Finalmente llegó el verano, y tuve tiempo de ir a conocer la casa de quien había sido mi mejor amigo durante todo el año que había pasado. Nos conocimos en el último año de colegio, y por una razón o por otra, jamás había tenido tiempo de ir. El día que rendimos el último de los exámenes, a ambos nos había ido bien, y estábamos listos para olvidarnos de todo. Así que hacía allá fuimos, sin escalas, a la casa de mi mejor amigo.
Cuando llegamos, cerca de las tres de la tarde, la casa estaba vacía. Hacía demasiado calor, así que sin comer, tirando las mochilas por cualquier lado, nos cambiamos y nos tiramos a la pileta. Después de un rato, comimos, y nos instalamos en el cuarto, con el aire acondicionado. El día pasó bastante rápido, y cada tanto iba llegando parte de la familia, a quienes no conocía; la madre, muy amable me saludó, y me ofreció su ayuda para cualquier cosa que necesitara, su hermana más grande, quien, aunque no vivía allí, había pasado a buscar unas cosas, y quien también, al rato, volvió a salir, y su padre, quien luego de trabajar todo el día, no se molestó en cruzar muchas palabras. La cena pasó muy gratamente, y no tardé mucho en sentirme parte de la familia.
Por la noche, dado que no teníamos absolutamente ningún apuro por irnos a dormir, nos tiramos nuevamente a la pileta, y nos quedamos un rato largo ahí. Ante mi necesidad de utilizar el baño, me sequé lo más rápido que pude, y fui corriendo, tratando de no hacer ruido. Viendo que los padres estaban durmiendo, entré sin tocar, y no fue que terminaba de entrar, que escuché un grito en lo más profundo de mi ser, que me volvió el alma al cuerpo. Luego de unos segundos reaccioné, y salí del baño. Por lo visto, no estaba considerando que mi amigo tenía otra hermana, menor que nosotros, y lo que menos estaba considerando, es que estuviera, y menos aún, que estuviera en el baño. Pero así fue. Había visto a la hermana de mi mejor amigo, saliendo de la ducha, totalmente desnuda, y ni siquiera sabía que existía. Obviamente no había tenido el suficiente tiempo como para verla completa, pero lo que vi, no me disgustó.
Para mi sorpresa nadie se había molestado en venir. O los padres de mi amigo dormían muy profundo, o ni les sorprendió el grito de su hija. Por mi amigo, lo entendí, porque se encontraba bastante lejos de la situación. Por mi parte, no sabía qué hacer, me estaba muriendo de vergüenza por un lado, pero seguía necesitando usar el baño; era el único con bidé en toda la casa. Simplemente esperé.
Cuando ella salió, evidentemente sabía que yo todavía estaba ahí. Ni se molestó en cruzarme una palabra, y menos aún una mirada, se ve que no le había gustado que la viera. Entré al baño, hice lo mío y salí. La culpa me pudo, y fui al cuarto de ella, en donde, luego de algunos segundos, toqué la puerta.
- ¿Quién es? - me preguntó con una voz calma, pero poderosa.
- Soy Charlie, el amigo de Tomás - qué más podía decir.
- ¿Qué querés?
- Disculparme.
- Bueno. Gracias. - Tampoco me quería ahí.
- ¿Puedo pasar? - Ya me debería haber ido para entonces.
- ¿Y verme desnuda de nuevo? ¿Sos pelotudo o qué? - Definitivamente no me quería ahí.
- Es que no pude verte la primera vez - Acudí a la gracia, y escuché una risa callada.
- ¿Te podés ir, por favor?
- ¿De tu casa? - Era todo o nada.
- No, tonto, de mi casa no, de mi cuarto.
- Es que no podemos empezar así. Me voy a estar quedando varios días, por lo menos quiero saludarte, como si no hubiera pasado nada.
- ...
- ...
- Bueno, pasa.
Al entrar, me sentí en el paraíso. El cuarto se encontraba perfectamente ordenado. Ella, angelicalmente vestida, con un vestidito blanco, con el que calculo que dormirá, unos ojos verdes hermosos, y un pelo prolijamente despeinado, marrón claro. Noté que me miraba a los ojos.
- Hola - Se me ocurrió decir, para romper el silencio.
- Hola - Respondió, mientras me dejaba de mirar directamente a los ojos. - ¿Ya está, te podés ir?
- Si - Me hice la víctima, mientras daba la vuelta - perdoname.
- Pará - dijo mientras yo salía por su puerta. Mi sonrisa apareció al instante, pero la traté de controlar. Me di vuelta, y pasó algo que no vi venir. Recibí la cachetada menos esperada que jamás te pueden dar. - le llegás a decir algo a Tomás de lo que estaba haciendo y no volvés a esta casa.
