Los dos días que transcurrieron desde salí enfadada y desencantada, de la casa de mi vecino, no había vuelto a coincidir con él.
Incluso, llegué a dar nuestro juego totalmente por finalizado. Mis últimas palabras antes de dar ese tremendo portazo, gritando: «Puto impotente de Mierda» Conozco demasiado a los hombres, para saber que esas duras palabras, le habrían herido profundamente en su ego masculino.
Por mi parte, yo tampoco quería continuar esa locura. Sabía que estaba poniendo en jaque mi matrimonio, y la verdad, es que tanto Alex como yo, estábamos viviendo una etapa dulce y feliz, en nuestra relación.
Estaba completamente segura, de que no me dejaría arrastrar de nuevo por el morboso e insano juego que mi vecino había mantenido en los últimos días conmigo. Yo también me sentía herida como mujer. Mi amor propio había salido dañado, ya que no estaba acostumbrada a que un hombre me rechazara de esa forma.
«¿Por qué no había querido follarme?» Me pregunté más de una vez, sin poder obtener una certera repuesta. Estaba claro que me deseaba, ningún hombre hace correr a una mujer comiéndole el coño, si no le agrada. Había visto sus morbosos ojos, la forma de mirarme, de tocarme, de hablarme…
Desde que era casi una niña, yo estaba acostumbrada a que los hombres fueran siempre detrás de mí. Que intentaran ligar conmigo, que me miraran con deseo. Me encantaba ese juego en el que ellos intentaban seducirme, y yo, se lo ponía más fácil o más difícil; o de forma imposible, según mis apetencias. Siempre he sido una mujer muy caprichosa.
Mucha gente piensa que una mujer si es ardiente y fogosa como yo, prácticamente se acuesta con cualquiera que se cruce en su camino. En mí caso, tengo que decir que eso es totalmente incierto. Ya que siempre fui muy selectiva, a la hora de acostarme con un tío. Aunque en ocasiones, reconozco que me ha picado más el propio morbo o la excitación del momento, que la propia apariencia física.
Me gustan guapos, muy cuidados, altos, morenos; pero sobre todo muy masculinos y muy hombres. Una voz varonil, una mirada segura y penetrante, unas manos fuertes y vigorosas, una sonrisa franca, un caminar decidido y erguido…
Aunque es verdad que a veces los prototipos se rompen sin conocer la verdadera razón. De repente, te puedes sentir atraída por un hombre que no cumple ninguna de esas características. No es la primera vez que me ha pasado, tal vez en esos casos, nuestro subconsciente encuentra nuevos alicientes para querer experimentar con esa persona. Algo así me debía pasar con mi vecino, ya que físicamente quiero recalcar, que no era para nada el tipo de hombre en el que me solía fijar.
Aquella mañana, después de dejar a mi pequeño en la guardería, regresé a casa. Tenía intención de salir a correr, ya que siempre me ha encantado practicar deporte, afición que compartía por suerte con mi esposo.
Recuerdo que me puse unas cortas y ajustadas mallas de color negro y fucsia, un sujetador deportivo, una camiseta a juego con las mallas, y las zapatillas de running.
Salía de casa colocándome los auriculares deportivos, cuando justo en ese momento se abrió la puerta de mi vecino.
—Buenos días Olivia—lo escuché decir a mi espalda, justo cuando tocaba el botón de llamar al ascensor.
Me giré desconcertada, mi corazón se aceleró más intensamente de lo que lo haría, minutos más tarde corriendo.
—Buenos días —, respondí de la forma más seca posible.
Pero esa mañana mi vecino estaba acompañado. Otro hombre más o menos de unos cincuenta años, me miraba como embobado.
—¿Vas a salir a correr? Así tienes ese cuerpazo… — Declaró con una sonrisa en los labios, justo cuando se colocaba detrás de mí en el ascensor.
No contesté. No pensaba caer en sus juegos provocadores. Solo me concentré, intentando que el ascensor fuera más rápido, en ese descenso, que a mí se me estaba haciendo interminable. Los dos hombres me miraban de arriba abajo, haciendo comentarios en voz baja, que yo intuía obscenos y soeces. Haciéndome sentir cada segundo que pasaba, un poco más violenta.
—Luís, voy a tener que venir más a tu casa. Tienes un vecindario, que da gloria verlo —, manifestó el otro hombre jocosamente.
Al escucharlo, no pude menos que cruzar una mirada con mi vecino. Noté un brillo especial en sus ojos, como si me dijera: «Por fin sabes mi nombre. A este idiota se le ha escapado».
Justo cuando se abrieron las puertas del ascensor, Luís y su amigo se quedaron dentro, obligándome con ese gesto, a salir a mí primero.
En ese momento, justo cuando alcanzaba la puerta para salir, pude noté un fuerte azote en una de mis nalgas. Miré hacia atrás con los ojos echando fuego, con una mezcla de indignación y de ira.
—¿Tú de que vas? — Grité, fuera de mí.
—¡Olivia no te enfades, mujer! ¡Qué tampoco es para tanto! Tú y yo tenemos confianza para esto, y para mucho más—, indicó mi vecino, sin perder los nervios y sin dejar de sonreír.
Le hubiera dicho unas cuantas cosas, pero no quise perder más tiempo. Quería huir de allí cuanto antes. En parte, me sentía responsable de todo lo que me estaba pasando, por haberle dado alas, a comportarse de esa forma conmigo
—¡Joder tío¡¡Qué buena está! —Escuché decir a su amigo, justo antes que yo saliera del portal, pusiera el Garmín, y comenzara a correr.
Pensé que tal vez Luís, le habría contado a su amigo la clase de juego que él y yo habíamos tenido desde que yo había llegado al edificio.
«¡Será imbécil!» Lo insulté con rabia dentro de mí.
Estaba exasperada, totalmente enfurecida y rabiosa. No sabía que me había molestado más, si la forma de hablarme, que me hubiera dado un cachete en el culo, o que hubiera hecho todo esto, faltándome el respeto delante de su amigo.
«Si vuelve hacer algo parecido, le daré una patada tan fuerte en sus partes, que se le quitarán las ganas para siempre», sentencié en lo más hondo de mí.
Ese día ha sido de las pocas veces que ni siquiera salir a correr, consiguió ser una especie de bálsamo para mí. Cuanto más aumentaba el ritmo, y más se aceleraba mi corazón, más crecía mi enfado.
Aún podía sentir, por encima de las finas mallas de running, su mano azotando una de mis nalgas.
«Tú y yo tenemos confianza para esto, y para mucho más.» Sus palabras se repetían una y otra vez dentro de mí, como si hubiera eco dentro de mi cabeza. Cuanto más las escuchaba, más me sonaban como una terrible amenaza.
«¿Acaso querría chantajearme? ¿Sería capaz contárselo todo a mi marido?». Por fin llegué a casa y me metí en la ducha. El agua fría mitigó en parte cualquier asomo de mal presagio.
«Tendría que tener un cara a cara con él». Me dije a misma convencida. Pensé en llamar a su puerta, quizá estuviera ya en casa. Pero era un hombre tan misterioso que, desde su casa, nunca emanaba ningún ruido.
Salí decidida y me fui directamente hasta su puerta. Tenía que solucionar esto cuanto antes. Entonces toqué el timbre, y esperé nerviosa. Nadie abrió la puerta ni escuché el menor sonido. Volví a llamar, obteniendo idéntico resultado.
«¿Estaría dentro mirándome por la mirilla? ¿O seguiría en la calle con su amigo?» Las dudas me golpeaban.
—¿Querías algo Olivia? —, escuché su voz adusta y grave, justo detrás de mí.
Me giré desconcertada. Instintivamente lo miré a la cara, no me dio tiempo a esquivarlo. Justo en ese momento salía del ascensor. Estaba tan concentrada en mis propios pensamientos, que ni siquiera había escuchado cuando las puertas se abrieron.
Me quedé sin palabras, mientras lo veía acercándose con pasos firmes y decididos, sin dejar de mirarme, sin apartar su penetrante mirada, sin retirar su sarcástica sonrisa.
—¿Querías decirme algo? ¿O tal vez querías volver a meterte en mi cama? ¿Tan cachonda estás, que ya no puedes esperar a que regrese tu esposo? — Más que preguntas sonaron como acusaciones, su tono me resultó más hiriente y agresivo, que de costumbre.
—Quería hablar contigo —, le dije intentando disminuir mi nerviosismo —Solo hablar —, reiteré.
—¿Solo hablar? Olivia, la verdad es que me siento decepcionado — expuso intentando provocarme. Manteniéndose tan cerca de mí, que incluso podía notar el calor de su cuerpo.
—Luís —, me atreví a llamarlo por primera vez por su nombre propio. —Estoy casada. Felizmente casada —, rectifiqué. —Tengo un hijo pequeño, y estamos hablando de ir a por el segundo. Nos acabamos de comprar este piso. No quiero hacer esto, no puedo poner en peligro lo que más quiero—, le dije casi al borde de las lágrimas.
—¿Esto? ¿A qué te refieres con que no quieres hacer, esto? —, preguntó poniéndome una mano en la cadera, que yo estuve a punto de rechazar de un violento manotazo. Sin embargo, me aparté un poco hacia atrás, escapando del contacto de esa mano, de una forma menos agresiva. No quería agravar la situación, me daba miedo hacerlo enfadar en esos momentos.
—A todo este juego —, intenté explicarle —Me refiero a ti y a mí, a que me toques cuando te viene en gana, igual que hiciste esta mañana. Sé que todo ha sido culpa mía, pero te pido por favor que olvides todo lo que ha pasado entre nosotros—, lo dije mirándole a los ojos, poniendo cara de niña buena, buscando su empatía.
Él se pegó mí, arrinconándome contra su puerta. Entonces volvió a poner su mano sobre mi cadera, a la altura de la parte superior de mi falda.
—¿Sabes por qué te di un azote esta mañana? —, me preguntó bajando el tono, situando su boca, peligrosamente cerca de mi oreja.
No contesté. Quería que me dejara en paz. No pretendía seguirle el juego. Además, me daba miedo que cualquier vecino pudiera vernos en esa actitud.
—Eres mía Olivia, por eso te toco cuando quiero, o te digo lo que me da la gana. ¿Y quieres saber porque eres mía? —, Volvió a interpelar, rozando ya el lóbulo de mi oreja directamente con sus labios.
—No, no quiero ser de nadie. No quiero que me hables así —, respondí balbuceante.
—Eres mía porque cuando hago esto, tú te abres de piernas —, dijo poniendo una mano entre mis muslos, e introduciéndola por debajo de mi falda, hasta rozar con la punta de sus dedos, mis bragas.
Entonces dejé escapar un leve y sutil gemido, del que me sentí avergonzada casi al instante.
—Eres mía —dijo rozando mis labios con los suyos —Porque cuando te beso, tú te pones cachonda — añadió juntando su boca a la mía.
Sentí la punta de su lengua sobre mis labios, entonces los abrí para dejarlo pasar. En ese momento, nuestras lenguas se juntaron en un ardiente y tórrido beso. Él se separó unos centímetros de mi boca. Incluso hasta en esa posición, sin poder verlo directamente, podía intuir su morbosa sonrisa.
—¿De quién eres Olivia? —, preguntó elevando el tono.
—Tuya. Soy tuya —, respondí ansiosa murmurando en voz en baja. Pegándome nuevamente a su boca, buscando un nuevo beso.
El comenzó a morrearme, primero de forma suave, luego aumentando la intensidad. Al mismo tiempo, su mano traspasó la frontera de mis húmedas bragas. Noté como sus dedos forzaban la frágil y tenue resistencia de mi sexo, colándose con vehemencia dentro de mi vagina.
Mi boca se despegó de la suya, necesitaba coger aire y exhalarlo en forma de gemido. No podía contener dentro de mí, los placenteros jadeos que me inundaban.
Sentir sus dedos, entrando y saliendo a su antojo de mi vagina, me hicieron sentir unos morbosos deseos de ser follada allí mismo. En el portal, a la vista de cualquiera, dándome igual que pasará algún inoportuno vecino.
