Me vanagloriaba de mi seguridad, de esa natural intuición que a lo largo de toda mi vida me había acompañado, de esa facilidad para seducir en el más amplio espectro de la palabra. Siempre había sido consciente de mi belleza aunque no me jactara ni me creyera la reina del mundo. Sabía del efecto que podía producir en los hombres por más que jamás me aproveché totalmente de eso; por mi parte, consideraba que había formas más sutiles y más letales de permanecer en ciertas mentes debiendo confesar que me había vuelto experta en eso y hasta me provocaba un casi perverso placer. No obstante, en mi interior algo me decía que me faltaba algo. Algo que no podía o no quería definir claramente…
Llevaba una vida familiar armónica y no importa a esta altura si era feliz o no lo era. Era una mujer controlada, amalgamando la machista fórmula de “una dama en la calle, una puta en la cama”. A decir verdad, mi marido había sido prácticamente el único hombre que había tenido, pero había sabido despojarme de miedos, tabúes y demás logrando convertirme en una mujer plena capaz de sentir y brindar el máximo placer. De más está decir que en ese aspecto no tenía motivos para adornarle la cabeza a mi consorte, cosa que muchos no podrían entender pero poco interesa ya…
Aquella mañana ya se presentaba de locos; preparando el escrito que tenía que presentar en el juzgado para defender aquel caso que sabía ganado de antemano, me había quedado frente a la computadora hasta altas horas de la noche. Como el cansancio me venía rindiendo desde hacía semanas simplemente no escuché mi despertador y seguí durmiendo. Me desperté sobresaltada más tarde, apenas con el tiempo de ducharme y poca cosa más. Un café de apuro fue todo mi desayuno. Subí en el coche no sin antes llamar a mi cliente y a mis contactos en el juzgado avisando que llegaría más allá de la hora acordada. Estaba obviamente tensa, y lo único que me faltaba era un embotellamiento de tránsito.
Todo mi proverbial control se hallaba a prueba. Presa de la ansiedad hice una maniobra que no hizo más que complicar la situación quedándome atascada en el medio de la calle con el auto en diagonal siendo el blanco obligado de todos los insultos habidos y por haber. Finalmente pude zafarme, tan solo para protagonizar un pequeño choque con el auto que iba adelante mío. Su conductor bajó airado y yo me dispuse a hacer lo mismo ya resignada aunque sin perder mi compostura por más que por dentro estaba a punto de estallar.
- ¡¡¡¿Dónde aprendiste a conducir?!!! ¡¡¡¿En un parque de diversiones!!!? La puta mad…
No había acabado yo de descender de mi auto cuando el tipo ya había comenzado a insultarme avanzando hacia mi dirección. Su modo de increparme me había sublevado de tal modo que estaba a punto de responderle de igual forma cuando finalmente pude ponerme de pie y al levantar la vista me sentí repentinamente sobrecogida. Tenía frente a mí a un hombre muy bien parecido de ojos oscuros como la noche, de clara ascendencia levantina que a ojo de buen cubero tendría unos diez años más que yo. Me quedé muda de golpe sintiendo como un fuego arrebolaba mis mejillas como una tonta adolescente. El hombre en cuestión debió haber sentido algo parecido ante mi presencia, me di cuenta por el modo en que habló después aunque haya sido a los gritos.
- ¡¿Qué haces? No puedes ir conduciendo así. La calle no es solo tuya y mucho menos si todo el mundo está amontonado. Todos estamos apurados y tenemos horarios que cumplir!.
- Yo… choqué su auto… Voy a llamar a la gente del Seguro – fue todo lo que articulé echando mano a mi celular adosado a la pretina de mi falda gracias al estuche.
- No tengo tiempo de esperar a nadie. Hay gente aguardándome… - Aquí tienes… - sentenció extendiéndome una tarjeta con sus datos no sin antes garabatear nerviosamente el número y serie de la matrícula de su coche.
