Buenas, pues aqui traigo m segundo relato erotico, en verdad les digo que es el mejor relato que jamas podran leer, es bastante largo, pero es lo mejor de lo mejor!!
les digo que no se arrepentiran de leer este relato!!!!!
sin mas nada que decir, los dejo con las historia, agregenlo a favorito para que no lo pierdan xD
No es de mi autoria pero se los comparto por su gran calidad de detalles y erotismo.
Autor: Puma_alucinado
Eran las 10:30 de la noche y comenzaba a desesperar porque mi esposa no aparecía y el frío arreciaba. Había quedado muy formal de pasar por mí a las 10:00 a mi oficina para ir a bailar en compañía de una pareja de amigos suyos en un nuevo antro en la Zona Rosa de la Ciudad de México.
Tuve que salir de mi oficina a las 10:00 porque siendo viernes el edificio lo cierran a esa hora, así es que de plano estaba en plena calle, con el frío entumeciendo mis manos y con un creciente enojo reflejado en mi rostro.
El plan inicial era ir a cenar en algún lugar en la Condesa o en la Roma y esperar mientras Claudia y Arturo llegaban y después ir a bailar salsa hasta la madrugada. Tal plan no me emocionaba demasiado, porque la idea de ir a bailar de por si no me gusta, y si encima es en compañía de amigos de mi esposa, pues es aún menos interesante; sin embargo, ella insistió tanto que no pude negarme.
A las 10:45, cuando estaba a punto de tomar un taxi para ir a mi casa, pude observar el auto de mi esposa acercándose a lo lejos, y percibí entonces lo que consideré en ese momento sería la gota que derramaría el vaso (cuan equivocado estaba): mi cuñada, hermana mayor de mi esposa y a sus 28 años aún soltera y sin visos de matrimonio en el corto plazo, venía cómodamente sentada al lado de mi esposa; esperé ilusamente que en el asiento trasero viniera algún amigo para hacerle compañía, ya que de lo contrario mi esposa pasaría la noche preocupada por que su hermanita estaría sentada sola o bailando con un desconocido; y su sentimiento de culpa acabaría por arruinar la noche.
Cuando el auto se estacionó frente a mí asomé mi cabeza al asiento trasero y como me lo temía, estaba vacío. Mi esposa notó inmediatamente mi molestia, y con la mejor de sus sonrisas me dijo:
- ¡Mira quien vino!, me tardé por que esperé a que Gaby se preparara y se pusiera muy bonita para acompañarnos.
Sonreí, pero mi sonrisa se hizo más real cuando saludé a mi cuñada metiendo la mitad de mi cuerpo por la ventanilla abierta y noté que iba vestida como nunca la había visto, ni siquiera imaginado.
Gaby es una mujer de 28 años, delgada y de estatura media, muy deportista y muy tímida, siempre vestida con ropa holgada que no muestra nada y no deja nada a la imaginación, porque con esa ropa no te puedes imaginar nada; se la pasa horas en el gimnasio, corriendo, o haciendo ejercicio en su casa; casi no tiene amistades, va de su casa al trabajo, del trabajo al gimnasio o a correr y de regreso a su casa. Desde que me casé con mi esposa no le he conocido un solo novio o amigo, había llegado a pensar incluso que era lesbiana.
Esa noche, descubrí en ella, un cuerpo de mujer increíble, por primera vez libre de su ropa masculina. Llevaba puesta una blusa negra semi-transparente con un marcado escote hacia el frente, por primera vez conocía el color de su pecho: un moreno apiñonado que iba muy bien con sus ojos. Sus senos, del tamaño exacto para poderlos besar y amasar a placer, desafiaban la gravedad, no se si era por el tipo de brassiere que llevaba o por el suave calor que lentamente iba creciendo en mi cuerpo, me parecieron perfectos, pude ver únicamente el contorno superior, que brillaba tímidamente tal vez por la aplicación del algún maquillaje. Llevaba también una minifalda del mismo color, que dejaba al descubierto sus largas y bien torneadas piernas; mi mirada agradeció las horas entregadas en el gimnasio y en la pista de carrera, porque se podía notar el trabajo intenso que realizaban todos los días.
En tono suplicante Gaby me dijo:
- No te enojes cuñis, me voy a portar muy bien.
Al pronunciar estas palabras me sacó de mis profundas cavilaciones y me hizo retirar la mirada de sus deliciosas piernas, levanté la mirada y por la vergüenza de haber sido descubierto, eché el cuerpo hacia atrás, golpeándome la cabeza muy fuerte; las dos estallaron en carcajadas.
Mi esposa le pidió a Gaby que se pasara al asiento trasero para que pudiera sentarme en su lugar, inmediatamente ella abrió la puerta y yo me hice a un lado para dejarla pasar, y fue entonces que me hizo el que pensé sería el más grande regalo de la noche: al bajar pude ver su esbelta figura en toda su magnitud: su cabello largo recogido dejaba ver sus delgados hombros en plenitud, la caída de su delgada blusa permitía casi sentir sus pechos, noté entonces que la blusa le llegaba justo a la altura del ombligo, y éste se asomaba coqueto por entre las telas; su minifalda ya no me parecía tan corta, estaba justo por arriba de sus rodillas; cuando caminó a la puerta trasera pude ver su increíblemente redondo y duro trasero, que se levantaba imponente por debajo de la ropa.
Abrí la puerta trasera y cuando subió tuve que hacer un enorme esfuerzo para no asomarme un poco y ver que escondía debajo de su falda, ya que mi esposa podría molestarse.
Al subir al auto, mi esposa me sacó de mi incipiente calentura al decirme que sus amigos venían tarde, por lo que tendríamos que esperarlos un poco más. Les dije entonces que fuéramos a un pequeño restaurante cercano, muy bien iluminado (no quería perder detalle del recientemente descubierto cuerpo de mi cuñada); ellas accedieron y allá nos dirigimos.
Al llegar al lugar bajé rápidamente del auto y abrí la puerta de mi esposa (no quería que se sintiera desplazada); mientras tanto un Valet Parking se daba el agasajo visual de su vida al abrir la puerta a mi cuñada y ayudarla a bajar, cuando le entregué las llaves, mi mirada revelaba mi molestia y mi esposa me preguntó:
- ¿Porqué te has molestado?
A lo que respondí un tanto apenado:
- Lo que sucede este tipo vio a Gaby de una manera muy lasciva (igual que yo hacía no menos de 15 minutos antes)
Ella desaprobó la actitud del conductor y sonrió (yo era su héroe), mientras que para mi sorpresa, mi cuñada me tomó muy fuerte del brazo diciéndome al oído:
- Muchas gracias, creo que no estoy acostumbrada a esta ropa y de pronto puedo enseñar de más.
Sonreí y le dije arriesgándome un poco:
- No te preocupes Gaby, luces espectacular y en cierta forma entiendo a este muchacho que al verte no ha podido evitar mirar de más.
Ella sonrió y me dio un sonoro beso en la mejilla
A partir de ese momento las cosas transitaron de manera muy tranquila, llegamos a la mesa y como siempre he sido muy caballeroso ayudé a mis dos acompañantes a sentarse y ponerse cómodas, llamé al mesero y pedí Margaritas para los tres. Mi esposa me miró extrañada porque yo no acostumbro tomar, pero le dije que estaba muy contento de estar con dos mujeres tan hermosas.
No se si mi subconsciente estaba preparando el camino para lo que sucedería después, pero de no ser así fue un enorme aliciente, ya que al calor de las copas, las lenguas tienden a soltarse y los temas de conversación pueden hacerse más y más picantes. Tal fue el caso y después de la tercera margarita, la conversación derivó a temas personales, muy personales diría yo.
Comenzamos a hablar de las relaciones sexuales prematrimoniales, mi esposa proviene de una familia muy conservadora y yo lo sabía, pero el alcohol me animó a revelar uno de nuestros más profundos secretos: nosotros habíamos hecho el amor antes de casarnos (y no una, sino muchas veces). Al escucharlo, mi cuñada mostró una enorme sorpresa y miró a su hermana con profunda desaprobación. A mí me miró como si estuviera decepcionada por mi conducta, tuve entonces que contraatacar y le pregunté directamente:
- No me vas a decir que a tus 28 años no te has acostado con nadie
Gaby no esperaba una pregunta tan franca, me miró directamente a los ojos y me dijo:
- No; yo soy VIRGEN
La palabra quedó retumbando entre nosotros: Virgen, virgen, virgen.
Quedamos en silencio durante algunos eternos minutos, en primera porque el tema seguramente era muy delicado para mi cuñada, pero por otro lado porque personalmente comencé a sentir una enorme atracción por ella, más allá de su ya comentado bien formado cuerpo, sino el hecho de ser virgen representaba para mí algo totalmente nuevo.
Siempre había considerado la virginidad como una forma de control de los padres a los hijos, hacer el amor a mi esposa antes del matrimonio fue para mí de lo más normal, y casarme con ella, siendo que ya no era virgen, no me afectó moralmente en lo más mínimo, pensaba que todos experimentábamos nuestra sexualidad desde muy jóvenes. El saber que Gaby era virgen, creaba para mí un morbo impresionante, pensar que ningún hombre había llegado hasta su intimidad y la había hecho gozar como toda una mujer provocaba en mí un enorme deseo de hacerlo; imaginar al menos 15 años de energía sexual contenida en ese hermoso cuerpo, y lista para ser encendida y explotada a placer me causaba una excitación única.
Mi mujer rompió el silencio con una suave reprimenda para mí:
- Si, Gaby es virgen y es algo que a ti no te concierne.
Las miré y me disculpé, y mi cuñada me dijo:
- Está bien, tampoco es para tanto, estoy segura de que no soy ni seré la última mujer virgen a los 28 años.
Por su comentario supuse que le había dolido lo que había dicho, me entristeció el tono de su voz, y no supe que más decir.
Entonces, como decimos por acá: Me salvó la campana; el teléfono celular de mi esposa timbró en repetidas ocasiones, eran sus amigos, ya estaban por llegar al antro y tendríamos que apresurarnos para no perder nuestra reservación.
Pagué entonces la cuenta y subimos al auto, esta vez manejé yo y mi esposa se subió al asiento de atrás con mi cuñada, hablaban en secreto y no podía entender lo que decían, aunque estaba seguro de que seguían hablando del tema. Por mi parte esperaba que los amigos de mi mujer llegaran con algún amigo, de esa forma mi cuñada no estaría sola tendría que bailar con desconocidos, cosa improbable debido a su timidez.
Al llegar una vez más me decepcioné, solo estaban Claudia y Arturo fuera del antro. Entramos, nos asignaron nuestra mesa y al sentarnos Gaby se sentó junto a mí me dijo:
- Vamos cuñis, invítame otra margarita y te perdono.
Accedí de inmediato y pedí una vez más margaritas para todos.
Bailé un rato con mi esposa, la pista estaba demasiado llena y el ritmo de la música hacía que constantemente chocara contra su cuerpo o contra los vecinos de baile. Mi esposa volteaba constantemente a la mesa y Gaby seguía ahí, sola, varios “aventados” se habían animado a sacarla a bailar, pero ella solo sonreía tímidamente y negaba con la cabeza. Pensaba en invitarla a bailar, pero mi mujer estaba muy entretenida.
Después de cerca de 30 minutos de baile en la pista, el conjunto en vivo fue a descansar y comenzaron a poner música grabada, empezó una canción lenta que no logro recordar, y mi esposa me dijo
- Anda, saca a bailar a Gaby, está muy solita.
Con una enorme sonrisa me dirigí a la mesa, mientras mi mujer iba al servicio. Al llegar, le dije a Gaby
- Porqué tan solita, estoy seguro que no menos de 10 ilusos se acercaron y los has bateado como bolas de beisbol
Ella soltó una sonora carcajada y me dijo que no sentía confianza de bailar con nadie, porque temía que se propasaran. Yo le dije
- Si prometo no propasarme, ¿bailas conmigo?
Ella dijo entonces lo que de plano cambiaría el rumbo de los acontecimientos aquella noche:
- Bailo contigo solo si prometes propasarte.
Me dejó helado y por ende mudo, me quedé inmóvil unos segundos y ella se levantó y me dijo
- Vamos, quita esa cara de tonto que has puesto y llévame a la pista porque esa canción me encanta.
Bailamos muy juntitos el resto de la canción, pero yo intentaba no estar demasiado cerca para que no fuera a notar la discreta erección que habían provocado su último comentario y todo lo ocurrido a lo largo de la noche.
Al terminar la canción pusieron una tanda de rock nacional que a mi esposa no le gusta, por lo que seguimos bailando un buen rato. Al terminar la tanda, el grupo en vivo regresó al escenario, y yo pensé que ahí terminaría mi corta aventura, pero para mi sorpresa mi esposa se acercó a nosotros y nos dijo que sus zapatos le apretaban un poco y prefería estar sentada, que nosotros le “sacáramos brillo a la pista”.
El grupo comenzó a tocar salsa. Lo cadencioso de la música, acompañado de los movimientos sensuales de mi cuñada, me sumergieron en un estado de excitación nunca antes experimentado. Sus movimientos eran cada vez más cercanos a mí, y conforme la pista se llenaba de personas, nuestros cuerpos tenían que juntarse con mayor frecuencia y con mayor fuerza; en una vuelta en la que ella quedó de espaldas a mí, el destino hizo de las suyas, porque simultáneamente yo fui empujado por la espalda, quedando mi cuerpo pegado al suyo y unos brazos chocaron con los míos quedando mi brazo derecho abrazándola por detrás, justo por debajo de sus pechos, mi mano derecha se posó durante fracciones de segundo en su seno izquierdo, mientras que mi pene erecto se recargaba en su poderoso trasero.
Retiré de inmediato mi mano y me separé de ella esperando que no hubiese notado mi enorme erección en sus nalgas, al fin de cuentas era la hermana de mi esposa, además de una mujer hasta entonces muy conservadora, y no quería tener problemas con nadie. Al terminar la canción decidí que era momento de terminar con aquella locura y acompañé a mi cuñada a la mesa con la intención de bailar otra vez con mi esposa, además yo ya estaba muy caliente y tenía que buscar con quien desahogarme, y quien mejor que mi bella mujer.
Mi esposa me dijo que me sentara un momento para descansar, quedé sentado en medio de las dos. Miré a mi esposa con unos ojos que revelaban la cachondez que recorría mi cuerpo y comencé a besarla apasionadamente, discretamente introduje mi mano debajo de su blusa y sobaba la parte inferior de sus tetas por encima del brassiere, ella reaccionó de inmediato y pasó su mano por detrás de mi cuello con fuerza para acercarme más a ella. Nuestro intenso beso duró algunos minutos, en los que ella constantemente sobaba mi pene por encima del pantalón.
Al terminar nuestra sesión de besos, volví a sentarme cómodamente en la silla y tomé mi copa para brindar por el hecho de estar juntos, pero noté entonces que mi cuñada me miraba, y no podía evitar mostrar un dejo de molestia y tal vez celos en su mirada.
Comenzó una vez más la música grabada, y fue entonces mi cuñada quien tomó la iniciativa y me pidió bailar con ella, miré a mi esposa como pidiendo su aprobación y ella me sonrió y me dijo:
- Ve a bailar, yo aquí te espero para que me vuelvas a dar un poco de amor…
Gaby se levantó y en dos segundos ya estábamos en la pista, estaban tocando Reggaeton, género musical que hasta entonces despreciaba, y digo hasta entonces porque al observar las caderas de Gaby moviéndose al ritmo de “La gasolina”, idolatré al creador de semejante ritmo que hacía que el imponente trasero de mi cuñada se moviera tan sugerentemente, tan cerca de mí.
