Esta es una a historia que me conto la tia Ana de Cordoba ...
¿Por qué lo hice? No sabría muy bien cómo responder a eso. ¿Qué por qué la primera vez que hice una mamada fue a un hombre que no era mi marido? Ciertas preguntas a veces no tienen respuesta fácil. El caso es que mi matrimonio funciona bien, con altibajos supongo, como sucede en otras parejas, pero en fin nada hay que justificara el lanzarme ciegamente a darle alegría oral al cipote de cualquier otro tío.
Era un sábado por la mañana; mi marido salió con nuestros hijos y yo me quedé a hacer limpieza general. Fastidiada por una tarea que no me apetecía realizar puse la radio para escuchar música y mira por donde empezó a sonar You can leave your hat on, esa canción de la película Nueve semanas y media. Al escucharla me fui animando poco a poco a hacer tonterías: besitos sensuales al aire, caricias a mi propio cuerpo al tiempo que me contoneaba, baile sensual y simulacro de streptease. Subí el volumen de la música y me sentí ciertamente puta haciendo aquello. Pero de repente sonó el timbre de la puerta, insistentemente, dado que no habría oído las primeras llamadas por lo fuerte que sonaba la canción.
Abrí. Era el vecino de enfrente, ante el cual aparecí algo desencajada, quizá ruborizada y con la ropa de los sábados algo revoltosa tras mi ridículo streptease privado. Aquel hombre medio estúpido me miró como de costumbre, con la boca abierta y cayéndosele la baba, pero en esta ocasión con más deseo y perversión si cabía. Yo ya le había dicho a mi marido cuanto me molestaba que Martín, que así se llamaba el vecino, me mirase de aquella forma, pero Juan se reía y me decía que aquello era producto de mi imaginación y que en todo caso era normal que un viejo solterón tan feo sintiese cierta atracción por una mujer tan atractiva como yo. Odiaba sin embargo que mi marido intentase restar importancia a lo que yo consideraba casi un acoso.
Martín tendría casi cincuenta, y a una cara fea y bobalicona hay que decir en honor a la verdad que se le añadía un cuerpo espléndido. Venía a traer unos impuestos de la para que mi marido les echase un vistazo. Tras afirmar que le gustaba mucho aquella canción que sonaba, me explicó algunas cosas sobre aquellos papeles que yo habría de aclarar a mi marido, como echar un vistaso por aquí y otro por allá; todo eso sin movernos del umbral de la puerta; y todo eso, por qué no decirlo, sin que se hubiese disipado del todo la calentura que yo arrastraba desde el momento en que empezó a sonar You can leave your hat on. Caí en la cuenta de que al menos Martín expelía un agradable olor corporal y si soy sincera no supe si era alguna colonia for men o simplemente cierto aroma a sudor varonil. No obstante tampoco se puede afirmar que lo que sucedió a continuación fue debido a que mi olfato hizo que me excitase como una perra; quizá algo si, pero no como para volverme loca.
Así que allí estábamos, yo atrapada por unos encantos que siempre puse en duda y Martín, un hombre cuya actitud le delataba como un obseso sexual.
- Me gustaría ser el espectador de un streptease como el de esa película –dijo Martín.
- ¿Y a mi qué me cuentas? –pregunté sonrojada.
- ¡Vamos! –dijo él- ¿No me digas que no estabas jugando tú solita al rollo ese de la Kim Basinger?
Me puse colorada, ¿cómo podía saber él eso? No supe que pensar; a lo mejor me había estado vigilando a través de alguna ventana. Como una tonta empecé otra vez con lo del streptease, pero ya sin música. Como una tonta sonreí y como una tonta me incliné ante Martín. Con la mirada ambos acordamos que era lo más cómodo, lo menos comprometido, lo más rápido y menos arriesgado y al menos lo más placentero para él, aunque hacer aquello a mí me chiflaba. Le bajé la bragueta, le extraje la berga y me puse manos a la obra.
A los 2 minutos, me inundo la boca de su semen, tragando parte de el. Era la primera vez que lo hacia. Me hice adicta a su berga y su lechita.
A partir de ahí durante 3 meses, venia a visitarme todos los sabados. Tocaba la puerta, le bajaba la bragueta y me bebia todo su semen. Luego el se mudó de pueblo. Perdí mi semental para siempre.