No dije una palabra y me fui. Pero algo me quedó dando vueltas en la cabeza... ¿qué estaba haciendo? No recuerdo que haya estado haciendo nada fuera de lo común. ¿Por qué habrá dicho eso? Me sentí como un tarado. Seguro que me había perdido de algo por mi inocencia. No pude dormirme muy rápido, tanto por ella como por el calor. Necesitaba salir un rato. Me levanté tratando de no hacer ruido, y fui hacia la cocina; la luz estaba prendida, seguramente el padre o la madre se habrían levantado por la misma razón que yo, pero para mi sorpresa, no era ninguno de los dos. Estaba empezando a pensar que eran señales las que estaba recibiendo.
- ¿Que hacés acá? ¿Tratando de verme desnuda de nuevo? - fue lo absoluto primero que dijo
- No me la vas a perdonar más, ¿no?
- ¡Me viste desnuda, pendejo! - había un cierto tono de informalidad en sus palabras
- ¡Que no te vi! Ojalá lo hubiera hecho. - Ahí la cagué, se le abrieron los ojos a más no poder
- ¡¿Qué?! Estás enfermo.
- No grites, loca, vas a despertar a tus viejos.
- ¿Loca? Andate a la mierda infeliz. - Agarró su vaso de agua y me lo tiró en la cara mientras se volvía a su cuarto. ¿Cómo puede ser que la hubiera cagado tanto?
Tuve que tomar una decisión. Me sequé y fui directo a su cuarto. No me importó nada, ya estaba todo en cualquier lado, lo único peor que podía pasar era que me echara de su casa, y de todas formas no me iba a ir. Entré sin tocar y estaba en su cama, con la cara en la almohada. Apenas entré se dio vuelta, y tenía la cara llena de lágrimas. Me partió el corazón verla así. No estaba enojada, simplemente rendida. No le molestó que la estuviera viendo llorar. Ahí estábamos. Yo en la puerta, con toda mi ira que me tuve que contener, y ella... siendo ella, no sé. En cualquier otra situación me hubiera ido, pero sentí que ella necesitaba hablar con alguien. Fui hasta su cama, y me senté. Algo me hizo llevar mi mano hasta su cara y secarle las lágrimas. Se dio vuelta, mirando hacia arriba. Las palabras no fueron necesarias. Ya habíamos vivido todo en un par de horas. Me acerqué lentamente hasta su cara y le di un beso. Al principio no respondió, pero tampoco se negó. Me quedé esperando. Entonces me lo devolvió.
Estabamos los dos acostados en su cama, recién nos habíamos conocido y ya nos estabamos besando. Esos serían unos días muy felices, al menos para mí.
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Cuando llegamos, cerca de las tres de la tarde, la casa estaba vacía. Hacía demasiado calor, así que sin comer, tirando las mochilas por cualquier lado, nos cambiamos y nos tiramos a la pileta. Después de un rato, comimos, y nos instalamos en el cuarto, con el aire acondicionado. El día pasó bastante rápido, y cada tanto iba llegando parte de la familia, a quienes no conocía; la madre, muy amable me saludó, y me ofreció su ayuda para cualquier cosa que necesitara, su hermana más grande, quien, aunque no vivía allí, había pasado a buscar unas cosas, y quien también, al rato, volvió a salir, y su padre, quien luego de trabajar todo el día, no se molestó en cruzar muchas palabras. La cena pasó muy gratamente, y no tardé mucho en sentirme parte de la familia.
Por la noche, dado que no teníamos absolutamente ningún apuro por irnos a dormir, nos tiramos nuevamente a la pileta, y nos quedamos un rato largo ahí. Ante mi necesidad de utilizar el baño, me sequé lo más rápido que pude, y fui corriendo, tratando de no hacer ruido. Viendo que los padres estaban durmiendo, entré sin tocar, y no fue que terminaba de entrar, que escuché un grito en lo más profundo de mi ser, que me volvió el alma al cuerpo. Luego de unos segundos reaccioné, y salí del baño. Por lo visto, no estaba considerando que mi amigo tenía otra hermana, menor que nosotros, y lo que menos estaba considerando, es que estuviera, y menos aún, que estuviera en el baño. Pero así fue. Había visto a la hermana de mi mejor amigo, saliendo de la ducha, totalmente desnuda, y ni siquiera sabía que existía. Obviamente no había tenido el suficiente tiempo como para verla completa, pero lo que vi, no me disgustó.
Para mi sorpresa nadie se había molestado en venir. O los padres de mi amigo dormían muy profundo, o ni les sorprendió el grito de su hija. Por mi amigo, lo entendí, porque se encontraba bastante lejos de la situación. Por mi parte, no sabía qué hacer, me estaba muriendo de vergüenza por un lado, pero seguía necesitando usar el baño; era el único con bidé en toda la casa. Simplemente esperé.