Las copas y el entorno, junto con el mujerón que era mi pareja me llevaron a donde no pensé que pudiera, comencé a moverme al ritmo de la música, al principio conservando el espacio fundamental con mi cuñada para evitar una bofetada, pero ya después, “entrados en gastos y en confianza”, rozando descaradamente sus curvas so pretexto del baile. Ah, el reggaeton, hermosa justificación para poder gozar el cuerpo de una mujer frente a los demás, incluso de tu cuñada frente a tu propia esposa.
La música seguía y seguía, parecía interminable, las curvas de mi cuñada se movían cada vez más sugerentemente, apoyaba constantemente mis manos en sus caderas justo ahí, en donde la curva de sus nalgas se hacía más profusa y no había riesgo de que se molestara, y ella ponía sus manos sobre las mías, moviendo sus caderas de un lado a otro, y ayudando disimuladamente a bajar milímetro a milímetro mis manos, en una peligrosa operación en la que ambos éramos cómplices, pero que no nos atrevíamos a confesar. Pasados unos minutos, mis manos ya no estaban apoyadas en sus caderas, sino que ayudaban descaradamente en el delicioso movimiento de su redondo culo, subían y bajaban con toda libertad siempre acompañadas por las suyas, comenzando en su diminuta cintura en donde mis dedos tenían la posibilidad de tocar su piel desnuda, y bajando cadenciosamente por los costados de sus nalgas y hasta sus bien formados muslos, por encima de su falda. La suave tela se deslizaba entre mis dedos fácilmente, pero yo me preguntaba como sería su piel, como se sentiría el rose de mis dedos directamente con la piel desnuda en sus piernas.
El reggaeton seguía sonando con toda su fuerza, y las parejas en la pista cada vez nos arremolinábamos con más sensualidad; de cuando en cuando mi cuñada me miraba a los ojos, no podía más que interpretar lujuria en su mirada, probablemente me equivocaba, pero como el borracho piensa que todos a su alrededor están borrachos, yo pensaba y juraba que mi cuñada estaba experimentando en su cuerpo las mismas sensaciones que recorrían el mío desde hacía un rato.
Llevé entonces nuestra travesura un poco más allá, cada vez que mis manos bajaban por sus piernas, intentaba bajarlas un poco más, hasta conseguir tocar su piel directamente, eventualmente lo logré, en una de tantas caricias, mis manos se deslizaron por debajo de su falda, y lentamente las fui subiendo hasta sentir el sudor de sus muslos, fue una sensación indescriptible; el sudor lubricó por decirlo así el movimiento, haciéndolo si es posible más erótico, Gaby se detuvo una fracción de segundo y volteó a mirarme, por un momento pensé que el juego terminaba ahí; pero no fue así, sonrió y siguió bailando como si nada hubiera pasado.
Con la confianza que ello representaba, mis manos ya no sintieron temor alguno, y empezaron a subir y bajar por debajo de su falda. Nuestros cuerpos estaban tan pegados que la operación era casi imperceptible para los que nos rodeaban, que pensándolo bien se habían vuelvo cómplices de nuestro pecado.
El sudor de mis manos combinado con el de sus piernas acabó por excitarme aún más, esta vez la operación era a la inversa, mis manos iban subiendo disimuladamente por sus piernas, con el firme y descabellado propósito de llegar a ese anhelado culo que me esperaba a tan solo unos centímetros de distancia. Ella por su parte seguía moviéndose, sus manos ya no me acompañaban, al parecer había decidido dejarme tomar mi propio camino, interpreté la señal como una luz verde, y mis manos lentamente llegaron a posarse en ese increíble trasero que horas atrás solo imaginaba y días atrás ni siquiera consideraba existente.
La sensación era increíble, Gaby llevaba puesta una diminuta tanga que apenas podía sentir, por lo que mis manos se convirtieron en dueñas absolutas de aquel terreno virgen que seguramente nadie había disfrutado aún. Su culo estaba duro como una piedra gracias a las horas sacrificadas en el gimnasio, era redondo, muy redondo, su piel era tan suave como un durazno y mis manos se dedicaron a recorrerlo en cada centímetro, desde el punto en el que formaba esa deliciosa curva en el final de sus piernas, hasta cerca de su espalda; ella por su parte simplemente se hacía cada vez más hacia atrás, con una desesperación que no conocía en nadie.
A esas alturas ya no bailábamos, nos dejábamos llevar en una cadencia sensual infinita digna de cualquier película pornográfica; de cuando en cuando ella se paraba totalmente derecha y yo aprovechaba para acercarla hacia mí y dejarla sentir mi erección justo en donde mis manos recientemente se habían deleitado.
Ya no me importaba nada, en ese momento bien podría haber llegado a la pista mi mujer y yo hubiera seguido con mi deliciosa faena, tener esa magnífica y caliente hembra en mis manos, saber que era virgen y que tendría contenidos en si toda clase de bajos instintos; y además saberme elegible para la importante tarea de descubrirlos y explotarlos, me tenía absolutamente extasiado.
Para mi mala suerte, la música terminó y tuvimos que separarnos inmediatamente, caminamos de la mano hacia la mesa en donde mi esposa nos esperaba con una enorme sonrisa. Al sentarnos, una vez más quedé en medio de las dos, y mi mujer aprovechó para seguir lo que habíamos dejado pendiente, comenzó a besarme el cuello mientras acariciaba mi pene que ya denotaba para entonces una considerable erección. Me sonrió sorprendida y me dijo
- Que bien, estás listo para todo
Yo sonreí y Gaby, como no queriendo la cosa dijo
- ¿Listo para qué?
Mi mujer muy apenada respondió que no era nada y se volteó a comentar algo con sus amigos, mientras que mi cuñada acercándose a mi oído y esta vez ella acariciando descaradamente mi erecto miembro me dijo:
- Si, ya me imagino para que estás listo
Me dejó boquiabierto, de plano era una persona distinta a la que había conocido hasta el momento, probablemente eran una gran cantidad de elementos que estaban poniendo a esta hembra a punto, y yo era el afortunado que estaría ahí cuando sucediera.
Me hubiera gustado dejar el antro de inmediato y llevarme a Gaby al primer hotel que encontrara, pero era imposible, la presencia de mi esposa y de sus amigos me limitaban demasiado, sin embargo no estaba dispuesto a dejar el asunto ahí, además de que no podía dejar pasar la noche sin que ocurriera algo, porque pasado el efecto del alcohol y la calentura en ambos tal vez no nos animaríamos a nada.
En ese momento hice “mi movimiento”, era algo que había aprendido hace más de 15 años y siempre parecía tener el mismo efecto en todas las mujeres la primera vez que lo hacía: coloqué mi mano derecha cerrada con los dedos en punta sobre la rodilla desnuda de mi cuñada y suavemente deslicé mis dedos hacia fuera abriendo la mano; repetí la operación varias veces obteniendo el resultado deseado, la piel de la pierna de mi cuñada se había erizado y su respiración sufrió un vuelco.
Para disimular mi accionar, con mi mano libre abracé a mi esposa por la baja espalda, pero creo que ella también estaba un poco cachonda, y discretamente la bajó a sus nalgas mientras seguía platicando muy quitada de la pena con sus amigos. La escena era irrepetible, con una mano estaba acariciando el hermoso culo de mi esposa, ahí frente a sus amigos, y con la otra acariciaba tímidamente la pierna de mi cuñada, en las mismas narices de mi esposa. Hoy entiendo el riesgo que corría, pero tal vez ese factor hacía más excitante la situación.
Gaby tomó mi mano, quizás sentía que habíamos llegado demasiado lejos y detendría todo de inmediato. Pero no fue así, lentamente fue subiéndola por su pierna, recorriendo palmo a palmo sus músculos y carne caliente, sintiendo cada imperfección y detalle de su piel desnuda bajo mis dedos. Subió mi mano por debajo de su falda, y se perdió con la oscuridad de la tela. Mi erección parecía no conocer de limites fisiológicos, cada segundo transcurrido mi pene crecía mas y mas y pedía a gritos ser liberado de su prisión de tela.
Mi mano seguía recorriendo hacia arriba y hacia abajo la pierna de Gaby, tratando en cada movimiento llegar mas arriba, para tocar por primera vez su preciado tesoro, su triángulo de energía jamás tocado por hombre alguno, su ardiente sexo necesitado de un hombre que le enseñara a tocar el cielo.
En el instante mismo en que mi mano alcanzaba su destino final, una poderosa descarga eléctrica pareció apoderarse de nosotros, ella apretó mi mano con una fuerza increíble y yo estuve a punto de alcanzar un orgasmo sin necesidad de más contacto que ese. Su tanga estaba muy mojada, pude percibir por un instante la viscosidad de sus flujos vaginales, el calor de su sexo encendido ansioso de batalla, y yo estaba dispuesto a librarla.
Ella se detuvo intempestivamente, tomó mi mano y la alejó con fuerza de su entrepierna. Me miró, me guiñó el ojo, acto seguido dijo a mi esposa que iría al servicio, que no tardaba.
Yo me quedé ahí sentado con un palmo de narices y sin entender que demonios había pasado. Con una increíble calentura que solo podría liberar con una larga sesión de sexo con mi mujer horas mas tarde.
Tan solo unos segundos después regreso Gaby con el rostro visiblemente desencajado, algo le dijo a mi mujer y por un momento pensé que le estaría contando de nuestra candente aventura. Los colores se me subieron a la cara, y pensé que ahí terminaba todo. Mi esposa me miró y me dijo en secreto que Gaby le había pedido que yo acompañara al servicio porque en el camino se había encontrado a un grupo de muchachos que la incomodó, voltee a mirar a gaby que mostraba una sonrisa entre preocupada y sugerente. Entendí entonces su plan: esa era la única forma en que podríamos estar lejos de mi esposa al menos unos minutos
Me levanté de inmediato, no sin antes esconder como pude mi ya muy visible paquete. Gaby me tomó de la mano y me llevó prácticamente a rastras hacia los baños, que se encontraban en el segundo piso del local. Metros antes de llegar, se detuvo, me miro a los ojos y me dijo:
- ¿Qué te has propuesto, porqué me haces esto?
Yo no sabía que decir, pero atiné a balbucear la respuesta exacta:
- Porque te gusta
Ella sonrió y preguntó:
- ¿Cómo sabes que me gusta?
Yo en plan tan aventado como estaba, tomé mi mano derecha y me la llevé a mi nariz, la olfatee detenidamente y al terminar le dije:
- El olor y la humedad de mi mano me dicen que estás tan excitada como yo.
Definitivamente ambos sabíamos lo que deseábamos, los juegos previos no dejaban lugar a dudas, sin embargo, ninguno se decidía a atravesar esa delgada línea después de la cual no hay retorno. La vieja "moral mexicana" nos frenaba, pero pensándolo bien ya estábamos mas allá: minutos atrás mis manos habían acariciado desesperadamente sus nalgas y ella misma había llegado hasta ahí no solo permitiéndomelo sino ayudándome en la tarea y definitivamente la sobada de mi pene frente a mi esposa no era algo que pudiera pasar inadvertido.
Con todos estos pensamientos, me convencí que las mismas consecuencias tendría llegar hasta el final que cancelar la aventura en ese momento.
Tomé entonces por primera vez en la ajetreada noche la iniciativa, después de todo Gaby era la “inexperta” en estos asuntos. La tomé por la cintura con firmeza y caminé junto a ella a un lugar apartado y suficientemente oscuro y la recargué contra la pared. Sin mediar una palabra más, me acerqué a su rostro y pose mis labios sobre los suyos, primero delicadamente mostrando incluso cierta timidez, y luego, al ir sintiendo la humedad de su boca con una pasión indescriptible. Mi lengua jugaba con la suya en una persecución de ida y vuelta en la que cada roce incrementaba su respiración, sus labios, sin maquillaje alguno y humedecidos con nuestra saliva eran un verdadero manjar. La besé unos segundos, pero mis manos estaba ávidas de seguir descubriendo su cuerpo, fueron entonces en busca de territorio ya conocido y se posaron solo un segundo en su cintura para posteriormente dejarse caer a sus maravillosas nalgas y esta vez ya sin ningún tapujo las deslicé por debajo de su falda para luego levantarla y tener a mi disposición el mejor culo que jamás hubiese tocado.
Estábamos frente a frente y mis manos subían y bajaban por sus nalgas y muslos, podía sentir el encaje de su tanga y de vez en cuando introducía mis dedos entre la delgada tela y la línea que separaba sus nalgas. Las apretaba, las estrujaba y pellizcaba con fuerza, ella por su parte no cesaba de besarme con desesperación, su lengua entraba y salía de mi boca de una manera increíble, y por un momento me imaginé como sería tenerla lamiendo mi miembro.
Cada que mis manos apretaban sus nalgas la acercaba hacia mía, rozando con mi verga su delicioso sexo, con cada roce su cuerpo se estremecía con más fuerza y su respiración se agitaba a tal punto que pensé que alguien podría escucharnos. Gaby abrió un poco las piernas y aproveché para colocarme entre ellas, la posición si bien incómoda me permitía tallar mi pene con franca fuerza en su cueva parcialmente abierta, y esto parecía provocarle un goce nunca antes experimentado.
Tomé entonces otro camino, quería sentir esos turgentes pechos entre mis manos, aunque no quise hacerlo tan directamente porque temía que aún podría arrepentirse, dejé de besarla en los labios y pasé a recorrer con mi boca sus mejillas y disimuladamente llegué a sus oreja izquierda; tenía un as bajo la manga: años atrás mi esposa me había platicado que Gaby era increíblemente sensible en ese punto.
En cuanto mis húmedos labios llegaron a su oreja, su cuerpo reaccionó, y aunque parecía resistirse a la caricia moviendo un poco la cabeza, sus manos me decían lo contrario, ya que inmediatamente fueron a posarse en mi marcada erección y comenzaron a sobarla con fuerza inusitada. Aproveché el derroche de erotismo para subir mis manos y acariciar sus pechos por encima de su blusa, eran magníficos, tan duros como una roca, si no supiera que Gaby era adicta al ejercicio hubiera pensado que eran operados; pero no, sus preciosas tetas eran resultado de la genética y de la entrega a la disciplina diaria. Los acaricié desde los laterales juntándolos al centro de su pecho, al hacerlo podía mirarlos mejor porque sobresalían de la blusa, los apreté así en varias ocasiones, podía sentir a través de la tela de su blusa y del brassiere sus erectos pezones, los pellizqué un poco y ella reaccionó de inmediato abriendo el cierre de mi pantalón, con dificultad pudo sacar al deseoso cíclope de su prisión, y comenzó a acariciarlo en toda su extensión.
Yo seguía con mi deliciosa asignatura de sobar sus gloriosas tetas, pero esta vez lo hacía con una mano mientras que con la otra seguía apretando su culo y atrayéndola más a mí. Gaby hizo algo que de plano me sorprendió aún más, dejó de sobar mi paquete por unos segundos, subió sus manos a la altura de sus pechos y desabotonó su blusa totalmente, quedando sus pechos cubiertos únicamente por su brassiere. Francamente me quedé anonadado, eran formidables, mucho mejores de lo que dejaba entrever su escote; siempre había pensado que mi mujer tenía las mejores tetas que había tocado, pero las de Gaby eran superiores, francamente estaban fuera de la realidad.
