Me sorprendió su llamada. Su voz clara y pacífica contándome que llegaba a la ciudad y que quería verme aunque sea solo unas horas me hizo dar un vuelco dentro de mí misma.
Quince años habían pasado desde esa tarde en que nos despedimos en la estación de buses de Santiago. Por quedarnos charlando perdió el ómnibus y tuvo que pagar un recargo para conseguir en el que salía después. Esa tarde prometió volver luego de arreglar sus papeles para venir a la ciudad a estudiar.
Tenía en ese entonces 17 años y yo 22. Un primo suyo nos presentó y luego la química se encargó del resto. Ese verano fue inolvidable, pasamos juntos casi todos los días de esa semana llena de lujuria y descubrimientos. No hicimos el amor, él era virgen y yo también. Pero descubrimos en nuestras caricias esa pólvora dormida destinada a desatar un día la más bella de las explosiones. Nos estremecíamos con nuestras manos acariciándonos cada rincón que nuestra imaginación nos permitía, que nos murmuraba nuestros instintos. Y las largas sesiones de besos… aprendimos a prodigarnos placer con nuestros labios de mil maneras distintas; la excitación se escapaba de nuestros cuerpos y esperaba en los solitarios cuartos donde las masturbaciones calmaban nuestro apetito que nos desgarraba al despedirnos cada noche. Habíamos prometido esperar hasta su vuelta para concretar lo único que nos faltaba. Alguna vez desesperados buscamos un hotel donde romper los juramentos pero el destino nos obligó a mantener la palabra empeñada.
Él tuvo problemas con sus papeles y me contó en una de sus cartas que no podía volver y se quedaba a estudiar allá lejos en Montevideo. Luego de eso decidí no escribir más y Cristian, al parecer decidió lo mismo.
Luego de 15 años su voz me sonó desconocida:
-Ana, mañana llego a Santiago me gustaría verte aunque sea un momento- mi corazón latió fuerte.
5 años antes había estado en la ciudad, yo me enteré porque estaba casada con un amigo que él tenía, y escuché como se lo comentaba, el primo de Cristian, a mi esposo. Mi marido no se unió al grupo tal vez por evitar un momento incómodo. Seguro que también él se había enterado de que estaba casada y tal vez por eso no se puso en contacto conmigo.
Unos meses antes la red, que todo une, nos puso de nuevo en contacto, me contó que estaba soltero, y que trabajaba como médico en una clínica de Montevideo. Yo le conté que me había divorciado hace unos años y que ya tenía un hijo que contaba con 10 años. Hablamos mucho y nos enviamos muchos mails pero nunca me aviso que iba a viajar para Chile. Así que mi sorpresa fue mayúscula al oírlo.- llámame al llegar- fue lo único que atiné a decir.
Otra vez era verano, mi hijo lo pasaba con sus abuelos en una playa de Valparaíso, yo estaba sola y aburrida. Cuándo el día llegó me encontré lista y bien arreglada dos horas antes de la cita. Quedé en pasar a buscarlo a su hotel. Puse una película que ignoré totalmente buscando que pasara velozmente el tiempo.
Estaba cambiado, tenía algunas canas en las sienes y una mirada tranquila, un cuerpo bien conservado pero más grande que la figura que atesoraba de él, la de un adolescente de 17 años. Lo levé a pasear, caminamos y hablamos de nuestras vidas y de cosas casi banales. Cenamos en un restaurante elegante. Toda la cena miré sus manos casi con extasiado interés, blancas, fuertes y delicadas, de preciso cirujano.
Al terminar de cenar caminamos hasta el coche. Me pidió que todavía no lo llevara a su hotel que quería seguir conmigo. Yo respondí que también quería estar con él.
-Entonces vamos al hotel, he reservado una habitación para dos- me quedé fría, subimos al auto y comencé a volar.
