Una disculpa por el retraso, espero que guste.....
Mi maestra. El reencuentro. II
-¡Pero no ha cambiado nada…!- dudé en decirle maestra y dije su nombre de forma cortada cómo esperando su consentimiento, -¡I-sa-bel! y sigue tan linda como siempre- ¡estúpido! Mil veces estúpido, cómo se me ocurría que las primeras palabras usadas con ella eran para decirle lo buena que estaba, me regañaba por dentro mientras trataba de poner cara de inocente.
Pero, ella, respondió con una sonrisa que interprete como la posibilidad del paraíso.
-¡Gracias Gerardo, siempre tan lindo!- fue su respuesta y pude respirar –después de un día tan malo siempre es bueno que le levanten a una el animo- y mi animo subió.
-Todavía debo regresar al salón por los exámenes por calificar para este fin de semana- dijo y se aproximó a mí como para despedirse pero le pedí que me permitiera ayudarla, aceptó y caminamos hacia la escuela. Abrió el portón de madera que rechinó como recitándole una poesía a sus nalgas y un poema a sus pechos; el portón quedó tras nosotros. El patio estaba vacio y sucio pero mis pensamientos estaban llenos de cosas que en más de medio mundo se considerarían como sucios.
Al llegar a la escalera fingí un tropiezo para quedar dos pasos detrás de ella y verla subir: a cada escalón que subía mi entrepierna se apretaba al admirar como su culo hacía elipses perfectas y se tensaba a cada paso; sus tobillos firmes denotaban su buena condición; un poco de esos muslos níveos se adivinaban en la estrechez del pantalón y de la misma manera un poco de líquido se empezaba a escapar de mi pene. Llegamos al salón.
Las bancas eran las mismas que en mis años mozos, el pizarrón todavía tenía algunos problemas de álgebra escritos, las paredes estaban llenas de corazones y nombres, el piso estaba sucio y lleno de papeles. Nada había cambiado en todos estos años y de pronto mi mirada que se había vaciado en lo ancho y largo del salón se detuvo en la estatua de suspiros y pajas que se encontraba sacando papeles del cajón del escritorio. En ese momento sentí (más que saber) que la espera había terminado.
Me acerqué lentamente al cuerpo voluptuoso y doblado de Isabel y me detuve un paso detrás de ella y esperé. Esperé a que se levantara y por ese movimiento quedara más cerca de mí. Con un montón de exámenes pegados al pecho y con ambas manos aprisionándolos para que no cayeran, ella, se irguió.
Nunca antes nuestros centros de gravedad habían estado tan alineados y por primera vez no sentí la gravedad de ser un niño. A pesar de que no había contacto sabíamos que existíamos en ese momento. Y el contacto se dio…
Nuestras respiraciones se mezclaron en ese lugar lleno de ansias preadolescentes y ella, Isabel, dando un milimétrico paso hacia atrás se me pegó y ese fue el inicio del final de la espera nunca creída como posible.
-Haz crecido- dijo con voz sofocada y entrecortada al sentir el bulto que cobraba vida a la altura de sus espalda baja. Con ambas manos le quité los papeles de las suyas y los dejé caer; mi brazo izquierdo rodeó su cintura y la atrajo a mi hombría, mientras que con la mano derecha peiné sus cabellos de racimos plateados y lentamente pasé mis dedos por su perfil divino: si sien con arrugas delgadas, sus parpados con pestañas largas, su nariz que temblaba, los labios entreabiertos y húmedos, la barbilla sinónimo de altivez humilde. Ella temblaba.
Acerqué mi boca a su oído y le dije que siempre la había deseado a la vez que lamía su oreja y mordisqueaba su lóbulo.
Mi mano siguió su viaje por la garganta que apretaba quejidos; bajé entre sus pechos hermosos y sentí el palpitar de su corazón; retuve suavemente cada pecho mientras que con mi pulgar masajeaba sus pezones e hice siluetas de esas montañas sagradas con mis dedos; recorrí su estomago, tenso, apretado y podía sentir la ansiedad de mis propias entrañas. La abracé con ambos brazos y besaba su cuello.