Se dirigió a su auto y se marchó abriéndose paso entre un tránsito que ya se había distendido un poco. Me subí al mío e hice mi parte sintiéndome extraña, como si algo me hubiese vulnerado. Guardé la tarjeta en mi cartera sin detenerme a leerla. No quería darme el lujo de seguir perdiendo un tiempo precioso. Intenté olvidar lo sucedido y al llegar a destino sentí que el alma me había vuelto al cuerpo. Había vuelto a ser la misma de siempre… Después los trámites habituales, la espera engorrosa, los saludos protocolares, los saludos obligados, los saludos afectuosos, el celular que sonaba de vez en cuando. El hablar al oído de mi cliente… porque después de la entrega del escrito yo tendría que citarme con el Juez por otro caso que no tenía nada que ver con el que me había traído hasta allí. Cumplido el trámite, solo había que esperar en la otra punta del juzgado, habiendo hecho lo mío y despachado a mi cliente solo quería un momento de sosiego antes de ver al Juez.
Yo no conocía en persona al Magistrado, aunque sí sabía de su capacidad y su fama en la Escuela de Leyes como Profesor de la Cátedra. No daba para amedrentarse pero no se si a causa de lo que me había ocurrido aquella mañana, yo estaba particularmente inquieta y nerviosa, lo que me había puesto un tanto de mal humor, como con bronca conmigo misma. Después de una espera que me pareció eterna, un escribiente me indicó que podía pasar al despacho; debo confesar que me molestó el notar que el Juez no estaba allí, estaba deseosa de marcharme de ese sitio cuanto antes.
Apenas me senté frente al amplio escritorio, por una puerta lateral apareció finalmente. La sangre se heló en mis venas al verlo. ¡Era el caballero con quien había chocado pocas horas antes!... Apenas pude salir de mi asombro cuando instintivamente me paré y le extendí mi mano. Su sorpresa no fue menor y me retribuyó el saludo con firmeza. Noté su mano helada y la mía sudorosa… “¡Qué vergüenza!” me dije cuando su voz profunda me sacó de mis cavilaciones.
- Bueno, finalmente podremos saludarnos como es debido Dra… – diciendo mi apellido después de consultar en los papeles que llevaba en la otra mano.
- Eso parece…
- Dígame que es lo que la trae por aquí… no me diga que es lo del choque.
- No. Sr. Juez – contesté con más calma – Le confieso que aún no he visto la tarjeta que usted me dio, la guardé entre mis cosas con tanta prisa que…
- Está bien – me interrumpió haciendo gala de su poder con un gesto displicente de su mano – Tome asiento por favor…
Recién ahí pude llevar a cabo el cometido que me había llevado a su despacho. Expuse mis opiniones de forma precisa y lo más concreta posible, convencida por completo de mi éxito. Si bien era una audiencia casi extra protocolar me servía para saber si de veras tomaría ese caso o no. Confiaba en la experiencia y ecuanimidad del Juez para mediar en ese asunto en particular pero a medida que transcurría el tiempo algo me laceraba por dentro y era la silente mirada del Magistrado que parecía escucharme sin prestar atención. Me maldije a mí misma al reconocer que ese hombre me atraía como nunca nadie me había atraído antes, y en mi mente la idea de no marcharme de allí comenzó a darme vuelta. Imágenes atrevidas se agolparon en mi cabeza y debí haberme mareado ya que me vi obligada a ponerme de pie. El más pronto que volando, solícitamente se levantó de su asiento y se paró junto a mí. No se si vio que estaba a punto de desmayarme o qué pero me tomó de un brazo y me llevó hasta la ventana que estaba abierta para que tomara un poco de aire. La brisa me golpeó el rostro, cosa innegable si estaba en un tercer piso como en ese caso. Agradecí el gesto y por un instante olvidé lo que estaba pasando.
