Que lindo es sentirse tan bien cogida… y culeada, jajaja. Hoy fue la primera vez que Raúl, mi amante, me llevo a un telo. Después de aquella tarde en la oficina, cuándo formalizamos de alguna manera lo nuestro, y de habérsela chupado en el auto, no habíamos vuelto a estar juntos. Pero hoy fue el día… ¡Y que día! Maravilloso, alucinante, excepcional, único, incomparable… y podría seguir así hasta que se me acaben todos los adjetivos, y aún así no alcanzarían para describir todo lo que me hizo sentir. Que bien coge Raúl. Que bien me coge, mejor dicho. Sabe ponérmela en la forma adecuada para proporcionarme todas esas sensaciones que son tan bien recibidas por mi cuerpo. Y en el momento del mete y saca, sabe como mantener un ritmo preciso, ajustado, el adecuado para las dimensiones de mi caliente conchita.
Estuvimos mensajeándonos desde temprano. Que te quiero, que te extraño, que extraño tus besos, tus mimos, tus caricias, en realidad lo que extrañaba era su verga, pero me daba algo de calor decírselo. Así seguimos durante todo el día. A la hora del almuerzo, los mensajes se intensificaron.
“¿Nos vemos esta tarde?”, quiso saber.
“Cuándo quieras”, le respondí.
“En la esquina de siempre, entonces, quizás hoy tenga algo de tiempo”. Y siempre el tema del tiempo. Es un hombre casado, ya sé, por lo que debe cumplir con determinados horarios, y aunque lo quiera todo para mí y tenerlo siempre a mi lado, sé que nunca va a poder ser así. Por eso debo conformarme con momentos, instantes, breves aunque intensos como esa vez que se la mame en su propio auto, y me tragué su semen, además. Pero esta tarde hubo más, mucho más.
Nos encontramos en la misma esquina de siempre, tal como habíamos concertado a través de los mensajes de texto, a unas cuántas cuadras de la oficina, para no despertar sospechas. Ya saben, el mundo es chico y siempre hay alguien dispuesto a ir con el chisme. Me subí a la camioneta y lo besé con frenesí, nuestras bocas se unieron en un beso jugoso y efusivo, enredando nuestras lenguas, mordiendo nuestros labios, saboreándonos sin restricción alguna. Sus manos fueron directo a mis pechos, apretándomelos fuertemente, haciéndome sentir de nuevo ese estremecimiento irrefrenable que siento siempre que estoy a su lado. Mis manos, obviamente, se concentraron en su entrepierna, palpando con entusiasmo al todavía escondido objeto de mis deseos. Me moría por chupársela ahí mismo, pero no quería conformarme solo con eso, quería más, mucho más.
-Llevame a un telo…- le dije con un hilo de voz, sintiendo que la humedad de mi conchita ya me traspasaba la bombacha.
-Dale vamos- me dijo, y al escucharlo mi corazón dio un vuelco.
-Quiero que me cojas… que me cojas mucho- le dije, mientras él ponía en marcha la camioneta y arrancaba.
Durante el trayecto no deje de acariciarle el bulto, sintiéndolo cada vez más hinchado, todo recostado hacia un lado, marcando nítidamente los pliegues de su pantalón de vestir. Llegamos. Se metió en el garaje, y bajamos. Por la forma en que procedía debía conocer el lugar, ¿acaso llevaría allí a sus amantes? Por un instante me puse celosa, y hasta triste de pensar que solo era una más para él, pero pronto sus besos me hicieron borra toda esa incertidumbre.
Ni bien entramos a la habitación volvimos a besarnos con furia, hasta con rabia, mordiéndonos, intercambiando la saliva de nuestras bocas, lengüeteándonos con avidez, sintiendo ya desde la previa que aquel momento sería especial para ambos. Así enredados, caímos sobre la cama. Seguíamos besándonos, metiéndonos manos por todos lados, tratando de recuperar de repente el tiempo perdido durante todos estos días. Una de las manos de Raúl se metió dentro de mi pantalón, dentro de mi tanga, y…
-¡Mi amor, estás empapadita…!- exclamó metiendo un par de dedos adentro, tocándome en el sitio exacto, ahí en donde las sensaciones se vuelven más fuertes e intensas.
