En este relato les quiero contar como, a pesar de una persona haber tenido relaciones sexuales anteriormente, si se dan una serie de circunstancias tales como, un lugar apropiado, un momento y la persona adecuada, puede uno volver a sentir como si lo hiciera por primera vez.
A principios del verano de hace dos años, la relación que manteníamos mi novia y yo, se acabó. Tres años al coño. Pienso que no hubo ningún culpable, o quizás sí, los dos. El caso es que volvía a estar solo, preguntándome como había llegado a esta situación, si podía haber evitado la ruptura. El caso es que veía que me estaba hundiendo en buscar respuestas, así pues, decidí pedir un traslado, cambiar de aires.
Vivía en una ciudad con playa y me cambié a una con montaña. Los principios fueron duros no conocía a nadie. Me quedaba en casa viendo la televisión o leyendo algún libro.
A mediados de noviembre, viendo un folleto sobre esquí, decidí ir a la montaña a esquiar. Necesitaba llenar mi vida de experiencias nuevas y esa podía ser una. Así que cuando llegaba el fin de semana, cogía mi coche y me marchaba a la estación de esquí. Me había comprado todo el kit necesario para mi nuevo hobby. Por cierto me costó bastante caro.
Una semana me debían unos días de vacaciones por lo que decidí irme entre semana a la nieve. Decidí irme un día que hubiera poca gente para disfrutar más y estar más relajado. Fui un martes. Me encontraba en la cafetería de la estación tomándome un café. Ese día no había demasiada gente esquiando. El caso es que entró una familia por la puerta de la cafetería. El que se suponía era el padre, sostenía a un niño de unos ocho años sobre sus hombros. La madre parecía hablar bastante malhumorada con un chico de unos dieciséis o diecisiete.
Y varios segundos después, casi cuando ya parecía que no iba a entrar nadie más, entró una chica, entre dieciocho y veinte años. Parecía triste o disgustada. Su familia se sentó en una de las mesas. Ella se acercó y antes de sentarse se desprendió de su gorro dejando caer del enredo un pelo largo, fino y liso de color castaño. El pelo se le quedó abultado en el cuello de la chamarreta y con un suave movimiento de la mano lo soltó deslizándose sobre sus hombros.
Había varias chicas en la cafetería y no se por qué esa me llamó especialmente la atención. El caso es que pensé que lo mejor era irme a esquiar, y eso hice. Los cierto es que me gusta recorrer las laderas de las montañas llenas de nieve más que esquiar propiamente dicho. Esta estación tenía una especie de recorridos que utilizaban los amantes del esquí de fondo para practicar esa modalidad. El tiempo no parecía muy bueno y sin indicios de que fuera a mejorar. En uno de mis arrebatos de velocidad, me doblé el tobillo. No suele pasar mucha gente por ahí, y menos ese día que no había casi nadie.
Me aproximé hacia un árbol y apoyé mi espalda mientras me quitaba la bota con cuidado y el calcetín para aplicarme un poco de nieve y así no aumentar la inflamación. Después de un período largo en el que el frío se hacía notar e incluso empezaba a nevar, me dispuse a emprender el camino. A unos cinco minutos aproximadamente oí unos esquís. Me puse a gritar desaforadamente. Si, es cierto, en esos momentos parecía un cobarde, un gallina quizás, pero lo cierto es que la situación era tensa. Al poco rato no escuchaba nada. Mis esperanzas de encontrar a alguien se desvanecían. De repente una voz; - ¿Hay alguien ahí?
Mi rostro cambió de repente. Contesté. En pocos segundos vi acercarse a alguien. No podía distinguir si era hombre o mujer, quizás por la voz, mujer. El caso es, que ya a pocos metros me pregunta que hacía allí. Le expliqué mi absurda situación. Me dijo que iba a comenzar una tormenta y que lo mejor sería ir a un refugio. Le dije que estaba conforme, pero que era inexperto y no sabía donde había algún refugio. Ella con bastante seguridad me dijo que la siguiese.