—Esta noche cuando te esté follando el cornudo de tu esposo ¿Te correrás para mí? —, me interpeló, poniéndome a prueba.
—Sí. Pero por favor, no pares. Sigue besándome y follándome con tus dedos —, dije con dificultad.
—¡Quiero ver cómo te follan! —, Me soltó de repente.
—¡Hazlo tú! ¡Fóllame tú! — Grité más alto de lo que me hubiera gustado expresar.
Entonces él paró de repente, sacando su mano de entre mis piernas.
—Quiero ver la cara de puta que pones. Quiero ver cómo te folla —, me repitió.
—No puedo. Mi marido nunca consentiría que estuvieras presente mientras hacemos el amor —, respondí un tanto anonadada, sin comprender que me estaba sugiriendo.
—Solo sé que necesito ver como te lo hacen —, se expresó lacónicamente —¡Ahora vete! Tengo muchas cosas que hacer, y he de marcharme.
Suspiré agobiada. No me acostumbraba a sus cortantes cambios, a sus subidas y bajadas. Pero no me atreví a decir nada. Me coloqué bien las bragas y me bajé la falda.
Volví a intentar besarlo antes de meterme en casa, pero él me esquivó.
—¡Ahora vete! Mañana nos vemos — Exclamó categórico y autoritario.
No respondí. Me hubiera gustado que me acompañara. Meterlo en mi cama, que me viera desnuda, que me besara; sentir sus manos sobre mi cuerpo, tener su boca, disfrutar su polla…
Cerré la puerta, y fui desnudándome por el pasillo, dejando mi ropa tirada abandonada en el suelo. Estaba tan cachonda que, hasta el propio roce de mi sexo al caminar, era toda una tortura.
Primero me quité la camiseta, luego me saqué la falda, las bragas, las medias, los zapatos...
Marché directamente hasta el baño y abrí el grifo de la bañera, mientras se llenaba, fui hasta mi dormitorio, abrí el primer cajón de mi mesilla, y cogí un grueso consolador de color carne.
Acto seguido me dirigí como un autómata de nuevo al baño. Como si en ese momento estuviera solo programada para hacer eso, me sumergí en el agua cerrando los ojos, abrí mis piernas y me introduje la gruesa polla de gelatina sintética dentro de mi sexo. Me lo metí lentamente, poco a poco, sintiendo como mi chochito tragaba cada centímetro del grueso consolador. Cuando lo tuve entero incrustado en mi vagina, abrí los ojos, dejando escapar un largo y áspero gemido. Experimenté tanto gusto, que no pude evitar bramar como un animal en celo.
Luego, comencé a follarme como una loca, con los ojos cerrados imaginando a mi vecino.
«Luís, Luís fóllame. Soy tuya», me repetía incentivando mi propia excitación.
Un intenso orgasmo devoró mi sexo, haciendo temblar todo mi cuerpo.
—¡Joderrrrrrrrr que gustooooo…! — No pude menos que chillar. No pensé en nadie más que en mí.
Luego cerré los ojos y me quedé dormida. Metida en la bañera, con el consolador abandonado dentro de mi sexo. No sé cuánto tiempo pasé así, Media hora, una hora… no podría decirlo con exactitud. Solo recuerdo que me desperté, sintiéndome por fin feliz y relajada.
Una cosa tenía clara, Luís y yo no éramos amantes, o por lo menos no manteníamos ninguna relación tal y como yo había conocido hasta ese momento. En nuestro caso, no había ningún tipo de equidad, él era el que decidía los tiempos, el modo, las formas, el lugar, todo…
En el fondo, eso era lo que más me excitaba de nuestros juegos. Nunca sabía cuando iba a suceder algo. Podía tirarme días enteros sin verlo, manteniéndome ansiosa, y de repente, una mañana cuando menos me lo esperaba, me lo encontraba de frente.
Aquellas semanas follaba cada noche con mi esposo con mayor intensidad que de costumbre, solo pensar, que Luis podía estar escuchándome y estar masturbándose al otro lado de la pared, me ponía tremendamente cachonda.
Recuerdo aquella mañana. Alex estaba a punto de marcharse al trabajo. Ya estaba en el portal, pero de repente se giró, y volvió a repetirme.
—Olivia, no te olvides de pasar por el banco. Cuando dejes al niño en la guardería, tienes que acercarte a la oficina, y realizar la transferencia. Es muy importante que la hagas hoy, para que les llegue el dinero el lunes a primera hora—, dijo acercando su boca a la mía para darme un beso de despedida —Te quiero nena —, añadió cariñosamente antes de irse.
—Yo también te quiero —, respondí —Y no te preocupes más por la transferencia, déjala de mi cuenta —, añadí justo antes de cerrar la puerta.
Mientras, mi hijo lloraba desconsoladamente pidiéndome el biberón que yo estaba preparando. Cinco minutos después de marcharse Alex, sonó el timbre de la puerta.
Me acerqué extrañada con mi niño en brazos, pensando que seguramente sería mi marido de vuelta, porque tal vez se habría olvidado de algo.
Miré por la mirilla y abrí la puerta, sin perder un solo segundo.
—Buenos días Olivia —, me dijo Luís mirando a mi pequeño, que sujetaba en brazos.
—Luís ¿Qué haces aquí? —, pregunté asombrada. Jamás hasta ese día se había atrevido a llamar a mi puerta.
—Luego —, comenzó diciendo —Cuando dejes a tu hijo en la guardería, ven a mi casa. Quiero hablar contigo —, añadió guiñándome un ojo.
No pude menos que sentir una instantánea excitación.
—¿Quieres que me ponga algo especial? —, le pregunté pícaramente.
—Vístete como una puta —, respondió de forma socarrona — Ven, como vas siempre. Así —, añadió apuntando la ropa que llevaba, y dándome una leve y cariñosa palmada en el culo.
—De acuerdo, luego te veo —, dije mirando a mi hijo —Tiene hambre—, agregué.
—No tardes —, manifestó marchándose sin despedirse.
Intenté quitarme a Luis de la cabeza en lo que daba el desayuno al pequeño. Luego lo senté en la trona, en lo que yo terminaba de prepararme.
Me puse unas medias oscuras, estrené un tanga a juego de color negro, que había comprado hacía unos días. Sabía que era el color, que más le gustaba a Luís en la ropa interior femenina. Luego me probé varias minifaldas sin decidirme por ninguna. Al final, opté por una de cuadros vichí de color blanca y negra. Después me puse una camisa blanca, sin sostén y, para terminar, elegí unos zapatos nuevos negros de tacón. Di tres o cuatro vueltas alrededor del largo espejo de mi dormitorio.
«Estás perfecta, Olivia», me animé, a mí misma satisfecha del resultado.
Una vez terminé de prepararme, cogí a mi hijo y lo metí dentro de cochecito, saliendo de casa apresuradamente, me dirigí hasta la guardería. Después de dejarlo con las cuidadoras, pensé en pasarme por el banco. Le había asegurado a mi marido, que me pasaría sin falta para hacer la dichosa trasferencia. Pero entonces dudé.
«Le pondré cualquier excusa, siempre he sido una mujer de recursos. Seguro que se me ocurriría algo», pensé marchándome con prisa para casa.
Por fin estaba frente a su puerta. Toqué el timbre notando como mi mano temblaba como una quinceañera en su primera cita. La puerta se abrió.
—Pasa Olivia. Me alegro de verte —, dijo apartándose a un lado, para dejarme entrar, y cerrar la puerta tras de mí —Tomemos algo antes de ir al dormitorio—, me invitó agarrándome por la cintura.
—¿A estas horas? — Pregunté riendo.
—Para según qué vicios, nunca es demasiado pronto, ni jamás es demasiado tarde —, respondió dándome un fuerte azote en el culo, que a mí me supo a gloria —¡Qué culazo tienes, zorra!
Yo reí divertida. Siempre me ha gustado que me hablen así cuando estoy cachonda.
¿Qué prefieres? ¿Una cerveza? ¿Un vino? ¿Una copa? —, me ofreció, sin parar de sobarme el culo.
—Ya sabes que para follar conmigo, no tienes que emborracharme —, bromeé —Pero una cerveza está bien —, añadí.
Entonces abrió el frigorífico y sacó una lata de cerveza de marca blanca de un famoso supermercado.
—Vayamos al salón —, sugirió, agarrándome nuevamente por la cintura.
Nada más entrar al salón, se me heló la sangre. Sentado en el sofá había un hombre.
«¿Cómo podía haberme hecho una encerrona semejante?», pensé desilusionada y nuevamente cabreada.
—Hola Olivia, me alegro de volver a verte —, me saludó el hombre, si tan siquiera levantarse.
Lo reconocí en ese mismo instante, era su amigo, el que había presenciado como Luís, me daba un azote en el culo en el ascensor.
Mi primera reacción fue largarme de allí. Salir de ahí cuanto antes. Pero Luís estaba apoyado contra la puerta, impidiéndome salir del salón.
—Olivia —dijo con voz extremadamente pausada y tranquila —Él es Pablo, mi mejor amigo.
Miré a Luís con odio. Llena de ira me acerqué hasta él, con tono amenazante comencé a gritar.
—Quiero irme —, chillé —Quítate de la puerta —, estallé con tono amenazante.
—Tranquilízate Olivia ¿Se puede saber qué te pasa? —, Preguntó sujetándome por los brazos
—¿Qué que me pasa? ¿Qué hace él aquí? —, chillé cada vez más nerviosa apuntando a Pablo que permanecía en silencio.
—¡Siéntate! — Dijo empujándome contra uno de los destartalados y viejos sofás —Pablo se marchará pronto. Te lo aseguro. Te he dicho que te tranquilices. ¡Si quieres largarte!¡Márchate a casa con tu marido y no vuelvas en tu puta vida! —, exclamó de forma imperativa.
Permanecí callada, no me atreví ni a levantar los ojos del suelo. Luís estaba verdaderamente enojado conmigo, y me estaba amenazando con no volver a querer verme. Entonces me di cuenta de que sostenía la cerveza que él me había dado en la cocina, tiré de la anilla y bebí un largo trago.
—El otro día creo que te lo dejé bien claro —, dijo algo más sereno. —Te señalé, que me gustaría verte follando —expresó eso último alzando un poco la voz.
—Y yo te aseguré que Alex, nunca consentirá que ningún hombre esté presente cuando hacemos el amor —, hablé por fin, con la voz entrecortada.
—Lo sé Olivia, nunca pondría tu matrimonio en peligro —, manifestó sentándome a mi lado.
—¿Entonces qué quieres? ¿Quieres que grabe a traición como follo con mi esposo?
—¡Por supuesto que no! — Me interrumpió. —Por eso había pensado en Pablo —, en ese preciso momento, volví a recordar que no estábamos solos.
—Ni lo sueñes —, respondí poniéndome a la defensiva —No voy hacer un trio contigo y con tu amigo —, dije casi despectivamente.
—Pero ¿quién cojones ha hablado aquí, de hacer un trio? Olivia ¿es qué no lo entiendes? —, me preguntó con tono cansado.
En ese instante lo comprendí todo. «¿Cómo podía haber estado tan ciega?».
—¿Quieres que me folle a tu amigo, para que tú puedas ver como lo hacemos? —, pregunté incrédula.
Luís asintió afirmativamente con la cabeza.
—¡Por fin lo has entendido! —, admitió haciendo un gesto de dar palmas.
—¿Y de verdad piensas que me voy a follar a ese señor, para que tú te masturbes? ¿Estamos locos? —, Pregunté cada vez más desconcertada y exasperada.
—Ese es precisamente el quid de la cuestión. ¿Lo harías Oliva? ¿Estarías dispuesta a dejarte follar por Pablo para que yo lo disfrutara? —, me interpeló cogiendo una de mis manos, sosteniéndola entre las suyas.
—Quid pro cuo —Dije imitando la locución latina que él acaba de formular —Follar con Pablo en lugar de contigo —, añadí asombrada de que se atreviera a pedirme semejante cosa.
