Isabel es la más tremenda hembra que conocí en mi vida y el símbolo sexual de todos mis amigos, excepto Leonardo que es su hijo y mi mejor amigo. Isabel tiene cuarenta y dos años y es abogada, rubia, alta, un cuerpo que hace que hasta las mujeres se den vuelta para mirarla. Esplendorosas tetas, cintura estrecha, largas piernas y un culo que parece obra de un escultor alucinado, pero lo que más llama la atención en ella es su rostro, tiene cara de puta, que digo de puta, de putísima. Ojazos negros que contrastan con su cabellera rubia alborotada, nariz pequeña, pero enérgica y lo mejor: su boca. Labios gruesos siempre pintados de rojo intenso y entreabiertos como si estuviese a punto de jadear y una mirada que parece medirte antes de saltar para devorarte.
Pero Isabel no solo tiene cara de puta, lo es. El padre de Leonardo la abandonó harto de sus infidelidades, pero a ella no le importó demasiado porque nunca le faltó alguien en la cama, colegas, empresarios, funcionarios o políticos a los que exprimió prolijamente, porque Isabel es puta, pero no estúpida. Así compró la casa más lujosa del barrio en el que vivimos, con el parque y la piscina más grande que la de un club y tiene el auto más moderno y caro que puedan imaginarse.
Los amigos compadecemos a Leonardo por la fama de su madre, pero también lo envidiamos porque tiene su propio auto, una moto, el más potente equipo de música y la mejor computadora y es el primero siempre en tener cualquier novedad electrónica que aparezca y encima es buen amigo y generoso, su casa siempre está abierta para todos y disfrutamos de la piscina y de sus atenciones y, sobre todo, de la visión de su madre en traje de baño.
Cuando Isabel aparece con sus breves bikinis repentinamente todos nos arrojamos al agua para esconder nuestras erecciones, el pobre Leo se da cuenta, pero disimula porque ya está acostumbrado a que todos abramos la boca y nos quedemos mudos cuando Isabel se acerca sonriendo y contoneándose, debe ser duro ser su hijo aunque tenga sus compensaciones económicas.
El fin de semana pasado Leo se fue de vacaciones con su padre, entonces me di cuenta que me había olvidado la noche anterior mi MP3 en su habitación, así que el sábado por la tarde fui a buscarlo. Hacía muchísimo calor y estaba vestido con pantalón de baño y una remera, pero como vivo a metros de la casa de Leo me puse un par de zapatillas y allá fui, me abrió la puerta Isabel. Tenía puesta una bikini color verde y un pareo blanco que dejaba al descubierto su ombligo, tragué saliva y saludé: “Buenas tardes señora. Discúlpeme, pero anoche me olvidé mi MP3 y quería pedirle si…“ “Pasá”. Me interrumpió “Y subí a buscarlo”. Concluyó. Subí las escaleras corriendo y un minuto después bajaba con mi equipo en la mano, Isabel estaba destapando una botella de Coca Cola y me dijo: “Tomá algo fresco que hace mucho calor”. Y me sirvió un vaso grande de bebida helada.
Se estaba muy bien en la sala con el aire acondicionado, afuera el sol apretaba y se veía su reflejo en el agua de la piscina. “El sol está demasiado fuerte para bañarse aún”. Comentó. “Sentate y haceme un poco de compañía que estoy terriblemente aburrida”. Pidió. Me senté y ella lo hizo frente a mí, en ese momento el pareo se abrió y descubrió sus maravillosos muslos hasta la entrepierna, las cruzó lentamente mientras sonreía ante mi cara de asombro y mi mirada hipnotizada con el vaso en la mano a mitad de camino de mi boca. “¿Tenés algo que hacer esta tarde?” Preguntó. “No… no”. Contesté dubitativo. “¿Entonces por qué no te quedas y luego nos bañamos juntos? Preguntó sonriendo mientras yo interpretaba el “bañarnos juntos” de la peor manera y la mano me temblaba y el vaso que estaba a punto de llevarme a la boca desde hacía ya rato se agitó y la Coca se derramó sobre mi remera y mi pantalón.
