Hola
Poringuer@s
Aqui les trigo otro relato muy bueno y largo para que lo disfruten...
Poringuer@s
Aqui les trigo otro relato muy bueno y largo para que lo disfruten...
Acepto todo tipo de comentario que tenga a su abien poner: puteada, felicitacion, regaño, reclamo, puntos, madraso, agradecimiento, etc...
Como siempre digo amantes de la lectura
Felices Pajas
🙎♂️ 😀 🤤
Felices Pajas
🙎♂️ 😀 🤤
Tengo que contarte algo- Dijo la joven de ojos azules en cierto tono francés desde el otro lado de la mesa.
- Haz otra cosa- cortó la joven misteriosa mientras levantaba la cabeza y dejaba que el flequillo le tapara uno de los ojos- cuéntame tu historia, la historia de lo que has aprendido, de lo que te han enseñado, de aquello a lo que has amado, aquello que has odiado, lo que has perdido y lo que has conseguido, cuéntame lo que deseas, dime tu sueño, tu objetivo… y, después, yo escribiré el final…
París 12 de Diciembre de 1997
Todo comenzó aquí, en la Place de la Concorde, caminé como muchas otras veces por aquella plaza observando de nuevo, con ya casi admitido desinterés, el Obelisco de la Concordia, aun así, cuando recordaba la historia que giraba a su alrededor, mi curiosidad volvía a revivir. Aceleré el paso sabiendo que debía coger el autobús de las ocho y media para llegar puntual al trabajo. Trabajaba en el museo del Arte de Versalles, ese gran palacio que dejaba en ridículo a lo más glamuroso, era mi sueño hecho realidad.
Desde pequeña me fascinó el arte, tanto literal como artístico, daba igual, todo lo que se escapará del humano mediocre y brillara con luz propia, todo lo que estaba fuera de las capacidades de muchos, lo que no viniera escrito y explicado en los libros y saliera de dentro, todo eso me fascinaba. Me puse a estudiar francés en el mismo instante en el que empecé el instituto y, tras duros esfuerzos, conseguí pagarme la carrera de bellas artes y encontré trabajo en un pequeño recinto de Sabadell, donde me crié, donde aun hoy se escuchan mis llantos y se reflejan mis sonrisas en aquellas paredes que tantas veces coloreé, la ciudad donde crecí…, aquella ciudad que me vio crecer… Después de un año, que fue maravilloso, nunca creí que algo pudiera maravillarme más que aquellas pequeñas galerías, pero me equivoqué en el momento en que me trasladaron al Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona. Me daba igual el trabajo de más que tenía que hacer, las horas extras sin pagar, algunos errores que cometí, compensados por muchos otros aciertos. Era mi sueño, que aun se pudo agrandar cuando una de las representantes del museo de Versalles me dijo si quería formar parte del grupo de representantes y artistas de París, creo que no dudé o, tal vez lo hice durante algo menos de tres nanosegundos.
Siempre me ha encantado este lugar, aquí me han respetado y me han dejado más libertad, he podido opinar sobre los cuadros e, incluso, dos de los que se exponen son míos. Siempre admiré este lugar, y creo que no pasará ni un solo día en el que no me guste perderme por sus calles.
Volví a acelerar el paso sabiendo que no llegaba, pero algo me volvió a distraer. En esas fechas había muchos estudiantes entre los parisinos y hacia poco que por el museo habían pasado unos cuantos cursos extranjeros, pero esa chica despertó mi interés, estaba sentada en uno de los bordillos de la plaza, mirando hacia el Obelisco, con un cuaderno abierto, pensé que estaba dibujando y no fallé… Pasé por detrás disimuladamente observando aquella pintura a carboncillo, tenía una precisión exacta y una bárbara expresividad, retratando aquellos detalles, con aquellos ojos que expresaban tan grande admiración ante lo que para mí ya había perdido sutileza. Terminó aquel bonito dibujo con una firma. Quería comentarle sus dibujos, quería hablar sobre si tenía pensado exponerlos, pero no sabía ni cómo empezar:
– Hola – dije un tanto avergonzada cuando se sobresaltó por el susto – soy una de las representantes del museo de Versalles y creo que tus obras podían interesar a nuestra jefa – patético, ridículo absoluto, me puse roja y creó que hasta me tembló la voz, pero ella sonrió y yo le devolví la sonrisa un poco menos nerviosa.
