Quiero pasar a detallar que los realos a continuacion son relatos de gente verdadera y puede que algunos ficticios pero en fin, el tema es que les guste y bueno en caso de exitarse.. hagan lo suyo.
Esa misma noche, Vera invitó a unos amigos a cenar. La velada se desarrolló en el porche de la hacienda bajo la luz de una espléndida luna llena. Más de diez personas se sentaron a la mesa, entre ellos el enigmático Sergio, quien no paraba de cruzar miraditas de complicidad con su cuñada Lucía. Todos parecían muy animados, salvo Paco, cuyo morbo por ver a su mujer en manos de otro hombre estaba siendo derrotado por los celos y el pánico. No quería perderla, estaba demasiado enamorado como para correr tales riesgos. Lucía se preocupó por su seriedad, pero él excusó su desgana a problemas en el trabajo y le propuso un viaje al extranjero. Paco necesitaba reconducir la relación con su mujer. Pero ella simulaba bien la naturalidad y le prometió que sí de una manera muy fría. Tras la cena se formaron varios corrillos para tomar una copa. Vera estaba pendiente de que todos estuvieran divirtiéndose. Paco estaba sólo en la mesa, ya llevaba tres whisky y asistía como un idiota al tonteo que Sergio le tenía a su esposa. Lucía estaba muy guapa. Llevaba una blusa blanca y unas faldas ajustadas con aberturas laterales, de color negro, resaltando el volumen de su trasero y caderas. Ambos se reían, se atizaban cariñosos manotazos y él no paraba de susurrarle cosas al oído. Eran amantes, pensó Paco trastornado, con ganas de intervenir y armar un escándalo, pero no tenía cojones delante de toda aquella gente, y sabía que cuando se quedaran a solas se acobardaría como un atontado. Esa parte pervertida que todos guardamos en la mente le había traicionado, se había esfumado, ahora sólo los celos reinaban en su cabeza. Vio que se dirigían juntos hacia el interior de la casa. Paco se levantó con la intención de detenerles bajo alguna excusa, pero había perdido todos los ánimos y energías. Sólo quería expulsar los celos bajo las lágrimas. A través de las cristaleras les vio por las escaleras. Ella marchaba delante de él, meneándole el culo con una sensualidad inaudita. Estúpido perdedor, se dijo a sí mismo. Cogió su copa y se alejó hacia la oscuridad del campo, necesitaba refugiarse en el silencio, necesitaba refugiarse en su propio pánico. Vera le vio bastante cabizbajo y le resultó extraño que se comportara de una manera tan frívola. Había estado muy raro durante la cena y ahora se iba a echar un paseo en mitad de la velada, cuando la gente más se estaba divirtiendo. También se percató de que su hija y su yerno habían entrado juntos en la casa, de que Lucía no se había dado cuenta de la displicencia de su esposo. Así es que decidió ir en su busca.
Subió las escaleras extrañada de no oír nada. Sólo entraba por sus oídos el bullicio procedente del porche. Al torcer hacia el pasillo que conducía a las habitaciones vio un pequeño resplandor de luz procedente del cuarto de baño. Anduvo unos pasos, hasta que unos jadeos penetrantes rompieron el silencio y la obligaron a detenerse en seco. Reconoció la voz de su hija, resollando al unísono con Sergio. Vera se tapó la boca con la palma de la mano, perpleja ante la delicada situación. Su hija estaba liada con su yerno. Con la espalda rozando la pared, se desplazó hasta el borde del cuarto de baño y descubrió la escena que allí acontecía. Sergio la estaba follando con ganas, penetrándola sin compasión. Lucía permanecía de pie frente al espejo, empañando el cristal con su dificultosa respiración, aferrada con fuerza a los cantos del lavabo. Tenía la blusa abierta y sus tetas se columpiaban como locas chocando una contra la otra. Tras ella, Sergio la follaba con contundencia. La mantenía sujeta por las caderas y con la falda arremangada en la cintura. Le había bajado las bragas hasta medio muslo y colaba su polla bajo la raja del culo taladrando su coño con severidad. Los duros choques de la pelvis de Sergio estaban enrojeciendo las nalgas de Lucía. Él resollaba nervioso en la nuca de ella. Ella jadeaba con la boca muy abierta sobre el espejo. Todo su cuerpo se estremecía ante los violentos asaltos de la polla sobre el chocho. Vera, asombrada, sin pestañear, fisgaba desde el pasillo. Lograba distinguir el trepidante bombeo de la verga, los alocados movimientos de los huevos y la rabia reflejada en los ojos de su yerno. Sólo los jadeos y los chasquidos de la pelvis contra el culo aniquilaban el silencio. Vera sufrió una especie de emulsión de sentimientos confusos. Las circunstancias morbosas turbaron su mente y se sintió confundida. Ya hacía más de diez años, desde mucho antes de morir su marido, que llevaba sin probar el sexo, sin vivir una experiencia arrolladora como la que estaba presenciando. El morbo es poderoso y puede desestabilizar la decencia de cualquier persona, encontrarse con una situación inesperada e inmoral puede acarrear graves consecuencias. Lo prohibido genera placer, mucho placer. Notó que la lujuria la corrompía de manera fugaz. Ni el hecho de que se tratase de su propia hija ni el probable escándalo que podría armarse pudieron restablecer su honra. Notó que mojaba las bragas, que le abordaba la necesidad de tocarse. Los jadeos se habían intensificado y Sergio la follaba muy fuerte. La mejilla de Lucía ya resbalaba por el cristal del espejo ante los empujones. Qué manera tan agresiva de echar un polvo. Sergio se detuvo pegando la pelvis al culo de su hija y estrujándole las tetas como esponjas. Mientras le derramaba la leche dentro de su coño, la besaba por el cuello mediante tiernos besitos. Lucía trataba de sosegar la respiración emitiendo bufidos contra el espejo. La discreción de ambos había sido impresionante para Vera, jamás nadie sospechó que fueran amantes. Sergio se separó de ella. Entonces Vera pudo admirar la verga afilada de su yerno, con el glande abrillantado por los resquicios de semen y flujo vaginal. Se arrodilló ante el culo de su hija y le abrió la raja con los pulgares. Aguardó hasta que del chocho comenzó a fluir la leche amarillenta y viscosa. Entonces se lanzó a chupárselo, a lamer su propia crema, a dejárselo completamente bañado en saliva. Cuando se incorporó se relamió los labios, conforme con el sabor de su propio semen. Lucía le miró por encima del hombro exhibiendo una expresión de súplica. En ese momento le atizó una palmada en el culo.
