Muchos hombres se sacan los anillos y viven “una noche de solteros”, como festeja la canción de Los Auténticos Decadentes. En las mujeres esa práctica es más oculta o desconocida, pero, ¿existe?
Todos sabemos de los avances de las mujeres por una mayor equidad. Ganaron terrenos antes impensados por el género y hasta igualaron o superaron a muchos hombres en la audacia para seducir, conquistar, y tomar la iniciativa para el sexo.
Ya no son aquellas jóvenes inocentes que esperaban el cabeceo del hombre para salir a bailar, ni tienen que soportar el codazo incitador de la madre “cuida” aprobando el acercamiento.
Pero, ¿qué pasa con algunas modalidades “non santas” como “trampas” o conductas “piratas”, patrimonio de la seducción masculina? ¿Existe una búsqueda de igualdad, una especie de paridad con los hombres en la conquista “tramposa”?
La naturaleza del picaflor
Probar las habilidades de conquista y darle el “broche de oro” con una buena erección siguen siendo refuerzos positivos para el ego varonil. Los hombres quieren seguir confiando en sus dotes viriles signadas por la seducción, la fuerza corporal, el vigor y, si es posible, la jactancia ante su grupo de pares.
Salir “de trampa”, ser “picaflor”, es para muchos una conducta “natural”, arraigada en la estructura de ser machos y diferente de las necesidades de las hembras. Convencidos de los determinantes de su naturaleza viril, salen a la conquista, solos o en grupos, redes sociales mediante, o confiando en la labia y el contacto cara a cara. Con las antenas puestas en sus lugares de trabajo, en la calle o en bares, cualquier lugar y momento puede convertirse en una oportunidad de encuentro.
Así como se convencen de sus dotes de cortejo saben poner los límites a tiempo para no convertir un refuerzo para su ego viril en un conflicto desmoralizador: una trampa no debe ser una relación. Las trampas son refuerzos para el Yo y de ninguna manera significan un vínculo amoroso.
La feminidad no integra “la trampa”
Las mujeres están aprendiendo a encontrar refuerzos positivos en los encuentros fugaces. Sin embargo, la feminidad como estructura subjetiva ha requerido por siglos de otras ganancias: la afectividad en el vínculo sexual y de pareja, la maternidad, el cuidado del hogar y la crianza de los hijos. Poco y nada ha considerado -por el contrario, ha reprimido y en muchos casos castigado- poner en juego la seducción, la búsqueda de nuevas sensaciones físicas, “abrir los poros” a la erótica y al sexo.
Si los varones buscan probar cuerpos nuevos para reforzar su virilidad narcisista, las damas salen "de trampa” para sentir sensaciones que sus parejas no les proveen como ellas quisieran. Los discursos de estas mujeres están llenos de insatisfacciones, de carencias o de imposibilidades para conversar con sus parejas lo que les pasa. Algunas se animan a hacer con otros lo que jamás harían con sus novios o maridos. La experiencia fugaz y novedosa las vuelve más fogosas y abiertas al sexo por el simple hecho de que muchas aprendieron a reprimirse para no ser vistas por sus parejas como “experimentadas” o “hipersexuales”.
Algunas se critican y culpan por lo vivido. En otras, la experiencia es tan rica en términos de sensaciones nuevas y recupero de las ansias juveniles que obtura cualquier atisbo de remordimiento. Otras se animan a proponer con firmeza cambios con el fin de dejar de “buscar afuera” lo que tendrían que sentir en el ámbito de la pareja. En fin, diferentes respuestas subjetivas a la experiencia de lo efímero.
En los varones, poner a prueba la virilidad naturalizó “la trampa” y el limite como consecuencia necesaria. Pero en las mujeres esta cuestión aún no ha sido internalizada por la feminidad. Si los hombres “piratas” conquistan y salen rápidamente en búsqueda de otros territorios, henchidos de confianza, seguridad y orgullo viril, en las mujeres “piratas” aparece el temor a quedarse en el territorio, esto es, enamorarse o vivir una vida paralela.
