Lo que cuento a continuación sucedió antes de los relatos anteriores. Fue la primera vez que mi ex marido me compartió con otro. Ocurrió hace unos años, cuando mi hijo era chiquito y yo aún vivía con mi ex. Vino a visitarnos un amigo de él, de la infancia, al que hacía tiempo no veía. Estuvo unos días alojado en casa.
Ya para entonces mi ex había dejado al descubierto su verdadera personalidad de sexópata y me insistía con hacer un trío.
Con mi entonces marido y su amigo fuimos a la costa del lago a disfrutar de una tarde al aire libre, aunque ya al salir de casa yo sabía lo que iba a pasar: me iban a coger entre los dos. Porque así estaba decidido, y nada podía hacer para impedirlo.
Llegamos al lago, dejamos el auto y caminamos hasta una playita. Había más personas, no muchas, que no nos prestaron atención.
Nos sentamos a mirar el agua. Era una tarde cálida, bellísima. Nadie hablaba.
Mi marido armó un cigarrillo y me lo pasó. Sabe que tolero mejor la situación cuando estoy “colocada” con un poco de hierba.
Fumé, sintiendo que poco a poco me sumergía en ese estado tan típico.
Mi marido me dijo en voz baja:
-Sacate la bombacha.
Miré a los costados, a las personas que estaban relativamente cerca.
-Hay gente -dije.
-Sólo sacate la bombacha, nada más -insistió.
Yo llevaba puesto un vestido liviano y largo, y debajo sólo la tanga.
Superando la vergüenza que me provocaba, y tratando de disimular mis movimientos lo más posible, me quité la bombacha y se la pasé hecha un bollito a mi marido.
Él sonrió y me dio un beso en la mejilla.
-Buena chica -dijo.
Luego olió profundamente mi tanga, y se la pasó a su amigo, que hizo lo mismo.
-No hay nada más exquisito que el olor a concha -dijo sonriendo.
Su amigo también rió. Yo bajé la vista, avergonzada. Ellos disfrutaban mi humillación.
Estuvimos un rato más en silencio, hasta que terminé el cigarrillo. Entonces mi marido me preguntó:
-¿Estás bien colocadita mi amor?
Su voz me llegaba como de lejos, y tenía la mirada turbia.
-Está re puesta -escuché que dijo su amigo.
Mi marido dijo:
-Vamos.
Se pusieron de pie de inmediato, luego me ayudaron a pararme y mantener el equilibrio, yo estaba muy colocada por el cigarrillo.
Nos adentramos en el tupido bosque que rodea al lago. Yo me dejaba llevar, como si fuera un sueño.
Caminamos hasta que mi marido se detuvo junto a un añoso árbol de ancho tronco. Le pasó la palma de la mano para comprobar que no tuviera asperezas y me dijo:
-¿Acá te parece bien?
Estábamos lejos de los senderos que recorren los turistas, y las voces de las personas que estaban junto al lago apenas se escuchaban.
Sin decir nada, apoyé mi espalda contra el árbol, con las piernas ligeramente abiertas.
Mi marido se vino sobre mí, me besó el cuello mientras se bajaba los pantalones.
-Subite el vestido -me dijo.
Apenas lo hice se recargó contra mí y me penetró de un golpe. A pesar de que yo estaba lubricada, porque la situación no dejaba de excitarme, lancé un quejido de dolor.
Mi marido se aplicó a la tarea de cojerme con embestidas enérgicas. Yo estaba como ida.
Miré a su amigo. Se había bajado los pantalones y se sobaba el miembro erecto. Era más grande que el de mi marido, con una abultada cabeza.
Me miraba de manera perversa, se relamía esperando su turno. Yo miraba sus ojos y su pija alternadamente. Es un hombre al que detesto, y sabe que lo detesto. Pero también sabe que no tengo escapatoria, que mi marido decidió compartirme con él, y él me va a coger, sin importarle lo que yo piense.
En eso escuchamos voces. Mi marido dejó de bombearme. Algunas personas estaban pasando cerca, aunque no podíamos verlas.
Si no fuera por la espesura del bosque, esas personas me habrían visto de pie recostada contra el árbol, con un hombre cojiéndome y otro esperando su turno.
Contuve la respiración hasta que las voces se fueron alejando hasta desaparecer. Mi marido retomó la bombeada.
Cuando sus gemidos hicieron evidente que estaba por eyacular, su amigo le dijo:
-No le acabes adentro porque ahora se la voy a meter yo.
Entre jadeos, mi marido me dijo:
-Subite más el vestido, subitelo más…
Me lo subí casi hasta los pechos.