—Olivia ¿lo harías por mí? ¿O prefieres marcharte y que nos olvidemos de todo esto para siempre? —, preguntó lanzándome un órdago.
Un incómodo silencio volvió a caer encima de mí de repente, como si se tratara de una pesada losa. Me sentía tan encolerizada, que mis palabras se arremolinaban unas tras otras dentro de mi cabeza. Estaba tratando de ordenarlas, para poder expresarlas de forma más clara.
«¡Por supuesto que no voy a follar con Pablo para satisfacerte a ti! ¡Imbécil! ¿Es qué piensas que soy la ONG del sexo? No haría nada así por nadie, y menos por un idiota como tú. ¿Si no eres capaz de follarme… para que juegas conmigo?»
Estaba apunto escupirle todo esto a la cara, y largarme de allí cuanto antes «¿Para qué perder más tiempo?»
Cuando de repente, Luís hizo algo que volvió a dejarme desconcertada. Entonces, pegó su boca a la mía sin dejarme contestar. No me dio tiempo ni tan siquiera a reaccionar. No me esperaba para nada algo así en ese momento. Pude sentir sus labios sobre los míos, cerré los ojos y me dejé llevar.
Fue el beso más suave y cálido que Luís me había dado hasta ese momento. Sus labios se mostraban tersos y sedosos; manifestándose sutiles y exquisitos. Oportunamente, consiguieron apoderándose de los míos. Su lengua entro en mi boca, tímida pero decidida.
Luís supo aprovechar ese momento para posar su mano, suavemente sobre uno de mis muslos. Solo fue un sutil roce con la cálida yema de sus dedos, una caricia, un tímido cosquilleo. Tan solo un leve contacto, pero preciso y suficiente, para que yo abriera sin querer hacerlo, un poco más las piernas.
Pero él no aceptó mi tenue invitación, no quiso abrirse paso por mis muslos, donde un poco más arriba, lo esperaba mi ardiente sexo. Sabía que, de esa forma, me mantendría mucho más ansiosa y excitada.
Entonces, despegó sus labios de los míos, y los acercó a mi oído. Comenzó a susurrar. Pude notar el roce de sus húmedos labios sobre el lóbulo de mi oreja. Sus palabras sonaron con una fina melodía. Estaba cachonda, era como si me hubiera embrujado. En un solo instante, con ese simple gesto, había conseguido transformar todo mi enfado, en una peligrosa y desbordante excitación
—Olivia —, repetía mi nombre de forma incesante —Será como estar conmigo. Yo estaré a tu lado, mirándote y deseándote a partes iguales. Podrás sentirme, escucharme. Notar cuanto me gustas. Cuanto te deseo…
En ese momento la mano que rozaba mi muslo, comenzó a palparlo de una forma más intensa y decidida. Avanzando hacia delante las posiciones que mantenía en la retaguardia, hasta que pude notar el roce de la punta de sus dedos, contra mis bragas.
—¿De quién eres Olivia? —, me preguntó justo en ese instante, en el que mi excitación era ya de sobra palpable. Incluso me pilló al límite, de dejar escapar un breve suspiro.
—Tuya —, dije moviendo el cuello, buscando su boca para volver a besarnos de nuevo.
—Demuéstramelo. Quiero ver que de verdad eres mía. —, me pidió, justo el instante antes, de que nuestros labios se juntaran.
Ese fue el momento, en el que miré a Pablo. Hasta ese momento, ni siquiera había recalado en él.
Pablo debía de tener unos cincuenta años, se conservaba bien, era alto; tenía una barba recortada, muy cuidada e inundada de canas, que le otorgaban un aspecto serio y varonil. Podría decirse que tenía cierto atractivo, sin embargo, no era el tipo de hombre en el que yo me hubiera fijado si hubiéramos coincidido en la calle o en algún bar.
El hombre, había permanecido prudentemente en silencio, observando la escena como un mero espectador que no ha sido invitado a participar. Incluso, en algún momento me había olvidado de su presencia.
Vestía con unos pantalones vaqueros y una camisa a rayas blancas y azules perfectamente planchada, por lo que supuse que estaría casado. Me fijé es su pose, mantenía los brazos cruzados, como si estuviera a la defensiva de un más que probable rechazo por mi parte. No dejaba de mirarnos impacientemente.
Entonces me puse de pies, avancé hasta él. Lenta y pausadamente, casi a cámara lenta, dejando que ese desconocido me devorara con la mirada. Cuando llegué hasta donde él estaba, me senté sobre sus piernas, dándole la espalda, y mirando a Luís de frente.
—¿Es esto lo que quieres? ¿Ver cómo otro hombre, sabe disfrutarme? —, manifesté de repente, intentando herir su orgullo, como represalia por haberme puesto en semejante tesitura.
Sentí las manos del extraño agarrándome por la cintura, mientras Luís me miraba con un brillo especial en los ojos. Ya no sonreía. En ese momento, su socarrón y perpetuo gesto que siempre exhibía, había desaparecido. Estaba serio y circunspecto.
—Por fin lo has entendido. Ahora quiero que te lo folles —Dijo con un tono totalmente imperativo y autoritario.
Las manos de Pablo fueron ascendiendo desde atrás, hasta llegar a mi busto. Comenzó a palparme los pechos por encima de la camisa. Sin dejar de mirar a Luís, yo misma me fui desabotonando uno a uno los botones de la camisa, que fue cediendo y abriéndose ante el empuje de mis exuberantes frondosos pechos.
Deseaba entregárselos, ofrecérselos a un desconocido, para que Luís viera lo que se estaba perdiendo. Pablo no tardó en aceptarlos, agarró uno con cada mano, como si de un regalo se tratase.
—¿Te gustan? —, dije girándome, y mirando a Pablo por primera vez a los ojos.
—Me encantan. No me las imaginaba tan grandes —, respondió sin dejar de sobármelas.
Entonces me levanté un instante, aprovechando ese momento para subirme un poco la falda, para que me permitiera hacer el siguiente movimiento. Poniéndome a horcajadas encima de Pablo. Nos miramos un instante, apenas nos habíamos visto, un segundo más tarde, comenzamos a besarnos apasionadamente.
Fue un beso lleno de precipitación y deseo. Ambos estábamos muy excitados. Comencé a mover en círculos mi cadera, mientras no dejábamos de comernos la boca, intentando notar el bulto de su pantalón, sobre mis húmedas bragas.
Una de sus manos seguía acariciando por el lateral, una de mis tetas. Mientras con la otra, intentaba redondear el perímetro de mi culo, por encima de la tela de mi falda.
Separé mi boca de la suya, necesitaba imperiosamente el contacto de su cuerpo. En ese momento, comencé a desabrochar, ansiosa y apresuradamente los botones de su camisa. Tenía vello en el pecho, no demasiado. Sus pectorales mostraban algunas canas, pero se mantenían firmes y sorprendentemente tersas. Entonces tiré mi cuerpo un poco hacía atrás, para así poder comenzar a besar todo su tórax.
Me encanta besar esa parte del cuerpo de un hombre, sentir su olor, su masculinidad, su esencia… Chupé sus pechos, recorriendo con mi ávida lengua, cada centímetro de su piel. Pero necesitaba más, sentía la impúdica demanda de dar un paso más atrevido.
Me levanté perezosamente de su regazo, me quité la camisa, tirándola al suelo.
—¡Bájate los pantalones! — Dije buscando con la mirada a Luís —Quiero ver que tienes ahí —, añadí señalando morbosamente la entrepierna de Pablo.
Yo aproveché ese momento para quitarme la falda, mientras él, se deshacía como si le quemaran los pantalones. Entonces volvió a sentarse en el viejo y decrépito sofá. Yo me hinqué de rodillas, metiendo mi cabeza entre sus velludas piernas. Después comencé acariciar aquel bulto, que sobresalía debajo de sus calzoncillos.
Como si fuera un regalo que no te atreves a desenvolver, fui poco a poco metiendo mis dedos dentro, hasta que por fin la tuve en la palma de mi mano. Dura y sólida. Pude sentir toda su potencia masculina en mi mano, como especie de estaca pétrea y consistente.
La saqué fuera del calzoncillo, y entonces la miré con deseo. Aproveché para comenzar a masturbarlo, a tan solo un par de centímetros de mi cara.
—¿Has visto que dura la tiene? —, dije sonriendo, mostrándole a Luís toda la excitación que Pablo sentía por mi culpa.
—Todos te desean Olivia, y yo el que más —, me respondió Luís, mirando fijamente, sin perderse un solo detalle, a solo un par de metros de distancia. —¿Deseas comértela? —, preguntó conociendo sobradamente mi respuesta.
Luís se acercó aún más, sentándose a nuestro lado. Compartiendo con nosotros, el envejecido y decadente sofá de sky rojo. Estaba tan cerca que incluso podía tocarlo. Aproveché esa cercanía para mirarlo detenidamente a los ojos, mientras con la punta de mi lengua bordeaba perimetralmente el glande de Pablo. Deseaba esa polla, al igual que me apetecía que Luís lo viera. Que sintiera toda mi excitación.
—¡Que rica! —, expresé justo el segundo antes de introducírmela entera, dentro de la boca.
Comencé a engullir ese duro y caliente trozo de carne con ansia. Sentir todo el ímpetu de un hombre, rozándome casi la garganta, me vuelve completamente loca. Pablo me sujetaba, poniendo unas de sus manos en mi corta melena rubia.
—¡Qué bien Olivia! ¡Qué bien me la comes! —. Escuché hablar a Pablo.
—Trágatela toda. Cómetela como una buena puta —, me animaba Luís.
Escucharlo hablándome así, me calentaba aún más. Eso hacía que el desmedido deseo que estaba sintiendo, se acentuara, se multiplicara de forma exponencial.
Mi subconsciente, me hacía fantasear, que esa vigorosa polla que estaba literalmente devorando, era la de Luís.
No aguante más, de forma instintiva llevé una de mis manos hasta mi sexo, introduciendo los dedos por debajo de mis chorreantes bragas. Sentí mi coño empapado, goteando toda mi esencia de hembra. Tenía el coño caliente, y noté mi clítoris hinchado. Percibí un escalofrió cuando dos de mis dedos se introdujeron dentro de mi excitada vagina.
—Muy bien Olivia, tócate el coño. ¿Te quema el coño? ¿Verdad zorrita? — Escuché la morbosa voz de mi deseado vecino.
—Tengo el chochito ardiendo ¿Quieres venir a tocarlo? —, lo invité a que se uniera a nosotros.
—Fóllame con tus tetas. Quiero sentir esas tetazas sobre mi rabo —, me pidió Pablo casi entrecortadamente —Si sigues comiéndome de esa forma la polla, vas hacer que me corra —, casi me suplicó para que parara.
Entonces puse su erecta verga en medio de mis pechos, y apretándola con ellos, comencé a masturbarlo.
—¡Joderrrrrr! —, exhaló Pablo al sentir el rítmico movimiento de mis tetas sobre su verga.
Miré a Luís, como necesitando su aprobación, al igual que hace una niña buscando agradar y sentir el afecto de un adulto. Él me sonrió, como dándome a entender que estaba muy satisfecho en como lo estaba haciendo. Estaba disfrutando de ver en directo, como me comportaba con un hombre, cuando estoy excitada.
—¿De quién eres? —, volvió a preguntarme, deseoso y seguro de escuchar la respuesta precisa.
—Tuya. Ya lo sabes —, respondí, sin dejar de complacer a su amigo con mis tetas.
—Olivia ¿quieres follártelo? —, me preguntó.
—Sí —, afirmé completamente convencida del fuerte impulso que sentía. —Estoy muy cachonda. Me siento muy puta —, añadí sin dejar de mirarlo a los ojos.
Me levanté del suelo, y me saqué las bragas, quedándome ya tan solo con los zapatos y las medias puestas.
—Ponte un condón —, dije de forma tajante, dirigiéndome a Pablo.
Él pareció dudar, primero me miró a mí y luego a Luís, como si no comprendiera lo que le estaba pidiendo.
