Huelga del Metro
Llegaba tarde. Había dejado pasar de largo el último vagón de metro que ahora reanudaba su marcha completamente abarrotado de gente. No había encontrado ni un solo hueco para introducirse en él. Miró nerviosa su reloj, debería coger el siguiente o le caería una nueva bronca de su jefe. Con él no había excusas. Ni atascos, ni huelgas, ni inundaciones eran motivos suficientes para justificar un retraso. Y ya había llegado tarde dos días la semana pasada, se estaba jugando su puesto de trabajo.
El reloj digital que colgaba del techo y señalaba el tiempo que restaba hasta que viniera un nuevo convoy avanzaba lentamente, Alicia siempre pensó que los trucaban para estirar los segundos al máximo. Miró el andén de enfrente, tan atestado de gente como lo estaba el suyo, las caras serias, de gente cansada ya por la mañana, aburrida de la monotonía de los días de diario. Una voz indicó la próxima llegada de un nuevo tren, podía oírse de forma creciente el ruido del mismo avanzando por el largo túnel que separaba las estaciones. La muchedumbre comenzó a posicionarse y Alicia se llevó más de un empujón. Tenía que entrar como fuera. Aferró su bolso y lo utilizó a modo de escudo protector contra las embestidas y empellones que le propinaban a izquierda y a derecha. El tren paró, las puertas se abrieron y el gentío salió no sin dificultad. Pero el vagón seguía igual de lleno, como si la masa del interior hubiera aumentado misteriosamente de volumen. Alicia se vio impelida hacia dentro por la marea de gente que quería entrar a la vez, era la ley del más fuerte. Buscó algo donde agarrarse para mantener el equilibrio, pero no encontró ninguna barra cercana. A pesar de ello, no era fácil que se cayera, estaba completamente rodeada de humanidad y tan comprimida, que a veces tenía que permanecer de puntillas por falta de espacio. Miraba al techo para evitar agobiarse y no sentir claustrofobia. Era un largo camino hasta su puesto de trabajo.
Sus pensamientos vagaron lejos de allí, cualquier sitio era bueno para perderse mentalmente. Odiaba aquella inevitable situación, pero la huelga parecía que iba a durar toda la semana, no tendría más remedio que buscar un transporte alternativo. Súbitamente, su mente volvió a aquel lugar. Se estaban apretando fuertemente contra ella e incluso restregándose de forma intencionada. Dos manos, grandes y calientes parecían sujetar sus caderas mientras una pelvis se balanceaba rítmicamente por detrás con pequeños movimientos circulares. Alicia hizo un intento por darse la vuelta, pero el gentío se lo impedía. Por un instante, el baile paró para reanudarse tras unos segundos. Una mano comenzó a acariciar descaradamente su trasero que, automáticamente, tornó más prieto. Podía sentir cada uno de los movimientos a pesar de que ese día vestía pantalones vaqueros. Aquellos dedos achuchaban y palpaban sus nalgas y ahora avanzaban entre sus muslos. Intentó darse de nuevo la vuelta pero su intento resultó infructuoso. El misterioso personaje parecía impedírselo.
