Hola comunidad les comparto el final de este relato, espero que les guste y de ser así les recomiendo pasar por los relatos anteriores:
http://www.poringa.net/posts/relatos/1818906/Mi-maestra_-El-reencuentro_-I.html
http://www.poringa.net/posts/relatos/1834681/Mi-maestra_-El-reencuentro_-II.html
http://www.poringa.net/posts/relatos/1836707/Mi-maestra_-El-reencuentro_-III.html
Les recomiendo mi primera narración:
http://www.poringa.net/posts/relatos/1791402/La-mama-de-mi-amigo-o-el-deseo-con-canas_-Parte-1.html
http://www.poringa.net/posts/relatos/1792461/La-mama-de-mi-amigo-o-el-deseo-con-canas_-Parte-2.html
http://www.poringa.net/posts/relatos/1794311/La-mama-de-mi-amigo-o-el-deseo-con-canas-3.html
http://www.poringa.net/posts/relatos/1797036/La-mama-de-mi-amigo-o-el-deseo-con-canas-4.html
Si les gusta recomiéndenlos y si gustan puntear háganlo en el 2o de arriba, sin más por escribir retomamos la historia…
Mi maestra. El reencuentro. IV
De la misma manera que cuando niño jugaba entre bancas y mochilas pensando en la cercanía de Isabel y ser quien estuviera siempre en el escritorio con ella, hoy, ella era quien buscaba el juego sobre el escritorio.
Los gorriones se habían agolpado en la ventana como expectantes a lo que sucedía dentro del salón, y sucedían cosas…
Su mano traviesa había afianzado mi pene mientras con la otra jugaba con mis dedos entre sus labios, ora horizontales, ora verticales; se deleitaba pasando mi mano sobre sus pezones, duros, rosas; apretaba mi mano con su mano diminuta para que sintiera la firmeza y textura de su piel.
Yo, permanecía en esa ensoñación creyendo que si hacía cualquier movimiento todo lo que pasaba se derrumbaría o despertaría del sueño más acariciado desde mis días de cuadernos y avioncitos. Miraba a los pájaros y mi pájaro, esa ave tan desgastada, despertó ante la complacencia de mi maestra…
Sus movimientos eran experimentados y delicados a la vez pero no me tenté el corazón para decirle al oído que la cogería como nunca lo habían hecho: -¡es una amenaza, pequeño!- dijo con una sonrisa que llevaba más veneno que una cobra enojada. Y me sentí, de nuevo, desprotegido ante esa hembra que me enseñó a conjugar verbos y cantar como idiota, pero ahora con la diferencia de que mi verga estaba entre sus dedos y mi glande entre sus nalgas…
-No es una amenaza, es una realidad- le susurré al oído y sin miramientos le ensarté mi trozo palpitante de lujuria en su orto, se retorció como paloma atravesada por un disparo y dejó escapar un quejido lento que hizo que me sintiera poderoso…
Envuelto en ese quejido recobré mi deseo y puse mi mano en su vientre para empujarla contra mí y que sintiera cómo recorría mi pene su orto delicioso; mis embates sacudían el escritorio; mis dedos apretaban sus pezones; mis uñas se enterraban en su vientre; mis caderas intentaban atravesarla completa; mi pene desgarraba su culo. No podría haber mejor reencuentro.
La tomé de la cintura y la giré para quedará boca abajo mientras yo seguía taladrándole el culo; sus tetas se desparramaban por el escritorio; su boca hacía las muecas más deliciosas mientras que la saliva resbalaba por sus labios y yo seguía empujando. Era tal mi rudeza y la dureza de mi verga que sentía los intentos de ella por liberarse de ese grillete de carne que la machacaba por dentro, pero los ruidos producidos por su garganta no eran de dolor y los ojos que podía ver cuando ella los abría me indicaban que no estaba sufriendo. Seguí en esa batalla anal hasta que me corrí, mi semen inundó su cueva de placer y entre estertores supe que mi orgasmo había sido acompañado por el de ella. Nuevamente estábamos sobre el escritorio después de reventar nuestros sexos.
Me incorporé lentamente de su cuerpo sudoroso y la contemplé en su estado no de maestra pero sí de mujer: sus pies descalzos y estirados apuntando hacia el suelo; su pantalón, que no terminó de escapar de sus rodillas era lo que al parecer la mantenía cuerda; sus muslos redondos y fatigados se seguían contrayendo; sus nalgas vibraban a intervalos de sus suspiros; su ano, dilatado, mostraba los estragos de la batalla y el jugo desesperado de años inciertos; su cintura agolpaba el sudor que aplastaba los rubios vellos del final de la columna; su espalda subía y bajaba como recordando el ritmo de hacia unos minutos; sus hombros y brazos estaban laxos como muñeca sin vida; su cabellera despeinada se revolvía como la de Medusa sobre el escritorio; su cara con pinturas corridas y arrugas en descanso era adornada por una sonrisa plena.