No sé cómo llegamos y subimos a su cuarto, pedimos algo para tomar y nos sentamos en la alfombra cerca el uno del otro. Me tomó de la mano y mencionó que lo que más recordaba de mi eran mis pulgares que siempre le parecieron raros. Me los besó despacio besando luego a los espacios entre los dedos; se me hizo que besaba mi entrepierna y mi excitación fue en aumento. Me sentía liviana, vacía de todo pensamiento y acaricié su cara. Me llevó a sus labios y me besó con una nostalgia indescriptible primero y con brusca pasión después. Su boca grande me abarcaba por completo y su lengua jugaba con la mía. Iba de mis labios a mi cuello y volvía. Me abrazó apretándome contra su pecho. Acariciaba mi espalda, yo hice lo mismo y me dejé llevar. Mi vagina húmeda desesperaba por su contacto y mis pechos se estregaban a él como un racimo de amapolas. Los acarició por encima de mi ropa y dejé escapar un suspiro, eso le animó a más y metiendo su mano por debajo de mi blusa liberó mis pezones del sostén y sintió su dureza con esas manos encantadoras. Le quité la polera y acaricié su pecho, besé sus pezones, lamí su abdomen. Me desnudó.
La noche anterior me dio vergüenza imaginar que me vea desnuda sin la belleza del una mujer de 22 años, pero ahora estaba desnuda y no sentía temor. Abría mis piernas despreocupadamente para mostrarle mis labios mojados y rojos mientras me apretaba los pechos como una puta cualquiera. Me pare y coloqué mi sexo cerca de su cara. Aspiró profundamente su olor, me tomó por las nalgas y llevó mi pubis a su boca, su lengua en mi clítoris y en toda mi concha me hacía retorcer del placer; sus dedos por detrás buscaban la entrada de mi culo y lo acariciaba mientras pujaba por penétralo. Se levantó me llevó a la cama y se colocó entre mis piernas para darme el mejor cunnilingus de toda mi vida. Chupaba mi clítoris como si fuera un miembro viril, mientras metía y sacaba dos dedos por mi vagina. Tuve un orgasmo y no paró, tuve otro y bajo la velocidad saco la boca que había trabajado heroicamente, pero siguió masturbándome rápidoy lento mientras me ahogaba en jadeos y suspiros. Si, si, me gusta, no pares, le decía con los ojos cerrados y el cuerpo en completa contracción, las piernas tensas, las manos apretando las sabanas, y otro orgasmo más, más fuerte y más largo, se detuvo y me besó; sentí mi sabor en su boca, sentí que estaba dentro de él para siempre.
Lo empuje para que se levantara quité sus pantalones y su verga dura e imponente se entregó a mi boca como animal indomable. Chupé, lamí, saboreé cada milímetro de piel fina y caliente coronada con un glande rojo y palpitante, acariciaba sus huevos metía mi mano en su ano, mi dedo en su ano. El gritaba de placer y amasaba mis tetas de pan leudado. Tras unas contracciones y con un grito, vació su blanca ambrosía en mi boca, y me supo dulce, tibia, reconfortante, me la tragué sintiendo que ahora él iba estar dentro de mí para siempre. Lamí su cabeza hasta dejarla libre de todo líquido y nos besamos tirados en la cama acariciándonos como adolescentes que éramos en ese momento. Ya estaba listo para otra rueda más.
Esa noche cabalgué puta, ebria de lujuria, loca de deseo, descarada, desinhibida. No sé cuantas veces, no sé en cuantas posiciones, solo sé que no un hubo lugar en el cuarto ni en el baños que no nos haya visto temblar de gozo y desvanecernos de placer.
Casi agotados físicamente, la mañana nos encontró en un 69 supremo repletos el uno del otro fuertemente unidos, estoicamente predispuestos a más. Luego de un baño nos despedimos y volví a mi casa, comí, dormí, esperando la hora para encontrarnos de nuevo.
Estuvo una semana y se marcho casi de la misma manera que 15 años atrás. Ésta vez no prometió nada. Porque las promesas hay que cumplirlas, y esos 7 días daban fe que Cristian era todo un hombre de palabra.
Quince años habían pasado desde esa tarde en que nos despedimos en la estación de buses de Santiago. Por quedarnos charlando perdió el ómnibus y tuvo que pagar un recargo para conseguir en el que salía después. Esa tarde prometió volver luego de arreglar sus papeles para venir a la ciudad a estudiar.