Pensé entonces que hasta ahí llegaría con sus pechos, pero cual fue mi sorpresa que su bra tenía un pequeño broche al frente; ¡eureka! bendije al inventor de semejante artilugio. Con la mano libre abrí el broche, el brassiere se deslizó a los costados de su cuerpo, y sus magníficos senos quedaron mostrándose con toda su vanidad. Eran del mismo color que sus hombros, con sus pezones mirando hacia el cielo y una aureola un poco más clara que hacía juego con el conjunto. No pude más que agacharme y deleitar mi paladar con semejante bocado, no cabía en mí de excitación, mi boca recorría cada milímetro, pasaba de una teta a la otra como tratando de ser equitativo en el placer, mordía ligeramente sus pezones, recorría una y otra vez el camino; podría haber estado ahí para siempre, gozando de ese par de “melones” que nunca imaginé tener en mi boca.
Ella por su parte seguía masajeando mi pene que estaba a punto de estallar, tuve que contenerme en repetidas ocasiones para no venirme y acabar manchando su ropa y la mía; además no quería terminar, lo estaba disfrutando sobremanera. De su boca salían palabras, más susurros como:
- ¿No espera, no podemos, que va a decir mi hermana?
Pero no lo decía con firmeza, seguramente eran parte de los prejuicios que aún ocupaban su mente, pero yo me encargaría de que pronto se fueran.
Salí de mi aislamiento y noté que dos parejitas mucho más jóvenes nos miraban insistentemente a lo lejos, pero no me importó, una faceta exhibicionista nunca antes conocida se ponía de manifiesto en mí. Yo cubría a Gabriela con mi cuerpo, por lo que nuestros nuevos espectadores no podrían ver demasiado y tendrían que conformarse con el poder de su imaginación; no se que me motivó en ese instante, tal vez la locura se apoderó de mí; miré fijamente al limitado auditorio, y sin más, dimos un giro de 180º, quedando yo recargado en la pared y Gaby dándoles la espalda; acto seguido llevé mis manos a su trasero, las bajé hasta el final de su falda, y lentamente, muy lentamente la subí para acariciarlas directamente. Seguramente aquellos muchachos se estarían dando un festín visual mirando el poderoso culo de mi cuñada, con su sublime y sensual tanga partiéndolo a la mitad; masaje unos segundos más sus nalgas e hice entonces lo más alucinado que podría imaginar: giré a Gaby para que quedara de espaldas a mí, sus enormes tetas quedaron al aire, libres de blusa y brassiere y pude observar los ojos cuadrados de nuestros jóvenes vouyeristas, seguramente ellos como yo, jamás habían visto un par de tetas semejantes.
Mientras tanto ella recorría con sus manos mi cabeza, yo le restregaba mi descomunal erección en el trasero y seguía besando sus orejas alternadamente, tocaba sus tetas desde atrás y pellizcaba con fuerza sus pezones, las amasaba, las degustaba con mis manos.
Gaby respiraba con mucha agitación, tenía los ojos entrecerrados y su cuerpo estaba totalmente entregado al tremendo “faje” que le estaba propinando, me supe entonces dueño de esta hembra que durante toda la noche me había vuelto loco, pero que en este momento tenía a mi entera disposición. Estaba seguro de que ella hubiera echo en ese instante cualquier cosa que le hubiese pedido, sin importarle nada, ni su hermana o su bien cuidada por tantos años virginidad.
En semejante posición mis manos recorrían libremente su anatomía, subía y bajaba desde sus rodillas hasta sus pechos, reconociendo cada centímetro cuadrado y a haciendo mío cada pedazo de esa majestuosa mujer. Caí en cuenta de que tan entretenido estaba con sus tetas y nalgas, que prácticamente me había olvidado del centro de su universo, y ni siquiera había intentado acariciarlo. Deslicé entonces lentamente mis manos a su entrepierna, y justo cuando comenzaba a palpar su humedad me detuvo abruptamente con ambas manos y me dijo:
- Espera, debemos regresar
Desgraciadamente tenía razón, hasta el momento nuestro breve idilio no había despertado sospechas, pero seria mejor que siguiera así para llevarlo a feliz y cachondo término.
Gaby notó entonces los ojos de sus admiradores en sus tetas, y rápidamente se cubrió con las manos y volteó hacia mí para guarecerse con mi cuerpo. Le ayudé a colocar el brassiere y la blusa en su lugar y me dio un profundo beso. Al terminar me dijo con una voz enronquecida por la agitación:
- Me estaban viendo las bubis
En tono muy serio le dije:
- No los culpo, están riquísimas
Ella sonrió un poco apenada, acomodó su ropa y se dirigió al servicio rápidamente. Permanecí de pie esperando su regreso, encendí un cigarrillo y miré de reojo a nuestros espectadores, sus rostros denotaban una lujuria in-crescendo, y sus miradas dejaban ver claramente la envidia que sentían.
Mientras Gaby volvía, maquiné un plan que me permitiría disfrutarla el resto de la noche: busqué al muchacho que atendía nuestra mesa y le pedí que desde ya, a mi me sirviera solo refresco, a Gaby normal y a mi mujer le sirviera el doble de alcohol en cada copa; el muchacho me miró con complicidad cuando le entregué el billete por sus servicios "adicionales", seguramente pensando que mi plan era "aprovecharme" de mi mujer... Volví al servicio y Gaby iba saliendo, la besé por ultima vez antes de regresar a nuestra mesa. Mi esposa me preguntó:
- Y bien, ¿ha sido necesaria tu intervención?
A lo que respondí:
- No ha sido nada, solo un grupo de ilusos que devoraban a tu hermana con la mirada (y si que lo hacían)
A partir de ese momento prácticamente dejamos el baile, ordenamos ronda tras ronda y mi esposa y yo parecíamos cada vez más alegres. En cierto momento me dijo un tanto preocupada:
- Estamos tomando mucho y tenemos que llevar a Gabriela a su casa
A lo que respondí:
- Gaby se ve muy fresca, que ella maneje y se quede en casa con nosotros
Ella me miró inocentemente y afirmó convencida. Mi plan tomaba forma: Gaby pasaría la noche en mi casa y mi esposa ingeriría alcohol en cantidades industriales.
Para mantener a Gaby a punto, en cada oportunidad acariciaba sus piernas y un poco más por debajo de la mesa, o le decía cosas calientes al oído, tales como: que deliciosa estás, que escondido te tenías ese cuerpazo, me ha encantado acariciarte toda... Ella sonreía y respondía con vedadas caricias en mi pierna y entrepierna.
Transcurrió solo una hora y mi esposa ya se estaba cayendo de borracha, no acostumbraba beber, y aunado a que le estaban sirviendo un poco más,.. Musité a su oído que teníamos que irnos, y ella accedió inmediatamente. Miré de reojo a Gabriela, sus ojos brillaban como los de un niño que espera a Santa Claus, y más tarde recibiría su "regalo" por portarse "tan bien".
Pedí la cuenta y pagué rápidamente, no quería que las cosas se enfriaran. Tomé del brazo a mi esposa y de la cintura a Gaby, nos despedimos de Claudia y Arturo: ella me reprochó con una mueca y mirándome directamente a los ojos, él por su parte se despidió diciéndome en secreto:
- Quien fuera tu Toño, se ve que te darás un “atracón” esta noche
Su comentario me sorprendió y más aún la reacción de Claudia, ¿será que se habían percatado de nuestro jueguito? No le di importancia, porque en efecto, lo que me esperaba era un banquete magnífico digno de una fiesta griega.
Subimos al auto, esta vez mi cuñada tomó el volante y ayudé a mi esposa a subir al asiento trasero, se le veía muy mal, acomodé sus piernas como pude y subí en el asiento del copiloto. Por las condiciones de Gaby hubiera sido más prudente que yo manejara, pero hubiera desperdiciado minutos valiosos para mantener el horno a la temperatura exacta.
Gaby arrancó y emprendimos el camino a casa. Su falda con el movimiento de sus piernas para conducir se subió un poco, casi hasta sus muslos, y yo aproveché este pequeño “accidente” para comenzar a acariciarlas discretamente, subía mi mano desde su rodilla hasta casi tocar su sexo y regresaba, mi intención era seguir con esos jueguitos que calentarían más y más a mi excitada cuñada. Con cada intento de llegar a su sexo ella tomaba mi mano, pero contrariamente a lo que pudiera pensar, la empujaba con fuerza hacia su sensual fruta prohibida; yo resistía, tenía que hacer un esfuerzo descomunal para no tocarla y poseerla en ese mismo lugar.
Para entonces noté que mi esposa se había quedado profundamente dormida. Aproveché tal situación para pasar a sus tremendas tetas que habían quedado totalmente a mi merced; desabroché todos y cada uno de los botones de su blusa y después a mi querido amigo brassiere con broche al frente (estoy seguro de que tiene un nombre, pero no lo se). Una vez más sus increíbles “melones” salieron de su cautiverio, y yo los comencé a acariciar con desesperación; ella intentó contenerme y cerrar su blusa, la detuve diciéndole en voz muy baja:
- Déjalo así, no me digas que no te ha excitado que te miren…
Gaby me miró muy seria, pensé que había cometido el error catastrófico que pondría fin al sueño que estaba viviendo, pero no fue así, sonrió y me dejo hacer. Acariciaba alternadamente sus tetas y sus piernas, sin tocar por supuesto su sexo para mantenerla a punto, su respiración estaba fuera de control, por un momento pensé que tendría un orgasmo ahí mismo.
Manejaba a gran velocidad, creo que tenía tanta prisa como yo de que llegáramos a un lugar privado, a esas horas el tráfico era inexistente y los semáforos parpadeaban en color ámbar a lo largo de la avenida de los Insurgentes, y Gabriela aprovechaba para acelerar a fondo. Minutos después llegamos a la casa, abrió la cochera y estacionó el auto; intentó abrochar su blusa y con una seña de mi mano le ordené que no lo hiciera. Bajamos del auto y yo tomé en brazos a mi esposa y la subí rápidamente a nuestra recámara, cuando la recosté me dijo:
- Te encargo mucho a Gaby, la vi muy triste en la tarde y por eso quise que viniera con nosotros.
La besé y le dije:
- No te preocupes, voy a “platicar” un rato con ella, estoy seguro que después se sentirá super bien
No podía creerlo, mi propia esposa me estaba dando el pretexto ideal para dejarla dormida mientras me tiraba a su hermana en la sala de nuestra casa, de esta forma no me preguntaría al día siguiente porque había tardado tanto, ni nada por el estilo. Tomé como precaución extra el cerrar la puerta de nuestra recámara con llave por fuera, si algo me reclamaba le diría que como la vi tan pasada de copas, pensé que era mejor “encerrarla” para que no fuera a caer por las escaleras. Mi plan estaba saliendo de maravilla, aunque en realidad parecía que los astros se alineaban para que pudiera gozar de la deliciosa mujer que me esperaba a unos cuantos pasos.
Bajé corriendo las escaleras, ahí estaba ella, caminando por la sala viendo la enorme pecera de agua salada que es el orgullo de mi mujer. Si bien tenía la certeza de que estaba super cachonda, quería que todo fuera perfecto, no me la iba a “coger” como a una puta, le iba a “hacer el amor” como a toda una mujer. Mario Puzzo escribió en “El Padrino” que una mujer virgen puede esclavizar a un hombre durante meses a cambio de su preciado tesoro, pero una vez que el hombre logra poseerla, si logra hacerlo bien, los papeles se invierten de inmediato y ella se convierte en su esclava sexual por un largo periodo, dispuesta a aprender y experimentar con “su maestro”. Yo me había ahorrado los meses de esclavitud, pero mi intención era convertir a Gaby en mi esclava, en mi puta personal con la que podría llevar a cabo mis más grandes perversiones.
Me acerqué y la tomé de la mano, la llevé lentamente al sofá y me senté junto a ella. Comencé a besarla delicadamente, como si fuéramos enamorados de años atrás, ella correspondía a cada beso simétricamente, si yo metía mi lengua para tocar su paladar ella lo repetía de inmediato, si yo chupaba su lengua y la succionaba, ella me devolvía el favor, si durante toda la noche ocurriría lo mismo, pasaría uno de los mejores momentos de mi vida.
Ella seguía con los pechos al aire libre, y yo pasaba mis manos muy cerca de ellos, apenas tocándolos, provocando en Gaby toda clase de suspiros. Podía notar como su piel se erizaba más y más. Al pasar por sus pezones la cosa cambiaba, los apretaba discretamente una y otra vez. Proseguí besando su cuello, mi lengua recorrió en repetidas ocasiones cada resquicio, mientras ella simplemente me tomó de la nuca para intentar guiarme. Bajé hacia sus pechos y me reencontré con ellos, los besé y besé hasta el cansancio, mientras mis manos retiraban hábilmente su blusa y su brassiere.
Tenía a Gaby ahí, sentada en mi sala, sin blusa ni brassiere, con las tetas libres y lista para todo. Yo seguí con lo mío y Gaby no atinaba más que a respirar con mayor rapidez sin soltar un instante mi nuca, guiando mi cabeza a los rincones que debían recorrer mis labios, besé sus pechos, pasé por sus axilas que tenían un delicioso sabor salado, besé los costados de su pecho y bajé un poco más, a su abdomen y aquí fue el acabose, Gaby estaba como loca, y comenzó a decirme, casi a gritarme:
- Hazme el amor, quiero que me hagas el amor!!!!!
Sonreí maliciosamente, Gaby no tenía idea de hasta donde era capaz de llevarla antes de penetrarla, estaba seguro de que la volvería loca con mis besos y caricias. Seguí en mi trabajo, pero ahora mientras besaba sus tetas y su abdomen acariciaba sus piernas, quité uno a uno sus zapatos, y encontré unos maravillosos pies que no desentonaban con el todo. Dejé un momento sus pechos y la recosté sobre el sillón, ella dijo:
- Ya, por favor, no puedo más
Hice caso omiso de sus súplicas, levanté sus piernas sobre el sillón y puse uno de sus pies a la altura de mi boca, besé uno a uno sus dedos, presioné su planta y mordí su talón, repetí la operación con su compañero y Gaby se notaba increíblemente excitada, al tenerme tan lejos, bajó su mano y comenzó a desabotonar su falda.
Subí me lengua desde su pie izquierdo hasta su rodilla y un poco más arriba, para entonces su falda estaba lista para ser retirada y me empujó para hacerlo, quedó únicamente con su maravillosa tanga color negro de encajes en el triángulo y en la línea que partía su culo. Era una visión maravillosa, toda ella era sensualidad, derrochaba cadencia a más no poder.
Seguí subiendo con mi lengua por su pierna hasta su muslo, pero una vez más regresé, volví por el mismo camino y cambié de pie, subí una vez más por su pierna, y justo cuando estaba llegando a su muslo, ella me tomó por los cabellos y me atrajo para darme un delicioso y apasionado beso en los labios, me suplicó entonces:
- Ya Toño, por favor, quiero sentirte dentro!!
