Comenzaba el verano. Encontré a mi madre muy ocupada, limpiaba y preparaba la recámara para visitas. Hacía muchos meses que no se usaba tal habitación, de manera que el trabajo era arduo.
--Viene tu tía Consuelo, pasará unos días con nosotros –me comentó en cuanto notó mi extrañeza.
Sabía lo que eso significaba: mientras la tía Consuelo estuviera en casa mi madre se desentendería de nosotros para atender a su hermana, siempre era igual.
Llegó el día y la tía Consuelo entró a casa seguida por mis padres que la habían esperado en la terminal aérea, pero para mi sorpresa no llegó sola, llegó acompañada por mi prima Yolanda, en verdad que había cambiado desde la última vez que la vi. Ya no usaba esa ropa de niña que la hacía ver como una boba. Tampoco estaba desaliñada, pero lo que más me atrajo fueron sus incipientes senos que se adivinaban debajo de una escotada blusa color limón.
Tras los saludos y acostumbrados abrazos y besos con mi tía Consuelo, llegó el momento de saludar a mi prima Yolanda, pero no sabía cómo hacerlo, así que me quedé estático frente a ella. Fue ella quien tomó la iniciativa.
--Dame un abrazo primo ¿o es que ya no te acuerdas de mi?
--Sí, sí... Claro... Sí –dije titubeante mientras sentía cómo me apretaba con su cuerpo entero. Y para colmo me plantó sonoro beso en la mejilla. Sentir sus labios suaves y húmedos rozando mi piel me hizo estremecer.
Así transcurrió el día sin más incidentes importantes para esta historia, a no ser que yo no perdí oportunidad para mirar discretamente a mi prima Yolanda, recordando siempre su delicioso beso en mi mejilla.
Llegó el día siguiente y todos nos reunimos para el desayuno. Una vez terminados nuestros alimentos la familia se dispersó. Mi tía y mi madre acordaron salir a visitar a mi otra tía que vivía a sólo unas cuadras de la casa. Mi padre a su trabajo y mi hermano menor salió a buscar a sus amigos. Quedábamos en casa sólo mi prima Yolanda y yo. Ella dijo a mi madre:
--Voy a aprovechar para darme un baño, así cuando regresen estaré lista para salir a pasear con ustedes.
Yo me refugié en mi habitación con el pretexto de que debía terminar un trabajo pendiente para la escuela.
En realidad no tenía nada que hacer, pero quería estar solo para recrear en mi mente la escena de mi prima Yolanda bajo la ducha, escurriéndole agua caliente y espumosa por todo su cuerpo.
En poco tiempo escuché que todos salían de casa. Entonces comenzó el conflicto dentro de mí. Resulta que hacía tiempo había descubierto una fisura en el marco de la ventana del baño de visitas, orificio que me permitía mirar directo hacia la ducha. Como era una casa de una sola planta no había problema para mirar desde afuera, desde el jardín. Cuando encontré esa fisura pensé que sería útil, incluso la perfeccioné para que me permitiera una mejor visión, pero disimulándola para que no la fueran a componer. El punto era que una cosa era pensar en mi prima Yolanda totalmente desnuda y otra ir a espiar para mirarla mientras se duchaba.
¡Joder! Qué difícil era para mí todo eso. Sin embargo, ganó la curiosidad del despertar al sexo y de pronto me vi en el jardín, parado frente a la ventana del baño de visitas y a punto de acercar mi ojo para mirar a mi prima Yolanda. Alcancé a percibir el sonido del agua cayendo. Sentía una rara inquietud en mi interior, como un hormigueo que recorría todo mi cuerpo.
Al fin lo hice. Y allí estaba ella, desnuda ante mi mirada. Le veía de espaldas, unos glúteos redondos, levantaditos y carnosos, muy blancos, brillaban con el agua escurriendo. Sus manos recorrían el delantero de su cuerpo con una mezcla espumosa que al resbalar por su piel me producían dulce placer. Enseguida se puso de perfil y miré sus senos, pequeños montículos coronados por rosados pezones, luego terminó de voltear y allí estaba su rajita... suave pelambre le rodeaba. Sus dedos se acercaban hasta allí y parecía que lo acariciaban. En su rostro noté que disfrutaba cuando se la tocaba.
