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En el Lavadero de Autos


EL TUNEL DE LAVADO

Estaba de mal humor. ¿Cómo no iba a estarlo? Parecía que su jefe, Javier, sólo contaba con ella para hacer aquellos trabajos que nadie quería, pero a estas alturas del año, estaba atada de pies y manos para negarle nada. A finales de este mes había revisión de salarios y complementos y esperaba que se acordara de ella. Sólo podía asentir a todos y cada uno de los encargos que le encomendaba. Ahora le tocaba hacer de chofer para él. Algún día tendría que pensar seriamente seguir en esa empresa si lo próximo que le pedía era que le llevara a su despacho el café.

Pero Alicia se resignaba y no protestaba, por lo menos a viva voz. Escoltaría a Javier a la reunión aunque no tuviera nada que hacer en ella más que acto de presencia. Le acompañaría en su propio vehículo y de mala gana lo lavaría antes. Eso sí que le había sentado mal, criticar sin piedad el aspecto de su coche. Cierto es que hacía meses que no lo lavaba, pero las últimas lluvias caídas le habían hecho recobrar algo de su brillo original ¿o no? A Alicia esa circunstancia no le molestaba en absoluto y más cuando odiaba las máquinas de lavado automático. No era la primera vez que su coche se atoraba en los carriles de lavado y acababa siendo el centro de todas las resignadas miradas de los que esperaban detrás de ella.

Alicia últimamente lo llevaba siempre al mismo sitio. Su nuevo empleado era tan atractivo como amable. Le ayudaba en todo momento, fundamentalmente a la hora de encarrilar el vehículo dentro del recinto de lavado. Cogió su vehículo y se encaminó en ese mismo instante, así lo tendría listo para el día siguiente. Ya eran las 10, demasiado tarde. Alicia se desesperaba con todos y cada uno de los semáforos que pillaba cerrados. Sabía que el servicio de lavado con encargado no estaba todo el día, coincidía únicamente con el horario del centro comercial en el cual estaba ubicado.

Cuando por fin llegó, se colocó obediente en la fila, tan sólo había dos coches delante de ella, el encargado la miró y se dirigió a ella:
-No creo que le pueda atender, estoy a punto de cerrar.
-Por favor, es que tengo un compromiso para mañana, te doy una propina por las molestias.

Ramón, que así se llamaba el hombre, aceptó sin hacerse de rogar. La verdad es que la idea de la propina no le disgustaba, pero lo que le había decidido era el escote entre sugerente e indecente que Alicia llevaba. Uno de los botones de su blusa se había desabrochado sin querer. Ramón podía contemplar su sujetador negro de encaje asomando juguetón entre la tela. Veía el relieve de sus pechos, y podía imaginarse el resto sin muchas dificultades.

Alicia se reclinó sobre el asiento esperando su turno. Miraba a Ramón ensimismada: su forma de frotar con vehemencia los cristales, la manera en que manejaba con absoluta perfección la manguera. Llevaba un mono azul y a pesar del considerable frío que hacía en el exterior, había bajado ligeramente su cremallera y se vislumbraba una impoluta camiseta blanca en la que se podían intuir sus músculos. Ramón se dedicaba a hacer una primera limpieza a cada coche antes de que éste entrara en el túnel de lavado. Por eso siempre tenía tanta gente. Los vehículos lucían posteriormente con un especial brillo, como si hubieran salido directamente de la fábrica.

Alicia contempló la blonda de encaje de sus medias negras: era inevitable que se vieran cuando permanecía sentada. El hecho de tirar de su falda hacia abajo intentando taparlas se había convertido en una especie de tic que no paraba de repetir delante de sus compañeros de trabajo, excluido su jefe, eso sí. Estaba convencida de que él no perdía detalle de sus piernas, quizás ese y no otro había sido el motivo principal de que la eligiera a ella y no a Eduardo, su compañero, para acompañarle a la reunión. Sabía que no estaba muy bien utilizar su físico para que le aumentaran el sueldo, pero a esas alturas, todo valía. Hacía siglos que no disfrutaba de una digna subida salarial.