Aún no era tiempo, quería que lubricara lo mejor posible para hacer menos doloroso el trance. La ayudé a ponerse en pie y quedó de espaldas a mí, la visión era indescriptible, ese enorme culo frente a mis narices, me levanté y me quité toda la ropa en un santiamén, apoyé mi pene erecto en la raya de su culo y comencé a besarle los hombros, mientras lo hacía acariciaba sus tetas una y otra vez y después accidentalmente bajaba hacia su ombligo, y un poco más. Ella acompañaba a mis manos en su intenso recorrido, siempre sobre las mías; tallaba mi pene contra su culo, el roce del encaje era maravilloso, y sentía como si sus nalgas se cerraran para atraparlo entre ellas y no liberarlo más.
Hice entonces lo que más me ha gustado en todas mis experiencias sexuales: así como estábamos, ella de espaldas a mí, y con mis brazos abrazándola con un dejo de protección, inserté mi mano derecha entre su tanga y su piel, el resultado es único, la mujer experimenta una profunda sensación de seguridad mientras te entrega su más preciado valor: su sexo.
Gaby dio un pequeño brinco y empezó a moverse más como si masturbara mi pene entre sus nalgas, sus manos me abrazaban como podían por la espalda, sus bajos instintos afloraban con suma facilidad. Una mujer es como una caja fuerte de máxima seguridad, pero si logras descifrar su combinación, se abre sin mayor problema.
Acaricié su vello púbico con mucho cuidado, era abundante como el de mi esposa. Sentía su humedad, sus flujos estaban produciéndose en buena cantidad, el trabajo previo estaba funcionando. Bajé un poco más mi mano estirando el dedo medio y logré tocar por vez primera el canal que sabía en unos minutos me haría tocar al cielo mismo; aprovechando la humedad mi dedo se deslizó con suma facilidad unos 2 centímetros a su interior, Gaby dio un grito de placer:
- Ahhhhhh, que ricooooooo
Comencé a mover mi dedo lentamente sin introducirlo demasiado, no quería desvirgarla en nuestro “tiempo de calentamiento”. Gaby no sabía que hacer con sus manos, me jalaba los cabellos, agarraba mis nalgas, y de vez en cuando, con cierta timidez apretaba sus magníficas tetas. Saqué mi mano de su núcleo vital y me despegué bruscamente de su cuerpo, ella quedó ahí, temblando, su pecho subía y bajaba producto del esfuerzo físico y la excitación. Me senté en el sillón y la giré para que quedara frente a mí, aún de pie. Gaby hacía todo lo que le pedía sin oponer la menor resistencia; en ese momento su mirada además de una increíble lujuria denotaba una curiosidad por lo que seguiría; parecía conciente de que la penetraría cuando Yo quisiera, pero definitivamente disfrutaba enormemente el preámbulo.
Acerqué mi boca a su cintura, la moví a uno de sus costados y mordí su tanga, la deslice con la boca unos centímetros hacia abajo, repetí la operación con el otro lado, su tanga estaba a la mitad de sus nalgas, y su sexo apenas era cubierto por un poco de tela; mordí entonces exactamente esa zona, quería que mi boca rozara un poco su sexo para causar si es posible un poco más de expectación, mordí la tanga y la bajé; Gaby volvió a gritar:
- Sigue, dame más!!!
Ya libre de la opresión de su culo, la tanga era presa fácil para mi poca, y la deslicé hasta sus pies con gran rapidez. Ahí estaba Gabriela, mi cuñada virgen, con su figura espectacular totalmente desnuda en mi sala, y rogándome que la penetrara. Qué maravilla.
La ayudé a recostarse sobre el sillón, abrí lentamente sus piernas, comencé a besar sus pechos, bajé por su abdomen, hasta llegar al inicio de su vello púbico y de ahí brinqué a su ingle, bajé hasta sus rodillas y de ahí hasta sus pies, una vez más mordí su talón derecho. Retomé el mismo camino pero en el hemisferio contrario y al llegar a su ingle, mi lengua se detuvo, voltee a mirarla y ella me suplicó con un gesto. Delicadamente deslicé mi lengua por su vagina, estaba totalmente lubricada, la introduje una y otra vez mientras Gaby se contoneaba de placer, sus manos me tomaron con fuerza de los cabellos y una vez más guiaron su goce, ya no sabía si yo incrustaba mi boca en su sexo o si su sexo se incrustaba en mi boca. Ese característico sabor salado del sexo de la mujer es delicioso, pero en mi cuñada tenía un sabor particularmente fuerte, tal vez por tanto tiempo de contención y espera.
Mientras le daba una sesión de sexo oral digna de admiración, acariciaba su exuberante culo, lo guiaba hacia mí, y ella cooperaba con sus movimientos y con su ronroneo de gata en celo.
Era el momento indicado, Gaby estaba lista para darme el más grande regalo que una mujer puede dar a un hombre: su virginidad. La miré a los ojos en una actitud muy seria y le dije:
- ¿Quieres hacerlo?
Quería darle la oportunidad de arrepentirse de última hora, parece mentira pero quería que lo que hacíamos fuera de común acuerdo. Con una mirada más que elocuente ella respondió:
- Si, hazme el amor por favor
“¿Por favor?”, una hembra como ésta podría tener a los hombres que quisiera solo con un guiño, y a mí me lo estaba pidiendo “por favor”, no cabe duda que en ese preciso instante yo era el hombre más afortunado sobre la faz de la tierra.
La ayudé a recostarse a todo lo largo en el sillón, y me recosté sobre ella, abrí un poco sus piernas y apunté mi desesperada erección a su sexo. Mientras la besaba en los labios, lentamente fui ingresando en el paraíso, el calor que rodeaba mi pene era único, su humedad, juro que podía sentir en mi pene los latidos de su corazón a través de su vagina; procedí con toda calma, no quería lastimarla, no quería desperdiciar este momento único en la vida de una mujer. La lubricación de los juegos previos había funcionado a la perfección, hubiera podido hundir mi virilidad hasta el fondo con un solo empujón; pero no lo hice, tomé el camino difícil pero más redituable: la paciencia.
Esperé a que Gaby se acostumbrara a mi miembro dentro de ella, tenía sus uñas enterradas en mi espalda, los ojos entrecerrados, la respiración contenida, no se movía. Mientras tanto yo hacía pequeños movimientos hacia los lados para dilatar un poco su conducto al centro del universo; sabía que ella me indicaría cuando estuviera lista y así fue; de pronto empezó a empujar su pelvis hacia mi pene, noté que estaba ansiosa por sentirme. Con esta indicación me inicié un viaje hacia el fin del mundo, comencé a embestir ese delicioso y virgen coño, en cada penetración profundizaba si acaso un milímetro o dos, quería que durara por siempre.
Después de algunas embestidas, en las que me era prácticamente imposible no penetrar más, toqué esa delicada tela que divide a las señoritas de las señoras, la punta de mi pene sintió con toda claridad esa fina capa que divide la edad de la inocencia de la perversión, me detuve un segundo, tan solo un segundo para grabar en mi memoria la deliciosa sensación de recibir tan preciado tesoro de Gaby. Sentí la ruptura de su himen en mi pene y en mi espalda, porque Gaby enterró con violencia sus uñas; pensé que sería el dolor, pero en realidad era de placer.
Planeaba seguir con calma todo el proceso, pero Gaby me abrazó con más fuerza y me susurró al oido:
- Más, más, dame más
Salvada esta barrera mi pene se sintió en total libertad de penetrar a mi hembra, mis embestidas subieron de velocidad y muy pronto de profundidad, podía sentir centímetro a centímetro los pliegues de su sexo, mi verga y su coño estaban fundidos en un solo ser. Gaby por su parte respiraba con dificultad producto del placer, me acariciaba torpemente la espalda y las nalgas, levantaba como podía su pubis para pedir penetraciones más profundas y no cesaba de repetir:
- Más, más, dame más
Seguí penetrándola una y otra vez, me contenía para no terminar aún, tenía que hacerla llegar al clímax con mi pene dentro, era mi desesperada misión en esa noche de locos; tenía que hacerla llegar al cielo aunque en ello sacrificara mi propio placer, tenía que hacerla sentir que yo era el único que podía hacerla vivir esas sensaciones para que fuera mía, al menos por un tiempo.
Así fue, después de unos minutos de penetración, Gaby tensó el cuerpo, volvió a enterrar sus uñas en mi espalda, contuvo la respiración, puso sus ojos en blanco, y dejó escapar un grito que creí despertaría a mi esposa y a todos mis vecinos:
- Ahhhh, Ahhhh, Toño, Ahhhh, que rico
Sentí perfectamente como todos los músculos de su vagina se contraían alrededor de mi pene, la contracción era alterna, es decir, contraía y aflojaba; este fue el acabose de la noche, el movimiento de mi cuñada en su orgasmo, provocó en mí una oleada de placer infinito que derivó en la más larga corrida que jamás haya tenido. Gaby lo notó y siguió moviéndose con fuerza hasta dejar mi verga libre de todo rastro de semen.
Me abrazó con fuerza y nos quedamos así, unidos en uno solo por unos minutos. Quise separarme de ella, pero me lo impidió abrazándome con sus piernas, acercó mi oído a su boca y me digo casi sin fuerzas:
- Gracias
-----
Me hubiera encantado permanecer la noche entera entrelazado con ella en el sofá, sin embargo era virtualmente imposible porque tendría que subir con mi esposa en breve.
Minutos después le di un apasionado beso en los labios y me puse de pie, fui a mi estudio en el que tenemos un futón para estas ocasiones y lo preparé, busqué almohadas y cobijas y salí a buscar a Gaby para avisarle que todo estaba listo. Cuando llegué a la sala casi me desmayo, Gaby se había puesto su diminuta tanga y su blusa sin bra. Se veía increíble pero no podía arriesgarme, debía meterla a la cama cuanto antes y regresar al lecho matrimonial, ya llegaría el tiempo de volver a poseer ese exquisito cuerpo.
El resto de la madrugada lo pasé sin pegar un ojo, reflexionando sobre lo sucedido y elucubrando en lo que seria mi vida sexual a partir de ese día. Me negaba a pensar que Gaby sería una aventura de una sola noche, lo que vivimos había sido excepcional, pero quien sabe como reaccionaría al día siguiente, cuando el calor de las copas y el sabor de la aventura hubieran pasado; también existía la posibilidad de que experimentara un ataque de moral y le dijera todo a su hermana, con lo que viviría una tragedia griega. Entre estas y otras cavilaciones transcurrió la noche.
….
El constante repiqueteo sonaba en mi cabeza: piii, piiii, piiii. Mi cerebro reaccionaba parcialmente al ruido pero no lograba despertar del todo; concilié el sueño a las 6 de la mañana, miré el reloj y eran apenas las 8. El ruido persistía: piii, piiii: quien carajos tocaba el claxon tan insistentemente en domingo...
Reaccioné por fin, seguramente eran Juan y Carlos, viejos amigos de la infancia, habíamos quedado de ir con ellos a jugar tenis: demonios. Desperté a mi mujer y me dijo que de plano no estaba en condiciones ni siquiera de levantarse: la cruda; me sugirió ir solo o invitar a Gabriela.
Entonces no había sido un sueño, en efecto había hecho el amor a mi deliciosa cuñada y ella dormía plácidamente en mi estudio. Salí al balcón y le grité a Juan que se adelantaran, yo los alcanzaría en un rato.
El momento decisivo había llegado, tendría que despertar a Gaby y conocer su sentir después de nuestro furtivo encuentro. Antes de hacerlo me di un rápido regaderazo, lavé mis dientes, me afeité rápidamente y rocié todo mi cuerpo con una loción que a mi esposa le encanta (esperaba que en eso también tuvieran gustos afines).
Bajé las escaleras y encontré a Gaby sentada en el sillón, dubitativa, acariciando y alisando la tela que la noche anterior habíamos desajustado, se veía hermosa, vestía lo mismo que cuando la dejé para dormir, tenía las piernas encogidas pegadas en su pecho y su cabeza descansaba plácidamente sobre sus rodillas; su oscuro cabello estaba fuera de su lugar y su rostro denotaba una profunda tranquilidad.
Me acerqué a ella, sabía que tenía que esperar su reacción, no podía aventurarme a ser rechazado porque la mañana podría derivar en una serie de reproches que podían llegar a oídos de mi esposa. Gaby levantó la mirada, seguía acariciando la tela con mucha calma, los segundos me parecieron eternos hasta que dijo:
- Hola cariño, ¿cómo has dormido?
Respiré tranquilo, al parecer todo estaba bien; me acerqué a ella para saludarla, planeaba darle un beso en la mejilla y esperar su reacción. Al tocar su mejilla con mis labios, ella giró su rostro y me dio un delicioso beso en los labios que me devolvió el alma al cuerpo. Al terminar le dije:
- He dormido de maravilla, después de semejante sueño erótico que me regalaste. ¿y tu?
- Soñé con tus manos acariciando todo mi cuerpo.
Eureka y recontraeureka; todo había salido a pedir de boca, esta maravillosa mujer se había prendado de mis caricias y mis besos, toda traza de moral y principios había sido borrada por la pasión. Si, lo se, era mi cuñada, su hermana era mi esposa y la sociedad castigaría o juzgaría nuestros actos; pero no importaba, éramos dos seres entregados al placer de poseerse el uno al otro, las reglas básicas del reino animal nos aplicaban: una hembra en celo requiere y busca al macho que pueda satisfacer sus necesidades y el macho más apto, o en este caso el más afortunado, se aparea con ella tantas veces como sus cuerpos se los permitan.
Invité a Gaby a jugar tenis con nosotros, aunque obviamente no tenía nada que ponerse, podría usar algo de mi esposa; se emocionó como una niña y subió corriendo las escaleras a mi recámara, supuse que tardaría un largo rato y pensé que sería bueno preparar un jugo energético para recuperar fuerzas. Estaba partiendo las frutas cuando Gaby bajó, parecía una diosa. Estaba recién bañada, su ensortijado cabello estaba amarrado en una coqueta “colita de caballo”, llevaba puesta una blusa roja pegada a su cuerpo, se podía notar que no era la dueña, porque sus preciosos pechos reclamaban espacio a la elástica tela, se marcaban muy ligeramente los pezones; lo que de plano era un espectáculo digno de admirar era su majestuoso culo, entallado a unas mallas blancas del tipo que mi esposa usaba para hacer ejercicio todas las mañanas, esas mallas me encantaban, cuando despertaba y veía a mi esposa luciendo su hermoso trasero con ellas, no podía más que admirarlo y sentirme afortunado de tener a mi disposición semejante delicia, Gaby lucía las mallas con la misma soltura que mi mujer, pero justo en el abultamiento de su culo, la tela parecía tomar vida propia, sus curvas eran increíblemente sugerentes, sus nalgas se levantaban sin pudor alguno por debajo de la prenda, si las mallas no hubieran sido blancas, pudiera haber pensado que no llevaba prenda alguna; al frente su triángulo de poder lucía simplemente magnífico, la tela se incrustaba discretamente, creando un espectáculo de ensueño.
Alucinado como estaba balbucee:
- ¿En donde habías estado?
- Me estaba bañando y poniendo bonita para ti.
- Quiero decir, ¿en donde habías estado todo este tiempo? ¡Nunca te había visto tan sensual como hoy!
- Tal vez es porque me siento así, muuuy sensual, y todo es gracias a ti.