Mi marido la sacó de golpe y dando gritos, lanzó su abundante descarga sobre mi panza. Allí quedaron sus gruesos chorros de leche.
Se retiró y su amigo se plantó frente a mí. Con una mano se sujetaba su grueso miembro por la base.
Me miró a los ojos, yo sostuve su mirada. Así, mirándonos fijamente, me hundió toda su verga en la concha.
Cuando llegó hasta el fondo gemí y entrecerré los ojos. Él sonrió.
-Sacá una teta afuera -me dijo.
Obedecí, abriendo el escote de mi vestido. Me chupó el pezón, me hizo gemir de placer. Gozaba más con él que con mi marido y eso me hacía sentir mal.
Tan culpable me sentía de estar gozando que ni quise mirar a mi marido. Sé que estaba allí, observando todo, viendo en detalle la cojida que me estaba pegando su amigo.
De pronto su amigo sacó su verga de mi concha y me hizo girar. Quedé dándole la espalda.
-Por atrás no quiero -me apresuré a decir.
Sonrió.
-¿Cómo que no? Con el culo hermoso que tenés… hay que aprovecharlo.
-Por atrás no le gusta mucho -intervino mi marido- Se lo tuve que estrenar yo, ¿podés creer? Y todavía se queja, no le agarró el gusto.
Su amigo ya me había levantado el vestido y me frotaba la pija dura contra las nalgas.
-Conmigo te va a gustar. ¿No es cierto? ¿No te morís de ganas de probar?
Se escupió en la mano, me ensalivó el ano, apoyó la ancha cabeza de su verga y empujó.
Lancé un grito desgarrador y clavé las uñas contra el árbol.
Era cierto, yo tenía experiencia en el sexo anal pero siempre sentía dolor, y más en esa ocasión por la cabeza tan abultada.
Con paciencia, lentamente, pero sin ceder nunca, me hundió hasta el último centímetro su monstruosa pija.
Yo gemía, jadeaba, me quejaba, gritaba, pero él no se detenía.
Sonrió.
-Qué no le va a gustar… que no le va a gustar si le entró toda… ¿No es cierto que te gusta por el culo?
Con una mano me frotó el clítoris, sin dejar de bombearme por atrás.
Mis gemidos aumentaron, la humillación, el dolor, se mezclaban con el placer.
Volvióa sonreír.
-¿Ves como está gozando la hija de puta? Es una turra… le gusta, hay que saber cojérsela, nada más.
Me tomó por los cabellos y empezó a bombear con toda la furia. Tuve un orgasmo bestial.
Luego me obligó a girar la cabeza y me dio un largo beso, con mucha lengua.
Me bombeó un rato más, disfrutándome a pleno. Se movió en círculos, agrandándome el agujero, estirándolo. Yo gemía con los dientes apretados, sintiendo su enorme herramienta, dolorida además por los tirones de pelo, con una teta afuera.
De pronto él me la hundió hasta el fondo y me llenó los intestinos de leche, con la acabada más abundante que yo haya recibido jamás.
Se retiró lentamente. Me temblaban las piernas, tuve que apoyarme contra el árbol para no caer.
Cuando recuperé el aliento emprendimos el regreso sin decir una palabra. Caminamos hasta la playita, la gente que habíamos visto antes seguía allí. Nos miraron sin interés. ¿Se podrán imaginar lo que pasó en la espesura del bosque? Me pregunté.
Dos hombres me habían gozado, uno de ellos mi marido, primero uno, luego el otro. ¿Cuál sería el próximo paso? ¿Los dos a la vez? ¿Un tercero?
Nos sentamos en la playita. Yo encendí otro cigarrillo. Necesitaba “colocarme”. Fumé con los ojos entrecerrados.
-Bueno, nos vamos -dijo mi marido.
Llegamos al auto, ellos se sentaron adelante, yo atrás. Nos quedaba un largo camino por senderos de bosque antes de llegar a la ruta.
El amigo le dijo a mi marido:
-Che, yo mañana me voy. Dejame echarme otro de despedida.
-Bueno, llegamos a casa y…
-No, ahora, mientras vos vas manejando, ¿querés?
Mi marido largó una carcajada.
Su amigo se pasó al asiento de atrás, me hizo recostar y me fue bombeando todo el camino. El hijo de puta lo hizo tan bien que me hizo acabar de nuevo, y después me llenó la concha de leche.
Ya para entonces mi ex había dejado al descubierto su verdadera personalidad de sexópata y me insistía con hacer un trío.
