Nos visitaban unos amigotes de mi hijo, unas bestias, que se habían encaprichado en ir a las playas del norte. Tratamos de desalentarlos con el transito, con que la balsa no funciona siempre, con que nos moriríamos insolados, pero ellos estaban determinados.
Con el costo del combustible en este país, no estábamos para varios autos, lo que nos condujo a ensardinarnos en la mini van. Mi hijo se ofreció a conducir. Entre tantos preparativos y discusiones, se hizo tarde, se acerco el mediodía y nos empezó a dar hambre. Estos pibes no esperaron y abrieron las Patricias que traían en la heladerita.
Se agregó otro tema, recargar la heladerita nuevamente. Era interminable el proceso de carga y salida. Algunos hasta se aburrían y se iban a pie a la playa cercana. Por suerte algunos se quedaron, no hubiéramos entrado, ya que así y todo, éramos cuatro atrás, contándome a mi. Mi hijo adelante tenia a su novia casi sobre la pierna, que le impedía hacer los cambios, y dos gordos en el asiento del acompañante.
En cada semáforo de la avenida, había una campaña comercial de cremas, para el sol, para después del sol, para el agua, para todo. Estos se detenían mas que la luz roja, charlaban con las promotoras, las chichoneaban y les pedían las muestras gratis. Al tercer semáforo, ya conocíamos todas las promotoras, de donde eran, que hacían, cuando se volvían, varias argentinas.
Yo había quedado entre el full back y un wing, con la misma organización que se presentan en la cancha, completaba el asiento un octavo que casi no conocía. Mi hijo no podía ver por el retrovisor. Todos íbamos tomando Patricia de litro, del pico. Hubiera quedado horrible que no les compartiera la botella. No había manera de negarse sin quedar como una malcriada.
Algunos bajaron en la Tienda Inglesa, a reponer las bebidas, nos libero un poco el asiento, pero yo sin querer me quedé apretando a mi full back, que pasaba su brazo por sobre mis hombros, muy lejos como para tocarme. Los dos nos quedamos distraídos, y cuando nos dimos cuenta, casi al mismo tiempo, nos ahogó una carcajada. Creo que el segundo en blanco fue producto de la cerveza y la calentura que sorpresivamente para ambos tomo el control por unos instantes.
Volvimos en si ambos, el full back se disculpó de una manera que hubiera necesitado otra disculpa. Estaba a mi izquierda, y apretó mi pierna izquierda con su mano derecha, a mitad de camino entre mis rodillas y mi cadera. Bastante atrevida fue la disculpa, yo no me animé a mirarlo, el balbuceo alguna frase, pero la cerveza ya estaba en control de casi todos en la camioneta. Nos paramos de reír recién cuando estaban de vuelta con mas bebida. La mano del rugbier, quedo ahí, y nadie se quejo. Incluso yo me di cuenta que la mano seguía en su sitio después de varios instantes. Tenia la tanga y arriba un mini vestido de playa que en posición sentada, dejaba casi toda la pierna descubierta.
En el siguiente semáforo, justo a la una del mediodía, nos aborda un último grupo de promotoras, y se repite la escena. Yo aunque mareada por la situación, sin darme cuenta pego un grito. Después lo repito, pero en un tono mas apropiado. La promotora era mi amiga de la farmacia Vital. Le pido al octavo, que baje la ventanilla a mi derecha, y con el descaro que ya me había acostumbrado y tenían mis compañeros de viaje con la promotoras, la saludo y le muestro mi cara saliendo casi por la ventanilla.
Para eso me puse casi sobre los pibes que compartían mi asiento, la cadera sobre el wing. El vestido retorcido. La promotora, no dudó un instante y me saludó como si fuéramos grandes amigas, nos saludamos tomándonos las manos torpemente, y ella alcanzo a darme un beso. Me preguntó si podía colarse con nosotros, iba a José Ignacio, a la playa, ya que su horario estaba terminando en ese momento.
Ella miró directamente al conductor, y mi hijo le dijo:
- Si te bancas ir sentadita atrás de todo… Estaba el sitio sin el tercer asiento, y había heladeritas, sillitas, sombrillas, tres guindas, una botella de gin, lonas y arena de varias temporadas.
La mina no contestó, dejó mi mano y mi cara, le entregó la bolsa con los sobres de crema que le quedaban al octavo, fue atrás y forcejeo con el portón. Le grito al conductor que lo destrabe y se metió como pudo entre las cosas.
