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Relatos de la Carne 2

El segundo relato de la carne http://relatosdelacarne.blogspot.com

Mi amiga Luisa es casi una hermana para mí, la quiero muchìsimo
Aparte de sus cualidades como persona y como amiga, es treméndamente guapa: delgada, morena, ojos grandes, bellísima, unos muy buenos pechos...si no hemos tenido nunca sexo o, incluso, una relación, es porque nunca hemos coincidido los dos estandando solteros. Y así es el caso en la actualidad: yo tengo pareja y ella no.
Su ex-pareja es un verdadero cabrón, se lo está haciendo pasar verdaderamente mal. Sus amigos más cercanos, mi pareja y yo nos esforzamos mucho en que olvidé a ese cabrón y sus tonterías. Luisa nos lo agradece mucho y, aunque parece no superarlo, sabe que está muy bien rodeada. Ese es uno de los motivos por los que le encanta mi novia; el hecho de que, sin conocerse de nada, se preocupara por ella, le hizo sentir un gran aprecio hacia mi pareja y ahora también son buenas amigas. Luisa es casi una madre, más que una hermana, pues dice que está contentísima de que tenga una pareja como la que tengo. ¡Quién tuviera una madre así de buena!...¡y que estuviese tan buena!
En una ocasión, estando de cervezas, le dije que tenía ganas de escucharla follar algún día con otro tipo para que se le pasase rápido el recuerdo de su ex. Ella me contestó que era muy raro que no la hubiese escuchado ya, que era muy raro que no me hubiese follado ya. Me lo tomé como un gran alago y reímos.
Bastante tiempo después, volví a salir de cervezas con ella hasta altas horas de la madrugada. Hablamos de muchísimos temas: Nuestra relación, estudios, trabajo, mi pareja, su ex-pareja. Se sinceró mucho y se vino un poco abajo. Hice todo lo posible por animarla de nuevo y creo que funcionó. Volvimos a mi casa y continuamos bebiendo cerveza. Recordamos entre risas aquello que me dijo de que era raro que no me hubiese follado ya. Se hizo de repente el silencio y, animado por el alcohol, la besé. Aguantó unos segundos hasta que, finalmente, se apartó. “¡Tu novia, tío!” fue lo que dijo.
En ese momento me sentí bastante mal, aunque la borrachera y el apetito sexual me dijeran otra cosa. Estaba pensando en la reciente cagada hasta que una lengua intentó abrirse camino entre mis labios. Inmediátamente le di paso y pasó a jugar con la mía. Una barra de acero incrementaba el deseo.
Con fiereza se enredó en mí y me volcó en el sofá. Se sentó sobre mi cadera colocando sus manos bajo mi camiseta. Desde el pecho hasta la frontera con el pantalón, arañó con fuerza a la vez que con delicadeza. Desabrochó el botón y sacó mi pene totalmente erecto, todavía dentro del calzoncillo. Yo me agarraba a cualquier parte de su cuerpo que tuviese a mano.
Palpó el pene, agarrándolo entre la tela del calzoncillo. Con cara de asombro, manoseaba mi miembro y dijo: “Vaya pedazo polla” ¿todo esto es solo para Marta (mi pareja)?” Su recuerdo nos volvió a la mente y rebajo súbitamente el climax. Yo resoplé tumbado, ella se quedó pensativa sentada sobre mí.
Me erguí para hablar con ella:
-Lo siento, Luisa. Nos lo podríamos haber pasado muy bien. Pero no puedo hacerle esto
-¡Dios, qué gilipollas que soy! He estado apunto de joder tu relación por un polvo
-No digas eso, tía. Yo he estado apunto de joderla, tú solo me has seguido el rollo.
Mientras nuestra cordura hablaba, los cuerpos siguieron su camino y solo obedecieron al deseo de placer. Mientras hablábamos, mis manos se metieron bajo su camiseta y desabrocharon su sujetador sigilósamente. Busqué sus grandes pechos y toqué por primera vez aquella maravilla. Jugueteé con sus pezones hasta que se pusieron tiesos. Ella respondió con un mordisco que casi me arranca el labio. Nos batíamos entre nuestra mente responsable y una lujuria inevitable que emanaba de nuestros sexos. Cada uno tenía la oportunidad de saborear un cuerpo deseoso, pero una voz sabia nos decía que no, que debíamos evitar las ganas de devorarnos el uno al otro. Al final aquel beso caníbal que acompañaba a nuestras inquietas manos terminó por desaparecer. Entre risas, que casi eran lágrimas, nos dimos las buenas noches y me fuí a la cama y ella tomaba la puerta para ir a su casa.
No quise prolongar la despedida mucho para evitar nuevas tentación y corrí a mi cuarto antes de que cerrara la puerta incluso. Me metí en la cama hasta que escuché la puerta cerrarse. Mirando al techo pensaba en lo ocurrido, sin saber valorarlo bien. Sonaron pasos rápidos en el pasillo. Levanté la cabeza con miedo. Por la puerta de mi cuarto apareció la escultural figura de mi amiga Luisa, corriendo con un objetivo firme, marcando el compás con el bote de sus pechos, a punto de escapar por el pronunciado escote de su camiseta blanca. Se avalanzó sobre mí, sentándose sobre mi polla, y apoyó las manos sobre mis hombros, inmovilizándome. Su melena morena caía sobre mi cara y entre ella se podían ver aquellos ojos grandes y negros deseosos de sexo. Se restregaba con una energía tremenda. Yo ya no podía más, hasta mi responsable voz interior lo comprendía. Mi polla iba a rebentar aprisionada bajo su enérgico cuerpo. Intenté alzarme para besar esos labios, pero se echó hacia atrás. Con los brazos inmovilizados, intenté meter los dedos entre su vaquero, también me lo impidió. Si hubiese continuado un rato más con ese movimiento de pecado, hubiese eyaculado sin necesidad de penetración, pero se marchó sin más, despidiéndose con un beso en mi frente. Cuando escuché la puerta cerrarse por segunda vez y salí de mi asombro, tuve que masturbarme, pues mi erección y lo apasionante de la situación eran gigantes.