-¡Vos me ponés así!- le aseguré, retorciéndome lascivamente, agarrándole la mano y empujándola más para adentro -¡Ahhhhhhhhhhh…!- me estremecí.
Entonces se puso de rodillas frente a mí, quedando yo acostada de espalda, me sacó los zapatos, el pantalón y la bombacha, separó mis piernas y se metió entre ellas, atacando específicamente esa parte de mi cuerpo que estaba en plena ebullición. Me recorrió con la lengua a todo lo largo, saboreando mis jugos íntimos, lamiéndome, chupándome, besándome, mordiéndome también, yo me abría toda para él, suspiraba enloquecida, lo agarraba de los pelos y lo atraía aún más hacia mi rinconcito de amor… ese amor que es todo para él. Pero aunque su lengua hacía maravillas, ansiaba sentir otra cosa, algo más duro y consistente: su pija. Creo que me leyó el pensamiento, porque después de haberme chupado bien la concha, se incorporó y comenzó a blandir frente a mis ojos aquello que tanto anhelaba. Tenía la pija a punto de explotar, con las venas bien marcadas y la cabeza hinchada en una forma poco usual.
-¡Mmmmm papito… como la tenés…!- me estremecí, tocándole los huevos para sentirlos llenos y palpitantes.
Con un solo movimiento me la puso en el sitio exacto. Mis labios vaginales abrazaron la cabeza de tan tremenda pija, y absorbieron todo el resto. Casi no tuvo que empujar nada para que se me hundiera hasta lo más profundo.
-¡Ahhhhhhh… ahhhhhhh… ahhhhhhhh…!- alcancé a gemir mientras lo sentía llenándome en esa forma tan soñada.
Me la metió y se quedo ahí adentro, quieto, haciéndomela sentir en todo su maravilloso esplendor, podía sentir como palpitaba, como latía en mi interior, llenándome de excitantes y deliciosas sensaciones. Me sujetó entonces de los muslos y comenzó a moverse, dentro y fuera, en una forma exquisita. Mi humedad lo bañaba por completo con mis fluidos vaginales, por lo que el ruido de la penetración, ese ruido acuoso tan incitante, se intensificaba cada vez más. De a poco se fue recostando sobre mí, sin dejar de ensartarme una y otra vez, mandándomela a guardar hasta lo más profundo, lo abracé con brazos y piernas, deseando retenerlo dentro de mí, disfrutar todo lo que me fuera posible esa reverenciada poronga que tanto placer me proporcionaba.
-¡Así papito… metémela toda… si… dámela… hacémela sentir… ahhhhhhhh… que gusto… ahhhhhhh… si…!- gemía yo, temblando de placer, comenzando a mover de a poco las caderas, acoplando a sus ya de por sí entusiastas movimientos.
¡Que rico! ¡Que delicia! ¡Regocijante! ¡Un divino deleite! La verga de Raúl fluía a través de mi concha con la facilidad que solo la lubricación más intensa puede provocar. Sin sacármela, se levantó un poco, poniéndose de rodillas y calzándose mis piernas sobre los hombros aumentó el ímpetu de sus embestidas, dándome y dándome con todo, haciéndome saltar prácticamente de la cama con cada ensarte. Yo me estremecía, me retorcía del placer, arqueaba la espalda para sentirlo más adentro todavía, para guardarlo todo dentro de mí, para sentirme bien llena con esa pija que tanto me hacía gozar.