– Hola – contestó en castellano – no tengo un elevado nivel de francés, pero creo haber entendido que eres del palacio de Versalles y te gustó mi dibujo – y volvió a sonreír, mientras yo, toda roja, me disculpaba con un acento castellano que había perdido hace tiempo.
Le pedí de donde venían y me contestó de Barcelona, vi que sabía hablar catalán perfectamente y, como era más fácil para mí, la conversación siguió en catalán. Nos dirigimos hacia uno de los cafés más próximos y que a mí más me gustaba, nos sentamos en unas mesas del fondo y nos pusimos a charlar:
– Tu dibujo estaba muy bien hecho, se nota que dibujas a menudo – dejamos escapar una carcajada mientras me dijo que había recién terminado el bachiller, que, por lo que a mí me sorprendió, era el de ciencias y que estaban aquí de viaje de fin de curso, yo no tardé mucho en sacar el tema – ¿me dejas ver tu cuaderno?, creo que podríamos darte una beca por tus dibujos o incluso exponer algunos en el museo.
Ella me entregó el cuaderno con algunos nervios, le temblaba la mano y también la voz. Empecé a ojear, vi desde preciosos paisajes hasta figuras inmóviles, pero al girar la sexta o séptima página, temblé. Había plasmado excelentemente el cuerpo desnudo de una mujer reposada en una cama y en muchas otras había mujeres en casi las mismas condiciones, desnudas, posando de maneras sencillas i pintadas desde diferentes ángulos. Ella miraba hacia otro lado, por eso debía estar nerviosa, por mi reacción:
– Han posado para ti o… – ella negó con la cabeza.
– Son fruto de mi imaginación.
– ¿Desde cuándo las pintas? – pregunté con interés.
– Desde los quince – sonrió y giró un poco más la cabeza, estaba sonrojada – siempre me ha fascinado el cuerpo humano, sobretodo el de la mujer o, más bien, únicamente el de la mujer, acepté mi bisexualidad a los quince y le di rienda suelta a mi imaginación – reímos las dos.
– Mira – le dije – me dijiste que vendréis mañana al museo ¿no? – asintió – pues, se que no puedes confiar mucho en mi, pero me gustaría que me prestases tu cuaderno y yo se lo enseñaría a mi jefa que lleva mucho tiempo buscando nuevos pintores – ella me miró con algo desconfiada – no me mires así, te daré algo de lo que llevo para que así nos demos el intercambio mañana.
Me recorrió de arriba abajo y sonrió:
– Las gafas – hizo una breve pausa – parecen caras.
Y lo eran ciento cincuenta euritos de nada… pero le sonreí, me las quité y se las di, ella se las probó y le quedaban hasta mejor que a mí, nos despedimos y quedamos que en el museo la avisaría de alguna manera…
– Ya es la tercera vez que llegas tarde en este mes Margaret – dijo Sofía, mi jefa. Era una mujer bastante alta y delgada, de media melena rojiza y buenas medidas y, por lo que a mi respetaba, sabía perfectamente y de ante mano sus inclinaciones sexuales.
– Si pero hoy tenía una buena razón – y saqué de mi bolso el cuaderno de aquella chica y, tendiéndoselo, lo cogió y lo ojeó quedando de cada vez más maravillada y observando, sobretodo, aquellas musas, de las que solo hablaba la mitología, plasmadas en hojas de suave papel.