“¡Oh!” Exclamé avergonzado pasándome la mano por la remera. “Sácatela que te la lavo, con este sol en media hora estará seca”. Me consoló. Mientras me la sacaba Isabel había tomado una servilleta de papel y se acercaba. “Hummm, un hombre de pelo en pecho”. Comentó mientras yo tomaba conciencia de mi semi desnudez y se ella se acuclillaba entre mis piernas. “Que varonil te ves”. Agregó y comenzó a secarme el pecho con la servilleta en tanto yo paralizado y mudo no atinaba a hacer ni decir nada, entonces sucedió lo inesperado.
Veía las tetas de Isabel balancearse ante mis ojos y su entrepierna, que el pareo abierto descubría, y la erección fue indetenible, Isabel se percató: “¿Yo provoco esto?”. Preguntó mirándome a los ojos con una sonrisa totalmente lasciva. La miré sin atinar a responder y ella comenzó a pasarme la servilleta de papel por el pantalón, mejor dicho por mi verga erecta bajo el pantalón. Me estremecí y no pude ahogar un breve gemido haciéndola sonreír. “¿Qué pasa, me tenés miedo?” “No… no…” mentí. Entonces Isabel me apretó el glande con las yemas de sus dedos y yo me sentí desfallecer, pero ya acercaba su boca a la mía y besarla era una manera de no mirarla a los ojos y que se diese cuenta de mi miedo.
Isabel se tragó mi lengua, la succionó con tanta fuerza que la sentí hundirse en lo más profundo de su garganta y los ojos se me dieron vuelta, su perfume, el sabor de su lápiz labial, su boca caliente que mordisqueaba mi lengua, su mano izquierda que me aferraba de la nuca para inmovilizarme y su mano derecha que me masturbaba con dos dedos con una maestría inigualable, me hicieron perder la cabeza y me abandoné a su voluntad, un minuto después eyaculaba como no recordaba haberlo hecho antes, pero Isabel era implacable y me tuvo inmovilizado hasta el último latido de mi verga.
Luego me miró sonriendo y dijo: “Me parece que también voy a tener que lavarte el pantalón”. Bajé la vista y vi un tremendo lamparón en medio de mi entrepierna. “Quítatelo”. Dijo y yo dudé. “¿Todavía tenés vergüenza?” Preguntó sonriendo, pero antes que le contestase agregó: “Para que no sientas vergüenza yo también me desnudaré. ¿Te parece mejor así?” Asentí con la cabeza y un segundo después el pareo y el bikini caían al suelo, mi pantalón los siguió al instante, entonces nos miramos detenidamente.
Isabel parada ante mí parecía aún más alta desde mi posición apoyado en el respaldo del sillón y sus piernas más imponentes aún, su concha estaba prolijamente depilada excepto un breve penacho en la parte superior y sus labios eran gruesos y la raja brillaba humedecida por sus flujos. Su ombligo era excitante, pero sus tetas quitaban el aliento y se me hizo agua la boca imaginando el sabor de esos maravillosos pezones, estiré las manos y la tomé de la cintura para atraerla hacia mí e Isabel se arrodilló entre mis piernas y me agarró la verga, que a pesar de la violenta eyaculación se mantenía dura y la miró detenidamente sonriendo: “Tenés una hermosa pija”. Dijo halagándome. Luego se incorporó y colocó sus rodillas a ambos lados de mi cuerpo y sus manos se apoyaron en mis hombros: “Quédate quieto, déjame hacer a mí”. Ordenó.
Se acomodó llevando una mano entre las piernas para acomodar mi verga en la entrada de su concha y se sentó sobre ella devorándola, luego comenzó a moverse lentamente subiendo y bajando mientras me miraba sonriendo, parecía disfrutar no sólo por cogerme sino también por el dominio que ejercía sobre mi inocencia. Me dominaba con su personalidad y me cogió magistralmente hasta obtener un magnífico orgasmo, pero no pude evitar pensar que Isabel se había masturbado sobre mi pija y yo también intenté tener mi propio orgasmo y comencé a moverme.