Todos sabemos de los avances de las mujeres por una mayor equidad. Ganaron terrenos antes impensados por el género y hasta igualaron o superaron a muchos hombres en la audacia para seducir, conquistar, y tomar la iniciativa para el sexo.
Ya no son aquellas jóvenes inocentes que esperaban el cabeceo del hombre para salir a bailar, ni tienen que soportar el codazo incitador de la madre “cuida” aprobando el acercamiento.
Pero, ¿qué pasa con algunas modalidades “non santas” como “trampas” o conductas “piratas”, patrimonio de la seducción masculina? ¿Existe una búsqueda de igualdad, una especie de paridad con los hombres en la conquista “tramposa”?
La naturaleza del picaflor
Probar las habilidades de conquista y darle el “broche de oro” con una buena erección siguen siendo refuerzos positivos para el ego varonil. Los hombres quieren seguir confiando en sus dotes viriles signadas por la seducción, la fuerza corporal, el vigor y, si es posible, la jactancia ante su grupo de pares.
Salir “de trampa”, ser “picaflor”, es para muchos una conducta “natural”, arraigada en la estructura de ser machos y diferente de las necesidades de las hembras. Convencidos de los determinantes de su naturaleza viril, salen a la conquista, solos o en grupos, redes sociales mediante, o confiando en la labia y el contacto cara a cara. Con las antenas puestas en sus lugares de trabajo, en la calle o en bares, cualquier lugar y momento puede convertirse en una oportunidad de encuentro.
Así como se convencen de sus dotes de cortejo saben poner los límites a tiempo para no convertir un refuerzo para su ego viril en un conflicto desmoralizador: una trampa no debe ser una relación. Las trampas son refuerzos para el Yo y de ninguna manera significan un vínculo amoroso.
La feminidad no integra “la trampa”
Las mujeres están aprendiendo a encontrar refuerzos positivos en los encuentros fugaces. Sin embargo, la feminidad como estructura subjetiva ha requerido por siglos de otras ganancias: la afectividad en el vínculo sexual y de pareja, la maternidad, el cuidado del hogar y la crianza de los hijos. Poco y nada ha considerado -por el contrario, ha reprimido y en muchos casos castigado- poner en juego la seducción, la búsqueda de nuevas sensaciones físicas, “abrir los poros” a la erótica y al sexo.
Si los varones buscan probar cuerpos nuevos para reforzar su virilidad narcisista, las damas salen "de trampa” para sentir sensaciones que sus parejas no les proveen como ellas quisieran. Los discursos de estas mujeres están llenos de insatisfacciones, de carencias o de imposibilidades para conversar con sus parejas lo que les pasa. Algunas se animan a hacer con otros lo que jamás harían con sus novios o maridos. La experiencia fugaz y novedosa las vuelve más fogosas y abiertas al sexo por el simple hecho de que muchas aprendieron a reprimirse para no ser vistas por sus parejas como “experimentadas” o “hipersexuales”.
Algunas se critican y culpan por lo vivido. En otras, la experiencia es tan rica en términos de sensaciones nuevas y recupero de las ansias juveniles que obtura cualquier atisbo de remordimiento. Otras se animan a proponer con firmeza cambios con el fin de dejar de “buscar afuera” lo que tendrían que sentir en el ámbito de la pareja. En fin, diferentes respuestas subjetivas a la experiencia de lo efímero.
En los varones, poner a prueba la virilidad naturalizó “la trampa” y el limite como consecuencia necesaria. Pero en las mujeres esta cuestión aún no ha sido internalizada por la feminidad. Si los hombres “piratas” conquistan y salen rápidamente en búsqueda de otros territorios, henchidos de confianza, seguridad y orgullo viril, en las mujeres “piratas” aparece el temor a quedarse en el territorio, esto es, enamorarse o vivir una vida paralela.
2 comentarios - "Las piratas": ¿las mujeres salen de trampa?