– ¿Quién los ha hecho? – preguntó asombrada.
En ese momento pensé…, no le había pedido su nombre, no me había fijado en su aspecto físico, simplemente me había dejado encandilar por aquellos ojos marrones y por las palabras que salían de su boca.
– Verás, es que… emmm… con las prisas no me ha dado tiempo a preguntarle nada, simplemente le he preguntado si estaría interesada en exponer sus dibujos y si me permitía llevarme el cuaderno… –improvisé.
– ¿Y por qué no la trajiste? – insistió Sofía.
–Verás… – supe que allí no podía mentir – resulta que es una estudiante de un grupo que están aquí de viaje de fin de curso, aunque según las fechas no sea fin de curso… , y mañana vendrán aquí, creo que son el único grupo que tenemos mañana, además, la reconoceré enseguida y te la llevaré al despacho sin montar un follón.
Y por suerte vi en la cara de Sofía un signo de aprobación y la solución a todas sus dudas, me besó en la mejilla y me dejó ir. Salí por la puerta con su beso picándome en la mejilla, no era como uno de sus dulces besos era, más bien, como un beso de despedida. No pude dormir esa noche, no había visto nunca tanto sentimiento al plasmar la belleza del cuerpo femenino, con esa delicadeza, ese mimo que fue, tal vez, lo que hizo cambiar mis inclinaciones sexuales.
Parecía una colegiala detrás de la pared esperando ver pasar a mi ángel, viendo como Laura, Laureta para todas, hacia los primeros preparativos para la clase que tenía que impartir, de la cual siempre se quejaba porque no le hacían ni caso. Empezaron a entrar algunos alumnos acompañados de un profesor, otros montaban escándalo fuera, pronto la vi, estaba sola y miraba a su alrededor, no sé porque me escondí y, respirando hondo me dispuse a salir, mientras Laureta daba la introducción.
Oí el ruido de zapatos de tacón de aguja, giré la cabeza y un temblor me sacudió, era mi querida jefa, totalmente decidida en ir a buscar a aquella chica. Se paró a un lado de la muchedumbre y, con total normalidad exclamó:
– ¿¡Quién es la genio que ha hecho estos dibujos!?
Ella, con todo valor que yo no habría tenido, levantó la mano, Sofía le hizo unos gestos para que la siguiera y me los hizo a mí también. Le sonreí aunque me sentía un poco mal por la vergüenza que le había hecho pasar y, aunque estaba ruborizada, me sonrió y, devolviéndome mis gafas, me sacó la lengua de manera pícara y juguetona, que yo devolví con la misma simpatía.
En el despacho, Sofía le dijo que su talento era sorprendente, pero ella insistía en que quería estudiar biología y que después de sacarse la carrera no tenía planes, Sofía insistió que en cualquier momento podía venir aquí y que ellos la ayudarían. Salimos del despacho, le dije que me esperara fuera, que la quería llevar a un sitio y proponerle una idea que me rondaba en la cabeza desde la noche pasada.
Entré y miré a Sofía, estaba de espaldas a mí mirando por la ventana, su vista estaba nublada, perdida en el horizonte. Noté tristeza en ella en comparación con la alegría que dejaba radiar antes, quería preguntarle el porqué, pero no me atrevía, así que cambié algunas palabras de la pregunta.
– ¿Por qué no me esperaste en vez de ir tú a buscar a la niña?
– Porqué quería ver de quien te habías enamorado y combar si valía para ti. Solo quiero verte sonreír, brincar de alegría como lo haces siempre y si para esto debo renunciar, debo dejar de tenerte entre mis brazos, lo haré.
No puedo explicar lo que sentí en esos momentos, por una parte me sentía triste por haber hecho daño a una de las personas que más quise en este mundo, por otro me sentí querida al ver que ella era capaz de dejarme ir para que fuera feliz. La abracé y se colocó mirándome a los ojos y la besé, la volví a besar como había hecho muchas veces, pero con una ternura especial, sentí sus sedosos labios en los míos y me alejé de ellos porque ella se separó, creo que si hubiera sido por mí aun estaríamos fundidas en ese beso.
