Los científicos, como todo el mundo, necesitan reproducirse, y por eso también invierten su sabiduría en investigar temas sexuales. Tras haber pasado varios días poniendo a prueba sus teorías, por fin puedo reproducirlas con seguridad. De los pies al punto G, un delicioso recorrido entre mitos y verdades, algunas de las cuales jamás imaginaste.
La misteriosa relación entre el tamaño del pene y el de los pies
De todos los animales, ninguno sería más feliz que el Ser Humano si tuviese vista de rayos X. Pero la triste realidad ha llevado a buscar indicios de lo oculto en todos los ámbitos del conocimiento humano, especialmente en lo que respecta al conocimiento que conduce al grito de ¡oh, yes, yes, my god, eureka! Es por eso que las mujeres han buscado en los pies una pista para predecir el tamaño del pene, y por la misma razón la Humanidad está obsesionada con encontrar el escurridizo Yeti.
Pero, ¿el tamaño importa? Sí, por una simple razón: el tamaño de algo no es una cualidad que se pueda abstraer de ese algo sin hacerlo desaparecer (los penes incorpóreos están en desuso desde el incidente de María con Espíritu Santo). Además, si el tamaño no fuera importante, la anterior pregunta no sería tan popular que hasta la ciencia ha buscado el gen que controla dicha cualidad.
Lamentablemente, si bien un mismo gen regula el crecimiento de ambos importantes órganos -incluso en la mujer determina por igual el crecimiento de los dedos y del clítoris-, tras haber analizado cientos de varones (con los pies bien estirados) no se encontró correlación alguna, excepto que tanto el pene como los pies poseen el atributo "tamaño".
Algo similar se rumorea en torno a la longitud de la hipotenusa de los dedos pulgar e índice, pero también se trata de un mito, al menos dentro del conocimiento disponible sobre dedos y hormonas sexuales.
Entonces, me honro en informar a las señoritas lectoras que el verdadero tamaño del pene -como la música- hay que sentirlo adentro.
Cualidades gastronómicas del semen
Al contrario de lo que afirman por ahí, no existe prueba alguna de que el semen sea perjudicial para el sistema digestivo o para el resto del organismo (al menos en porciones razonables). En principio, especialmente después de haber vivido una infancia ingiriendo secreciones de teta de vaca, no hay razones científicas para que ingerir semen humano suene extraño. Es más: es una sustancia altamente nutritiva y viene en diferentes sabores.
El sabor del semen -dicen los científicos, con los labios hinchados- depende en gran medida de la dieta del hombre: los alimentos dulces, por ejemplo, le transfieren su dulzura; la carne, el ajo, la cebolla y el café, por su parte, le dan un sabor amargo y ácido.
En su composición contiene un gran porcentaje de vitamina C, calcio, sodio, magnesio, zinc, ácido cítrico y azúcar (¿no suena delicioso?), todo lo cual lo hace un excelente complemento nutritivo, excepto para un 5% de las mujeres que son alérgicas a él. ¿Cómo puedo saber -se pregunta mi lectora imaginaria- si soy alérgica al semen? Sólo hay una forma de averiguarlo.
El sexo y la edad
A menos que haya un intrincado complot de ancianos para llenarnos la cabeza con imágenes grotescas, podemos concluir que no sólo la actividad sexual continúa cuando envejecemos, si no que en muchos casos se incrementa considerablemente, llegando a niveles que cualquier mente sana desterraría hacía lo más profundo del subconsciente.
Las encuestas dicen que un traumatizante 79% de los tiernos abuelitos que alguna vez te pellizcaron los cachetes tiene sexo al menos una, dos o tres veces por mes. Estamos hablando de personas de entre 75 y 85 años de edad de las cuales, por si fuera poco, más del 30% aseguró haber practicado sexo oral en el último año. Evidentemente, esa es la razón de por cual muchos abuelos pierden constantemente la dentadura.
Si bien en un 37% de los mayores sí se incrementan los problemas sexuales, tanto en hombres como en mujeres, en la mayoría el interés no decae en absoluto, siendo la principal razón para no intentarlo la mala salud del compañero.
El punto G
Este es un tema controvertido. Se discute mucho sobre la existencia del famoso punto G -una zona especialmente erógena de los genitales femeninos-, y recientes estudios han desmentido que tal cosa exista en absoluto, pero, para variar, voy a hacer de abogado del diablo...
No soy quien para negar los adelantos de la ciencia, pero el Profesor Poronguetti -un especialista que sabe que la belleza es interior- me ha jurado que el punto G existe en todas las mujeres que conoce por dentro, aunque su ubicación varía del modo más extraño de una mujer a otra...
El problema es encontrarlo. Se siente como una protuberancia blanda y rugosa en la parte superior de la vagina; puede estar a varios centímetros de profundidad o prácticamente en el mundo exterior, y es tanto más grande cuanto más excitada está la dama. Correctamente estimulado, este punto genera mucho más placer que el clítoris, y a veces un chorro de una sustancia desconocida que parece representar la felicidad en estado líquido.
El profesor Poronguetti trabaja actualmente con un equipo de genetistas para lograr que el punto G brille en la oscuridad. Aunque no me ha revelado sus adelantos, insiste en que lo llame PoronGé.
El hombre también tiene un punto G, aunque no guarda relación con el femenino; su nombre es más bien figurativo. Aparentemente, su excitación provocaría un inmenso placer y una eyaculación casi inmediata. El profesor Poronguetti PoronGé no quiso hacer declaraciones al respecto, pero la ciencia en este caso se le ha adelantado y nos informa que el punto G masculino es nada menos que la próstata, un diminuto órgano que se encarga de producir el líquido en el cual nadan los espermatozoides. El tamaño de la próstata varía junto con los niveles de hormonas sexuales, incluso llegando a desaparecer si éstas se suprimen, y quizá pase algo similar con el punto G femenino.
