hizo un efecto rápido, como a todas, y a ellos también, pero yo no estoy acostumbrada a beber, aquello estaba realmente fuerte, y, además, ya había bebido antes bastante cerveza. Tuve que sentarme en el muro, bastante mareada, apoyada en Ronald, que me agarró por la cintura. Fue una sensación extraña notar su mano en mi piel. Irene y Laia se metieron con Manolito y Ricky en la parte de atrás de la furgoneta, después de recoger y guardar todo lo que teníamos en el muro. Oí que, suavemente, Ronald me musitaba en la oreja:
-Vamos, nena, ven a la furgo, siéntate a mi lado, iremos a la playita del fondo, nos bañaremos, el agua fresca te irá bien, te sentirás mejor.
Casi sin darme cuenta, ya estábamos circulando por la carretera en dirección al norte, pero enseguida Ronald se desvió, pasó debajo de un túnel y empezó a recorrer lentamente la playa hasta llegar al fondo, a una pequeña rotonda que marca el final del camino de coches al pie de las rocas del Turó del Mar de Montgat, más allá del lugar en el que hay un pequeño bar de verano en la arena.
Ronald me ayudó a bajar de la furgoneta, agarró una bolsa grande, me sujetó por la cintura y nos dirigimos a la orilla del mar. A nuestro lado iban Manolito con Laia y Ricky con Irene. Creo que ellas y ellos no iban mucho mejor que yo, Manolito y Ricky habían bebido bastante más que nosotras. El único que iba bastante sereno y sabía lo que hacía era Ronald, para suerte de todo el grupo, porque era el que manejaba el auto.
Llegamos enseguida al extremo de la playita llamada Platgeta de Montgat, al pie del Turó del Mar, una de las calas más bonitas de la zona. Una buena playa de arena gruesa que enseguida se hace profunda al entrar en el mar, limpia, con unas rocas cercanas que la delimitan formando un suave y bajo acantilado. Pasamos al otro lado de las rocas. Vimos muchas sombras en la playa relativamente cercanas, eran las siluetas de otros grupos de chicos y chicas bailando o bañándose desnudos. La luminosidad de la Luna permitía moverse perfectamente sin necesidad de otras luces que las de la cercana carretera, más allá de las vías del tren que por allí entra en un pequeño túnel.
Ronald abrió la bolsa, sacó unas toallas de playa y las extendió en la arena. Los tres chicos se giraron hacia nosotras, y como si hubieran puesto de acuerdo previamente, al mismo tiempo se sacaron las camisetas, se bajaron los pantalones cortos, se quitaron los zapatos deportivos y se bajaron Manolito y Ricky los slips y Ronald un calzón bóxer, quedando desnudos del todo delante de nosotras. Las tres chicas nos abrazamos, y volvimos a reír de una manera bastante histérica cuando nos dimos cuenta de que los penes de los tres estaban irguiéndose hacia arriba, se estaban excitando al mirarnos. El más pequeño era el de Ricky, el de Manolito sobresalía bastante de su barriga y el de Ronald era, con diferencia, el más grande, ancho y bastante largo. Además, era el único de los tres que llevaba el pubis depilado, los otros, sobretodo Manolito, lucían un bosque de pelos rizados alrededor del pene. También, con diferencia, los testículos de Ronald eran los que se veían más abultados, colgando a ambos lados del pene.
Ronald nos hizo un gesto de que íbamos al mar, que nos desnudásemos y, y dijo:
-Venga, nenas, ropitas fuera y vamos al agua, que os irá bien, y luego nos tumbaremos a la luz de la Luna a secarnos… ¡Venga, que ya hacemos tarde, no os lo penséis más, os pasará el mareo, ya veréis!
Laia se sacó las sandalias parecidas a las mías que llevaba y empezó a desnudarse. Irene y yo la imitamos enseguida.
Con los pies ya desnudos, me quité la camiseta, y quedé con las tetas al aire. Los chicos no dejaban de mirarnos como si fuesen a devorarnos con los ojos. Me bajé los pantaloncitos tejanos y me quedé solo con la minibraguita que llevaba, prácticamente un tanga. Ronald se acercó sonriendo mirándome mientras se pasaba la lengua por los labios.