—Olivia. No tienes nada de lo que preocuparte. Esta es la primera vez que Pablo le es infiel a su puritana y mojigata esposa —afirmó mi vecino haciéndome una mueca.
—Llevo veintiocho años casado — confirmó Pablo, quitándose los calzoncillos.
Yo hice un gesto como encogiéndome los hombros. Entonces me subí al sofá, poniéndome de rodillas encima del Pablo. Agarré su polla y la puse directamente frente a la entrada de mi vagina. Sentí su gordo glande rozándome los labios de mi vulva, En ese justo momento, sin poder esperar más, me dejé caer a plomo sobre su pene, sentí como se incrustaba en su totalidad, en el interior de mi coño.
—Ahhhhh —, lancé un fuerte gemido al saberme perforada.
Cerré los ojos un instante, como intentando retener ese inmenso placer que se produce, cuando llevas mucho tiempo necesitada y excitada, y puedes sentir como tu vagina se adapta al grosor de una buena verga.
—¡Qué gustooo! —, dije abriendo los ojos y buscando los de Luís, que observaba sin perderse ni un solo detalle.
Entonces me lancé ferozmente a cabalgar sobre Pablo, que miraba como hipnotizado el movimiento, que dicha galopada, producía en mis frondosas tetas.
—Que ricas —, dijo tratando de agarrar una, y llevársela hambriento a la boca.
—¿Te gusta cómo se mueven mis tetas? —, pregunté morbosamente sin dejar de follármelo.
—Me encantas tú entera. ¡No puedes estar más buena! —, Dijo casi entrecortadamente.
—A mí me gusta mucho tu polla, me está dando mucho gusto —, le confirmé.
—Que bien follas Olivia. Envidió a tu marido. Ya me gustaría a mí tener una puta como tú — me dijo dándome un beso en la boca.
—¿Os gusta? ¿Os gusta cómo follo? —, pregunté usando el plural —¿No te folla así tu esposa? ¿No se pone así de perrita? —, insistí entre gemidos casi a punto de correrme.
Entonces me puse de cuclillas en el sofá, clavando mis altos tacones en su sky de color rojo. Aceleré el ritmo, en ese momento el ruido que hacía mi vagina al chocar contra la pelvis del hombre, se escuchaba por toda la sala.
Pablo me miró a los ojos, como suplicándome que parara. Sabía que, si seguía sobreexcitándole de esa forma, se correría sin remedio.
—Déjame que te coma el coño —, dijo al fin, consiguiendo articular palabra.
Acepté la invitación encantada, me puse de pies, hundiendo todavía más mis tacones, sin ningún tipo de cuidado en ese viejo y decadente sofá. Pablo seguía sentado, entonces puse mi sexo en frente su boca. Él se tiró como un poseso a comérselo.
—¿Querías comerme el chochito? —, pregunté mirando la cara de Luís que seguía mirando junto a nosotros, sin masturbarse.
Yo agarré a Pablo por la cabeza, como intentando retenerla para siempre entre mis piernas. Sentí su lengua incesante, lamiendo y buscando mi clítoris.
Busqué a Luís con el rabillo del ojo, se había levantado y se había dirigido, a una larga mesa de comedor, que había justo frente a un pequeño televisor. Entonces comenzó a quitar todos los objetos que había sobre ella. Varios portafotos, y algunos horteras suvenir, de esos que se compran en las localidades más turísticas.
—Pongámosla aquí tumbada. Así podrás comerle mejor el coño —Dijo elevando el tono para que pudiéramos oírlo.
Me cogieron entre los dos, y me llevaron en volandas hasta allí. Luego me depositaron con mucho mimo sobre la mesa. Noté la fría superficie de la madera contra mi espalda. Abrí mis piernas, dejando mi rajita bien expuesta y abierta.
Pablo acercó una silla, y se sentó frente a mí. No paraba de mirarla. Entonces, metió sus manos bajo mis nalgas, deslizándome unos centímetros por la mesa, hasta acércame hasta él. Sentí su aliento sobre mi coño. No pude reprimir un breve gemido.
—Que zorra eres Olivia, no se puede ser más puta —dijo rozando mi hinchada y enrojecida vulva, con sus labios.
Entonces sentí su lengua, primero acariciando la entrada de mi vagina, a continuación, fue perdiéndose por todo mi coño, ascendiendo hasta llegar a mi duro clítoris. Comenzó a mover su lengua, primero en círculos, luego en una especie de zigzag. Eso me volvió completamente loca.
—Ahhh…Ahhh…Ahhh —, empecé a estremecerme de un ávido placer, que se apoderaba de mí. No puede evitar tensar mi cuerpo, arquear la espalda, ya ni siquiera notaba el frio o la dureza de la superficie de la mesa.
Luís comenzó besarme. Sentir la lengua de uno en mi boca, y la de su amigo sobre mi coño. Me hicieron enloquecer de gusto.
Mi vecino sabía que estaba a punto de correrme, y comenzó a manosear mis pechos, sin dejar de besarme. Noté sus dedos pellizcándome, suavemente los pezones, manteniendo su lengua sobre mis labios.
—¡Me corroooooo… ¡Me corrooooo…! ¡Ahh…! ¡Qué gustoooo me dais!—, comencé a gemir, y a temblar a la vez. En una incontrolada excitación, a punto de estallar en un inmenso placer.
—Eso es, córrete. Demuéstrale a Pablo como se corre una buena puta —Me gritaba mi vecino. —¡Vamos puta córrete!
—¡Síiiiii…!¡Qué gustooooo!¡Cómo me gusta, joderrrr…!¡Ahhhhhh…!
Lo peor de cuando tengo un orgasmo tan intenso, es que quedo totalmente exhausta, y excesivamente agotada. Mis piernas tiemblan, como si sufrieran fuertes espasmos, mi corazón se acelera, mi respiración se agita hasta casi ahogarme.
Quedé rendida, allí tumbada sobre la mesa. Mientras los escuchaba hablar inerte.
—Llevémosla a la cama. Allí podrás follártela como quieras —, me ofreció Luís a su amigo, como si yo fuera un objeto sexual de su posesión.
—Mira lo mojada que ha dejado la mesa —, escuché decir Pablo totalmente sorprendido, por el exceso de flujos vaginales.
Poco a poco mi respiración se acompasó, y volví a la calma. Entonces me incorporé, como la que vuelve a la vida, sentándome al borde de la mesa. Ambos me ayudaron a bajar, ya que con los tacones puestos tenía miedo a resbalar.
—Vamos a la cama—, dije llevando la iniciativa, dirigiéndome hasta el dormitorio totalmente desnuda, mientras ellos me seguían sin dejar de mirarme el culo.
Cuando traspasé la puerta del dormitorio, comprobé que Luís ni siquiera se había molestado en hacer la cama. Esta permanecía deshecha seguramente de varias noches. No me importó. Me puse sobre el colchón, apoyándome sobre las rodillas y sobre mis manos. Ofreciendo así mis partes traseras al borde la cama. Entonces giré mi cabeza hacía atrás, miré a Pablo mordiéndome los labios.
—Vamos —, apremié —Métemela.
No me hizo repetirlo de nuevo. Pablo se situó justo detrás de mí y me la metió de un solo golpe de cadera.
En esa posición puede sentir de una forma más placentera, y con mayor intensidad, las fuertes embestidas.
—Dale fuerte. Fóllate a la perra ésta, como ella le gusta—, escuché decir a Luís animando a su amigo. Me encanta que me hablen de esa forma cuando estoy tan cachonda, eso aumenta aún más mi excitación. A veces yo misma los provoco para que lo hagan.
Entonces sentí dos fuertes azotes sobre mis nalgas que me hicieron temblar de gusto. Nunca supe, quien de los dos me los propinó, ni siquiera me giré para comprobarlo.
—¡Qué culazo tienes, zorra! —, dijo ahora Pablo propinándome dos suaves y tímidos cachetes.
—¡Ahhh! — Exclamé poseída del gusto —¡Dameeee! Pégame más fuerte —, casi supliqué.
—¡Toma zorra! — Chilló Pablo, al mismo tiempo, que ahora sí, me propinaba dos buenas cachetadas, tal y como a mí me gustan.
—¡Ahhhhhhhh! — Bramé al sentir la palma de su mano sobre mis poderosas nalgas.
No pasó mucho rato hasta que comencé a sentir la llegada de un nuevo orgasmo.
—No pares. No pares —, exigí al borde del éxtasis.
—¡Joderrrrrr…! ¡Dame fuerte, más fuerteeeeeee…! — Chillaba como poseída por la fuerte excitación del momento
Pablo aceleró sus fuertes embestidas. Entonces pude notar como comenzaba a eyacular dentro de mi ardiente chochito.
Me encanta esa sensación, sentirme invadida interiormente por la descarga de un hombre, dentro de mi vagina.
—¡Córrete, llénameeeeee con tu leche! ¡Yo también me corrooooo! ¡Ahh..!—, Grité de placer. La sensación de gozo fue sublime. Fue un momento mágico. Sentir ese intenso y eléctrico orgasmo, justo cuando Pablo eyaculaba, tan dentro de mí.
—¡Toma puta, toma mi leche! ¡Tómala toda! — Decía justo cuando descargaba su más que copiosa corrida en mi coño.
Después me dejé caer sobre la cama exhausta y agotada. Cerré los ojos queriendo descansar unos minutos, y sin querer, me quedé profundamente dormida. Me desperté sobresaltada al escuchar el ruido de una puerta cuando se cierra.
—Es Pablo, acaba de irse. Lo llamó su mujer para que fuera a recogerla al trabajo. Le hubiera gustado despedirse —, me informó Luís que permanecía sentado a mi lado, en la cama.
—No importa. ¿Dónde está mi ropa? —, pregunté nerviosa, incorporándome.
—Ahora te la traigo. Debe de estar tirada en el salón —, dijo saliendo del dormitorio.
Me quedé esperando que trajera mi ropa, sin poder evitar mirar la estancia con otros ojos.
Observé a mi alrededor, la escena era desoladora. Un papel pintado pasado de moda cubría la pared, donde un viejo calendario, con la imagen de una virgen que no reconocí, intentaba inútilmente tapar un desconchón, o lo que posiblemente sería una fea mancha de humedad. En el techo, solo había una desnuda bombilla. Frente a mí, un pequeño armario de dos puertas color nogal, con un espejo roto, a ambos lados de la cama, dos viejas y destartaladas mesillas: Ese era todo el mobiliario.
«¿Qué coño estoy haciendo aquí?», me pregunté nerviosa mirando la hora. A pesar de no ser tarde, necesitaba salir de allí cuanto antes. El olor a sexo y a humedad, me estaban asfixiando.
—Toma —, me dijo Luís tirando la falda y mi camisa sobre la cama —Las bragas no las he encontrado —, añadió guiñándome un ojo en un gesto que yo traté de esquivar.
«Me da igual que te quedes con las bragas. Haz con ellas lo que quieras», pensé, justo antes de comenzar a vestirme.
—Has estado fantástica —, me dijo sentándose de nuevo junto a la cama. —Eres una hembra de los pies a la cabeza —, añadió, intentando abrazarme.
—Lo siento. Tengo que irme —dije poniéndome de pies, y esquivando así hábilmente, su intento de mostrarme afecto.
Salí de la habitación sin mirar atrás, y comencé abrochar los botones de mi camisa, según avanzaba por el pasillo.
Abrí la puerta, y justo cuando iba a salir de la casa, Luís me retuvo sujetándome por un brazo
—¿De quién eres Olivia? —, me preguntó mirándome a los ojos.
No respondí, me zafé de él con un violento gesto y salí hasta la escalera. En zona neutral me sentí más segura. Él no me siguió, pude ver su rostro un tanto desconcertado, justo antes de que cerrara la puerta.
Ni siquiera entré en casa, tampoco esperé al ascensor. Bajé las escaleras de las siete plantas a toda prisa, dando la sensación de que estaba escapando de un incendio. Necesitaba mover las piernas tomar el aire, dejar de pensar en lo que había hecho.
«Tal vez si me doy prisa, aún me dé tiempo de acercarme al banco, y hacer la puta trasferencia», pensé terminando de abrocharme el ultimo botón de la camisa.
