Diálogo con una prostituta II
A P. E. C.
-¿Y luego qué pasó? Estabas en una situación muy mala…
-Ni hablar. Me fui con mis pocas cosas y volví al hotel donde estaba antes para hablar con la dueña. Le conté la situación. Me dijo que fui un boluda, que tendría que haber hablado con el viejo para que las cosas no pasaran a mayores. Me aconsejó que me disculpara con él.
-No sé si te va a dar bola, pero intentalo. Por lo que me contó está loca por vos. Como cualquiera que te miré…
Fue lo primero que me hacía sonreír en el día.
-Gracias, usted siempre tan amable conmigo. Pero, de hecho… estoy en la calle, sin un peso y toda chivada.
-Por lo último, es de fácil solución –y rió a carcajadas-. Ya sabés donde está mi pieza y te podés dar una ducha, no hay problema. Lo demás, se habla.
-¿En serio?
-Sí, acercate.
Estaba sentada en un sillón frente a su escritorio. Me tomo de la mano con delicadeza. Hacía mucho no me trataban así. Luego me agarró de la cintura, me hizo girar y sentarme sobre sus rodillas. Me empezó a besar el cuello mientras me acariciaba las tetas.
-Mmmm, es cierto, estás toda sucia, putita…-y empezó a pasarme la lengua por el cuello mientras intentaba sacarme la remera.
-Esperá, mami, dejame que me duche primero y luego hacemos todo lo que vos quieras –susurré con la respiración cada vez más agitada.
-¿En serio, lo que yo quiera?
-Sí, ya sabés que soy tu mujer. Soy tu esclavita, como te gusta llamarme.
-Está bien, andá a la pieza y duchate.
Le di un beso y, ya bastante acalorada, busqué entre mis cosas algo de ropa y una toalla. Entre a la pieza acompañada por ella y vi que su marido estaba durmiendo la siesta.
-Pero… está tu marido.
-Todo bien, cambiate en el baño.
Me di una ducha bien larga. No sólo porque el agua caliente relaja sino porque, eso pensé, ella iba a necesitar tiempo parta explicarle mi situación al marido. El tipo ya me conocía pero había que justificar mi presencia en la pieza. ¿El tipo sabría mi historia con su mujer?
Cuando terminé, mientras me secaba, escuché no sólo a dos personas conversando sino incluso risas. Cuando salí, el tufo a marihuana inundaba la pieza.
-¿Qué te parece la putita, mi amor? –dijo ella mientras tenía el faso en la mano izquierda y con la derecha le tocaba la pija a su marido-. Es un bombón y hace todo, todo, y muy bien.
Después de decir esto empezó a reír a carcajadas. Estaba completamente desnuda, no era una modelo pero sí una veterana de buen ver. Su marido no era lindo, pero tenía una pija increíble; no tan enorme pero sí muy gruesa. Ella empezó a lamérsela y mientras lo hacía me miraba con los ojos brillantes, con una cara de vicio que nunca le había visto.
-¿No te gusta este caramelo, bebé? Vení que es una delicia.
-Prostituta, sacate la toalla y chupámela, te va a encantar.
Eso hice. Primero se la lamí junto con ella y cuando se apartó y empezó a masturbarse me la metí toda en la boca. Me sentía más puta que nunca, empecé a pensar que la plata es sólo una excusa. Hago de todo, ésa es la verdad y sólo en ese momento lo entendí, de puta que soy.
-Perra, que buena que sos, pará, andá con mi mujer.
Dejé su pija y me tiré sobre la mina. Después de besarla le chupé las tetas como una tortillera desesperada. Luego pasé a su concha. Mientras le hacía sexo oral empecé a sentir un dedo en mi culo, luego dos y, finalmente, la lengua del marido. Chupaba el culo de un modo… increíble.
-Qué buen orto que tenés, prostituta, te lo voy a reventar.
-Pará, pará, papito, despacio que es muy grande- chillé enloquecida de dolor-. Así, así, despacito…
-Está bien, pero no olvidés que si no nos cumplís esta noche dormís en la calle –mientras decía esto me daba chirlos cada vez más fuertes en la cola y yo seguía chupándosela a la mina.