El tránsito nos llevaba muy despacio, casi a paso de hombre, y mi amiga reencontrada quedó justo atrás mío y me iba contando de las cremas, mucho no entendí que me dijo. Pero debió interpretar alguna aceptación, ya que en ese momento empezó a ponerme la crema en los hombros y hacerme masajes.
Les dio la orden a los rugbiers, que estaban repletos de sobrecitos, que busquen los de color naranja y los abran, que esos eran los que servían para masajes.
Aunque lentamente, obedecieron y buscaron, bajo el asiento, entre las piernas, ya que estaban en todos lados. Se los iban revoleando descortésmente. Ella les pedía mas, si me encuentran mas, les pongo a todos los del asiento, afirmó. El que faltaba quedarse en cueros se saco la remera trabajosamente, y así quedaron todos preparados para el masaje.
La chica les pedía mas crema, y que los abran, que se los den ya abiertos, o mejor la crema se la pongan en la mano. Eso condujo a una búsqueda frenética de sobres, aunque se olvidaron del color naranja, y ya mezclaban protector solar, con exfoliante, humectante, todo era lo mismo.
Un sobre quedó en mi entrepierna, y desde mi posición yo no lo veía. El wing a mi derecha, que me había tocado cuando hablaba por la ventanilla con mi amiga, miró el sobre y sin dudarlo metió su mano, aunque pudo ser ingenuamente, no lo fue.
Ya cuando yo me recosté sobre el para saludar a mi amiga Vital, el octavo se comportó como un caballero al principio, evitando casi como si tuviera asco tocarme de alguna manera que pudiera malentenderse. Ante mi persistencia en esa posición, creo que el no pudo evitar deslizar alguna mano casi como acomodando mi vestido retorcido. Lo que inicialmente era sostenerme prolijamente encima de el para separarme de su falda, llevó a que la mano derecha, oculta para todos, quedara en una curva de mi cadera. Casi fraternalmente comenzó a hacer un movimiento circular con sus dedos encremados sobre mi bajo abdomen y parte de mi pubis cubierto por la tanga.
Obviamente las cervezas estaban tomando el control de mis acciones y las de todos, me resultó tan natural el mimo, que tardé en darme cuenta lo que pasaba. Era como que la parte de mi cuerpo que quedaba dentro del auto, no me pertenecía.
Seguí en mi charla por la ventanilla con la promotora, ya sabiendo perfectamente que esa mano me estaba entusiasmando, pero poco pude hacer. ¿Que otra cosa que permitirlo? ya que de hacer algo sería un escándalo delante de parte de mi familia. Tampoco lo estaba pasando mal. Me justifiqué.
Pero ahora esta situación era distinta, el sobre en la entrepierna, lo veía el y me decía: -Permitime que acá hay mas. Esto no tenía equívocos como la posición anterior. Nos miramos a la cara, y como una invitación le dije muy despacio, para que no se escuche adelante: - ¿Donde? Yo no veo nada. Aunque los otros rugbiers estaban muy en pedo, pero no lo suficiente como para perderse una maniobra determinante, lo observaron como si el estuviera en medio de un rack, y yo fuera la pelota dividida a capturar para su equipo expectante.
Subí levemente mi vestido como para que no hubiera dudas de que se trataba todo. El octavo, entró con la decisión del que vuela para limpiar el rack. Tenía crema en la mano como para toda una espalda. Tomó el sobrecito, pero la crema lo hizo resbalar. Quedó apretado por mis nalgas, lo que me llevó a levantarme levemente para que entre su mano encremada.
La temperatura mía que ya había subido producto del anterior episodio, ahora se había convertido en una ola de calor. La mano se olvidó del sobrecito, y fue directa a encremar por debajo de la tanga toda la cola mojada. No pude contener mi cara de satisfacción. El resto de los jugadores, que esperaban que la guinda saliera limpia del rack, no aguantaron y abandonaron la formación de contraataque para sumarse a recuperar la pelota.