Incluso, llegué a dar nuestro juego totalmente por finalizado. Mis últimas palabras antes de dar ese tremendo portazo, gritando: «Puto impotente de Mierda» Conozco demasiado a los hombres, para saber que esas duras palabras, le habrían herido profundamente en su ego masculino.
Por mi parte, yo tampoco quería continuar esa locura. Sabía que estaba poniendo en jaque mi matrimonio, y la verdad, es que tanto Alex como yo, estábamos viviendo una etapa dulce y feliz, en nuestra relación.
Estaba completamente segura, de que no me dejaría arrastrar de nuevo por el morboso e insano juego que mi vecino había mantenido en los últimos días conmigo. Yo también me sentía herida como mujer. Mi amor propio había salido dañado, ya que no estaba acostumbrada a que un hombre me rechazara de esa forma.
«¿Por qué no había querido follarme?» Me pregunté más de una vez, sin poder obtener una certera repuesta. Estaba claro que me deseaba, ningún hombre hace correr a una mujer comiéndole el coño, si no le agrada. Había visto sus morbosos ojos, la forma de mirarme, de tocarme, de hablarme…
Desde que era casi una niña, yo estaba acostumbrada a que los hombres fueran siempre detrás de mí. Que intentaran ligar conmigo, que me miraran con deseo. Me encantaba ese juego en el que ellos intentaban seducirme, y yo, se lo ponía más fácil o más difícil; o de forma imposible, según mis apetencias. Siempre he sido una mujer muy caprichosa.
Mucha gente piensa que una mujer si es ardiente y fogosa como yo, prácticamente se acuesta con cualquiera que se cruce en su camino. En mí caso, tengo que decir que eso es totalmente incierto. Ya que siempre fui muy selectiva, a la hora de acostarme con un tío. Aunque en ocasiones, reconozco que me ha picado más el propio morbo o la excitación del momento, que la propia apariencia física.
Me gustan guapos, muy cuidados, altos, morenos; pero sobre todo muy masculinos y muy hombres. Una voz varonil, una mirada segura y penetrante, unas manos fuertes y vigorosas, una sonrisa franca, un caminar decidido y erguido…
Aunque es verdad que a veces los prototipos se rompen sin conocer la verdadera razón. De repente, te puedes sentir atraída por un hombre que no cumple ninguna de esas características. No es la primera vez que me ha pasado, tal vez en esos casos, nuestro subconsciente encuentra nuevos alicientes para querer experimentar con esa persona. Algo así me debía pasar con mi vecino, ya que físicamente quiero recalcar, que no era para nada el tipo de hombre en el que me solía fijar.
Aquella mañana, después de dejar a mi pequeño en la guardería, regresé a casa. Tenía intención de salir a correr, ya que siempre me ha encantado practicar deporte, afición que compartía por suerte con mi esposo.
Recuerdo que me puse unas cortas y ajustadas mallas de color negro y fucsia, un sujetador deportivo, una camiseta a juego con las mallas, y las zapatillas de running.
Salía de casa colocándome los auriculares deportivos, cuando justo en ese momento se abrió la puerta de mi vecino.
—Buenos días Olivia—lo escuché decir a mi espalda, justo cuando tocaba el botón de llamar al ascensor.
Me giré desconcertada, mi corazón se aceleró más intensamente de lo que lo haría, minutos más tarde corriendo.
—Buenos días —, respondí de la forma más seca posible.
Pero esa mañana mi vecino estaba acompañado. Otro hombre más o menos de unos cincuenta años, me miraba como embobado.
—¿Vas a salir a correr? Así tienes ese cuerpazo… — Declaró con una sonrisa en los labios, justo cuando se colocaba detrás de mí en el ascensor.
No contesté. No pensaba caer en sus juegos provocadores. Solo me concentré, intentando que el ascensor fuera más rápido, en ese descenso, que a mí se me estaba haciendo interminable. Los dos hombres me miraban de arriba abajo, haciendo comentarios en voz baja, que yo intuía obscenos y soeces. Haciéndome sentir cada segundo que pasaba, un poco más violenta.
—Luís, voy a tener que venir más a tu casa. Tienes un vecindario, que da gloria verlo —, manifestó el otro hombre jocosamente.
Al escucharlo, no pude menos que cruzar una mirada con mi vecino. Noté un brillo especial en sus ojos, como si me dijera: «Por fin sabes mi nombre. A este idiota se le ha escapado».
Justo cuando se abrieron las puertas del ascensor, Luís y su amigo se quedaron dentro, obligándome con ese gesto, a salir a mí primero.
En ese momento, justo cuando alcanzaba la puerta para salir, pude noté un fuerte azote en una de mis nalgas. Miré hacia atrás con los ojos echando fuego, con una mezcla de indignación y de ira.
—¿Tú de que vas? — Grité, fuera de mí.
—¡Olivia no te enfades, mujer! ¡Qué tampoco es para tanto! Tú y yo tenemos confianza para esto, y para mucho más—, indicó mi vecino, sin perder los nervios y sin dejar de sonreír.
Le hubiera dicho unas cuantas cosas, pero no quise perder más tiempo. Quería huir de allí cuanto antes. En parte, me sentía responsable de todo lo que me estaba pasando, por haberle dado alas, a comportarse de esa forma conmigo
—¡Joder tío¡¡Qué buena está! —Escuché decir a su amigo, justo antes que yo saliera del portal, pusiera el Garmín, y comenzara a correr.
Pensé que tal vez Luís, le habría contado a su amigo la clase de juego que él y yo habíamos tenido desde que yo había llegado al edificio.
«¡Será imbécil!» Lo insulté con rabia dentro de mí.
Estaba exasperada, totalmente enfurecida y rabiosa. No sabía que me había molestado más, si la forma de hablarme, que me hubiera dado un cachete en el culo, o que hubiera hecho todo esto, faltándome el respeto delante de su amigo.
«Si vuelve hacer algo parecido, le daré una patada tan fuerte en sus partes, que se le quitarán las ganas para siempre», sentencié en lo más hondo de mí.
Ese día ha sido de las pocas veces que ni siquiera salir a correr, consiguió ser una especie de bálsamo para mí. Cuanto más aumentaba el ritmo, y más se aceleraba mi corazón, más crecía mi enfado.
Aún podía sentir, por encima de las finas mallas de running, su mano azotando una de mis nalgas.
«Tú y yo tenemos confianza para esto, y para mucho más.» Sus palabras se repetían una y otra vez dentro de mí, como si hubiera eco dentro de mi cabeza. Cuanto más las escuchaba, más me sonaban como una terrible amenaza.
«¿Acaso querría chantajearme? ¿Sería capaz contárselo todo a mi marido?». Por fin llegué a casa y me metí en la ducha. El agua fría mitigó en parte cualquier asomo de mal presagio.
«Tendría que tener un cara a cara con él». Me dije a misma convencida. Pensé en llamar a su puerta, quizá estuviera ya en casa. Pero era un hombre tan misterioso que, desde su casa, nunca emanaba ningún ruido.
Salí decidida y me fui directamente hasta su puerta. Tenía que solucionar esto cuanto antes. Entonces toqué el timbre, y esperé nerviosa. Nadie abrió la puerta ni escuché el menor sonido. Volví a llamar, obteniendo idéntico resultado.
«¿Estaría dentro mirándome por la mirilla? ¿O seguiría en la calle con su amigo?» Las dudas me golpeaban.
—¿Querías algo Olivia? —, escuché su voz adusta y grave, justo detrás de mí.
Me giré desconcertada. Instintivamente lo miré a la cara, no me dio tiempo a esquivarlo. Justo en ese momento salía del ascensor. Estaba tan concentrada en mis propios pensamientos, que ni siquiera había escuchado cuando las puertas se abrieron.
Me quedé sin palabras, mientras lo veía acercándose con pasos firmes y decididos, sin dejar de mirarme, sin apartar su penetrante mirada, sin retirar su sarcástica sonrisa.
—¿Querías decirme algo? ¿O tal vez querías volver a meterte en mi cama? ¿Tan cachonda estás, que ya no puedes esperar a que regrese tu esposo? — Más que preguntas sonaron como acusaciones, su tono me resultó más hiriente y agresivo, que de costumbre.
—Quería hablar contigo —, le dije intentando disminuir mi nerviosismo —Solo hablar —, reiteré.
—¿Solo hablar? Olivia, la verdad es que me siento decepcionado — expuso intentando provocarme. Manteniéndose tan cerca de mí, que incluso podía notar el calor de su cuerpo.
—Luís —, me atreví a llamarlo por primera vez por su nombre propio. —Estoy casada. Felizmente casada —, rectifiqué. —Tengo un hijo pequeño, y estamos hablando de ir a por el segundo. Nos acabamos de comprar este piso. No quiero hacer esto, no puedo poner en peligro lo que más quiero—, le dije casi al borde de las lágrimas.
—¿Esto? ¿A qué te refieres con que no quieres hacer, esto? —, preguntó poniéndome una mano en la cadera, que yo estuve a punto de rechazar de un violento manotazo. Sin embargo, me aparté un poco hacia atrás, escapando del contacto de esa mano, de una forma menos agresiva. No quería agravar la situación, me daba miedo hacerlo enfadar en esos momentos.
—A todo este juego —, intenté explicarle —Me refiero a ti y a mí, a que me toques cuando te viene en gana, igual que hiciste esta mañana. Sé que todo ha sido culpa mía, pero te pido por favor que olvides todo lo que ha pasado entre nosotros—, lo dije mirándole a los ojos, poniendo cara de niña buena, buscando su empatía.
Él se pegó mí, arrinconándome contra su puerta. Entonces volvió a poner su mano sobre mi cadera, a la altura de la parte superior de mi falda.
—¿Sabes por qué te di un azote esta mañana? —, me preguntó bajando el tono, situando su boca, peligrosamente cerca de mi oreja.
No contesté. Quería que me dejara en paz. No pretendía seguirle el juego. Además, me daba miedo que cualquier vecino pudiera vernos en esa actitud.
—Eres mía Olivia, por eso te toco cuando quiero, o te digo lo que me da la gana. ¿Y quieres saber porque eres mía? —, Volvió a interpelar, rozando ya el lóbulo de mi oreja directamente con sus labios.
—No, no quiero ser de nadie. No quiero que me hables así —, respondí balbuceante.
—Eres mía porque cuando hago esto, tú te abres de piernas —, dijo poniendo una mano entre mis muslos, e introduciéndola por debajo de mi falda, hasta rozar con la punta de sus dedos, mis bragas.
Entonces dejé escapar un leve y sutil gemido, del que me sentí avergonzada casi al instante.
—Eres mía —dijo rozando mis labios con los suyos —Porque cuando te beso, tú te pones cachonda — añadió juntando su boca a la mía.
Sentí la punta de su lengua sobre mis labios, entonces los abrí para dejarlo pasar. En ese momento, nuestras lenguas se juntaron en un ardiente y tórrido beso. Él se separó unos centímetros de mi boca. Incluso hasta en esa posición, sin poder verlo directamente, podía intuir su morbosa sonrisa.
—¿De quién eres Olivia? —, preguntó elevando el tono.
—Tuya. Soy tuya —, respondí ansiosa murmurando en voz en baja. Pegándome nuevamente a su boca, buscando un nuevo beso.
El comenzó a morrearme, primero de forma suave, luego aumentando la intensidad. Al mismo tiempo, su mano traspasó la frontera de mis húmedas bragas. Noté como sus dedos forzaban la frágil y tenue resistencia de mi sexo, colándose con vehemencia dentro de mi vagina.
Mi boca se despegó de la suya, necesitaba coger aire y exhalarlo en forma de gemido. No podía contener dentro de mí, los placenteros jadeos que me inundaban.
Sentir sus dedos, entrando y saliendo a su antojo de mi vagina, me hicieron sentir unos morbosos deseos de ser follada allí mismo. En el portal, a la vista de cualquiera, dándome igual que pasará algún inoportuno vecino.
