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Mi Psicólogo y su mundo

Durante muchos años me psicoanalicé. No es que fuera una ferviente creyente del psicoanálisis, pero debo reconocer que más de una vez me ayudó a salir de algún mal trance.
Había conseguido, por recomendación, un buen analista, se llamaba Silvio y no voy a decir el apellido para no brindar información que no viene al caso.
Nunca fui una persona conflictiva pero si tuve mis rollos, como cualquiera.
Familia, parejas, sexo, trabajo, todo pasó por el diván de Silvio y fue desentrañándose de manera natural.
Me voy a detener un poco en él.
Silvio tendría entre 55 y 60 años. Era sumamente pulcro, educado, seco. No aparentaba la edad, era una persona de una estética impecable. Era de pocas palabras pero justas, muy reacio al diálogo que yo a veces proponía. Él solo largaba frases cortas o monosilábicas, que encendían en mí un motor necesario para mi verborragia. Muchas veces pensé que tras el silencio de Silvio, se escondían muchos secretos, me daba la impresión de ser ese tipo de persona.
Yo con él me abría decididamente, no tenía filtro para largar información, vomitaba todo sin ningún tipo de tapujos. De esa manera trabajábamos bien. Él se limitaba a escucharme y de vez en cuando apuntaba cosas en su carpeta y otras muy pocas me decía algo.
Un par de años duró esa relación. La de psicoanalista-paciente. Pero fueron años muy ricos y esclarecedores.
Recuerdo la época en que empezamos a hablar sobre mi vida sexual.
De a poco fui contándole mis andanzas. Mi episodio con Ramón y sus hermanos, la noche de sexo con el cura de mi escuela, el trío con mi novio y un travesti, todo, de a poco me fui desnudando ante él. El parecía no sorprenderse ante nada y había veces que yo le contaba cosas que habrían escandalizado al mismísimo Larry Flint, pero él parecía no asustarse. Pareciera ser que Silvio estaba acostumbrado a cosas como esas y quizás hasta más audaces.
La sorpresa fue un día en que ya terminando la sesión me dijo:
-pareciera ser que sos muy abierta al sexo-
-si- contesté
-abierta hasta donde?- preguntó
-no se, nunca lo pensé, hasta donde la situación de, creo.
-muy bien, por hoy terminamos, tomá
Y de su bolsillo sacó una tarjeta y me la dio. No decía nada. La tarjeta era negra y en rojo un número telefónico. Nada más.
-y esto?- pregunté
-una posible respuesta- me dijo él mientras me acompañaba a la puerta.
Sinceramente estaba desconcertada.
Mientras cerraba la puerta del ascensor me disparó.
-si querés saber la respuesta, llamá antes del sábado.
Se cerró la puerta y la incertidumbre me ganó por todos lados.
Era miércoles.
Llegué a mi casa y dejé la tarjeta arriba de la mesa. Me senté a mirarla como esperando una respuesta.
Miles de ideas me dieron vuelta por la cabeza, desde las más normales hasta las más estúpidas. No sabía que hacer.
Encima Silvio nunca me había dado indicio de nada como para saber por donde empezar a sospechar.
Tres horas después no aguanté más y agarré el teléfono.
Marqué los ocho dígitos.
A la tercera llamada una voz de mujer sensual pero firme me contestó del otro lado de la línea.
-Quién te dio este número- disparó a modo de saludo.
-Mi psicoanalista Silvio (y el apellido)- contesté.
-Muy bien, qué más te dijo?
-Nada más.
-Ok. El sábado a las 22:30 tenés que estar parada en la esquina de (una dirección que no viene al caso nombrar) se puntual y llevá una rosa roja en la mano.
Y colgó.
Si antes tenía dudas, ahora estaba peor.
El jueves y el viernes me rondó la situación en la cabeza.
Traté de llamar a Silvio, pero nunca contestó mis llamadas.
La cosa empeoraba. No sabía que hacer.
El sábado llegó y yo estaba como el miércoles a la tarde.
A medida que se acercaba la hora mi impaciencia crecía junto a mi incertidumbre. No sabía que hacer. Lo único que me alentaba a estar en ese lugar a esa hora era Silvio.
Él era el único motivo para meterme en eso y creo que fue él la causa por la que a las 21 hs. entré a bañarme y prepararme para “la cita”.
Llegué cinco minutos antes y me paré en la esquina con la rosa en mi mano.
Puntualmente delante de mí frenó un auto imponente. Importado, negro, con vidrios polarizados. Me abrió la puerta trasera.
Asomé mi cabeza para ver y ahí detrás una mujer, muy linda y elegante me recibió.
-subí, no tengas miedo- me dijo.
Subí. Me senté y me acomodé. Se acercó hacia mi la mujer y me beso los labios, un beso cargado de electricidad.
-Bienvenida- me dijo – no preguntes nada.
Me ofreció una copa de champagne.
-Tomá, relajate- me invitó.
Tomé el champagne mientras el auto iniciaba su marcha.
Intenté ver la ruta que íbamos a agarrar, pero de repente una sensación de sueño me invadió, se ve que el champagne tenía algo. Lo último que ví fue que subíamos a la Autopista Buenos Aires- La Plata.
No se cuanto tiempo habrá pasado hasta que me desperté, pero cuando lo hice estaba en una habitación blanca, acostada en una especie de camilla muy cómoda. No estaba sola.
En la habitación había otras chicas que al igual que yo estábamos desnudas. Éramos doce.
En el preciso momento que todas nos íbamos despertando, entró la misma mujer que viajó conmigo en el auto.
-Buenas noches. Por favor le voy a pedir que no hablen entre ustedes. Cualquier cosa que se digan no les va a esclarecer la situación. Sería inútil. Nada malo les va a pasar, todo lo contrario. Y sepan que si están acá, es por algo, porque alguien creyó en que ustedes son lo demasiado importante como para vivir lo que vivirán esta noche.
Apenas terminó su discurso abrió la puerta y por ella ingresaron doce mujeres y cada una se acercó a cada una de nosotras.
Se encargaron de nosotras. Nos masajearon y cubrieron nuestro cuerpo de lociones y aceites hasta darle brillo. Luego nos dieron una bata de seda color perla para cubrirnos.



Continuará.

4 comentarios - Mi Psicólogo y su mundo

justi98
que garca 😃 .... ahora me dejas con la intriga hasta el lunes.??? 😢
pabloalmagro
Excelentemente bien escrito y muy bien laburada la intriga del momento justo para cortar y dar pie a las segunda parte!

Mi Psicólogo y su mundo
maguito
dale con el segundooooo!!!besos