Ramón frotaba el cristal del coche situado justo delante de ella. Sentía su miembro bajo la ropa de trabajo. Llevaba notándolo desde que se comió el bocadillo en la pequeña garita del local. No lo podía remediar, le gustaba hojear sus revistas porno favoritas mientras almorzaba. Una rutina o costumbre ya muy enraizada en él. Habitualmente se masturbaba en el servicio antes de comenzar la jornada vespertina, pero hoy había venido el encargado jefe y habían tenido que revisar los libros. Necesitaba irse a casa y descargar su excitación. Imposible dejar de contemplar a esa mujer del vehículo azul. ¿Acaso respondía insinuante a sus miradas? Aceleró sus movimientos e indicó al vehículo que entrara en el túnel. Por fin le tocaba el turno a Alicia.

Ésta bajó la ventanilla pagando el importe correspondiente, Ramón rehusó con una sonrisa la propina que le acompañaba.
-No sé si me podrías limpiar el cristal delantero por dentro. Está hasta arriba de polvo y apenas se ve cuando sale el sol.
- No hay problema, cuando salga del túnel se lo limpio un poco.

Cerró la ventanilla y Ramón comenzó a mojar el coche con la manguera a toda presión. Empezaba a molestarle el bulto bajo sus pantalones así que se lo recolocó sin disimulo alguno con su mano izquierda. Alicia miró el gesto y sintió cierto acaloramiento temporal. Parecía que aquel hombre tenía una talla digna de consideración entre sus pantalones. Alicia abrió sus piernas, acarició el suave nylon de sus medias y subió lentamente sus faldas hasta el extremo de que se podía vislumbrar el triángulo de sus bragas tapando su pubis.

Ramón dejó su manguera y enjabonó el vehículo con tesón. Aquella mujer le miraba fijamente y juraría que estaba intentando provocar, no sería la primera que lo hacía. Perfectamente sabía que atraía a las mujeres y que les resultaba excitantemente morboso verle con su traje de faena mientras trabajaba. Comenzó a enjabonar las ventanillas del vehículo mientras contemplaba las piernas abiertas de aquella mujer que ahora parecía hacerse la distraída. Podía oler a distancia su excitación femenina, aún estando en el interior de su coche. Tenía sus pezones tremendamente duros, ni sostén, ni blusa eran suficientes impedimentos para no verlos con claridad. Ya le empezaba a doler su miembro encerrado en su atuendo de trabajo. Un único pensamiento le sobrevenía una y otra vez y era el de satisfacer sus deseos esa misma noche. Arrancaría a su novia la ropa nada más llegar a su casa, de eso no cabía la menor duda.

Alicia contemplaba hipnotizada el jabón resbalando por sus cristales, cayendo laxos por ellos. A pesar de la espuma que entorpecía su visión, seguía todos y cada uno de los movimientos del encargado: lavaba tan delicadamente su coche y pasaba la esponja con tanto cariño, que parecía que la estaba lavando a ella y no a su vehículo. Exprimía la esponja dejando que chorretones de agua cayeran juguetones, frotaba circularmente los cristales haciendo que la espuma adquiriera formas caprichosas. No podía haber nada más sensual en ese momento, o eso es lo que sentía ella. Cruzó sus piernas y las apretó entre sí, sentía su clítoris inflamado. No deseaba que aquel hombre terminara, quería seguir sintiendo la esponja húmeda resbalando por su piel, se podía imaginar desnuda, de pie, mientras el encargado mimaba cada centímetro de su dermis.

Ramón, lamentablemente, terminó su labor e indicó a Alicia que avanzara con su coche. Pero ésta estaba completamente obtusa en la labor, algo desconcentrada por la excitación y era incapaz de encarrilar sus ruedas correctamente. Una y otra vez lo intentó sin éxito alguno. Ramón se acercó y le indicó que bajara su ventanilla, cogió el volante con su mano derecha y le ayudó a enderezarlo. De paso aprovechó para rozar uno de sus pechos con el codo y mirar más de cerca aquellas largas piernas. Claro que no se había equivocado, llegaba a sus fosas nasales la dulce fragancia del sexo excitado de aquella mujer, tenía que estarlo mucho para percibirlo tan intensamente. Sintió que su miembro se empalmaba por completo, mareó el volante a izquierda y a derecha sin motivo alguno, sólo para seguir sintiendo aquel olor y el calor de los pechos en su brazo.

Ante su roce y cercanía, Alicia sintió que su deseo se hacía más urgente, estaba completamente húmeda, tanto como el exterior de su vehículo. Hubiera deseado coger el brazo del encargado y posarlo entre sus piernas, decirle “es tuyo, dame placer” Fue cuando se dio cuenta de que su blusa estaba desabrochada más de lo debido, pero no le importó, y lo dejó estar.