Tras un largo trecho llegamos a lo que parecía una cabaña rodeada de árboles. Ella se quitó los esquís y entró. La cabaña no tenía nada que ver a esas de las películas que está medio abandonada y llena de telarañas. Parecía más el salón de una casa de madera con su chimenea. Al lado de la chimenea unos cuantos troncos para encenderla. La chica se dirigió a una radio que había en una de las mesas y se comunicó con la estación central. Les dijo que estábamos bien que yo tenía un tobillo doblado. Al parecer de la estación le dijeron que nos quedásemos allí, que estábamos seguros. Cuando pasase un poco la tormenta irían a buscarnos.
Marta, que es así como se llamaba la chica, me dijo que me vendaría el tobillo. Cuando se quitó el gorro y las gafas me llevé una gran sorpresa al ver que era la chica de la cafetería. Sería cosa del destino. No creo mucho en eso, pero empezaba a dudar. Ahora más de cerca pude verla con exactitud. Tenía unos ojos verdes bajo unas cejas finas y bien depiladas. Unas pestañas grandes, nariz normal, sin ser respingona. Una cara no muy ancha, pero tampoco delgada. Los mofletes de un color rosado muestra del frío.
Después de encender la chimenea nos sentamos en los sofás y mientras sacaba del botiquín unas vendas empezamos a hablar. Nos contamos prácticamente nuestras vidas. Ella llevaba con su novio dos años y él la había dejado porque, según ella, no quería hacer el amor con él. Me sorprendía que tuviera esa confianza conmigo sin apenas conocernos. Quizás me devolvía la confianza que deposité en ella al contarle mis pesares.
Tras haber estado hablando cerca de dos horas, el tiempo no mejoraba. La radio sonó. Eran de la estación. Nos decían que el tiempo no mejoraba, que en cuanto le fuera posible irían por nosotros. Nos dijeron que había comida y bebida en la despensa. El hecho de hablar con la central creo que nos tranquilizó. El saber que no se habían olvidado de nosotros nos hizo que nos entrará hambre. Así que sacamos algo de comida. Mi tobillo estaba mejor, supongo que sería una torcedura. Para entrar más en calor sacamos una botella de whisky. El caso es que con el calor de la chimenea y del licor fuimos poniéndonos más cómodos. Marta se quitó un jersey de lana de cuello alto y se quedó con una camiseta que dejaba ver sus senos y resaltar sus pezones. Notaba como una inmensa erección me invadía.
El alcohol hacía su efecto. Creo que la excitación en el ambiente se hacía notar por ambas partes. Sentados uno al lado del otro. Mis ojos se clavaron en los suyos. Parecía hipnotizado. Nuestras cabezas empezaban a acercarse cada vez más. Si perder de vista sus ojos ni ella los míos. Una sensación extraña recorría mi cuerpo. Estaba nervioso. Me resultaba extraño. No era la primera vez que estaba con una chica, ni la segunda, ni siquiera la tercera. Había estado con más de una docena de mujeres y esta me ponía nervioso. Pronto nuestros labios se tocaron. Un leve roce, seguido de otro, y otro. Ya el roce no existía. No nos tocábamos.
Nuestro único contacto eran nuestros labios. Empezamos a besarnos, suave, muy suave. Era como si todos mis sentidos estuvieran en ese espacio de carne nada más. De vez en cuando ella cambiaba los besos en los labios por recorrer con los mismos mi cara, mi rostro. Sin más, nuestras manos empezaron a participar en aquel momento acariciándonos como si fuéramos uno solo. Una fusión de piel y carne. Mis manos recorrían su pelo. Largo, liso. Y seguía donde allí me dejaba, a mitad de la espalda hasta llegar a su cintura. La lujuria se apoderaba de nuestro ser por momentos y de movimientos y caricias suaves se pasaba a magreos en toda regla, besos con lengua, a pequeños mordiscos.
Marta se quitó la camiseta dejando ver sus senos, a los que tras unos segundos observando su belleza, me dispuse a comérselos. Nos tumbamos en la alfombra al lado del sofá. Ella echaba la cabeza atrás arqueando el cuerpo y facilitándome la labor de devorar sus pechos. Recorría con mi lengua levemente todo su contorno, haciendo hincapié en los pezones, los cuales permanecían erectos. De vez en cuando le daba un pequeño mordisco, al que ella respondía estremeciéndose. Su mano empezó a buscar mi pene que se encontraba en un punto de erección máximo. Eso lo notó, e introduciendo la mano por mi pantalón, lo agarró y empezó a masturbarlo.
