Aunque era peligrosa la mini rambla de madera, era la preferida de ella este verano. Yo ya la había visto otros veranos en Punta del Este, pero en este particularmente, me había dado por sentarme en el balcón a esperar que pase la rubia en su bici. La musculosa ajustada y sus hombros al descubierto eran suficiente motivo para que no me pierda su ronda diaria.
No solo la veía pasar, la observaba detenidamente, algo me hacia sospechar que estaba inquieta, religiosamente sola, no pasaba inadvertida. Hasta los autos que pasaban no tan cerca, desviaban su atención. Es verdad que los automovilistas están siempre atentos “al transito”.
La primera vez, no la pude ver bien, había pasado hacía unos segundos de mi salida al balcón, pero alcancé a ver sus caderas esforzándose, sin duda su principal atractivo, después de los hombros desnudos. Al siguiente día, casi lo agendé, en mi depto se notaba mi intranquilidad, esperé que no sospechen, ya sentía un poco de vergüenza de tanto voyeurismo naive.
En el justo momento que me acercaba la bombilla a la boca, la diviso esperando detrás de un grupo de peatones. Había detenido su marcha, y con un pie en el suelo y el otro en el pedal, esperaba que los viejos liberen la senda. No le di la chupada al mate, quedó ahí, a tres centímetros de mi boca, incolumne.
En cuanto quiere retomar su movimiento, para sus pies sobre sendos pedales, y no logra tomar el suficiente envión, precipitándose sobre la ramblita y quedando atrapada entre los hierros y aluminios de la bici. El patovica que venía unos metros atrás, y que igual que yo, no pudo dejar de observar la escena, y con la velocidad de un tenista profesional, ejecuta una maniobra que no se si todos podríamos realizar.
Sin siquiera ofrecerse ni mediar introducción alguna, la toma de la cintura y la arranca de entre los hierros, como si fuera una nena de seis años. Yo desde mi balcón pude ver su cara de asombro y también de excitación. Una risa forzada y la pregunta dibujada en su cara. ¿Qué estaba pasando? Ya que no veía casi nada del hombre que la tomaba cual grúa.
Dirigió su mirada alrededor antes de tratar de ver quien supuestamente la ayudaba, aunque mas se parecía a un acoso callejero. Ella miró a los viejos, que nunca se enteraron de nada, miró la calle, los autos pasaban inadvertidos, el único que compartía la situación era yo en balcón y mi mate enfriándose. Al verse de alguna manera protegida por mi mirada, volvió sobre el forzudo, que en ningún momento quitó sus dos manos de la cintura y le dirigía la palabra.
Parecía que la preocupación de ella era volver a tener control de su cuerpo y de la situación, mas que desembarazarse del desconocido. La carita se le puso roja, trataba de luchar contra la calentura que le provocaba ese hombre asiéndola firmemente y la ridiculez e imprudencia de la situación. Quedar en un instante en manos de un hombre semidesnudo y transpirado, puede tener su lado excitante pero no deja de ser al menos riesgoso.
La calentura que yo intuía en la rubia, se me iba confirmando con el correr de las días y las pasadas, y ese episodio me confirmó mi eterna búsqueda de signos que me permitan adivinar que féminas se encuentran en ese estado tan deseado por la masculinidad.
La risa nerviosa que yo vi claramente, la primera intención en mirar alrededor, en lugar de liberarse del acoso, eran señales claras. Seguramente el grandote no era de su agrado, y debió cometer algunos errores en su intento de abordaje. A mi desde los pocos metros que me separaban, me quedó la impresión que con un poco de pericia, el gordo pudo tener la aventura de su vida.
Finalmente volvió la vista sobre mi, como único espectador presente, dio un impulso sobre la bici, ya con carita de enojo, salio de la situación. El gordito se quedó probablemente pensando que hizo mal. Siempre tuve la duda si estos acosadores callejeros, ven los signos que tanto busco yo o si simplemente reiteran incansablemente sus intentos hasta dar en la candidata o situación correcta. Seguramente una mezcla de ambos.
Chupé mi mate frío, entré corriendo a escupirlo y me decidí a provocar algún encuentro con la ciclista. No me iba a volver de las vacaciones sin al menos intentar profundizar mis investigaciones. Si algún lugar es condescendiente con los abordajes inapropiados, ese es la playa, las vacaciones, el tiempo libre, el ejercicio físico,.. Hasta la mina mas odiosa te trata razonablemente en esta playas ante un intento fallido. El gordo en otra situación, por lo menos, se come un rodillazo en las bolas.