Luego de un rato me la sacó toda empapada en mis espesos flujos vaginales y me dio la vuelta, haciendo que me pusiera en cuatro, me palmeó fuerte la cola, ambos cachetes y me volvió a penetrar, tan profundamente que me parecía sentirlo palpitando en mis entrañas. Me aferró de la cintura y empezó a cogerme con un ritmo implacable, embistiéndome con todo, haciéndome delirar de placer. Mis gemidos debían de escucharse en todo el hotel, pero eso no me importaba, mi único anhelo en ese momento era disfrutar lo máximo que me fuera posible de ese hombre que me tenía completamente trastornada.
Tras unas cuántas penetraciones por la concha, de tan mojada que estaba la pija resbaló por la raya de mi cola y pasó cerca de mi agujero posterior. Por un momento dudé en pedírselo, no quería que me creyera una puta culo roto, pero no me pude resistir y a la siguiente vez que sentí aquel pijazo pasar cerca de mi orificio anal, me lancé:
-¡Haceme la colita papi… porfis…!- le estaba suplicando que me rompiera bien el orto.
Él no dudó, comprobó primero con sus dedos en que estado se encontraba aquella parte de mi cuerpo, y tras darse cuenta que ya lo tenía bastante trajinado, apoyó la punta de su pija justo en el centro del orificio y empezó a empujar… ya tengo los esfínteres recontra elásticos, por lo que la mitad de la pija entró sin problemas, ya para el resto tuvo que hacer algo de fuerza y yo aguantarme algún que otro dolorcito, aunque con tal de tenerla bien enterrada dentro del culo estaba dispuesta a soportar lo que fuera… y más también. Ahora sí, me sentía completamente llena, rebosante de satisfacción. Raúl volvió a aferrarse de mi cintura y empezó a culearme con un ritmo lento y suave primero, quizás porque no sabía que tan roto tenía el culito, pero al darse cuenta que lo tenía bastante abiertito, empezó a darme con todo. Me la metía hasta los huevos, reventándome la cola con los furiosos golpes de su pelvis. Yo estaba totalmente abierta, a su entera disposición, completamente entregada, pidiéndole más y más, dejándome arrasar por ese agresivo bombeo que me hacía sentir que en cualquier momento la pija me saldría por la garganta. Eso hubiera sido el pináculo de la felicidad… jajaja… traspasada por la verga de mi amante. La cosa es que Raúl se entusiasmó con mi culito, no sé si se lo haría a su mujer, pero parecía un chico con chiche nuevo. De a ratos me sacaba la pija y me metía los dedos, para ver hasta donde me llegaban. Y me llegaban bien profundo, les diré. Me los metía casi hasta los nudillos y me daba vueltas adentro, como si buscara algo. Entonces sacaba los dedos y me volvía a meter esa pija de ensueño, dándome unos golpecitos al final que me hacían temblar de la emoción. Fuerte, fuerte, cada vez más fuerte, todo mi cuerpo se sacudía ante la virulencia de sus ensartes, con una mano me sostenía mientras que la otra la tenía enterrada entre mis piernas, presionándome el clítoris, sintiendo como se hinchaba y endurecía, provocándome un dolor intenso aunque delicioso. Mis gemidos y los suyos se intensificaban, coordinándose a la perfección, hasta que en uno de esos últimos y enérgicos ensartes, me la dejo clavada bien adentro del culo y acabo con potentísimos lechazos. Cuándo sentí que estaba a punto de venirse, yo aceleré los movimientos de mis dedos y acabé con él, en una explosión de placer por demás furiosa y rebosante de lujuria.
Ya tenía las piernas entumecidas de tanto estar en cuatro, así que ni bien sentí que me soltó las últimas gotitas de leche, caí como un peso muerto sobre la cama, él cayó sobre mí, sin sacármela todavía, dejándomela bien adentro mientras me decía al oído la muy buena cogida que acabábamos de tener.
-¿Te gustó?- me preguntó en un susurro.
