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Una mujer, todas las mujeres.

Vamos a lo nuestro.

Nunca pude sacarmela de la cabeza. Todo lo que teniamos era sexo duro y reposo, noches enteras de alcohol y sexo anal. Eso era lo nuestro, una distancia inmensa y desamparada que solo unia ese ritual de sexos irritados.
Cuando me despierto, sin abrir los ojos siento las sabanas tibias, la siento a ella cerca y desnuda, siento el frío crudo del patio que atraviesa el vidrío y me obliga a buscarla. Mi mano se acerca, va lenta y rotunda a su culo. Puedo olerla, puedo sentir su saliva guardada en mi boca, estoy cerca, tan cerca que no la encuentro. Estoy tan cerca, tan ansioso de poder cogerla una vez más, que ella simplemente desaparece, se evapora en mis sueños apenas abro los ojos.
Otra mañana helada, de escarcha en el pasto de la plaza. Cinco interminables cuadras hasta la estación del tren, cinco cuadras en las que intento sacarme su recuerdo de encima. El viento del anden me congela los huesos y por fin llega el tren.
Por estos lugares, a las 7:30 de la mañana, todos somos la misma cosa, una masa amorfa que avanza y se comprime. Tengo más recuerdos. Esas piernas que están al lado de la puerta, esas de las que estoy tan cerca, son sus piernas. Vuelven tal cual me las acuerdo, largas y macizas, esperando a que las provoquen para abrirse y entregarse. Son sus piernas que hoy se equivocaron y tomaron otro tren, subieron en otra estación y llegaron al vagón en donde ahora me rozan. Por primera vez agradesco este sindrome de masa, aunque todos estemos fundidos en lo mismo, solamente siento la piel y la transpiración de esas piernas. Me siento un poco extraño, su olor me es ajeno, muy distinto a la tibia frisa felina que recuerdo. El pelo que le llega hasta el culo es rubio e indiferente, y hasta el culo es distinto, más chico y más pobre; pero las piernas son las mismas, las que siempre se habrian y siempre me esperaban. Es un buen momento para la reconciliación, todos pensamos lo mismo; el tipo que desde atras empuja para bajar, las dos chicas que entran charlando y empujan para no quedarse abajo, toda la masa que somos y se arremolina, mi pija que empieza a latir a crecer y a incharse, y hasta sus piernas que ya estan casi encima mio. Otras ves sus piernas estan encima mio, etrelazaron mi pija y la tomaron de rehén, la frotaron y la hicieron desender hasta apoyarse en la cocha que escondian, la obligaron a apretarse, a hacer presión contra el pantalón y a undirse un poco. Todo me es ajeno, es una cuenta pendiente que poco a poco estamos saldando. El movimiento del tren ayuda, igual que la gente que empuja para entrar y salir; el frío del invierno ayuda hace más placentero este sexo caliente y húmedo, estas piernas que se abren más y tiemblan bajito.
Esa fué nuestra cuenta pendiente y nuestra última estación, le susurre a esas piernas una última y leve penetración y me bajé del tren. Sigo pensando en ella pero ahora de otra manera, como si lentamente empezara a olvidarla, como si mi sed de ella se calmara.
Media hora tarde, todas las mañanas llego media hora tarde. No importa que me lo proponga, es imposible que llegue antes, pero por suerte nadie pregunta. La recepcionista me mira y me saluda con una sonrisa, la saludo breve y sigo. Quedé colgado de esas piernas, con esos cinco minutos de intensidad, media hora tarde. El escritorio y los papeles en el mismo lugar. Por suerte suena el teléfono y me saca de ese cubículo de mierda lleno de tipos adocenados, tipos que viven necesitando siempre más plata, siempre más plata y más mujeres para sentir que la tienen más grande que todos los demás imbésiles adocenados. Yo solamente trabajo para retener el privilegio de seguir vivo, para no morirme de hambre ni de frío, para seguir sacandole a la vida todo lo que pueda y seguir hundiendome en la sorpresa cotidiana. Las mujeres y la plata sobran y faltan en los momentos precisos en los que es necesario cambiar de camino, son como un cartel, una señal fluorecente.
Salí de la oficina, hoy me necesitaban en otro lugar. Seguia haciendo un frío de cagarse pero por suerte el sol empezaba a salir, se asomaba como espiandonos y dandonos la bienvenida, otra ves subidos a esta locura.
No importa si tengo tiempo o no, siempre prefiero caminar, así siento que todavía tengo la tierra abajo de los pies, que ningún idiota la hizo explotar por el aire. Así veo más gente, me encuentro con más cosas extraordinarias, ruines, maravillosas, caminando siempre encuentro algo nuevo.
La avenida está saturada y toda la gente corre. Llegamos a la esquina casi al trote y frenamos de golpe para que no nos pase por encima la estampida de autos. Entre todos los coches, entre toda la velocidad y todo el humo, veo algo que me llega como una trompada. Un poco más adelante de la vieja que se me paró enfrente, casi en el borde del cordon, veo una cabeza; una cabeza y un pelo negro muy corto, y abajo del pelo, como un giro inesperado de la coincidencia, encuentro su nuca. No puedo equivocarme, conosco esa nuca, la veo tan claramente que siento como si estuviera apretandola y mordiendola de vuelta, como bajo los dedos y entre los dientes. Veo la nuca que tironeaba y besaba, la nuca a la cual me aferraba siempre que mi verga se metia en su boca por concidencia o por placer. Donde crecen los pelos que se quedaban enrredados entre mis dedos una noche cada tanto; justo a un par de metros de donde estoy parado