-Va, vamos, nenas, todo fuera, va, venga –nos repitió
Ronald vio que yo me tambaleaba, mareada, a punto de caer, me sujetó por la cintura de nuevo mientras yo me bajé la braguita y la dejé caer en la toalla junto al resto de mi ropa.
-Va, ya está ¡¡¡Al agua todos!!! –grito Ronald tomándome con fuerza de la mano para que yo no cayese al suelo y Manolito y Ricky hacían lo mismo con Laia e Irene.
Enseguida, agarrados de la mano por parejas, completamente desnudos los seis, nos dirigimos al agua. El mar, como dije antes, estaba absolutamente llano, como un espejo que reflejaba la intensa luz de la Luna.
El agua todavía estaba fría, Junio es muy pronto para bañarse de noche en la costa de Barcelona. Pero se trataba de refrescarnos un poco después del alcohol que habíamos tomado, para poder volver a casa sin estar borracha –ahora lo estaba mucho, creo- antes de que fuese muy tarde y mis padres, intranquilos por mi tardanza, me riñesen .
El baño duró menos de cinco minutos. Ronald se puso a jugar conmigo, me sujetaba para que no me cayese y noté claramente como aprovechaba para tocarme el culo y las tetas, pero a mi me daba por reír e intentar apartarme de él sin acabar de conseguirlo. Al final, hizo lo que pretendía, me sujetó, me abrazó apretándome contra su cuerpo desnudo y me besó en los labios. Yo también le besé, y él empezó a jugar a introducir su lengua en mi boca para jugar con la mía. Pero entonces me di cuenta de que su pene estaba pegado a mi vientre, y que en un momento dado parecía estar buscando la entrada de mi vagina. Me asusté, di un grito, me aparté de él, me caí quedando completamente sumergida en el agua, él, riendo, me volvió a poner en pie y caminé de la mano de Ronald hasta la orilla con mi peinado arruinado dejando ir una cascada de agua de mar.
Vi que, a nuestro lado, mis amigas también estaban saliendo del agua con Ricky y Manolito. Al volver a la arena, llegamos a las toallas que los tres muchachos habían extendido antes en la playa. Las chicas, completamente bajo los efectos de las bebidas a pesar del baño en el mar, nos reíamos como locas al ver el tamaño desmesurado que tenían ahora los penes de los chicos, se habían excitado al máximo al vernos desnudas y bañarse con nosotras. Ni la fresquísima agua del mar había conseguido aflojar su incontenible ardor.
Cayeron de pronto sobre nosotras casi con una cierta violencia, sorprendiéndonos aunque tal vez nosotras ya lo esperábamos y deseábamos o temíamos inconscientemente tal como estábamos de alegres y enloquecidas. En todo caso, no hicimos nada por evitarlo. Nuestros cuerpos mojados de agua de mar ardieron y se unieron, y los penes de los chicos nos buscaron y, orientados por sus manos, penetraron rápida y profundamente en nuestros vientres.
Y yo grité. Sí, sentí dolor, era virgen hasta aquel momento de locura en el que el pene enorme de Ronald se introdujo velozmente en mi vagina. Laia e Irene me han dicho que ellas también gritaron, también eran vírgenes como yo, pero no recuerdo haberlas oído, ni ellas recuerdan haberme oído gritar a mi. Estábamos tan fuera de nosotras, tan bebidas, que el mundo no existía fuera de lo que nos pasaba directamente a cada una.
Ronald apretó los puños de placer en mi cuerpo hasta hacerme daño cuando sintió su pene bien colocado en el interior de mi vientre. Parecía que se había vuelto loco, tan tranquilo y pacífico como me había parecido que era. Tuve un peculiar pensamiento lúcido dentro de mi confusión, le vi por primera vez comportarse como un animal macho copulando con una hembra, como presencié hace años a un enorme perro pastor hacérselo a una perrita de unos vecinos en unas vacaciones en el campo, escena que me impresionó mucho, yo era todavía una niña, y me quedó grabada para siempre. Ahora yo era la perrita.
