bueno aca les traigo un gran relato, espero q lo disfruten y se exiten
Tímido. Si, eso soy yo. Pero no como una especie de velo que me sirve para ocultarme ligeramente, para ver sin ser visto de forma clara. No. Yo soy un tímido patológico, incapaz de la más mínima expresión vocal o corporal ante una persona desconocida y también, aunque algo menos, ante una persona conocida. Por eso no puedo explicarme como es que tengo novia.
Jamás pensé que lo conseguiría, y ni siquiera tuve valor para intentarlo. Lo más cerca que nunca estuve de una mujer debió ser de mi madre… y nuestra relación materno-filial fue a la vez breve y totalmente convencional. Hasta aquella noche.
Experto en el noble arte de la autosatisfacción, experimentando las más diversas formas de masturbación empleando estímulos de celuloide y de celulosa, conociendo las más famosas vergas del cine porno y mirando de reojo a la mía. Tímido, y además con el pene pequeño. En fin.
Aquella noche se presentaba horrible; pues yo, con el saco de la timidez sobre mis espaldas, debía sobreponerme a una cena de empresa llena de compañeros semiborrachos y las más ancianas glorias de mi oficina mostrando su arrugado canalillo. Y yo abochornado tras un canapé pensando en los melones turgentes que me esperaban en la pantalla plana de mi casa. Y entonces apareció ella. ¿De dónde había salido? No lo sé: de mi oficina seguro que no. Rubia recatada, con gafas de pasta y coleta de colegial, pantalones negros ajustados y… vaya par de lindas redondeles tan bien delineados. Nada más verla note que mi chiquitín retozaba… pero nadie más lo notó.
Ella se sentó en el asiento que, a mi lado y por un azar del destino, había dejado libre la asquerosa secretaria de mi jefe, y al momento un olor delicado y salvaje (a saber como se pueden explicar los olores) me inundó. En ese momento me dieron mi primera chupada, y es que el asiento en el que yo me encontraba comenzó a hacerse grande, tremendamente grande, como un agujero negro que me envolviera y me absorbiera. Y yo menguaba y me aplastaba contra la silla, y el canapé se quedó en mi boca seca, mis ojos planos de espanto como cuando voy a por la tercera frente a la tele.
Ella muy natural no se esforzó en darme conversación pero tampoco me ignoró durante la cena. Tras esta llegó el odiado baile en el cual yo desaparezco, pero esa noche, cuando ya tenía las manos en el bolsillo del abrigo ella se plantó delante de mí y comenzó a desabrochármelo. Quería bailar conmigo ¿o solo reírse? Mis compañeros miraban de reojo y se relamían por dos razones: las dos de ella y el verme pálido. Creo que consiguió que moviera mi cintura al menos dos centímetros. Me fue llevando hacia la pared y allí me plantó sus melones en mi pecho. Sibilinamente su mano bajo a mi acobardada entrepierna. Fue un roce que no podía interpretarse como otra cosa, pero yo sabia que había sido intencionado.
Se apartó de mí y se desabrochó la chaqueta. Se acabó la copa y me pidió que la llevara a casa para evitarse cualquier control de alcoholemia. Yo accedí, tiritando de emoción; nuestra compañera la guarra de la secretaria lo oyó y se autoapuntó.
Los tres en el coche sin decir palabra, la rubia se quitó los zapatos y la secretaria se limpió las babas generadas por la dentadura postiza. La tensión era palpable.
Por fin llegamos a casa de la secretaria, que muy estirada y seca se bajó del coche. Aún no se como pudo entrar y sentarse teniendo siempre un palo de escoba metido por el agujero del desagüe. Tras esta parada la rubia me hizo bajar del coche y me metió en un portal maloliente. NO se cómo lo hizo, pero yo llegué a la escalera sin zapatos ni pantalones, con el miembro palpitando y todas las películas porno en mi cabeza. Sus gafas de pasta me arañaron el pecho ¡tampoco estaba mi camisa! La velocidad de descenso era vertiginosa y con su boca a la altura de mi ombligo me corrí como un caballo. Tímido y eyaculador altamente precoz. Su rostro se llenó de furia y frustración y temí que saliera del portal a llamar a la secretaria para que sin dentadura me animara de nuevo. Afortunadamente no lo hizo. Simplemente se quitó sus pantalones dejando ver un culo perfecto, sin asomo de las ligeras imperfecciones que tienen algunas protagonistas de las películas de menor nivel. No era una diosa porque la podía palpar ¡la podía palpar! ¿Y yo donde había tenido mis manos todo ese tiempo? Solo pensar en sobarle las impresionantes tetas que se marcaba alejaron cualquier flacidez de mi ser, así que temiendo correrme de nuevo comencé a acariciar su sujetador, metiendo tras unas pasadas un furtivo dedo por debajo de la tela hasta percibir una ligera modificación en su textura. Ella se entretuvo un segundo con la hebilla y sus firmes tetas me apuntaron sin pensárselo, aunque yo en ningún momento pensé en poner mano arriba, sino que seguí con mi autoestimulador extramasaje. Ella se dejaba hacer, sin hablar, sin moverse mucho, simplemente mirándome y retándome con la mirada tras su gafas de pasta. Hasta que me besó. Mi verga se emocionó tanto que yo creo que dio el estirón de la adolescencia porque noté que chocaba con un elemento gratificante y ligeramente velloso. Ella se puso de puntillas y ligeramente abrió las piernas de manera que me dejó literalmente cogido por la polla. Sus tetas se bamboleaban delante de mí, mis manos pasaron a sobarle el culo y mi polla se mecía entre ligeras oleadas de fluidos misteriosos. Una luz se encendió en el piso de arriba de la escalera, y nos quedamos quietos como siervos de la práctica tántrica hasta que se apagó. Entonces ella me agarró la polla y se la metió de un solo movimiento. Sus pezones me arañaban de lo duros que los tenia y mis huevos se bamboleaban como canicas en una cazuela. El calor me invadía el glande y sus gemidos me inundaban el sentido. Hasta que sin mediar palabra se la sacó y subió algún peldaño de la escalera.