Tenía en ese entonces 17 años y yo 22. Un primo suyo nos presentó y luego la química se encargó del resto. Ese verano fue inolvidable, pasamos juntos casi todos los días de esa semana llena de lujuria y descubrimientos. No hicimos el amor, él era virgen y yo también. Pero descubrimos en nuestras caricias esa pólvora dormida destinada a desatar un día la más bella de las explosiones. Nos estremecíamos con nuestras manos acariciándonos cada rincón que nuestra imaginación nos permitía, que nos murmuraba nuestros instintos. Y las largas sesiones de besos… aprendimos a prodigarnos placer con nuestros labios de mil maneras distintas; la excitación se escapaba de nuestros cuerpos y esperaba en los solitarios cuartos donde las masturbaciones calmaban nuestro apetito que nos desgarraba al despedirnos cada noche. Habíamos prometido esperar hasta su vuelta para concretar lo único que nos faltaba. Alguna vez desesperados buscamos un hotel donde romper los juramentos pero el destino nos obligó a mantener la palabra empeñada.
Él tuvo problemas con sus papeles y me contó en una de sus cartas que no podía volver y se quedaba a estudiar allá lejos en Montevideo. Luego de eso decidí no escribir más y Cristian, al parecer decidió lo mismo.
Luego de 15 años su voz me sonó desconocida:
-Ana, mañana llego a Santiago me gustaría verte aunque sea un momento- mi corazón latió fuerte.
5 años antes había estado en la ciudad, yo me enteré porque estaba casada con un amigo que él tenía, y escuché como se lo comentaba, el primo de Cristian, a mi esposo. Mi marido no se unió al grupo tal vez por evitar un momento incómodo. Seguro que también él se había enterado de que estaba casada y tal vez por eso no se puso en contacto conmigo.
Unos meses antes la red, que todo une, nos puso de nuevo en contacto, me contó que estaba soltero, y que trabajaba como médico en una clínica de Montevideo. Yo le conté que me había divorciado hace unos años y que ya tenía un hijo que contaba con 10 años. Hablamos mucho y nos enviamos muchos mails pero nunca me aviso que iba a viajar para Chile. Así que mi sorpresa fue mayúscula al oírlo.- llámame al llegar- fue lo único que atiné a decir.
Otra vez era verano, mi hijo lo pasaba con sus abuelos en una playa de Valparaíso, yo estaba sola y aburrida. Cuándo el día llegó me encontré lista y bien arreglada dos horas antes de la cita. Quedé en pasar a buscarlo a su hotel. Puse una película que ignoré totalmente buscando que pasara velozmente el tiempo.
Estaba cambiado, tenía algunas canas en las sienes y una mirada tranquila, un cuerpo bien conservado pero más grande que la figura que atesoraba de él, la de un adolescente de 17 años. Lo levé a pasear, caminamos y hablamos de nuestras vidas y de cosas casi banales. Cenamos en un restaurante elegante. Toda la cena miré sus manos casi con extasiado interés, blancas, fuertes y delicadas, de preciso cirujano.
Al terminar de cenar caminamos hasta el coche. Me pidió que todavía no lo llevara a su hotel que quería seguir conmigo. Yo respondí que también quería estar con él.
-Entonces vamos al hotel, he reservado una habitación para dos- me quedé fría, subimos al auto y comencé a volar.
No sé cómo llegamos y subimos a su cuarto, pedimos algo para tomar y nos sentamos en la alfombra cerca el uno del otro. Me tomó de la mano y mencionó que lo que más recordaba de mi eran mis pulgares que siempre le parecieron raros. Me los besó despacio besando luego a los espacios entre los dedos; se me hizo que besaba mi entrepierna y mi excitación fue en aumento. Me sentía liviana, vacía de todo pensamiento y acaricié su cara. Me llevó a sus labios y me besó con una nostalgia indescriptible primero y con brusca pasión después. Su boca grande me abarcaba por completo y su lengua jugaba con la mía. Iba de mis labios a mi cuello y volvía. Me abrazó apretándome contra su pecho. Acariciaba mi espalda, yo hice lo mismo y me dejé llevar. Mi vagina húmeda desesperaba por su contacto y mis pechos se estregaban a él como un racimo de amapolas. Los acarició por encima de mi ropa y dejé escapar un suspiro, eso le animó a más y metiendo su mano por debajo de mi blusa liberó mis pezones del sostén y sintió su dureza con esas manos encantadoras. Le quité la polera y acaricié su pecho, besé sus pezones, lamí su abdomen. Me desnudó.