Con mi entonces marido y su amigo fuimos a la costa del lago a disfrutar de una tarde al aire libre, aunque ya al salir de casa yo sabía lo que iba a pasar: me iban a coger entre los dos. Porque así estaba decidido, y nada podía hacer para impedirlo.
Llegamos al lago, dejamos el auto y caminamos hasta una playita. Había más personas, no muchas, que no nos prestaron atención.
Nos sentamos a mirar el agua. Era una tarde cálida, bellísima. Nadie hablaba.
Mi marido armó un cigarrillo y me lo pasó. Sabe que tolero mejor la situación cuando estoy “colocada” con un poco de hierba.
Fumé, sintiendo que poco a poco me sumergía en ese estado tan típico.
Mi marido me dijo en voz baja:
-Sacate la bombacha.
Miré a los costados, a las personas que estaban relativamente cerca.
-Hay gente -dije.
-Sólo sacate la bombacha, nada más -insistió.
Yo llevaba puesto un vestido liviano y largo, y debajo sólo la tanga.
Superando la vergüenza que me provocaba, y tratando de disimular mis movimientos lo más posible, me quité la bombacha y se la pasé hecha un bollito a mi marido.
Él sonrió y me dio un beso en la mejilla.
-Buena chica -dijo.
Luego olió profundamente mi tanga, y se la pasó a su amigo, que hizo lo mismo.
-No hay nada más exquisito que el olor a concha -dijo sonriendo.
Su amigo también rió. Yo bajé la vista, avergonzada. Ellos disfrutaban mi humillación.
Estuvimos un rato más en silencio, hasta que terminé el cigarrillo. Entonces mi marido me preguntó:
-¿Estás bien colocadita mi amor?
Su voz me llegaba como de lejos, y tenía la mirada turbia.
-Está re puesta -escuché que dijo su amigo.
Mi marido dijo:
-Vamos.
Se pusieron de pie de inmediato, luego me ayudaron a pararme y mantener el equilibrio, yo estaba muy colocada por el cigarrillo.
Nos adentramos en el tupido bosque que rodea al lago. Yo me dejaba llevar, como si fuera un sueño.
Caminamos hasta que mi marido se detuvo junto a un añoso árbol de ancho tronco. Le pasó la palma de la mano para comprobar que no tuviera asperezas y me dijo:
-¿Acá te parece bien?
Estábamos lejos de los senderos que recorren los turistas, y las voces de las personas que estaban junto al lago apenas se escuchaban.
Sin decir nada, apoyé mi espalda contra el árbol, con las piernas ligeramente abiertas.
Mi marido se vino sobre mí, me besó el cuello mientras se bajaba los pantalones.
-Subite el vestido -me dijo.
Apenas lo hice se recargó contra mí y me penetró de un golpe. A pesar de que yo estaba lubricada, porque la situación no dejaba de excitarme, lancé un quejido de dolor.
Mi marido se aplicó a la tarea de cojerme con embestidas enérgicas. Yo estaba como ida.
Miré a su amigo. Se había bajado los pantalones y se sobaba el miembro erecto. Era más grande que el de mi marido, con una abultada cabeza.
Me miraba de manera perversa, se relamía esperando su turno. Yo miraba sus ojos y su pija alternadamente. Es un hombre al que detesto, y sabe que lo detesto. Pero también sabe que no tengo escapatoria, que mi marido decidió compartirme con él, y él me va a coger, sin importarle lo que yo piense.
En eso escuchamos voces. Mi marido dejó de bombearme. Algunas personas estaban pasando cerca, aunque no podíamos verlas.
Si no fuera por la espesura del bosque, esas personas me habrían visto de pie recostada contra el árbol, con un hombre cojiéndome y otro esperando su turno.
Contuve la respiración hasta que las voces se fueron alejando hasta desaparecer. Mi marido retomó la bombeada.
Cuando sus gemidos hicieron evidente que estaba por eyacular, su amigo le dijo:
-No le acabes adentro porque ahora se la voy a meter yo.
Entre jadeos, mi marido me dijo:
-Subite más el vestido, subitelo más…
Me lo subí casi hasta los pechos.
Mi marido la sacó de golpe y dando gritos, lanzó su abundante descarga sobre mi panza. Allí quedaron sus gruesos chorros de leche.
Se retiró y su amigo se plantó frente a mí. Con una mano se sujetaba su grueso miembro por la base.
Me miró a los ojos, yo sostuve su mirada. Así, mirándonos fijamente, me hundió toda su verga en la concha.