“Quieto te dije, aún no terminé”. Me detuvo. Entonces se paró dejándome desolado con mi tremenda erección, pero Isabel no había terminado conmigo. Se puso de espaldas y se sentó nuevamente sobre mi miembro, sólo que ésta vez se lo metió en el culo, los ojos se me dieron vuelta al verlo desaparecer entre esas fantásticas nalgas, Isabel comenzó a moverse nuevamente subiendo y bajando. “Las tetas” Ordenó. Entonces comprendí que debía agarrarle las tetas y mis manos volaron y comencé pellizcar los duros pezones mientras gemía y aceleraba los movimientos.
Isabel se movía lentamente, subía casi hasta que el glande estaba a punto de salirse y volvía a descender culminando con una ligera cepillada o una rotación de caderas, alternando a izquierda o a derecha, era enloquecedor. Empezó a jadear cada vez más fuerte y me di cuenta que se venía con todo y comencé a empujar yo también con fuerza, pero me detuvo tajante: “¡Quieto!” La obedecí, de todos modos me estaba llevando al paraíso y valía la pena dejarle el mando.
El primer chorro de semen coincidió exactamente con el grito de Isabel, su coordinación había sido perfecta, eyaculé como un caballo mientras ella se echaba hacia atrás y yo le mordía el cuello y mis dedos pellizcaban con fuerza sus pezones, sentía que estaba a punto de desmayarme de tanto placer. Isabel resoplaba y repetía: “¡Qué divino! ¡Qué divino!”. Luego se abandonó en mis brazos aún penetrada. Cuando nuestra respiración se normalizó se paró lentamente mientras yo miraba asombrado como mi verga salía de ese maravilloso culo que me había pertenecido unos segundos antes, cuando salió totalmente un borbotón de semen corrió por sus muslos, Isabel me tomó de la mano y dijo: “Vamos a bañarnos”.
Nos metimos en la piscina tomados de la mano e Isabel se sumergió para luego emerger como una sirena con el cabello mojado enmarcando sexualmente su rostro y con los pezones notoriamente erectos por el frío del agua, estaba parado frente a ella con el agua por la cintura y me miró sonriendo: “Eso es lo que me gusta de los jovencitos, son insaciables y siempre quieren más”. Entonces me percaté que la cabeza de mi verga emergía del agua como el periscopio de un submarino y no lo dudé, me arrojé sobre ella dispuesto esta vez a tomar la iniciativa.
Rió mientras caía de espaldas y seguía riendo cuando la penetré y flotando a dos aguas comencé a sacudirla con todas mis fuerzas. A impulso de mis sacudidas recorrimos la piscina de punta a punta copulando como delfines hasta que Isabel enlazó las piernas alrededor de mi cintura y dio un giro mientras me clavaba las uñas en las nalgas y teníamos un nuevo e increíble orgasmo, tragué agua, lo confieso, pero tuve uno de los mejores orgasmos de toda mi vida, luego salimos del agua e Isabel me dio una toalla y me pidió que la seque lo que hice concienzudamente aprovechando para manosearla a gusto, luego sugirió descansar y me llevó a su dormitorio.
La cama de Isabel era la más grande que había visto en mi vida, escenario propicio para las más arriesgadas acrobacias, en ella recibí mis primeras lecciones de Kama Sutra y me convencí que era un hombre muy afortunado por estar viviendo tan increíble experiencia. A última hora de la tarde nos dimos un último baño en la piscina y nos despedimos, previo compromiso de volver a la tarde siguiente para continuar con mis lecciones.
Llegué a casa poco antes de la cena y al entrar encontré a mi padre leyendo el diario en la sala “¿Qué te pasó?”. Exclamó soltando el diario y parándose asustado al ver mi cara. “¿Dónde estuviste?” Agregó “En la casa de Leonardo” Contesté. “Pero… ¿No se fue de vacaciones?” “Si” Contesté y la luz se hizo en la mente de mi padre que afirmó más que preguntó: “¡Te cogiste a Isabel! Asentí moviendo la cabeza y mi padre me tomó del brazo y dijo: “Vamos a tu habitación, tenés que contarme”. En mi dormitorio me senté en mi cama y papá frente a mí en una silla. “Contame todo, sin omitir ningún detalle”. Exigió y yo le conté. A medida que escuchaba mi relato los ojos de mi padre se abrían como platos y me pidió más de una vez que repitiese algún detalle particularmente escabroso, cuando finalicé mi padre respiraba agitado y estaba rojo de la excitación y lucía una erección notable debajo del pantalón.