•Mea, jodida cabrona -. Ella frunció el entrecejo hasta recibir otra guantada en el culo – Venga, quiero verte mear…
Las piernas de Lucía temblaron cuando un chorro de orín salió disperso entre sus piernas y encharcó todo el suelo que rodeaba el lavabo, salpicando sus tobillos e inundando la planta de sus pies. Sergio observó satisfecho de tener a su cuñada como su sumisa, como su putita a su disposición. Aún le goteaba orín del coño cuando Vera se retiró despacio hasta esconderse en su cuarto. Cinco minutos más tarde vio salir a Sergio abrochándose el cinturón y colocándose la camisa, persuadido por la sumisión de su cuñada. Vera aguardó hasta que le vio bajar por las escaleras. Cuando se volvió a asomar, su hija permanecía acuclillada limpiando la meada con una toalla. Aún tenía el culo al aire y las bragas bajadas. Prefirió no decirle nada y regresó a la fiesta.
Empujada por ese morbo fugaz, Vera estuvo casi todo el rato pendiente de su yerno, con el que trató de conversar y bromear, como si quisiera dejarse domar por su temperamento. Su hija Lucía bajó al poco rato y se reencontró con el memo de su marido. Cinco minutos más tarde se retiraron sin despedirse de nadie. Poco a poco los invitados fueron marchándose. Vera no paraba de beber fruto de la excitación que le causaba la compañía de su yerno. Una sensación extraña se había adueñado de sus entrañas. Sergio la notó también un poco alterada y trataba de seguirle la corriente. Parecía un poco bebida. Vera era su suegra, pero también una mujer muy elegante de 53 años, con un buen culo y unas buenas tetas, maduritas, como a él le gustaban. Era pelirroja, con media melena, aunque llevaba el pelo recogido con un moño. Llevaba un vestido ajustado tipo safari, color caqui, abotonado en la parte delantera, con un escote en forma de V que dejaba parte del canalillo a la vista. Terminaron por quedarse a solas en el porche, arropados por aquella noche espléndida de brisa fresca. Él le sirvió otra copa. Continuaron charlando hasta agotar la botella. Entonces vino la proposición de Sergio. Ella estaba ofreciéndose con aquel comportamiento y no podía desaprovechar la ocasión.
•Tengo una botella en la cabaña. ¿Te apetece la última?
•¿Por qué no?
Lucía era incapaz de conciliar el sueño y miró hacia su marido. Se había quedado traspuesto. Se levantó en la penumbra en busca de un cigarrillo y al pasar junto a la ventana vio a su madre y a su cuñado dirigirse hacia la cabaña, a esas horas de la madrugada. Él le llevaba el brazo por la cintura y ella se echaba sobre él. También iba a follarse a su madre. Se encendió el cigarrillo y fumó con inquietud, una calada tras otra, con la mente perdida en una nube de confusión.
Entraron en la cabaña y, tras encender la luz, Sergio abrió las ventanas para que corriera el aire. Luego se dirigió al mueble para servir dos chupitos de whisky. En alguna ocasión se había masturbado espiando a su suegra, aunque lo máximo a lo que había llegado es haberla visto en bragas. Vera estaba dominada por esa fugaz ninfomanía y deambulaba sin rumbo por el salón. Se detuvo junto al televisor y descubrió una película pornográfica donde en la carátula se representaban varias secuencias de orgías. Parecía el detonante para elevar el tono de la situación.
•¿Y esta peli? ¿Te gustan estas películas tan guarras?
Sergio se acercó hasta ella y le entregó el chupito.
•Me masturbo con ellas. A veces necesito desahogarme un poco, ¿entiendes?
•Como sois los hombres…
•¿Quieres verla? – le propuso su yerno.
No supo que contestar y encogió los hombros abochornada.
•Me da un poco de vergüenza verla contigo.
•Venga, no seas tontona, siéntate… Tú y yo estamos muy solos, no pasa nada porque nos divirtamos un rato, ¿no?
Precisó de un trago al chupito para retroceder hacia el sillón y sentarse en el borde, con las piernas cruzadas y el tórax erguido. Sergio se quitó la camiseta para exhibir sus musculosos y peludos pectorales antes de accionar la reproducción en el DVD. Se sentó a la izquierda de su suegra, recostado contra el respaldo y con las piernas muy separadas. La peli comenzó con la secuencia de un trío, dos mujeres para un hombre donde follaban como locos. Vera le miró y le sonrió.
•¿No te pones cachonda?
•Bueno, un poco sí, la verdad, ¿y tú?
•Mira cómo estoy – se tiró de la tela del pantalón en la zona de la bragueta para que se definieran los contornos de su polla -. ¿Quieres hacerme una paja?
•No sé, Sergio, llevo mucho tiempo sin estar con un hombre, desde que murió mi marido, y tú eres mi yerno…
•No pasa nada, mujer, sólo quiero que me hagas un favor, ¿entiendes? Sólo vamos a relajarnos un rato.
•Pero es que… No sé…
•¿Por qué no te pones cómoda? Quítate el vestido, hace calor…
•Me da vergüenza…
•Vamos, hostias, no seas tonta…
Sergio tomó la iniciativa desabrochándose el cinturón y los botones de la bragueta. Vera se levantó y muy lentamente comenzó a desabotonarse la delantera del vestido, a sabiendas de que estaba siendo devorada por los ojos de su yerno. Sergio se bajó los pantalones hasta quitárselos y exhibió un bóxer negro ajustado con el pene vultuoso tensando la tela. Cuando terminó con el último botón, se abrió el vestido y lo retiró de su cuerpo muy despacio. Un sostén de encaje de color rojo cubría sus tetas de base ancha y carne flácida. Tenía un vientre fofo, aunque el resto de la piel era muy tersa. Llevaba unas bragas rojas de satén ceñidas a las caderas. Aguardó como una boba delante de él, con la mirada puesta en aquel bulto que tensaba la tela del bóxer.
•Quítate el sujetador.
Sonrojada, se lo desabrochó y lo retiró de sus pechos. Sus carnes flojas y lacias se vaivenearon levemente. Le pidió que se acercase con un gesto y ella obedeció volviéndose a sentar a su lado, girada hacia él, con las rodillas juntas. Sergio le pasó la mano por las tetas acariciándolas con las yemas, regocijándose con los pezones erguidos y oscuros.
•Mastúrbame…
Nerviosa, Vera extendió el brazo derecho curvándose hacia él. Sus tetas colgaron hacia abajo. Metió la mano bajo el bóxer, agarró la verga con fuerza y tiró de ella sacándola fuera. Y empezó a meneársela despacio, con leves tirones, deslizando su manita a lo largo de aquel tronco tan grueso y tan duro. Sergio se relajó emitiendo un jadeo. Su suegra estaba haciéndole una paja. Fruto de los tirones asomaron los huevos por la tira superior del bóxer.
•¿Te gusta mi polla? – le preguntó él.
•Sí, es muy grande.
•¿Por qué no me la chupas? Vamos, arrodíllate y chúpame la verga.