El aire estaba tan tenso que podía cortarse con un cuchillo, yo me encontraba agitada y confusa, intuía que algo pasaría y lo que era peor, yo estaba deseando que así fuese. De pronto sentí unas manos en mi cintura y un tibio aliento en mi cuello. Me estremecí por completo y esa fue la carta franca que el Juez necesitaba para pegarse junto a mi cuerpo por detrás. Pocos instantes después percibí como impunemente restregaba su erección entre mis nalgas al tiempo que me decía cosas soeces al oído que en otra circunstancia no se las hubiera permitido ni a mi propio marido. Pero allí estaba yo, voluntaria presa de aquel desconocido por más que fuese un respetable profesional y vistiera un traje importado. No me importaba que me sometiera allí, a la vista de cualquiera que pudiera asomarse a alguna de las ventanas del edificio de enfrente. Aquello me encendía más, me hacía hervir la sangre, me excitaba, me calentaba… Mi corazón latía fuerte y mi respiración se había vuelto entrecortada. Todo era tan sorpresivo, tan repentino y bizarro…
- ¿Te gusta putita? Que lindo culo tenés… Lindo para taladrártelo… - me decía detrás de mi oreja. Mareada por mi calentura no podía responderle, solo por instinto quebré mi cintura pegando mi trasero a esa pija que imaginaba fuerte tras sus planchados pantalones, capaz de vaciarme todo el volcán que me quemaba por dentro.
- Sí… claro que te gusta mirá como te inclinás… voy a tener romperte el culito nena, en castigo por haberme chocado el coche esta mañana. Pero te cogería igual aunque no me hubieras chocado… Mmmm, sí movete así – me decía mientras mis caderas seguían meciéndose sabiamente frotando su sexo y sus manos me subían la falda buscando mi anegada almejita…
Ahora que lo recuerdo, no puedo creer mi reacción pero ambos nos sentimos atraídos desde un comienzo y yo no tuve reparos en entregarme y disfrutar como nunca, era como si en ese momento me hubiera envilecido descubriendo, comprobando todo lo perra puta que podía ser con alguien que me atraía de veras. Qué me importaba el no verlo más, la cuestión era cumplir una sola premisa: gozar, disfrutar, deleitarme…
Sus dedos ubicaron fácilmente mi botón entre mis piernas, después de frotarlo sabiamente por encima de mi ropa interior haciéndome gemir, de forma inverosímil recuperamos momentáneamente la cordura para alejarnos de la ventana. Pasó su mano por su nariz disfrutando de mi aroma a hembra caliente que había quedado impregnado en sus dedos y se me quedó mirando triunfante. Pero aún así algo quebró como por encanto el loco clima que se había creado, como si ambos hubiésemos reaccionado súbitamente.
El Juez bajó su mano y parado frente a mí esbozó una increíble excusa aduciendo que se había dejado llevar. Se deshizo en disculpas pero las cartas estaban echadas. Habría sido más inverosímil dejar las cosas en ese momento que seguir adelante. Por mi parte, aunque mi respiración se había calmado un poco, en mi cuerpo se había desatado una reacción en cadena tal que jamás antes había experimentado. Una sensación totalmente embriagadora, me sentía subyugada por ese hombre, deseosa de que me poseyera, ¡pero que estoy diciendo! Deseaba que me cogiera con toda su fuerza, que me arrancara el orgasmo más intenso, ese que te deja sin aliento, con ganas de más…
Me sentí como una tonta después de todo, había perdido el rumbo sin saber qué hacer o qué decir. No podía entender cómo había podido actuar así con tanto desparpajo. ¡Pero, mierda! Tenía que admitirlo de una buena vez, algo se había quebrado definitivamente dentro mío. Mi cordura se había hecho humo, junto con el “humo” que estaba echando por este Juez que me había tomado por sorpresa. Decidí jugarme todo, porque ya no había nada más que perder y no quise dejar pasar la oportunidad como estrenando ese nuevo estado del alma que poseía.