Esa noche aunque estaba muerto de sueño dormí muy mal porque los gritos de mi madre me helaban la sangre, por suerte mi hermana había ido a pasar el fin de semana en la casa de una amiga y evitó pasar una mala noche. A la mañana siguiente cuando bajé a desayunar mi padre tenía una cara que daba miedo, en cambio mi madre aunque ojerosa resplandecía de felicidad. Me sirvió el desayuno con las manos temblorosas y luego de darle un desacostumbrado beso en la boca a mi padre anunció: “Mientras desayunan voy a bañarme”. Entonces le dije a mi padre: “Jamás había escuchado gritar a mamá, contame que le hiciste, todo, con todos los detalles”. Y en reciprocidad con mi relato me contó.
“Anoche tu madre, después de veintidós años de casados, finalmente mordió la almohada, pero para tu tranquilidad quiero decirte que sus gritos no fueron de dolor sino de alborozo por descubrir que maravilloso órgano sexual era su culo y también de queja por los años de placer perdidos, pero aseguró que de ahora en más lo iba a transformar en mi fetiche y nunca más me lo iba a volver a negar y todo gracias a vos”. Concluyó. “Gracias a Isabel”. Aclaré. En ese momento papá se levantó y anunció: “Voy a ver si tu madre necesita ayuda para bañarse”. Me extrañó porque imaginaba que mamá sabía bañarse sola desde hacía muchísimos años, pero no dije nada y papá salió disparado hacia el baño.
Pero la historia no termina allí, un mes después Leonardo se puso de novio con mi hermana y por la cara de embelesamiento que ella comenzó a lucir deduje que Leonardo era en la cama un digno hijo de su madre. Isabel continuó con sus enseñanzas de Kama Sutra y, gracias a las intensas prácticas a las me sometía, pronto llegué a ser un amante fabuloso. Mis padres fueron directos beneficiarios ya que papá me exigía le transmitiese permanentemente mis conocimientos y así fue como su vida sexual alcanzó una intensidad como nunca habían tenido, al punto que con mi hermana tuvimos que acostumbrarnos a los gritos nocturnos de mamá, en fin, Isabel sin proponérselo transformó la vida de mi familia, será por eso que queremos tanto a Isabel.
Pero Isabel no solo tiene cara de puta, lo es. El padre de Leonardo la abandonó harto de sus infidelidades, pero a ella no le importó demasiado porque nunca le faltó alguien en la cama, colegas, empresarios, funcionarios o políticos a los que exprimió prolijamente, porque Isabel es puta, pero no estúpida. Así compró la casa más lujosa del barrio en el que vivimos, con el parque y la piscina más grande que la de un club y tiene el auto más moderno y caro que puedan imaginarse.
Los amigos compadecemos a Leonardo por la fama de su madre, pero también lo envidiamos porque tiene su propio auto, una moto, el más potente equipo de música y la mejor computadora y es el primero siempre en tener cualquier novedad electrónica que aparezca y encima es buen amigo y generoso, su casa siempre está abierta para todos y disfrutamos de la piscina y de sus atenciones y, sobre todo, de la visión de su madre en traje de baño.
Cuando Isabel aparece con sus breves bikinis repentinamente todos nos arrojamos al agua para esconder nuestras erecciones, el pobre Leo se da cuenta, pero disimula porque ya está acostumbrado a que todos abramos la boca y nos quedemos mudos cuando Isabel se acerca sonriendo y contoneándose, debe ser duro ser su hijo aunque tenga sus compensaciones económicas.