El primero de mi izquierda, dejó el contenido de diez sobres de crema al menos, sobre mi muslo, como una especie de advertencia sobre lo que vendría después. Obviamente su mano estaba esparciéndola en toda su extensión, casi desde los tobillos a la ingle. Ya no había forma elegante de contener esa carga. Tome mi bolso de playa, por suerte gigante, que tenia en los pies, y lo puse sobre mi falda para cubrirme de la miradas de espejos. No pude hacer mas que eso, no tenia fuerzas ni idea de cómo frenar estos embates, y el alcohol en mi organismo, bastante que preemitió que me cubra con el bolso.
La mini borrachera y las cosquillas en mis piernas, sumado a los nervios, me llevaron a una tentación de risa, casi carcajada, incontenible.
Mi pierna derecha también recibió su dosis humectante, nadie en ese asiento era ajeno a lo que sucedía. Yo vi esa cara familiar en el espejo, que me miraba y aunque no sabia exactamente que pasaba, intuí su aprobación a lo que pudiera suceder. Sin mas conocimiento del asunto.
Mi amiga Vital, que era de todo, menos distraída para estas cosas, paso sus manos sobre mi pecho y cubrió con sus manos y crema, ambos pezones, pasando por mis axilas. Tironeé para arriba de mi bolso, para intentar alguna privacidad, pero no mucho, ya que la mano entre mis nalgas, ya estaba firmemente metida con dos dedos en mi culo, la crema hacia imposible cualquier contención. Las manos que estaban entrando y saliendo de mi cola, eran de otros rugbiers, aunque no sabía cuales. Solo la matemática me indicaba que eran otros.
Vital me hacía algo en mi nuca, pero no sabía que era, si era la lengua, si era crema, lo que no tenia dudas, era que resultaba sumamente placentero. Ella controlaba mi nuca y mis pezones.
La cara del espejo me miraba sonriente, ya sabiendo todo y casi disfrutando conmigo. En el asiento de adelante no sucedían cosas menos zarpadas, me pareció que le estaban comiendo la pija desde hacia varios kilómetros. Eso era inconfundible, por su expresión en el espejo.
Sin saber bien quien me sostenía, me levantaron asiéndome por la cintura, como si fuera de papel y mi compañero de lado, se puso debajo mío. Yo solo tenía fuerzas para mantenerme en pie. Los litros de crema por toda mi nalga y entrepierna, hicieron que la entrada en el culo no tuviera problemas de fricción, aunque si de orientación. Tuve que ayudarla para que encuentre su sitio. Aunque adelante no entraba nada, ya que las dos manos ajenas estaban adentro con casi todos sus dedos, dispuestas de manera opuestas entre si.
Al los pocos sube y baja, mi borrachín que tenia atrás se rinde ante la acabada que se mezclo con la crema. Le fue imposible en ese estado contener minimamente el orgasmo.
Sin mediar palabra ni negociación, ni nada, y viendo mi estado de necesidad ante tan desconsiderado tratamiento, me toma el caballero a mi derecha, y realiza la misma operación, esta vez sin mi ayuda.
Moviéndome como una hoja, me subía y bajaba como si fuera diminuta y estuviera en un parque de diversiones. No me importaba que los pocos que nos cruzábamos en la ruta, pudieran vernos, ni siquiera todos en la camioneta. Es mas, sentía más excitación producto de que me vieran, y se exciten conmigo.
El tercer hombre, esperaba su turno, y al notar que el segundo había terminado, aunque seguía su faena como si nada hubiera pasado, resolvió tironearme fuertemente. Sentí, aunque borracha, el poder de la situación y el homenaje que me hacían.
Esta vez, eligió adelante, aunque no fue su voluntad, la crema lo llevo hasta allí. Vital cubrió mi espalda de protector solar, y lo condujo todo hasta mis nalgas y el pecho de quien me sostenía.
Su pequeña mano encremada entro hasta la última falange en mi culo, y la sentí sorprenderse al notar la verga que se movía como un pistón adentro mió.
Mi transpiración torrencial, arrasaba con la crema de todo mi cuerpo, depositándola en las piernas e ingle de mi partenaire.
Estábamos por llegar, y ya no me quedaban mas contrincantes, solamente en el asiento de adelante podía comenzar de nuevo, pero a mi lado, caían exhaustos. Esa sensación de poder mas que todos, de ganas interminables, me daban un aire de superioridad.
Terminé mil y una vez, y las ganas se reproducían, en lugar de apagarse, después de cada orgasmo. Esa tarde nadie me hubiera podido seguir el ritmo. Ellos le echaban la culpa a la Patricia, yo creo que mi culo acabador tiene solo una persona que sabe contenerlo y dejarlo exhausto.