Jamás había chupado una verga, ni siquiera la de su marido, ni siquiera se le había pasado por la mente. La soltó y bajó del sofá. Caminó de rodillas hasta colocarse entre las piernas de su yerno. Agarró la polla por la base y bajo la cabeza para chuparla con la lengua fuera, mirándole a los ojos, como una inexperta en mamadas. Deslizaba la lengua sin moverla desde la base hasta el glande y retrocedía por el mismo camino. Dio varias pasadas antes de que le impusiera una nueva orden.
•Los huevos, mójame los huevos – Bajó aún más la cabeza y de nuevo, sin mover la lengua, la pasó por aquella piel áspera y peluda. Recogió la lengua y con los labios fruncidos los paseó por toda la masa flácida de aquellos cojones -. Chúpamelos como es debido, coño.
Trató de esmerarse a pesar del sabor rancio de aquella piel rugosa y se esforzó en atizarle suaves lengüetazos, recreándose en cada una de las bolas. Él se la sacudía mientras su suegra le chupaba los huevos. Tenía las piernas levantadas y separadas para que la muy perra lamiera con espacio. Vera continuaba sentada sobre sus talones y completamente curvada hacia él. Su hija Lucía lo presenciaba todo desde la ventana y tal y como le había pasado a su madre, estaba mojando las bragas al verla sometida por su cuñado. Quería participar, pero no se atrevía a irrumpir en la escena.
•Las putas me chupan el culo… Quiero sentir cómo me lo chupas…
A pesar del pestífero olor, no dudó en chuparle el culo. Pegó los labios al ano y le agitó la punta de la lengua mojándoselo. Él se masturbaba, sus huevos le botaban en el entrecejo. Su hija Lucía se hurgaba en la vagina tras la ventana viendo cómo la puta de su madre lamía el culo de su cuñado.
- Sube, mastúrbame con las tetas…
Sergio bajó las piernas, aunque dejó la suficiente separación para que ella se incorporara arrodillada y erguida. Se agarró sus blandengues tetas y atrapó la polla con ellas. Empezó a deslizarlas por aquella dureza, apretándola, esforzándose en ocultarle el glande cuando ascendía, en achucharlo entre aquellas esponjas. Se miraban a los ojos. Ella le sonrió sin parar de rozar las tetas por su polla.
•¿Te lo estás pasando bien, suegra?
•Sí, ¿te gusta?
•Me gusta… Estás cachonda, ¿verdad, zorra?
•Sí…
Sergio extendió el brazo derecho y le metió el dedo índice y corazón en la boca. Vera sintió las yemas sobre su lengua y el avance hacia la garganta. Sufrió una arcada, vertió saliva por la comisura de sus labios hacia las tetas. Sergio movía la mano follándola por la boca con sus dedos. Ella trataba de abrirla al máximo para evitar las arcadas, pero cuando los dedos le rozaban la garganta vomitaba un aluvión de saliva sobre los pechos. Con ambos dedos le frotó las encías superiores y las inferiores, le pasó las yemas por el paladar y los dientes, hasta que comenzó a gemir con nerviosismo. Entonces Vera liberó la polla y la cogió para agitársela deprisa, procurando que la punta aporreara sus tetas. Con la mano izquierda le acariciaba el muslo de la pierna. Sergio tensó las piernas jadeando como un loco ante la inminente eyaculación. Vera le asestó tres tirones fuertes y acercó la boca a la punta. Un grueso salpicón de semen le cayó dentro de la boca y no dudó en tragárselo. El segundo fue a parar a los orificios de la nariz, resbalando enseguida hacia el labio. Un tercero le cayó en los dientes superiores y después la leche se derramó hacia los lados de la polla, aun que ella enseguida acercó la boca para lamérsela y limpiársela. Se la estuvo mamando hasta que la dejó limpia, sin ningún resquicio. Y se tragó hasta la última gota. Luego elevó la cabeza acariciándosela.
•¿Te has corrido? – le preguntó Sergio.
•No sé.
•Mastúrbate, quiero ver como lo haces. Ponte de pie. Hazlo para mí.
Sergio se relajó rascándose la verga, atento al espectáculo que se desarrollaba ante sus ojos. Vera se levantó y se bajó las bragas. Tenía un chocho muy peludo de vello pelirrojo, un chocho carnoso de gruesos labios vaginales.
•Tócate el coño, con las dos manos…
Con suma obediencia, condujo sus dos manos hasta la vagina para acariciársela deslizando sus deditos entre aquellos húmedos labios, por aquella abultada vulva, rozándose su clítoris con las uñas. Con sus dos manos en el coño, miró hacia la ventana y descubrió a su hija Lucía espiándoles. Se miraron a los ojos, ambas atrapadas por la perplejidad. Vera detuvo el movimiento de sus manos, perturbada por el sobresalto. Sergio se percató enseguida de que algo pasaba y se irguió para mirar por encima del hombro hacia la ventana.
•¡Lucía! Vaya, vaya… ¿No quieres pasar? -. Lucía bajó la cabeza, terriblemente abochornada como su madre -. Vamos mujer, tu madre y yo estamos pasando un buen rato. ¿Por qué no nos acompañas? Los tres lo vamos a pasar en grande. Ven, ven con nosotros…
El morbo estridente y lascivo la empujó a entrar en la casa. Sólo llevaba encima una bata de seda y bajo ella unas pequeñas braguitas blancas de satén. Se detuvo junto a su madre. Ambas volvieron a mirarse, cómplices de aquel morbo tan grandioso. Sergio volvió a reclinarse en el sofá frotándose el pene con la palma de la mano.
•Desnúdate – . Lucía se desabrochó la bata y la dejó caer. A continuación se bajó las bragas. Sergio tenía ante sí, para él, a la madre y a la hija -. Masturba a tu madre.
No lo dudó. Lucía acercó su manita izquierda al chocho de su madre y comenzó a menearlo en círculos, apretándolo, escarbando con sus uñas y yemas. Vera cerró los ojos al sentir la mano de su hija y despidió un jadeo profundo. Sergio se la sacudía con la escena. Lucía tiraba fuerte del chocho de su madre, como si lo tuviera agarrado, logrando que no parara de gemir. Sergio se levantó y se acercó hasta las dos. Ambas le miraron sumisamente. Las agarró de los pelos y primero morreó a Vera, a mordiscos, con la saliva resbalando por sus barbillas. Lucía sólo miraba. Luego volvió la cabeza hacia su cuñada para babosearla a ella. Tenía las tetas de las dos mujeres aplastadas contra sus pectorales, sus coños rozando los muslos de sus piernas. Las soltó de los pelos y les atizó una palmada en el culo a cada una.
•Vamos, putas, vamos a la cama.
Madre e hija marcharon delante hacia el cuarto. Él iba fijándose en sus culos. Las nalgas de Vera, un culo más grande y blando, vibraban con cada zancada. Sergio se recostó bocaarriba, con la cabeza apoyada en el cabecero.
•Chupadme… - les ordenó.
