Sentada en el autobús provincial que la llevaba a su pueblo, tras una dura semana de estudio, Sandra se sorprendió al notar los dedos de aquella persona que se había sentado a su lado explorando sus piernas.
Nada hacía pensar que la mujer, de unos treinta y seis años, morena y de muy buen ver, aunque un poco pasada de peso, pudiera mostrar interés por otras mujeres, pero el roce, aparentemente casual, de sus dedos con sus muslos lo dejaba bien claro.
La primera reacción de Sandra fue la de levantarse precipitadamente del asiento y buscar otro desocupado, pero el autobús estaba hasta los topes, incluso había gente de pie en algunos sitios.
La mujer había elegido bien el lugar donde sentarse, pues sus asientos quedaban casi completamente ocultos al final del autobús. Miró desesperada, pero estaba claro que no había otro lugar donde sentarse. Pensó entonces que no tenía por qué tolerar esto, miró a la mujer directamente a los ojos, estaba ya a punto de llamarle algo bastante fuerte, cuando las manos de ella llegaron a sus bragas. Dio un respingo, en ese momento supo que no se atrevería a reprocharle nada. Sentía vergüenza, y no quería quedar en evidencia.
La mujer la miró, en sus ojos brillaba el deseo. Sus dedos así lo demostraban, pues sin rodeos le masajeaban la vulva con delicadeza aunque con insistencia. Sus labios estaban húmedos. Seguro que la excitaban las chichas de diecinueve años como ella.
- Por favor...
Fue casi un susurro, pero Sandra no se atrevía a dirigirle la palabra en voz alta. De repente, se sentía pudorosa y tímida, solamente quería escapar de allí, negar lo que estaba pasando. Rogando porque la mujer la dejase en paz, miró por la ventana, fingiendo que no pasaba nada, aunque cerraba sus piernas lo más que podía, de poco servía, pues la mano estaba bien enterrada en su entrepierna, y sus dedos frotaban una y otra vez su clítoris a través de las bragas.
Algo sucedió mientras Sandra pensaba de forma frenética cómo librarse de aquella situación. Su vulva, independientemente de todo lo demás, comenzó a hincharse, como siempre que empezaba a masturbarse.
¿Acaso no apreciaba la diferencia de tacto, aquellos dedos diferentes a los suyos? ¿Por qué respondía entonces?
Pensó que quizás fuera por el nerviosismo por lo que respondía así, pero un suave calor se insinuaba ya en su bajo vientre. Ella no era lesbiana, de eso estaba completamente segura. ¿Qué sucedía entonces?
Miró furtivamente a la mujer. La muy zorra parecía completamente ajena a todo lo que su mano hacía, mirando hacia otro lado, aparentemente aburrida del viaje. Pero sus dedos seguían el ritmo que habían iniciado hacía un par de minutos. ¿Tan poco tiempo?, parecía una eternidad.
La sensación de calor empezó a hacerse más fuerte, ya no podía negarlo: estaba excitándose, y de una forma que nunca antes había experimentado. Desesperada trató de moverse, pero sus piernas solo se abrieron un poco más. Espantada se dio cuenta de que las tenía completamente separadas, de que aquella mano insidiosa obraba con total libertad. Pensó una y mil formas de acabar con aquello, pero no se le ocurría ninguna que le permitiera librarse sin llamar la atención. Miró a su alrededor.
La mayoría dormitaba, el resto no miraba ni remotamente en su dirección, solo rostros aburridos. Miró de nuevo por el cristal: carretera vacía. Pero las sensaciones que ella estaba experimentando distaban mucho del aburrimiento.
Entonces comprendió que no haría nada, que solamente esperaría a que ella acabase de tocarla para poder olvidarlo todo. Tan solo restaba una media hora de viaje, todo pasaría pronto.
Siguió pues mirando por el cristal, haciéndose la aburrida como todos los demás, y dejó que aquellos dedos de fuego siguieran frotando sus bragas, mojadas ya por sus propios fluidos.