Cuando ella salió, evidentemente sabía que yo todavía estaba ahí. Ni se molestó en cruzarme una palabra, y menos aún una mirada, se ve que no le había gustado que la viera. Entré al baño, hice lo mío y salí. La culpa me pudo, y fui al cuarto de ella, en donde, luego de algunos segundos, toqué la puerta.
- ¿Quién es? - me preguntó con una voz calma, pero poderosa.
- Soy Charlie, el amigo de Tomás - qué más podía decir.
- ¿Qué querés?
- Disculparme.
- Bueno. Gracias. - Tampoco me quería ahí.
- ¿Puedo pasar? - Ya me debería haber ido para entonces.
- ¿Y verme desnuda de nuevo? ¿Sos pelotudo o qué? - Definitivamente no me quería ahí.
- Es que no pude verte la primera vez - Acudí a la gracia, y escuché una risa callada.
- ¿Te podés ir, por favor?
- ¿De tu casa? - Era todo o nada.
- No, tonto, de mi casa no, de mi cuarto.
- Es que no podemos empezar así. Me voy a estar quedando varios días, por lo menos quiero saludarte, como si no hubiera pasado nada.
- ...
- ...
- Bueno, pasa.
Al entrar, me sentí en el paraíso. El cuarto se encontraba perfectamente ordenado. Ella, angelicalmente vestida, con un vestidito blanco, con el que calculo que dormirá, unos ojos verdes hermosos, y un pelo prolijamente despeinado, marrón claro. Noté que me miraba a los ojos.
- Hola - Se me ocurrió decir, para romper el silencio.
- Hola - Respondió, mientras me dejaba de mirar directamente a los ojos. - ¿Ya está, te podés ir?
- Si - Me hice la víctima, mientras daba la vuelta - perdoname.
- Pará - dijo mientras yo salía por su puerta. Mi sonrisa apareció al instante, pero la traté de controlar. Me di vuelta, y pasó algo que no vi venir. Recibí la cachetada menos esperada que jamás te pueden dar. - le llegás a decir algo a Tomás de lo que estaba haciendo y no volvés a esta casa.
No dije una palabra y me fui. Pero algo me quedó dando vueltas en la cabeza... ¿qué estaba haciendo? No recuerdo que haya estado haciendo nada fuera de lo común. ¿Por qué habrá dicho eso? Me sentí como un tarado. Seguro que me había perdido de algo por mi inocencia. No pude dormirme muy rápido, tanto por ella como por el calor. Necesitaba salir un rato. Me levanté tratando de no hacer ruido, y fui hacia la cocina; la luz estaba prendida, seguramente el padre o la madre se habrían levantado por la misma razón que yo, pero para mi sorpresa, no era ninguno de los dos. Estaba empezando a pensar que eran señales las que estaba recibiendo.
- ¿Que hacés acá? ¿Tratando de verme desnuda de nuevo? - fue lo absoluto primero que dijo
- No me la vas a perdonar más, ¿no?
- ¡Me viste desnuda, pendejo! - había un cierto tono de informalidad en sus palabras
- ¡Que no te vi! Ojalá lo hubiera hecho. - Ahí la cagué, se le abrieron los ojos a más no poder
- ¡¿Qué?! Estás enfermo.
- No grites, loca, vas a despertar a tus viejos.
- ¿Loca? Andate a la mierda infeliz. - Agarró su vaso de agua y me lo tiró en la cara mientras se volvía a su cuarto. ¿Cómo puede ser que la hubiera cagado tanto?
Tuve que tomar una decisión. Me sequé y fui directo a su cuarto. No me importó nada, ya estaba todo en cualquier lado, lo único peor que podía pasar era que me echara de su casa, y de todas formas no me iba a ir. Entré sin tocar y estaba en su cama, con la cara en la almohada. Apenas entré se dio vuelta, y tenía la cara llena de lágrimas. Me partió el corazón verla así. No estaba enojada, simplemente rendida. No le molestó que la estuviera viendo llorar. Ahí estábamos. Yo en la puerta, con toda mi ira que me tuve que contener, y ella... siendo ella, no sé. En cualquier otra situación me hubiera ido, pero sentí que ella necesitaba hablar con alguien. Fui hasta su cama, y me senté. Algo me hizo llevar mi mano hasta su cara y secarle las lágrimas. Se dio vuelta, mirando hacia arriba. Las palabras no fueron necesarias. Ya habíamos vivido todo en un par de horas. Me acerqué lentamente hasta su cara y le di un beso. Al principio no respondió, pero tampoco se negó. Me quedé esperando. Entonces me lo devolvió.
Estabamos los dos acostados en su cama, recién nos habíamos conocido y ya nos estabamos besando. Esos serían unos días muy felices, al menos para mí.
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