Sin darle tiempo a reaccionar y casi al unísono me desabotoné mi blusa de seda y me quité el sostén, ofreciéndole el espectáculo de mis senos blancos, plenos, con mis pezones de rosa erguidos. Algo a lo que ningún hombre podía resistirse. “Me volvés loco”… musitó antes de abarcarlos con sus manos para después prenderlos con sus labios. Me hizo bramar de placer, mi sexo pulsaba deseoso de sensaciones más intensas y directas. A rastras me llevó hacia una silla, me hizo tomarme del asiento para que me inclinara lo suficiente, no le dio demasiado trabajo desordenar mi ropa y allí mismo, tomándome como un fauno, se desabrochó sus pantalones liberando ese pedazo que yo ansiaba con locura bombeando dentro de mi depilada conchita. Era tal la excitación que tenía, estaba tan desbordada de sensaciones nuevas, tanto el placer que la inminencia de ese polvo salvaje me estaba dando que no pude más que gemir cuando finalmente él se introdujo en mí. Me tapó la boca y yo mordí sus dedos sin lastimarlo. Mientras me sacudía con cada golpe de riñones introducía dos de sus dedos en mi boca para que se los succionara anticipando el placer que le daría cuando lo mamara. Su otra mano marchó hacia mi clítoris donde con sus dedos me presionaba con presta destreza haciéndome derretir. Calzó aún más su verga dentro de mí al acomodar mejor su postura. Su boca en mi oído no dejaba de alentar mi orgasmo. Me sentía desfallecer. De pronto una oleada atravesó mi columna haciéndome vibrar de pies a cabeza, obligándome a gritar casi, él soltó mis labios de su prisión y yo en un gemido casi inaudible pero rabioso no cesaba de decir: “Me acabo, me acabo, me acabo…” anunciando con bombos y platillos mi explosión. Los espasmos de mi vagina lo hicieron gemir, aún no se habían terminado mis últimos estertores cuando se apartó de mí diciéndome que lo había dejado a punto. “Vení, arrodíllate, sacame la lechita” me dijo.
Ni lerda ni perezosa me puse de rodillas en pagano acto de adoración, era lo menos que podía hacer frente a ese falo que me había removido toda. Me di todos los gustos con ese caramelo, lo lamí, lo chupé, lo degusté, le limpié sus repletas pelotas que brillaban con mis propios néctares. Hasta que después de haber jugado lo suficiente, sus manos en mi cabeza queriendo marcar el ritmo de la succión me dijeron que el final estaba cerca. Bastaron pocos movimientos para que el Juez se vaciara en mi boca en medio de un temblor general. Como buena puerquita que era me tragué sin chistar su preciado producto y le sonreí de oreja a oreja.