Sintió el calor del cuerpo de aquel desconocido, era un hombre, de eso sí que empezaba a estar casi segura. No era más alto que ella, intuía su aliento en la nuca. Se apretó intensamente a ella, tanto, que Alicia pudo notar de forma palpable su miembro en erección. Lo restregaba contra su trasero una y otra vez. Alicia percibió aquellas manos deslizándose por su cuerpo hasta que llegaron a sus pechos. Miró hacia abajo y vio dos sospechosos bultos bajo el jersey. Comenzaba a estar inevitablemente excitada, sentía transformarse su fogosidad en minúsculas gotas resbalando de su sexo hasta depositarse obedientes en su ropa interior. Hacía calor, sentía la temperatura de su compañero y su propia calentura. Aquellas manos aferraron sus pechos, todo su cuerpo se estremeció, su vello se alzó en punta y un ligero temblor sembró de debilidad sus piernas. Los dedos de su atacante conquistaron el sostén, bajándolo ligeramente hasta que llegaron al que parecía ser su objetivo: sus enhiestos pezones. El desconocido comenzó a estirarlos y a retorcerlos hasta el punto de que el dolor comenzó a hacer mella en ellos. Pero Alicia se dejaba, le excitaba la sensación de ser vulnerable, de no conocer al hombre que, por sorpresa y ante aquel gentío, había violado su intimidad. La sensación de placer podía con ella y la necesidad de gozar en ese momento se le hacía imperiosa. Estaba siendo atacada por sus flancos más débiles, sus pechos, hipersensibles a cualquier roce, y sus nalgas, que pedían aún una mayor tortura. Sintió una mano resbalando hasta su bolsillo derecho, metiéndose en él, buscando con el tacto un acercamiento más profundo. No tardó en encontrarlo, los bolsillos de sus pantalones eran grandes y dejaban un amplio margen de maniobra. Percibió nítidamente su roce y como se posaban sobre su monte de Venus, bajaban lentamente y se deslizaban hasta la húmeda grieta de su sexo. La tela del forro del bolsillo asemejaba a un curioso preservativo. Su clítoris inflamado agradeció el roce continuado que comenzó a imprimir su compañero de viaje.
Alicia presionó aún más su trasero contra el duro instrumento que le atacaba por detrás e inició un movimiento de balanceo con él. Le gustaba sentir aquel tronco frotando sus nalgas, presionando con fiereza su raja y en ese momento deseó haberse puesto faldas mejor que aquellos rudos pantalones. El frote de la tela sobre su sexo menoscababa la ya débil voluntad de Alicia de comportarse de forma comedida. Hacía vanos esfuerzo por disimular sus movimientos, ya no controlaba su excitación, era presa de la lujuria y esclava temporal de aquel hombre que la estaba masturbando. No quería que parara, quería más de él, quería sentir el tacto de su piel, sus labios sobre su cuello, sus manos desnudas y su miembro en sus entrañas. Suplicó mentalmente cada uno de sus deseos y llegó a pensar que aquel hombre había sido capaz de oírlos dado que cogió la mano izquierda de Alicia y la condujo hasta el interior de sus pantalones, tenía su cremallera completamente bajada. El tacto suave y caliente en su piel avivó su calentura. El desconocido le compelía a seguir sus mudas órdenes y sus movimientos por debajo de los pantalones. Seguía masturbando a Alicia, a mayor ritmo e incluso con una mayor dedicación. El juego onanista le excitó aún más, sentía sus bragas empapadas en su propia miel, sus poros abiertos por el calor rezumaban ligeras gotas de sudor. Alicia frotó su sexo contra la mano entelada hasta que las palpitaciones absorbieron aquellos dedos a modo de gran tentáculo. Detrás, Alicia seguía de forma sumisa los movimientos que le imponían hasta que su mano se llenó de un líquido lechoso y caliente.
El vagón paró y el tropel salió. En ese instante dejó de sentir al desconocido que anónimamente la acababa de masturbar. Dio la vuelta con rapidez pero fue incapaz de distinguir quien había sido su matutino bienhechor. Tan sólo divisó a un hombre corriendo por el andén, pero apenas le dio tiempo a verle con calma. El vagón reanudó la marcha, la próxima parada sería la suya. Abrió su bolso buscando un pañuelo con el que limpiarse la mano y de inmediato se dio cuenta de que algo le faltaba, su bolso estaba demasiado vacío, buscó y rebuscó entre sus pertenencias sin éxito y tuvo la sensación de haberse portado como una incauta adolescente: su cartera había desaparecido.
El orgasmo que acababa de disfrutar le había salido demasiado caro...