– Tú siempre me tendrás entre tus brazos – dije.
– Ve, ahora hay alguien que te necesita más que yo, no la hagas esperar – y me abrazó, con tal ternura, que me hizo recordar el porqué me enamoré de ella.
No sé si salí por voluntad propia o a empujones, pero, al ver el rostro de aquel ángel se me quitaron las penas y solo me quedé con la alegría del momento, ella me esperaba, reposada en la pared, con su cuaderno entre las manos, como yo cuando esperaba a que la chica que me gustaba saliese por la puerta. Me volvió a sacar la lengua, con aquella delicadeza y simpatía, quería comerme aquel pequeño trozo de carne. Empezamos a caminar y, tomando el mismo autobús que tomaba cada mañana, llegamos al café donde nos conocimos un poco más. Casi no habíamos hablado en el camino, no sé porqué me daba la sensación de que sabía lo que había pasado entre yo y Sofía, y empecé a ver que era una chica un poco misteriosa, no sabía ni su nombre y ella lo sabía casi todo de mí, pero no sabía si preguntar.
– Puedes preguntarme sin miedo – dijo leyendo mis pensamientos. Tengo que decir que me quedé sorprendida, poseía una astucia increíble y una intuición fuera de lo normal, de cada vez me daban ganas de preguntarle lo que me llevaba rondando por la cabeza desde anoche.
– Pues empecemos por cómo te llamas – y sonreí.
– Eso lo dejaremos en M – era la letra que usaba para firmar sus dibujos, y reímos de nuevo – pero, no me refería a esa, me refería a una pregunta que te está comiendo la cabeza hace un buen rato y que no sabes por dónde empezar.
Ahora sí que quede alucinando. Bajé la mirada hacia mi taza de café, intenté calmar mis nervios jugando un poco con ella y, cuando creía tener la suficiente confianza en mí misma, la miré a los ojos y articulé algo que parecieron palabras.
– Respecto a esta pregunta, te doy permiso para que te vayas sin contestar, para que me insultes, para que me respondas de manera normal… reacciona como quieras – respiré hondo– ¿te gustaría que posara desnuda para uno de tus esbozos?
– Lo estoy deseando – sonrió, le sonreí y empecé a dejar de temblar – ¿dónde quieres que te dibuje? – me cuestionó.
– Si te parece bien, mi casa esta a unas manzanas.
Ella asintió. Salimos del bar casi corriendo, no cruzaba la plaza tan rápidamente desde el primer día que tuve que coger el bus, cruzamos las calles como si estuviera granizando, llegamos a un gran edificio y nos metimos directamente en el ascensor, jadeábamos y nos echamos a reír hasta que las puertas se abrieron. De cada vez estaba más insegura de que no nos hubieran echado nada el café ya que no atinaba con la llave. Abrí la puerta y dejé mi bolso y mi abrigo en uno de los sillones más próximos, me giré hacia ella y mirándola a los ojos le dije:
– Voy a cumplir mi parte, tú ordena esto como quieras – y me dirigí al baño.
Me quité la ropa mientras oía como cambiaba algunas cosas de sitio me puse mi albornoz y caminé lentamente hacia el comedor y vi que había cambiado simplemente el sofá de manera que quedase mirando el ventanal, se había quitado el abrigo y había preparado una silla en la que ya lo tenía todo preparado.
– ¿Cómo me coloco? – pregunté.
– Como quieras que te dibuje – contestó sonriendo.