“¡Cómo se salvó ese culito…!” me dijo agitado y con la respiración entrecortada. Y allí mismo me estampó un beso francés de los mejores, curiosamente el primero de la sorpresiva faena. Recuperado el aliento, ambos nos arreglamos las prendas e intentamos vernos lo más presentable posible. Me dijo que lo esperara café mediante en el bar de la esquina, pasaríamos el resto del día en algún sitio discreto donde todo se haría mejor. Aduciría un repentino malestar y nadie lo tomaría demasiado en cuenta porque no tendría audiencias esa tarde…
Suena mi despertador insistente, de forma impertinente. Me despierto y me incorporo en la cama agitada, me cuesta recuperar el sentido de la realidad, se dibuja en mi rostro una incrédula mueca… estaba soñando y por más que hubiese sido un sueño lo había vivido como real, me siento excitada y miro a mi marido que duerme plácidamente a mi lado con total lascivia, me digo que tendré que llamar a mi trabajo y dar una excusa creíble para no ir, pero caigo en la cuenta de que es Sábado y hasta los chicos no están en casa porque están pasando unos días con su abuela. Una sonrisa socarrona toma posesión de mi boca, me acuesto arrimando mi cuerpo al suyo que aún dormido no tarda en reaccionar… Hoy me levantaré muy tarde… pero si me encontrara a alguien como el protagonista de mi sueño, no dudaría en hincarle el diente… ahora tengo la plena seguridad de ello…
Llevaba una vida familiar armónica y no importa a esta altura si era feliz o no lo era. Era una mujer controlada, amalgamando la machista fórmula de “una dama en la calle, una puta en la cama”. A decir verdad, mi marido había sido prácticamente el único hombre que había tenido, pero había sabido despojarme de miedos, tabúes y demás logrando convertirme en una mujer plena capaz de sentir y brindar el máximo placer. De más está decir que en ese aspecto no tenía motivos para adornarle la cabeza a mi consorte, cosa que muchos no podrían entender pero poco interesa ya…
Aquella mañana ya se presentaba de locos; preparando el escrito que tenía que presentar en el juzgado para defender aquel caso que sabía ganado de antemano, me había quedado frente a la computadora hasta altas horas de la noche. Como el cansancio me venía rindiendo desde hacía semanas simplemente no escuché mi despertador y seguí durmiendo. Me desperté sobresaltada más tarde, apenas con el tiempo de ducharme y poca cosa más. Un café de apuro fue todo mi desayuno. Subí en el coche no sin antes llamar a mi cliente y a mis contactos en el juzgado avisando que llegaría más allá de la hora acordada. Estaba obviamente tensa, y lo único que me faltaba era un embotellamiento de tránsito.
Todo mi proverbial control se hallaba a prueba. Presa de la ansiedad hice una maniobra que no hizo más que complicar la situación quedándome atascada en el medio de la calle con el auto en diagonal siendo el blanco obligado de todos los insultos habidos y por haber. Finalmente pude zafarme, tan solo para protagonizar un pequeño choque con el auto que iba adelante mío. Su conductor bajó airado y yo me dispuse a hacer lo mismo ya resignada aunque sin perder mi compostura por más que por dentro estaba a punto de estallar.
- ¡¡¡¿Dónde aprendiste a conducir?!!! ¡¡¡¿En un parque de diversiones!!!? La puta mad…
No había acabado yo de descender de mi auto cuando el tipo ya había comenzado a insultarme avanzando hacia mi dirección. Su modo de increparme me había sublevado de tal modo que estaba a punto de responderle de igual forma cuando finalmente pude ponerme de pie y al levantar la vista me sentí repentinamente sobrecogida. Tenía frente a mí a un hombre muy bien parecido de ojos oscuros como la noche, de clara ascendencia levantina que a ojo de buen cubero tendría unos diez años más que yo. Me quedé muda de golpe sintiendo como un fuego arrebolaba mis mejillas como una tonta adolescente. El hombre en cuestión debió haber sentido algo parecido ante mi presencia, me di cuenta por el modo en que habló después aunque haya sido a los gritos.
- ¡¿Qué haces? No puedes ir conduciendo así. La calle no es solo tuya y mucho menos si todo el mundo está amontonado. Todos estamos apurados y tenemos horarios que cumplir!.
- Yo… choqué su auto… Voy a llamar a la gente del Seguro – fue todo lo que articulé echando mano a mi celular adosado a la pretina de mi falda gracias al estuche.
- No tengo tiempo de esperar a nadie. Hay gente aguardándome… - Aquí tienes… - sentenció extendiéndome una tarjeta con sus datos no sin antes garabatear nerviosamente el número y serie de la matrícula de su coche.