El fin de semana pasado Leo se fue de vacaciones con su padre, entonces me di cuenta que me había olvidado la noche anterior mi MP3 en su habitación, así que el sábado por la tarde fui a buscarlo. Hacía muchísimo calor y estaba vestido con pantalón de baño y una remera, pero como vivo a metros de la casa de Leo me puse un par de zapatillas y allá fui, me abrió la puerta Isabel. Tenía puesta una bikini color verde y un pareo blanco que dejaba al descubierto su ombligo, tragué saliva y saludé: “Buenas tardes señora. Discúlpeme, pero anoche me olvidé mi MP3 y quería pedirle si…“ “Pasá”. Me interrumpió “Y subí a buscarlo”. Concluyó. Subí las escaleras corriendo y un minuto después bajaba con mi equipo en la mano, Isabel estaba destapando una botella de Coca Cola y me dijo: “Tomá algo fresco que hace mucho calor”. Y me sirvió un vaso grande de bebida helada.
Se estaba muy bien en la sala con el aire acondicionado, afuera el sol apretaba y se veía su reflejo en el agua de la piscina. “El sol está demasiado fuerte para bañarse aún”. Comentó. “Sentate y haceme un poco de compañía que estoy terriblemente aburrida”. Pidió. Me senté y ella lo hizo frente a mí, en ese momento el pareo se abrió y descubrió sus maravillosos muslos hasta la entrepierna, las cruzó lentamente mientras sonreía ante mi cara de asombro y mi mirada hipnotizada con el vaso en la mano a mitad de camino de mi boca. “¿Tenés algo que hacer esta tarde?” Preguntó. “No… no”. Contesté dubitativo. “¿Entonces por qué no te quedas y luego nos bañamos juntos? Preguntó sonriendo mientras yo interpretaba el “bañarnos juntos” de la peor manera y la mano me temblaba y el vaso que estaba a punto de llevarme a la boca desde hacía ya rato se agitó y la Coca se derramó sobre mi remera y mi pantalón.
“¡Oh!” Exclamé avergonzado pasándome la mano por la remera. “Sácatela que te la lavo, con este sol en media hora estará seca”. Me consoló. Mientras me la sacaba Isabel había tomado una servilleta de papel y se acercaba. “Hummm, un hombre de pelo en pecho”. Comentó mientras yo tomaba conciencia de mi semi desnudez y se ella se acuclillaba entre mis piernas. “Que varonil te ves”. Agregó y comenzó a secarme el pecho con la servilleta en tanto yo paralizado y mudo no atinaba a hacer ni decir nada, entonces sucedió lo inesperado.
Veía las tetas de Isabel balancearse ante mis ojos y su entrepierna, que el pareo abierto descubría, y la erección fue indetenible, Isabel se percató: “¿Yo provoco esto?”. Preguntó mirándome a los ojos con una sonrisa totalmente lasciva. La miré sin atinar a responder y ella comenzó a pasarme la servilleta de papel por el pantalón, mejor dicho por mi verga erecta bajo el pantalón. Me estremecí y no pude ahogar un breve gemido haciéndola sonreír. “¿Qué pasa, me tenés miedo?” “No… no…” mentí. Entonces Isabel me apretó el glande con las yemas de sus dedos y yo me sentí desfallecer, pero ya acercaba su boca a la mía y besarla era una manera de no mirarla a los ojos y que se diese cuenta de mi miedo.
Isabel se tragó mi lengua, la succionó con tanta fuerza que la sentí hundirse en lo más profundo de su garganta y los ojos se me dieron vuelta, su perfume, el sabor de su lápiz labial, su boca caliente que mordisqueaba mi lengua, su mano izquierda que me aferraba de la nuca para inmovilizarme y su mano derecha que me masturbaba con dos dedos con una maestría inigualable, me hicieron perder la cabeza y me abandoné a su voluntad, un minuto después eyaculaba como no recordaba haberlo hecho antes, pero Isabel era implacable y me tuvo inmovilizado hasta el último latido de mi verga.
Luego me miró sonriendo y dijo: “Me parece que también voy a tener que lavarte el pantalón”. Bajé la vista y vi un tremendo lamparón en medio de mi entrepierna. “Quítatelo”. Dijo y yo dudé. “¿Todavía tenés vergüenza?” Preguntó sonriendo, pero antes que le contestase agregó: “Para que no sientas vergüenza yo también me desnudaré. ¿Te parece mejor así?” Asentí con la cabeza y un segundo después el pareo y el bikini caían al suelo, mi pantalón los siguió al instante, entonces nos miramos detenidamente.