Pasaron los minutos, y Sandra empezó a mover la vulva adelante y atrás, muy suavemente. Pensó que su reacción era automática, involuntaria, pero en su interior sabía que lo hacía queriendo. Por un momento se quedó parada, horrorizada pensando que realmente estaba empezando a gustarle aquella situación, que le gustaría correrse bajo la masturbación a la que la sometía la mujer.
Pero ese momento de horror pronto pasó, su excitación era demasiado intensa. Nada importaba, solo seguir sintiendo los dedos en su gruta mojada. Siguió moviendo su cintura. La mujer la miró por un breve instante. Una fugaz sonrisa de comprensión aleteó en sus labios, luego volvió a hacerse la desinteresada, aunque la intensidad y rapidez de los movimientos de su mano aumentó.
Sandra pasó de una reacción inicial de rechazo a una aceptación y atrevimiento total. Su fantasía empezó a desbordarse, se imaginó en su cama con ella, mientras esos dedos se movían sobre su coño desnudo. Eso le dio una idea, ¿por qué no? Paseó la mirada alrededor rápidamente. Nada había cambiado.
Y sin pararse a pensarlo llevó sus manos a su cintura, levantó un poco su falda y tiró hacia abajo de sus bragas, las tenía ahora en sus rodillas, rápidamente se las bajó hasta los tobillos acabando por quitárselas del todo. Las introdujo rápidamente en su bolso y se sentó. Nadie se había percatado de lo que había hecho.
Nadie excepto la mujer, por supuesto, que aparentemente sorprendida se había quedado quieta desde que empezó a sobarla, contemplando de reojo la operación.
Sandra abrió las piernas, invitando a la mujer a proseguir el juego. No se hizo esperar, esos dedos ahora conocidos empezaron a hurgar en su interior, mojándose a medida que la frotación continuaba.
Emitió un suspiro inaudible, empezando a moverse de nuevo. Aquello era el delirio. Nunca había imaginado que pudiera ocurrir algo así, pero ahora no quería que acabase nunca. Se movía cada vez más rápido, como aquellos deditos juguetones, que pasaron a moverse de forma circular, rápidamente, con los movimientos exactos que la propia Sandra utilizaba para llegar al éxtasis cuando se masturbaba en su habitación.
El orgasmo no se hizo esperar, llegó en lentas oleadas de placer intenso, húmedo y caliente al mismo tiempo. Empezó a temblar de gusto. Muy pronto iba a derramarse sobre aquella mano y aquello la ponía tan cachonda que apenas podía controlarse.
Mordiéndose los labios hasta casi hacerse sangre para no gritar de placer, apretando entre sus puños su minifalda, se corrió como nunca en su vida lo había hecho, experimentando un placer más allá de todo pensamiento racional. Sintió el orgasmo empezando en su coño y expandiéndose por todo su cuerpo.
Otro gemido involuntario que no pudo impedir escapó de su garganta en el momento en que pequeños corritos de flujo vaginal escapaban de los labios vaginales, dejando pringosos aquellos dedos que se movían fuerte y velozmente sobre su jugosa fruta. Casi perdió el conocimiento por el intenso placer.
Poco a poco se fue relajando, los dedos aflojaron su presión, hasta separarse definitivamente de ella. Entre suspiros, pudo ver como la mujer limpiaba sus dedos en un minúsculo pañuelo, y como se relamía los labios ante lo que había provocado en el joven cuerpo.
Se miraron, ahora tranquilas, una mirada de comprensión, de agradecimiento mutuo. Sandra supo entonces lo que tenía que hacer. Sacó de su bolso una pequeña agenda, anotó su número de teléfono y su nombre en una hoja en blanco, la arrancó y la tendió a la mujer.
Esta la tomó en silencio, miró lo que Sandra había escrito y la guardó en su propio bolso. Sonrió y apretó la mano de la chica entre la suya, la que momentos antes había proporcionado tanto placer.
Sandra supo que en aquel instante una nueva vida comenzaba para ella. Jamás tendría que volver a imaginar cosas. De ahora en adelante, las viviría.
1 comentarios - Alguien me masturba en el autobús