Mi maestra. El reencuentro. III
Se podía confundir mi líquido seminal con su saliva y de un solo movimiento engulló mi pene, su lengua lo masajeaba y podía sentir su paladar. Entraba y salía de entre sus labios que habían perdido en lápiz labial y con una de sus manos masajeaba mis testículos mientras que con la otra seguía sujetando mis manos (hubiera sido de lo más sencillo zafarme pero sentía que ella debía tener el control, después de todo era su salón). Jamás me habían dado una mamada que me sabía tan poco ya que mis intenciones eran otras, sus ojos me miraban con lascivia en actitud retadora. La dejé que fuera ama, emperatriz y amazona….
Un pequeño mordisco en mi muslo me sacó de la ensoñación y dejé de ser sumiso para recobrar el deseo guardado: la sujeté del cabello y la levanté; la apreté a mi pecho y deposité un beso que llevaba impregnado mis deseos más profundos; la empujé hacia el escritorio en donde quedó aprisionada entre el frío de la madera y lo caliente de mi miembro; la levante un poco para que sus nalgas quedarán al filo y sus pies estuvieran de puntitas; coloqué sus manos en su nuca y comencé a besarla despacio por ratos y arrebatado por otros; lamía su cuello y axilas, ella respondía con gemidos ahogados; sus pezones parecían agujas aun antes de tocarlos por lo que comencé a besarlos y estrujarlos, -¡aahhhhhh. Hijo de puta!- balbuceaba Isabel lo que llevaba a volver a prenderme de ellos hasta que quedaron oscuros y sensibles.
-¿Ya la quieres adentro?- pregunté mientras frotaba su concha que expulsaba jugos olorosos, -ya métemela y deja de joder, ¡cabrón!-, su respuesta me prendió y la levanté de las axilas para acostarla en el escritorio; sus anchas piernas se abrieron como flor en primavera y ante mí se presentó un monte de Venus rubio con labios rosas y mojados, no pudiendo contenerme me hinqué para saborear sus jugos y que mi lengua catara el sabor de sus labios; se retorcía como si se fuera a desarmar y a cada penetración de mi lengua respondía a veces con una maldición y otras con gemidos que habían espantado a los gorriones de los arboles.
Mi pene estaba a punto de estallar y cuando me preparaba a levantarme ella me aprisionó con sus tremendas piernas por lo que no tuve mayor opción que seguir lamiendo hasta que un torrente salado inundó mi boca y ella, Isabel, quedó como muñeca desmadejada sobre el escritorio. Pero eso no era suficiente para mí.
Susurraba entre dientes mi nombre como si estuviera pasando lista y permanecía con los ojos entrecerrados. Se me acabó la paciencia y poniéndome de pie sujeté sus muslos y coloqué sus pantorrillas sobre mi hombro derecho, de un solo movimiento le penetré esa concha chorreando; su grito estremeció las ventanas y comencé a bombear mi carne entre sus entrañas; besaba sus muslos y con mi mano derecha masajeaba su clítoris, mi pene se perdía y salía de ese monte de vellos y con mi pulgar izquierdo masajeaba su ano.
-¿Te imaginaste esto…. maestra?- le pregunté mientras mi dedo penetraba su orto, -¡cállate y jódeme!- fue su respuesta, y cumplí su orden.
Podía sentir las paredes de su vagina contraerse a cada embestida y en ese momento, sin aplausos ni fanfarrias, me corrí. Ambos jadeábamos recostados en el escritorio, ella se acomodó de espaldas para que la abrazara en cucharita y así permanecimos hasta que su mano volvió a buscar mi bulto….
Continuará….
Se podía confundir mi líquido seminal con su saliva y de un solo movimiento engulló mi pene, su lengua lo masajeaba y podía sentir su paladar. Entraba y salía de entre sus labios que habían perdido en lápiz labial y con una de sus manos masajeaba mis testículos mientras que con la otra seguía sujetando mis manos (hubiera sido de lo más sencillo zafarme pero sentía que ella debía tener el control, después de todo era su salón). Jamás me habían dado una mamada que me sabía tan poco ya que mis intenciones eran otras, sus ojos me miraban con lascivia en actitud retadora. La dejé que fuera ama, emperatriz y amazona….
Un pequeño mordisco en mi muslo me sacó de la ensoñación y dejé de ser sumiso para recobrar el deseo guardado: la sujeté del cabello y la levanté; la apreté a mi pecho y deposité un beso que llevaba impregnado mis deseos más profundos; la empujé hacia el escritorio en donde quedó aprisionada entre el frío de la madera y lo caliente de mi miembro; la levante un poco para que sus nalgas quedarán al filo y sus pies estuvieran de puntitas; coloqué sus manos en su nuca y comencé a besarla despacio por ratos y arrebatado por otros; lamía su cuello y axilas, ella respondía con gemidos ahogados; sus pezones parecían agujas aun antes de tocarlos por lo que comencé a besarlos y estrujarlos, -¡aahhhhhh. Hijo de puta!- balbuceaba Isabel lo que llevaba a volver a prenderme de ellos hasta que quedaron oscuros y sensibles.
-¿Ya la quieres adentro?- pregunté mientras frotaba su concha que expulsaba jugos olorosos, -ya métemela y deja de joder, ¡cabrón!-, su respuesta me prendió y la levanté de las axilas para acostarla en el escritorio; sus anchas piernas se abrieron como flor en primavera y ante mí se presentó un monte de Venus rubio con labios rosas y mojados, no pudiendo contenerme me hinqué para saborear sus jugos y que mi lengua catara el sabor de sus labios; se retorcía como si se fuera a desarmar y a cada penetración de mi lengua respondía a veces con una maldición y otras con gemidos que habían espantado a los gorriones de los arboles.
Mi pene estaba a punto de estallar y cuando me preparaba a levantarme ella me aprisionó con sus tremendas piernas por lo que no tuve mayor opción que seguir lamiendo hasta que un torrente salado inundó mi boca y ella, Isabel, quedó como muñeca desmadejada sobre el escritorio. Pero eso no era suficiente para mí.
Susurraba entre dientes mi nombre como si estuviera pasando lista y permanecía con los ojos entrecerrados. Se me acabó la paciencia y poniéndome de pie sujeté sus muslos y coloqué sus pantorrillas sobre mi hombro derecho, de un solo movimiento le penetré esa concha chorreando; su grito estremeció las ventanas y comencé a bombear mi carne entre sus entrañas; besaba sus muslos y con mi mano derecha masajeaba su clítoris, mi pene se perdía y salía de ese monte de vellos y con mi pulgar izquierdo masajeaba su ano.
-¿Te imaginaste esto…. maestra?- le pregunté mientras mi dedo penetraba su orto, -¡cállate y jódeme!- fue su respuesta, y cumplí su orden.
Podía sentir las paredes de su vagina contraerse a cada embestida y en ese momento, sin aplausos ni fanfarrias, me corrí. Ambos jadeábamos recostados en el escritorio, ella se acomodó de espaldas para que la abrazara en cucharita y así permanecimos hasta que su mano volvió a buscar mi bulto….
Continuará….
3 comentarios - Mi maestra. El reencuentro. III
SEGUI ASI !!! FELICITACIONES !!!
GRACIAS POR COMPARTIR !!!