Se acercó y me dio un coqueto beso en la comisura de los labios. Me encontraba perplejo, en verdad había logrado mi cometido, Gaby se comportaba como una leona en celo, y paseaba su
les digo que no se arrepentiran de leer este relato!!!!!
sin mas nada que decir, los dejo con las historia, agregenlo a favorito para que no lo pierdan xD
No es de mi autoria pero se los comparto por su gran calidad de detalles y erotismo.
Autor: Puma_alucinado
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Eran las 10:30 de la noche y comenzaba a desesperar porque mi esposa no aparecía y el frío arreciaba. Había quedado muy formal de pasar por mí a las 10:00 a mi oficina para ir a bailar en compañía de una pareja de amigos suyos en un nuevo antro en la Zona Rosa de la Ciudad de México.
Tuve que salir de mi oficina a las 10:00 porque siendo viernes el edificio lo cierran a esa hora, así es que de plano estaba en plena calle, con el frío entumeciendo mis manos y con un creciente enojo reflejado en mi rostro.
El plan inicial era ir a cenar en algún lugar en la Condesa o en la Roma y esperar mientras Claudia y Arturo llegaban y después ir a bailar salsa hasta la madrugada. Tal plan no me emocionaba demasiado, porque la idea de ir a bailar de por si no me gusta, y si encima es en compañía de amigos de mi esposa, pues es aún menos interesante; sin embargo, ella insistió tanto que no pude negarme.
A las 10:45, cuando estaba a punto de tomar un taxi para ir a mi casa, pude observar el auto de mi esposa acercándose a lo lejos, y percibí entonces lo que consideré en ese momento sería la gota que derramaría el vaso (cuan equivocado estaba): mi cuñada, hermana mayor de mi esposa y a sus 28 años aún soltera y sin visos de matrimonio en el corto plazo, venía cómodamente sentada al lado de mi esposa; esperé ilusamente que en el asiento trasero viniera algún amigo para hacerle compañía, ya que de lo contrario mi esposa pasaría la noche preocupada por que su hermanita estaría sentada sola o bailando con un desconocido; y su sentimiento de culpa acabaría por arruinar la noche.
Cuando el auto se estacionó frente a mí asomé mi cabeza al asiento trasero y como me lo temía, estaba vacío. Mi esposa notó inmediatamente mi molestia, y con la mejor de sus sonrisas me dijo:
- ¡Mira quien vino!, me tardé por que esperé a que Gaby se preparara y se pusiera muy bonita para acompañarnos.
Sonreí, pero mi sonrisa se hizo más real cuando saludé a mi cuñada metiendo la mitad de mi cuerpo por la ventanilla abierta y noté que iba vestida como nunca la había visto, ni siquiera imaginado.
Gaby es una mujer de 28 años, delgada y de estatura media, muy deportista y muy tímida, siempre vestida con ropa holgada que no muestra nada y no deja nada a la imaginación, porque con esa ropa no te puedes imaginar nada; se la pasa horas en el gimnasio, corriendo, o haciendo ejercicio en su casa; casi no tiene amistades, va de su casa al trabajo, del trabajo al gimnasio o a correr y de regreso a su casa. Desde que me casé con mi esposa no le he conocido un solo novio o amigo, había llegado a pensar incluso que era lesbiana.
Esa noche, descubrí en ella, un cuerpo de mujer increíble, por primera vez libre de su ropa masculina. Llevaba puesta una blusa negra semi-transparente con un marcado escote hacia el frente, por primera vez conocía el color de su pecho: un moreno apiñonado que iba muy bien con sus ojos. Sus senos, del tamaño exacto para poderlos besar y amasar a placer, desafiaban la gravedad, no se si era por el tipo de brassiere que llevaba o por el suave calor que lentamente iba creciendo en mi cuerpo, me parecieron perfectos, pude ver únicamente el contorno superior, que brillaba tímidamente tal vez por la aplicación del algún maquillaje. Llevaba también una minifalda del mismo color, que dejaba al descubierto sus largas y bien torneadas piernas; mi mirada agradeció las horas entregadas en el gimnasio y en la pista de carrera, porque se podía notar el trabajo intenso que realizaban todos los días.
En tono suplicante Gaby me dijo:
- No te enojes cuñis, me voy a portar muy bien.
Al pronunciar estas palabras me sacó de mis profundas cavilaciones y me hizo retirar la mirada de sus deliciosas piernas, levanté la mirada y por la vergüenza de haber sido descubierto, eché el cuerpo hacia atrás, golpeándome la cabeza muy fuerte; las dos estallaron en carcajadas.
Mi esposa le pidió a Gaby que se pasara al asiento trasero para que pudiera sentarme en su lugar, inmediatamente ella abrió la puerta y yo me hice a un lado para dejarla pasar, y fue entonces que me hizo el que pensé sería el más grande regalo de la noche: al bajar pude ver su esbelta figura en toda su magnitud: su cabello largo recogido dejaba ver sus delgados hombros en plenitud, la caída de su delgada blusa permitía casi sentir sus pechos, noté entonces que la blusa le llegaba justo a la altura del ombligo, y éste se asomaba coqueto por entre las telas; su minifalda ya no me parecía tan corta, estaba justo por arriba de sus rodillas; cuando caminó a la puerta trasera pude ver su increíblemente redondo y duro trasero, que se levantaba imponente por debajo de la ropa.
Abrí la puerta trasera y cuando subió tuve que hacer un enorme esfuerzo para no asomarme un poco y ver que escondía debajo de su falda, ya que mi esposa podría molestarse.
Al subir al auto, mi esposa me sacó de mi incipiente calentura al decirme que sus amigos venían tarde, por lo que tendríamos que esperarlos un poco más. Les dije entonces que fuéramos a un pequeño restaurante cercano, muy bien iluminado (no quería perder detalle del recientemente descubierto cuerpo de mi cuñada); ellas accedieron y allá nos dirigimos.
Al llegar al lugar bajé rápidamente del auto y abrí la puerta de mi esposa (no quería que se sintiera desplazada); mientras tanto un Valet Parking se daba el agasajo visual de su vida al abrir la puerta a mi cuñada y ayudarla a bajar, cuando le entregué las llaves, mi mirada revelaba mi molestia y mi esposa me preguntó:
- ¿Porqué te has molestado?
A lo que respondí un tanto apenado:
- Lo que sucede este tipo vio a Gaby de una manera muy lasciva (igual que yo hacía no menos de 15 minutos antes)
Ella desaprobó la actitud del conductor y sonrió (yo era su héroe), mientras que para mi sorpresa, mi cuñada me tomó muy fuerte del brazo diciéndome al oído:
- Muchas gracias, creo que no estoy acostumbrada a esta ropa y de pronto puedo enseñar de más.
Sonreí y le dije arriesgándome un poco:
- No te preocupes Gaby, luces espectacular y en cierta forma entiendo a este muchacho que al verte no ha podido evitar mirar de más.
Ella sonrió y me dio un sonoro beso en la mejilla
A partir de ese momento las cosas transitaron de manera muy tranquila, llegamos a la mesa y como siempre he sido muy caballeroso ayudé a mis dos acompañantes a sentarse y ponerse cómodas, llamé al mesero y pedí Margaritas para los tres. Mi esposa me miró extrañada porque yo no acostumbro tomar, pero le dije que estaba muy contento de estar con dos mujeres tan hermosas.
No se si mi subconsciente estaba preparando el camino para lo que sucedería después, pero de no ser así fue un enorme aliciente, ya que al calor de las copas, las lenguas tienden a soltarse y los temas de conversación pueden hacerse más y más picantes. Tal fue el caso y después de la tercera margarita, la conversación derivó a temas personales, muy personales diría yo.
Comenzamos a hablar de las relaciones sexuales prematrimoniales, mi esposa proviene de una familia muy conservadora y yo lo sabía, pero el alcohol me animó a revelar uno de nuestros más profundos secretos: nosotros habíamos hecho el amor antes de casarnos (y no una, sino muchas veces). Al escucharlo, mi cuñada mostró una enorme sorpresa y miró a su hermana con profunda desaprobación. A mí me miró como si estuviera decepcionada por mi conducta, tuve entonces que contraatacar y le pregunté directamente:
- No me vas a decir que a tus 28 años no te has acostado con nadie
Gaby no esperaba una pregunta tan franca, me miró directamente a los ojos y me dijo:
- No; yo soy VIRGEN
La palabra quedó retumbando entre nosotros: Virgen, virgen, virgen.
Quedamos en silencio durante algunos eternos minutos, en primera porque el tema seguramente era muy delicado para mi cuñada, pero por otro lado porque personalmente comencé a sentir una enorme atracción por ella, más allá de su ya comentado bien formado cuerpo, sino el hecho de ser virgen representaba para mí algo totalmente nuevo.
Siempre había considerado la virginidad como una forma de control de los padres a los hijos, hacer el amor a mi esposa antes del matrimonio fue para mí de lo más normal, y casarme con ella, siendo que ya no era virgen, no me afectó moralmente en lo más mínimo, pensaba que todos experimentábamos nuestra sexualidad desde muy jóvenes. El saber que Gaby era virgen, creaba para mí un morbo impresionante, pensar que ningún hombre había llegado hasta su intimidad y la había hecho gozar como toda una mujer provocaba en mí un enorme deseo de hacerlo; imaginar al menos 15 años de energía sexual contenida en ese hermoso cuerpo, y lista para ser encendida y explotada a placer me causaba una excitación única.
Mi mujer rompió el silencio con una suave reprimenda para mí:
- Si, Gaby es virgen y es algo que a ti no te concierne.
Las miré y me disculpé, y mi cuñada me dijo:
- Está bien, tampoco es para tanto, estoy segura de que no soy ni seré la última mujer virgen a los 28 años.
Por su comentario supuse que le había dolido lo que había dicho, me entristeció el tono de su voz, y no supe que más decir.
Entonces, como decimos por acá: Me salvó la campana; el teléfono celular de mi esposa timbró en repetidas ocasiones, eran sus amigos, ya estaban por llegar al antro y tendríamos que apresurarnos para no perder nuestra reservación.
Pagué entonces la cuenta y subimos al auto, esta vez manejé yo y mi esposa se subió al asiento de atrás con mi cuñada, hablaban en secreto y no podía entender lo que decían, aunque estaba seguro de que seguían hablando del tema. Por mi parte esperaba que los amigos de mi mujer llegaran con algún amigo, de esa forma mi cuñada no estaría sola tendría que bailar con desconocidos, cosa improbable debido a su timidez.
Al llegar una vez más me decepcioné, solo estaban Claudia y Arturo fuera del antro. Entramos, nos asignaron nuestra mesa y al sentarnos Gaby se sentó junto a mí me dijo:
- Vamos cuñis, invítame otra margarita y te perdono.
Accedí de inmediato y pedí una vez más margaritas para todos.
Bailé un rato con mi esposa, la pista estaba demasiado llena y el ritmo de la música hacía que constantemente chocara contra su cuerpo o contra los vecinos de baile. Mi esposa volteaba constantemente a la mesa y Gaby seguía ahí, sola, varios “aventados” se habían animado a sacarla a bailar, pero ella solo sonreía tímidamente y negaba con la cabeza. Pensaba en invitarla a bailar, pero mi mujer estaba muy entretenida.
Después de cerca de 30 minutos de baile en la pista, el conjunto en vivo fue a descansar y comenzaron a poner música grabada, empezó una canción lenta que no logro recordar, y mi esposa me dijo
- Anda, saca a bailar a Gaby, está muy solita.
Con una enorme sonrisa me dirigí a la mesa, mientras mi mujer iba al servicio. Al llegar, le dije a Gaby
- Porqué tan solita, estoy seguro que no menos de 10 ilusos se acercaron y los has bateado como bolas de beisbol
Ella soltó una sonora carcajada y me dijo que no sentía confianza de bailar con nadie, porque temía que se propasaran. Yo le dije
- Si prometo no propasarme, ¿bailas conmigo?
Ella dijo entonces lo que de plano cambiaría el rumbo de los acontecimientos aquella noche:
- Bailo contigo solo si prometes propasarte.
Me dejó helado y por ende mudo, me quedé inmóvil unos segundos y ella se levantó y me dijo
- Vamos, quita esa cara de tonto que has puesto y llévame a la pista porque esa canción me encanta.
Bailamos muy juntitos el resto de la canción, pero yo intentaba no estar demasiado cerca para que no fuera a notar la discreta erección que habían provocado su último comentario y todo lo ocurrido a lo largo de la noche.
Al terminar la canción pusieron una tanda de rock nacional que a mi esposa no le gusta, por lo que seguimos bailando un buen rato. Al terminar la tanda, el grupo en vivo regresó al escenario, y yo pensé que ahí terminaría mi corta aventura, pero para mi sorpresa mi esposa se acercó a nosotros y nos dijo que sus zapatos le apretaban un poco y prefería estar sentada, que nosotros le “sacáramos brillo a la pista”.
El grupo comenzó a tocar salsa. Lo cadencioso de la música, acompañado de los movimientos sensuales de mi cuñada, me sumergieron en un estado de excitación nunca antes experimentado. Sus movimientos eran cada vez más cercanos a mí, y conforme la pista se llenaba de personas, nuestros cuerpos tenían que juntarse con mayor frecuencia y con mayor fuerza; en una vuelta en la que ella quedó de espaldas a mí, el destino hizo de las suyas, porque simultáneamente yo fui empujado por la espalda, quedando mi cuerpo pegado al suyo y unos brazos chocaron con los míos quedando mi brazo derecho abrazándola por detrás, justo por debajo de sus pechos, mi mano derecha se posó durante fracciones de segundo en su seno izquierdo, mientras que mi pene erecto se recargaba en su poderoso trasero.
Retiré de inmediato mi mano y me separé de ella esperando que no hubiese notado mi enorme erección en sus nalgas, al fin de cuentas era la hermana de mi esposa, además de una mujer hasta entonces muy conservadora, y no quería tener problemas con nadie. Al terminar la canción decidí que era momento de terminar con aquella locura y acompañé a mi cuñada a la mesa con la intención de bailar otra vez con mi esposa, además yo ya estaba muy caliente y tenía que buscar con quien desahogarme, y quien mejor que mi bella mujer.
Mi esposa me dijo que me sentara un momento para descansar, quedé sentado en medio de las dos. Miré a mi esposa con unos ojos que revelaban la cachondez que recorría mi cuerpo y comencé a besarla apasionadamente, discretamente introduje mi mano debajo de su blusa y sobaba la parte inferior de sus tetas por encima del brassiere, ella reaccionó de inmediato y pasó su mano por detrás de mi cuello con fuerza para acercarme más a ella. Nuestro intenso beso duró algunos minutos, en los que ella constantemente sobaba mi pene por encima del pantalón.
Al terminar nuestra sesión de besos, volví a sentarme cómodamente en la silla y tomé mi copa para brindar por el hecho de estar juntos, pero noté entonces que mi cuñada me miraba, y no podía evitar mostrar un dejo de molestia y tal vez celos en su mirada.
Comenzó una vez más la música grabada, y fue entonces mi cuñada quien tomó la iniciativa y me pidió bailar con ella, miré a mi esposa como pidiendo su aprobación y ella me sonrió y me dijo:
- Ve a bailar, yo aquí te espero para que me vuelvas a dar un poco de amor…
Gaby se levantó y en dos segundos ya estábamos en la pista, estaban tocando Reggaeton, género musical que hasta entonces despreciaba, y digo hasta entonces porque al observar las caderas de Gaby moviéndose al ritmo de “La gasolina”, idolatré al creador de semejante ritmo que hacía que el imponente trasero de mi cuñada se moviera tan sugerentemente, tan cerca de mí.