¿Por qué lo hice? No sabría muy bien cómo responder a eso. ¿Qué por qué la primera vez que hice una mamada fue a un hombre que no era mi marido? Ciertas preguntas a veces no tienen respuesta fácil. El caso es que mi matrimonio funciona bien, con altibajos supongo, como sucede en otras parejas, pero en fin nada hay que justificara el lanzarme ciegamente a darle alegría oral al cipote de cualquier otro tío.
Era un sábado por la mañana; mi marido salió con nuestros hijos y yo me quedé a hacer limpieza general. Fastidiada por una tarea que no me apetecía realizar puse la radio para escuchar música y mira por donde empezó a sonar You can leave your hat on, esa canción de la película Nueve semanas y media. Al escucharla me fui animando poco a poco a hacer tonterías: besitos sensuales al aire, caricias a mi propio cuerpo al tiempo que me contoneaba, baile sensual y simulacro de streptease. Subí el volumen de la música y me sentí ciertamente puta haciendo aquello. Pero de repente sonó el timbre de la puerta, insistentemente, dado que no habría oído las primeras llamadas por lo fuerte que sonaba la canción.
Abrí. Era el vecino de enfrente, ante el cual aparecí algo desencajada, quizá ruborizada y con la ropa de los sábados algo revoltosa tras mi ridículo streptease privado. Aquel hombre medio estúpido me miró como de costumbre, con la boca abierta y cayéndosele la baba, pero en esta ocasión con más deseo y perversión si cabía. Yo ya le había dicho a mi marido cuanto me molestaba que Martín, que así se llamaba el vecino, me mirase de aquella forma, pero Juan se reía y me decía que aquello era producto de mi imaginación y que en todo caso era normal que un viejo solterón tan feo sintiese cierta atracción por una mujer tan atractiva como yo. Odiaba sin embargo que mi marido intentase restar importancia a lo que yo consideraba casi un acoso.
Martín tendría casi cincuenta, y a una cara fea y bobalicona hay que decir en honor a la verdad que se le añadía un cuerpo espléndido. Venía a traer unos impuestos de la para que mi marido les echase un vistazo. Tras afirmar que le gustaba mucho aquella canción que sonaba, me explicó algunas cosas sobre aquellos papeles que yo habría de aclarar a mi marido, como echar un vistaso por aquí y otro por allá; todo eso sin movernos del umbral de la puerta; y todo eso, por qué no decirlo, sin que se hubiese disipado del todo la calentura que yo arrastraba desde el momento en que empezó a sonar You can leave your hat on. Caí en la cuenta de que al menos Martín expelía un agradable olor corporal y si soy sincera no supe si era alguna colonia for men o simplemente cierto aroma a sudor varonil. No obstante tampoco se puede afirmar que lo que sucedió a continuación fue debido a que mi olfato hizo que me excitase como una perra; quizá algo si, pero no como para volverme loca.
Así que allí estábamos, yo atrapada por unos encantos que siempre puse en duda y Martín, un hombre cuya actitud le delataba como un obseso sexual.
- Me gustaría ser el espectador de un streptease como el de esa película –dijo Martín.
- ¿Y a mi qué me cuentas? –pregunté sonrojada.
- ¡Vamos! –dijo él- ¿No me digas que no estabas jugando tú solita al rollo ese de la Kim Basinger?
Me puse colorada, ¿cómo podía saber él eso? No supe que pensar; a lo mejor me había estado vigilando a través de alguna ventana. Como una tonta empecé otra vez con lo del streptease, pero ya sin música. Como una tonta sonreí y como una tonta me incliné ante Martín. Con la mirada ambos acordamos que era lo más cómodo, lo menos comprometido, lo más rápido y menos arriesgado y al menos lo más placentero para él, aunque hacer aquello a mí me chiflaba. Le bajé la bragueta, le extraje la berga y me puse manos a la obra.
A los 2 minutos, me inundo la boca de su semen, tragando parte de el. Era la primera vez que lo hacia. Me hice adicta a su berga y su lechita.
A partir de ahí durante 3 meses, venia a visitarme todos los sabados. Tocaba la puerta, le bajaba la bragueta y me bebia todo su semen. Luego el se mudó de pueblo. Perdí mi semental para siempre.
1 comentarios - Esperma caliente en la boca de una indecente