Ambas irrumpieron en la cama caminando arrodilladas en torno al cuerpo de Sergio. Lucía, a cuatro patas, caminó hacia la cabeza de Sergio para besarle y acariciarle los pectorales. Vera, sentada sobre sus talones, se curvó para hacerle una mamada. Se la sacudía sobre su lengua agitándola nerviosamente mientras le estrujaba los huevos con toda la palma de la mano. Tras un intenso baboseo con Sergio, Lucía fue girándose hacia el lado y dio un paso hacia la cintura de su cuñado, deslizando su lengua por su ombligo, adentrándose en la zona del vello púbico y compartiendo con su madre aquella sabrosa verga. Vera la sujetaba para mantenerla empinada y las leguas combatían ensalivando el glande. Sergio, muerto de placer, observaba el manso meneo de sus culos al mamar, tenía uno a cada lado, empinados hacia él, y extendía los brazos para acariciarlos, para hurgar en sus anos, en sus chochos húmedos. Mordisqueaban la polla con hambre, a la vez, con sus lenguas rozándose, con miradas intensas, con babas colgando de sus barbillas. Vera se la metió entera para chuparla y Lucía aprovechó para lamerle los huevos. Sergio continuaba abriéndoles la raja del culo, azotándolas con sonoras palmadas, logrando que contrajeran el culo por el dolor, pero sin dejar de mamar. Notaban cómo le mojaban los huevos, cómo la lengua recorría la dureza de su verga.
•Putas viciosas, quiero que me chupéis el culo…
Sergio alzó las piernas y madre e hija se colocaron juntas frente a él, frente a los huevos que colgaban entre las piernas. Enseguida, obedientes, acercaron sus cabezas y juntas sacaron sus leguas para lamerle aquel ano velloso, aquel ano sudado de sabor áspero y maloliente. Sergio percibía el cosquilleo de las dos lenguas rociando su culo de saliva, intentaban meterle la punta. Su suegra se mantuvo chupándole el culo, pero Lucía elevó algo más la cabeza y se lanzó a comerse los huevos, metiéndose las bolas en la boca para saborearlas. Le dejaron el culo y los huevos bañados en babas.
Sergio bajó las piernas y se incorporó. Varios pegotes de saliva colgaban de sus cojones y de su polla. Sujeto a Vera del brazo y la obligó a colocarse a cuatro patas. Se colocó detrás. Lucía, arrodillada, contemplaba cómo sometía a su madre.
•Vas a probar mi polla, suegra… Ábrele el culo – le ordenó a su cuñada.
Lucía abrió la raja del culo de su madre exponiendo su chocho y su ano. Sergio acercó la punta al tierno agujerito y la hundió de un severo empujón. Vera abrió los ojos gimiendo dolorida, envuelta en un sudor frío, notando la extrema dilatación que sufría su pequeño ano y el rozamiento brusco en sus intestinos. Agarró las sábanas con fuerza y tensó los músculos de su cuello. Trató de bajar su cuerpo, como para aliviar el dolor, notaba cómo su hija le abría la raja. Pero recibió una fuerte palmada en una de las nalgas.
•Sube el culo, coño.
Volvió a estirar los brazos para acatar la orden y enseguida se puso a follarla precipitadamente, asestándole fuerte, abriendo su ano exageradamente. Lucía asistía a la veloz entrada y salida de la verga. Sergio acercó la cabeza para besarla mientras se follaba a su madre. Lucía le correspondió con ansia, con mirada suplicante, sin cerrar la raja de su madre. La polla se salió por las fuertes embestidas, pero Lucía se encargó de sacudirla y acercarla de nuevo al ano para que la metiera. Acercó sus labios a las tetillas de su cuñado para lamerlas, para saborear aquellas gotas de sudor que resbalaban por sus pectorales. A la vez le acariciaba el culo, que no paraba de contraerse nerviosamente para hundir la polla. Y Vera sin dejar de chillar como una perra malherida, a veces girando la cabeza hacia su agresor. De nuevo resbaló la polla, pero esta vez Lucía le atizó unas chupadas antes de dirigirla de nuevo al culo de su madre. Sergio volvió a embestirla. Lucía le acariciaba los huevos para provocar su máxima excitación.
•¿Quieres que también te folle a ti? – le preguntó Sergio a su cuñada -. Pídelo, puta, sé que estás deseando.
•Fóllame…
•Zorra, colócate a su lado.
Lucía se giró y se curvó colocándose a cuatro patas, en paralelo al cuerpo de su madre. Ambas se miraron. Sus tetas colgaban balanceantes hacia abajo. Sus culos se rozaban, ambos a disposición de Sergio. Notó que le hundía la polla en el culo con severidad y acierto, de un solo empujón, abriéndoselo hasta dilatar los esfínteres dolorosamente. Chilló con las cejas arqueadas sin dejar de mirar a su madre y en breves segundos comenzó a sentir las duras embestidas. Su cuerpo sufría duros espasmos en cada penetración. Vera notaba la mano de su yerno acariciándole la raja del culo mientras se follaba a su hija. Un minuto más tarde cambió al culo de su suegra, pero esta vez le pinchó el chocho con la misma brusquedad, un chocho tierno y blando, sometiéndola a implacables acometidas. Ya jadeaba Sergio cuando volvió a desplazarse al culo de su cuñada para perforarle su coñito con empujones secos. Tardó escasamente veinte segundos en extraer la verga y regar sus culos con gotitas de leche muy dispersa. Las nalgas de los dos culos quedaron salpicadas de semen. Les atizó una palmada a cada una en el culo y bajó de la cama en busca de un cigarrillo. Lucía también se apeó, algo más nerviosa que su madre.
•Tengo que irme.
Abandonó la habitación y unos segundos más tarde la oyeron salir de la cabaña.
•Yo también voy a irme – anunció Vera avergonzada, como queriendo taparse con las sábanas -. No estamos bien de la cabeza, Sergio.
•No pasa nada, mujer, hemos echado una canita al aire y ya está.
Paco no se lo podía creer. Desde la ventana de su dormitorio vio salir a su mujer abrochándose la bata después de haber echado un polvo con su propio cuñado. Un poco más tarde fue su suegra quien apareció tras la puerta, dándose un besito de despedida con Sergio, quien aparecía completamente desnudo, con su verga flácida colgando hacia abajo. La situación se había desmadrado hasta límites escandalosos. El morbo que percibió en un principio al ver a su mujer en manos de otro hombre, se había convertido en una tortura. Los celos no dejaban de martirizarle. Su matrimonio pendía de un hilo. Ya nada sería igual, y no soportaría el bochorno si todo saliera a la luz. Sería el cornudo. Esa noche Paco hizo la maleta y se fue de casa para siempre. Se convirtió en un perdedor. Supo al cabo de los años que su mujer terminó casándose con Sergio y que vivían felices en la hacienda de Vera. Supo que Sergio las usaba como sus putas para saldar las deudas. Pero él no podía hacer nada. Era un cobarde. Fin.