Se dirigió a su auto y se marchó abriéndose paso entre un tránsito que ya se había distendido un poco. Me subí al mío e hice mi parte sintiéndome extraña, como si algo me hubiese vulnerado. Guardé la tarjeta en mi cartera sin detenerme a leerla. No quería darme el lujo de seguir perdiendo un tiempo precioso. Intenté olvidar lo sucedido y al llegar a destino sentí que el alma me había vuelto al cuerpo. Había vuelto a ser la misma de siempre… Después los trámites habituales, la espera engorrosa, los saludos protocolares, los saludos obligados, los saludos afectuosos, el celular que sonaba de vez en cuando. El hablar al oído de mi cliente… porque después de la entrega del escrito yo tendría que citarme con el Juez por otro caso que no tenía nada que ver con el que me había traído hasta allí. Cumplido el trámite, solo había que esperar en la otra punta del juzgado, habiendo hecho lo mío y despachado a mi cliente solo quería un momento de sosiego antes de ver al Juez.
Yo no conocía en persona al Magistrado, aunque sí sabía de su capacidad y su fama en la Escuela de Leyes como Profesor de la Cátedra. No daba para amedrentarse pero no se si a causa de lo que me había ocurrido aquella mañana, yo estaba particularmente inquieta y nerviosa, lo que me había puesto un tanto de mal humor, como con bronca conmigo misma. Después de una espera que me pareció eterna, un escribiente me indicó que podía pasar al despacho; debo confesar que me molestó el notar que el Juez no estaba allí, estaba deseosa de marcharme de ese sitio cuanto antes.
Apenas me senté frente al amplio escritorio, por una puerta lateral apareció finalmente. La sangre se heló en mis venas al verlo. ¡Era el caballero con quien había chocado pocas horas antes!... Apenas pude salir de mi asombro cuando instintivamente me paré y le extendí mi mano. Su sorpresa no fue menor y me retribuyó el saludo con firmeza. Noté su mano helada y la mía sudorosa… “¡Qué vergüenza!” me dije cuando su voz profunda me sacó de mis cavilaciones.
- Bueno, finalmente podremos saludarnos como es debido Dra… – diciendo mi apellido después de consultar en los papeles que llevaba en la otra mano.
- Eso parece…
- Dígame que es lo que la trae por aquí… no me diga que es lo del choque.
- No. Sr. Juez – contesté con más calma – Le confieso que aún no he visto la tarjeta que usted me dio, la guardé entre mis cosas con tanta prisa que…
- Está bien – me interrumpió haciendo gala de su poder con un gesto displicente de su mano – Tome asiento por favor…
Recién ahí pude llevar a cabo el cometido que me había llevado a su despacho. Expuse mis opiniones de forma precisa y lo más concreta posible, convencida por completo de mi éxito. Si bien era una audiencia casi extra protocolar me servía para saber si de veras tomaría ese caso o no. Confiaba en la experiencia y ecuanimidad del Juez para mediar en ese asunto en particular pero a medida que transcurría el tiempo algo me laceraba por dentro y era la silente mirada del Magistrado que parecía escucharme sin prestar atención. Me maldije a mí misma al reconocer que ese hombre me atraía como nunca nadie me había atraído antes, y en mi mente la idea de no marcharme de allí comenzó a darme vuelta. Imágenes atrevidas se agolparon en mi cabeza y debí haberme mareado ya que me vi obligada a ponerme de pie. El más pronto que volando, solícitamente se levantó de su asiento y se paró junto a mí. No se si vio que estaba a punto de desmayarme o qué pero me tomó de un brazo y me llevó hasta la ventana que estaba abierta para que tomara un poco de aire. La brisa me golpeó el rostro, cosa innegable si estaba en un tercer piso como en ese caso. Agradecí el gesto y por un instante olvidé lo que estaba pasando.