RELATO EROTICO DE ALICE CAROLL
Llegaba tarde. Había dejado pasar de largo el último vagón de metro que ahora reanudaba su marcha completamente abarrotado de gente. No había encontrado ni un solo hueco para introducirse en él. Miró nerviosa su reloj, debería coger el siguiente o le caería una nueva bronca de su jefe. Con él no había excusas. Ni atascos, ni huelgas, ni inundaciones eran motivos suficientes para justificar un retraso. Y ya había llegado tarde dos días la semana pasada, se estaba jugando su puesto de trabajo.
El reloj digital que colgaba del techo y señalaba el tiempo que restaba hasta que viniera un nuevo convoy avanzaba lentamente, Alicia siempre pensó que los trucaban para estirar los segundos al máximo. Miró el andén de enfrente, tan atestado de gente como lo estaba el suyo, las caras serias, de gente cansada ya por la mañana, aburrida de la monotonía de los días de diario. Una voz indicó la próxima llegada de un nuevo tren, podía oírse de forma creciente el ruido del mismo avanzando por el largo túnel que separaba las estaciones. La muchedumbre comenzó a posicionarse y Alicia se llevó más de un empujón. Tenía que entrar como fuera. Aferró su bolso y lo utilizó a modo de escudo protector contra las embestidas y empellones que le propinaban a izquierda y a derecha. El tren paró, las puertas se abrieron y el gentío salió no sin dificultad. Pero el vagón seguía igual de lleno, como si la masa del interior hubiera aumentado misteriosamente de volumen. Alicia se vio impelida hacia dentro por la marea de gente que quería entrar a la vez, era la ley del más fuerte. Buscó algo donde agarrarse para mantener el equilibrio, pero no encontró ninguna barra cercana. A pesar de ello, no era fácil que se cayera, estaba completamente rodeada de humanidad y tan comprimida, que a veces tenía que permanecer de puntillas por falta de espacio. Miraba al techo para evitar agobiarse y no sentir claustrofobia. Era un largo camino hasta su puesto de trabajo.
Sus pensamientos vagaron lejos de allí, cualquier sitio era bueno para perderse mentalmente. Odiaba aquella inevitable situación, pero la huelga parecía que iba a durar toda la semana, no tendría más remedio que buscar un transporte alternativo. Súbitamente, su mente volvió a aquel lugar. Se estaban apretando fuertemente contra ella e incluso restregándose de forma intencionada. Dos manos, grandes y calientes parecían sujetar sus caderas mientras una pelvis se balanceaba rítmicamente por detrás con pequeños movimientos circulares. Alicia hizo un intento por darse la vuelta, pero el gentío se lo impedía. Por un instante, el baile paró para reanudarse tras unos segundos. Una mano comenzó a acariciar descaradamente su trasero que, automáticamente, tornó más prieto. Podía sentir cada uno de los movimientos a pesar de que ese día vestía pantalones vaqueros. Aquellos dedos achuchaban y palpaban sus nalgas y ahora avanzaban entre sus muslos. Intentó darse de nuevo la vuelta pero su intento resultó infructuoso. El misterioso personaje parecía impedírselo.