Las copas y el entorno, junto con el mujerón que era mi pareja me llevaron a donde no pensé que pudiera, comencé a moverme al ritmo de la música, al principio conservando el espacio fundamental con mi cuñada para evitar una bofetada, pero ya después, “entrados en gastos y en confianza”, rozando descaradamente sus curvas so pretexto del baile. Ah, el reggaeton, hermosa justificación para poder gozar el cuerpo de una mujer frente a los demás, incluso de tu cuñada frente a tu propia esposa.
La música seguía y seguía, parecía interminable, las curvas de mi cuñada se movían cada vez más sugerentemente, apoyaba constantemente mis manos en sus caderas justo ahí, en donde la curva de sus nalgas se hacía más profusa y no había riesgo de que se molestara, y ella ponía sus manos sobre las mías, moviendo sus caderas de un lado a otro, y ayudando disimuladamente a bajar milímetro a milímetro mis manos, en una peligrosa operación en la que ambos éramos cómplices, pero que no nos atrevíamos a confesar. Pasados unos minutos, mis manos ya no estaban apoyadas en sus caderas, sino que ayudaban descaradamente en el delicioso movimiento de su redondo culo, subían y bajaban con toda libertad siempre acompañadas por las suyas, comenzando en su diminuta cintura en donde mis dedos tenían la posibilidad de tocar su piel desnuda, y bajando cadenciosamente por los costados de sus nalgas y hasta sus bien formados muslos, por encima de su falda. La suave tela se deslizaba entre mis dedos fácilmente, pero yo me preguntaba como sería su piel, como se sentiría el rose de mis dedos directamente con la piel desnuda en sus piernas.
El reggaeton seguía sonando con toda su fuerza, y las parejas en la pista cada vez nos arremolinábamos con más sensualidad; de cuando en cuando mi cuñada me miraba a los ojos, no podía más que interpretar lujuria en su mirada, probablemente me equivocaba, pero como el borracho piensa que todos a su alrededor están borrachos, yo pensaba y juraba que mi cuñada estaba experimentando en su cuerpo las mismas sensaciones que recorrían el mío desde hacía un rato.
Llevé entonces nuestra travesura un poco más allá, cada vez que mis manos bajaban por sus piernas, intentaba bajarlas un poco más, hasta conseguir tocar su piel directamente, eventualmente lo logré, en una de tantas caricias, mis manos se deslizaron por debajo de su falda, y lentamente las fui subiendo hasta sentir el sudor de sus muslos, fue una sensación indescriptible; el sudor lubricó por decirlo así el movimiento, haciéndolo si es posible más erótico, Gaby se detuvo una fracción de segundo y volteó a mirarme, por un momento pensé que el juego terminaba ahí; pero no fue así, sonrió y siguió bailando como si nada hubiera pasado.
Con la confianza que ello representaba, mis manos ya no sintieron temor alguno, y empezaron a subir y bajar por debajo de su falda. Nuestros cuerpos estaban tan pegados que la operación era casi imperceptible para los que nos rodeaban, que pensándolo bien se habían vuelvo cómplices de nuestro pecado.
El sudor de mis manos combinado con el de sus piernas acabó por excitarme aún más, esta vez la operación era a la inversa, mis manos iban subiendo disimuladamente por sus piernas, con el firme y descabellado propósito de llegar a ese anhelado culo que me esperaba a tan solo unos centímetros de distancia. Ella por su parte seguía moviéndose, sus manos ya no me acompañaban, al parecer había decidido dejarme tomar mi propio camino, interpreté la señal como una luz verde, y mis manos lentamente llegaron a posarse en ese increíble trasero que horas atrás solo imaginaba y días atrás ni siquiera consideraba existente.
La sensación era increíble, Gaby llevaba puesta una diminuta tanga que apenas podía sentir, por lo que mis manos se convirtieron en dueñas absolutas de aquel terreno virgen que seguramente nadie había disfrutado aún. Su culo estaba duro como una piedra gracias a las horas sacrificadas en el gimnasio, era redondo, muy redondo, su piel era tan suave como un durazno y mis manos se dedicaron a recorrerlo en cada centímetro, desde el punto en el que formaba esa deliciosa curva en el final de sus piernas, hasta cerca de su espalda; ella por su parte simplemente se hacía cada vez más hacia atrás, con una desesperación que no conocía en nadie.
A esas alturas ya no bailábamos, nos dejábamos llevar en una cadencia sensual infinita digna de cualquier película pornográfica; de cuando en cuando ella se paraba totalmente derecha y yo aprovechaba para acercarla hacia mí y dejarla sentir mi erección justo en donde mis manos recientemente se habían deleitado.
Ya no me importaba nada, en ese momento bien podría haber llegado a la pista mi mujer y yo hubiera seguido con mi deliciosa faena, tener esa magnífica y caliente hembra en mis manos, saber que era virgen y que tendría contenidos en si toda clase de bajos instintos; y además saberme elegible para la importante tarea de descubrirlos y explotarlos, me tenía absolutamente extasiado.
Para mi mala suerte, la música terminó y tuvimos que separarnos inmediatamente, caminamos de la mano hacia la mesa en donde mi esposa nos esperaba con una enorme sonrisa. Al sentarnos, una vez más quedé en medio de las dos, y mi mujer aprovechó para seguir lo que habíamos dejado pendiente, comenzó a besarme el cuello mientras acariciaba mi pene que ya denotaba para entonces una considerable erección. Me sonrió sorprendida y me dijo
- Que bien, estás listo para todo
Yo sonreí y Gaby, como no queriendo la cosa dijo
- ¿Listo para qué?
Mi mujer muy apenada respondió que no era nada y se volteó a comentar algo con sus amigos, mientras que mi cuñada acercándose a mi oído y esta vez ella acariciando descaradamente mi erecto miembro me dijo:
- Si, ya me imagino para que estás listo
Me dejó boquiabierto, de plano era una persona distinta a la que había conocido hasta el momento, probablemente eran una gran cantidad de elementos que estaban poniendo a esta hembra a punto, y yo era el afortunado que estaría ahí cuando sucediera.
Me hubiera gustado dejar el antro de inmediato y llevarme a Gaby al primer hotel que encontrara, pero era imposible, la presencia de mi esposa y de sus amigos me limitaban demasiado, sin embargo no estaba dispuesto a dejar el asunto ahí, además de que no podía dejar pasar la noche sin que ocurriera algo, porque pasado el efecto del alcohol y la calentura en ambos tal vez no nos animaríamos a nada.
En ese momento hice “mi movimiento”, era algo que había aprendido hace más de 15 años y siempre parecía tener el mismo efecto en todas las mujeres la primera vez que lo hacía: coloqué mi mano derecha cerrada con los dedos en punta sobre la rodilla desnuda de mi cuñada y suavemente deslicé mis dedos hacia fuera abriendo la mano; repetí la operación varias veces obteniendo el resultado deseado, la piel de la pierna de mi cuñada se había erizado y su respiración sufrió un vuelco.
Para disimular mi accionar, con mi mano libre abracé a mi esposa por la baja espalda, pero creo que ella también estaba un poco cachonda, y discretamente la bajó a sus nalgas mientras seguía platicando muy quitada de la pena con sus amigos. La escena era irrepetible, con una mano estaba acariciando el hermoso culo de mi esposa, ahí frente a sus amigos, y con la otra acariciaba tímidamente la pierna de mi cuñada, en las mismas narices de mi esposa. Hoy entiendo el riesgo que corría, pero tal vez ese factor hacía más excitante la situación.
Gaby tomó mi mano, quizás sentía que habíamos llegado demasiado lejos y detendría todo de inmediato. Pero no fue así, lentamente fue subiéndola por su pierna, recorriendo palmo a palmo sus músculos y carne caliente, sintiendo cada imperfección y detalle de su piel desnuda bajo mis dedos. Subió mi mano por debajo de su falda, y se perdió con la oscuridad de la tela. Mi erección parecía no conocer de limites fisiológicos, cada segundo transcurrido mi pene crecía mas y mas y pedía a gritos ser liberado de su prisión de tela.
Mi mano seguía recorriendo hacia arriba y hacia abajo la pierna de Gaby, tratando en cada movimiento llegar mas arriba, para tocar por primera vez su preciado tesoro, su triángulo de energía jamás tocado por hombre alguno, su ardiente sexo necesitado de un hombre que le enseñara a tocar el cielo.
En el instante mismo en que mi mano alcanzaba su destino final, una poderosa descarga eléctrica pareció apoderarse de nosotros, ella apretó mi mano con una fuerza increíble y yo estuve a punto de alcanzar un orgasmo sin necesidad de más contacto que ese. Su tanga estaba muy mojada, pude percibir por un instante la viscosidad de sus flujos vaginales, el calor de su sexo encendido ansioso de batalla, y yo estaba dispuesto a librarla.
Ella se detuvo intempestivamente, tomó mi mano y la alejó con fuerza de su entrepierna. Me miró, me guiñó el ojo, acto seguido dijo a mi esposa que iría al servicio, que no tardaba.
Yo me quedé ahí sentado con un palmo de narices y sin entender que demonios había pasado. Con una increíble calentura que solo podría liberar con una larga sesión de sexo con mi mujer horas mas tarde.
Tan solo unos segundos después regreso Gaby con el rostro visiblemente desencajado, algo le dijo a mi mujer y por un momento pensé que le estaría contando de nuestra candente aventura. Los colores se me subieron a la cara, y pensé que ahí terminaba todo. Mi esposa me miró y me dijo en secreto que Gaby le había pedido que yo acompañara al servicio porque en el camino se había encontrado a un grupo de muchachos que la incomodó, voltee a mirar a gaby que mostraba una sonrisa entre preocupada y sugerente. Entendí entonces su plan: esa era la única forma en que podríamos estar lejos de mi esposa al menos unos minutos
Me levanté de inmediato, no sin antes esconder como pude mi ya muy visible paquete. Gaby me tomó de la mano y me llevó prácticamente a rastras hacia los baños, que se encontraban en el segundo piso del local. Metros antes de llegar, se detuvo, me miro a los ojos y me dijo:
- ¿Qué te has propuesto, porqué me haces esto?
Yo no sabía que decir, pero atiné a balbucear la respuesta exacta:
- Porque te gusta
Ella sonrió y preguntó:
- ¿Cómo sabes que me gusta?
Yo en plan tan aventado como estaba, tomé mi mano derecha y me la llevé a mi nariz, la olfatee detenidamente y al terminar le dije:
- El olor y la humedad de mi mano me dicen que estás tan excitada como yo.
Definitivamente ambos sabíamos lo que deseábamos, los juegos previos no dejaban lugar a dudas, sin embargo, ninguno se decidía a atravesar esa delgada línea después de la cual no hay retorno. La vieja "moral mexicana" nos frenaba, pero pensándolo bien ya estábamos mas allá: minutos atrás mis manos habían acariciado desesperadamente sus nalgas y ella misma había llegado hasta ahí no solo permitiéndomelo sino ayudándome en la tarea y definitivamente la sobada de mi pene frente a mi esposa no era algo que pudiera pasar inadvertido.
Con todos estos pensamientos, me convencí que las mismas consecuencias tendría llegar hasta el final que cancelar la aventura en ese momento.
Tomé entonces por primera vez en la ajetreada noche la iniciativa, después de todo Gaby era la “inexperta” en estos asuntos. La tomé por la cintura con firmeza y caminé junto a ella a un lugar apartado y suficientemente oscuro y la recargué contra la pared. Sin mediar una palabra más, me acerqué a su rostro y pose mis labios sobre los suyos, primero delicadamente mostrando incluso cierta timidez, y luego, al ir sintiendo la humedad de su boca con una pasión indescriptible. Mi lengua jugaba con la suya en una persecución de ida y vuelta en la que cada roce incrementaba su respiración, sus labios, sin maquillaje alguno y humedecidos con nuestra saliva eran un verdadero manjar. La besé unos segundos, pero mis manos estaba ávidas de seguir descubriendo su cuerpo, fueron entonces en busca de territorio ya conocido y se posaron solo un segundo en su cintura para posteriormente dejarse caer a sus maravillosas nalgas y esta vez ya sin ningún tapujo las deslicé por debajo de su falda para luego levantarla y tener a mi disposición el mejor culo que jamás hubiese tocado.
Estábamos frente a frente y mis manos subían y bajaban por sus nalgas y muslos, podía sentir el encaje de su tanga y de vez en cuando introducía mis dedos entre la delgada tela y la línea que separaba sus nalgas. Las apretaba, las estrujaba y pellizcaba con fuerza, ella por su parte no cesaba de besarme con desesperación, su lengua entraba y salía de mi boca de una manera increíble, y por un momento me imaginé como sería tenerla lamiendo mi miembro.
Cada que mis manos apretaban sus nalgas la acercaba hacia mía, rozando con mi verga su delicioso sexo, con cada roce su cuerpo se estremecía con más fuerza y su respiración se agitaba a tal punto que pensé que alguien podría escucharnos. Gaby abrió un poco las piernas y aproveché para colocarme entre ellas, la posición si bien incómoda me permitía tallar mi pene con franca fuerza en su cueva parcialmente abierta, y esto parecía provocarle un goce nunca antes experimentado.
Tomé entonces otro camino, quería sentir esos turgentes pechos entre mis manos, aunque no quise hacerlo tan directamente porque temía que aún podría arrepentirse, dejé de besarla en los labios y pasé a recorrer con mi boca sus mejillas y disimuladamente llegué a sus oreja izquierda; tenía un as bajo la manga: años atrás mi esposa me había platicado que Gaby era increíblemente sensible en ese punto.
En cuanto mis húmedos labios llegaron a su oreja, su cuerpo reaccionó, y aunque parecía resistirse a la caricia moviendo un poco la cabeza, sus manos me decían lo contrario, ya que inmediatamente fueron a posarse en mi marcada erección y comenzaron a sobarla con fuerza inusitada. Aproveché el derroche de erotismo para subir mis manos y acariciar sus pechos por encima de su blusa, eran magníficos, tan duros como una roca, si no supiera que Gaby era adicta al ejercicio hubiera pensado que eran operados; pero no, sus preciosas tetas eran resultado de la genética y de la entrega a la disciplina diaria. Los acaricié desde los laterales juntándolos al centro de su pecho, al hacerlo podía mirarlos mejor porque sobresalían de la blusa, los apreté así en varias ocasiones, podía sentir a través de la tela de su blusa y del brassiere sus erectos pezones, los pellizqué un poco y ella reaccionó de inmediato abriendo el cierre de mi pantalón, con dificultad pudo sacar al deseoso cíclope de su prisión, y comenzó a acariciarlo en toda su extensión.
Yo seguía con mi deliciosa asignatura de sobar sus gloriosas tetas, pero esta vez lo hacía con una mano mientras que con la otra seguía apretando su culo y atrayéndola más a mí. Gaby hizo algo que de plano me sorprendió aún más, dejó de sobar mi paquete por unos segundos, subió sus manos a la altura de sus pechos y desabotonó su blusa totalmente, quedando sus pechos cubiertos únicamente por su brassiere. Francamente me quedé anonadado, eran formidables, mucho mejores de lo que dejaba entrever su escote; siempre había pensado que mi mujer tenía las mejores tetas que había tocado, pero las de Gaby eran superiores, francamente estaban fuera de la realidad.