—Esta noche cuando te esté follando el cornudo de tu esposo ¿Te correrás para mí? —, me interpeló, poniéndome a prueba.
—Sí. Pero por favor, no pares. Sigue besándome y follándome con tus dedos —, dije con dificultad.
—¡Quiero ver cómo te follan! —, Me soltó de repente.
—¡Hazlo tú! ¡Fóllame tú! — Grité más alto de lo que me hubiera gustado expresar.
Entonces él paró de repente, sacando su mano de entre mis piernas.
—Quiero ver la cara de puta que pones. Quiero ver cómo te folla —, me repitió.
—No puedo. Mi marido nunca consentiría que estuvieras presente mientras hacemos el amor —, respondí un tanto anonadada, sin comprender que me estaba sugiriendo.
—Solo sé que necesito ver como te lo hacen —, se expresó lacónicamente —¡Ahora vete! Tengo muchas cosas que hacer, y he de marcharme.
Suspiré agobiada. No me acostumbraba a sus cortantes cambios, a sus subidas y bajadas. Pero no me atreví a decir nada. Me coloqué bien las bragas y me bajé la falda.
Volví a intentar besarlo antes de meterme en casa, pero él me esquivó.
—¡Ahora vete! Mañana nos vemos — Exclamó categórico y autoritario.
No respondí. Me hubiera gustado que me acompañara. Meterlo en mi cama, que me viera desnuda, que me besara; sentir sus manos sobre mi cuerpo, tener su boca, disfrutar su polla…
Cerré la puerta, y fui desnudándome por el pasillo, dejando mi ropa tirada abandonada en el suelo. Estaba tan cachonda que, hasta el propio roce de mi sexo al caminar, era toda una tortura.
Primero me quité la camiseta, luego me saqué la falda, las bragas, las medias, los zapatos...
Marché directamente hasta el baño y abrí el grifo de la bañera, mientras se llenaba, fui hasta mi dormitorio, abrí el primer cajón de mi mesilla, y cogí un grueso consolador de color carne.
Acto seguido me dirigí como un autómata de nuevo al baño. Como si en ese momento estuviera solo programada para hacer eso, me sumergí en el agua cerrando los ojos, abrí mis piernas y me introduje la gruesa polla de gelatina sintética dentro de mi sexo. Me lo metí lentamente, poco a poco, sintiendo como mi chochito tragaba cada centímetro del grueso consolador. Cuando lo tuve entero incrustado en mi vagina, abrí los ojos, dejando escapar un largo y áspero gemido. Experimenté tanto gusto, que no pude evitar bramar como un animal en celo.
Luego, comencé a follarme como una loca, con los ojos cerrados imaginando a mi vecino.
«Luís, Luís fóllame. Soy tuya», me repetía incentivando mi propia excitación.
Un intenso orgasmo devoró mi sexo, haciendo temblar todo mi cuerpo.
—¡Joderrrrrrrrr que gustooooo…! — No pude menos que chillar. No pensé en nadie más que en mí.
Luego cerré los ojos y me quedé dormida. Metida en la bañera, con el consolador abandonado dentro de mi sexo. No sé cuánto tiempo pasé así, Media hora, una hora… no podría decirlo con exactitud. Solo recuerdo que me desperté, sintiéndome por fin feliz y relajada.
Una cosa tenía clara, Luís y yo no éramos amantes, o por lo menos no manteníamos ninguna relación tal y como yo había conocido hasta ese momento. En nuestro caso, no había ningún tipo de equidad, él era el que decidía los tiempos, el modo, las formas, el lugar, todo…
En el fondo, eso era lo que más me excitaba de nuestros juegos. Nunca sabía cuando iba a suceder algo. Podía tirarme días enteros sin verlo, manteniéndome ansiosa, y de repente, una mañana cuando menos me lo esperaba, me lo encontraba de frente.
Aquellas semanas follaba cada noche con mi esposo con mayor intensidad que de costumbre, solo pensar, que Luis podía estar escuchándome y estar masturbándose al otro lado de la pared, me ponía tremendamente cachonda.
Recuerdo aquella mañana. Alex estaba a punto de marcharse al trabajo. Ya estaba en el portal, pero de repente se giró, y volvió a repetirme.
—Olivia, no te olvides de pasar por el banco. Cuando dejes al niño en la guardería, tienes que acercarte a la oficina, y realizar la transferencia. Es muy importante que la hagas hoy, para que les llegue el dinero el lunes a primera hora—, dijo acercando su boca a la mía para darme un beso de despedida —Te quiero nena —, añadió cariñosamente antes de irse.
—Yo también te quiero —, respondí —Y no te preocupes más por la transferencia, déjala de mi cuenta —, añadí justo antes de cerrar la puerta.
Mientras, mi hijo lloraba desconsoladamente pidiéndome el biberón que yo estaba preparando. Cinco minutos después de marcharse Alex, sonó el timbre de la puerta.
Me acerqué extrañada con mi niño en brazos, pensando que seguramente sería mi marido de vuelta, porque tal vez se habría olvidado de algo.
Miré por la mirilla y abrí la puerta, sin perder un solo segundo.
—Buenos días Olivia —, me dijo Luís mirando a mi pequeño, que sujetaba en brazos.
—Luís ¿Qué haces aquí? —, pregunté asombrada. Jamás hasta ese día se había atrevido a llamar a mi puerta.
—Luego —, comenzó diciendo —Cuando dejes a tu hijo en la guardería, ven a mi casa. Quiero hablar contigo —, añadió guiñándome un ojo.
No pude menos que sentir una instantánea excitación.
—¿Quieres que me ponga algo especial? —, le pregunté pícaramente.
—Vístete como una puta —, respondió de forma socarrona — Ven, como vas siempre. Así —, añadió apuntando la ropa que llevaba, y dándome una leve y cariñosa palmada en el culo.
—De acuerdo, luego te veo —, dije mirando a mi hijo —Tiene hambre—, agregué.
—No tardes —, manifestó marchándose sin despedirse.
Intenté quitarme a Luis de la cabeza en lo que daba el desayuno al pequeño. Luego lo senté en la trona, en lo que yo terminaba de prepararme.
Me puse unas medias oscuras, estrené un tanga a juego de color negro, que había comprado hacía unos días. Sabía que era el color, que más le gustaba a Luís en la ropa interior femenina. Luego me probé varias minifaldas sin decidirme por ninguna. Al final, opté por una de cuadros vichí de color blanca y negra. Después me puse una camisa blanca, sin sostén y, para terminar, elegí unos zapatos nuevos negros de tacón. Di tres o cuatro vueltas alrededor del largo espejo de mi dormitorio.
«Estás perfecta, Olivia», me animé, a mí misma satisfecha del resultado.
Una vez terminé de prepararme, cogí a mi hijo y lo metí dentro de cochecito, saliendo de casa apresuradamente, me dirigí hasta la guardería. Después de dejarlo con las cuidadoras, pensé en pasarme por el banco. Le había asegurado a mi marido, que me pasaría sin falta para hacer la dichosa trasferencia. Pero entonces dudé.
«Le pondré cualquier excusa, siempre he sido una mujer de recursos. Seguro que se me ocurriría algo», pensé marchándome con prisa para casa.
Por fin estaba frente a su puerta. Toqué el timbre notando como mi mano temblaba como una quinceañera en su primera cita. La puerta se abrió.
—Pasa Olivia. Me alegro de verte —, dijo apartándose a un lado, para dejarme entrar, y cerrar la puerta tras de mí —Tomemos algo antes de ir al dormitorio—, me invitó agarrándome por la cintura.
—¿A estas horas? — Pregunté riendo.
—Para según qué vicios, nunca es demasiado pronto, ni jamás es demasiado tarde —, respondió dándome un fuerte azote en el culo, que a mí me supo a gloria —¡Qué culazo tienes, zorra!
Yo reí divertida. Siempre me ha gustado que me hablen así cuando estoy cachonda.
¿Qué prefieres? ¿Una cerveza? ¿Un vino? ¿Una copa? —, me ofreció, sin parar de sobarme el culo.
—Ya sabes que para follar conmigo, no tienes que emborracharme —, bromeé —Pero una cerveza está bien —, añadí.
Entonces abrió el frigorífico y sacó una lata de cerveza de marca blanca de un famoso supermercado.
—Vayamos al salón —, sugirió, agarrándome nuevamente por la cintura.
Nada más entrar al salón, se me heló la sangre. Sentado en el sofá había un hombre.
«¿Cómo podía haberme hecho una encerrona semejante?», pensé desilusionada y nuevamente cabreada.
—Hola Olivia, me alegro de volver a verte —, me saludó el hombre, si tan siquiera levantarse.
Lo reconocí en ese mismo instante, era su amigo, el que había presenciado como Luís, me daba un azote en el culo en el ascensor.
Mi primera reacción fue largarme de allí. Salir de ahí cuanto antes. Pero Luís estaba apoyado contra la puerta, impidiéndome salir del salón.
—Olivia —dijo con voz extremadamente pausada y tranquila —Él es Pablo, mi mejor amigo.
Miré a Luís con odio. Llena de ira me acerqué hasta él, con tono amenazante comencé a gritar.
—Quiero irme —, chillé —Quítate de la puerta —, estallé con tono amenazante.
—Tranquilízate Olivia ¿Se puede saber qué te pasa? —, Preguntó sujetándome por los brazos
—¿Qué que me pasa? ¿Qué hace él aquí? —, chillé cada vez más nerviosa apuntando a Pablo que permanecía en silencio.
—¡Siéntate! — Dijo empujándome contra uno de los destartalados y viejos sofás —Pablo se marchará pronto. Te lo aseguro. Te he dicho que te tranquilices. ¡Si quieres largarte!¡Márchate a casa con tu marido y no vuelvas en tu puta vida! —, exclamó de forma imperativa.
Permanecí callada, no me atreví ni a levantar los ojos del suelo. Luís estaba verdaderamente enojado conmigo, y me estaba amenazando con no volver a querer verme. Entonces me di cuenta de que sostenía la cerveza que él me había dado en la cocina, tiré de la anilla y bebí un largo trago.
—El otro día creo que te lo dejé bien claro —, dijo algo más sereno. —Te señalé, que me gustaría verte follando —expresó eso último alzando un poco la voz.
—Y yo te aseguré que Alex, nunca consentirá que ningún hombre esté presente cuando hacemos el amor —, hablé por fin, con la voz entrecortada.
—Lo sé Olivia, nunca pondría tu matrimonio en peligro —, manifestó sentándome a mi lado.
—¿Entonces qué quieres? ¿Quieres que grabe a traición como follo con mi esposo?
—¡Por supuesto que no! — Me interrumpió. —Por eso había pensado en Pablo —, en ese preciso momento, volví a recordar que no estábamos solos.
—Ni lo sueñes —, respondí poniéndome a la defensiva —No voy hacer un trio contigo y con tu amigo —, dije casi despectivamente.
—Pero ¿quién cojones ha hablado aquí, de hacer un trio? Olivia ¿es qué no lo entiendes? —, me preguntó con tono cansado.
En ese instante lo comprendí todo. «¿Cómo podía haber estado tan ciega?».
—¿Quieres que me folle a tu amigo, para que tú puedas ver como lo hacemos? —, pregunté incrédula.
Luís asintió afirmativamente con la cabeza.
—¡Por fin lo has entendido! —, admitió haciendo un gesto de dar palmas.
—¿Y de verdad piensas que me voy a follar a ese señor, para que tú te masturbes? ¿Estamos locos? —, Pregunté cada vez más desconcertada y exasperada.
—Ese es precisamente el quid de la cuestión. ¿Lo harías Oliva? ¿Estarías dispuesta a dejarte follar por Pablo para que yo lo disfrutara? —, me interpeló cogiendo una de mis manos, sosteniéndola entre las suyas.
—Quid pro cuo —Dije imitando la locución latina que él acaba de formular —Follar con Pablo en lugar de contigo —, añadí asombrada de que se atreviera a pedirme semejante cosa.
—Olivia ¿lo harías por mí? ¿O prefieres marcharte y que nos olvidemos de todo esto para siempre? —, preguntó lanzándome un órdago.