Sintió el calor del cuerpo de aquel desconocido, era un hombre, de eso sí que empezaba a estar casi segura. No era más alto que ella, intuía su aliento en la nuca. Se apretó intensamente a ella, tanto, que Alicia pudo notar de forma palpable su miembro en erección. Lo restregaba contra su trasero una y otra vez. Alicia percibió aquellas manos deslizándose por su cuerpo hasta que llegaron a sus pechos. Miró hacia abajo y vio dos sospechosos bultos bajo el jersey. Comenzaba a estar inevitablemente excitada, sentía transformarse su fogosidad en minúsculas gotas resbalando de su sexo hasta depositarse obedientes en su ropa interior. Hacía calor, sentía la temperatura de su compañero y su propia calentura. Aquellas manos aferraron sus pechos, todo su cuerpo se estremeció, su vello se alzó en punta y un ligero temblor sembró de debilidad sus piernas. Los dedos de su atacante conquistaron el sostén, bajándolo ligeramente hasta que llegaron al que parecía ser su objetivo: sus enhiestos pezones. El desconocido comenzó a estirarlos y a retorcerlos hasta el punto de que el dolor comenzó a hacer mella en ellos. Pero Alicia se dejaba, le excitaba la sensación de ser vulnerable, de no conocer al hombre que, por sorpresa y ante aquel gentío, había violado su intimidad. La sensación de placer podía con ella y la necesidad de gozar en ese momento se le hacía imperiosa. Estaba siendo atacada por sus flancos más débiles, sus pechos, hipersensibles a cualquier roce, y sus nalgas, que pedían aún una mayor tortura. Sintió una mano resbalando hasta su bolsillo derecho, metiéndose en él, buscando con el tacto un acercamiento más profundo. No tardó en encontrarlo, los bolsillos de sus pantalones eran grandes y dejaban un amplio margen de maniobra. Percibió nítidamente su roce y como se posaban sobre su monte de Venus, bajaban lentamente y se deslizaban hasta la húmeda grieta de su sexo. La tela del forro del bolsillo asemejaba a un curioso preservativo. Su clítoris inflamado agradeció el roce continuado que comenzó a imprimir su compañero de viaje.
Alicia presionó aún más su trasero contra el duro instrumento que le atacaba por detrás e inició un movimiento de balanceo con él. Le gustaba sentir aquel tronco frotando sus nalgas, presionando con fiereza su raja y en ese momento deseó haberse puesto faldas mejor que aquellos rudos pantalones. El frote de la tela sobre su sexo menoscababa la ya débil voluntad de Alicia de comportarse de forma comedida. Hacía vanos esfuerzo por disimular sus movimientos, ya no controlaba su excitación, era presa de la lujuria y esclava temporal de aquel hombre que la estaba masturbando. No quería que parara, quería más de él, quería sentir el tacto de su piel, sus labios sobre su cuello, sus manos desnudas y su miembro en sus entrañas. Suplicó mentalmente cada uno de sus deseos y llegó a pensar que aquel hombre había sido capaz de oírlos dado que cogió la mano izquierda de Alicia y la condujo hasta el interior de sus pantalones, tenía su cremallera completamente bajada. El tacto suave y caliente en su piel avivó su calentura. El desconocido le compelía a seguir sus mudas órdenes y sus movimientos por debajo de los pantalones. Seguía masturbando a Alicia, a mayor ritmo e incluso con una mayor dedicación. El juego onanista le excitó aún más, sentía sus bragas empapadas en su propia miel, sus poros abiertos por el calor rezumaban ligeras gotas de sudor. Alicia frotó su sexo contra la mano entelada hasta que las palpitaciones absorbieron aquellos dedos a modo de gran tentáculo. Detrás, Alicia seguía de forma sumisa los movimientos que le imponían hasta que su mano se llenó de un líquido lechoso y caliente.
El vagón paró y el tropel salió. En ese instante dejó de sentir al desconocido que anónimamente la acababa de masturbar. Dio la vuelta con rapidez pero fue incapaz de distinguir quien había sido su matutino bienhechor. Tan sólo divisó a un hombre corriendo por el andén, pero apenas le dio tiempo a verle con calma. El vagón reanudó la marcha, la próxima parada sería la suya. Abrió su bolso buscando un pañuelo con el que limpiarse la mano y de inmediato se dio cuenta de que algo le faltaba, su bolso estaba demasiado vacío, buscó y rebuscó entre sus pertenencias sin éxito y tuvo la sensación de haberse portado como una incauta adolescente: su cartera había desaparecido.
El orgasmo que acababa de disfrutar le había salido demasiado caro...
RELATO EROTICO DE ALICE CAROLL
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