Con el costo del combustible en este país, no estábamos para varios autos, lo que nos condujo a ensardinarnos en la mini van. Mi hijo se ofreció a conducir. Entre tantos preparativos y discusiones, se hizo tarde, se acerco el mediodía y nos empezó a dar hambre. Estos pibes no esperaron y abrieron las Patricias que traían en la heladerita.
Se agregó otro tema, recargar la heladerita nuevamente. Era interminable el proceso de carga y salida. Algunos hasta se aburrían y se iban a pie a la playa cercana. Por suerte algunos se quedaron, no hubiéramos entrado, ya que así y todo, éramos cuatro atrás, contándome a mi. Mi hijo adelante tenia a su novia casi sobre la pierna, que le impedía hacer los cambios, y dos gordos en el asiento del acompañante.
En cada semáforo de la avenida, había una campaña comercial de cremas, para el sol, para después del sol, para el agua, para todo. Estos se detenían mas que la luz roja, charlaban con las promotoras, las chichoneaban y les pedían las muestras gratis. Al tercer semáforo, ya conocíamos todas las promotoras, de donde eran, que hacían, cuando se volvían, varias argentinas.
Yo había quedado entre el full back y un wing, con la misma organización que se presentan en la cancha, completaba el asiento un octavo que casi no conocía. Mi hijo no podía ver por el retrovisor. Todos íbamos tomando Patricia de litro, del pico. Hubiera quedado horrible que no les compartiera la botella. No había manera de negarse sin quedar como una malcriada.
Algunos bajaron en la Tienda Inglesa, a reponer las bebidas, nos libero un poco el asiento, pero yo sin querer me quedé apretando a mi full back, que pasaba su brazo por sobre mis hombros, muy lejos como para tocarme. Los dos nos quedamos distraídos, y cuando nos dimos cuenta, casi al mismo tiempo, nos ahogó una carcajada. Creo que el segundo en blanco fue producto de la cerveza y la calentura que sorpresivamente para ambos tomo el control por unos instantes.
Volvimos en si ambos, el full back se disculpó de una manera que hubiera necesitado otra disculpa. Estaba a mi izquierda, y apretó mi pierna izquierda con su mano derecha, a mitad de camino entre mis rodillas y mi cadera. Bastante atrevida fue la disculpa, yo no me animé a mirarlo, el balbuceo alguna frase, pero la cerveza ya estaba en control de casi todos en la camioneta. Nos paramos de reír recién cuando estaban de vuelta con mas bebida. La mano del rugbier, quedo ahí, y nadie se quejo. Incluso yo me di cuenta que la mano seguía en su sitio después de varios instantes. Tenia la tanga y arriba un mini vestido de playa que en posición sentada, dejaba casi toda la pierna descubierta.
En el siguiente semáforo, justo a la una del mediodía, nos aborda un último grupo de promotoras, y se repite la escena. Yo aunque mareada por la situación, sin darme cuenta pego un grito. Después lo repito, pero en un tono mas apropiado. La promotora era mi amiga de la farmacia Vital. Le pido al octavo, que baje la ventanilla a mi derecha, y con el descaro que ya me había acostumbrado y tenían mis compañeros de viaje con la promotoras, la saludo y le muestro mi cara saliendo casi por la ventanilla.
Para eso me puse casi sobre los pibes que compartían mi asiento, la cadera sobre el wing. El vestido retorcido. La promotora, no dudó un instante y me saludó como si fuéramos grandes amigas, nos saludamos tomándonos las manos torpemente, y ella alcanzo a darme un beso. Me preguntó si podía colarse con nosotros, iba a José Ignacio, a la playa, ya que su horario estaba terminando en ese momento.
Ella miró directamente al conductor, y mi hijo le dijo:
- Si te bancas ir sentadita atrás de todo… Estaba el sitio sin el tercer asiento, y había heladeritas, sillitas, sombrillas, tres guindas, una botella de gin, lonas y arena de varias temporadas.
La mina no contestó, dejó mi mano y mi cara, le entregó la bolsa con los sobres de crema que le quedaban al octavo, fue atrás y forcejeo con el portón. Le grito al conductor que lo destrabe y se metió como pudo entre las cosas.