En la ventana los gorriones nos habían dado la espalda y miraban como el sol se ocultaba entre las ramas de los cedros.
Me volví a sentir pequeño y poniéndome de rodillas, con mi cara a lado de la suya, recogí el manojo de cabellos que eran golpeados por su aliento y la besé, besé a mi maestra pero no de la forma en que siempre lo deseé sino, más bien, de la manera en que se besa a quien se quiere.
FIN
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Mi maestra. El reencuentro. IV
De la misma manera que cuando niño jugaba entre bancas y mochilas pensando en la cercanía de Isabel y ser quien estuviera siempre en el escritorio con ella, hoy, ella era quien buscaba el juego sobre el escritorio.
Los gorriones se habían agolpado en la ventana como expectantes a lo que sucedía dentro del salón, y sucedían cosas…
Su mano traviesa había afianzado mi pene mientras con la otra jugaba con mis dedos entre sus labios, ora horizontales, ora verticales; se deleitaba pasando mi mano sobre sus pezones, duros, rosas; apretaba mi mano con su mano diminuta para que sintiera la firmeza y textura de su piel.
Yo, permanecía en esa ensoñación creyendo que si hacía cualquier movimiento todo lo que pasaba se derrumbaría o despertaría del sueño más acariciado desde mis días de cuadernos y avioncitos. Miraba a los pájaros y mi pájaro, esa ave tan desgastada, despertó ante la complacencia de mi maestra…
Sus movimientos eran experimentados y delicados a la vez pero no me tenté el corazón para decirle al oído que la cogería como nunca lo habían hecho: -¡es una amenaza, pequeño!- dijo con una sonrisa que llevaba más veneno que una cobra enojada. Y me sentí, de nuevo, desprotegido ante esa hembra que me enseñó a conjugar verbos y cantar como idiota, pero ahora con la diferencia de que mi verga estaba entre sus dedos y mi glande entre sus nalgas…
-No es una amenaza, es una realidad- le susurré al oído y sin miramientos le ensarté mi trozo palpitante de lujuria en su orto, se retorció como paloma atravesada por un disparo y dejó escapar un quejido lento que hizo que me sintiera poderoso…
Envuelto en ese quejido recobré mi deseo y puse mi mano en su vientre para empujarla contra mí y que sintiera cómo recorría mi pene su orto delicioso; mis embates sacudían el escritorio; mis dedos apretaban sus pezones; mis uñas se enterraban en su vientre; mis caderas intentaban atravesarla completa; mi pene desgarraba su culo. No podría haber mejor reencuentro.
La tomé de la cintura y la giré para quedará boca abajo mientras yo seguía taladrándole el culo; sus tetas se desparramaban por el escritorio; su boca hacía las muecas más deliciosas mientras que la saliva resbalaba por sus labios y yo seguía empujando. Era tal mi rudeza y la dureza de mi verga que sentía los intentos de ella por liberarse de ese grillete de carne que la machacaba por dentro, pero los ruidos producidos por su garganta no eran de dolor y los ojos que podía ver cuando ella los abría me indicaban que no estaba sufriendo. Seguí en esa batalla anal hasta que me corrí, mi semen inundó su cueva de placer y entre estertores supe que mi orgasmo había sido acompañado por el de ella. Nuevamente estábamos sobre el escritorio después de reventar nuestros sexos.
Me incorporé lentamente de su cuerpo sudoroso y la contemplé en su estado no de maestra pero sí de mujer: sus pies descalzos y estirados apuntando hacia el suelo; su pantalón, que no terminó de escapar de sus rodillas era lo que al parecer la mantenía cuerda; sus muslos redondos y fatigados se seguían contrayendo; sus nalgas vibraban a intervalos de sus suspiros; su ano, dilatado, mostraba los estragos de la batalla y el jugo desesperado de años inciertos; su cintura agolpaba el sudor que aplastaba los rubios vellos del final de la columna; su espalda subía y bajaba como recordando el ritmo de hacia unos minutos; sus hombros y brazos estaban laxos como muñeca sin vida; su cabellera despeinada se revolvía como la de Medusa sobre el escritorio; su cara con pinturas corridas y arrugas en descanso era adornada por una sonrisa plena.
En la ventana los gorriones nos habían dado la espalda y miraban como el sol se ocultaba entre las ramas de los cedros.
Me volví a sentir pequeño y poniéndome de rodillas, con mi cara a lado de la suya, recogí el manojo de cabellos que eran golpeados por su aliento y la besé, besé a mi maestra pero no de la forma en que siempre lo deseé sino, más bien, de la manera en que se besa a quien se quiere.
FIN
5 comentarios - Mi maestra. El reencuentro. IV
Se agradece sobremanera, no tanto los puntos sino el que te haya gustado, pero ya que dejaste puntos mucho más. Saludos desde México