No solo la veía pasar, la observaba detenidamente, algo me hacia sospechar que estaba inquieta, religiosamente sola, no pasaba inadvertida. Hasta los autos que pasaban no tan cerca, desviaban su atención. Es verdad que los automovilistas están siempre atentos “al transito”.
La primera vez, no la pude ver bien, había pasado hacía unos segundos de mi salida al balcón, pero alcancé a ver sus caderas esforzándose, sin duda su principal atractivo, después de los hombros desnudos. Al siguiente día, casi lo agendé, en mi depto se notaba mi intranquilidad, esperé que no sospechen, ya sentía un poco de vergüenza de tanto voyeurismo naive.
En el justo momento que me acercaba la bombilla a la boca, la diviso esperando detrás de un grupo de peatones. Había detenido su marcha, y con un pie en el suelo y el otro en el pedal, esperaba que los viejos liberen la senda. No le di la chupada al mate, quedó ahí, a tres centímetros de mi boca, incolumne.
En cuanto quiere retomar su movimiento, para sus pies sobre sendos pedales, y no logra tomar el suficiente envión, precipitándose sobre la ramblita y quedando atrapada entre los hierros y aluminios de la bici. El patovica que venía unos metros atrás, y que igual que yo, no pudo dejar de observar la escena, y con la velocidad de un tenista profesional, ejecuta una maniobra que no se si todos podríamos realizar.
Sin siquiera ofrecerse ni mediar introducción alguna, la toma de la cintura y la arranca de entre los hierros, como si fuera una nena de seis años. Yo desde mi balcón pude ver su cara de asombro y también de excitación. Una risa forzada y la pregunta dibujada en su cara. ¿Qué estaba pasando? Ya que no veía casi nada del hombre que la tomaba cual grúa.
Dirigió su mirada alrededor antes de tratar de ver quien supuestamente la ayudaba, aunque mas se parecía a un acoso callejero. Ella miró a los viejos, que nunca se enteraron de nada, miró la calle, los autos pasaban inadvertidos, el único que compartía la situación era yo en balcón y mi mate enfriándose. Al verse de alguna manera protegida por mi mirada, volvió sobre el forzudo, que en ningún momento quitó sus dos manos de la cintura y le dirigía la palabra.
Parecía que la preocupación de ella era volver a tener control de su cuerpo y de la situación, mas que desembarazarse del desconocido. La carita se le puso roja, trataba de luchar contra la calentura que le provocaba ese hombre asiéndola firmemente y la ridiculez e imprudencia de la situación. Quedar en un instante en manos de un hombre semidesnudo y transpirado, puede tener su lado excitante pero no deja de ser al menos riesgoso.
La calentura que yo intuía en la rubia, se me iba confirmando con el correr de las días y las pasadas, y ese episodio me confirmó mi eterna búsqueda de signos que me permitan adivinar que féminas se encuentran en ese estado tan deseado por la masculinidad.
La risa nerviosa que yo vi claramente, la primera intención en mirar alrededor, en lugar de liberarse del acoso, eran señales claras. Seguramente el grandote no era de su agrado, y debió cometer algunos errores en su intento de abordaje. A mi desde los pocos metros que me separaban, me quedó la impresión que con un poco de pericia, el gordo pudo tener la aventura de su vida.
Finalmente volvió la vista sobre mi, como único espectador presente, dio un impulso sobre la bici, ya con carita de enojo, salio de la situación. El gordito se quedó probablemente pensando que hizo mal. Siempre tuve la duda si estos acosadores callejeros, ven los signos que tanto busco yo o si simplemente reiteran incansablemente sus intentos hasta dar en la candidata o situación correcta. Seguramente una mezcla de ambos.
Chupé mi mate frío, entré corriendo a escupirlo y me decidí a provocar algún encuentro con la ciclista. No me iba a volver de las vacaciones sin al menos intentar profundizar mis investigaciones. Si algún lugar es condescendiente con los abordajes inapropiados, ese es la playa, las vacaciones, el tiempo libre, el ejercicio físico,.. Hasta la mina mas odiosa te trata razonablemente en esta playas ante un intento fallido. El gordo en otra situación, por lo menos, se come un rodillazo en las bolas.
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