El tránsito nos llevaba muy despacio, casi a paso de hombre, y mi amiga reencontrada quedó justo atrás mío y me iba contando de las cremas, mucho no entendí que me dijo. Pero debió interpretar alguna aceptación, ya que en ese momento empezó a ponerme la crema en los hombros y hacerme masajes.
Les dio la orden a los rugbiers, que estaban repletos de sobrecitos, que busquen los de color naranja y los abran, que esos eran los que servían para masajes.
Aunque lentamente, obedecieron y buscaron, bajo el asiento, entre las piernas, ya que estaban en todos lados. Se los iban revoleando descortésmente. Ella les pedía mas, si me encuentran mas, les pongo a todos los del asiento, afirmó. El que faltaba quedarse en cueros se saco la remera trabajosamente, y así quedaron todos preparados para el masaje.
La chica les pedía mas crema, y que los abran, que se los den ya abiertos, o mejor la crema se la pongan en la mano. Eso condujo a una búsqueda frenética de sobres, aunque se olvidaron del color naranja, y ya mezclaban protector solar, con exfoliante, humectante, todo era lo mismo.
Un sobre quedó en mi entrepierna, y desde mi posición yo no lo veía. El wing a mi derecha, que me había tocado cuando hablaba por la ventanilla con mi amiga, miró el sobre y sin dudarlo metió su mano, aunque pudo ser ingenuamente, no lo fue.
Ya cuando yo me recosté sobre el para saludar a mi amiga Vital, el octavo se comportó como un caballero al principio, evitando casi como si tuviera asco tocarme de alguna manera que pudiera malentenderse. Ante mi persistencia en esa posición, creo que el no pudo evitar deslizar alguna mano casi como acomodando mi vestido retorcido. Lo que inicialmente era sostenerme prolijamente encima de el para separarme de su falda, llevó a que la mano derecha, oculta para todos, quedara en una curva de mi cadera. Casi fraternalmente comenzó a hacer un movimiento circular con sus dedos encremados sobre mi bajo abdomen y parte de mi pubis cubierto por la tanga.
Obviamente las cervezas estaban tomando el control de mis acciones y las de todos, me resultó tan natural el mimo, que tardé en darme cuenta lo que pasaba. Era como que la parte de mi cuerpo que quedaba dentro del auto, no me pertenecía.
Seguí en mi charla por la ventanilla con la promotora, ya sabiendo perfectamente que esa mano me estaba entusiasmando, pero poco pude hacer. ¿Que otra cosa que permitirlo? ya que de hacer algo sería un escándalo delante de parte de mi familia. Tampoco lo estaba pasando mal. Me justifiqué.
Pero ahora esta situación era distinta, el sobre en la entrepierna, lo veía el y me decía: -Permitime que acá hay mas. Esto no tenía equívocos como la posición anterior. Nos miramos a la cara, y como una invitación le dije muy despacio, para que no se escuche adelante: - ¿Donde? Yo no veo nada. Aunque los otros rugbiers estaban muy en pedo, pero no lo suficiente como para perderse una maniobra determinante, lo observaron como si el estuviera en medio de un rack, y yo fuera la pelota dividida a capturar para su equipo expectante.
Subí levemente mi vestido como para que no hubiera dudas de que se trataba todo. El octavo, entró con la decisión del que vuela para limpiar el rack. Tenía crema en la mano como para toda una espalda. Tomó el sobrecito, pero la crema lo hizo resbalar. Quedó apretado por mis nalgas, lo que me llevó a levantarme levemente para que entre su mano encremada.
La temperatura mía que ya había subido producto del anterior episodio, ahora se había convertido en una ola de calor. La mano se olvidó del sobrecito, y fue directa a encremar por debajo de la tanga toda la cola mojada. No pude contener mi cara de satisfacción. El resto de los jugadores, que esperaban que la guinda saliera limpia del rack, no aguantaron y abandonaron la formación de contraataque para sumarse a recuperar la pelota.
El primero de mi izquierda, dejó el contenido de diez sobres de crema al menos, sobre mi muslo, como una especie de advertencia sobre lo que vendría después. Obviamente su mano estaba esparciéndola en toda su extensión, casi desde los tobillos a la ingle. Ya no había forma elegante de contener esa carga. Tome mi bolso de playa, por suerte gigante, que tenia en los pies, y lo puse sobre mi falda para cubrirme de la miradas de espejos. No pude hacer mas que eso, no tenia fuerzas ni idea de cómo frenar estos embates, y el alcohol en mi organismo, bastante que preemitió que me cubra con el bolso.