Pensé entonces que hasta ahí llegaría con sus pechos, pero cual fue mi sorpresa que su bra tenía un pequeño broche al frente; ¡eureka! bendije al inventor de semejante artilugio. Con la mano libre abrí el broche, el brassiere se deslizó a los costados de su cuerpo, y sus magníficos senos quedaron mostrándose con toda su vanidad. Eran del mismo color que sus hombros, con sus pezones mirando hacia el cielo y una aureola un poco más clara que hacía juego con el conjunto. No pude más que agacharme y deleitar mi paladar con semejante bocado, no cabía en mí de excitación, mi boca recorría cada milímetro, pasaba de una teta a la otra como tratando de ser equitativo en el placer, mordía ligeramente sus pezones, recorría una y otra vez el camino; podría haber estado ahí para siempre, gozando de ese par de “melones” que nunca imaginé tener en mi boca.
Ella por su parte seguía masajeando mi pene que estaba a punto de estallar, tuve que contenerme en repetidas ocasiones para no venirme y acabar manchando su ropa y la mía; además no quería terminar, lo estaba disfrutando sobremanera. De su boca salían palabras, más susurros como:
- ¿No espera, no podemos, que va a decir mi hermana?
Pero no lo decía con firmeza, seguramente eran parte de los prejuicios que aún ocupaban su mente, pero yo me encargaría de que pronto se fueran.
Salí de mi aislamiento y noté que dos parejitas mucho más jóvenes nos miraban insistentemente a lo lejos, pero no me importó, una faceta exhibicionista nunca antes conocida se ponía de manifiesto en mí. Yo cubría a Gabriela con mi cuerpo, por lo que nuestros nuevos espectadores no podrían ver demasiado y tendrían que conformarse con el poder de su imaginación; no se que me motivó en ese instante, tal vez la locura se apoderó de mí; miré fijamente al limitado auditorio, y sin más, dimos un giro de 180º, quedando yo recargado en la pared y Gaby dándoles la espalda; acto seguido llevé mis manos a su trasero, las bajé hasta el final de su falda, y lentamente, muy lentamente la subí para acariciarlas directamente. Seguramente aquellos muchachos se estarían dando un festín visual mirando el poderoso culo de mi cuñada, con su sublime y sensual tanga partiéndolo a la mitad; masaje unos segundos más sus nalgas e hice entonces lo más alucinado que podría imaginar: giré a Gaby para que quedara de espaldas a mí, sus enormes tetas quedaron al aire, libres de blusa y brassiere y pude observar los ojos cuadrados de nuestros jóvenes vouyeristas, seguramente ellos como yo, jamás habían visto un par de tetas semejantes.
Mientras tanto ella recorría con sus manos mi cabeza, yo le restregaba mi descomunal erección en el trasero y seguía besando sus orejas alternadamente, tocaba sus tetas desde atrás y pellizcaba con fuerza sus pezones, las amasaba, las degustaba con mis manos.
Gaby respiraba con mucha agitación, tenía los ojos entrecerrados y su cuerpo estaba totalmente entregado al tremendo “faje” que le estaba propinando, me supe entonces dueño de esta hembra que durante toda la noche me había vuelto loco, pero que en este momento tenía a mi entera disposición. Estaba seguro de que ella hubiera echo en ese instante cualquier cosa que le hubiese pedido, sin importarle nada, ni su hermana o su bien cuidada por tantos años virginidad.
En semejante posición mis manos recorrían libremente su anatomía, subía y bajaba desde sus rodillas hasta sus pechos, reconociendo cada centímetro cuadrado y a haciendo mío cada pedazo de esa majestuosa mujer. Caí en cuenta de que tan entretenido estaba con sus tetas y nalgas, que prácticamente me había olvidado del centro de su universo, y ni siquiera había intentado acariciarlo. Deslicé entonces lentamente mis manos a su entrepierna, y justo cuando comenzaba a palpar su humedad me detuvo abruptamente con ambas manos y me dijo:
- Espera, debemos regresar
Desgraciadamente tenía razón, hasta el momento nuestro breve idilio no había despertado sospechas, pero seria mejor que siguiera así para llevarlo a feliz y cachondo término.
Gaby notó entonces los ojos de sus admiradores en sus tetas, y rápidamente se cubrió con las manos y volteó hacia mí para guarecerse con mi cuerpo. Le ayudé a colocar el brassiere y la blusa en su lugar y me dio un profundo beso. Al terminar me dijo con una voz enronquecida por la agitación:
- Me estaban viendo las bubis
En tono muy serio le dije:
- No los culpo, están riquísimas
Ella sonrió un poco apenada, acomodó su ropa y se dirigió al servicio rápidamente. Permanecí de pie esperando su regreso, encendí un cigarrillo y miré de reojo a nuestros espectadores, sus rostros denotaban una lujuria in-crescendo, y sus miradas dejaban ver claramente la envidia que sentían.
Mientras Gaby volvía, maquiné un plan que me permitiría disfrutarla el resto de la noche: busqué al muchacho que atendía nuestra mesa y le pedí que desde ya, a mi me sirviera solo refresco, a Gaby normal y a mi mujer le sirviera el doble de alcohol en cada copa; el muchacho me miró con complicidad cuando le entregué el billete por sus servicios "adicionales", seguramente pensando que mi plan era "aprovecharme" de mi mujer... Volví al servicio y Gaby iba saliendo, la besé por ultima vez antes de regresar a nuestra mesa. Mi esposa me preguntó:
- Y bien, ¿ha sido necesaria tu intervención?
A lo que respondí:
- No ha sido nada, solo un grupo de ilusos que devoraban a tu hermana con la mirada (y si que lo hacían)
A partir de ese momento prácticamente dejamos el baile, ordenamos ronda tras ronda y mi esposa y yo parecíamos cada vez más alegres. En cierto momento me dijo un tanto preocupada:
- Estamos tomando mucho y tenemos que llevar a Gabriela a su casa
A lo que respondí:
- Gaby se ve muy fresca, que ella maneje y se quede en casa con nosotros
Ella me miró inocentemente y afirmó convencida. Mi plan tomaba forma: Gaby pasaría la noche en mi casa y mi esposa ingeriría alcohol en cantidades industriales.
Para mantener a Gaby a punto, en cada oportunidad acariciaba sus piernas y un poco más por debajo de la mesa, o le decía cosas calientes al oído, tales como: que deliciosa estás, que escondido te tenías ese cuerpazo, me ha encantado acariciarte toda... Ella sonreía y respondía con vedadas caricias en mi pierna y entrepierna.
Transcurrió solo una hora y mi esposa ya se estaba cayendo de borracha, no acostumbraba beber, y aunado a que le estaban sirviendo un poco más,.. Musité a su oído que teníamos que irnos, y ella accedió inmediatamente. Miré de reojo a Gabriela, sus ojos brillaban como los de un niño que espera a Santa Claus, y más tarde recibiría su "regalo" por portarse "tan bien".
Pedí la cuenta y pagué rápidamente, no quería que las cosas se enfriaran. Tomé del brazo a mi esposa y de la cintura a Gaby, nos despedimos de Claudia y Arturo: ella me reprochó con una mueca y mirándome directamente a los ojos, él por su parte se despidió diciéndome en secreto:
- Quien fuera tu Toño, se ve que te darás un “atracón” esta noche
Su comentario me sorprendió y más aún la reacción de Claudia, ¿será que se habían percatado de nuestro jueguito? No le di importancia, porque en efecto, lo que me esperaba era un banquete magnífico digno de una fiesta griega.
Subimos al auto, esta vez mi cuñada tomó el volante y ayudé a mi esposa a subir al asiento trasero, se le veía muy mal, acomodé sus piernas como pude y subí en el asiento del copiloto. Por las condiciones de Gaby hubiera sido más prudente que yo manejara, pero hubiera desperdiciado minutos valiosos para mantener el horno a la temperatura exacta.
Gaby arrancó y emprendimos el camino a casa. Su falda con el movimiento de sus piernas para conducir se subió un poco, casi hasta sus muslos, y yo aproveché este pequeño “accidente” para comenzar a acariciarlas discretamente, subía mi mano desde su rodilla hasta casi tocar su sexo y regresaba, mi intención era seguir con esos jueguitos que calentarían más y más a mi excitada cuñada. Con cada intento de llegar a su sexo ella tomaba mi mano, pero contrariamente a lo que pudiera pensar, la empujaba con fuerza hacia su sensual fruta prohibida; yo resistía, tenía que hacer un esfuerzo descomunal para no tocarla y poseerla en ese mismo lugar.
Para entonces noté que mi esposa se había quedado profundamente dormida. Aproveché tal situación para pasar a sus tremendas tetas que habían quedado totalmente a mi merced; desabroché todos y cada uno de los botones de su blusa y después a mi querido amigo brassiere con broche al frente (estoy seguro de que tiene un nombre, pero no lo se). Una vez más sus increíbles “melones” salieron de su cautiverio, y yo los comencé a acariciar con desesperación; ella intentó contenerme y cerrar su blusa, la detuve diciéndole en voz muy baja:
- Déjalo así, no me digas que no te ha excitado que te miren…
Gaby me miró muy seria, pensé que había cometido el error catastrófico que pondría fin al sueño que estaba viviendo, pero no fue así, sonrió y me dejo hacer. Acariciaba alternadamente sus tetas y sus piernas, sin tocar por supuesto su sexo para mantenerla a punto, su respiración estaba fuera de control, por un momento pensé que tendría un orgasmo ahí mismo.
Manejaba a gran velocidad, creo que tenía tanta prisa como yo de que llegáramos a un lugar privado, a esas horas el tráfico era inexistente y los semáforos parpadeaban en color ámbar a lo largo de la avenida de los Insurgentes, y Gabriela aprovechaba para acelerar a fondo. Minutos después llegamos a la casa, abrió la cochera y estacionó el auto; intentó abrochar su blusa y con una seña de mi mano le ordené que no lo hiciera. Bajamos del auto y yo tomé en brazos a mi esposa y la subí rápidamente a nuestra recámara, cuando la recosté me dijo:
- Te encargo mucho a Gaby, la vi muy triste en la tarde y por eso quise que viniera con nosotros.
La besé y le dije:
- No te preocupes, voy a “platicar” un rato con ella, estoy seguro que después se sentirá super bien
No podía creerlo, mi propia esposa me estaba dando el pretexto ideal para dejarla dormida mientras me tiraba a su hermana en la sala de nuestra casa, de esta forma no me preguntaría al día siguiente porque había tardado tanto, ni nada por el estilo. Tomé como precaución extra el cerrar la puerta de nuestra recámara con llave por fuera, si algo me reclamaba le diría que como la vi tan pasada de copas, pensé que era mejor “encerrarla” para que no fuera a caer por las escaleras. Mi plan estaba saliendo de maravilla, aunque en realidad parecía que los astros se alineaban para que pudiera gozar de la deliciosa mujer que me esperaba a unos cuantos pasos.
Bajé corriendo las escaleras, ahí estaba ella, caminando por la sala viendo la enorme pecera de agua salada que es el orgullo de mi mujer. Si bien tenía la certeza de que estaba super cachonda, quería que todo fuera perfecto, no me la iba a “coger” como a una puta, le iba a “hacer el amor” como a toda una mujer. Mario Puzzo escribió en “El Padrino” que una mujer virgen puede esclavizar a un hombre durante meses a cambio de su preciado tesoro, pero una vez que el hombre logra poseerla, si logra hacerlo bien, los papeles se invierten de inmediato y ella se convierte en su esclava sexual por un largo periodo, dispuesta a aprender y experimentar con “su maestro”. Yo me había ahorrado los meses de esclavitud, pero mi intención era convertir a Gaby en mi esclava, en mi puta personal con la que podría llevar a cabo mis más grandes perversiones.
Me acerqué y la tomé de la mano, la llevé lentamente al sofá y me senté junto a ella. Comencé a besarla delicadamente, como si fuéramos enamorados de años atrás, ella correspondía a cada beso simétricamente, si yo metía mi lengua para tocar su paladar ella lo repetía de inmediato, si yo chupaba su lengua y la succionaba, ella me devolvía el favor, si durante toda la noche ocurriría lo mismo, pasaría uno de los mejores momentos de mi vida.
Ella seguía con los pechos al aire libre, y yo pasaba mis manos muy cerca de ellos, apenas tocándolos, provocando en Gaby toda clase de suspiros. Podía notar como su piel se erizaba más y más. Al pasar por sus pezones la cosa cambiaba, los apretaba discretamente una y otra vez. Proseguí besando su cuello, mi lengua recorrió en repetidas ocasiones cada resquicio, mientras ella simplemente me tomó de la nuca para intentar guiarme. Bajé hacia sus pechos y me reencontré con ellos, los besé y besé hasta el cansancio, mientras mis manos retiraban hábilmente su blusa y su brassiere.
Tenía a Gaby ahí, sentada en mi sala, sin blusa ni brassiere, con las tetas libres y lista para todo. Yo seguí con lo mío y Gaby no atinaba más que a respirar con mayor rapidez sin soltar un instante mi nuca, guiando mi cabeza a los rincones que debían recorrer mis labios, besé sus pechos, pasé por sus axilas que tenían un delicioso sabor salado, besé los costados de su pecho y bajé un poco más, a su abdomen y aquí fue el acabose, Gaby estaba como loca, y comenzó a decirme, casi a gritarme:
- Hazme el amor, quiero que me hagas el amor!!!!!
Sonreí maliciosamente, Gaby no tenía idea de hasta donde era capaz de llevarla antes de penetrarla, estaba seguro de que la volvería loca con mis besos y caricias. Seguí en mi trabajo, pero ahora mientras besaba sus tetas y su abdomen acariciaba sus piernas, quité uno a uno sus zapatos, y encontré unos maravillosos pies que no desentonaban con el todo. Dejé un momento sus pechos y la recosté sobre el sillón, ella dijo:
- Ya, por favor, no puedo más
Hice caso omiso de sus súplicas, levanté sus piernas sobre el sillón y puse uno de sus pies a la altura de mi boca, besé uno a uno sus dedos, presioné su planta y mordí su talón, repetí la operación con su compañero y Gaby se notaba increíblemente excitada, al tenerme tan lejos, bajó su mano y comenzó a desabotonar su falda.
Subí me lengua desde su pie izquierdo hasta su rodilla y un poco más arriba, para entonces su falda estaba lista para ser retirada y me empujó para hacerlo, quedó únicamente con su maravillosa tanga color negro de encajes en el triángulo y en la línea que partía su culo. Era una visión maravillosa, toda ella era sensualidad, derrochaba cadencia a más no poder.
Seguí subiendo con mi lengua por su pierna hasta su muslo, pero una vez más regresé, volví por el mismo camino y cambié de pie, subí una vez más por su pierna, y justo cuando estaba llegando a su muslo, ella me tomó por los cabellos y me atrajo para darme un delicioso y apasionado beso en los labios, me suplicó entonces:
- Ya Toño, por favor, quiero sentirte dentro!!