Fue así como se me ocurrió tocar mi pene que para entonces estaba levantado y muy húmedo. Primero metí mi mano dentro del pantalón, pero después me bajé el pantalón porque me parecía más cómodo. Lo que sentía era algo alucinante. Mi prima Yolanda acariciaba sus senos y mordía sus labios con mucha sensualidad.
Y entonces ocurrió lo inesperado.
Sentí unas manos que me tomaban por los hombros y me apartaban de mi punto de observación. Escuché una voz que me reclamaba:
--¡Qué estás haciendo!
Era nada menos que mi tía Consuelo, en su rostro advertía que estaba en muy serios problemas. Pero ¿qué estaba haciendo allí? ¡Joder! ¿Cómo explicar lo que estaba haciendo? ¡Soy hombre muerto!
Resulta que al final mi tía decidió quedarse en casa a esperar que llegara mi madre con mi otra tía y eso yo no lo supe, yo creía que las dos habían salido juntas.
Mi tía Consuelo acercó el ojo al orificio y comprobó que miraba a su hija totalmente desnuda, duchándose. Yo quería salir corriendo, pero me tenía tomado del brazo, lo único que me quedaba era tratar de levantar mis pantalones que habían quedado totalmente en el suelo.
--Perdóneme tía, por favor, no lo vuelvo a hacer, por favor tía no le diga a mis papás...
--¿Pero qué estás pensando al hacer esto?
--Por favor tía, sé que hice mal, prometo que no lo volveré a hacer, sólo permítame una oportunidad...
Debe haber notado mi contrariedad y el miedo que sentía en ese momento, porque sólo me dijo:
--Esta vez voy a permanecer callada, comprendo que estás despertando al sexo, pero debes evitar estas cosas, además es a mi hija a la que estás ofendiendo con esto... No sé por qué lo hago, pero que te sirva de lección para que no lo vuelvas a hacer.
En cuanto pude me subí los pantalones y salí corriendo de allí.
Pasaron los días y yo me las arreglé para no encontrarme con mi tía Consuelo, ni siquiera con mi prima Yolanda, pues imaginaba que para entonces conocería mi “travesura”.
Llegó el fin de sus vacaciones. Al siguiente día, muy temprano, terminarían su estancia en casa, así que esa noche preparaban todo para estar listas. Yo no había podido olvidar el cuerpo de mi prima Yolanda, sus hermosas nalgas que se adivinaban tan suaves, esos senos que como limones comenzaban a levantarse, pero que seguramente alcanzarían pronto el tamaño de grandes melones. Estaba pensativo en el jardín cuando observé que encendían la luz del baño de visitas. Pasado un momento no pude evitar la tentación y me acerqué. Percibí el caer del agua de la ducha.
Sin pensarlo llevé mi ojo hasta el orificio. Y allí estaba ella, totalmente desnuda ante mí. Pero no era mi prima Yolanda, sino mi tía Consuelo. Sus nalgas eran grandes, carnosas, abultadas, sostenidas por gruesas columnas como robles que constituían sus piernas. Sus senos como sandías que se agitaban suavemente, coronadas por unos pezones oscuros, muy levantados. Y su raja... ¡joder! Qué profundidad se adivinaba. Depilada, de gruesos labios que se abrían a la menor oportunidad para invitar a traspasarlos.
Mi excitación era contundente, sentía necesidad de tocarme el pene, de acariciarlo, de secar la humedad que le bañaba. Entonces recordé lo que me había pasado la última vez y el miedo me embargó. Salí corriendo de allí y me refugie en mi habitación. Me tiré en la cama y tocando mi pene trataba de contenerlo, sentía que algo buscaba brotar con violencia. Como un volcán a punto de erupción.