"Favores de familia"
Esa misma noche, Vera invitó a unos amigos a cenar. La velada se desarrolló en el porche de la hacienda bajo la luz de una espléndida luna llena. Más de diez personas se sentaron a la mesa, entre ellos el enigmático Sergio, quien no paraba de cruzar miraditas de complicidad con su cuñada Lucía. Todos parecían muy animados, salvo Paco, cuyo morbo por ver a su mujer en manos de otro hombre estaba siendo derrotado por los celos y el pánico. No quería perderla, estaba demasiado enamorado como para correr tales riesgos. Lucía se preocupó por su seriedad, pero él excusó su desgana a problemas en el trabajo y le propuso un viaje al extranjero. Paco necesitaba reconducir la relación con su mujer. Pero ella simulaba bien la naturalidad y le prometió que sí de una manera muy fría. Tras la cena se formaron varios corrillos para tomar una copa. Vera estaba pendiente de que todos estuvieran divirtiéndose. Paco estaba sólo en la mesa, ya llevaba tres whisky y asistía como un idiota al tonteo que Sergio le tenía a su esposa. Lucía estaba muy guapa. Llevaba una blusa blanca y unas faldas ajustadas con aberturas laterales, de color negro, resaltando el volumen de su trasero y caderas. Ambos se reían, se atizaban cariñosos manotazos y él no paraba de susurrarle cosas al oído. Eran amantes, pensó Paco trastornado, con ganas de intervenir y armar un escándalo, pero no tenía cojones delante de toda aquella gente, y sabía que cuando se quedaran a solas se acobardaría como un atontado. Esa parte pervertida que todos guardamos en la mente le había traicionado, se había esfumado, ahora sólo los celos reinaban en su cabeza. Vio que se dirigían juntos hacia el interior de la casa. Paco se levantó con la intención de detenerles bajo alguna excusa, pero había perdido todos los ánimos y energías. Sólo quería expulsar los celos bajo las lágrimas. A través de las cristaleras les vio por las escaleras. Ella marchaba delante de él, meneándole el culo con una sensualidad inaudita. Estúpido perdedor, se dijo a sí mismo. Cogió su copa y se alejó hacia la oscuridad del campo, necesitaba refugiarse en el silencio, necesitaba refugiarse en su propio pánico. Vera le vio bastante cabizbajo y le resultó extraño que se comportara de una manera tan frívola. Había estado muy raro durante la cena y ahora se iba a echar un paseo en mitad de la velada, cuando la gente más se estaba divirtiendo. También se percató de que su hija y su yerno habían entrado juntos en la casa, de que Lucía no se había dado cuenta de la displicencia de su esposo. Así es que decidió ir en su busca.
Subió las escaleras extrañada de no oír nada. Sólo entraba por sus oídos el bullicio procedente del porche. Al torcer hacia el pasillo que conducía a las habitaciones vio un pequeño resplandor de luz procedente del cuarto de baño. Anduvo unos pasos, hasta que unos jadeos penetrantes rompieron el silencio y la obligaron a detenerse en seco. Reconoció la voz de su hija, resollando al unísono con Sergio. Vera se tapó la boca con la palma de la mano, perpleja ante la delicada situación. Su hija estaba liada con su yerno. Con la espalda rozando la pared, se desplazó hasta el borde del cuarto de baño y descubrió la escena que allí acontecía. Sergio la estaba follando con ganas, penetrándola sin compasión. Lucía permanecía de pie frente al espejo, empañando el cristal con su dificultosa respiración, aferrada con fuerza a los cantos del lavabo. Tenía la blusa abierta y sus tetas se columpiaban como locas chocando una contra la otra. Tras ella, Sergio la follaba con contundencia. La mantenía sujeta por las caderas y con la falda arremangada en la cintura. Le había bajado las bragas hasta medio muslo y colaba su polla bajo la raja del culo taladrando su coño con severidad. Los duros choques de la pelvis de Sergio estaban enrojeciendo las nalgas de Lucía. Él resollaba nervioso en la nuca de ella. Ella jadeaba con la boca muy abierta sobre el espejo. Todo su cuerpo se estremecía ante los violentos asaltos de la polla sobre el chocho. Vera, asombrada, sin pestañear, fisgaba desde el pasillo. Lograba distinguir el trepidante bombeo de la verga, los alocados movimientos de los huevos y la rabia reflejada en los ojos de su yerno. Sólo los jadeos y los chasquidos de la pelvis contra el culo aniquilaban el silencio. Vera sufrió una especie de emulsión de sentimientos confusos. Las circunstancias morbosas turbaron su mente y se sintió confundida. Ya hacía más de diez años, desde mucho antes de morir su marido, que llevaba sin probar el sexo, sin vivir una experiencia arrolladora como la que estaba presenciando. El morbo es poderoso y puede desestabilizar la decencia de cualquier persona, encontrarse con una situación inesperada e inmoral puede acarrear graves consecuencias. Lo prohibido genera placer, mucho placer. Notó que la lujuria la corrompía de manera fugaz. Ni el hecho de que se tratase de su propia hija ni el probable escándalo que podría armarse pudieron restablecer su honra. Notó que mojaba las bragas, que le abordaba la necesidad de tocarse. Los jadeos se habían intensificado y Sergio la follaba muy fuerte. La mejilla de Lucía ya resbalaba por el cristal del espejo ante los empujones. Qué manera tan agresiva de echar un polvo. Sergio se detuvo pegando la pelvis al culo de su hija y estrujándole las tetas como esponjas. Mientras le derramaba la leche dentro de su coño, la besaba por el cuello mediante tiernos besitos. Lucía trataba de sosegar la respiración emitiendo bufidos contra el espejo. La discreción de ambos había sido impresionante para Vera, jamás nadie sospechó que fueran amantes. Sergio se separó de ella. Entonces Vera pudo admirar la verga afilada de su yerno, con el glande abrillantado por los resquicios de semen y flujo vaginal. Se arrodilló ante el culo de su hija y le abrió la raja con los pulgares. Aguardó hasta que del chocho comenzó a fluir la leche amarillenta y viscosa. Entonces se lanzó a chupárselo, a lamer su propia crema, a dejárselo completamente bañado en saliva. Cuando se incorporó se relamió los labios, conforme con el sabor de su propio semen. Lucía le miró por encima del hombro exhibiendo una expresión de súplica. En ese momento le atizó una palmada en el culo.
•Mea, jodida cabrona -. Ella frunció el entrecejo hasta recibir otra guantada en el culo – Venga, quiero verte mear…
Las piernas de Lucía temblaron cuando un chorro de orín salió disperso entre sus piernas y encharcó todo el suelo que rodeaba el lavabo, salpicando sus tobillos e inundando la planta de sus pies. Sergio observó satisfecho de tener a su cuñada como su sumisa, como su putita a su disposición. Aún le goteaba orín del coño cuando Vera se retiró despacio hasta esconderse en su cuarto. Cinco minutos más tarde vio salir a Sergio abrochándose el cinturón y colocándose la camisa, persuadido por la sumisión de su cuñada. Vera aguardó hasta que le vio bajar por las escaleras. Cuando se volvió a asomar, su hija permanecía acuclillada limpiando la meada con una toalla. Aún tenía el culo al aire y las bragas bajadas. Prefirió no decirle nada y regresó a la fiesta.
