Tenemos un único cuerpo, uno solo. Uno al que, con denodados esfuerzos, intentamos integrar en todos sus aspectos. El cuerpo físico, el cuerpo psíquico, el energético, el erótico.
Atravesados todos ellos por los avatares de nuestras circunstancias personales y universalmente surcados por las marcas del determinismo cultural que nos construye y destruye. Ese cuerpo, nuestro cuerpo. El que se desarrolla con sus particularidades de género, el que nos define mujeres. Y como mujeres, hembras. Y como mujeres, madres.
Y aquí la gran pregunta: ¿Cómo hacemos para componer estos dos aspectos fundantes de nuestro ser mujer? ¿Cómo, después del intenso trabajo para hacernos sexuales, aceptarnos y permitirnos el desarrollo de la hembra que hay en nosotras, incluimos en el mismo cuerpo la construcción y el devenir de la madre, su identidad, su status y su función?
Estas preguntas nos surgen inexorablemente a posteriori de la maternidad cuando, ya instalado como síntoma, el deseo se diluye y se desapropia, y la hembra... brilla por su ausencia.
Probablemente esta desintegración entre la sexualidad y la maternidad aporte en gran medida a la típica angustia puerperal y explique en parte, el habitual desencuentro que padece la pareja en esos tiempos. Y es entonces cuando el concepto de "cuerpo único" intenta ser respuesta.
Si nos centramos en el "cuerpo físico", tan solo con imaginar que nuestra vagina, el espacio donde reinaba la hembra, es exactamente el mismo por el que transita el hijo hacia la vida, estimulado por nuestras contracciones y pujos, aquellos que en aquel momento nos sumían en intenso dolor y que hoy, ante el recuerdo, suenan a rítmicas pulsaciones, armónicas y musicales que acompañaron semejante suceso. Nuestros pechos, otrora emblema lujurioso, son los mismos en los que la boca de nuestro hijo se ajusta abarcando el contorno de sus pezones, succionando con desesperación al principio y con deleite y regocijo después, cuando es claro que no quiere soltarla de goloso nomás.
¿Cómo hacer para que estos espacios vuelvan a ser el escenario de la hembra que fue, hace siglos, casi en otra vida? Y que nuevamente los habiten otros labios, otras succiones con otras o similares intenciones, donde los pujos y contracciones solo tengan el sentido de otorgarse y otorgar placer.
Si analizamos el "cuerpo psíquico", el cuerpo emocional, nos será muy sencillo derivar la enormidad de transformaciones que el mismo sufre en el proceso de la maternidad, incluyendo el embarazo, la nutrición, la crianza, la innumerable modificación en los hábitos del cotidiano, la reubicación de la identidad, la reorganización del sistema de valores y creencias, y tantos etcéteras no abarcables en este artículo. Sin duda alguna es fácil imaginar lo incierto y confusional de este tiempo y la esperable complejidad que se instala en nuestra comunicación con el entorno y, fundamentalmente, con el compañero varón.
Recordemos, además, que las mujeres tenemos fuertemente emblematizado el hecho de construir una familia. Aún hoy, más allá de los avances de las cuestiones de género y la fuerte lucha del feminismo por construir igualdad entre los géneros, el determinismo cultural, que nos espera madres, sigue vigente, siendo diferente semejante peso en los hombres. ¿Se va entendiendo por qué ellos reclaman a la hembra mientras nosotras reacomodamos a los ponchazos nuestro psiquismo?
El cuerpo energético ni que hablar. Está desvencijado en este tránsito. Agotadas, confundidas, inciertas, gastamos toda la energía que tenemos en una tarea que nos resulta ciclópea: dar y sostener vida. Nos sentimos extinguidas y registramos que nuestro deseo (el que tenía la hembra), caducó. Claro, este "no sentir" también nos angustia. Además.
¿Y el cuerpo erótico?
Dispuesto a sobrevivir, tal como es su esencia, nuestro cuerpo erótico espera ansioso que nos enteremos de las nuevas formas que se dispone a adoptar. Nos propone caminos alternativos, atajos desconocidos, fórmulas creativas que privilegien este tan maravilloso tiempo en nuestras vidas. Tiempo en el que la confirmación amorosa, la celebración cotidiana del amor, el reconocimiento de un cuerpo nuevo y enriquecido, adicto al lenguaje de la ternura y la sensibilidad, hará posible que, entre ambos, le extiendan las manos a la hembra para que salga de su escondite y retorne...nueva.
