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La ley del ultimo recurso

¿Quién, en algún momento de su vida, en más de una salida con amigos en tiempos de soltería, cuando el hambre apretaba, dejaron de lado sus prejuicios y se comieron lo último que quedaba?

El hombre, antes de todo es hombre.
Con esto quiero decir que nuestras ganas por quitarnos la sed de SEXO son a diario. Esta situación, en varias oportunidades, nos ha llevado a tener los más penosos e inolvidables –LAMENTABLEMENTE- encuentros con chicas ocasionales.
Dentro de ese mundo “ocasional” para saciar nuestras ganas hemos conocido la galería mas completa de personajes femeninos. Esa galería se presenta ante nuestros ojos cuando ya son las 5 de la mañana, hemos bebido unas copas de mas del etilico que sea, y vemos a nuestro alrededor que ya se han formado varias “parejitas”. Y, por supuesto, lo que ofrece el mercado en ese momento no es de “primera calidad”. Podriamos decir que cada una de las chicas que andan deambulando por el boliche lleva colgado del cuello un cartel que dice: “for sale” (regalada).

Con la que todos estuvimos alguna vez.

Esta ahí, es imposible no verla. Se menea de un lado a otro. Mueve las caderas al ritmo de la salsa –que en su cabeza se imaginara una bolognesa o filetto-, y con tremendos movimientos hace a un costado a la gente. Es innegable el swing que lleva esta mujer en el cuerpo.
Lleva un pantalón negro elasticado y una remera blanca que deja al libre albedrío sus enormes pechos. Mueve la cabeza sin cesar; abre las piernas e intenta llegar al piso. ¡y lo logra! No sabemos como, pero lo logra. En ese momento nuestra cabeza comienza a esbozar las primeras imágenes fuera del ámbito del boliche como consecuencia del alcohol, y decimos: “si esta gorda baila así no me quiero imaginar lo que es en la cama”. Entonces nos acercamos. Comenzamos a bailar cerca de ella. Intentamos tomarla de la “cintura”, y antes de que nuestros dedos se pierdan en ese gran rollo, agarramos su mano y la hacemos girar. Y ella baila y sigue bailando. Esta totalmente sudada. Ver las gotas de transpiración en sus pechos nos transporta a otra situación. Y ahí es cuando nos arrimamos a su oreja y le decimos: “¿Vamos a otro lado?”. Y la gorda, chocha de la vida, cansada de bailar y de que nadie se le acerque en toda la noche, arroja desesperadamente un “¡Si vámonos ya!”
El camino hasta encontrar donde saciar nuestras ganas de sexo es largo. En la ventanilla de recepción del hotel alojamiento, con la cabeza gacha, pedimos una habitación, al mismo tiempo que ella usurpa la caramelera y se lleva dos o tres golosinas a la boca mientras cierra los ojos en un acto de placer.
La habitación es pequeña, pero lo suficiente para hacer lo nuestro e irnos. La gorda es mimosa. Se cuelga como un koala de nuestra espalda y comienza a besarnos el cuello y estimularnos las tetillas. La gorda será gorda pero sabe lo que hace y como lo hace.
Se quita la remera y nos invita a sacarle el corpiño. ¡Que par de tetas, por Dios! Nos obliga a incursionar nuestra nariz en ellos. No nos alcanza la boca para lamer tanta inmensidad.
Decide sacarse el pantalón ella misma, y vemos esa diminuta cola less perdida en semejantes nalgas. No sabemos como ni en que momento, pero nos desnudo. Se dirige hacia nuestro miembro, que esta increíblemente tieso, y comienza a succionarlo como una verdadera experta. Luego, vemos que nos pone toda su intimidad en la cara e inicia un largo y placentero 69. Nos falta un poco de aire; No podemos distinguir entre el clítoris y los labios, pero debemos reconocer el placer que sentimos.
Agarremos de donde agarremos hay carne. Queremos penetrarla, incursionar en toda esa inmensidad. La gorda se desliza en la cama como si fuera Eleonora Cassano. Luego de varios intentos nuestro pene ha entrado.
Se siente envolvente. Ella no cesa de moverse y sus pechos se bambolean de un lado a otro. Goza como una yegua y sabe hacer gozar. Recrea todas las poses habidas y por haber. Luego de un éxtasis total, usando todas nuestras fuerzas, ponemos a la gorda en la cama, nos abalanzamos sobre ella y tras una larga turca, acabamos en sus tetas. Se regocija de placer y se distribuye el semen por toda su humanidad. Se relame cada dedo como si fuera crema americana. Quedo con hambre. La gorda, como toda gorda glotona, es insaciable.

El final.

La gorda es un clásico con la cual todos –y no mientan- hemos estado alguna vez. Sin embargo, existen otras mujeres que tímidamente andan por la vida sedientas de placer. Por ejemplo, la narigona. Es la que intenta cubrirse la cara con lo que sea. Pero nada le alcanza. El mechón de pelo que deja caer sobre la frente es poco para intentar disimular semejante “gancho” o “pico de loro”. La toronja de esta dama, si es muy prominente, en determinadas oportunidades puede dificultar un beso y, en casos severos, ser un obstáculo para una buena felatio.
También están la Holística y la mujer Freno. Y la lista podría continuar hasta el infinito. Son cientos las mujeres que andan por la vida y que, si bien no son Araceli González, Dolores Barreiro o Angelina Jolie, saben dar placer y del bueno. Pero queridos amigos, hay que aceptar las reglas del juego, no son las mujeres que soñamos, pero al menos podemos pasar una buena noche. Y, si es fea, gorda, petisa, lunga, narigona, peluda o lo que fuere, y hay calentura: “cuando hay hambre, no hay pan duro”.

3 comentarios - La ley del ultimo recurso

pacific78
🙎‍♂️ 🙎‍♂️ 🙎‍♂️ 🙎‍♂️
MrDeep
Ta buena la nota! Yo a una gordita así le entro...

La ley del ultimo recurso

Pero ya a una así, ni con tres damajuanas de vino tinto...

no
fliasexopata
cuando hay hambre no hay pan duro!jajjaja

una vez mi viejo me dijo: _ a las cuatro de la mañana todo gato es flor, ahora lo entiendo bien.... 😀 😀

duro