La mini borrachera y las cosquillas en mis piernas, sumado a los nervios, me llevaron a una tentación de risa, casi carcajada, incontenible.
Mi pierna derecha también recibió su dosis humectante, nadie en ese asiento era ajeno a lo que sucedía. Yo vi esa cara familiar en el espejo, que me miraba y aunque no sabia exactamente que pasaba, intuí su aprobación a lo que pudiera suceder. Sin mas conocimiento del asunto.
Mi amiga Vital, que era de todo, menos distraída para estas cosas, paso sus manos sobre mi pecho y cubrió con sus manos y crema, ambos pezones, pasando por mis axilas. Tironeé para arriba de mi bolso, para intentar alguna privacidad, pero no mucho, ya que la mano entre mis nalgas, ya estaba firmemente metida con dos dedos en mi culo, la crema hacia imposible cualquier contención. Las manos que estaban entrando y saliendo de mi cola, eran de otros rugbiers, aunque no sabía cuales. Solo la matemática me indicaba que eran otros.
Vital me hacía algo en mi nuca, pero no sabía que era, si era la lengua, si era crema, lo que no tenia dudas, era que resultaba sumamente placentero. Ella controlaba mi nuca y mis pezones.
La cara del espejo me miraba sonriente, ya sabiendo todo y casi disfrutando conmigo. En el asiento de adelante no sucedían cosas menos zarpadas, me pareció que le estaban comiendo la pija desde hacia varios kilómetros. Eso era inconfundible, por su expresión en el espejo.
Sin saber bien quien me sostenía, me levantaron asiéndome por la cintura, como si fuera de papel y mi compañero de lado, se puso debajo mío. Yo solo tenía fuerzas para mantenerme en pie. Los litros de crema por toda mi nalga y entrepierna, hicieron que la entrada en el culo no tuviera problemas de fricción, aunque si de orientación. Tuve que ayudarla para que encuentre su sitio. Aunque adelante no entraba nada, ya que las dos manos ajenas estaban adentro con casi todos sus dedos, dispuestas de manera opuestas entre si.
Al los pocos sube y baja, mi borrachín que tenia atrás se rinde ante la acabada que se mezclo con la crema. Le fue imposible en ese estado contener minimamente el orgasmo.
Sin mediar palabra ni negociación, ni nada, y viendo mi estado de necesidad ante tan desconsiderado tratamiento, me toma el caballero a mi derecha, y realiza la misma operación, esta vez sin mi ayuda.
Moviéndome como una hoja, me subía y bajaba como si fuera diminuta y estuviera en un parque de diversiones. No me importaba que los pocos que nos cruzábamos en la ruta, pudieran vernos, ni siquiera todos en la camioneta. Es mas, sentía más excitación producto de que me vieran, y se exciten conmigo.
El tercer hombre, esperaba su turno, y al notar que el segundo había terminado, aunque seguía su faena como si nada hubiera pasado, resolvió tironearme fuertemente. Sentí, aunque borracha, el poder de la situación y el homenaje que me hacían.
Esta vez, eligió adelante, aunque no fue su voluntad, la crema lo llevo hasta allí. Vital cubrió mi espalda de protector solar, y lo condujo todo hasta mis nalgas y el pecho de quien me sostenía.
Su pequeña mano encremada entro hasta la última falange en mi culo, y la sentí sorprenderse al notar la verga que se movía como un pistón adentro mió.
Mi transpiración torrencial, arrasaba con la crema de todo mi cuerpo, depositándola en las piernas e ingle de mi partenaire.
Estábamos por llegar, y ya no me quedaban mas contrincantes, solamente en el asiento de adelante podía comenzar de nuevo, pero a mi lado, caían exhaustos. Esa sensación de poder mas que todos, de ganas interminables, me daban un aire de superioridad.
Terminé mil y una vez, y las ganas se reproducían, en lugar de apagarse, después de cada orgasmo. Esa tarde nadie me hubiera podido seguir el ritmo. Ellos le echaban la culpa a la Patricia, yo creo que mi culo acabador tiene solo una persona que sabe contenerlo y dejarlo exhausto.
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