Aún no era tiempo, quería que lubricara lo mejor posible para hacer menos doloroso el trance. La ayudé a ponerse en pie y quedó de espaldas a mí, la visión era indescriptible, ese enorme culo frente a mis narices, me levanté y me quité toda la ropa en un santiamén, apoyé mi pene erecto en la raya de su culo y comencé a besarle los hombros, mientras lo hacía acariciaba sus tetas una y otra vez y después accidentalmente bajaba hacia su ombligo, y un poco más. Ella acompañaba a mis manos en su intenso recorrido, siempre sobre las mías; tallaba mi pene contra su culo, el roce del encaje era maravilloso, y sentía como si sus nalgas se cerraran para atraparlo entre ellas y no liberarlo más.
Hice entonces lo que más me ha gustado en todas mis experiencias sexuales: así como estábamos, ella de espaldas a mí, y con mis brazos abrazándola con un dejo de protección, inserté mi mano derecha entre su tanga y su piel, el resultado es único, la mujer experimenta una profunda sensación de seguridad mientras te entrega su más preciado valor: su sexo.
Gaby dio un pequeño brinco y empezó a moverse más como si masturbara mi pene entre sus nalgas, sus manos me abrazaban como podían por la espalda, sus bajos instintos afloraban con suma facilidad. Una mujer es como una caja fuerte de máxima seguridad, pero si logras descifrar su combinación, se abre sin mayor problema.
Acaricié su vello púbico con mucho cuidado, era abundante como el de mi esposa. Sentía su humedad, sus flujos estaban produciéndose en buena cantidad, el trabajo previo estaba funcionando. Bajé un poco más mi mano estirando el dedo medio y logré tocar por vez primera el canal que sabía en unos minutos me haría tocar al cielo mismo; aprovechando la humedad mi dedo se deslizó con suma facilidad unos 2 centímetros a su interior, Gaby dio un grito de placer:
- Ahhhhhh, que ricooooooo
Comencé a mover mi dedo lentamente sin introducirlo demasiado, no quería desvirgarla en nuestro “tiempo de calentamiento”. Gaby no sabía que hacer con sus manos, me jalaba los cabellos, agarraba mis nalgas, y de vez en cuando, con cierta timidez apretaba sus magníficas tetas. Saqué mi mano de su núcleo vital y me despegué bruscamente de su cuerpo, ella quedó ahí, temblando, su pecho subía y bajaba producto del esfuerzo físico y la excitación. Me senté en el sillón y la giré para que quedara frente a mí, aún de pie. Gaby hacía todo lo que le pedía sin oponer la menor resistencia; en ese momento su mirada además de una increíble lujuria denotaba una curiosidad por lo que seguiría; parecía conciente de que la penetraría cuando Yo quisiera, pero definitivamente disfrutaba enormemente el preámbulo.
Acerqué mi boca a su cintura, la moví a uno de sus costados y mordí su tanga, la deslice con la boca unos centímetros hacia abajo, repetí la operación con el otro lado, su tanga estaba a la mitad de sus nalgas, y su sexo apenas era cubierto por un poco de tela; mordí entonces exactamente esa zona, quería que mi boca rozara un poco su sexo para causar si es posible un poco más de expectación, mordí la tanga y la bajé; Gaby volvió a gritar:
- Sigue, dame más!!!
Ya libre de la opresión de su culo, la tanga era presa fácil para mi poca, y la deslicé hasta sus pies con gran rapidez. Ahí estaba Gabriela, mi cuñada virgen, con su figura espectacular totalmente desnuda en mi sala, y rogándome que la penetrara. Qué maravilla.
La ayudé a recostarse sobre el sillón, abrí lentamente sus piernas, comencé a besar sus pechos, bajé por su abdomen, hasta llegar al inicio de su vello púbico y de ahí brinqué a su ingle, bajé hasta sus rodillas y de ahí hasta sus pies, una vez más mordí su talón derecho. Retomé el mismo camino pero en el hemisferio contrario y al llegar a su ingle, mi lengua se detuvo, voltee a mirarla y ella me suplicó con un gesto. Delicadamente deslicé mi lengua por su vagina, estaba totalmente lubricada, la introduje una y otra vez mientras Gaby se contoneaba de placer, sus manos me tomaron con fuerza de los cabellos y una vez más guiaron su goce, ya no sabía si yo incrustaba mi boca en su sexo o si su sexo se incrustaba en mi boca. Ese característico sabor salado del sexo de la mujer es delicioso, pero en mi cuñada tenía un sabor particularmente fuerte, tal vez por tanto tiempo de contención y espera.
Mientras le daba una sesión de sexo oral digna de admiración, acariciaba su exuberante culo, lo guiaba hacia mí, y ella cooperaba con sus movimientos y con su ronroneo de gata en celo.
Era el momento indicado, Gaby estaba lista para darme el más grande regalo que una mujer puede dar a un hombre: su virginidad. La miré a los ojos en una actitud muy seria y le dije:
- ¿Quieres hacerlo?
Quería darle la oportunidad de arrepentirse de última hora, parece mentira pero quería que lo que hacíamos fuera de común acuerdo. Con una mirada más que elocuente ella respondió:
- Si, hazme el amor por favor
“¿Por favor?”, una hembra como ésta podría tener a los hombres que quisiera solo con un guiño, y a mí me lo estaba pidiendo “por favor”, no cabe duda que en ese preciso instante yo era el hombre más afortunado sobre la faz de la tierra.
La ayudé a recostarse a todo lo largo en el sillón, y me recosté sobre ella, abrí un poco sus piernas y apunté mi desesperada erección a su sexo. Mientras la besaba en los labios, lentamente fui ingresando en el paraíso, el calor que rodeaba mi pene era único, su humedad, juro que podía sentir en mi pene los latidos de su corazón a través de su vagina; procedí con toda calma, no quería lastimarla, no quería desperdiciar este momento único en la vida de una mujer. La lubricación de los juegos previos había funcionado a la perfección, hubiera podido hundir mi virilidad hasta el fondo con un solo empujón; pero no lo hice, tomé el camino difícil pero más redituable: la paciencia.
Esperé a que Gaby se acostumbrara a mi miembro dentro de ella, tenía sus uñas enterradas en mi espalda, los ojos entrecerrados, la respiración contenida, no se movía. Mientras tanto yo hacía pequeños movimientos hacia los lados para dilatar un poco su conducto al centro del universo; sabía que ella me indicaría cuando estuviera lista y así fue; de pronto empezó a empujar su pelvis hacia mi pene, noté que estaba ansiosa por sentirme. Con esta indicación me inicié un viaje hacia el fin del mundo, comencé a embestir ese delicioso y virgen coño, en cada penetración profundizaba si acaso un milímetro o dos, quería que durara por siempre.
Después de algunas embestidas, en las que me era prácticamente imposible no penetrar más, toqué esa delicada tela que divide a las señoritas de las señoras, la punta de mi pene sintió con toda claridad esa fina capa que divide la edad de la inocencia de la perversión, me detuve un segundo, tan solo un segundo para grabar en mi memoria la deliciosa sensación de recibir tan preciado tesoro de Gaby. Sentí la ruptura de su himen en mi pene y en mi espalda, porque Gaby enterró con violencia sus uñas; pensé que sería el dolor, pero en realidad era de placer.
Planeaba seguir con calma todo el proceso, pero Gaby me abrazó con más fuerza y me susurró al oido:
- Más, más, dame más
Salvada esta barrera mi pene se sintió en total libertad de penetrar a mi hembra, mis embestidas subieron de velocidad y muy pronto de profundidad, podía sentir centímetro a centímetro los pliegues de su sexo, mi verga y su coño estaban fundidos en un solo ser. Gaby por su parte respiraba con dificultad producto del placer, me acariciaba torpemente la espalda y las nalgas, levantaba como podía su pubis para pedir penetraciones más profundas y no cesaba de repetir:
- Más, más, dame más
Seguí penetrándola una y otra vez, me contenía para no terminar aún, tenía que hacerla llegar al clímax con mi pene dentro, era mi desesperada misión en esa noche de locos; tenía que hacerla llegar al cielo aunque en ello sacrificara mi propio placer, tenía que hacerla sentir que yo era el único que podía hacerla vivir esas sensaciones para que fuera mía, al menos por un tiempo.
Así fue, después de unos minutos de penetración, Gaby tensó el cuerpo, volvió a enterrar sus uñas en mi espalda, contuvo la respiración, puso sus ojos en blanco, y dejó escapar un grito que creí despertaría a mi esposa y a todos mis vecinos:
- Ahhhh, Ahhhh, Toño, Ahhhh, que rico
Sentí perfectamente como todos los músculos de su vagina se contraían alrededor de mi pene, la contracción era alterna, es decir, contraía y aflojaba; este fue el acabose de la noche, el movimiento de mi cuñada en su orgasmo, provocó en mí una oleada de placer infinito que derivó en la más larga corrida que jamás haya tenido. Gaby lo notó y siguió moviéndose con fuerza hasta dejar mi verga libre de todo rastro de semen.
Me abrazó con fuerza y nos quedamos así, unidos en uno solo por unos minutos. Quise separarme de ella, pero me lo impidió abrazándome con sus piernas, acercó mi oído a su boca y me digo casi sin fuerzas:
- Gracias
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Me hubiera encantado permanecer la noche entera entrelazado con ella en el sofá, sin embargo era virtualmente imposible porque tendría que subir con mi esposa en breve.
Minutos después le di un apasionado beso en los labios y me puse de pie, fui a mi estudio en el que tenemos un futón para estas ocasiones y lo preparé, busqué almohadas y cobijas y salí a buscar a Gaby para avisarle que todo estaba listo. Cuando llegué a la sala casi me desmayo, Gaby se había puesto su diminuta tanga y su blusa sin bra. Se veía increíble pero no podía arriesgarme, debía meterla a la cama cuanto antes y regresar al lecho matrimonial, ya llegaría el tiempo de volver a poseer ese exquisito cuerpo.
El resto de la madrugada lo pasé sin pegar un ojo, reflexionando sobre lo sucedido y elucubrando en lo que seria mi vida sexual a partir de ese día. Me negaba a pensar que Gaby sería una aventura de una sola noche, lo que vivimos había sido excepcional, pero quien sabe como reaccionaría al día siguiente, cuando el calor de las copas y el sabor de la aventura hubieran pasado; también existía la posibilidad de que experimentara un ataque de moral y le dijera todo a su hermana, con lo que viviría una tragedia griega. Entre estas y otras cavilaciones transcurrió la noche.
….
El constante repiqueteo sonaba en mi cabeza: piii, piiii, piiii. Mi cerebro reaccionaba parcialmente al ruido pero no lograba despertar del todo; concilié el sueño a las 6 de la mañana, miré el reloj y eran apenas las 8. El ruido persistía: piii, piiii: quien carajos tocaba el claxon tan insistentemente en domingo...
Reaccioné por fin, seguramente eran Juan y Carlos, viejos amigos de la infancia, habíamos quedado de ir con ellos a jugar tenis: demonios. Desperté a mi mujer y me dijo que de plano no estaba en condiciones ni siquiera de levantarse: la cruda; me sugirió ir solo o invitar a Gabriela.
Entonces no había sido un sueño, en efecto había hecho el amor a mi deliciosa cuñada y ella dormía plácidamente en mi estudio. Salí al balcón y le grité a Juan que se adelantaran, yo los alcanzaría en un rato.
El momento decisivo había llegado, tendría que despertar a Gaby y conocer su sentir después de nuestro furtivo encuentro. Antes de hacerlo me di un rápido regaderazo, lavé mis dientes, me afeité rápidamente y rocié todo mi cuerpo con una loción que a mi esposa le encanta (esperaba que en eso también tuvieran gustos afines).
Bajé las escaleras y encontré a Gaby sentada en el sillón, dubitativa, acariciando y alisando la tela que la noche anterior habíamos desajustado, se veía hermosa, vestía lo mismo que cuando la dejé para dormir, tenía las piernas encogidas pegadas en su pecho y su cabeza descansaba plácidamente sobre sus rodillas; su oscuro cabello estaba fuera de su lugar y su rostro denotaba una profunda tranquilidad.
Me acerqué a ella, sabía que tenía que esperar su reacción, no podía aventurarme a ser rechazado porque la mañana podría derivar en una serie de reproches que podían llegar a oídos de mi esposa. Gaby levantó la mirada, seguía acariciando la tela con mucha calma, los segundos me parecieron eternos hasta que dijo:
- Hola cariño, ¿cómo has dormido?
Respiré tranquilo, al parecer todo estaba bien; me acerqué a ella para saludarla, planeaba darle un beso en la mejilla y esperar su reacción. Al tocar su mejilla con mis labios, ella giró su rostro y me dio un delicioso beso en los labios que me devolvió el alma al cuerpo. Al terminar le dije:
- He dormido de maravilla, después de semejante sueño erótico que me regalaste. ¿y tu?
- Soñé con tus manos acariciando todo mi cuerpo.
Eureka y recontraeureka; todo había salido a pedir de boca, esta maravillosa mujer se había prendado de mis caricias y mis besos, toda traza de moral y principios había sido borrada por la pasión. Si, lo se, era mi cuñada, su hermana era mi esposa y la sociedad castigaría o juzgaría nuestros actos; pero no importaba, éramos dos seres entregados al placer de poseerse el uno al otro, las reglas básicas del reino animal nos aplicaban: una hembra en celo requiere y busca al macho que pueda satisfacer sus necesidades y el macho más apto, o en este caso el más afortunado, se aparea con ella tantas veces como sus cuerpos se los permitan.
Invité a Gaby a jugar tenis con nosotros, aunque obviamente no tenía nada que ponerse, podría usar algo de mi esposa; se emocionó como una niña y subió corriendo las escaleras a mi recámara, supuse que tardaría un largo rato y pensé que sería bueno preparar un jugo energético para recuperar fuerzas. Estaba partiendo las frutas cuando Gaby bajó, parecía una diosa. Estaba recién bañada, su ensortijado cabello estaba amarrado en una coqueta “colita de caballo”, llevaba puesta una blusa roja pegada a su cuerpo, se podía notar que no era la dueña, porque sus preciosos pechos reclamaban espacio a la elástica tela, se marcaban muy ligeramente los pezones; lo que de plano era un espectáculo digno de admirar era su majestuoso culo, entallado a unas mallas blancas del tipo que mi esposa usaba para hacer ejercicio todas las mañanas, esas mallas me encantaban, cuando despertaba y veía a mi esposa luciendo su hermoso trasero con ellas, no podía más que admirarlo y sentirme afortunado de tener a mi disposición semejante delicia, Gaby lucía las mallas con la misma soltura que mi mujer, pero justo en el abultamiento de su culo, la tela parecía tomar vida propia, sus curvas eran increíblemente sugerentes, sus nalgas se levantaban sin pudor alguno por debajo de la prenda, si las mallas no hubieran sido blancas, pudiera haber pensado que no llevaba prenda alguna; al frente su triángulo de poder lucía simplemente magnífico, la tela se incrustaba discretamente, creando un espectáculo de ensueño.
Alucinado como estaba balbucee:
- ¿En donde habías estado?
- Me estaba bañando y poniendo bonita para ti.
- Quiero decir, ¿en donde habías estado todo este tiempo? ¡Nunca te había visto tan sensual como hoy!
- Tal vez es porque me siento así, muuuy sensual, y todo es gracias a ti.
Se acercó y me dio un coqueto beso en la comisura de los labios. Me encontraba perplejo, en verdad había logrado mi cometido, Gaby se comportaba como una leona en celo, y paseaba su
13 comentarios - Gaby, mi recién descubierta cuñada Virgen a los 28- part 1