Empujada por ese morbo fugaz, Vera estuvo casi todo el rato pendiente de su yerno, con el que trató de conversar y bromear, como si quisiera dejarse domar por su temperamento. Su hija Lucía bajó al poco rato y se reencontró con el memo de su marido. Cinco minutos más tarde se retiraron sin despedirse de nadie. Poco a poco los invitados fueron marchándose. Vera no paraba de beber fruto de la excitación que le causaba la compañía de su yerno. Una sensación extraña se había adueñado de sus entrañas. Sergio la notó también un poco alterada y trataba de seguirle la corriente. Parecía un poco bebida. Vera era su suegra, pero también una mujer muy elegante de 53 años, con un buen culo y unas buenas tetas, maduritas, como a él le gustaban. Era pelirroja, con media melena, aunque llevaba el pelo recogido con un moño. Llevaba un vestido ajustado tipo safari, color caqui, abotonado en la parte delantera, con un escote en forma de V que dejaba parte del canalillo a la vista. Terminaron por quedarse a solas en el porche, arropados por aquella noche espléndida de brisa fresca. Él le sirvió otra copa. Continuaron charlando hasta agotar la botella. Entonces vino la proposición de Sergio. Ella estaba ofreciéndose con aquel comportamiento y no podía desaprovechar la ocasión.
•Tengo una botella en la cabaña. ¿Te apetece la última?
•¿Por qué no?
Lucía era incapaz de conciliar el sueño y miró hacia su marido. Se había quedado traspuesto. Se levantó en la penumbra en busca de un cigarrillo y al pasar junto a la ventana vio a su madre y a su cuñado dirigirse hacia la cabaña, a esas horas de la madrugada. Él le llevaba el brazo por la cintura y ella se echaba sobre él. También iba a follarse a su madre. Se encendió el cigarrillo y fumó con inquietud, una calada tras otra, con la mente perdida en una nube de confusión.
Entraron en la cabaña y, tras encender la luz, Sergio abrió las ventanas para que corriera el aire. Luego se dirigió al mueble para servir dos chupitos de whisky. En alguna ocasión se había masturbado espiando a su suegra, aunque lo máximo a lo que había llegado es haberla visto en bragas. Vera estaba dominada por esa fugaz ninfomanía y deambulaba sin rumbo por el salón. Se detuvo junto al televisor y descubrió una película pornográfica donde en la carátula se representaban varias secuencias de orgías. Parecía el detonante para elevar el tono de la situación.
•¿Y esta peli? ¿Te gustan estas películas tan guarras?
Sergio se acercó hasta ella y le entregó el chupito.
•Me masturbo con ellas. A veces necesito desahogarme un poco, ¿entiendes?
•Como sois los hombres…
•¿Quieres verla? – le propuso su yerno.
No supo que contestar y encogió los hombros abochornada.
•Me da un poco de vergüenza verla contigo.
•Venga, no seas tontona, siéntate… Tú y yo estamos muy solos, no pasa nada porque nos divirtamos un rato, ¿no?
Precisó de un trago al chupito para retroceder hacia el sillón y sentarse en el borde, con las piernas cruzadas y el tórax erguido. Sergio se quitó la camiseta para exhibir sus musculosos y peludos pectorales antes de accionar la reproducción en el DVD. Se sentó a la izquierda de su suegra, recostado contra el respaldo y con las piernas muy separadas. La peli comenzó con la secuencia de un trío, dos mujeres para un hombre donde follaban como locos. Vera le miró y le sonrió.
•¿No te pones cachonda?
•Bueno, un poco sí, la verdad, ¿y tú?
•Mira cómo estoy – se tiró de la tela del pantalón en la zona de la bragueta para que se definieran los contornos de su polla -. ¿Quieres hacerme una paja?
•No sé, Sergio, llevo mucho tiempo sin estar con un hombre, desde que murió mi marido, y tú eres mi yerno…
•No pasa nada, mujer, sólo quiero que me hagas un favor, ¿entiendes? Sólo vamos a relajarnos un rato.
•Pero es que… No sé…
•¿Por qué no te pones cómoda? Quítate el vestido, hace calor…
•Me da vergüenza…
•Vamos, hostias, no seas tonta…
Sergio tomó la iniciativa desabrochándose el cinturón y los botones de la bragueta. Vera se levantó y muy lentamente comenzó a desabotonarse la delantera del vestido, a sabiendas de que estaba siendo devorada por los ojos de su yerno. Sergio se bajó los pantalones hasta quitárselos y exhibió un bóxer negro ajustado con el pene vultuoso tensando la tela. Cuando terminó con el último botón, se abrió el vestido y lo retiró de su cuerpo muy despacio. Un sostén de encaje de color rojo cubría sus tetas de base ancha y carne flácida. Tenía un vientre fofo, aunque el resto de la piel era muy tersa. Llevaba unas bragas rojas de satén ceñidas a las caderas. Aguardó como una boba delante de él, con la mirada puesta en aquel bulto que tensaba la tela del bóxer.
•Quítate el sujetador.
Sonrojada, se lo desabrochó y lo retiró de sus pechos. Sus carnes flojas y lacias se vaivenearon levemente. Le pidió que se acercase con un gesto y ella obedeció volviéndose a sentar a su lado, girada hacia él, con las rodillas juntas. Sergio le pasó la mano por las tetas acariciándolas con las yemas, regocijándose con los pezones erguidos y oscuros.
•Mastúrbame…
Nerviosa, Vera extendió el brazo derecho curvándose hacia él. Sus tetas colgaron hacia abajo. Metió la mano bajo el bóxer, agarró la verga con fuerza y tiró de ella sacándola fuera. Y empezó a meneársela despacio, con leves tirones, deslizando su manita a lo largo de aquel tronco tan grueso y tan duro. Sergio se relajó emitiendo un jadeo. Su suegra estaba haciéndole una paja. Fruto de los tirones asomaron los huevos por la tira superior del bóxer.
•¿Te gusta mi polla? – le preguntó él.
•Sí, es muy grande.
•¿Por qué no me la chupas? Vamos, arrodíllate y chúpame la verga.
Jamás había chupado una verga, ni siquiera la de su marido, ni siquiera se le había pasado por la mente. La soltó y bajó del sofá. Caminó de rodillas hasta colocarse entre las piernas de su yerno. Agarró la polla por la base y bajo la cabeza para chuparla con la lengua fuera, mirándole a los ojos, como una inexperta en mamadas. Deslizaba la lengua sin moverla desde la base hasta el glande y retrocedía por el mismo camino. Dio varias pasadas antes de que le impusiera una nueva orden.