Yo no llegaba con mi pene así que utilicé mi lengua. El sabor era raro, como la salsa agridulce de los chinos pero sin gambas, quizá sí con almejas, aunque nunca probé las almejas con salsa agridulce (hasta ese día, claro). Notaba el peso de sus tetas en mi cabeza, así que alargué un brazo hasta atenazarla un pezón y seguí con mi lame-lame particular. Una luz en la calle, como un flash me hizo tomar conciencia del lugar en el que estaba. Y al segundo la perdí, porque ella se dio la vuelta y me agarró la polla. Frota que te frota, las tetas en la cara, frota que te frota, su coño en mi pierna, frota que te frota hasta que noté esa sensación de cosquilleo previo a la descarga. Y la corrida en si. Y otro flash en la calle.
Sin mediar palabra cogió su ropa y subió las escaleras, de la camisa sacó una llave y entró en el primero-B. Cerró la puerta y nunca más la vi.
Como pude me vestí y abrí la puerta de la calle. A quien sí que vi fue a la guarra de la secretaria que, para amenizarme el poscoito, me regalo una perlada sonrisa y un móvil con mi cara preorgasmica de salvapantallas. A mi jefe no le iba a gustar que yo hubiera tenido un pequeño tonteo con su sobrina así que… la decisión estaba tomada.
Es mi novia y tengo que quererla, salir con ella a pasear, dar de comer a sus gatos y, de vez en cuando, practicar mecanografía por si ella, mi novia, un día no puede ir a hacerle de secretaria a mi jefe.
Todavía no se como es que yo, siendo tan tímido, tengo novia.
Tímido. Si, eso soy yo. Pero no como una especie de velo que me sirve para ocultarme ligeramente, para ver sin ser visto de forma clara. No. Yo soy un tímido patológico, incapaz de la más mínima expresión vocal o corporal ante una persona desconocida y también, aunque algo menos, ante una persona conocida. Por eso no puedo explicarme como es que tengo novia.
Jamás pensé que lo conseguiría, y ni siquiera tuve valor para intentarlo. Lo más cerca que nunca estuve de una mujer debió ser de mi madre… y nuestra relación materno-filial fue a la vez breve y totalmente convencional. Hasta aquella noche.
Experto en el noble arte de la autosatisfacción, experimentando las más diversas formas de masturbación empleando estímulos de celuloide y de celulosa, conociendo las más famosas vergas del cine porno y mirando de reojo a la mía. Tímido, y además con el pene pequeño. En fin.
Aquella noche se presentaba horrible; pues yo, con el saco de la timidez sobre mis espaldas, debía sobreponerme a una cena de empresa llena de compañeros semiborrachos y las más ancianas glorias de mi oficina mostrando su arrugado canalillo. Y yo abochornado tras un canapé pensando en los melones turgentes que me esperaban en la pantalla plana de mi casa. Y entonces apareció ella. ¿De dónde había salido? No lo sé: de mi oficina seguro que no. Rubia recatada, con gafas de pasta y coleta de colegial, pantalones negros ajustados y… vaya par de lindas redondeles tan bien delineados. Nada más verla note que mi chiquitín retozaba… pero nadie más lo notó.
Ella se sentó en el asiento que, a mi lado y por un azar del destino, había dejado libre la asquerosa secretaria de mi jefe, y al momento un olor delicado y salvaje (a saber como se pueden explicar los olores) me inundó. En ese momento me dieron mi primera chupada, y es que el asiento en el que yo me encontraba comenzó a hacerse grande, tremendamente grande, como un agujero negro que me envolviera y me absorbiera. Y yo menguaba y me aplastaba contra la silla, y el canapé se quedó en mi boca seca, mis ojos planos de espanto como cuando voy a por la tercera frente a la tele.