Mi cuerpo, mi piel mojada y salada de agua del mar, mis carnes, mis muslos, mis tetas, ahora duras y desafiantes, mis labios, húmedos y anhelantes, mi lengua, tierna y suave, todo parecía enloquecerle y aumentar su furia follándome…
Mi húmeda vagina me dolía cuando se ensanchaba y ajustaba a su pene y lo envolvía como un guante a la mano… Cuando me besaba apretaba y apretaba… Aplastaba mis labios, no con la suavidad del amor, sino con la furia de la bestia… Me mordía la lengua, oír mis gritos cada vez le excitaba más al tiempo que los contenía con la mano o besándome más fuerte…
Y yo gemía, cada sacudida, cada empujón violento del pene de Ronald hacia las profundidades de mi vientre sacudía mi cuerpo, me arqueaba en unos espasmos violentos, me quejaba, lloraba de maltrato y placer, y el chico se excitaba cada vez más con mis gemidos, rugía como una fiera en celo, apretaba mis tetas con sus manos, transformadas en garras, mordía mis hombros, mi cuello, con la fuerza del vampiro hasta casi hacerme sangrar, y cuando yo gritaba de terror al sentir que sus dientes casi se clavaban en mi piel, me tapaba la boca con la mano y lamía mi cara para tranquilizarme, me besaba más suavemente, pero enseguida volvía al ataque, la bestia que ahora era Ronald mugía fuera de sí, yo instintivamente entrelacé mis piernas en su cadera y apreté mis muslos contra él…
Sí, los dos sudábamos ya copiosamente a pesar de la brisa fresca marina de la noche de Junio, jadeábamos, gemíamos, gritábamos, y nuestros sonidos se debían confundir con los que emitían la otras parejas, Irene y Ricky, Laia y Manolito, que también follaban desesperadamente a nuestro lado…
Entonces, Ronald apretó con fuerza mis tetas, agarró los pezones, los pellizcó, los sorbió con los labios, los mordió, los lamió con la lengua, los volvió a chupar, los apretó de nuevo por la punta, mientras yo dejaba ir unos grititos, unos gemidos más altos, casi unos aullidos que fueron creciendo de tono hasta que él me volvió a tapar la boca. Me mordió de nuevo los pezones de las tetas, y ya no pude aguantar más, estallé, exploté, sentí que oleadas de placer me asaltaban y me impelían a moverme frenéticamente, a abandonarme, a morder ahora yo a Ronald, a besarlo, arañarlo, amarlo, insultarlo… Me estremecía temblando de placer, daba saltos controlados por el peso del cuerpo de él, y empecé a gemir con más fuerza, a dar gritos, a jadear ahogándome, a clavar mis uñas en su espalda…
Sí, yo estaba disfrutando, estaba gozando como nunca antes cuando me tocaba en la cama en mis fantasías nocturnas… Tenía un orgasmo intenso, inesperado, prolongado mientras el pene del chico seguía moviéndose violentamente dentro de mi vientre…
Y Ronald ya no pudo contenerse más…
Se dejó ir, y rugió de forma aún más inhumana y bestial, e inició un tremendo movimiento sobre mi, me cabalgaba como un potro salvaje a una yegua, me levantaba, me dejaba caer, me penetraba hasta casi reventarme, sacaba el pene hasta el exterior, me lo volvía a introducir ayudándose con la mano para hacer puntería, me volvía a penetrar hasta el fondo de mi vagina, una y otra vez, adentro y afuera, arriba y abajo, me movía como a una muñeca de peluche, y su pene, desencadenó un tsunami, me lanzó unos rayos de esperma, una fuente inagotable de semen me inundó el interior y el exterior del vientre con aquel líquido viscoso y muy caliente que noté cuando ya me bajaba hasta los muslos…
Ronald continuaba eyaculando en mi vagina con el pene introducido hasta el fondo, pero sus gritos desesperados y agónicos, que debían haber habían espantado hasta a los peces que nadaban curiosos cerca de la playa, empezaron a decrecer…
Yo jadeaba, intentaba ganar aire, mis pulmones estaban a mil por hora, el cuerpo del chico dominicano me aplastaba al reposar a peso encima del mío y me impedía recuperar el aliento, sentía el líquido, muy caliente, mojar mi vientre y mis muslos…
Los dos sudores se habían unido, nuestros cuerpos estaban enganchados, él, también sin oxígeno, sin respiración después del titánico y salvaje esfuerzo de un orgasmo y una eyaculación tan terribles y prolongados, se había dejado caer sobre mi, cuerpo contra cuerpo, me asfixiaba con su peso sin dejarme recuperar, besaba mi cuello, apretaba todavía con pasión mis tetas, mientras yo le abrazaba e intentaba ganar un poco de espacio para respirar… A su lado, las otras dos parejas también gemían y gritaban de placer… .