•Los huevos, mójame los huevos – Bajó aún más la cabeza y de nuevo, sin mover la lengua, la pasó por aquella piel áspera y peluda. Recogió la lengua y con los labios fruncidos los paseó por toda la masa flácida de aquellos cojones -. Chúpamelos como es debido, coño.
Trató de esmerarse a pesar del sabor rancio de aquella piel rugosa y se esforzó en atizarle suaves lengüetazos, recreándose en cada una de las bolas. Él se la sacudía mientras su suegra le chupaba los huevos. Tenía las piernas levantadas y separadas para que la muy perra lamiera con espacio. Vera continuaba sentada sobre sus talones y completamente curvada hacia él. Su hija Lucía lo presenciaba todo desde la ventana y tal y como le había pasado a su madre, estaba mojando las bragas al verla sometida por su cuñado. Quería participar, pero no se atrevía a irrumpir en la escena.
•Las putas me chupan el culo… Quiero sentir cómo me lo chupas…
A pesar del pestífero olor, no dudó en chuparle el culo. Pegó los labios al ano y le agitó la punta de la lengua mojándoselo. Él se masturbaba, sus huevos le botaban en el entrecejo. Su hija Lucía se hurgaba en la vagina tras la ventana viendo cómo la puta de su madre lamía el culo de su cuñado.
- Sube, mastúrbame con las tetas…
Sergio bajó las piernas, aunque dejó la suficiente separación para que ella se incorporara arrodillada y erguida. Se agarró sus blandengues tetas y atrapó la polla con ellas. Empezó a deslizarlas por aquella dureza, apretándola, esforzándose en ocultarle el glande cuando ascendía, en achucharlo entre aquellas esponjas. Se miraban a los ojos. Ella le sonrió sin parar de rozar las tetas por su polla.
•¿Te lo estás pasando bien, suegra?
•Sí, ¿te gusta?
•Me gusta… Estás cachonda, ¿verdad, zorra?
•Sí…
Sergio extendió el brazo derecho y le metió el dedo índice y corazón en la boca. Vera sintió las yemas sobre su lengua y el avance hacia la garganta. Sufrió una arcada, vertió saliva por la comisura de sus labios hacia las tetas. Sergio movía la mano follándola por la boca con sus dedos. Ella trataba de abrirla al máximo para evitar las arcadas, pero cuando los dedos le rozaban la garganta vomitaba un aluvión de saliva sobre los pechos. Con ambos dedos le frotó las encías superiores y las inferiores, le pasó las yemas por el paladar y los dientes, hasta que comenzó a gemir con nerviosismo. Entonces Vera liberó la polla y la cogió para agitársela deprisa, procurando que la punta aporreara sus tetas. Con la mano izquierda le acariciaba el muslo de la pierna. Sergio tensó las piernas jadeando como un loco ante la inminente eyaculación. Vera le asestó tres tirones fuertes y acercó la boca a la punta. Un grueso salpicón de semen le cayó dentro de la boca y no dudó en tragárselo. El segundo fue a parar a los orificios de la nariz, resbalando enseguida hacia el labio. Un tercero le cayó en los dientes superiores y después la leche se derramó hacia los lados de la polla, aun que ella enseguida acercó la boca para lamérsela y limpiársela. Se la estuvo mamando hasta que la dejó limpia, sin ningún resquicio. Y se tragó hasta la última gota. Luego elevó la cabeza acariciándosela.
•¿Te has corrido? – le preguntó Sergio.
•No sé.
•Mastúrbate, quiero ver como lo haces. Ponte de pie. Hazlo para mí.
Sergio se relajó rascándose la verga, atento al espectáculo que se desarrollaba ante sus ojos. Vera se levantó y se bajó las bragas. Tenía un chocho muy peludo de vello pelirrojo, un chocho carnoso de gruesos labios vaginales.
•Tócate el coño, con las dos manos…
Con suma obediencia, condujo sus dos manos hasta la vagina para acariciársela deslizando sus deditos entre aquellos húmedos labios, por aquella abultada vulva, rozándose su clítoris con las uñas. Con sus dos manos en el coño, miró hacia la ventana y descubrió a su hija Lucía espiándoles. Se miraron a los ojos, ambas atrapadas por la perplejidad. Vera detuvo el movimiento de sus manos, perturbada por el sobresalto. Sergio se percató enseguida de que algo pasaba y se irguió para mirar por encima del hombro hacia la ventana.
•¡Lucía! Vaya, vaya… ¿No quieres pasar? -. Lucía bajó la cabeza, terriblemente abochornada como su madre -. Vamos mujer, tu madre y yo estamos pasando un buen rato. ¿Por qué no nos acompañas? Los tres lo vamos a pasar en grande. Ven, ven con nosotros…
El morbo estridente y lascivo la empujó a entrar en la casa. Sólo llevaba encima una bata de seda y bajo ella unas pequeñas braguitas blancas de satén. Se detuvo junto a su madre. Ambas volvieron a mirarse, cómplices de aquel morbo tan grandioso. Sergio volvió a reclinarse en el sofá frotándose el pene con la palma de la mano.
•Desnúdate – . Lucía se desabrochó la bata y la dejó caer. A continuación se bajó las bragas. Sergio tenía ante sí, para él, a la madre y a la hija -. Masturba a tu madre.
No lo dudó. Lucía acercó su manita izquierda al chocho de su madre y comenzó a menearlo en círculos, apretándolo, escarbando con sus uñas y yemas. Vera cerró los ojos al sentir la mano de su hija y despidió un jadeo profundo. Sergio se la sacudía con la escena. Lucía tiraba fuerte del chocho de su madre, como si lo tuviera agarrado, logrando que no parara de gemir. Sergio se levantó y se acercó hasta las dos. Ambas le miraron sumisamente. Las agarró de los pelos y primero morreó a Vera, a mordiscos, con la saliva resbalando por sus barbillas. Lucía sólo miraba. Luego volvió la cabeza hacia su cuñada para babosearla a ella. Tenía las tetas de las dos mujeres aplastadas contra sus pectorales, sus coños rozando los muslos de sus piernas. Las soltó de los pelos y les atizó una palmada en el culo a cada una.
•Vamos, putas, vamos a la cama.
Madre e hija marcharon delante hacia el cuarto. Él iba fijándose en sus culos. Las nalgas de Vera, un culo más grande y blando, vibraban con cada zancada. Sergio se recostó bocaarriba, con la cabeza apoyada en el cabecero.
•Chupadme… - les ordenó.