Yo apenas podía hablar, todavía estaba media “grogui” por la violencia de los orgasmos que había tenido. Así que tomé aire, respiré profundo y respondí:
-¡Me destruiste… papito!-
Así me sentía, destruida, por delante y por detrás. Como dije al principio, bien cogida, y mejor culeada. Lo que se dice, la felicidad completa. Besitos.
Estuvimos mensajeándonos desde temprano. Que te quiero, que te extraño, que extraño tus besos, tus mimos, tus caricias, en realidad lo que extrañaba era su verga, pero me daba algo de calor decírselo. Así seguimos durante todo el día. A la hora del almuerzo, los mensajes se intensificaron.
“¿Nos vemos esta tarde?”, quiso saber.
“Cuándo quieras”, le respondí.
“En la esquina de siempre, entonces, quizás hoy tenga algo de tiempo”. Y siempre el tema del tiempo. Es un hombre casado, ya sé, por lo que debe cumplir con determinados horarios, y aunque lo quiera todo para mí y tenerlo siempre a mi lado, sé que nunca va a poder ser así. Por eso debo conformarme con momentos, instantes, breves aunque intensos como esa vez que se la mame en su propio auto, y me tragué su semen, además. Pero esta tarde hubo más, mucho más.
Nos encontramos en la misma esquina de siempre, tal como habíamos concertado a través de los mensajes de texto, a unas cuántas cuadras de la oficina, para no despertar sospechas. Ya saben, el mundo es chico y siempre hay alguien dispuesto a ir con el chisme. Me subí a la camioneta y lo besé con frenesí, nuestras bocas se unieron en un beso jugoso y efusivo, enredando nuestras lenguas, mordiendo nuestros labios, saboreándonos sin restricción alguna. Sus manos fueron directo a mis pechos, apretándomelos fuertemente, haciéndome sentir de nuevo ese estremecimiento irrefrenable que siento siempre que estoy a su lado. Mis manos, obviamente, se concentraron en su entrepierna, palpando con entusiasmo al todavía escondido objeto de mis deseos. Me moría por chupársela ahí mismo, pero no quería conformarme solo con eso, quería más, mucho más.
-Llevame a un telo…- le dije con un hilo de voz, sintiendo que la humedad de mi conchita ya me traspasaba la bombacha.
-Dale vamos- me dijo, y al escucharlo mi corazón dio un vuelco.
-Quiero que me cojas… que me cojas mucho- le dije, mientras él ponía en marcha la camioneta y arrancaba.
Durante el trayecto no deje de acariciarle el bulto, sintiéndolo cada vez más hinchado, todo recostado hacia un lado, marcando nítidamente los pliegues de su pantalón de vestir. Llegamos. Se metió en el garaje, y bajamos. Por la forma en que procedía debía conocer el lugar, ¿acaso llevaría allí a sus amantes? Por un instante me puse celosa, y hasta triste de pensar que solo era una más para él, pero pronto sus besos me hicieron borra toda esa incertidumbre.
Ni bien entramos a la habitación volvimos a besarnos con furia, hasta con rabia, mordiéndonos, intercambiando la saliva de nuestras bocas, lengüeteándonos con avidez, sintiendo ya desde la previa que aquel momento sería especial para ambos. Así enredados, caímos sobre la cama. Seguíamos besándonos, metiéndonos manos por todos lados, tratando de recuperar de repente el tiempo perdido durante todos estos días. Una de las manos de Raúl se metió dentro de mi pantalón, dentro de mi tanga, y…
-¡Mi amor, estás empapadita…!- exclamó metiendo un par de dedos adentro, tocándome en el sitio exacto, ahí en donde las sensaciones se vuelven más fuertes e intensas.
-¡Vos me ponés así!- le aseguré, retorciéndome lascivamente, agarrándole la mano y empujándola más para adentro -¡Ahhhhhhhhhhh…!- me estremecí.