Afuera, los gorriones se agolpaban en los arboles y cantaban. Adentro, mis deseos se agolpaban en el pantalón y gritaban.
Comencé a deslizar ambas manos por sus caderas, sentía las costuras de su pantalón a punto de reventar y paladeé digitalmente sus muslos y poco a poco mis dedos se encontraron entre sus piernas y comenzaron a subir en el momento en que estas se abrieron un poco; frote sus ingles y masajeaba su raja palpitante; cerró las piernas aprisionando mis dedos en su coño y lo apreté contra mi pene; al sentir mi masa comenzó a frotar sus nalgas y volteaba su rostro para encontrar mi lengua y succionarla.
Desabotoné, torpemente, su pantalón y me costó trabajo bajárselo debido a lo apretado que estaba, tanto así que se lo dejé a la mitad de los muslos. No requería más. Ella se volteó y me besó como no besan las maestras a sus alumnos mientras mis manos masajeaban sus nalgas, tomaban su tanga roja y la jalaban hacia arriba incrustándosela en la conchita velluda. Isabel gemía ante cada jalón. Tomó mis manos y me las puso en la espalda; se sacó la blusa y emergieron esas tetánicas tetas atrapadas en un brassier de encaje rojo, el contraste con su piel era soberbio y sus pezones asomaban como gatitos curiosos; se zafó el sostén unos pezones rosados y erectos apuntaron hacia mi pecho intenté sujetarlos pero no me lo permitió y mantuvo mis manos en mi espalda; como pudo (debido a que traía los pantalones a la altura de los muslos) se arrodilló y bajó el cierre de mi pantalón para encontrarse con un pedazo de carne babeante por ella, acto seguido bajó todo mi pantalón y me besó el pubis sin rasurar; jugaba con mis testículos con una de sus manos mientras que con la otra empezaba a masturbarme; sus pezones frotaban mis piernas y en ese momento sentí la punta de su lengua en mi glande……...
Continuará…..
Mi maestra. El reencuentro. II
-¡Pero no ha cambiado nada…!- dudé en decirle maestra y dije su nombre de forma cortada cómo esperando su consentimiento, -¡I-sa-bel! y sigue tan linda como siempre- ¡estúpido! Mil veces estúpido, cómo se me ocurría que las primeras palabras usadas con ella eran para decirle lo buena que estaba, me regañaba por dentro mientras trataba de poner cara de inocente.
Pero, ella, respondió con una sonrisa que interprete como la posibilidad del paraíso.
-¡Gracias Gerardo, siempre tan lindo!- fue su respuesta y pude respirar –después de un día tan malo siempre es bueno que le levanten a una el animo- y mi animo subió.
-Todavía debo regresar al salón por los exámenes por calificar para este fin de semana- dijo y se aproximó a mí como para despedirse pero le pedí que me permitiera ayudarla, aceptó y caminamos hacia la escuela. Abrió el portón de madera que rechinó como recitándole una poesía a sus nalgas y un poema a sus pechos; el portón quedó tras nosotros. El patio estaba vacio y sucio pero mis pensamientos estaban llenos de cosas que en más de medio mundo se considerarían como sucios.
Al llegar a la escalera fingí un tropiezo para quedar dos pasos detrás de ella y verla subir: a cada escalón que subía mi entrepierna se apretaba al admirar como su culo hacía elipses perfectas y se tensaba a cada paso; sus tobillos firmes denotaban su buena condición; un poco de esos muslos níveos se adivinaban en la estrechez del pantalón y de la misma manera un poco de líquido se empezaba a escapar de mi pene. Llegamos al salón.
Las bancas eran las mismas que en mis años mozos, el pizarrón todavía tenía algunos problemas de álgebra escritos, las paredes estaban llenas de corazones y nombres, el piso estaba sucio y lleno de papeles. Nada había cambiado en todos estos años y de pronto mi mirada que se había vaciado en lo ancho y largo del salón se detuvo en la estatua de suspiros y pajas que se encontraba sacando papeles del cajón del escritorio. En ese momento sentí (más que saber) que la espera había terminado.