Bueno, conseguí donde dormir y después un poco de plata. Él empezó a pagarme. Me mandaba un sms a cualquier hora para que fuera a la portería donde trabajaba. Quería que fuera con un impermeable y abajo totalmente desnuda. Lo único que me hacía era apretarme las tetas. Después me pedía que me agachara. Mientras se la chupaba me agarraba del pelo, tirándome de él cada vez más fuerte. Me decía que era una prostituta recaliente: sólo eso. Luego, me acababa en la boca y eso era todo. No quería saber más nada y yo, obvio, quedaba excitada al pedo.
Un día me dijo que dejara la puerta de mi pieza entreabierta. Que lo esperara desnuda y acostada boca abajo, en la cama. Que sí quería me pusiera un lubricante en la cola porque no le gusta tocar esas cosas. Lo hice. Entro bien de noche, dejó plata sobre la mesita de luz.
-Abrí bien las piernas, puta.
-¿Así?
Cerró la puerta y me culeó como un perro en celo. Nunca mordí tan fuerte una almohada en mi vida, ni cuando me desvirgaron el orto. No se despidió. Se vistió y se fue.
La mujer era distinta. No mejor pero sí distinta, aunque a veces… parecía que sentía algo por mí. Intentaba que yo estuviera contenta, pero era muy degenerada. Me compraba ropa relinda pero después me ataba y a veces con una especie de látigo, otras con una palmeta o una toalla mojada, me empezaba a pegar. Cuando yo le pedía por favor que terminara, que ya no aguantaba más los golpes, por el dolor o la excitación o ambos, se ponía el arnés y me cojía. Y sí, hay que confesarlo: acababa como una bestia. Al principio los latigazos me dolieron mucho, después me acostumbré.
Llamé al viejo. No lo encontré y le dejé un mensaje en el contestador pidiéndole que me perdonara, que la culpa no era mía sino del sobrino calentón e irrespetuoso que tenía. Una semana después se dignó a contestarme.
-Sí, ya se que la culpa no fue tuya, pero eso no soluciona el problema. Yo quiero estar tranquilo, satisfecho y sin quilombos. ¿Me entendés?
-Sí, es lógico. Siempre fue ésa mi intención. Entonces, nada…
-No, no es eso. Hablé con él. Le hice una propuesta que puede ser beneficiosa para los tres y que él, por supuesto, aceptó.
-¿Cuál?
-Compartirte.
Continuara…
A P. E. C.
-¿Y luego qué pasó? Estabas en una situación muy mala…
-Ni hablar. Me fui con mis pocas cosas y volví al hotel donde estaba antes para hablar con la dueña. Le conté la situación. Me dijo que fui un boluda, que tendría que haber hablado con el viejo para que las cosas no pasaran a mayores. Me aconsejó que me disculpara con él.
-No sé si te va a dar bola, pero intentalo. Por lo que me contó está loca por vos. Como cualquiera que te miré…
Fue lo primero que me hacía sonreír en el día.
-Gracias, usted siempre tan amable conmigo. Pero, de hecho… estoy en la calle, sin un peso y toda chivada.
-Por lo último, es de fácil solución –y rió a carcajadas-. Ya sabés donde está mi pieza y te podés dar una ducha, no hay problema. Lo demás, se habla.
-¿En serio?
-Sí, acercate.
Estaba sentada en un sillón frente a su escritorio. Me tomo de la mano con delicadeza. Hacía mucho no me trataban así. Luego me agarró de la cintura, me hizo girar y sentarme sobre sus rodillas. Me empezó a besar el cuello mientras me acariciaba las tetas.
-Mmmm, es cierto, estás toda sucia, putita…-y empezó a pasarme la lengua por el cuello mientras intentaba sacarme la remera.
-Esperá, mami, dejame que me duche primero y luego hacemos todo lo que vos quieras –susurré con la respiración cada vez más agitada.
-¿En serio, lo que yo quiera?
-Sí, ya sabés que soy tu mujer. Soy tu esclavita, como te gusta llamarme.
-Está bien, andá a la pieza y duchate.
Le di un beso y, ya bastante acalorada, busqué entre mis cosas algo de ropa y una toalla. Entre a la pieza acompañada por ella y vi que su marido estaba durmiendo la siesta.
-Pero… está tu marido.
-Todo bien, cambiate en el baño.
Me di una ducha bien larga. No sólo porque el agua caliente relaja sino porque, eso pensé, ella iba a necesitar tiempo parta explicarle mi situación al marido. El tipo ya me conocía pero había que justificar mi presencia en la pieza. ¿El tipo sabría mi historia con su mujer?