Entonces se puso de rodillas frente a mí, quedando yo acostada de espalda, me sacó los zapatos, el pantalón y la bombacha, separó mis piernas y se metió entre ellas, atacando específicamente esa parte de mi cuerpo que estaba en plena ebullición. Me recorrió con la lengua a todo lo largo, saboreando mis jugos íntimos, lamiéndome, chupándome, besándome, mordiéndome también, yo me abría toda para él, suspiraba enloquecida, lo agarraba de los pelos y lo atraía aún más hacia mi rinconcito de amor… ese amor que es todo para él. Pero aunque su lengua hacía maravillas, ansiaba sentir otra cosa, algo más duro y consistente: su pija. Creo que me leyó el pensamiento, porque después de haberme chupado bien la concha, se incorporó y comenzó a blandir frente a mis ojos aquello que tanto anhelaba. Tenía la pija a punto de explotar, con las venas bien marcadas y la cabeza hinchada en una forma poco usual.
-¡Mmmmm papito… como la tenés…!- me estremecí, tocándole los huevos para sentirlos llenos y palpitantes.
Con un solo movimiento me la puso en el sitio exacto. Mis labios vaginales abrazaron la cabeza de tan tremenda pija, y absorbieron todo el resto. Casi no tuvo que empujar nada para que se me hundiera hasta lo más profundo.
-¡Ahhhhhhh… ahhhhhhh… ahhhhhhhh…!- alcancé a gemir mientras lo sentía llenándome en esa forma tan soñada.
Me la metió y se quedo ahí adentro, quieto, haciéndomela sentir en todo su maravilloso esplendor, podía sentir como palpitaba, como latía en mi interior, llenándome de excitantes y deliciosas sensaciones. Me sujetó entonces de los muslos y comenzó a moverse, dentro y fuera, en una forma exquisita. Mi humedad lo bañaba por completo con mis fluidos vaginales, por lo que el ruido de la penetración, ese ruido acuoso tan incitante, se intensificaba cada vez más. De a poco se fue recostando sobre mí, sin dejar de ensartarme una y otra vez, mandándomela a guardar hasta lo más profundo, lo abracé con brazos y piernas, deseando retenerlo dentro de mí, disfrutar todo lo que me fuera posible esa reverenciada poronga que tanto placer me proporcionaba.
-¡Así papito… metémela toda… si… dámela… hacémela sentir… ahhhhhhhh… que gusto… ahhhhhhh… si…!- gemía yo, temblando de placer, comenzando a mover de a poco las caderas, acoplando a sus ya de por sí entusiastas movimientos.
¡Que rico! ¡Que delicia! ¡Regocijante! ¡Un divino deleite! La verga de Raúl fluía a través de mi concha con la facilidad que solo la lubricación más intensa puede provocar. Sin sacármela, se levantó un poco, poniéndose de rodillas y calzándose mis piernas sobre los hombros aumentó el ímpetu de sus embestidas, dándome y dándome con todo, haciéndome saltar prácticamente de la cama con cada ensarte. Yo me estremecía, me retorcía del placer, arqueaba la espalda para sentirlo más adentro todavía, para guardarlo todo dentro de mí, para sentirme bien llena con esa pija que tanto me hacía gozar.
Luego de un rato me la sacó toda empapada en mis espesos flujos vaginales y me dio la vuelta, haciendo que me pusiera en cuatro, me palmeó fuerte la cola, ambos cachetes y me volvió a penetrar, tan profundamente que me parecía sentirlo palpitando en mis entrañas. Me aferró de la cintura y empezó a cogerme con un ritmo implacable, embistiéndome con todo, haciéndome delirar de placer. Mis gemidos debían de escucharse en todo el hotel, pero eso no me importaba, mi único anhelo en ese momento era disfrutar lo máximo que me fuera posible de ese hombre que me tenía completamente trastornada.