Lo había agarrado muy fuerte y su movimiento hacia arriba y hacia abajo hacía que el gusto me inundase una vez más. Me puse de pie frente a ella y bajé mis pantalones hasta quitármelos. Marta quedó con la cara a pocos centímetros de mi miembro, Notaba su respiración. Su cara reflejaba lujuria. Parecía como si estuviera poseída. Sacó su lengua y empezó a darme pequeños lengüetazos en la polla. Hacía bastante hincapié en el frenillo. Acto seguido salió de entre sus labios un poco de saliva, que apoyó sobre la punta de mi glande. Sin apartar la mirada de mí, fue metiéndose mi verga en la boca. Solo la cabeza, solo mamaba la cabeza, pero como lo hacía. Estaba claro que su virginidad no quitaba que fuese una experta en el pre-coito. Y así me lo estaba demostrando.
Comenzó a hacerme una mamada increíble. Tras un rato en el que creí correrme. Lamí su sexo depilado por la parte de los labios, denotaba que le encantaba que se lo comieran. Y eso era lo que iba a hacer. Mi mano derecha la apoyé sobre su pubis levantándolo un poco con mi dedo pulgar para así poder penetrar mejor mi lengua. Empecé dando pequeños lengüetazos sobre sus labios vaginales y luego pasé a la acción. Bordeé el clítoris con mi lengua con lentitud y suavidad. Hacía movimientos desde abajo a arriba, introduciendo de vez en cuando mi lengua dentro de su agujero. Ella levantó y abrió las piernas mostrándome también el agujero de su culo, al que también acaricié y besé.
Veía que el momento iba a llegar. La penetración estaba cerca. Con cualquier otra mujer, no hubiera hecho falta preguntar. Pero, ella era distinta a todas las mujeres con las que había estado. Levanté la cabeza y pregunté: - ¿Quieres que lo hagamos? No tenemos por qué hacerlo.
Vi como su rostro cambiaba de placer a alegría. A lo que respondió: - Si he de perder mi virginidad algún día, me gustaría que fuese con alguien como tú. Y da la casualidad que estás aquí, a mi lado. Aunque no te conozca has demostrado más ternura que cualquiera de los chicos con los que he estado. Acto seguido bajó sus brazos buscando mi miembro. Lo agarró con la punta de los dedos y se lo llevó a la entrada de su raja.
Yo, me mojé las manos con saliva y se la unté en la vagina. Fui empujando poco a poco abrazado a ella. Fui notando como iba haciéndose hueco entre su cavidad. La cara de Marta reflejaba dolor, pero me animaba a que siguiera. Pronto ya había entrado la mayor parte y empecé un mete saca muy suave. A los pocos minutos la cara de Marta había cambiado y volvía esa cara de lujuria. Puso sus dos manos sobre mis nalgas y me empujaba hacía ella. Yo tenía miedo por una parte de hacerle daño, pero por otra estaba muy excitado y quería darle caña.
Como no tenía preservativo saqué la polla de su interior. Noté que estaba pringosa. Tenía algo de sangre. Ella me dio unos pañuelos de papel para que me limpiara, se arrodilló delante de mí y de nuevo se introdujo mi miembro en su boca. Estaba a punto de caer. El ritmo de la mamada era frenético. Le avisé de que me venía, pero ella no se retiraba. De pronto descargué en su cara, pecho, boca. Jamás había echado tanto. Ella lamía mi semen que goteaba y se la introducía otra vez en la boca mamándomela otra vez, pero más suave.
Tras aquello nos limpiamos y nos vestimos. Quedamos los dos abrazados en el sofá. El sueño nos abordó. Estábamos rendidos. Dos trabajadores vinieron a las dos horas. Nos despertamos y nos marchamos. Cuando llegamos a la estación central, sus padres estaban muy preocupados. Corrieron a darle un abrazo. El padre se acercó a mí a darme las gracias. Yo le dije que el agradecido era yo, que si no fuera por su hija, seguramente lo hubiese pasado bastante mal.
Tras los saludos, Marta se separó por un momento de su familia y se acercó hacía la mesa en la que me encontraba sentado. Me dio un beso en la mejilla, supongo que sus padres estaban delante y no quería que se pensasen nada malo. Me dio las gracias y me dijo que nunca lo olvidaría. Yo le di las gracias a ella y le dije que nunca la olvidaría.