En eso estaba cuando se abrió la puerta de la recámara. Era mi tía Consuelo. Al mirarla frente a mí pensé ¡soy cadáver... Esta vez nada me salva! Y dijo:
--Prometiste que no lo volverías a hacer...
Yo no sabía qué responder. ¿Pedir perdón de nuevo? ¿llorar?
Y de pronto dejó caer la bata de baño que le cubría. Se acercó hasta mí.
--¿No puedes más verdad? Tu despertar al sexo te está dominando... Pues va, mírame, mírame bien, esto es una mujer... Tócame, siente cada parte de mi cuerpo, acaricia mi piel...
Mientras decía eso tomó mis manos y las llevó hasta sus senos, me hizo tocarlos, sentirlos, bajó mis manos hasta su raja, la sentí caliente y húmeda, parecía que aquellos gruesos labios querían tragar mis dedos. Luego dijo:
--A ver, veamos qué tienes tú...
Terminó de bajar mis pantalones y mi pene brotó tan erecto como jamás lo había visto. Lo tomó, se tumbó sobre mí y lo llevó hasta su boca, lo lamió, lo acaricio y lo introdujo a su cavidad bucal. Sentí su garganta, los apretados chupetones que le daba y yo deliraba. Mi cuerpo se estremecía sin control.
Luego me montó, colocó mi pene en su raja y dejó que fuera penetrando suavemente. Cabalgó y cabalgó, gemía, se estremecía y de pronto algo pasó en mí que perdí la noción de todo. Extrañas sensaciones inundaban mis entrañas, mi cabeza no estaba allí...
Cuando recobré la conciencia mi tía Consuelo se ponía de nuevo su bata. Una última mirada a su hermoso cuerpo me cayó como el postre del banquete.
Antes de salir de la habitación volteó a mirarme, me dijo:
--Ahora ya sabes lo que es una mujer y lo que es el sexo...
Cuando desperté al día siguiente mi tía Consuelo y mi prima Yolanda se habían marchado. Sólo recordaba como un sueño todas las sensaciones que aquellas dos mujeres me hicieron descubrir en aquel ardiente verano: la primera mirada a un cuerpo joven y mi primera experiencia con una mujer experta en las cosas del sexo.
--Viene tu tía Consuelo, pasará unos días con nosotros –me comentó en cuanto notó mi extrañeza.
Sabía lo que eso significaba: mientras la tía Consuelo estuviera en casa mi madre se desentendería de nosotros para atender a su hermana, siempre era igual.
Llegó el día y la tía Consuelo entró a casa seguida por mis padres que la habían esperado en la terminal aérea, pero para mi sorpresa no llegó sola, llegó acompañada por mi prima Yolanda, en verdad que había cambiado desde la última vez que la vi. Ya no usaba esa ropa de niña que la hacía ver como una boba. Tampoco estaba desaliñada, pero lo que más me atrajo fueron sus incipientes senos que se adivinaban debajo de una escotada blusa color limón.
Tras los saludos y acostumbrados abrazos y besos con mi tía Consuelo, llegó el momento de saludar a mi prima Yolanda, pero no sabía cómo hacerlo, así que me quedé estático frente a ella. Fue ella quien tomó la iniciativa.
--Dame un abrazo primo ¿o es que ya no te acuerdas de mi?
--Sí, sí... Claro... Sí –dije titubeante mientras sentía cómo me apretaba con su cuerpo entero. Y para colmo me plantó sonoro beso en la mejilla. Sentir sus labios suaves y húmedos rozando mi piel me hizo estremecer.
Así transcurrió el día sin más incidentes importantes para esta historia, a no ser que yo no perdí oportunidad para mirar discretamente a mi prima Yolanda, recordando siempre su delicioso beso en mi mejilla.
Llegó el día siguiente y todos nos reunimos para el desayuno. Una vez terminados nuestros alimentos la familia se dispersó. Mi tía y mi madre acordaron salir a visitar a mi otra tía que vivía a sólo unas cuadras de la casa. Mi padre a su trabajo y mi hermano menor salió a buscar a sus amigos. Quedábamos en casa sólo mi prima Yolanda y yo. Ella dijo a mi madre:
--Voy a aprovechar para darme un baño, así cuando regresen estaré lista para salir a pasear con ustedes.