La misteriosa relación entre el tamaño del pene y el de los pies
De todos los animales, ninguno sería más feliz que el Ser Humano si tuviese vista de rayos X. Pero la triste realidad ha llevado a buscar indicios de lo oculto en todos los ámbitos del conocimiento humano, especialmente en lo que respecta al conocimiento que conduce al grito de ¡oh, yes, yes, my god, eureka! Es por eso que las mujeres han buscado en los pies una pista para predecir el tamaño del pene, y por la misma razón la Humanidad está obsesionada con encontrar el escurridizo Yeti.
Pero, ¿el tamaño importa? Sí, por una simple razón: el tamaño de algo no es una cualidad que se pueda abstraer de ese algo sin hacerlo desaparecer (los penes incorpóreos están en desuso desde el incidente de María con Espíritu Santo). Además, si el tamaño no fuera importante, la anterior pregunta no sería tan popular que hasta la ciencia ha buscado el gen que controla dicha cualidad.
Lamentablemente, si bien un mismo gen regula el crecimiento de ambos importantes órganos -incluso en la mujer determina por igual el crecimiento de los dedos y del clítoris-, tras haber analizado cientos de varones (con los pies bien estirados) no se encontró correlación alguna, excepto que tanto el pene como los pies poseen el atributo "tamaño".
Algo similar se rumorea en torno a la longitud de la hipotenusa de los dedos pulgar e índice, pero también se trata de un mito, al menos dentro del conocimiento disponible sobre dedos y hormonas sexuales.
Entonces, me honro en informar a las señoritas lectoras que el verdadero tamaño del pene -como la música- hay que sentirlo adentro.
Cualidades gastronómicas del semen
Al contrario de lo que afirman por ahí, no existe prueba alguna de que el semen sea perjudicial para el sistema digestivo o para el resto del organismo (al menos en porciones razonables). En principio, especialmente después de haber vivido una infancia ingiriendo secreciones de teta de vaca, no hay razones científicas para que ingerir semen humano suene extraño. Es más: es una sustancia altamente nutritiva y viene en diferentes sabores.
El sabor del semen -dicen los científicos, con los labios hinchados- depende en gran medida de la dieta del hombre: los alimentos dulces, por ejemplo, le transfieren su dulzura; la carne, el ajo, la cebolla y el café, por su parte, le dan un sabor amargo y ácido.
En su composición contiene un gran porcentaje de vitamina C, calcio, sodio, magnesio, zinc, ácido cítrico y azúcar (¿no suena delicioso?), todo lo cual lo hace un excelente complemento nutritivo, excepto para un 5% de las mujeres que son alérgicas a él. ¿Cómo puedo saber -se pregunta mi lectora imaginaria- si soy alérgica al semen? Sólo hay una forma de averiguarlo.
El sexo y la edad
A menos que haya un intrincado complot de ancianos para llenarnos la cabeza con imágenes grotescas, podemos concluir que no sólo la actividad sexual continúa cuando envejecemos, si no que en muchos casos se incrementa considerablemente, llegando a niveles que cualquier mente sana desterraría hacía lo más profundo del subconsciente.
Las encuestas dicen que un traumatizante 79% de los tiernos abuelitos que alguna vez te pellizcaron los cachetes tiene sexo al menos una, dos o tres veces por mes. Estamos hablando de personas de entre 75 y 85 años de edad de las cuales, por si fuera poco, más del 30% aseguró haber practicado sexo oral en el último año. Evidentemente, esa es la razón de por cual muchos abuelos pierden constantemente la dentadura.
Si bien en un 37% de los mayores sí se incrementan los problemas sexuales, tanto en hombres como en mujeres, en la mayoría el interés no decae en absoluto, siendo la principal razón para no intentarlo la mala salud del compañero.
El punto G
Este es un tema controvertido. Se discute mucho sobre la existencia del famoso punto G -una zona especialmente erógena de los genitales femeninos-, y recientes estudios han desmentido que tal cosa exista en absoluto, pero, para variar, voy a hacer de abogado del diablo...
No soy quien para negar los adelantos de la ciencia, pero el Profesor Poronguetti -un especialista que sabe que la belleza es interior- me ha jurado que el punto G existe en todas las mujeres que conoce por dentro, aunque su ubicación varía del modo más extraño de una mujer a otra...
El problema es encontrarlo. Se siente como una protuberancia blanda y rugosa en la parte superior de la vagina; puede estar a varios centímetros de profundidad o prácticamente en el mundo exterior, y es tanto más grande cuanto más excitada está la dama. Correctamente estimulado, este punto genera mucho más placer que el clítoris, y a veces un chorro de una sustancia desconocida que parece representar la felicidad en estado líquido.
El profesor Poronguetti trabaja actualmente con un equipo de genetistas para lograr que el punto G brille en la oscuridad. Aunque no me ha revelado sus adelantos, insiste en que lo llame PoronGé.
El hombre también tiene un punto G, aunque no guarda relación con el femenino; su nombre es más bien figurativo. Aparentemente, su excitación provocaría un inmenso placer y una eyaculación casi inmediata. El profesor Poronguetti PoronGé no quiso hacer declaraciones al respecto, pero la ciencia en este caso se le ha adelantado y nos informa que el punto G masculino es nada menos que la próstata, un diminuto órgano que se encarga de producir el líquido en el cual nadan los espermatozoides. El tamaño de la próstata varía junto con los niveles de hormonas sexuales, incluso llegando a desaparecer si éstas se suprimen, y quizá pase algo similar con el punto G femenino.
4 comentarios - mitos sobre el sexo que te van a interesar
de lujo capo