Le di la espalda sacándole la lengua como ella me había hecho antes y dejé caer mi albornoz, me tumbé sobre el sofá mirando hacia la ventana con mi cabeza reposada en uno de mis brazos y con el otro tapándome un poco el pezón que estaba completamente rígido. Su mirada recorrió mi cuerpo haciendo estremecer y calentándome más de lo que lo hacía la situación, sonrió y me sacó de nuevo la lengua, acto que le devolví sonriendo. Empezó con el contorno de mi cabeza, dibujó mi pelo, mis ojos, mis facciones, bajó por mi espalda, mis brazos, me dibujó cada uno de mis dedos con la misma delicadeza con la que me miraba, bordeó mis pechos haciendo más oscuro y pronunciado el pezón, dibujo mis caderas, mis muslos, las piernas y los pies, dibujó una pequeña mata de pelo en mi sexo, contorneó el dibujo, lo sombreó, dibujo el fondo con igual delicadeza, mi sofá, la ventana, cada uno de los cuadros.
Al final sonrió, firmó el boceto y me lo enseñó, tenía unas facciones bellísimas y un cuerpo espectacular me reí:
– Es demasiado guapa para que sea yo – nos reímos con la misma sutileza y la miré a los ojos.
Mi cuerpo se levantó lentamente hasta que nos pudimos mirar fijamente, nuestras narices se rozaron, nos miramos…, fue ella la que barrió el aire que nos distanciaba con ese beso que siempre recordaré, recordaré aquellos besos, aquellas caricias, su aroma, aquellos mordiscos sensibles que me hicieron olvidar el todo, me comí esa lengua por todas las veces que me la había sacado y me la sacaría. Perdí la cuenta de las veces que me hizo tocar el cielo, de las veces que la dejé sin respiración, recorrí cada parte de su cuerpo que aun recuerdo como si lo pudiera tocar, no sé cuantas veces perdí el sentido, cuantas horas dormimos o si estuvimos alguna sin tocarnos o sin besarnos, recuerdo cada una de sus palabras y no fui capaz de averiguar su nombre…
Vi como despegaba el avión rumbo a Barcelona, vi como tal vez mi única razón de ser se iba en el, vi para que servían las alar de los ángeles, ya que, ¿si uno no quiere huir, par que quiere alas? Pero yo también me puse alas, yo también volé, pero no huí del mundo ni de nadie, solo fui a buscar lo que la distancia me había arrebatado, cuatro años después estoy aquí, en uno de los cafés de la Rambla con aquel ángel que no debí haber dejado marchar…
– Esta es la historia – dijo ella – ahora te toca a ti ponerle el final.
– Un final… como quieres que ponga un final a algo que quieres que siga, si no es que quieres que se termine, como quieres que ponga un final ha algo tal vez eterno… Pero te has dejado una cosa ¿Qué es lo que deseas?
– Quiero volver a tocar te y a sentirte, quiero regresar al ayer, desprenderme de toda la tristeza y volver a sentir tu piel contra mi piel – y hizo una breve pausa – quiero que vuelvas conmigo a París, para siempre.
– Y ahora yo te pregunto ¿por qué no empezar por ahí? – y sonrió – siempre te andas con rodeos – sacó del abrigo un sobre y lo dejó encima de la mesa, Margaret, que aun dejaba ver algunas lágrimas, lo cogió y abriéndolo sonrió y se abrazó fuertemente a ella que la correspondió con las mismas lágrimas.
Amigos lectores ojala y les haya gustado espero sus comentarios
VIVA PORINGA!!!!!
VIVA PORINGA!!!!!
9 comentarios - Relato lesbico (con amor)
Muy buen relato compañero! gracias por el aporte! 😉
Felicitaciones
Gracias por compartir.
Besos y Lamiditas !!!
Compartamos, comentemos, apoyemos, hagamos cada vez mejor esta maravillosa Comunidad !!!
Igual te dejé un par de puntitos.
Te espero por mis escritos.
Besitos
Martina
lindo relato. mis ratones corrieron a mil..
besos
van putines!!!
sil y mati sw por siempre!!!!!!