Atravesados todos ellos por los avatares de nuestras circunstancias personales y universalmente surcados por las marcas del determinismo cultural que nos construye y destruye. Ese cuerpo, nuestro cuerpo. El que se desarrolla con sus particularidades de género, el que nos define mujeres. Y como mujeres, hembras. Y como mujeres, madres.
Y aquí la gran pregunta: ¿Cómo hacemos para componer estos dos aspectos fundantes de nuestro ser mujer? ¿Cómo, después del intenso trabajo para hacernos sexuales, aceptarnos y permitirnos el desarrollo de la hembra que hay en nosotras, incluimos en el mismo cuerpo la construcción y el devenir de la madre, su identidad, su status y su función?
Estas preguntas nos surgen inexorablemente a posteriori de la maternidad cuando, ya instalado como síntoma, el deseo se diluye y se desapropia, y la hembra... brilla por su ausencia.
Probablemente esta desintegración entre la sexualidad y la maternidad aporte en gran medida a la típica angustia puerperal y explique en parte, el habitual desencuentro que padece la pareja en esos tiempos. Y es entonces cuando el concepto de "cuerpo único" intenta ser respuesta.
Si nos centramos en el "cuerpo físico", tan solo con imaginar que nuestra vagina, el espacio donde reinaba la hembra, es exactamente el mismo por el que transita el hijo hacia la vida, estimulado por nuestras contracciones y pujos, aquellos que en aquel momento nos sumían en intenso dolor y que hoy, ante el recuerdo, suenan a rítmicas pulsaciones, armónicas y musicales que acompañaron semejante suceso. Nuestros pechos, otrora emblema lujurioso, son los mismos en los que la boca de nuestro hijo se ajusta abarcando el contorno de sus pezones, succionando con desesperación al principio y con deleite y regocijo después, cuando es claro que no quiere soltarla de goloso nomás.
¿Cómo hacer para que estos espacios vuelvan a ser el escenario de la hembra que fue, hace siglos, casi en otra vida? Y que nuevamente los habiten otros labios, otras succiones con otras o similares intenciones, donde los pujos y contracciones solo tengan el sentido de otorgarse y otorgar placer.
Si analizamos el "cuerpo psíquico", el cuerpo emocional, nos será muy sencillo derivar la enormidad de transformaciones que el mismo sufre en el proceso de la maternidad, incluyendo el embarazo, la nutrición, la crianza, la innumerable modificación en los hábitos del cotidiano, la reubicación de la identidad, la reorganización del sistema de valores y creencias, y tantos etcéteras no abarcables en este artículo. Sin duda alguna es fácil imaginar lo incierto y confusional de este tiempo y la esperable complejidad que se instala en nuestra comunicación con el entorno y, fundamentalmente, con el compañero varón.
Recordemos, además, que las mujeres tenemos fuertemente emblematizado el hecho de construir una familia. Aún hoy, más allá de los avances de las cuestiones de género y la fuerte lucha del feminismo por construir igualdad entre los géneros, el determinismo cultural, que nos espera madres, sigue vigente, siendo diferente semejante peso en los hombres. ¿Se va entendiendo por qué ellos reclaman a la hembra mientras nosotras reacomodamos a los ponchazos nuestro psiquismo?
El cuerpo energético ni que hablar. Está desvencijado en este tránsito. Agotadas, confundidas, inciertas, gastamos toda la energía que tenemos en una tarea que nos resulta ciclópea: dar y sostener vida. Nos sentimos extinguidas y registramos que nuestro deseo (el que tenía la hembra), caducó. Claro, este "no sentir" también nos angustia. Además.
¿Y el cuerpo erótico?
Dispuesto a sobrevivir, tal como es su esencia, nuestro cuerpo erótico espera ansioso que nos enteremos de las nuevas formas que se dispone a adoptar. Nos propone caminos alternativos, atajos desconocidos, fórmulas creativas que privilegien este tan maravilloso tiempo en nuestras vidas. Tiempo en el que la confirmación amorosa, la celebración cotidiana del amor, el reconocimiento de un cuerpo nuevo y enriquecido, adicto al lenguaje de la ternura y la sensibilidad, hará posible que, entre ambos, le extiendan las manos a la hembra para que salga de su escondite y retorne...nueva.
1 comentarios - De la hembra a la madre
Sin lugar a dudas algo de lo que pocas se han ocupado de destacar en este lugar.
Mis felicitaciones