Cuando llegó hasta el fondo gemí y entrecerré los ojos. Él sonrió.
-Sacá una teta afuera -me dijo.
Obedecí, abriendo el escote de mi vestido. Me chupó el pezón, me hizo gemir de placer. Gozaba más con él que con mi marido y eso me hacía sentir mal.
Tan culpable me sentía de estar gozando que ni quise mirar a mi marido. Sé que estaba allí, observando todo, viendo en detalle la cojida que me estaba pegando su amigo.
De pronto su amigo sacó su verga de mi concha y me hizo girar. Quedé dándole la espalda.
-Por atrás no quiero -me apresuré a decir.
Sonrió.
-¿Cómo que no? Con el culo hermoso que tenés… hay que aprovecharlo.
-Por atrás no le gusta mucho -intervino mi marido- Se lo tuve que estrenar yo, ¿podés creer? Y todavía se queja, no le agarró el gusto.
Su amigo ya me había levantado el vestido y me frotaba la pija dura contra las nalgas.
-Conmigo te va a gustar. ¿No es cierto? ¿No te morís de ganas de probar?
Se escupió en la mano, me ensalivó el ano, apoyó la ancha cabeza de su verga y empujó.
Lancé un grito desgarrador y clavé las uñas contra el árbol.
Era cierto, yo tenía experiencia en el sexo anal pero siempre sentía dolor, y más en esa ocasión por la cabeza tan abultada.
Con paciencia, lentamente, pero sin ceder nunca, me hundió hasta el último centímetro su monstruosa pija.
Yo gemía, jadeaba, me quejaba, gritaba, pero él no se detenía.
Sonrió.
-Qué no le va a gustar… que no le va a gustar si le entró toda… ¿No es cierto que te gusta por el culo?
Con una mano me frotó el clítoris, sin dejar de bombearme por atrás.
Mis gemidos aumentaron, la humillación, el dolor, se mezclaban con el placer.
Volvióa sonreír.
-¿Ves como está gozando la hija de puta? Es una turra… le gusta, hay que saber cojérsela, nada más.
Me tomó por los cabellos y empezó a bombear con toda la furia. Tuve un orgasmo bestial.
Luego me obligó a girar la cabeza y me dio un largo beso, con mucha lengua.
Me bombeó un rato más, disfrutándome a pleno. Se movió en círculos, agrandándome el agujero, estirándolo. Yo gemía con los dientes apretados, sintiendo su enorme herramienta, dolorida además por los tirones de pelo, con una teta afuera.
De pronto él me la hundió hasta el fondo y me llenó los intestinos de leche, con la acabada más abundante que yo haya recibido jamás.
Se retiró lentamente. Me temblaban las piernas, tuve que apoyarme contra el árbol para no caer.
Cuando recuperé el aliento emprendimos el regreso sin decir una palabra. Caminamos hasta la playita, la gente que habíamos visto antes seguía allí. Nos miraron sin interés. ¿Se podrán imaginar lo que pasó en la espesura del bosque? Me pregunté.
Dos hombres me habían gozado, uno de ellos mi marido, primero uno, luego el otro. ¿Cuál sería el próximo paso? ¿Los dos a la vez? ¿Un tercero?
Nos sentamos en la playita. Yo encendí otro cigarrillo. Necesitaba “colocarme”. Fumé con los ojos entrecerrados.
-Bueno, nos vamos -dijo mi marido.
Llegamos al auto, ellos se sentaron adelante, yo atrás. Nos quedaba un largo camino por senderos de bosque antes de llegar a la ruta.
El amigo le dijo a mi marido:
-Che, yo mañana me voy. Dejame echarme otro de despedida.
-Bueno, llegamos a casa y…
-No, ahora, mientras vos vas manejando, ¿querés?
Mi marido largó una carcajada.
Su amigo se pasó al asiento de atrás, me hizo recostar y me fue bombeando todo el camino. El hijo de puta lo hizo tan bien que me hizo acabar de nuevo, y después me llenó la concha de leche.
21 comentarios - Mi marido me compartió con otro (primera vez)
el proximo seria ideal que añadas fotos
Gozaba más con él que con mi marido y eso me hacía sentir mal.
Espero que tu marido entienda que a una mina como vos un solo macho es poco, si te sigue el tren , yo lo haria, estoy seguro que te moris por bancarte varios tipos seguidos uno atras del otro sin parar, o no?
Si lees mis otros relatos te vas a enterar.
besitoos
te llenaría tanto los intestinos de leche que por días solo cagarías líquido pedazo de trola divina 🤤