Sí, me ahogaba, no podía respirar… Había sido terrible, nunca había disfrutado tanto como en aquellos instantes, pero nunca había pasado tampoco tanto miedo y angustia al mismo tiempo que el placer… Él parecía haberse vuelto como loco, una fiera, no me follaba el chico amable y tranquilo que Ronald parece ser, al contrario, había sido como una fiera rugiente y terrible que me había violado de forma brutal…
Nunca había experimentado nada igual, me he sentido morir, ahogándome en medio de unas sensaciones que no puedo describir, me ha faltado aire, la bestia me ha maltratado, aplastado, me ha hecho mucho daño cuando me la ha metido tan rápidamente y hasta tan adentro, pero al mismo tiempo, nunca he sentido un placer como éste, nunca había pensado que te puedes morir gozando…
Ahora intentaba recuperarme, estaba todavía encima de mí, noté como su pene salía de mi vientre pero él seguía oprimiéndome con su peso, estábamos mojados de sudor, aún me sentía mareada, la cabeza me daba vueltas… Sí, estábamos desnudos, juntos… Aún respirábamos mal, especialmente yo, él se recuperaba más rápidamente, es muy fuerte… Y estaba mojada, me sentía húmeda, muy húmeda… Sudor, agua de mar, y ese líquido caliente que hay dentro de mi cuerpo y se escurre por mis muslos… Me ha entrado todo dentro, no se ha puesto una goma… Tendré que pensar en eso… Debe de ser muy tarde, no quiero llegar a casa más allá de las tres… Pero aún hay tiempo para evitar que me riñan, si consigo levantarme, ponerme en marcha sin caer al suelo mareada y les convenzo de volver enseguida a casa…
Completamente agotada, desorientada y angustiada, utilicé las pocas fuerzas que me quedaban y me liberé del cuerpo de Ronald, que se quedó estirado en la arena a mi lado medio dormido.
-No hay tiempo para dormir ahora -le dije sacándole de su sopor como pude-. Debemos vestirnos, yo debo ir a casa, mis padres se enfadarán si llego muy tarde…
Ronald asintió, me dijo que tenía razón… Avisamos a los otros cuatro, que también estaban abrazados desnudos temblando de fatiga y placer… Notaba húmeda y mojada la zona de mi sexo y los muslos y me volví a bañar unos momentos en el mar con Irene y Laia para limpiarnos, mientras los chicos nos miraban sonrientes –Manolito parecía estar muy agotado- con los penes blandos colgándoles entre los muslos. El agua aún parecía estar más fría..…
Nos vestimos… Todo era como un sueño, sin decirnos nada. Me puse la braguita, los pantaloncitos, la camiseta, las sandalias… Nos sacudimos la arena, guardamos las toallas. El mar continuaba como un espejo reflejando la luz de la Luna… Caminamos por la arena abandonando la playita.
Volvimos a la furgoneta de Ronald, había un par más de automóviles al lado, justo en el límite del camino con la pequeña rotonda. No éramos las únicas parejas aquella noche en la Platgeta de Montgat…
Ronald condujo con cuidado hacia el norte por la carretera general. Por las noches la carretera está muy vigilada por las patrullas de policía, es zona de muchos bares y discotecas, con tránsito que va y viene toda la madrugada.