La mañana fue bastante extraña. No paraba de pensar en lo ocurrido y en todo lo que me había hecho ese cuerpo. Me masturbé varias veces ya que el simple recuerdo de sus caderas bailando sobre mí o cualquiera de las cosas ocurridas me provocaba una terrible erección. Tenía muchas ganas de sexo, de sexo con ella. Tuvo que pasar mucho tiempo hasta que pensé en el daño que pude hacerle a mi pareja, cosa que me puso muy nervioso. Pero los nervios se fueron pronto cuanto encontré su sujetador al lado del sofá.
Lo examiné con todos los sentidos. Aquel objeto me provocó un constante hormigueo por la zona púbica e multitud de ideas sobre lo que podía hacer con él y con su dueña. El recuerdo de la noche y todo lo que se quedó por hacer hicieron que mordiera el sujetador como si se tratara de lo que normalmente hay en su interior.

Mi relación con ella no se alteró lo más mínimo. Me alegraba que no hubiese perjudicado nuestra relación, pero me fastidiaba el que pareciera que no había ocurrido nada, nisiquiera lo comentamos. No me preguntó por el sujetador, el cual había escondido bastante bien, hasta que no estabamos en una pequeña fiesta con varios amigos en mi casa. Le dije su paradero, lo cogí con cautela, lo escondió en una mochila y no dijo nada más.

Aquella noche creó una obsesión en mí. Mi cuerpo pedía follar con ella a gritos, y ella no mostraba ningún sintoma de ello. Mil fiestas juntos y ni la más terrible de las borracheras le hizo querer terminar lo de aquella morbosa noche. Sin embargo, cada momento de aquella noche continuó proporcionándome incontables masturbaciones.

Pasaron unos meses y nuestras correspondientes situaciones cambiaron. Ahora era ella quien tenía pareja y yo estaba recién soltero. Pero continuábamos sin coincidir en periodo de soltería. Y teniendo ella novio, mis oportunidades de volver a tener sus grandes pechos entre mis manos y su cuerpo bailando sobre el mío se evaporaban, y tampoco quería fastidiarle una relación que, por fin, le iba bien. Debía de ir olvidándome de follar con ella, mas el terrible morbo de aquella noche y ese apetitoso cuerpo lo iban a hacer imposible. Más aún cuando su cuerpo era adornado con ropa tan sexy y provocadora. Como la minifalda que llevaba aquel día de verano: con diseño escoces, pequeños volantes y exagerádamente corta; cuando andaba, la minifalda volaba dejando ver más de lo que debería. Tal vez la minifalda también ayudó a que sus pechos parecieran más jugosos que nunca. La imagen de su carne asomando por el escote me rocordó, por enésima vez, el tacto de sus pechos, pero también todas las veces que se había acercado a mí abranzándome un brazo y colocándolo entre sus dos tetas; se podía sentir como se desplazaba cada una hacia un lado y casi lo envolvían. Me estaba volviendo enfermo, cualquier cosa, cualquier recuerdo, me despertaba el apetito sexual, tenía que poner remedio a eso.
Estaba sentado en el suelo, ella en una silla a mi derecha, sin cruzar las piernas. No podía evitar buscar aquellos tesoros que se esconderían entre sus piernas; lo poco que llegaba a esconderlos la minifalda, ahora me los mostraba ella sin querer. Continuaba me ansiosa busqueda visual, tratando de penetrar con la mirada la tela de sus bragas, cuando el insoportable calor veraniego le hizo quitarse la camiseta quedándose en sujetador. Solo había una cosa capaz de hacer apartar la vista de lo que mostraban sus piernas abiertas y eso era la nueva imagen que me ofrecía: sus jugosos pechos casi desnudos, los que toqué pero nunca ví; los miraba con tal dedicación que parecía que esparase a que continuase con su desnudo. Mi calor llegó a su punto más alto cuando ví que se trataba del mismo sujetador que le quité unos meses atrás.
Los recuerdos de aquella morbosa noche y todos los demás, su generosa minifalda, la busqueda entre sus piernas y el calor que le hizo desprenderse de su camiseta estuvieron a punto de descontrolarme. Me hubiese avalanzado sobre ella y le hubiese quitado al verano la autoría del calor que sentía y del sudor que bañaba su cuerpo si su pareja no se encontrase a mi izquierda. Tenía que marcharme de allí.
Bajé a la calle con otros amigos. Invité a los presentes, pero solo por cumplir, pues no quería que aquella mujer fatal me siguiese. Tuve suerte y no me acompañó ninguno de los miembros de la pareja. Me siguieron todos los demás, dejando a ellos dos solos. Ahora estarían hechando un maravilloso polvo, pensé. Lejos de alimentar el deseo que se apoderaba de mí, sirvió para tranquilizarme. Ya no tenía que preocuparme.