Un incómodo silencio volvió a caer encima de mí de repente, como si se tratara de una pesada losa. Me sentía tan encolerizada, que mis palabras se arremolinaban unas tras otras dentro de mi cabeza. Estaba tratando de ordenarlas, para poder expresarlas de forma más clara.
«¡Por supuesto que no voy a follar con Pablo para satisfacerte a ti! ¡Imbécil! ¿Es qué piensas que soy la ONG del sexo? No haría nada así por nadie, y menos por un idiota como tú. ¿Si no eres capaz de follarme… para que juegas conmigo?»
Estaba apunto escupirle todo esto a la cara, y largarme de allí cuanto antes «¿Para qué perder más tiempo?»
Cuando de repente, Luís hizo algo que volvió a dejarme desconcertada. Entonces, pegó su boca a la mía sin dejarme contestar. No me dio tiempo ni tan siquiera a reaccionar. No me esperaba para nada algo así en ese momento. Pude sentir sus labios sobre los míos, cerré los ojos y me dejé llevar.
Fue el beso más suave y cálido que Luís me había dado hasta ese momento. Sus labios se mostraban tersos y sedosos; manifestándose sutiles y exquisitos. Oportunamente, consiguieron apoderándose de los míos. Su lengua entro en mi boca, tímida pero decidida.
Luís supo aprovechar ese momento para posar su mano, suavemente sobre uno de mis muslos. Solo fue un sutil roce con la cálida yema de sus dedos, una caricia, un tímido cosquilleo. Tan solo un leve contacto, pero preciso y suficiente, para que yo abriera sin querer hacerlo, un poco más las piernas.
Pero él no aceptó mi tenue invitación, no quiso abrirse paso por mis muslos, donde un poco más arriba, lo esperaba mi ardiente sexo. Sabía que, de esa forma, me mantendría mucho más ansiosa y excitada.
Entonces, despegó sus labios de los míos, y los acercó a mi oído. Comenzó a susurrar. Pude notar el roce de sus húmedos labios sobre el lóbulo de mi oreja. Sus palabras sonaron con una fina melodía. Estaba cachonda, era como si me hubiera embrujado. En un solo instante, con ese simple gesto, había conseguido transformar todo mi enfado, en una peligrosa y desbordante excitación
—Olivia —, repetía mi nombre de forma incesante —Será como estar conmigo. Yo estaré a tu lado, mirándote y deseándote a partes iguales. Podrás sentirme, escucharme. Notar cuanto me gustas. Cuanto te deseo…
En ese momento la mano que rozaba mi muslo, comenzó a palparlo de una forma más intensa y decidida. Avanzando hacia delante las posiciones que mantenía en la retaguardia, hasta que pude notar el roce de la punta de sus dedos, contra mis bragas.
—¿De quién eres Olivia? —, me preguntó justo en ese instante, en el que mi excitación era ya de sobra palpable. Incluso me pilló al límite, de dejar escapar un breve suspiro.
—Tuya —, dije moviendo el cuello, buscando su boca para volver a besarnos de nuevo.
—Demuéstramelo. Quiero ver que de verdad eres mía. —, me pidió, justo el instante antes, de que nuestros labios se juntaran.
Ese fue el momento, en el que miré a Pablo. Hasta ese momento, ni siquiera había recalado en él.
Pablo debía de tener unos cincuenta años, se conservaba bien, era alto; tenía una barba recortada, muy cuidada e inundada de canas, que le otorgaban un aspecto serio y varonil. Podría decirse que tenía cierto atractivo, sin embargo, no era el tipo de hombre en el que yo me hubiera fijado si hubiéramos coincidido en la calle o en algún bar.
El hombre, había permanecido prudentemente en silencio, observando la escena como un mero espectador que no ha sido invitado a participar. Incluso, en algún momento me había olvidado de su presencia.
Vestía con unos pantalones vaqueros y una camisa a rayas blancas y azules perfectamente planchada, por lo que supuse que estaría casado. Me fijé es su pose, mantenía los brazos cruzados, como si estuviera a la defensiva de un más que probable rechazo por mi parte. No dejaba de mirarnos impacientemente.
Entonces me puse de pies, avancé hasta él. Lenta y pausadamente, casi a cámara lenta, dejando que ese desconocido me devorara con la mirada. Cuando llegué hasta donde él estaba, me senté sobre sus piernas, dándole la espalda, y mirando a Luís de frente.
—¿Es esto lo que quieres? ¿Ver cómo otro hombre, sabe disfrutarme? —, manifesté de repente, intentando herir su orgullo, como represalia por haberme puesto en semejante tesitura.
Sentí las manos del extraño agarrándome por la cintura, mientras Luís me miraba con un brillo especial en los ojos. Ya no sonreía. En ese momento, su socarrón y perpetuo gesto que siempre exhibía, había desaparecido. Estaba serio y circunspecto.
—Por fin lo has entendido. Ahora quiero que te lo folles —Dijo con un tono totalmente imperativo y autoritario.
Las manos de Pablo fueron ascendiendo desde atrás, hasta llegar a mi busto. Comenzó a palparme los pechos por encima de la camisa. Sin dejar de mirar a Luís, yo misma me fui desabotonando uno a uno los botones de la camisa, que fue cediendo y abriéndose ante el empuje de mis exuberantes frondosos pechos.
Deseaba entregárselos, ofrecérselos a un desconocido, para que Luís viera lo que se estaba perdiendo. Pablo no tardó en aceptarlos, agarró uno con cada mano, como si de un regalo se tratase.
—¿Te gustan? —, dije girándome, y mirando a Pablo por primera vez a los ojos.
—Me encantan. No me las imaginaba tan grandes —, respondió sin dejar de sobármelas.
Entonces me levanté un instante, aprovechando ese momento para subirme un poco la falda, para que me permitiera hacer el siguiente movimiento. Poniéndome a horcajadas encima de Pablo. Nos miramos un instante, apenas nos habíamos visto, un segundo más tarde, comenzamos a besarnos apasionadamente.
Fue un beso lleno de precipitación y deseo. Ambos estábamos muy excitados. Comencé a mover en círculos mi cadera, mientras no dejábamos de comernos la boca, intentando notar el bulto de su pantalón, sobre mis húmedas bragas.
Una de sus manos seguía acariciando por el lateral, una de mis tetas. Mientras con la otra, intentaba redondear el perímetro de mi culo, por encima de la tela de mi falda.
Separé mi boca de la suya, necesitaba imperiosamente el contacto de su cuerpo. En ese momento, comencé a desabrochar, ansiosa y apresuradamente los botones de su camisa. Tenía vello en el pecho, no demasiado. Sus pectorales mostraban algunas canas, pero se mantenían firmes y sorprendentemente tersas. Entonces tiré mi cuerpo un poco hacía atrás, para así poder comenzar a besar todo su tórax.
Me encanta besar esa parte del cuerpo de un hombre, sentir su olor, su masculinidad, su esencia… Chupé sus pechos, recorriendo con mi ávida lengua, cada centímetro de su piel. Pero necesitaba más, sentía la impúdica demanda de dar un paso más atrevido.
Me levanté perezosamente de su regazo, me quité la camisa, tirándola al suelo.
—¡Bájate los pantalones! — Dije buscando con la mirada a Luís —Quiero ver que tienes ahí —, añadí señalando morbosamente la entrepierna de Pablo.
Yo aproveché ese momento para quitarme la falda, mientras él, se deshacía como si le quemaran los pantalones. Entonces volvió a sentarse en el viejo y decrépito sofá. Yo me hinqué de rodillas, metiendo mi cabeza entre sus velludas piernas. Después comencé acariciar aquel bulto, que sobresalía debajo de sus calzoncillos.
Como si fuera un regalo que no te atreves a desenvolver, fui poco a poco metiendo mis dedos dentro, hasta que por fin la tuve en la palma de mi mano. Dura y sólida. Pude sentir toda su potencia masculina en mi mano, como especie de estaca pétrea y consistente.
La saqué fuera del calzoncillo, y entonces la miré con deseo. Aproveché para comenzar a masturbarlo, a tan solo un par de centímetros de mi cara.
—¿Has visto que dura la tiene? —, dije sonriendo, mostrándole a Luís toda la excitación que Pablo sentía por mi culpa.
—Todos te desean Olivia, y yo el que más —, me respondió Luís, mirando fijamente, sin perderse un solo detalle, a solo un par de metros de distancia. —¿Deseas comértela? —, preguntó conociendo sobradamente mi respuesta.
Luís se acercó aún más, sentándose a nuestro lado. Compartiendo con nosotros, el envejecido y decadente sofá de sky rojo. Estaba tan cerca que incluso podía tocarlo. Aproveché esa cercanía para mirarlo detenidamente a los ojos, mientras con la punta de mi lengua bordeaba perimetralmente el glande de Pablo. Deseaba esa polla, al igual que me apetecía que Luís lo viera. Que sintiera toda mi excitación.
—¡Que rica! —, expresé justo el segundo antes de introducírmela entera, dentro de la boca.
Comencé a engullir ese duro y caliente trozo de carne con ansia. Sentir todo el ímpetu de un hombre, rozándome casi la garganta, me vuelve completamente loca. Pablo me sujetaba, poniendo unas de sus manos en mi corta melena rubia.
—¡Qué bien Olivia! ¡Qué bien me la comes! —. Escuché hablar a Pablo.
—Trágatela toda. Cómetela como una buena puta —, me animaba Luís.
Escucharlo hablándome así, me calentaba aún más. Eso hacía que el desmedido deseo que estaba sintiendo, se acentuara, se multiplicara de forma exponencial.
Mi subconsciente, me hacía fantasear, que esa vigorosa polla que estaba literalmente devorando, era la de Luís.
No aguante más, de forma instintiva llevé una de mis manos hasta mi sexo, introduciendo los dedos por debajo de mis chorreantes bragas. Sentí mi coño empapado, goteando toda mi esencia de hembra. Tenía el coño caliente, y noté mi clítoris hinchado. Percibí un escalofrió cuando dos de mis dedos se introdujeron dentro de mi excitada vagina.
—Muy bien Olivia, tócate el coño. ¿Te quema el coño? ¿Verdad zorrita? — Escuché la morbosa voz de mi deseado vecino.
—Tengo el chochito ardiendo ¿Quieres venir a tocarlo? —, lo invité a que se uniera a nosotros.
—Fóllame con tus tetas. Quiero sentir esas tetazas sobre mi rabo —, me pidió Pablo casi entrecortadamente —Si sigues comiéndome de esa forma la polla, vas hacer que me corra —, casi me suplicó para que parara.
Entonces puse su erecta verga en medio de mis pechos, y apretándola con ellos, comencé a masturbarlo.
—¡Joderrrrrr! —, exhaló Pablo al sentir el rítmico movimiento de mis tetas sobre su verga.
Miré a Luís, como necesitando su aprobación, al igual que hace una niña buscando agradar y sentir el afecto de un adulto. Él me sonrió, como dándome a entender que estaba muy satisfecho en como lo estaba haciendo. Estaba disfrutando de ver en directo, como me comportaba con un hombre, cuando estoy excitada.
—¿De quién eres? —, volvió a preguntarme, deseoso y seguro de escuchar la respuesta precisa.
—Tuya. Ya lo sabes —, respondí, sin dejar de complacer a su amigo con mis tetas.
—Olivia ¿quieres follártelo? —, me preguntó.
—Sí —, afirmé completamente convencida del fuerte impulso que sentía. —Estoy muy cachonda. Me siento muy puta —, añadí sin dejar de mirarlo a los ojos.
Me levanté del suelo, y me saqué las bragas, quedándome ya tan solo con los zapatos y las medias puestas.
—Ponte un condón —, dije de forma tajante, dirigiéndome a Pablo.
Él pareció dudar, primero me miró a mí y luego a Luís, como si no comprendiera lo que le estaba pidiendo.
—Olivia. No tienes nada de lo que preocuparte. Esta es la primera vez que Pablo le es infiel a su puritana y mojigata esposa —afirmó mi vecino haciéndome una mueca.