Ambas irrumpieron en la cama caminando arrodilladas en torno al cuerpo de Sergio. Lucía, a cuatro patas, caminó hacia la cabeza de Sergio para besarle y acariciarle los pectorales. Vera, sentada sobre sus talones, se curvó para hacerle una mamada. Se la sacudía sobre su lengua agitándola nerviosamente mientras le estrujaba los huevos con toda la palma de la mano. Tras un intenso baboseo con Sergio, Lucía fue girándose hacia el lado y dio un paso hacia la cintura de su cuñado, deslizando su lengua por su ombligo, adentrándose en la zona del vello púbico y compartiendo con su madre aquella sabrosa verga. Vera la sujetaba para mantenerla empinada y las leguas combatían ensalivando el glande. Sergio, muerto de placer, observaba el manso meneo de sus culos al mamar, tenía uno a cada lado, empinados hacia él, y extendía los brazos para acariciarlos, para hurgar en sus anos, en sus chochos húmedos. Mordisqueaban la polla con hambre, a la vez, con sus lenguas rozándose, con miradas intensas, con babas colgando de sus barbillas. Vera se la metió entera para chuparla y Lucía aprovechó para lamerle los huevos. Sergio continuaba abriéndoles la raja del culo, azotándolas con sonoras palmadas, logrando que contrajeran el culo por el dolor, pero sin dejar de mamar. Notaban cómo le mojaban los huevos, cómo la lengua recorría la dureza de su verga.
•Putas viciosas, quiero que me chupéis el culo…
Sergio alzó las piernas y madre e hija se colocaron juntas frente a él, frente a los huevos que colgaban entre las piernas. Enseguida, obedientes, acercaron sus cabezas y juntas sacaron sus leguas para lamerle aquel ano velloso, aquel ano sudado de sabor áspero y maloliente. Sergio percibía el cosquilleo de las dos lenguas rociando su culo de saliva, intentaban meterle la punta. Su suegra se mantuvo chupándole el culo, pero Lucía elevó algo más la cabeza y se lanzó a comerse los huevos, metiéndose las bolas en la boca para saborearlas. Le dejaron el culo y los huevos bañados en babas.
Sergio bajó las piernas y se incorporó. Varios pegotes de saliva colgaban de sus cojones y de su polla. Sujeto a Vera del brazo y la obligó a colocarse a cuatro patas. Se colocó detrás. Lucía, arrodillada, contemplaba cómo sometía a su madre.
•Vas a probar mi polla, suegra… Ábrele el culo – le ordenó a su cuñada.
Lucía abrió la raja del culo de su madre exponiendo su chocho y su ano. Sergio acercó la punta al tierno agujerito y la hundió de un severo empujón. Vera abrió los ojos gimiendo dolorida, envuelta en un sudor frío, notando la extrema dilatación que sufría su pequeño ano y el rozamiento brusco en sus intestinos. Agarró las sábanas con fuerza y tensó los músculos de su cuello. Trató de bajar su cuerpo, como para aliviar el dolor, notaba cómo su hija le abría la raja. Pero recibió una fuerte palmada en una de las nalgas.
•Sube el culo, coño.
Volvió a estirar los brazos para acatar la orden y enseguida se puso a follarla precipitadamente, asestándole fuerte, abriendo su ano exageradamente. Lucía asistía a la veloz entrada y salida de la verga. Sergio acercó la cabeza para besarla mientras se follaba a su madre. Lucía le correspondió con ansia, con mirada suplicante, sin cerrar la raja de su madre. La polla se salió por las fuertes embestidas, pero Lucía se encargó de sacudirla y acercarla de nuevo al ano para que la metiera. Acercó sus labios a las tetillas de su cuñado para lamerlas, para saborear aquellas gotas de sudor que resbalaban por sus pectorales. A la vez le acariciaba el culo, que no paraba de contraerse nerviosamente para hundir la polla. Y Vera sin dejar de chillar como una perra malherida, a veces girando la cabeza hacia su agresor. De nuevo resbaló la polla, pero esta vez Lucía le atizó unas chupadas antes de dirigirla de nuevo al culo de su madre. Sergio volvió a embestirla. Lucía le acariciaba los huevos para provocar su máxima excitación.
•¿Quieres que también te folle a ti? – le preguntó Sergio a su cuñada -. Pídelo, puta, sé que estás deseando.
•Fóllame…
•Zorra, colócate a su lado.
Lucía se giró y se curvó colocándose a cuatro patas, en paralelo al cuerpo de su madre. Ambas se miraron. Sus tetas colgaban balanceantes hacia abajo. Sus culos se rozaban, ambos a disposición de Sergio. Notó que le hundía la polla en el culo con severidad y acierto, de un solo empujón, abriéndoselo hasta dilatar los esfínteres dolorosamente. Chilló con las cejas arqueadas sin dejar de mirar a su madre y en breves segundos comenzó a sentir las duras embestidas. Su cuerpo sufría duros espasmos en cada penetración. Vera notaba la mano de su yerno acariciándole la raja del culo mientras se follaba a su hija. Un minuto más tarde cambió al culo de su suegra, pero esta vez le pinchó el chocho con la misma brusquedad, un chocho tierno y blando, sometiéndola a implacables acometidas. Ya jadeaba Sergio cuando volvió a desplazarse al culo de su cuñada para perforarle su coñito con empujones secos. Tardó escasamente veinte segundos en extraer la verga y regar sus culos con gotitas de leche muy dispersa. Las nalgas de los dos culos quedaron salpicadas de semen. Les atizó una palmada a cada una en el culo y bajó de la cama en busca de un cigarrillo. Lucía también se apeó, algo más nerviosa que su madre.
•Tengo que irme.
Abandonó la habitación y unos segundos más tarde la oyeron salir de la cabaña.
•Yo también voy a irme – anunció Vera avergonzada, como queriendo taparse con las sábanas -. No estamos bien de la cabeza, Sergio.
•No pasa nada, mujer, hemos echado una canita al aire y ya está.
Paco no se lo podía creer. Desde la ventana de su dormitorio vio salir a su mujer abrochándose la bata después de haber echado un polvo con su propio cuñado. Un poco más tarde fue su suegra quien apareció tras la puerta, dándose un besito de despedida con Sergio, quien aparecía completamente desnudo, con su verga flácida colgando hacia abajo. La situación se había desmadrado hasta límites escandalosos. El morbo que percibió en un principio al ver a su mujer en manos de otro hombre, se había convertido en una tortura. Los celos no dejaban de martirizarle. Su matrimonio pendía de un hilo. Ya nada sería igual, y no soportaría el bochorno si todo saliera a la luz. Sería el cornudo. Esa noche Paco hizo la maleta y se fue de casa para siempre. Se convirtió en un perdedor. Supo al cabo de los años que su mujer terminó casándose con Sergio y que vivían felices en la hacienda de Vera. Supo que Sergio las usaba como sus putas para saldar las deudas. Pero él no podía hacer nada. Era un cobarde. Fin.
Si les gusto dejen su comentario al respecto.
Cada poco tiempo traere historias nuevas para que se exiten solos o con pareja.
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