Continué la fiesta aquella noche mucho más relajado, sin todo los pecados que me incitaba a cometer mi amiga Luisa, incluso se me pasaron las ganas de hechar un polvo con quien fuese. La tranquilidad solo fue momentanea.
Luisa apareció de nuevo, con su minifalda y su movimiento, con sus jugosos pechos (ahora con la camiseta, como es lógico) asomando pos su escote, con todo lo que me incitaba a hacer. Su novio se quedó dormido y se había quedado sin hechar un polvo, me dijo. Yo podía darle una solución a aquello. Traté de esquivarla, me estaba poniendo muy cachondo y no quería cagarla. Además, parecía que no se daba cuenta de como me ponía pues no paraba de hacer comentarios del tipo “eres un gran tipo, con un gran polvo”. No podía estar esa noche junto a ella ni un segundo más.
Conseguí no cruzarme con ella en un buen rato. Estabamos en una plaza y me aparté para mear toda la cerveza que había bebido. Tardé un buen rato en hacerlo ya que estaba casi erecto, de no parar de pensar en ella, y así no podía mear. Mientras meaba, vi que ella también hacía lo mismo detrás de una planta muy cerca de la farola en la que lo hacía yo. Traté con todas mis fuerzas de no mirar, pero mi amor por la carne fue más fuerte y miré. Ya se había subido las bragas y se bajaba la falda, pero fue más que suficiento para comenzar un nuevo proceso de erección. Ella me vió y se acercó a hablar. Se puso detrás, sin mirar, y tuvimos una conversación muy normal, a pesar de la situación. Yo solo quería que aquella eterna meada terminase y poder guardarme mi semi erecto miembro. Me estaba sacudiendo cuando ella cambió de posición y se colocó a mi lado, viéndome todo. Tras unos segundos, miró y dijo:
-Uf, ya no me acordaba de ese pedazo de polla.
-Je je, Pues ya la tocaste una vez. Y bastante bien
-No, bastante bien no. Solo la medí un poco. Y nisiquiera la pude ver, porque si la hubiese visto no me hubiese resistido a tocarla mejor. Jeje-cuandó rió me tocó los testículos.
La erección dejaba de ser semi. Aunque continuaba en la misma posición, había terminado de mear hace rato, pero no quise guardarme el pene. La conversación sobre aquella noche continuó y ella volvió su mano a mis testículos, pero ahora la dejó allí y la deslizó hacia mi ya erecto pene. Lo tenía agarrado fuertemente con su mano izquierda y se acercó, tirando de él, hacia mí. La cogí por el costado y nos comimos la boca con ardiente deseo. Con la mano derecha me tocaba la cabeza y con la izquierda me hacía una paja. Con movimiento constante, hasta arriba y abajo, acelerando a la vez que se aceleraba nuestro ardiente beso. Tocaba su cuerpo con todas las ganas que se esperarían de tan ansiada oportunidad. La mano que tenía en su costado se internó por su camiseta deslizandose por toda su figura hasta llegar a su pecho. Manoseé su pecho derecho, oculto bajo el sujetador que guardé en mi casa. Lo bajé un poco dejando al alcanze de mi mano su pezón que volví poner tieso como hice meses atrás. Me disponía a quitarle el sujetador, para revivir todas las situaciones de aquella morbosa noche, pero no me dejó. Se agachó frente a mí para practicarme una felación. Su boca continuó perfectamente el ritmo de su mano, continuo, firme y abarcando todo el pene. Se empezaba desatar toda la lujuria que se reprimió aquella morbosa noche. La levanté, agarré sus pechos y puse mi cara sobre su escote para alimentarme de aquella carne pecaminosa. Ansiaba ver sus jugosas tetas de una vez por todas, pero quise retrasar aquel esperado momento. Cambié el destino de mis manos hacia sus muslos. Las subí hasta su culo, levantando aquella ridícula minifalda. En esa postura nos escondimos aún más y la senté con las piernas abiertas y hacia arriba. Toqué sus bragas, cosa