El aire estaba tan tenso que podía cortarse con un cuchillo, yo me encontraba agitada y confusa, intuía que algo pasaría y lo que era peor, yo estaba deseando que así fuese. De pronto sentí unas manos en mi cintura y un tibio aliento en mi cuello. Me estremecí por completo y esa fue la carta franca que el Juez necesitaba para pegarse junto a mi cuerpo por detrás. Pocos instantes después percibí como impunemente restregaba su erección entre mis nalgas al tiempo que me decía cosas soeces al oído que en otra circunstancia no se las hubiera permitido ni a mi propio marido. Pero allí estaba yo, voluntaria presa de aquel desconocido por más que fuese un respetable profesional y vistiera un traje importado. No me importaba que me sometiera allí, a la vista de cualquiera que pudiera asomarse a alguna de las ventanas del edificio de enfrente. Aquello me encendía más, me hacía hervir la sangre, me excitaba, me calentaba… Mi corazón latía fuerte y mi respiración se había vuelto entrecortada. Todo era tan sorpresivo, tan repentino y bizarro…
- ¿Te gusta putita? Que lindo culo tenés… Lindo para taladrártelo… - me decía detrás de mi oreja. Mareada por mi calentura no podía responderle, solo por instinto quebré mi cintura pegando mi trasero a esa pija que imaginaba fuerte tras sus planchados pantalones, capaz de vaciarme todo el volcán que me quemaba por dentro.
- Sí… claro que te gusta mirá como te inclinás… voy a tener romperte el culito nena, en castigo por haberme chocado el coche esta mañana. Pero te cogería igual aunque no me hubieras chocado… Mmmm, sí movete así – me decía mientras mis caderas seguían meciéndose sabiamente frotando su sexo y sus manos me subían la falda buscando mi anegada almejita…
Ahora que lo recuerdo, no puedo creer mi reacción pero ambos nos sentimos atraídos desde un comienzo y yo no tuve reparos en entregarme y disfrutar como nunca, era como si en ese momento me hubiera envilecido descubriendo, comprobando todo lo perra puta que podía ser con alguien que me atraía de veras. Qué me importaba el no verlo más, la cuestión era cumplir una sola premisa: gozar, disfrutar, deleitarme…
Sus dedos ubicaron fácilmente mi botón entre mis piernas, después de frotarlo sabiamente por encima de mi ropa interior haciéndome gemir, de forma inverosímil recuperamos momentáneamente la cordura para alejarnos de la ventana. Pasó su mano por su nariz disfrutando de mi aroma a hembra caliente que había quedado impregnado en sus dedos y se me quedó mirando triunfante. Pero aún así algo quebró como por encanto el loco clima que se había creado, como si ambos hubiésemos reaccionado súbitamente.
El Juez bajó su mano y parado frente a mí esbozó una increíble excusa aduciendo que se había dejado llevar. Se deshizo en disculpas pero las cartas estaban echadas. Habría sido más inverosímil dejar las cosas en ese momento que seguir adelante. Por mi parte, aunque mi respiración se había calmado un poco, en mi cuerpo se había desatado una reacción en cadena tal que jamás antes había experimentado. Una sensación totalmente embriagadora, me sentía subyugada por ese hombre, deseosa de que me poseyera, ¡pero que estoy diciendo! Deseaba que me cogiera con toda su fuerza, que me arrancara el orgasmo más intenso, ese que te deja sin aliento, con ganas de más…
Me sentí como una tonta después de todo, había perdido el rumbo sin saber qué hacer o qué decir. No podía entender cómo había podido actuar así con tanto desparpajo. ¡Pero, mierda! Tenía que admitirlo de una buena vez, algo se había quebrado definitivamente dentro mío. Mi cordura se había hecho humo, junto con el “humo” que estaba echando por este Juez que me había tomado por sorpresa. Decidí jugarme todo, porque ya no había nada más que perder y no quise dejar pasar la oportunidad como estrenando ese nuevo estado del alma que poseía.