A principios del verano de hace dos años, la relación que manteníamos mi novia y yo, se acabó. Tres años al coño. Pienso que no hubo ningún culpable, o quizás sí, los dos. El caso es que volvía a estar solo, preguntándome como había llegado a esta situación, si podía haber evitado la ruptura. El caso es que veía que me estaba hundiendo en buscar respuestas, así pues, decidí pedir un traslado, cambiar de aires.
Vivía en una ciudad con playa y me cambié a una con montaña. Los principios fueron duros no conocía a nadie. Me quedaba en casa viendo la televisión o leyendo algún libro.
A mediados de noviembre, viendo un folleto sobre esquí, decidí ir a la montaña a esquiar. Necesitaba llenar mi vida de experiencias nuevas y esa podía ser una. Así que cuando llegaba el fin de semana, cogía mi coche y me marchaba a la estación de esquí. Me había comprado todo el kit necesario para mi nuevo hobby. Por cierto me costó bastante caro.
Una semana me debían unos días de vacaciones por lo que decidí irme entre semana a la nieve. Decidí irme un día que hubiera poca gente para disfrutar más y estar más relajado. Fui un martes. Me encontraba en la cafetería de la estación tomándome un café. Ese día no había demasiada gente esquiando. El caso es que entró una familia por la puerta de la cafetería. El que se suponía era el padre, sostenía a un niño de unos ocho años sobre sus hombros. La madre parecía hablar bastante malhumorada con un chico de unos dieciséis o diecisiete.
Y varios segundos después, casi cuando ya parecía que no iba a entrar nadie más, entró una chica, entre dieciocho y veinte años. Parecía triste o disgustada. Su familia se sentó en una de las mesas. Ella se acercó y antes de sentarse se desprendió de su gorro dejando caer del enredo un pelo largo, fino y liso de color castaño. El pelo se le quedó abultado en el cuello de la chamarreta y con un suave movimiento de la mano lo soltó deslizándose sobre sus hombros.
Había varias chicas en la cafetería y no se por qué esa me llamó especialmente la atención. El caso es que pensé que lo mejor era irme a esquiar, y eso hice. Los cierto es que me gusta recorrer las laderas de las montañas llenas de nieve más que esquiar propiamente dicho. Esta estación tenía una especie de recorridos que utilizaban los amantes del esquí de fondo para practicar esa modalidad. El tiempo no parecía muy bueno y sin indicios de que fuera a mejorar. En uno de mis arrebatos de velocidad, me doblé el tobillo. No suele pasar mucha gente por ahí, y menos ese día que no había casi nadie.
Me aproximé hacia un árbol y apoyé mi espalda mientras me quitaba la bota con cuidado y el calcetín para aplicarme un poco de nieve y así no aumentar la inflamación. Después de un período largo en el que el frío se hacía notar e incluso empezaba a nevar, me dispuse a emprender el camino. A unos cinco minutos aproximadamente oí unos esquís. Me puse a gritar desaforadamente. Si, es cierto, en esos momentos parecía un cobarde, un gallina quizás, pero lo cierto es que la situación era tensa. Al poco rato no escuchaba nada. Mis esperanzas de encontrar a alguien se desvanecían. De repente una voz; - ¿Hay alguien ahí?
Mi rostro cambió de repente. Contesté. En pocos segundos vi acercarse a alguien. No podía distinguir si era hombre o mujer, quizás por la voz, mujer. El caso es, que ya a pocos metros me pregunta que hacía allí. Le expliqué mi absurda situación. Me dijo que iba a comenzar una tormenta y que lo mejor sería ir a un refugio. Le dije que estaba conforme, pero que era inexperto y no sabía donde había algún refugio. Ella con bastante seguridad me dijo que la siguiese.
Tras un largo trecho llegamos a lo que parecía una cabaña rodeada de árboles. Ella se quitó los esquís y entró. La cabaña no tenía nada que ver a esas de las películas que está medio abandonada y llena de telarañas. Parecía más el salón de una casa de madera con su chimenea. Al lado de la chimenea unos cuantos troncos para encenderla. La chica se dirigió a una radio que había en una de las mesas y se comunicó con la estación central. Les dijo que estábamos bien que yo tenía un tobillo doblado. Al parecer de la estación le dijeron que nos quedásemos allí, que estábamos seguros. Cuando pasase un poco la tormenta irían a buscarnos.
