Llegó el día del amigo. Inmediatamente pensamos en aquellas personas con las que compartimos experiencias desde hace mucho o poco tiempo, que nos contienen, nos escuchan, nos cuentan sus cosas y, en muchos casos, hasta saben más de nosotras que nosotras mismas.
Pero también están ellos, una clase distinta, una categoría especial que –de a poco- las mujeres fuimos incorporando en nuestras vidas. En su libro “Amigos con derecho a roce. Manual de abusos y costumbres”, de Editorial Vergara, Verónica Malamfant nos deja una definición perfecta: un amigo con derecho a roce (ADR) “es toda persona que esté disponible para nosotras en todo momento y que cumpla con el conjunto de normas de convivencia para tener fricción”.
Un poco de historia
Hasta hace pocos años, las mujeres queríamos amor; ellos, sexo. Nosotras nos involucrábamos en cuerpo y alma en las relaciones; ellos, no. Nosotras buscábamos un marido; ellos, una amante. Afortunadamente, todo cambió. Entre reuniones de tupper sex y stilettos híper sensuales, los prejuicios se fueron alejando, nos encontramos con el placer y redescubrimos nuestro cuerpo.
“La evolución de las costumbres transformaron uno a uno los conceptos con los que veníamos jugando y aprendiendo a sobrellevar la soltería –en algunos casos- y –en otros- rupturas de relaciones largas y que no llegaron a buen término. Desde la antigüedad y hasta las chicas de “Sex and the City”, todo había cambiado. Debíamos salir (por cuestiones obvias) a este mundo trastocado, ágil y dinámico como el power plate, ese plato que te sacude cada músculo de tu cuerpo y te convierte en alguien tonificado por la sola vibración”, describe Malamfant.
Y es en ese mundo cambiante, vibrante, diferente, donde entran los ADR.
Historias especiales, amigos especiales
La tranquilidad de saber que nuestros queridos ADR están ahí, siempre, y que tal vez se queden para el resto de nuestras vidas es reconfortante. Pero, cuidado, es momento de entender la primera condición de estas relaciones: lejos de lo que proponen las comedias de Hollywood o las novelas rosas, con ellos no hay compromiso emocional ni ataduras de ningún tipo. “Con un ADR no se habla de noviazgo, casamiento y planes a futuro”, explica la autora.
Y en tren de seguir describiendo estas relaciones, agrega: “(…) los ADR no deben ser tomados muy livianamente porque ante que nada son amigos, y se debe corresponder a todas las necesidades que la amistad conlleva. Como toda relación, y sobre todo sexual, debe haber respeto mutuo y honestidad, aunque más no sea para decirle ‘solamente sos un fucking program’”.
Si bien parecen ser relaciones simples, vividas en (y con) absoluta libertad, para Malamfant “son sinónimo de complejidad, y eso está dado por las reglas intrínsecas, el lenguaje adulto y desprejuiciado, la cabeza abierta y demás cosas que hacen que sean únicas e intransferibles”.
¿Miedo al compromiso? ¿Egoísmo? ¿Búsqueda de una eterna adolescencia donde un futuro de a dos se ve como algo lejano? ¿O manotazo de ahogada frente a la negativa masculina a formar pareja? En palabras de la autora: “Tal vez las mujeres, en mayor medida, somos las más ilusas por vivir una buena historia amorosa; tal vez caiga en esos lugares comunes y sea banalmente eterna. Pero llegar a eso puede costarnos gran parte de nuestra vida. Y muchas no estamos dispuestas a arriesgarnos”.
Son amigos especiales. A ellos nos une no sólo el amor sino también el sexo. Son relaciones con códigos, maduras, adultas. Pero, también, son relaciones que nos alejan del compromiso formal y de los proyectos compartidos.
Pero también están ellos, una clase distinta, una categoría especial que –de a poco- las mujeres fuimos incorporando en nuestras vidas. En su libro “Amigos con derecho a roce. Manual de abusos y costumbres”, de Editorial Vergara, Verónica Malamfant nos deja una definición perfecta: un amigo con derecho a roce (ADR) “es toda persona que esté disponible para nosotras en todo momento y que cumpla con el conjunto de normas de convivencia para tener fricción”.
Un poco de historia
Hasta hace pocos años, las mujeres queríamos amor; ellos, sexo. Nosotras nos involucrábamos en cuerpo y alma en las relaciones; ellos, no. Nosotras buscábamos un marido; ellos, una amante. Afortunadamente, todo cambió. Entre reuniones de tupper sex y stilettos híper sensuales, los prejuicios se fueron alejando, nos encontramos con el placer y redescubrimos nuestro cuerpo.
“La evolución de las costumbres transformaron uno a uno los conceptos con los que veníamos jugando y aprendiendo a sobrellevar la soltería –en algunos casos- y –en otros- rupturas de relaciones largas y que no llegaron a buen término. Desde la antigüedad y hasta las chicas de “Sex and the City”, todo había cambiado. Debíamos salir (por cuestiones obvias) a este mundo trastocado, ágil y dinámico como el power plate, ese plato que te sacude cada músculo de tu cuerpo y te convierte en alguien tonificado por la sola vibración”, describe Malamfant.
Y es en ese mundo cambiante, vibrante, diferente, donde entran los ADR.
Historias especiales, amigos especiales
La tranquilidad de saber que nuestros queridos ADR están ahí, siempre, y que tal vez se queden para el resto de nuestras vidas es reconfortante. Pero, cuidado, es momento de entender la primera condición de estas relaciones: lejos de lo que proponen las comedias de Hollywood o las novelas rosas, con ellos no hay compromiso emocional ni ataduras de ningún tipo. “Con un ADR no se habla de noviazgo, casamiento y planes a futuro”, explica la autora.
Y en tren de seguir describiendo estas relaciones, agrega: “(…) los ADR no deben ser tomados muy livianamente porque ante que nada son amigos, y se debe corresponder a todas las necesidades que la amistad conlleva. Como toda relación, y sobre todo sexual, debe haber respeto mutuo y honestidad, aunque más no sea para decirle ‘solamente sos un fucking program’”.
Si bien parecen ser relaciones simples, vividas en (y con) absoluta libertad, para Malamfant “son sinónimo de complejidad, y eso está dado por las reglas intrínsecas, el lenguaje adulto y desprejuiciado, la cabeza abierta y demás cosas que hacen que sean únicas e intransferibles”.
¿Miedo al compromiso? ¿Egoísmo? ¿Búsqueda de una eterna adolescencia donde un futuro de a dos se ve como algo lejano? ¿O manotazo de ahogada frente a la negativa masculina a formar pareja? En palabras de la autora: “Tal vez las mujeres, en mayor medida, somos las más ilusas por vivir una buena historia amorosa; tal vez caiga en esos lugares comunes y sea banalmente eterna. Pero llegar a eso puede costarnos gran parte de nuestra vida. Y muchas no estamos dispuestas a arriesgarnos”.
Son amigos especiales. A ellos nos une no sólo el amor sino también el sexo. Son relaciones con códigos, maduras, adultas. Pero, también, son relaciones que nos alejan del compromiso formal y de los proyectos compartidos.
8 comentarios - Amistad siglo XXI: amigos con derecho a roce
Celebro el cambio de la mujeres que menciona la autora en los ultimos años!
Me encanto el texto.
Gracias por compartir