El vehículo entró en el túnel a paso lento, y las gigantescas escobillas comenzaron a moverse en torno al mismo. El ruido era ensordecedor, nadie podía verla en tal lugar así que, mientras el agua caía a gran presión, comenzó a acariciar su sexo, notaba desagradablemente la humedad de sus bragas. Rebuscó en el bolso nerviosa hasta que consiguió sacar una pequeña bolsa de terciopelo negro, la abrió y extrajo sus bolas chinas de plástico azulado que siempre llevaba a mano. Jugueteó con ellas y acercándolas a su sexo, fue introduciéndoselas lentamente, hasta que tan sólo un pequeño cordón quedó a la vista. Era excitante y morboso introducírselas con la cercana presencia de aquel empleado, imaginando que era él el que suavemente las empujaba hasta desaparecer.

Pero la máquina paró, el tiempo en el interior del túnel había sido demasiado corto. El encargado ya estaba al otro extremo para limpiar el interior, Alicia salió de su vehículo con las bolas aún puestas y dejó que el encargado se sentara en su asiento. Comenzó a limpiar con parsimonia el cristal mientras ella sentía ahora el frío de la calle entre sus piernas humedecidas. Cruzó sus brazos intentando protegerse del viento mientras continuaba mirando al atractivo encargado haciendo su labor.

Ramón salió del coche y se topó frente a frente con Alicia. Se miraron por unos instantes, Ramón se acercó a ella, agarró su cintura y sin decir una palabra comenzaron a besarse con ansiedad. Alicia palpó su cuerpo, tiró de su cabello y le rodeó con sus brazos atrayéndole hacia su pecho. Ramón se apretó contra ella mostrando a Alicia toda su excitación, la arrastró al interior del túnel de lavado, la empujó contra el cristal interior que aún estaba mojado y masajeó lujuriosamente sus pechos hasta que consiguió sacarlos del sostén, los chupó, mordisqueó cada milímetro de ellos mientras subía sus faldas. Alicia tocó el abultamiento que había en sus pantalones y sintió que su deseo aumentaba aún más, bajó la cremallera de su mono, dejó que sus calzoncillos asomaran a la luz, rebuscó con su mano debajo de ellos hasta que consiguió palpar su cálido miembro. Se apropió de él y le imprimió un movimiento de sube y baja, quería reconocerlo por entero, acariciar la fina piel de su glande, sentir entre sus dedos su hinchada vena repleta de sangre.

Ramón bajó las bragas de Alicia pero al notar entre sus dedos el pequeño cordón, paró en seco sus movimientos, mirando a Alicia interrogante. Fue Alicia la que sonriendo tiró de él hasta que sacó las bolas, ante la perpleja mirada del encargado. Alicia acarició su vestimenta sintiendo sus músculos. Miró sus manos, tenía las uñas ennegrecidas por la suciedad de la esponja. Pero Ramón tenía prisa, mucha, necesitaba estar dentro de aquella mujer. Volvió a abrazarla juntándose a ella, subió una de sus piernas y le insertó su tronco carnal, emitiendo ésta un leve gemido de satisfacción.

Gotas de agua caían sobre ellos, sentían en sus brazos los toscos filamentos de una de las escobillas laterales, la gélida humedad del lugar, pero les era indiferente. Alicia ni siquiera sentía el frío, y seguramente había empezado a helar. Su pelo se había calado, tanto como su sexo. Ramón aceleró sus movimientos mientras Alicia se agarraba a él fuertemente, le arañaba su trasero, besaba sus carnosos labios, mordisqueaba su cuello algo salado. Un torbellino de palpitaciones relajó su sexo, erizó su piel e incluso sintió que por unos segundos, su vista parecía nublarse. Ramón continuaba con sus acometidas e intentaba no patinar en el resbaladizo suelo. Sintió que aquella verga se inflamaba en su interior a punto de explosionar, le apartó rápidamente y le acabó de masturbar con su mano hasta que eyaculó sobre ella.

Al volver a su casa, Alicia podía percibir el olor de semen que su ropa desprendía y el aroma de su propio sexo exhausto tras el placer. Se sentía tremendamente relajada y feliz y se prometió a sí misma lavar más a menudo su vehículo, había quedado francamente bien. Aunque tenía la esperanza de que la próxima vez Ramón le dedicara más tiempo y quedara todavía mucho mejor

Relato de Alice Carroll

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