tengo el reves de esa boca y de esa lengua, de esas chupadas interminables al borde de la cama, al borde de la noche, con el filo amenazandonos. Esa nuca a la que casi llegaba por la garganta, a la que amenazaba con mis manos para que la boca no aflojara y la lengua no parara de lamerme los huevos, a la que no soltaba hasta que mi leche no le llenara los labios, o la cara, o el culo. Siempre tenia muy cerca ese rincón de su cuerpo, hasta cuando me subia encima para cojerle las tetas, para que me lamiera la punta de la pija que sobresalia buscando su boca; incluso en esos momentos tenia cerca su nuca para poder acariciarla y torturarla sin sentido. Los coches frenaron, el semaforo cambió y seguimos la carrera. Esa cabeza resplandeciente, montada sobre un menudo cuerpito de mujer escurridiza, se pierde en la multitud, desaparece.
Despabilo la vista, respiro profundo y sigo. Por suerte faltan pocas cuadras, ya no aguanto más tanta mugre y tanto ruido, sobre todo despues de dormir unos segundos en ese oasis de recuerdos. A veces esos contrastes tan profundos me dan ganas de vomitar, unas ganas horribles y asquerosas de sacarme la vilis de encima.
La recepción de este edificio siempre está inmaculada, perfecta, esteril, nada vivo puede crecer ahí. Siempre la misma temperatura, el mismo olor artificial a bosque berreta y la misma recepcionista con la misma voz chillona y extridente repartiendo los mismos berridos. En el mostrador le digo el piso y el nombre del tipo al que vengo a ver, no le presto atención a su cara de culo ni a forma indiferente de contestarme. Es del tipo de mujeres a las que prefiero odiar, por el resto solamente siento amor o indiferencia, a veces cariño o hasta simpatia. Pero este tipo de mujeres, estas arpias desplumadas y coloridas, infladas, desmedidas, me hacen pensar en formalidades; las veo y pienso en rutina, las escucho y pienso en intereses, en cosas por comprar, en hijos frustrados y vacios, en una vejez prematura. Cerca de minas así me siento un tipo insoportablemente libre.
El pasillo, el botón y el ascensor. La puerta que se va cerrando y una mano que la para desde afuera. El ascensor se vuelve a abrir y entra. Solamente veo subir una mirada, un par de ojos, una linea de atracción que me conecta con esos ojos. Todos lo que llega desde afuera es una mirada clara, una mirada que por detras esconde algo, una historia, algún desenlace furtivo. Entra y se acerca, se arrima sin despegarse. Esta mujer tiene una mirada que no piensa soltarme, que me acogota y me obliga a llegar más profundo. Esta mujer extraña, a la que veo borrosa, de la que solo distingo ese rayo ciego que nos une, esa mujer se me acerca, me arrima su mirada, me deja su nariz a un suspiro de distancia y por fin rompe esa distancia. La beso sin cerrar los ojos, estoy concentrado en desifrar lo que me está diciendo, le meto la lengua hasta el fondo para tratar de averiguarlo de otra manera. Empiezo a entender, se siente como antes, como cuando los cinco metros que había del living a su cama desaparecian en un segundo, sin que nos importara que estubieran tocando la puerta o que sonara el telefono; se sentia igual que cuando su mirada nos conectaba con un instinto animal repentino, un deseo imparable de devorarnos, de lamernos sin escrúpulos, de llegar al cuarto y culear como dos lobos enfurecidos, de que ella aullara pidiendome a gritos que la garche, que no pare, que la coja y la llene de leche. Era esa misma mirada, en esa borrosa cercania reconocí su mirada y volvió esa hambre salvaje de lobos. Sin despegarle la boca le levanto una pollerá que no ví, que solamente tantié; le acaricio el culo por encima de la lycra, la arranco y con una mano le corro lo que quedaba de su tanga empapada. Estiro la mano y llego al tablero. Freno el ascensor sin dejar de meterle la lengua en la boca. La doy vuelta y la obligo a poner las manos contra la pared. No le perdono ni un centímetro, se la meto de una sola estocada hasta el fondo; le mordisqueo el lobulo de la oreja mientras que la agarro del pelo con una mano y de una teta con la otra. Mi verga entra y sale entera, las luces del ascensor y todo su flujo la hacen brillar; ella gime y me pide más, me agarra con una mano del cuello de la camisa y hostigandome con esa mirada que me pierde me ruega a gritos que no pare, que se la siga metiendo, que le rompa el culo de una vez. Obedesco. Saco mi pja lubricada y con el mismo movimiento se la entierro en el culo sin pedir ni dar explicaciones. Ella revienta, explota de placer mientras me ata con sus ojos, me muerde los labios y tiembla entera, mientras grita y se desmorona contra la pared del ascensor. Sigo aferrado a su culo metiendola y sacandola como si fuera algo inanimado, casi inerte. Ella no aguanta más y yo tampoco, saco mi pija de su culo y la hago escupir como una catarata, dejandole toda mi leche desparramada encima suyo.
Me subí el pantalón y ella se levantó la pollera, la mirada se desconectó. Solamente quedó al lado mio esa mujer extraña que había llegado al ascensor. Seguimos el viaje hacía arriba.
Bajó dos pisos antes que yo sin mirarme, no me importó. Bajo en el piso treinta, me acomodo la camisa y busco el cubiculo del tipo con el que tengo que hablar. Entre todas estas luces algo se borra, algo se vacia y algo se pierde. Ya no me acuerdo todo lo que amo de ella. Ya no la recuerdo.

2 comentarios - Una mujer, todas las mujeres.

Titanxz
buen relato, intenso el final!