Yo me refugié en mi habitación con el pretexto de que debía terminar un trabajo pendiente para la escuela.
En realidad no tenía nada que hacer, pero quería estar solo para recrear en mi mente la escena de mi prima Yolanda bajo la ducha, escurriéndole agua caliente y espumosa por todo su cuerpo.
En poco tiempo escuché que todos salían de casa. Entonces comenzó el conflicto dentro de mí. Resulta que hacía tiempo había descubierto una fisura en el marco de la ventana del baño de visitas, orificio que me permitía mirar directo hacia la ducha. Como era una casa de una sola planta no había problema para mirar desde afuera, desde el jardín. Cuando encontré esa fisura pensé que sería útil, incluso la perfeccioné para que me permitiera una mejor visión, pero disimulándola para que no la fueran a componer. El punto era que una cosa era pensar en mi prima Yolanda totalmente desnuda y otra ir a espiar para mirarla mientras se duchaba.
¡Joder! Qué difícil era para mí todo eso. Sin embargo, ganó la curiosidad del despertar al sexo y de pronto me vi en el jardín, parado frente a la ventana del baño de visitas y a punto de acercar mi ojo para mirar a mi prima Yolanda. Alcancé a percibir el sonido del agua cayendo. Sentía una rara inquietud en mi interior, como un hormigueo que recorría todo mi cuerpo.
Al fin lo hice. Y allí estaba ella, desnuda ante mi mirada. Le veía de espaldas, unos glúteos redondos, levantaditos y carnosos, muy blancos, brillaban con el agua escurriendo. Sus manos recorrían el delantero de su cuerpo con una mezcla espumosa que al resbalar por su piel me producían dulce placer. Enseguida se puso de perfil y miré sus senos, pequeños montículos coronados por rosados pezones, luego terminó de voltear y allí estaba su rajita... suave pelambre le rodeaba. Sus dedos se acercaban hasta allí y parecía que lo acariciaban. En su rostro noté que disfrutaba cuando se la tocaba.
Fue así como se me ocurrió tocar mi pene que para entonces estaba levantado y muy húmedo. Primero metí mi mano dentro del pantalón, pero después me bajé el pantalón porque me parecía más cómodo. Lo que sentía era algo alucinante. Mi prima Yolanda acariciaba sus senos y mordía sus labios con mucha sensualidad.
Y entonces ocurrió lo inesperado.
Sentí unas manos que me tomaban por los hombros y me apartaban de mi punto de observación. Escuché una voz que me reclamaba:
--¡Qué estás haciendo!
Era nada menos que mi tía Consuelo, en su rostro advertía que estaba en muy serios problemas. Pero ¿qué estaba haciendo allí? ¡Joder! ¿Cómo explicar lo que estaba haciendo? ¡Soy hombre muerto!
Resulta que al final mi tía decidió quedarse en casa a esperar que llegara mi madre con mi otra tía y eso yo no lo supe, yo creía que las dos habían salido juntas.
Mi tía Consuelo acercó el ojo al orificio y comprobó que miraba a su hija totalmente desnuda, duchándose. Yo quería salir corriendo, pero me tenía tomado del brazo, lo único que me quedaba era tratar de levantar mis pantalones que habían quedado totalmente en el suelo.
--Perdóneme tía, por favor, no lo vuelvo a hacer, por favor tía no le diga a mis papás...
--¿Pero qué estás pensando al hacer esto?
--Por favor tía, sé que hice mal, prometo que no lo volveré a hacer, sólo permítame una oportunidad...
Debe haber notado mi contrariedad y el miedo que sentía en ese momento, porque sólo me dijo:
--Esta vez voy a permanecer callada, comprendo que estás despertando al sexo, pero debes evitar estas cosas, además es a mi hija a la que estás ofendiendo con esto... No sé por qué lo hago, pero que te sirva de lección para que no lo vuelvas a hacer.