Ella muy natural no se esforzó en darme conversación pero tampoco me ignoró durante la cena. Tras esta llegó el odiado baile en el cual yo desaparezco, pero esa noche, cuando ya tenía las manos en el bolsillo del abrigo ella se plantó delante de mí y comenzó a desabrochármelo. Quería bailar conmigo ¿o solo reírse? Mis compañeros miraban de reojo y se relamían por dos razones: las dos de ella y el verme pálido. Creo que consiguió que moviera mi cintura al menos dos centímetros. Me fue llevando hacia la pared y allí me plantó sus melones en mi pecho. Sibilinamente su mano bajo a mi acobardada entrepierna. Fue un roce que no podía interpretarse como otra cosa, pero yo sabia que había sido intencionado.
Se apartó de mí y se desabrochó la chaqueta. Se acabó la copa y me pidió que la llevara a casa para evitarse cualquier control de alcoholemia. Yo accedí, tiritando de emoción; nuestra compañera la guarra de la secretaria lo oyó y se autoapuntó.
Los tres en el coche sin decir palabra, la rubia se quitó los zapatos y la secretaria se limpió las babas generadas por la dentadura postiza. La tensión era palpable.
Por fin llegamos a casa de la secretaria, que muy estirada y seca se bajó del coche. Aún no se como pudo entrar y sentarse teniendo siempre un palo de escoba metido por el agujero del desagüe. Tras esta parada la rubia me hizo bajar del coche y me metió en un portal maloliente. NO se cómo lo hizo, pero yo llegué a la escalera sin zapatos ni pantalones, con el miembro palpitando y todas las películas porno en mi cabeza. Sus gafas de pasta me arañaron el pecho ¡tampoco estaba mi camisa! La velocidad de descenso era vertiginosa y con su boca a la altura de mi ombligo me corrí como un caballo. Tímido y eyaculador altamente precoz. Su rostro se llenó de furia y frustración y temí que saliera del portal a llamar a la secretaria para que sin dentadura me animara de nuevo. Afortunadamente no lo hizo. Simplemente se quitó sus pantalones dejando ver un culo perfecto, sin asomo de las ligeras imperfecciones que tienen algunas protagonistas de las películas de menor nivel. No era una diosa porque la podía palpar ¡la podía palpar! ¿Y yo donde había tenido mis manos todo ese tiempo? Solo pensar en sobarle las impresionantes tetas que se marcaba alejaron cualquier flacidez de mi ser, así que temiendo correrme de nuevo comencé a acariciar su sujetador, metiendo tras unas pasadas un furtivo dedo por debajo de la tela hasta percibir una ligera modificación en su textura. Ella se entretuvo un segundo con la hebilla y sus firmes tetas me apuntaron sin pensárselo, aunque yo en ningún momento pensé en poner mano arriba, sino que seguí con mi autoestimulador extramasaje. Ella se dejaba hacer, sin hablar, sin moverse mucho, simplemente mirándome y retándome con la mirada tras su gafas de pasta. Hasta que me besó. Mi verga se emocionó tanto que yo creo que dio el estirón de la adolescencia porque noté que chocaba con un elemento gratificante y ligeramente velloso. Ella se puso de puntillas y ligeramente abrió las piernas de manera que me dejó literalmente cogido por la polla. Sus tetas se bamboleaban delante de mí, mis manos pasaron a sobarle el culo y mi polla se mecía entre ligeras oleadas de fluidos misteriosos. Una luz se encendió en el piso de arriba de la escalera, y nos quedamos quietos como siervos de la práctica tántrica hasta que se apagó. Entonces ella me agarró la polla y se la metió de un solo movimiento. Sus pezones me arañaban de lo duros que los tenia y mis huevos se bamboleaban como canicas en una cazuela. El calor me invadía el glande y sus gemidos me inundaban el sentido. Hasta que sin mediar palabra se la sacó y subió algún peldaño de la escalera.
Yo no llegaba con mi pene así que utilicé mi lengua. El sabor era raro, como la salsa agridulce de los chinos pero sin gambas, quizá sí con almejas, aunque nunca probé las almejas con salsa agridulce (hasta ese día, claro). Notaba el peso de sus tetas en mi cabeza, así que alargué un brazo hasta atenazarla un pezón y seguí con mi lame-lame particular. Una luz en la calle, como un flash me hizo tomar conciencia del lugar en el que estaba. Y al segundo la perdí, porque ella se dio la vuelta y me agarró la polla. Frota que te frota, las tetas en la cara, frota que te frota, su coño en mi pierna, frota que te frota hasta que noté esa sensación de cosquilleo previo a la descarga. Y la corrida en si. Y otro flash en la calle.
Sin mediar palabra cogió su ropa y subió las escaleras, de la camisa sacó una llave y entró en el primero-B. Cerró la puerta y nunca más la vi.
Como pude me vestí y abrí la puerta de la calle. A quien sí que vi fue a la guarra de la secretaria que, para amenizarme el poscoito, me regalo una perlada sonrisa y un móvil con mi cara preorgasmica de salvapantallas. A mi jefe no le iba a gustar que yo hubiera tenido un pequeño tonteo con su sobrina así que… la decisión estaba tomada.
Es mi novia y tengo que quererla, salir con ella a pasear, dar de comer a sus gatos y, de vez en cuando, practicar mecanografía por si ella, mi novia, un día no puede ir a hacerle de secretaria a mi jefe.
Todavía no se como es que yo, siendo tan tímido, tengo novia.
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