Isabel parada ante mí parecía aún más alta desde mi posición apoyado en el respaldo del sillón y sus piernas más imponentes aún, su concha estaba prolijamente depilada excepto un breve penacho en la parte superior y sus labios eran gruesos y la raja brillaba humedecida por sus flujos. Su ombligo era excitante, pero sus tetas quitaban el aliento y se me hizo agua la boca imaginando el sabor de esos maravillosos pezones, estiré las manos y la tomé de la cintura para atraerla hacia mí e Isabel se arrodilló entre mis piernas y me agarró la verga, que a pesar de la violenta eyaculación se mantenía dura y la miró detenidamente sonriendo: “Tenés una hermosa pija”. Dijo halagándome. Luego se incorporó y colocó sus rodillas a ambos lados de mi cuerpo y sus manos se apoyaron en mis hombros: “Quédate quieto, déjame hacer a mí”. Ordenó.
Se acomodó llevando una mano entre las piernas para acomodar mi verga en la entrada de su concha y se sentó sobre ella devorándola, luego comenzó a moverse lentamente subiendo y bajando mientras me miraba sonriendo, parecía disfrutar no sólo por cogerme sino también por el dominio que ejercía sobre mi inocencia. Me dominaba con su personalidad y me cogió magistralmente hasta obtener un magnífico orgasmo, pero no pude evitar pensar que Isabel se había masturbado sobre mi pija y yo también intenté tener mi propio orgasmo y comencé a moverme.
“Quieto te dije, aún no terminé”. Me detuvo. Entonces se paró dejándome desolado con mi tremenda erección, pero Isabel no había terminado conmigo. Se puso de espaldas y se sentó nuevamente sobre mi miembro, sólo que ésta vez se lo metió en el culo, los ojos se me dieron vuelta al verlo desaparecer entre esas fantásticas nalgas, Isabel comenzó a moverse nuevamente subiendo y bajando. “Las tetas” Ordenó. Entonces comprendí que debía agarrarle las tetas y mis manos volaron y comencé pellizcar los duros pezones mientras gemía y aceleraba los movimientos.
Isabel se movía lentamente, subía casi hasta que el glande estaba a punto de salirse y volvía a descender culminando con una ligera cepillada o una rotación de caderas, alternando a izquierda o a derecha, era enloquecedor. Empezó a jadear cada vez más fuerte y me di cuenta que se venía con todo y comencé a empujar yo también con fuerza, pero me detuvo tajante: “¡Quieto!” La obedecí, de todos modos me estaba llevando al paraíso y valía la pena dejarle el mando.
El primer chorro de semen coincidió exactamente con el grito de Isabel, su coordinación había sido perfecta, eyaculé como un caballo mientras ella se echaba hacia atrás y yo le mordía el cuello y mis dedos pellizcaban con fuerza sus pezones, sentía que estaba a punto de desmayarme de tanto placer. Isabel resoplaba y repetía: “¡Qué divino! ¡Qué divino!”. Luego se abandonó en mis brazos aún penetrada. Cuando nuestra respiración se normalizó se paró lentamente mientras yo miraba asombrado como mi verga salía de ese maravilloso culo que me había pertenecido unos segundos antes, cuando salió totalmente un borbotón de semen corrió por sus muslos, Isabel me tomó de la mano y dijo: “Vamos a bañarnos”.
Nos metimos en la piscina tomados de la mano e Isabel se sumergió para luego emerger como una sirena con el cabello mojado enmarcando sexualmente su rostro y con los pezones notoriamente erectos por el frío del agua, estaba parado frente a ella con el agua por la cintura y me miró sonriendo: “Eso es lo que me gusta de los jovencitos, son insaciables y siempre quieren más”. Entonces me percaté que la cabeza de mi verga emergía del agua como el periscopio de un submarino y no lo dudé, me arrojé sobre ella dispuesto esta vez a tomar la iniciativa.