que no me dejó hacer en la famosa noche, y las quité sin más dilaciones. Descubrí, así, aquel tesoro que escondía entre las piernas y me empapé del aroma de la lujuria. Le comía el sexo con pasión, aunque, pasado poco tiempo, pasé a bebérmelo más bien. La agarrba por la cintura como si se fuese a escapar, mientras mi lengua viajaba por toda su vagina, un agarrón que casi me arranca los pelos fue su forma de agradecerme el trabajo. La lengua dió paso a mis dedos cuando me acerque a besarla de nuevo y degustamos el sabor de nuestros sexos. Mi dedo índice y corazón continuaban entrando en saliendo alternando la velocidad, mientras mi lengua comenzó un nuevo viajabe en su oreja, bajando con modiscos por su cuello y terminar en su escote. El dedo pulgar se unió al trabajo, estimulando su clítoris y provocando gritos de placer sofocante en ella.
Me dió un condón y, tras un beso en la vagina y una caricia en el pubis, comenzó la penetración. Ella en la misma postura y yo sobre ella. Nos acercábamos para repartirnos besos, mordiscos y perforaciones con la lengua. Levanté el cuerpo al incrementar la volocidad de la penetración y la agarré por mis amados pechos. Me cegué completamente en esas pedazo de tetas y todo lo que estaba sintiendo se manifesto en el agarrón que les daba, juntándolas y apretándolas, mientras mi cuerpo entraba y salía de ella.
Nos abrazamos y, durante un breve revolcón, mis manos subieron por su espalda para desabrochar, una vez más, su sujetador. Ella fue quien lo sacó de entre su camiseta y me lo restregó en los ojos mientras reía. Sabía que era el que se dejó en mi casa. Me empujó al suelo despues de esto y se colocó como cuando vino corriendo a mi habitación. Empezó el mismo baile que bailó aquella vez pero, ahora, nuestros sexos desnudos y tocándose sin tela de por medio. Se levantó un poco, agarró mi polla y la metió en su coño despacio. Al volver a sentarse sobre mí ya no pude ver nada, pues su microfalda conseguía tapar la acción. Inclinada hacia mí, con las manos en mis hombros comenzó su demostración de maestría en el sexo. Nadie se había movido sobre mí como se movía ella, lo que me perdí aquella noche. Notaba perféctamente en mi pene como las paredes de su vagina lo envolvían y dejaban de envolverlo con el más placentero de los deslizamientos. Pasó un buen rato en aquella maravillosa posición; sus pechos, ocultos bajo su camiseta, pero libres de sujetador, se movían de la misma manera que cuando entró corriendo a mi habitación; el calor de sus piernas me abrasaba las manos y tuve que soltarlas; sus ojos volvían a declarme su amor por el sexo y el sudor de apoderaba de su melena. La sensación era casi insoportable de lo placentera. Levanté el cuerpo para aseguarme que yo era el causante de ese sudor y un mordisco en los labios me lo confirmo. Ella seguía moviéndose como las diosas y yo le quité la camiseta. Por fín pude ver los pechos que me habían hecho enloquecer en los último meses y centré todo mi cuerpo en ellos: los mordí, los agarré, los besé, los bañé en saliva.
La fantasía de los últimos meses estaba apunto de llegar a su punto álgido. La volví a tumbar y saqué mi pene del mar de su vagina. Me quité el condón y llevé el pene hacia sus pechos. Allí aprisioné mi polla contra esos terribles melones y comenzé a follarmelos. Nunca había hecho una cosa parecida pero tanto tiempos esperando a aquella mujer fatal de terribles pechos merecía una cosa así. Y así continué follándolos hasta que un disparo de semen corrió a través de su canalillo y la bañó hasta el cuello. Había desfogado varios meses de deseos sexuales y, al final, ella no se acostó sin echar un polvo

3 comentarios - Relatos de la Carne 2

piersimone
pedasoo de relato mu bueno! 😉