Me acerqué lentamente al cuerpo voluptuoso y doblado de Isabel y me detuve un paso detrás de ella y esperé. Esperé a que se levantara y por ese movimiento quedara más cerca de mí. Con un montón de exámenes pegados al pecho y con ambas manos aprisionándolos para que no cayeran, ella, se irguió.
Nunca antes nuestros centros de gravedad habían estado tan alineados y por primera vez no sentí la gravedad de ser un niño. A pesar de que no había contacto sabíamos que existíamos en ese momento. Y el contacto se dio…
Nuestras respiraciones se mezclaron en ese lugar lleno de ansias preadolescentes y ella, Isabel, dando un milimétrico paso hacia atrás se me pegó y ese fue el inicio del final de la espera nunca creída como posible.
-Haz crecido- dijo con voz sofocada y entrecortada al sentir el bulto que cobraba vida a la altura de sus espalda baja. Con ambas manos le quité los papeles de las suyas y los dejé caer; mi brazo izquierdo rodeó su cintura y la atrajo a mi hombría, mientras que con la mano derecha peiné sus cabellos de racimos plateados y lentamente pasé mis dedos por su perfil divino: si sien con arrugas delgadas, sus parpados con pestañas largas, su nariz que temblaba, los labios entreabiertos y húmedos, la barbilla sinónimo de altivez humilde. Ella temblaba.
Acerqué mi boca a su oído y le dije que siempre la había deseado a la vez que lamía su oreja y mordisqueaba su lóbulo.
Mi mano siguió su viaje por la garganta que apretaba quejidos; bajé entre sus pechos hermosos y sentí el palpitar de su corazón; retuve suavemente cada pecho mientras que con mi pulgar masajeaba sus pezones e hice siluetas de esas montañas sagradas con mis dedos; recorrí su estomago, tenso, apretado y podía sentir la ansiedad de mis propias entrañas. La abracé con ambos brazos y besaba su cuello.
Afuera, los gorriones se agolpaban en los arboles y cantaban. Adentro, mis deseos se agolpaban en el pantalón y gritaban.
Comencé a deslizar ambas manos por sus caderas, sentía las costuras de su pantalón a punto de reventar y paladeé digitalmente sus muslos y poco a poco mis dedos se encontraron entre sus piernas y comenzaron a subir en el momento en que estas se abrieron un poco; frote sus ingles y masajeaba su raja palpitante; cerró las piernas aprisionando mis dedos en su coño y lo apreté contra mi pene; al sentir mi masa comenzó a frotar sus nalgas y volteaba su rostro para encontrar mi lengua y succionarla.
Desabotoné, torpemente, su pantalón y me costó trabajo bajárselo debido a lo apretado que estaba, tanto así que se lo dejé a la mitad de los muslos. No requería más. Ella se volteó y me besó como no besan las maestras a sus alumnos mientras mis manos masajeaban sus nalgas, tomaban su tanga roja y la jalaban hacia arriba incrustándosela en la conchita velluda. Isabel gemía ante cada jalón. Tomó mis manos y me las puso en la espalda; se sacó la blusa y emergieron esas tetánicas tetas atrapadas en un brassier de encaje rojo, el contraste con su piel era soberbio y sus pezones asomaban como gatitos curiosos; se zafó el sostén unos pezones rosados y erectos apuntaron hacia mi pecho intenté sujetarlos pero no me lo permitió y mantuvo mis manos en mi espalda; como pudo (debido a que traía los pantalones a la altura de los muslos) se arrodilló y bajó el cierre de mi pantalón para encontrarse con un pedazo de carne babeante por ella, acto seguido bajó todo mi pantalón y me besó el pubis sin rasurar; jugaba con mis testículos con una de sus manos mientras que con la otra empezaba a masturbarme; sus pezones frotaban mis piernas y en ese momento sentí la punta de su lengua en mi glande……...
Continuará…..
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