Cuando terminé, mientras me secaba, escuché no sólo a dos personas conversando sino incluso risas. Cuando salí, el tufo a marihuana inundaba la pieza.
-¿Qué te parece la putita, mi amor? –dijo ella mientras tenía el faso en la mano izquierda y con la derecha le tocaba la pija a su marido-. Es un bombón y hace todo, todo, y muy bien.
Después de decir esto empezó a reír a carcajadas. Estaba completamente desnuda, no era una modelo pero sí una veterana de buen ver. Su marido no era lindo, pero tenía una pija increíble; no tan enorme pero sí muy gruesa. Ella empezó a lamérsela y mientras lo hacía me miraba con los ojos brillantes, con una cara de vicio que nunca le había visto.
-¿No te gusta este caramelo, bebé? Vení que es una delicia.
-Prostituta, sacate la toalla y chupámela, te va a encantar.
Eso hice. Primero se la lamí junto con ella y cuando se apartó y empezó a masturbarse me la metí toda en la boca. Me sentía más puta que nunca, empecé a pensar que la plata es sólo una excusa. Hago de todo, ésa es la verdad y sólo en ese momento lo entendí, de puta que soy.
-Perra, que buena que sos, pará, andá con mi mujer.
Dejé su pija y me tiré sobre la mina. Después de besarla le chupé las tetas como una tortillera desesperada. Luego pasé a su concha. Mientras le hacía sexo oral empecé a sentir un dedo en mi culo, luego dos y, finalmente, la lengua del marido. Chupaba el culo de un modo… increíble.
-Qué buen orto que tenés, prostituta, te lo voy a reventar.
-Pará, pará, papito, despacio que es muy grande- chillé enloquecida de dolor-. Así, así, despacito…
-Está bien, pero no olvidés que si no nos cumplís esta noche dormís en la calle –mientras decía esto me daba chirlos cada vez más fuertes en la cola y yo seguía chupándosela a la mina.
Bueno, conseguí donde dormir y después un poco de plata. Él empezó a pagarme. Me mandaba un sms a cualquier hora para que fuera a la portería donde trabajaba. Quería que fuera con un impermeable y abajo totalmente desnuda. Lo único que me hacía era apretarme las tetas. Después me pedía que me agachara. Mientras se la chupaba me agarraba del pelo, tirándome de él cada vez más fuerte. Me decía que era una prostituta recaliente: sólo eso. Luego, me acababa en la boca y eso era todo. No quería saber más nada y yo, obvio, quedaba excitada al pedo.
Un día me dijo que dejara la puerta de mi pieza entreabierta. Que lo esperara desnuda y acostada boca abajo, en la cama. Que sí quería me pusiera un lubricante en la cola porque no le gusta tocar esas cosas. Lo hice. Entro bien de noche, dejó plata sobre la mesita de luz.
-Abrí bien las piernas, puta.
-¿Así?
Cerró la puerta y me culeó como un perro en celo. Nunca mordí tan fuerte una almohada en mi vida, ni cuando me desvirgaron el orto. No se despidió. Se vistió y se fue.
La mujer era distinta. No mejor pero sí distinta, aunque a veces… parecía que sentía algo por mí. Intentaba que yo estuviera contenta, pero era muy degenerada. Me compraba ropa relinda pero después me ataba y a veces con una especie de látigo, otras con una palmeta o una toalla mojada, me empezaba a pegar. Cuando yo le pedía por favor que terminara, que ya no aguantaba más los golpes, por el dolor o la excitación o ambos, se ponía el arnés y me cojía. Y sí, hay que confesarlo: acababa como una bestia. Al principio los latigazos me dolieron mucho, después me acostumbré.
Llamé al viejo. No lo encontré y le dejé un mensaje en el contestador pidiéndole que me perdonara, que la culpa no era mía sino del sobrino calentón e irrespetuoso que tenía. Una semana después se dignó a contestarme.
-Sí, ya se que la culpa no fue tuya, pero eso no soluciona el problema. Yo quiero estar tranquilo, satisfecho y sin quilombos. ¿Me entendés?
-Sí, es lógico. Siempre fue ésa mi intención. Entonces, nada…
-No, no es eso. Hablé con él. Le hice una propuesta que puede ser beneficiosa para los tres y que él, por supuesto, aceptó.
-¿Cuál?
-Compartirte.
Continuara…
6 comentarios - Diálogo con una prostituta 2
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