«Cógetela, como quieras, desde donde quieras, cuando quieran; dile zxrra, pxta, pxrra; déjense marcas: rasguños en la espalda, nalgas rojas, chupetes en el cuello, sexos lastimados, muñecas marcadas, cuellos apretujados, labios sangrados, cuerpos adoloridos.
Sexo anal, vaginal, oral, en cuatro, 69, misionero, coneja, sumisa: atada, cadenas, esposas, consoladores, cuero, fusta..., ¡como quieras!, que ya la conoces, sabes lo que sí y lo que no; sus límites, fantasías y deseos; sean tan sucios como les guste.
Cógetela, después hazle el amor, quédate un momento o toda la noche, dentro de ella, no la saques, siéntela, mira cómo se recupera, inhala su respiración, observa cómo tu mujer resucita poco a poco. Sus mejillas están coloradas, los puntitos de sudor de la nariz resbalan; descúbrele los cabellos que tiene pegados en el cuello, en la cara. Luego sóplale, refréscala con tu aliento tibio, por el rostro, por los hombros y por sus pechos. Sóbale el pecho agitado, y acaríciala con el dorso de la mano. Lámele en donde dejaste marcas, deja en ellas besos ligeros.
Ahora salte de ella, poco a poco, suavemente, está recién cogida por su hombre. Siente cómo su carne se va cerrando tras el paso de tu sexo ya flácido; siente la mezcla de sus corridas con tus eyaculaciones. Hazlo con tacto.
Tranquilízala, por favor. Salte de ella como la persona que saca la daga de alguien que ha matado sin intención, con ese miedo, con esa intriga. Aunque antes le diste duro, este momento debe ser muy delicado, muy íntimo, con sutileza. Tal vez esté un poco lastimada, tal vez tiemble o tenga un pequeño orgasmo, una leve contracción, un último suspiro de vida. Y es que ella murió, "el orgasmo es lo más cercano a la muerte". La mataste, y a penas tu diosa recién cogida está resucitando. Le saldrán flujos en abundancia, déjala así, con tu semen adentro, con tu alma adentro.
Arrópala, ponle una manta fresca en su débil cuerpo, recuerda que acaba de despertar de la muerte; cuídala, protégela. Una vez afuera, acaricia suave su centro, pálpale con delicadeza y si quieres hasta un beso le puedes dejar. Huélela, siéntela y nunca, nunca, nunca dejes de tocarla, ya sea con las manos, o con la mirada.
La penetración no sólo fue en el cuerpo, sino en el alma, en la mente. Cuando te mire por primera vez después de haber resucitado, te sonreirá con los ojos desorbitados, ese será tu premio, tu galardón, tu trofeo. Por estas cosas sabes que es tuya; ella se entregó ti. Alma, cuerpo y mente te pertenecen. Y tú también eres de ella. Así que acércate, dale un beso en la frente y una nalgada; duerman abrazados, duerman amados.»
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