Tras unas cuántas penetraciones por la concha, de tan mojada que estaba la pija resbaló por la raya de mi cola y pasó cerca de mi agujero posterior. Por un momento dudé en pedírselo, no quería que me creyera una puta culo roto, pero no me pude resistir y a la siguiente vez que sentí aquel pijazo pasar cerca de mi orificio anal, me lancé:
-¡Haceme la colita papi… porfis…!- le estaba suplicando que me rompiera bien el orto.
Él no dudó, comprobó primero con sus dedos en que estado se encontraba aquella parte de mi cuerpo, y tras darse cuenta que ya lo tenía bastante trajinado, apoyó la punta de su pija justo en el centro del orificio y empezó a empujar… ya tengo los esfínteres recontra elásticos, por lo que la mitad de la pija entró sin problemas, ya para el resto tuvo que hacer algo de fuerza y yo aguantarme algún que otro dolorcito, aunque con tal de tenerla bien enterrada dentro del culo estaba dispuesta a soportar lo que fuera… y más también. Ahora sí, me sentía completamente llena, rebosante de satisfacción. Raúl volvió a aferrarse de mi cintura y empezó a culearme con un ritmo lento y suave primero, quizás porque no sabía que tan roto tenía el culito, pero al darse cuenta que lo tenía bastante abiertito, empezó a darme con todo. Me la metía hasta los huevos, reventándome la cola con los furiosos golpes de su pelvis. Yo estaba totalmente abierta, a su entera disposición, completamente entregada, pidiéndole más y más, dejándome arrasar por ese agresivo bombeo que me hacía sentir que en cualquier momento la pija me saldría por la garganta. Eso hubiera sido el pináculo de la felicidad… jajaja… traspasada por la verga de mi amante. La cosa es que Raúl se entusiasmó con mi culito, no sé si se lo haría a su mujer, pero parecía un chico con chiche nuevo. De a ratos me sacaba la pija y me metía los dedos, para ver hasta donde me llegaban. Y me llegaban bien profundo, les diré. Me los metía casi hasta los nudillos y me daba vueltas adentro, como si buscara algo. Entonces sacaba los dedos y me volvía a meter esa pija de ensueño, dándome unos golpecitos al final que me hacían temblar de la emoción. Fuerte, fuerte, cada vez más fuerte, todo mi cuerpo se sacudía ante la virulencia de sus ensartes, con una mano me sostenía mientras que la otra la tenía enterrada entre mis piernas, presionándome el clítoris, sintiendo como se hinchaba y endurecía, provocándome un dolor intenso aunque delicioso. Mis gemidos y los suyos se intensificaban, coordinándose a la perfección, hasta que en uno de esos últimos y enérgicos ensartes, me la dejo clavada bien adentro del culo y acabo con potentísimos lechazos. Cuándo sentí que estaba a punto de venirse, yo aceleré los movimientos de mis dedos y acabé con él, en una explosión de placer por demás furiosa y rebosante de lujuria.
Ya tenía las piernas entumecidas de tanto estar en cuatro, así que ni bien sentí que me soltó las últimas gotitas de leche, caí como un peso muerto sobre la cama, él cayó sobre mí, sin sacármela todavía, dejándomela bien adentro mientras me decía al oído la muy buena cogida que acabábamos de tener.
-¿Te gustó?- me preguntó en un susurro.
Yo apenas podía hablar, todavía estaba media “grogui” por la violencia de los orgasmos que había tenido. Así que tomé aire, respiré profundo y respondí:
-¡Me destruiste… papito!-
Así me sentía, destruida, por delante y por detrás. Como dije al principio, bien cogida, y mejor culeada. Lo que se dice, la felicidad completa. Besitos.
13 comentarios - Bien cogida, mejor culeada...
la verdad da envidia este raul...tener una hembra tan caliente es impresionante
besos y saludos a mi nuevo heroe personal 😉 maradona dios y raul lo mejor del mundo 😀
FELICITACIONES
GRACIAS POR COMPARTIR !!