Marta, que es así como se llamaba la chica, me dijo que me vendaría el tobillo. Cuando se quitó el gorro y las gafas me llevé una gran sorpresa al ver que era la chica de la cafetería. Sería cosa del destino. No creo mucho en eso, pero empezaba a dudar. Ahora más de cerca pude verla con exactitud. Tenía unos ojos verdes bajo unas cejas finas y bien depiladas. Unas pestañas grandes, nariz normal, sin ser respingona. Una cara no muy ancha, pero tampoco delgada. Los mofletes de un color rosado muestra del frío.
Después de encender la chimenea nos sentamos en los sofás y mientras sacaba del botiquín unas vendas empezamos a hablar. Nos contamos prácticamente nuestras vidas. Ella llevaba con su novio dos años y él la había dejado porque, según ella, no quería hacer el amor con él. Me sorprendía que tuviera esa confianza conmigo sin apenas conocernos. Quizás me devolvía la confianza que deposité en ella al contarle mis pesares.
Tras haber estado hablando cerca de dos horas, el tiempo no mejoraba. La radio sonó. Eran de la estación. Nos decían que el tiempo no mejoraba, que en cuanto le fuera posible irían por nosotros. Nos dijeron que había comida y bebida en la despensa. El hecho de hablar con la central creo que nos tranquilizó. El saber que no se habían olvidado de nosotros nos hizo que nos entrará hambre. Así que sacamos algo de comida. Mi tobillo estaba mejor, supongo que sería una torcedura. Para entrar más en calor sacamos una botella de whisky. El caso es que con el calor de la chimenea y del licor fuimos poniéndonos más cómodos. Marta se quitó un jersey de lana de cuello alto y se quedó con una camiseta que dejaba ver sus senos y resaltar sus pezones. Notaba como una inmensa erección me invadía.
El alcohol hacía su efecto. Creo que la excitación en el ambiente se hacía notar por ambas partes. Sentados uno al lado del otro. Mis ojos se clavaron en los suyos. Parecía hipnotizado. Nuestras cabezas empezaban a acercarse cada vez más. Si perder de vista sus ojos ni ella los míos. Una sensación extraña recorría mi cuerpo. Estaba nervioso. Me resultaba extraño. No era la primera vez que estaba con una chica, ni la segunda, ni siquiera la tercera. Había estado con más de una docena de mujeres y esta me ponía nervioso. Pronto nuestros labios se tocaron. Un leve roce, seguido de otro, y otro. Ya el roce no existía. No nos tocábamos.
Nuestro único contacto eran nuestros labios. Empezamos a besarnos, suave, muy suave. Era como si todos mis sentidos estuvieran en ese espacio de carne nada más. De vez en cuando ella cambiaba los besos en los labios por recorrer con los mismos mi cara, mi rostro. Sin más, nuestras manos empezaron a participar en aquel momento acariciándonos como si fuéramos uno solo. Una fusión de piel y carne. Mis manos recorrían su pelo. Largo, liso. Y seguía donde allí me dejaba, a mitad de la espalda hasta llegar a su cintura. La lujuria se apoderaba de nuestro ser por momentos y de movimientos y caricias suaves se pasaba a magreos en toda regla, besos con lengua, a pequeños mordiscos.
Marta se quitó la camiseta dejando ver sus senos, a los que tras unos segundos observando su belleza, me dispuse a comérselos. Nos tumbamos en la alfombra al lado del sofá. Ella echaba la cabeza atrás arqueando el cuerpo y facilitándome la labor de devorar sus pechos. Recorría con mi lengua levemente todo su contorno, haciendo hincapié en los pezones, los cuales permanecían erectos. De vez en cuando le daba un pequeño mordisco, al que ella respondía estremeciéndose. Su mano empezó a buscar mi pene que se encontraba en un punto de erección máximo. Eso lo notó, e introduciendo la mano por mi pantalón, lo agarró y empezó a masturbarlo.