La noche anterior me dio vergüenza imaginar que me vea desnuda sin la belleza del una mujer de 22 años, pero ahora estaba desnuda y no sentía temor. Abría mis piernas despreocupadamente para mostrarle mis labios mojados y rojos mientras me apretaba los pechos como una puta cualquiera. Me pare y coloqué mi sexo cerca de su cara. Aspiró profundamente su olor, me tomó por las nalgas y llevó mi pubis a su boca, su lengua en mi clítoris y en toda mi concha me hacía retorcer del placer; sus dedos por detrás buscaban la entrada de mi culo y lo acariciaba mientras pujaba por penétralo. Se levantó me llevó a la cama y se colocó entre mis piernas para darme el mejor cunnilingus de toda mi vida. Chupaba mi clítoris como si fuera un miembro viril, mientras metía y sacaba dos dedos por mi vagina. Tuve un orgasmo y no paró, tuve otro y bajo la velocidad saco la boca que había trabajado heroicamente, pero siguió masturbándome rápidoy lento mientras me ahogaba en jadeos y suspiros. Si, si, me gusta, no pares, le decía con los ojos cerrados y el cuerpo en completa contracción, las piernas tensas, las manos apretando las sabanas, y otro orgasmo más, más fuerte y más largo, se detuvo y me besó; sentí mi sabor en su boca, sentí que estaba dentro de él para siempre.
Lo empuje para que se levantara quité sus pantalones y su verga dura e imponente se entregó a mi boca como animal indomable. Chupé, lamí, saboreé cada milímetro de piel fina y caliente coronada con un glande rojo y palpitante, acariciaba sus huevos metía mi mano en su ano, mi dedo en su ano. El gritaba de placer y amasaba mis tetas de pan leudado. Tras unas contracciones y con un grito, vació su blanca ambrosía en mi boca, y me supo dulce, tibia, reconfortante, me la tragué sintiendo que ahora él iba estar dentro de mí para siempre. Lamí su cabeza hasta dejarla libre de todo líquido y nos besamos tirados en la cama acariciándonos como adolescentes que éramos en ese momento. Ya estaba listo para otra rueda más.
Esa noche cabalgué puta, ebria de lujuria, loca de deseo, descarada, desinhibida. No sé cuantas veces, no sé en cuantas posiciones, solo sé que no un hubo lugar en el cuarto ni en el baños que no nos haya visto temblar de gozo y desvanecernos de placer.
Casi agotados físicamente, la mañana nos encontró en un 69 supremo repletos el uno del otro fuertemente unidos, estoicamente predispuestos a más. Luego de un baño nos despedimos y volví a mi casa, comí, dormí, esperando la hora para encontrarnos de nuevo.
Estuvo una semana y se marcho casi de la misma manera que 15 años atrás. Ésta vez no prometió nada. Porque las promesas hay que cumplirlas, y esos 7 días daban fe que Cristian era todo un hombre de palabra.
12 comentarios - Un hombre de palabra
Me encanto fue como ver una Pelicula. Romance, Erotismo y Placer.
¡En Hora Buena! Poeta Erotico
Felicitaciones Mereces +10
es corto y con unas rafagas de situaciones muy calientes
que pasan muy rapido dejandote exitado .
muy bueno lo tuyo
SI LO BUENO ES BREVE, ES DOS VECES BUENO
😉 😉 😉 😉 😉 😉 😉 😉 😉
Excelente relato con prodigiosa redacción.
Bien caliente, super erótico.
Felicitaciones !!!
Gracias por compartir.
Besos y Lamiditas !!!
Compartamos, comentemos, apoyemos, hagamos cada vez mejor esta maravillosa Comunidad !!!
pero te los deje en el post anterior
http://www.poringa.net/posts/relatos/1203946/Relato-para-que-lo-lean-y-comenten.html
te faltan 20 para ser full user
😉 😉 😉 😉 😉 😉 😉 😉 😉
Un pequeño detalle...
Es verano de fue inolvidable > verano de... 🙄
Te dejo unos puntines.
volvi!!! te dejo +10 excelente relato y ya estas a solo puntos de ser nfu ojala se de..escribis muy bien
Me mato este Relato 🙎♂️