Rió mientras caía de espaldas y seguía riendo cuando la penetré y flotando a dos aguas comencé a sacudirla con todas mis fuerzas. A impulso de mis sacudidas recorrimos la piscina de punta a punta copulando como delfines hasta que Isabel enlazó las piernas alrededor de mi cintura y dio un giro mientras me clavaba las uñas en las nalgas y teníamos un nuevo e increíble orgasmo, tragué agua, lo confieso, pero tuve uno de los mejores orgasmos de toda mi vida, luego salimos del agua e Isabel me dio una toalla y me pidió que la seque lo que hice concienzudamente aprovechando para manosearla a gusto, luego sugirió descansar y me llevó a su dormitorio.
La cama de Isabel era la más grande que había visto en mi vida, escenario propicio para las más arriesgadas acrobacias, en ella recibí mis primeras lecciones de Kama Sutra y me convencí que era un hombre muy afortunado por estar viviendo tan increíble experiencia. A última hora de la tarde nos dimos un último baño en la piscina y nos despedimos, previo compromiso de volver a la tarde siguiente para continuar con mis lecciones.
Llegué a casa poco antes de la cena y al entrar encontré a mi padre leyendo el diario en la sala “¿Qué te pasó?”. Exclamó soltando el diario y parándose asustado al ver mi cara. “¿Dónde estuviste?” Agregó “En la casa de Leonardo” Contesté. “Pero… ¿No se fue de vacaciones?” “Si” Contesté y la luz se hizo en la mente de mi padre que afirmó más que preguntó: “¡Te cogiste a Isabel! Asentí moviendo la cabeza y mi padre me tomó del brazo y dijo: “Vamos a tu habitación, tenés que contarme”. En mi dormitorio me senté en mi cama y papá frente a mí en una silla. “Contame todo, sin omitir ningún detalle”. Exigió y yo le conté. A medida que escuchaba mi relato los ojos de mi padre se abrían como platos y me pidió más de una vez que repitiese algún detalle particularmente escabroso, cuando finalicé mi padre respiraba agitado y estaba rojo de la excitación y lucía una erección notable debajo del pantalón.
Esa noche aunque estaba muerto de sueño dormí muy mal porque los gritos de mi madre me helaban la sangre, por suerte mi hermana había ido a pasar el fin de semana en la casa de una amiga y evitó pasar una mala noche. A la mañana siguiente cuando bajé a desayunar mi padre tenía una cara que daba miedo, en cambio mi madre aunque ojerosa resplandecía de felicidad. Me sirvió el desayuno con las manos temblorosas y luego de darle un desacostumbrado beso en la boca a mi padre anunció: “Mientras desayunan voy a bañarme”. Entonces le dije a mi padre: “Jamás había escuchado gritar a mamá, contame que le hiciste, todo, con todos los detalles”. Y en reciprocidad con mi relato me contó.
“Anoche tu madre, después de veintidós años de casados, finalmente mordió la almohada, pero para tu tranquilidad quiero decirte que sus gritos no fueron de dolor sino de alborozo por descubrir que maravilloso órgano sexual era su culo y también de queja por los años de placer perdidos, pero aseguró que de ahora en más lo iba a transformar en mi fetiche y nunca más me lo iba a volver a negar y todo gracias a vos”. Concluyó. “Gracias a Isabel”. Aclaré. En ese momento papá se levantó y anunció: “Voy a ver si tu madre necesita ayuda para bañarse”. Me extrañó porque imaginaba que mamá sabía bañarse sola desde hacía muchísimos años, pero no dije nada y papá salió disparado hacia el baño.
Pero la historia no termina allí, un mes después Leonardo se puso de novio con mi hermana y por la cara de embelesamiento que ella comenzó a lucir deduje que Leonardo era en la cama un digno hijo de su madre. Isabel continuó con sus enseñanzas de Kama Sutra y, gracias a las intensas prácticas a las me sometía, pronto llegué a ser un amante fabuloso. Mis padres fueron directos beneficiarios ya que papá me exigía le transmitiese permanentemente mis conocimientos y así fue como su vida sexual alcanzó una intensidad como nunca habían tenido, al punto que con mi hermana tuvimos que acostumbrarnos a los gritos nocturnos de mamá, en fin, Isabel sin proponérselo transformó la vida de mi familia, será por eso que queremos tanto a Isabel.
3 comentarios - isabel : instructora de familia