Lo había agarrado muy fuerte y su movimiento hacia arriba y hacia abajo hacía que el gusto me inundase una vez más. Me puse de pie frente a ella y bajé mis pantalones hasta quitármelos. Marta quedó con la cara a pocos centímetros de mi miembro, Notaba su respiración. Su cara reflejaba lujuria. Parecía como si estuviera poseída. Sacó su lengua y empezó a darme pequeños lengüetazos en la polla. Hacía bastante hincapié en el frenillo. Acto seguido salió de entre sus labios un poco de saliva, que apoyó sobre la punta de mi glande. Sin apartar la mirada de mí, fue metiéndose mi verga en la boca. Solo la cabeza, solo mamaba la cabeza, pero como lo hacía. Estaba claro que su virginidad no quitaba que fuese una experta en el pre-coito. Y así me lo estaba demostrando.
Comenzó a hacerme una mamada increíble. Tras un rato en el que creí correrme. Lamí su sexo depilado por la parte de los labios, denotaba que le encantaba que se lo comieran. Y eso era lo que iba a hacer. Mi mano derecha la apoyé sobre su pubis levantándolo un poco con mi dedo pulgar para así poder penetrar mejor mi lengua. Empecé dando pequeños lengüetazos sobre sus labios vaginales y luego pasé a la acción. Bordeé el clítoris con mi lengua con lentitud y suavidad. Hacía movimientos desde abajo a arriba, introduciendo de vez en cuando mi lengua dentro de su agujero. Ella levantó y abrió las piernas mostrándome también el agujero de su culo, al que también acaricié y besé.
Veía que el momento iba a llegar. La penetración estaba cerca. Con cualquier otra mujer, no hubiera hecho falta preguntar. Pero, ella era distinta a todas las mujeres con las que había estado. Levanté la cabeza y pregunté: - ¿Quieres que lo hagamos? No tenemos por qué hacerlo.
Vi como su rostro cambiaba de placer a alegría. A lo que respondió: - Si he de perder mi virginidad algún día, me gustaría que fuese con alguien como tú. Y da la casualidad que estás aquí, a mi lado. Aunque no te conozca has demostrado más ternura que cualquiera de los chicos con los que he estado. Acto seguido bajó sus brazos buscando mi miembro. Lo agarró con la punta de los dedos y se lo llevó a la entrada de su raja.
Yo, me mojé las manos con saliva y se la unté en la vagina. Fui empujando poco a poco abrazado a ella. Fui notando como iba haciéndose hueco entre su cavidad. La cara de Marta reflejaba dolor, pero me animaba a que siguiera. Pronto ya había entrado la mayor parte y empecé un mete saca muy suave. A los pocos minutos la cara de Marta había cambiado y volvía esa cara de lujuria. Puso sus dos manos sobre mis nalgas y me empujaba hacía ella. Yo tenía miedo por una parte de hacerle daño, pero por otra estaba muy excitado y quería darle caña.
Como no tenía preservativo saqué la polla de su interior. Noté que estaba pringosa. Tenía algo de sangre. Ella me dio unos pañuelos de papel para que me limpiara, se arrodilló delante de mí y de nuevo se introdujo mi miembro en su boca. Estaba a punto de caer. El ritmo de la mamada era frenético. Le avisé de que me venía, pero ella no se retiraba. De pronto descargué en su cara, pecho, boca. Jamás había echado tanto. Ella lamía mi semen que goteaba y se la introducía otra vez en la boca mamándomela otra vez, pero más suave.
Tras aquello nos limpiamos y nos vestimos. Quedamos los dos abrazados en el sofá. El sueño nos abordó. Estábamos rendidos. Dos trabajadores vinieron a las dos horas. Nos despertamos y nos marchamos. Cuando llegamos a la estación central, sus padres estaban muy preocupados. Corrieron a darle un abrazo. El padre se acercó a mí a darme las gracias. Yo le dije que el agradecido era yo, que si no fuera por su hija, seguramente lo hubiese pasado bastante mal.
Tras los saludos, Marta se separó por un momento de su familia y se acercó hacía la mesa en la que me encontraba sentado. Me dio un beso en la mejilla, supongo que sus padres estaban delante y no quería que se pensasen nada malo. Me dio las gracias y me dijo que nunca lo olvidaría. Yo le di las gracias a ella y le dije que nunca la olvidaría.
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