—Llevo veintiocho años casado — confirmó Pablo, quitándose los calzoncillos.
Yo hice un gesto como encogiéndome los hombros. Entonces me subí al sofá, poniéndome de rodillas encima del Pablo. Agarré su polla y la puse directamente frente a la entrada de mi vagina. Sentí su gordo glande rozándome los labios de mi vulva, En ese justo momento, sin poder esperar más, me dejé caer a plomo sobre su pene, sentí como se incrustaba en su totalidad, en el interior de mi coño.
—Ahhhhh —, lancé un fuerte gemido al saberme perforada.
Cerré los ojos un instante, como intentando retener ese inmenso placer que se produce, cuando llevas mucho tiempo necesitada y excitada, y puedes sentir como tu vagina se adapta al grosor de una buena verga.
—¡Qué gustooo! —, dije abriendo los ojos y buscando los de Luís, que observaba sin perderse ni un solo detalle.
Entonces me lancé ferozmente a cabalgar sobre Pablo, que miraba como hipnotizado el movimiento, que dicha galopada, producía en mis frondosas tetas.
—Que ricas —, dijo tratando de agarrar una, y llevársela hambriento a la boca.
—¿Te gusta cómo se mueven mis tetas? —, pregunté morbosamente sin dejar de follármelo.
—Me encantas tú entera. ¡No puedes estar más buena! —, Dijo casi entrecortadamente.
—A mí me gusta mucho tu polla, me está dando mucho gusto —, le confirmé.
—Que bien follas Olivia. Envidió a tu marido. Ya me gustaría a mí tener una puta como tú — me dijo dándome un beso en la boca.
—¿Os gusta? ¿Os gusta cómo follo? —, pregunté usando el plural —¿No te folla así tu esposa? ¿No se pone así de perrita? —, insistí entre gemidos casi a punto de correrme.
Entonces me puse de cuclillas en el sofá, clavando mis altos tacones en su sky de color rojo. Aceleré el ritmo, en ese momento el ruido que hacía mi vagina al chocar contra la pelvis del hombre, se escuchaba por toda la sala.
Pablo me miró a los ojos, como suplicándome que parara. Sabía que, si seguía sobreexcitándole de esa forma, se correría sin remedio.
—Déjame que te coma el coño —, dijo al fin, consiguiendo articular palabra.
Acepté la invitación encantada, me puse de pies, hundiendo todavía más mis tacones, sin ningún tipo de cuidado en ese viejo y decadente sofá. Pablo seguía sentado, entonces puse mi sexo en frente su boca. Él se tiró como un poseso a comérselo.
—¿Querías comerme el chochito? —, pregunté mirando la cara de Luís que seguía mirando junto a nosotros, sin masturbarse.
Yo agarré a Pablo por la cabeza, como intentando retenerla para siempre entre mis piernas. Sentí su lengua incesante, lamiendo y buscando mi clítoris.
Busqué a Luís con el rabillo del ojo, se había levantado y se había dirigido, a una larga mesa de comedor, que había justo frente a un pequeño televisor. Entonces comenzó a quitar todos los objetos que había sobre ella. Varios portafotos, y algunos horteras suvenir, de esos que se compran en las localidades más turísticas.
—Pongámosla aquí tumbada. Así podrás comerle mejor el coño —Dijo elevando el tono para que pudiéramos oírlo.
Me cogieron entre los dos, y me llevaron en volandas hasta allí. Luego me depositaron con mucho mimo sobre la mesa. Noté la fría superficie de la madera contra mi espalda. Abrí mis piernas, dejando mi rajita bien expuesta y abierta.
Pablo acercó una silla, y se sentó frente a mí. No paraba de mirarla. Entonces, metió sus manos bajo mis nalgas, deslizándome unos centímetros por la mesa, hasta acércame hasta él. Sentí su aliento sobre mi coño. No pude reprimir un breve gemido.
—Que zorra eres Olivia, no se puede ser más puta —dijo rozando mi hinchada y enrojecida vulva, con sus labios.
Entonces sentí su lengua, primero acariciando la entrada de mi vagina, a continuación, fue perdiéndose por todo mi coño, ascendiendo hasta llegar a mi duro clítoris. Comenzó a mover su lengua, primero en círculos, luego en una especie de zigzag. Eso me volvió completamente loca.
—Ahhh…Ahhh…Ahhh —, empecé a estremecerme de un ávido placer, que se apoderaba de mí. No puede evitar tensar mi cuerpo, arquear la espalda, ya ni siquiera notaba el frio o la dureza de la superficie de la mesa.
Luís comenzó besarme. Sentir la lengua de uno en mi boca, y la de su amigo sobre mi coño. Me hicieron enloquecer de gusto.
Mi vecino sabía que estaba a punto de correrme, y comenzó a manosear mis pechos, sin dejar de besarme. Noté sus dedos pellizcándome, suavemente los pezones, manteniendo su lengua sobre mis labios.
—¡Me corroooooo… ¡Me corrooooo…! ¡Ahh…! ¡Qué gustoooo me dais!—, comencé a gemir, y a temblar a la vez. En una incontrolada excitación, a punto de estallar en un inmenso placer.
—Eso es, córrete. Demuéstrale a Pablo como se corre una buena puta —Me gritaba mi vecino. —¡Vamos puta córrete!
—¡Síiiiii…!¡Qué gustooooo!¡Cómo me gusta, joderrrr…!¡Ahhhhhh…!
Lo peor de cuando tengo un orgasmo tan intenso, es que quedo totalmente exhausta, y excesivamente agotada. Mis piernas tiemblan, como si sufrieran fuertes espasmos, mi corazón se acelera, mi respiración se agita hasta casi ahogarme.
Quedé rendida, allí tumbada sobre la mesa. Mientras los escuchaba hablar inerte.
—Llevémosla a la cama. Allí podrás follártela como quieras —, me ofreció Luís a su amigo, como si yo fuera un objeto sexual de su posesión.
—Mira lo mojada que ha dejado la mesa —, escuché decir Pablo totalmente sorprendido, por el exceso de flujos vaginales.
Poco a poco mi respiración se acompasó, y volví a la calma. Entonces me incorporé, como la que vuelve a la vida, sentándome al borde de la mesa. Ambos me ayudaron a bajar, ya que con los tacones puestos tenía miedo a resbalar.
—Vamos a la cama—, dije llevando la iniciativa, dirigiéndome hasta el dormitorio totalmente desnuda, mientras ellos me seguían sin dejar de mirarme el culo.
Cuando traspasé la puerta del dormitorio, comprobé que Luís ni siquiera se había molestado en hacer la cama. Esta permanecía deshecha seguramente de varias noches. No me importó. Me puse sobre el colchón, apoyándome sobre las rodillas y sobre mis manos. Ofreciendo así mis partes traseras al borde la cama. Entonces giré mi cabeza hacía atrás, miré a Pablo mordiéndome los labios.
—Vamos —, apremié —Métemela.
No me hizo repetirlo de nuevo. Pablo se situó justo detrás de mí y me la metió de un solo golpe de cadera.
En esa posición puede sentir de una forma más placentera, y con mayor intensidad, las fuertes embestidas.
—Dale fuerte. Fóllate a la perra ésta, como ella le gusta—, escuché decir a Luís animando a su amigo. Me encanta que me hablen de esa forma cuando estoy tan cachonda, eso aumenta aún más mi excitación. A veces yo misma los provoco para que lo hagan.
Entonces sentí dos fuertes azotes sobre mis nalgas que me hicieron temblar de gusto. Nunca supe, quien de los dos me los propinó, ni siquiera me giré para comprobarlo.
—¡Qué culazo tienes, zorra! —, dijo ahora Pablo propinándome dos suaves y tímidos cachetes.
—¡Ahhh! — Exclamé poseída del gusto —¡Dameeee! Pégame más fuerte —, casi supliqué.
—¡Toma zorra! — Chilló Pablo, al mismo tiempo, que ahora sí, me propinaba dos buenas cachetadas, tal y como a mí me gustan.
—¡Ahhhhhhhh! — Bramé al sentir la palma de su mano sobre mis poderosas nalgas.
No pasó mucho rato hasta que comencé a sentir la llegada de un nuevo orgasmo.
—No pares. No pares —, exigí al borde del éxtasis.
—¡Joderrrrrr…! ¡Dame fuerte, más fuerteeeeeee…! — Chillaba como poseída por la fuerte excitación del momento
Pablo aceleró sus fuertes embestidas. Entonces pude notar como comenzaba a eyacular dentro de mi ardiente chochito.
Me encanta esa sensación, sentirme invadida interiormente por la descarga de un hombre, dentro de mi vagina.
—¡Córrete, llénameeeeee con tu leche! ¡Yo también me corrooooo! ¡Ahh..!—, Grité de placer. La sensación de gozo fue sublime. Fue un momento mágico. Sentir ese intenso y eléctrico orgasmo, justo cuando Pablo eyaculaba, tan dentro de mí.
—¡Toma puta, toma mi leche! ¡Tómala toda! — Decía justo cuando descargaba su más que copiosa corrida en mi coño.
Después me dejé caer sobre la cama exhausta y agotada. Cerré los ojos queriendo descansar unos minutos, y sin querer, me quedé profundamente dormida. Me desperté sobresaltada al escuchar el ruido de una puerta cuando se cierra.
—Es Pablo, acaba de irse. Lo llamó su mujer para que fuera a recogerla al trabajo. Le hubiera gustado despedirse —, me informó Luís que permanecía sentado a mi lado, en la cama.
—No importa. ¿Dónde está mi ropa? —, pregunté nerviosa, incorporándome.
—Ahora te la traigo. Debe de estar tirada en el salón —, dijo saliendo del dormitorio.
Me quedé esperando que trajera mi ropa, sin poder evitar mirar la estancia con otros ojos.
Observé a mi alrededor, la escena era desoladora. Un papel pintado pasado de moda cubría la pared, donde un viejo calendario, con la imagen de una virgen que no reconocí, intentaba inútilmente tapar un desconchón, o lo que posiblemente sería una fea mancha de humedad. En el techo, solo había una desnuda bombilla. Frente a mí, un pequeño armario de dos puertas color nogal, con un espejo roto, a ambos lados de la cama, dos viejas y destartaladas mesillas: Ese era todo el mobiliario.
«¿Qué coño estoy haciendo aquí?», me pregunté nerviosa mirando la hora. A pesar de no ser tarde, necesitaba salir de allí cuanto antes. El olor a sexo y a humedad, me estaban asfixiando.
—Toma —, me dijo Luís tirando la falda y mi camisa sobre la cama —Las bragas no las he encontrado —, añadió guiñándome un ojo en un gesto que yo traté de esquivar.
«Me da igual que te quedes con las bragas. Haz con ellas lo que quieras», pensé, justo antes de comenzar a vestirme.
—Has estado fantástica —, me dijo sentándose de nuevo junto a la cama. —Eres una hembra de los pies a la cabeza —, añadió, intentando abrazarme.
—Lo siento. Tengo que irme —dije poniéndome de pies, y esquivando así hábilmente, su intento de mostrarme afecto.
Salí de la habitación sin mirar atrás, y comencé abrochar los botones de mi camisa, según avanzaba por el pasillo.
Abrí la puerta, y justo cuando iba a salir de la casa, Luís me retuvo sujetándome por un brazo
—¿De quién eres Olivia? —, me preguntó mirándome a los ojos.
No respondí, me zafé de él con un violento gesto y salí hasta la escalera. En zona neutral me sentí más segura. Él no me siguió, pude ver su rostro un tanto desconcertado, justo antes de que cerrara la puerta.
Ni siquiera entré en casa, tampoco esperé al ascensor. Bajé las escaleras de las siete plantas a toda prisa, dando la sensación de que estaba escapando de un incendio. Necesitaba mover las piernas tomar el aire, dejar de pensar en lo que había hecho.
«Tal vez si me doy prisa, aún me dé tiempo de acercarme al banco, y hacer la puta trasferencia», pensé terminando de abrocharme el ultimo botón de la camisa.
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