En cuanto pude me subí los pantalones y salí corriendo de allí.
Pasaron los días y yo me las arreglé para no encontrarme con mi tía Consuelo, ni siquiera con mi prima Yolanda, pues imaginaba que para entonces conocería mi “travesura”.
Llegó el fin de sus vacaciones. Al siguiente día, muy temprano, terminarían su estancia en casa, así que esa noche preparaban todo para estar listas. Yo no había podido olvidar el cuerpo de mi prima Yolanda, sus hermosas nalgas que se adivinaban tan suaves, esos senos que como limones comenzaban a levantarse, pero que seguramente alcanzarían pronto el tamaño de grandes melones. Estaba pensativo en el jardín cuando observé que encendían la luz del baño de visitas. Pasado un momento no pude evitar la tentación y me acerqué. Percibí el caer del agua de la ducha.
Sin pensarlo llevé mi ojo hasta el orificio. Y allí estaba ella, totalmente desnuda ante mí. Pero no era mi prima Yolanda, sino mi tía Consuelo. Sus nalgas eran grandes, carnosas, abultadas, sostenidas por gruesas columnas como robles que constituían sus piernas. Sus senos como sandías que se agitaban suavemente, coronadas por unos pezones oscuros, muy levantados. Y su raja... ¡joder! Qué profundidad se adivinaba. Depilada, de gruesos labios que se abrían a la menor oportunidad para invitar a traspasarlos.
Mi excitación era contundente, sentía necesidad de tocarme el pene, de acariciarlo, de secar la humedad que le bañaba. Entonces recordé lo que me había pasado la última vez y el miedo me embargó. Salí corriendo de allí y me refugie en mi habitación. Me tiré en la cama y tocando mi pene trataba de contenerlo, sentía que algo buscaba brotar con violencia. Como un volcán a punto de erupción.
En eso estaba cuando se abrió la puerta de la recámara. Era mi tía Consuelo. Al mirarla frente a mí pensé ¡soy cadáver... Esta vez nada me salva! Y dijo:
--Prometiste que no lo volverías a hacer...
Yo no sabía qué responder. ¿Pedir perdón de nuevo? ¿llorar?
Y de pronto dejó caer la bata de baño que le cubría. Se acercó hasta mí.
--¿No puedes más verdad? Tu despertar al sexo te está dominando... Pues va, mírame, mírame bien, esto es una mujer... Tócame, siente cada parte de mi cuerpo, acaricia mi piel...
Mientras decía eso tomó mis manos y las llevó hasta sus senos, me hizo tocarlos, sentirlos, bajó mis manos hasta su raja, la sentí caliente y húmeda, parecía que aquellos gruesos labios querían tragar mis dedos. Luego dijo:
--A ver, veamos qué tienes tú...
Terminó de bajar mis pantalones y mi pene brotó tan erecto como jamás lo había visto. Lo tomó, se tumbó sobre mí y lo llevó hasta su boca, lo lamió, lo acaricio y lo introdujo a su cavidad bucal. Sentí su garganta, los apretados chupetones que le daba y yo deliraba. Mi cuerpo se estremecía sin control.
Luego me montó, colocó mi pene en su raja y dejó que fuera penetrando suavemente. Cabalgó y cabalgó, gemía, se estremecía y de pronto algo pasó en mí que perdí la noción de todo. Extrañas sensaciones inundaban mis entrañas, mi cabeza no estaba allí...
Cuando recobré la conciencia mi tía Consuelo se ponía de nuevo su bata. Una última mirada a su hermoso cuerpo me cayó como el postre del banquete.
Antes de salir de la habitación volteó a mirarme, me dijo:
--Ahora ya sabes lo que es una mujer y lo que es el sexo...
Cuando desperté al día siguiente mi tía Consuelo y mi prima Yolanda se habían marchado. Sólo recordaba como un sueño todas las sensaciones que aquellas dos mujeres me hicieron descubrir en aquel ardiente verano: la primera mirada a un cuerpo joven y mi primera experiencia con una mujer experta en las cosas del sexo.
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