Dejamos primero a Laia y Ricky en la puerta de sus casas. Y después me llevaron a la mía. Ronald tuvo durante todo el trayecto la mano en mis muslos. No paramos junto a la puerta de casa, lo hicimos en la esquina, no fueran a ver mis padres con quien venía. Pero el coche se quedó, vigilante, muy cerca, hasta que entré en el edificio y subí hacia mi casa.
Ronald desapareció para dejar en sus casas a Manolito e Irene, que viven en poblaciones cercanas pero diferentes… Al despedirnos nos intercambiamos los números de teléfono y me dio un beso en la boca, me dijo que me llamaría para vernos y salir.
Entré en mi piso. Mis padres dormían intranquilos en el sofá delante de la televisión y despertaron aliviados cuando llegué. Les expliqué que habíamos venido en el coche del padre de una amiga que había ido a recogerla a Badalona. Me dijeron que llevaba mala cara, que estaba despeinada y con el pelo mojado, pero les dije que era de que al bailar en la discoteca, nos habían dado un baño de espuma con las mangueras. Conseguí disimular que todavía estaba bastante mareada y sentía dolor en el vientre aunque me costaba caminar sin tambalearme. Mi madre – que sospechó, creo, que estaba un poco bebida pero no me dijo nada-, me preparó un vaso de leche caliente y luego ella y mi padre se fueron a dormir. Mi hermana pequeña hacía horas que estaba durmiendo.
Entré en el cuarto de baño, fui al lavabo y me duché. Me alivió sentir el agua caliente resbalar sobre mi piel… El sudor de Ronald y el mío disueltos en el gusto salobre del mar… Todo escapaba arrastrado por la caricia del agua caliente…
Me apreté la vagina… Y… ¡Oh!, De ella se escurrió un hilillo de líquido blancuzco y viscoso, el semen de Ronald, mezclado con el color rojo oscuro de algunas gotas de sangre medio coaguladas. Me angustié, mi sexo continuaba inundado por los restos del torrente de esperma que el pene de Ronald abocó en el interior de mi cuerpo, a pesar de habernos bañado después en el mar… Me limpié la vagina lo máximo que pude con agua y jabón, pero yo sabía que no era suficiente…
Decidí ir al día siguiente, a primera hora ir a hablar con una doctora o enfermera del Centro Médico de mi población… Necesitaba la píldora del día siguiente, así la llama todo el mundo. Yo nunca había tenido que utilizarla, ahora había sido la primera vez que follaba, pero no tuve ninguna duda, el hecho de emborracharme y haber vivido una noche loca no quiere decir que sea tonta. Más bien soy todo lo contrario, creo… Algunas compañeras del instituto ya la han tomado alguna vez, y dicen que Julia, es la enfermera más simpática, muy discreta y buena gente, y no hace más preguntas que las indispensables para asegurar nuestra salud. Llamé por teléfono sin hacer ruido desde mi habitación a Irene y Laia, que estaban como yo despiertas, no podían dormir por todo lo que había pasado a pesar de estar tan bebidas como yo, y acordamos ir juntas a la mañana siguiente al Centro. Afortunadamente, tuvimos suerte, aunque era sábado, Julia trabajaba aquella mañana, nos escuchó con una leve sonrisa irónica y nos facilitó lo que le pedíamos, añadiendo tan sólo una serie de consejos sobre la inconveniencia de reiterar aquel medicamento y darnos información, que ya conocíamos, sobre otros sistemas.
¡Ay, Ronald, Ronald…! Te has pasado mucho conmigo, has sido un autentico bruto, me hiciste daño, pero al mismo tiempo lo he pasado tan bien… Y eres tan guapo…
Ya sueño con el momento en que podamos volver a hacerlo y me avergüenzo de mi imaginación, pero las cosas son así, qué le vamos a hacer… He leído el mensaje SMS que me has enviado, que si quiero salir contigo mañana por la tarde me vendrás a buscar con tu furgoneta… Y que me acuerde de que le debo un besito a tu otra serpiente… Y te he contestado con un OK, claro…
1 comentarios - Desvirgadas a la luz de la Luna en la playa
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