Sin darle tiempo a reaccionar y casi al unísono me desabotoné mi blusa de seda y me quité el sostén, ofreciéndole el espectáculo de mis senos blancos, plenos, con mis pezones de rosa erguidos. Algo a lo que ningún hombre podía resistirse. “Me volvés loco”… musitó antes de abarcarlos con sus manos para después prenderlos con sus labios. Me hizo bramar de placer, mi sexo pulsaba deseoso de sensaciones más intensas y directas. A rastras me llevó hacia una silla, me hizo tomarme del asiento para que me inclinara lo suficiente, no le dio demasiado trabajo desordenar mi ropa y allí mismo, tomándome como un fauno, se desabrochó sus pantalones liberando ese pedazo que yo ansiaba con locura bombeando dentro de mi depilada conchita. Era tal la excitación que tenía, estaba tan desbordada de sensaciones nuevas, tanto el placer que la inminencia de ese polvo salvaje me estaba dando que no pude más que gemir cuando finalmente él se introdujo en mí. Me tapó la boca y yo mordí sus dedos sin lastimarlo. Mientras me sacudía con cada golpe de riñones introducía dos de sus dedos en mi boca para que se los succionara anticipando el placer que le daría cuando lo mamara. Su otra mano marchó hacia mi clítoris donde con sus dedos me presionaba con presta destreza haciéndome derretir. Calzó aún más su verga dentro de mí al acomodar mejor su postura. Su boca en mi oído no dejaba de alentar mi orgasmo. Me sentía desfallecer. De pronto una oleada atravesó mi columna haciéndome vibrar de pies a cabeza, obligándome a gritar casi, él soltó mis labios de su prisión y yo en un gemido casi inaudible pero rabioso no cesaba de decir: “Me acabo, me acabo, me acabo…” anunciando con bombos y platillos mi explosión. Los espasmos de mi vagina lo hicieron gemir, aún no se habían terminado mis últimos estertores cuando se apartó de mí diciéndome que lo había dejado a punto. “Vení, arrodíllate, sacame la lechita” me dijo.
Ni lerda ni perezosa me puse de rodillas en pagano acto de adoración, era lo menos que podía hacer frente a ese falo que me había removido toda. Me di todos los gustos con ese caramelo, lo lamí, lo chupé, lo degusté, le limpié sus repletas pelotas que brillaban con mis propios néctares. Hasta que después de haber jugado lo suficiente, sus manos en mi cabeza queriendo marcar el ritmo de la succión me dijeron que el final estaba cerca. Bastaron pocos movimientos para que el Juez se vaciara en mi boca en medio de un temblor general. Como buena puerquita que era me tragué sin chistar su preciado producto y le sonreí de oreja a oreja.
“¡Cómo se salvó ese culito…!” me dijo agitado y con la respiración entrecortada. Y allí mismo me estampó un beso francés de los mejores, curiosamente el primero de la sorpresiva faena. Recuperado el aliento, ambos nos arreglamos las prendas e intentamos vernos lo más presentable posible. Me dijo que lo esperara café mediante en el bar de la esquina, pasaríamos el resto del día en algún sitio discreto donde todo se haría mejor. Aduciría un repentino malestar y nadie lo tomaría demasiado en cuenta porque no tendría audiencias esa tarde…
Suena mi despertador insistente, de forma impertinente. Me despierto y me incorporo en la cama agitada, me cuesta recuperar el sentido de la realidad, se dibuja en mi rostro una incrédula mueca… estaba soñando y por más que hubiese sido un sueño lo había vivido como real, me siento excitada y miro a mi marido que duerme plácidamente a mi lado con total lascivia, me digo que tendré que llamar a mi trabajo y dar una excusa creíble para no ir, pero caigo en la cuenta de que es Sábado y hasta los chicos no están en casa porque están pasando unos días con su abuela. Una sonrisa socarrona toma posesión de mi boca, me acuesto arrimando mi cuerpo al suyo que aún dormido no tarda en reaccionar… Hoy me levantaré muy tarde… pero si me encontrara a alguien como el protagonista de mi sueño, no dudaría en hincarle el diente… ahora tengo la plena seguridad de ello…
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